CORONAVIRUS: «Aguardo, pero no espero»

Aguardo, pero no espero

 

Rosa López*

 

 

Pregunta: – ¿Qué piensa usted de la agitación contradictoria que se efectúa desde hace algunos años en China?

Lacan: – Aguardo, pero no espero nada[1]

 

Hemos de reconocer que Lacan llegó a ese punto en el que estando abierto a lo contingente no alimentaba esperanza alguna. Lo real, ese concepto al que dedicó sus últimos años sin retroceder ante las consecuencias fue su respuesta a la subversión introducida por Freud: “yo hablo de lo real…es mi síntoma … El verdadero real implica la ausencia de ley” [2]. Pero los seres humanos, incluidos los lacanianos, seguimos manteniendo la esperanza. Esa que nos permite proyectarnos hacia un futuro cargado de citas y compromisos (personales e institucionales), sin que se nos pase por la imaginación que solo se trata de un montaje susceptible de caer como un castillo de naipes. Por muy advertidos que estemos de vivir en un mundo de semblantes que disimulan la existencia de lo real, no dejamos de ampararnos en una suerte de renegación: lo sabemos, pero, no lo creemos

“¡Qué disparate! – exclamó el austriaco Stefan Zweig conversando con sus colegas belgas pocos días antes de la declaración de la primera guerra mundial. “¡Colgadme de esta farola, si los alemanes entran en Bélgica! Todavía ahora – cuenta en sus memorias – doy las gracias a mis amigos por no haberme tomado la palabra”[3]

La lucidez de un hombre como Zweig no fue suficiente para concebir lo impensable y eso que la guerra formaba parte de las representaciones puestas en juego en el verano de 1914.

Unos años más tarde muchos judíos convocados a la cita que los llevaría a los “campos de trabajo” acudieron voluntariamente porque les resultaban increíbles los rumores sobre la voluntad de exterminio de los nazis. Primo Levi, en su libro “Si esto es un hombre” nos cuenta cómo llegó a Auschwitz exhausto y sediento tras el largo viaje en tren. En esas condiciones trató de arrancar un carámbano de hielo que tenía al alcance de la mano, pero un guardián se lo arrebató brutalmente.

“Warum?” (“¿Por qué?”), pregunta el prisionero. “Hier ist kein warum” (“Aquí no hay ningún porqué”), responde el guardián. Esta anécdota nos muestra que no hay nada más demoledor que un espacio sin porqués. Abolir las preguntas es enfrentar al sujeto al sinsentido de lo real, sin defensa alguna. La erradicación de los porqués inicia la vía de la destrucción subjetiva antes incluso de tocar el cuerpo.

Que una epidemia mundial detenga la maquinaria prepotente de nuestra época resulta más inverosímil incluso que la guerra, lo que no quiere decir que sea más dañino.

Los acontecimientos actuales se precipitan con la contundencia propia de un desencadenamiento. El escenario inconcebible ayer es al que estamos arrojados hoy. Como en un mal sueño hemos pasado a formar parte de esas imágenes de Wuhan que vistas en la pantalla nos parecían algo extraordinariamente lejano. Esos “otros” que apenas despertaban un ligero sentimiento de compasión somos ya “nosotros”. Ahora son las imágenes de nuestras calles y nuestros hospitales las que se muestran al mundo. Justicia poética, dicen aquellos que ven la amenaza en Occidente como una merecida lección. Pero, no olvidemos que lo real de la ciencia (el virus) no tiene sentido, menos aún de la justicia.

Hay hechos tan extraños que solo pueden imaginarse desde la ciencia ficción. Hoy uno de esos hechos ha irrumpido en la vida de TODOS (esto es lo más cinematográfico) trastocando nuestras costumbres y poniendo patas arriba la construcción, siempre ilusoria, del mundo.

A diferencia de lo que le pasó a Primo Levi, nos está permitido preguntar, y tras semejante irrupción de lo inesperado vemos proliferar todo tipo de repuestas, más próximas a la ficción subjetiva que al saber de la ciencia. Parece que hasta ahora nadie sabe cómo va a “comportarse” (curioso eufemismo) este nuevo virus y es la falta de saber la que convoca múltiples explicaciones, algunas de las cuales tratan de explicar la causa con hipótesis conspiranoicas, otras alimentan el humor como manera de reaccionar ante lo absurdo. Se trata de defensas que se complementan y nos permiten realizar algo extraordinario: adaptarnos rápidamente a lo inicialmente inconcebible.

Pasamos de la renegación a la adaptación sin solución de continuidad, pero no es seguro que esto nos prepare para tener otra posición ante la existencia, esa a la que llegó Lacan cuando experimentó que la causa está perdida porque el Otro no existe, salvo en la transferencia.

El nuevo virus es un real con ley sobre el que la ciencia actúa para extraerle un saber y esto es, absolutamente, necesario, pero no es suficiente pues deja fuera ese otro virus que nos convirtió en seres hablantes y del que solo se ocupa el psicoanálisis.

 

*Psicoanalista de la AMP (ELP)

Fotografía seleccionada por el editor del blog.

 

[1] J.Lacan /Seminario XXIII El Sinthome 1975/76, p.135

[2] ibid, p.135

[3] S. Zweig. “El mundo de ayer”. Editorial Acantilado

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