Estética: Los valores de la belleza y la fealdad 

León, Guanajuato

Arte y Tendencias

Estética: Los valores de la belleza y la fealdad

Por Dr. Julen Robledo   28/02/19

El término «estética» proviene del griego aisthesis (sensación o sensibilidad) que, como señaló su acuñador Baumgartem en 1735, se refiere a una sensibilidad diferente a la del conocimiento científico.

Ya desde sus inicios, la estética se encuentra fuertemente vinculada a la Teoría de los valores, en donde estos se organizan de acuerdo con diferentes estructuras generales, formando diferentes categorías entre ellos. Esto implica que los valores no están todos mezclados entre sí, sino que cada campo concreto de valores tiene una amplitud específica y especial. A su vez, cada campo de valores tiene un valor que supone siempre de forma conflictiva su contravalor. Por ejemplo, los valores principales de la moral son bueno/malo, los de la medicina sano/enfermo, los de la economía caro/barato, los de la lógica verdad/falsedad, los de la epistemología conocimiento/creencia, los de la política amigo/enemigo y, siguiendo esta misma dinámica, los valores por excelencia de la estética son belleza/fealdad. Y éste es el motivo por el que Karl Rosenkranz en 1853 nos enseñó, con su obra titulada la Estética de lo feo, que la estética no solamente trata de lo bello, sino también de la fealdad.

Ahora bien, dado que los valores principales de la estética son lo bello y lo feo, ¿de dónde se deduce la belleza o la fealdad de una obra de arte, ya sea esta pictórica, escultural, musical, literaria, fotográfica o fílmica?

En este punto, conviene distinguir dos momentos en el proceso de captación de valores estéticos: el tecnológico y el ideológico.

Por un lado, el momento tecnológico hace alusión a la materialidad de la propia obra de arte (páginas de papel y tinta en un libro literario, trozo de bronce en una escultura, lienzo y pintura en un cuadro, pantalla y pixeles en una película, etc.) que es percibida con los sentidos (vista, oído, olfato, gusto o tacto).

Por otro lado, el momento ideológico se refiere a toda la atmósfera depositaria de los criterios políticos, económicos, sociales o culturales involucrados en la sociedad que envuelve y condiciona al sujeto perceptor de la obra de arte.

Ello implica que la belleza o la fealdad de una obra artística no se deduce únicamente a través de una relación solitaria entre la materialidad de la obra y el individuo perceptor (momento tecnológico). La relación sujeto objeto no es suficiente, ante todo porque el individuo que evalúa la obra de arte desde su sentir interior o desde su raciocinio basado en conocimientos técnicos, lo hará siempre condicionado (consciente o inconscientemente) por aquellas ideologías suprasubjetivas (por encima de las voluntades individuales) por las que previamente haya tomado partido en los procesos de convivencia propios de su sociedad.

Todas las ideologías de las que hablamos a partir de las cuales se deducen los valores de belleza o fealdad de una u otra obra de arte, se encuentran en las diferentes culturas de las sociedades. Las culturas constituyen la identidad de las sociedades y contienen elementos muy diversos como pueden ser formas de vida, costumbres, corrientes de opinión, creencias religiosas, idioma, conocimiento científico, inclinaciones políticas, tradiciones históricas, entre otras. Dentro de una cultura concreta existen diversas ideologías en conflicto (de carácter político, económico, social, de derechos y libertades, por mencionar algunas) por las que los individuos han tomado partido y en ellas encontrarán precisamente buena parte de los criterios para distinguir entre lo bello y lo feo en el arte. Por supuesto, miembros de una misma sociedad dirán que una determinada obra de arte es bella y otros dirán que es fea, pero esos patrones de belleza o fealdad los tomarán en buena medida de las diferentes ideologías en conflicto que existen dentro de la atmósfera cultural que les envuelve.

Por ejemplo, Ernest Jünger, filósofo e historiador alemán que participó en la Segunda Guerra Mundial, describió que uno de los espectáculos más bellos que había contemplado eran las bombas a lo lejos de las fuerzas alemanas antes de entrar en París pues, según sostenía, eran como hermosos fuegos artificiales. En este caso, es fácil apreciar cómo la belleza de las bombas destruyendo París era extraída por Jünger, no a partir de los colores de las explosiones ni tampoco de su propio ingenio perceptivo (momento tecnológico), sino de la ideología nacionalsocialista propia de la cultura nazi en busca de la conquista de Europa que inevitablemente le envolvía y condicionaba (momento ideológico).

Sin embargo, una vez producido el final de la Segunda Guerra Mundial con la derrota de la Alemania nazi y establecida la Declaración Universal de los Derechos Humanos en 1948 en Occidente, desde nuestro nuevo escenario ideológico-cultural, para la mayoría de nosotros los fuegos producidos por las bombas destruyendo París seguramente nos parecerán más un acontecimiento horrendo, repleto de fealdad (devastación de edificios hermosos, familias aterradas, sufrimiento de personas inocentes) que un evento bello y hermoso.

Desde un punto de vista puramente neutral centrado únicamente en el momento tecnológico, quizás no habría inconveniente para que la composición aleatoria de colores y sonidos que producían las bombas arrojadas por los nazis en París alcanzase una disposición de belleza o fealdad equivalente a la exposición de lienzos surrealistas acompañados con música de Erik Satie o a la de los cuadros pintados por chimpancés en una exposición, con música ambiental adecuada, similar a la que ofreció Desmond Morris en Londres en el año 1957.

Sin embargo, ello no puede ser así porque el momento ideológico siempre jugará un papel decisivo en la percepción de la belleza o fealdad de cada acontecimiento artístico, pues la una o la otra en gran medida van a ser concebidas en función de la particularidad de los criterios de la cultura que experimenta y percibe la obra de arte.

 

Julen Robledo: Licenciado en Filosofía por la Universidad de Oviedo (España), Máster en Historia y Análisis Sociocultural y Doctor en Investigaciones Humanísticas. Ha desempeñado su actividad docente en la Residential Special School of Sippola (Finlandia) y como Jefe de Investigación de la Facultad de Filosofía de León (México). Autor del libro Contra Žižek y actualmente profesor en la Universidad De La Salle Bajío.

 


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