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Por qué la gente de clase alta se cree más competente de lo que realmente es

Un estudio sugiere que la condición social determina el grado de confianza en nuestras posibilidades y habilidades, y eso es lo que allana el camino de algunos

"Piensa que puedes, y podrás" es uno de los mantras más repetidos de los últimos tiempos, uno que ha permitido llenar hojas de libros de autoayuda, invitándonos a intentarlo y a mantener un espíritu positivo, sea cual sea el objetivo final. Todo es posible; está en tu mano... o quizá no. Porque el ecosistema social en el que nacemos y nos criamos, así como la posición que ocupamos en la cadena trófica es determinante a la hora de definir el éxito de la mayoría de las personas. Ahora también lo es el grado de confianza en nosotros mismos y en nuestras posibilidades, que, según un nuevo estudio, no nace precisamente de la lectura de literatura de autoayuda.

Es la conclusión a la que ha llegado un equipo de investigadores en un nuevo último estudio, recientemente publicado en la revista científica Journal of Personality and Social Psychology. Su trabajo apunta no solo que los individuos de clase alta tienden a subirse a la parra de la autopercepción y muestran un envidiable "exceso de confianza" incluso cuando sus habilidades o conocimientos no superan a los de la media, sino que esos altos niveles de estima propia son, a su vez, percibidos como mayor competencia por el resto de la gente, completándose así un círculo virtuoso que los impulsa más alto en la escala social.

Para ratificar su tesis, el equipo formado por Peter Belmi (Universidad de Virginia), Margaret Neale (Universidad de Stanford) y David Reiff y Rosemary Ulfe (LenndoEFL, Singapur) hizo varios experimentos. El primero analizó el comportamiento de más de 150.000 dueños de pequeñas empresas en México durante el proceso de solicitud de un préstamo. Su clase social se midió teniendo en cuenta sus niveles educativos y de ingresos, y pidiéndoles que se situaran en una escala en comparación con otras personas de su país. Después, los científicos los sometieron a un test de memoria −aunque la tarea estaba diseñada para predecir en qué medida la persona fallaría a la hora de devolver el crédito− y se les solicitó, además, que valoraran su desempeño en comparación con otros participantes. El resultado fue esclarecedor: los empresarios de clase más alta obtuvieron mejores resultados pero no a un nivel tan alto como habían imaginado.

La elevada confianza en sus capacidades que demostraron estos sujetos fue corroborada por un segundo experimento, en el que participaron 230 estudiantes de la Universidad de Virginia, en Estados Unidos (EE UU). En este caso, la clase social se midió contemplando cómo se veían con respecto a otras personas en Estados Unidos, y los ingresos y la educación de sus padres. A todos ellos se les propuso jugar a una especie de trivial. Los procedentes de un estrato social más alto no lograron mejores resultados que sus pares de origen humilde, aunque sus privilegiadas mentes no admitían discusión sobre su vasto (en este caso fue realmente basto) nivel de conocimiento.

Una autoconfianza que se mama desde la cuna

El nuevo estudio no es el primero que se centra en este análisis de las clases sociales. Diversas investigaciones previas confirman que las personas de clase social más alta tienden a puntuar alto en autoestima y narcisismo, piensa con más frecuencia que tiene poder y control sobre las situaciones, y se considera mejor que la media. Unas joyitas: el yerno ideal o el cuñado sabelotodo, depende del prisma con que lo miremos. Pero ¿cuál es el motivo exactamente? ¿Qué tiene que ver con esto la clase social?

Los investigadores apuntan a que esa seguridad supina en uno mismo está relacionada con su deseo de perpetuar la posición, pero que no es la única causa. "La gente de mayor estatus tendrá que enfrentarse a menos desafíos a lo largo de su vida, lo que hace que tengan mayor confianza en ellos mismos. Nos atribuimos nuestros logros, a menudo obviando aquellas otras circunstancias que nos han llevado a esos éxitos", asegura David Dunning, autor de otra investigación sobre cómo funciona y se configura el exceso de confianza. El profesor de psicología de la Universidad de Michigan, en EE UU, no cree que existan rasgos de personalidad característicos de cada clase social, y prefiere centrarse en las desventajas y ventajas asociadas a cada estrato. Estas diferencias son a menudo invisibles: sobrevaloramos nuestras cualidades innatas y vinculamos nuestros logros exclusivamente a nuestro esfuerzo, sin reconocer la importancia que el contexto tiene a la hora de determinar nuestro destino.

"La confianza se construye sobre la base de nuestras experiencias de éxito, de los fallos que hemos cometido, de lo que otra gente dice sobre nosotros y de las historias que contamos sobre nosotros mismos", explica Dunning. De este modo, cuando todo es favorable a nuestro alrededor, desprender positividad y creer sin fisuras en nuestras posibilidades no entraña ninguna dificultad. Lo mismo sucede "con la cantidad de riesgo que estás dispuesto a asumir, que depende de la cantidad de recursos que tengas", recuerda el sociólogo Ildefonso Marqués, en especial si se trata de un riesgo a largo plazo: "Es muy difícil pensar en el futuro cuando no tienes recursos", matiza. O sea, que, para las clases más bajas, un fallo supone un lujo prohibitivo e inasumible.

Las apariencias engañan

Comprobados los vínculos entre clase social y exceso de confianza, el equipo de Belmi se planteó un último reto: analizar las consecuencias de esos altos niveles de seguridad propios de la gente más acomodada. Con ese fin, reunió a un nuevo grupo de 236 estudiantes a los que invitó a responder a un test de 15 preguntas y valorar su desempeño, con el objetivo de medir tanto sus capacidades como su nivel de autoestima. Después, los sometió a una entrevista de trabajo simulada, en la que todos los jóvenes se enfrentaron a las mismas preguntas. Esas pruebas pasaron a continuación a una comisión de evaluación en forma de grabación. Et voilà! Para escasa sorpresa de los investigadores, el comité fue un pelele cognitivo en manos de los convincentes conejillos de indias de alta alcurnia y seleccionó aquellos perfiles que habían valorado más positivamente su participación en la prueba. Es decir, su exceso de confianza se había convertido en mayor competencia a ojos de otras personas.

Algunas de las características asociadas a los individuos con más seguridad son que tienden más a hablar en voz alta y hacerse notar en el grupo; su estilo de comunicación es más taxativo y relajado, por lo que es habitual que sus interlocutores lleguen a pensar no solo que son más competentes sino también que merecen estar más arriba en la jerarquía social. De hecho, según este estudio, es habitual que las personas realmente más competentes adopten comportamientos que no exhiban su inteligencia o sus conocimientos por lo que, a menudo, pasan desapercibidas. De esta manera, "en situaciones sociales en las que la competencia es ambigua, los observadores pueden no distinguir de manera precisa quién es competente y quién simplemente aparenta serlo", precisa el documento.

Dunning confirma esta teoría: "Valoramos a las personas por sus palabras, por su forma de expresarse, por lo que solemos pensar que la gente que muestra más seguridad en sí misma sabe de lo que está hablando. Una persona con mucha confianza es más persuasiva, y eso influye". Lo bueno, en opinión de este experto, es que esa ventaja tiene una vida corta si no queda avalada por los hechos.

Las clases sociales existen, y así se perpetúan

El nuevo análisis arroja nueva luz sobre los mecanismos que influyen en la perpetuación del conglomerado social, convirtiéndose la confianza en uno mismo en un cimiento más. "Es la estructura económica la que modela nuestra estructura social", confirma el doctor en Sociología Ildelfonso Marqués. El autor de la obra La movilidad social en España −que analiza de forma exhaustiva el cambio de las condiciones sociales en España entre 1950 y 2009−, recuerda que, a pesar de que la educación ha permitido que el concepto de clase tenga menos peso que en el pasado, del 30 al 40% de las clases sociales en los países avanzados se siguen compartiendo con el padre. Y, cuando se produce movilidad social (el paso de una clase a otra), esta es, normalmente, de tramo corto.

"En una sociedad en que existen la economía de mercado y la familia nuclear, pensar que la movilidad social no tiene un tope es un poco ingenuo. No todo el mundo tiene el mismo punto de partida. Es como si fuera una carrera de atletismo: los más avanzados parten muy cerca de la meta y los más retrasados parten muy lejos, de modo que, por mal que lo hagan los primeros, siempre conseguirán llegar antes a la meta y triunfar en la vida", añade el también profesor de la Universidad de Sevilla.

Esa desigualdad se mantiene también cuando, superando las barreras ya reconocidas, se consigue subir el escalón e irrumpir en otra clase social. Según las cifras de la London School of Economics y el University College London, incluso cuando comparten nivel educativo, posición y experiencia con sus pares más privilegiados, los individuos de origen más humilde ganan de media un 7% menos. "Un directivo que tenga un padre directivo cobra más dinero que el directivo que sea hijo de un jornalero, por el reparto social de mejores posiciones", asociado al poder adquisitivo, el capital educativo y cultural y la red de contactos, confirma Marqués. Algo que, ¡sorpresa!, se acentúa en el caso de las mujeres.

Ante este panorama, el resorte menos conflictivo y pragmático suele ser la resignación: "Te conformas antes, porque la ambición está estructurada socialmente: cuanto más lejos está aquello a lo que aspiras, más te frustras y haces de la necesidad virtud", advierte el sociólogo.

Tenerse en alta estima también tiene inconvenientes

Pero no es oro todo lo que reluce para los pudientes. Esta autopercepción tan sesgada de sus competencias es un arma de doble filo para las personas de alto rango que puede pinchar la burbuja de sus expectativas llevándoles a paladear un sabor desconocido para sus pituitarias vitales: el fracaso. El virtuosismo que se les concede y la red de seguridad que poseen les empujan a asumir más riesgos, lo que, por pura estadística, incrementa las probabilidades de morder el polvo en su caída desde el vértice de la pirámide social. Seguridad no siempre es sinónimo de éxito, como puntualiza el psicólogo estadounidense David Dunning: "Es difícil de defender esa afirmación si la comparamos con los datos que confirman que el 80% de las start-up mueren antes de los 5 años. Es tan cierto que la gente con confianza tiene éxito como lo es que un número aún mayor de personas con la misma confianza fracasa".

A escala macrosocial, que la falta de competencia se camufle con tanta facilidad tras el exceso de confianza tiene también sus peligros. "Hay una pérdida de talento tremenda, porque no se ficha siempre o necesariamente a las personas más inteligentes. Y estar gobernados por mediocres supone un problema", advierte Ildefonso Marqués. ¿La solución? Según el profesor de la Universidad de Sevilla, meritocracia real: un poco más de burocracia o institucionalización (por ejemplo, exámenes de acceso para determinados puestos de trabajo) que establezcan unas líneas de juego si no iguales, al menos conocidas por cualquier individuo. Y confianza, sí, pero en su justa medida y para todos por igual.

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