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Opinión

Usted disculpe pero yo… me salgo con la mía

Fui al supermercado y vi a una mujer, relativamente joven, de unos 40 años, acomodando con presteza las bolsas de mandado en la cajuela de su vehículo; no tardó el “parquero” en acomedirse y ella con una sonrisa la agradeció el gesto

Elvira Maycotte
Escritora

miércoles, 20 septiembre 2023 | 06:00

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Ayer fue un día como cualquier otro.

Fui al supermercado y vi a una mujer, relativamente joven, de unos 40 años, acomodando con presteza las bolsas de mandado en la cajuela de su vehículo; no tardó el “parquero” en acomedirse y ella con una sonrisa la agradeció el gesto. Esta escena parecería completamente normal si no fuera porque la “señora” estaba estacionada en un cajón destinado a personas con discapacidad. Situaciones como esta es algo que no puedo dejar pasar por eso les dije en voz sonora: “está usted estacionada en un cajón para personas con discapacidad” a lo que respondió “ay, sí, disculpe”, y viendo al “parquero” le dije “no debería permitir esto”… no dijo una palabra. Ya he tenido la experiencia de que un parquero me ofrezca cajones especiales y lo mismo he dicho: usted debería cuidar que esos cajones solo lo ocupen quienes los necesitan. En esa ocasión se lo comenté al gerente la situación, peeero…

Mi día no terminó ahí: después de tomar los dos artículos por los que acudí al supermercado me dirigí hacia las cajas llamadas “rápidas” y fui la segunda en la fila. Cuando veo la cantidad de artículos que se estaban cobrando al cliente en turno pregunté: ¿cuántos artículos se pueden pagar en esta caja?, “Ocho”, respondió la cajera. Señalando la mercancía dije: “esos son mucho más que ocho”. La persona frente a mí solo traía un artículo y al llegar yo frente a la cajera le dije con volumen no alto, pero sí suficiente para que me escucharan los clientes que venían tras de mí, que no debería cobrar a personas que traen más de los artículos establecidos, a lo que respondió “es que si lo saco de la fila se pierde más tiempo y los perjudicados hubieran sido los demás clientes”. Por mi parte, le dije, lo hubiera agradecido, pues esa persona habría aprendido que no podía pasar sobre otras personas y muy probablemente dejaría de intentar romper las reglas y, al abusar del tiempo de los demás se burlaba de todos. La cajera parecía muy convencida de que había hecho bien. Al tomar la bolsa con mis compras escuché a lo lejos decir a la persona que hacía fila tras de mí: “qué necia, ¿verdad?” O sea, ¡festejaba una conducta abusiva! De la que ella había sido víctima, quizá esperando que llegado momento ella mima pudiera tomar el rol de victimaria y sentirse “superior”, o recodando las veces que lo ha hecho.

Me disgusta también saber que personas que viven en fraccionamientos de buen nivel socioeconómico, por la noche conectan una manguera a uno de los regadores del parque frente a su casa -que, por cierto, no usa agua tratada- para llenar su alberca. Misma persona que orgullosamente instaló “un diablito” para evadir el pago real -no sé si justo- por la electricidad que consume. O como aquel caso en que un adolescente se bajó de un carro, conducido por su madre, para tomar un balón supuestamente “de nadie”, mientras el niño dueño gritaba es mío… La madre arrancó el vehículo como si nada hubiera sucedido. Me he visto igual de “necia” cuando sabiendo que soy arquitecta, hace años una persona muy orgullosa me mostró la ampliación de su casa que lamentablemente estaba fuera de reglamento y, más aún, me confesó haber pagado a un colega para que hiciera las “gestiones” necesarias para que su proyecto “pasara” la revisión de desarrollo urbano. No pude evitarlo: le hice notar algo así como “por eso estamos como estamos, por eso nunca progresamos”, tal como bien lo dice la canción, a lo cual yo agregaría… que gracias a muchos como ella tenemos la ciudad que tenemos. Desde entonces me limita el saludo.

Puedo asegurar de que cada uno de quienes leen este artículo recordarán haber presenciado situaciones como las que describí: escenas de personas que se sienten superiores cuando pasan encima de otros. Lo cierto es que vivimos en una sociedad que no se pone en los zapatos de las personas con discapacidad ni valora el tiempo de los otros igual que el suyo, ni le importan las lágrimas de un niño. Personas para las que cada “logro” es un trofeo que alimenta su ego.

Se podrá decir que es necedad cuando se siente molestia y hasta enojo al ver que no se respeta la dignidad y el derecho del otro, cuando se trasgreden las reglas. Esto es lo que conforma el paisaje urbano, cultural, al que me referí en la anterior entrega. En esta ciudad nuestra ojalá nunca perdamos la capacidad de asombro y rescatemos el poco respeto que aún queda por los demás. A algunos, no pocos, cada vez más les parece fácil engañar.

Quizá les parecerá poca cosa, más hay una verdad indiscutible: el que es fiel -leal y respetuoso- en lo poco, también lo será en lo mucho… y quien no sabe serlo… ¿qué podemos esperar?

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