Por obispo Sergio Pérez de Arce para Diario Crónica Chillán.
Llega el adviento y se renueva en nosotros la esperanza, porque somos llamados a confiar en que nuestra vida y nuestra historia caminan hacia un final de plenitud. “Dios nos enseña que nos prepara una nueva morada y una nueva tierra donde habita la justicia”, nos dice el Vaticano II (GS 39), y el mismo Cristo nos promete: “Tengan ánimo y levanten la cabeza, está por llegarles la liberación” (Lc 21, 28).
Si miramos la realidad y nos fundamos solo en nosotros, hay pocos motivos para la esperanza. Abundan, más bien, hechos que nos causan desilusión: guerras y violencias, graves crisis sociales, el cambio climático que amenaza la sobrevivencia de nuestra casa común (y una COP28 en Dubai con pocas expectativas de que las grandes potencias asuman compromisos serios de cambio). En nuestro país el clima político está cruzado por la polarización y nos enfrentamos a un plebiscito constitucional sin que se hayan logrado acuerdos y consensos mayoritarios. En lo social, hay altos niveles de inseguridad e incertidumbre económica, con penosas expresiones de pobreza, como el aumento de familias viviendo en campamentos.
La esperanza, sin embargo, es porfiada y brota sobre todo en la adversidad. Las dificultades y oscuridades tienden a paralizarnos, muchas veces domina la frustración y la impotencia, pero cuando todo parece clausurado, se abre un nuevo horizonte. Nos lo enseñan tantas personas que han salido adelante en medio de la enfermedad, la discapacidad o el infortunio. Personas y grupos humanos que se han levantado, cuando humanamente no había expectativa.
En el camino de la esperanza, nosotros tenemos que hacer nuestra parte: ¡qué duda cabe!, pero ella se funda sobre todo en Dios, en su fidelidad. Como tantas veces lo hemos experimentado, su amor y su salvación nos dan la certeza de que estamos en sus manos y de que su misericordia no se agota. Lo dice la palabra de Dios este domingo: “Dios es fiel, y Él nos llamó a vivir en comunión con su Hijo” (1 Cor 1, 9). Y también: “Tú, Señor, eres nuestro padre; nosotros somos la arcilla, y Tú, nuestro alfarero: ¡todos somos la obra de tus manos! (Is 64, 7).
No tenemos que dejar de insistir, sin embargo, en nuestra conversión. En un mundo cerrado en sus propios intereses, donde vivimos obsesionados por el propio bienestar, el Papa Francisco nos ha invitado, en Fratelli tutti, a despertar en nosotros un sueño de fraternidad universal, donde le demos a nuestra capacidad de amar una dimensión siempre más amplia. Un amor que supere prejuicios, barreras culturales e intereses mezquinos. Un amor que nos haga pensar y actuar en términos de comunidad y nos lleve a construir una sociedad sin dar la espalda al dolor de los demás. Estar despiertos o vigilantes, llamado tan propio del adviento, es más que una pura actitud religiosa interior. Es vivir una esperanza activa.