En muchas ocasiones a los adultos nos cuesta sostener el silencio con los pre-adolescentes y adolescentes. Nos incomoda su falta de expresión oral y a veces les forzamos a poner en palabras aquello que les pasa, aquello que sienten o les preocupa…

A lo largo de todo el tiempo que llevo trabajando con niños y adolescentes me doy cuenta de la importancia de respetar sus tiempos, sus silencios y sus procesos. Nuestras necesidades, que como adultos o acompañantes podamos tener, no tienen porqué ser sus necesidades y poder darnos cuenta de esto y poderlo sostener es un gran acto de amor hacia ellos.

El silencio a veces es mucho más reparador que la palabra y menos a veces es más. Ser conscientes de que a veces la representación de algo va mucho más allá de lo que la palabra puede expresar. El mundo de las palabras es el mundo del adulto, el mundo de  los niños y lo que necesitan es saber que el otro está disponible.

Los niños y adolescentes muchas veces van construyendo y armando su realidad, ajustándola y dándole nuevos simbolismos a través de la metáfora. No es necesario ni adecuado destripar la metáfora, como tampoco lo es entenderlo todo ni verbalizarlo. De ahí la gran fuerza y el arte del acompañamiento desde la presencia, en silencio, aceptando sin juicio a lo que va aconteciendo para poder ayudar a los más jóvenes a reconstruir sus propios mundos internos.