Aforismos lacanianos. Para una poética del psicoanálisis

Publico aquí una serie de textos sobre aforismos lacanianos, intentando asumir el reto de explicarlos en un lenguaje accesible y con una extensión limitada.

La buena acogida ha terminado impulsando el proyecto de reunirlos en un libro, una vez completada la serie de 25 aforismos. Esta ampliación con respecto a la idea original, que empezó en enero de 2017, ha retrasado su conclusión, pero creo que ha merecido la pena. No sólo ha enriquecido el conjunto, ha contribuido también a madurar una orientación que empuja, ahora puede verse, cada uno de los textos. Una orientación hacia una nueva poética del psicoanálisis.

Finalmente, el libro Aforismos lacanianos. Para una poética del psicoanálisis, ha sido publicado en la editorial Arena libros, en noviembre del 2022. Cuenta también con una Introducción: «Una verdad que no puede ser dicha». Los textos que en él aparecen constituyen la versión definitiva, una vez revisados y ampliados. Dejo no obstante acceso libre a la versión previa.

Primer aforismo: «No hay relación sexual»

Bienvenidos al Lacan oracular. Nos sentamos a su mesa y movemos las fichas que nos ha dejado. Les damos una vuelta, otra vuelta, las experimentamos, sí, las pasamos por una experiencia para después, sólo después, arrojarnos a su interpretación. Éste es el escenario. Empezamos…

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Segundo aforismo: «La mujer no existe»

Los aforismos lógicos de Lacan han tenido la –llamémosle– fortuna de desatar las más airadas descalificaciones. La mujer no existe certifica la inexistencia de un universal femenino. Esto indigna, y parece de lo más natural que lo haga, la propuesta nos resulta de entrada aberrante. Pero cuando se aproxima uno un poco…

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Tercer aforismo: «Amar es dar lo que no se tiene»

Estamos ante el primer gran aforismo de Lacan sobre el amor, en presencia de un texto que arrebata, que fascina, y que quizás precisamente por su impecable factura, que destroza de entrada toda lógica de comprensión, haya sido merecedor de una atención particular. Lo leemos y releemos. Y seguimos absortos. ¿Pero cómo se puede dar lo que no se tiene? ¿Y cómo puede llamarse a eso amar?…

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Cuarto aforismo: «Sólo el amor permite al goce condescender al deseo»

La apariencia de este aforismo es sencilla: nos ofrece una llave, y la única posible, para realizar un acomodo. Así debe leerse ese curioso verbo, condescender, utilizado aquí para indicar la transformación que vuelve al goce manejable en términos de deseo. Fórmula sencilla, sí, pero los tres conceptos que la jalonan son de tal calado que exigen ser tratados con cautela…

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Quinto aforismo: «El inconsciente es la política»

¿Qué sucederá con este inquietante aforismo que parece que se nos escapa justocuando pensamos atraparlo? Será precisa cierta constancia para entrar en su terreno, abriendo una puerta tras otra. Quizás después, mirándolo desde otro ángulo, podamos atajar su fuga. Tengamos un poco de paciencia, no importa que nos dejemos seducir primero por el juego de sus alusiones si con ello somos conducidos a soltar el lazo de los velos que lo cubren…

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Sexto aforismo: «Sublimar es elevar un objeto a la dignidad de la Cosa»

El sonido Lacan perturba el oído acomodaticio. Funciona como el chasquido de un látigo que golpea cerca del que cree saber, del que se aposenta plácidamente en una teoría. Al principio Lacan hizo sonar esa alarma contra los discípulos de Freud, después, cuando ya contaba con tres décadas de enseñanza, contra los que intuía como propios. No le gustaba su docilidad. ¡Había que despertarlos! Por eso siempre se reivindicó freudiano, no lacaniano, y acabó por lanzarles su trueno: Hagan como yo, ¡no me imiten!…

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Séptimo aforismo: «Tú no me ves desde donde yo te miro»

Primavera de 1966. Acaba de publicarse Las palabras y las cosas, el nuevo y esperado libro del autor de Historia de la locura, Michel Foucault, destinado a convertirse en un hito del pensamiento contemporáneo. Lacan alienta desde su Seminario su lectura y, siempre ávido de interlocutores de altura, no deja escapar la oportunidad para invitarle a un intercambio. No sólo se dispone a rendirle honores, quiere debatir con él sobre el impresionante capítulo inaugural del libro, donde se analiza el cuadro de Las meninas

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Octavo aforismo: «La mirada es la presencia del otro en tanto tal»

La vivencia es extraña. Algo me descubre, me asalta cuando creía estar viendo un objeto. Entretenido en los juegos de la visión, una mirada me alcanza. Es mejor no proceder por vía explicativa. Déjate ver viendo. ¿Qué ocurre? Estás todavía en el espejismo de la visión, creyendo en un ojo máquina con el poder de descifrar los signos de una exterioridad. Nada más lejos. La transparencia de la visión no retiene nada. Lo que vemos sólo tiene valor para nosotros si algo ahí nos mira. Y nuestra visión no se detiene hasta que ese cristal que es la visión no se empaña. ¿Con qué? Con lo nuestro que no vemos…

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Noveno aforismo: «La mirada es el objeto a en el campo de lo visible»

Cuando Lacan se disponía a explicar la mirada como objeto a, acudió a una vivencia propia, conocida como el apólogo del Petit-Jean, el relato de lo que le sucedió de joven, acompañando en el mar a una familia de humildes pescadores. Sucedió así. En una espera, mientras aguardaban el momento oportuno para recoger las redes, uno de los hijos, el Petit-Jean, le señaló una lata de sardinas que flotaba en la superficie de las aguas reflejando con sus destellos la luz solar, y le dijo: ¿Ves esa lata? ¿La ves? Pues bien, ¡ella no te ve! Lacan, perplejo ante esta avant la lettre interpretación analítica, sintió una punzada en el corazón…

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Décimo aforismo: «La verdad tiene estructura de ficción»

Los aforismos lacanianos no han precisado nunca de descubridor. Una vez enunciados en lengua oracular, sus fórmulas golpean inmediatamente el oído y al lector no le queda otra que transcribirlos. Son miniaturas, poemas del pensamiento. Se reconocen por su escritura, donde algo inalterable ha quedado atrapado, definitivamente atrapado. Podemos repetirlos sin entender gran cosa, degustando su contenido con los ojos vendados a la espera de una iluminación, o leerlos como vehículos de una verdad, con el atrevimiento de quien se asoma a descorrer el velo. Da igual, su verdad nunca podremos alcanzarla. Aquí intentamos otra cosa, no sé bien qué. Tal vez romperlos, bajarlos a tierra, y que hable su estructura. Patearla hasta que nos muestre la verdad de su relato…

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Decimoprimer aforismo: «Un significante representa a un sujeto para otro significante»

Cada cual intenta sus imposibles. Aquí, salir con un mapa no sólo claro sino también vivo del bosque teórico donde uno corre el riesgo de perderse cuando se interna en el territorio Lacan. Vivo, en cuanto aspira a ir más allá de la representación, no quedarse en un esquema, en un papel descifrable a partir de sus signos, para apuntar al objeto mismo, a las marcas que deja un encuentro, a la respiración que empaña una escritura, al latido que hace vibrar un texto. Son los desasosiegos ante lo inasible la fuente de donde brotan las palabras. Recogerlas y dejarlas caer hasta que arruguen el papel, hasta que sacudan la lectura. Si no hubo esa conmoción, abandonar, renunciar a ese saber entendido como poder. Y si la hubo, que sea para devolver al aforismo la vida que nos dio y no meramente lo que nos contamos de ella…

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Decimosegundo aforismo: «La angustia no es sin objeto»

Al día siguiente de haber desplegado los dos momentos de la causación del sujeto, Lacan sorprendía a su auditorio con este solemne introito: Formar analistas ha sido, y sigue siendo, la meta de mi enseñanza. ¿Qué le empujaba a ello? ¿Pretendía ahuyentar algún malentendido tras haberse dejado llevar, el día anterior, por complicadas operaciones matemáticas, o por sesudos desarrollos filosóficos interrogando el deseo de Descartes? Es poco probable, y no sólo porque todos los presenten sabían bien de la importancia que el maestro reservaba al estudio de estos materiales, sino porque ese año, 1964, era un año muy especial, Lacan había sido expulsado de la Asociación Internacional de Psicoanálisis y su enseñanza, la formación de analistas, declarada prohibida. En adelante tendría que hacerlo a título propio, amparado únicamente por su Escuela. De ahí, quizás, que esta introducción cobrara en ese momento un relieve particular, en el renovado esfuerzo por asentar sobre bases firmes lo que seguía siendo la meta de su enseñanza…

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Decimotercer aforismo: «El inconsciente está estructurado como un lenguaje»

Sobre este aforismo pesa la condena de su éxito. Su repetición lo erosiona hasta empañar casi por completo su brillo originario. No importa lo acertado del análisis, que llega a nuestros oídos como una letanía desprovista de toda gracia, incapaz de reactivar la sacudida que lo caracterizó un día. Incluso pareciera que el mismo Lacan fuera en parte responsable por haber tallado décadas después formulaciones más enigmáticas, resistentes al desgaste. ¿Cómo acercarse entonces a este aforismo, aspirando a transcribir la novedad de un encuentro?…

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Decimocuarto aforismo: «El lenguaje es una elucubración de saber sobre lalengua»

Analizar es separar, dividir para comprender, una operación que se revela enseguida insatisfactoria porque lo que se comprende deja de ser lo investigado, tan sólo una pintura. Separamos para ver más clara la complejidad de unas relaciones, sobre todo cuando parecen operar lógicas distintas, pero una vez dado ese paso, si mantenemos nuestra exigencia se impone una rectificación, pintar un nuevo cuadro. Con la concepción del lenguaje ocurre algo parecido. Al principio Lacan lo define por oposición al goce, y cada término parece seguir su propio curso hasta que sus aguas se empiezan a mezclar. Entonces las palabras dejan de nombran lo que nombraban, hasta su cauce es otro, por lo que se hace necesaria la creación de nuevos conceptos. Unos conceptos que rectificarán, a su vez, el uso de los anteriores. No sorprenderá que tanto vaivén produzca mareos en el estudioso…

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Decimoquinto aforismo: «La letra dibuja el borde del agujero en el saber»

Confieso mi sorpresa al toparme con este aforismo. No estaba previsto. Brilló al pasar y me hizo volver la vista. Tratábamos de entender en el aforismo anterior la diferencia entre el territorio de lalengua y el del lenguaje, una diferencia de naturaleza que obligaba a desechar tanto la metáfora de la frontera entre ambos como el calificativo de territorio para la primera. Si el territorio podía vestir bien al lenguaje, debido a su confección ordenada, a su gramática, para lalengua se nos imponía una imagen líquida, marina, el lugar donde la cría humana tomó su primer baño. Este mundo fónico madre-hijo, surgido en una inicial indiferenciación que cosía la pulsión a la palabra, tiene un carácter mítico…

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Decimosexto aforismo: «El inconsciente es el discurso del Otro»

En el psicoanálisis llamado algo impropiamente lacaniano repetimos con frecuencia una serie de formulaciones, haciendo de Lacan nuestro Otro, sin saber hasta qué punto la buena lectura no implicaría, como hizo él, renovar también su discurso. Lacan añadió un horizonte al territorio acotado del maestro y encontró una fórmula para expresarlo, ‘servirse del Padre para prescindir de él’. Porque si el Otro de Freud, como referente simbólico universal, fue el Padre, Lacan buscó desplazar ese límite, hacer del Padre un modo entre otros, una solución entre otras. Se trataba de poder ir más allá del relato del sentido, más allá de la tierra cartografiada, para acercarnos a lo real. Mientras hacemos ese trayecto tal vez se nos perdone que repitamos su discurso, lo que no quiere decir que Lacan sea nuestro inconsciente, nuestro aforismo se refiere a otra cosa…

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Decimoséptimo aforismo: «Si un hombre cualquiera que se cree rey está loco, no lo está menos un rey que se cree rey»

¡Qué cautivante el poder de la cita! ¡Qué sosiego nos produce la asignación de una autoría! Tiene sin embargo sus peligros. Para intentar evitarlos partiré exponiendo algo insensato, dudar del auténtico culpable de este aforismo. Mejor dudar desde el principio, utilizar la duda como antídoto ante un Dictum tan severo que amenaza quizás nuestras cabezas. Porque las mediaciones importan, importan siempre, y más cuando socaban el concepto mismo de autoría. Mostraré mis cartas. Es locura el vínculo inmediato, la identificación inmediata. Es locura desatender la función que le relega a uno a mero funcionario creyéndose encarnar la institución. En definitiva, es locura que uno se lo crea. De eso va este aforismo, que viene a sintetizar en una frase la versión lacaniana de la locura hegeliana, y que es el modo con el que Lacan intervino a la salida de la segunda guerra mundial en el debate de la psiquiatría francesa sobre la causalidad de la locura…

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Decimoctavo aforismo: «Lo forcluido en lo simbólico retorna en lo real»

Quien no habita en el lenguaje es invadido por él. Empecemos por esta definición lacaniana de la locura, hermana gemela de nuestro aforismo, cuya sencilla apariencia encierra no poco misterio. Dejémonos llevar al bosque de sus símbolos, al lugar donde se originan. Es un rodeo necesario que nos exige entender ese ‘habitar en el lenguaje’ a un nivel ontológico, para precisar después su razón, su fundamento, el campo donde el ser se juega su partida. El nivel es ontológico porque el lenguaje conforma el ser del sujeto ofreciéndole el armazón que lo define, que lo sujeta, lo que debe ser aprehendido de manera encarnada, operando sobre su cuerpo, ciñéndolo. Esta estructura simbólica…

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Decimonoveno aforismo: «Todo el mundo es loco, es decir, delirante»

En la cola de los aforismos se ha producido un encuentro inesperado, el que figura ahora en el título ha venido a darle la mano al previsto, No se vuelve loco quien quiere, en apariencia su opuesto, y se ha puesto a charlar con él. Menuda sorpresa. Sin dudarlo, les doy a ambos la bienvenida y los hago pasar. Dos aforismos al precio de uno…

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Vigésimo aforismo: «La única cosa de la que se puede ser culpable es de haber cedido en su deseo»

Es curioso lo que ocurre cuando nos ponemos a dar cuenta del material más sensible de nuestros deseos, de aquello que nos hace cosquillas. Enseguida torcemos el gesto, teorizamos un poco, y nuestras propuestas se vuelven serias, algo pesadas, ajenas de repente a nosotros mismos. Qué hacer con nuestras pasiones ha sido siempre un reto para cualquier pensador. Un problema al que la ética ha respondido con harta frecuencia deslizándose hacia la moral, hacia la necesidad de una regulación del exceso en aras de la salvaguarda de lo común, pero que acaba desatendiendo su problemática interna. Muy pocos han osado recolocar el deseo en el centro y definir el hombre en función del motor de su existencia. En esa línea encontramos sin duda a Spinoza, para quien el deseo es la esencia del hombre, y también a Freud, aunque sus brújulas éticas no marquen finalmente hacia el mismo norte. Pero antes de ver cuál es su diferencia, el aforismo de hoy nos permitirá mostrar el amo al que sirven las otras propuestas, de la más clásica, Aristóteles, a la más formal, Kant, y el barro que no alcanzan a limpiar…

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Vigesimoprimer aforismo: «El sujeto es feliz»

Las palabras dicen de las cosas, pero, ¿sólo eso?, ¿sólo dicen, o pueden ser también cosas? Si pensamos que las palabras se limitan a una función representativa, lo hacemos desde una concepción dual del mundo que separa en cuanto a su naturaleza las palabras de las cosas. El trasvase entre lo real y lo simbólico queda relegado entonces a un plano imaginario. Si, por el contrario, reconocemos en el lenguaje algo que va más allá de una funcionalidad en el ámbito de la comunicación, nuestra concepción es necesariamente otra. Pero faltaría todavía saber cuál, porque esta mayor continuidad en los registros puede establecerse manteniendo una diferencia estructural, o resolviendo mediante la equivalencia. En el primer caso, el de la diferencia, estaríamos en el territorio paradójico, ambivalente, de los trasvases, donde la verdad se cuela en los decires, esto es, donde lo irrepresentable, lo real, hace presencia en el lenguaje. En cambio, en el segundo, el de la equivalencia, las palabras no son simbólicas, son el mundo, con el que comparten una comunidad de esencia. Aquí, el lenguaje, dice lo que es…

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Vigesimosegundo aforismo: «El sujeto es respuesta de lo real»

Se olvida, por propios y extraños, que el discurso del psicoanálisis es su práctica clínica. Lo que después teorizamos remite a esta fuente para ser vivificado por ella, impidiendo la deriva propia de todo saber hacia el discurso universitario. Es preciso no acomodarse nunca, mantener esta exigencia y mirar siempre los textos como un work in progress. Textos para nosotros en construcción, admitiendo que sean, para otros, objeto de destrucción. Es lógico y no tiene por qué asustarnos, estos interlocutores son más cercanos de lo que parece. El psicoanálisis suele haber alimentado los vástagos que se revuelven contra él. Toca escucharlos. Además de traernos el discurso de la época son, tras la práctica clínica, el principal estímulo con el que contamos. Las nuevas teorías literarias, filosóficas, políticas y de género, que surgieron en los años 50 y 60, le han venido achacando al psicoanálisis una sospechosa recuperación del sujeto. Pero su virulencia ha sido tal que llega a sorprendernos, máxime si tenemos en cuenta el papel pionero del psicoanálisis en el desmontaje de todo esencialismo ontológico. ¿Cuál será la razón para tanto ensañamiento?…

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Vigesimotercer aforismo: «No hay Otro del Otro»

La revelación que trajo la modernidad suele presentarse como una conquista del hombre. Se dice que accedió entonces a una autonomía que plasmó en un nuevo discurso, a la vez filosófico (Descartes) y científico (Galileo, Newton) con el que sacar al hombre de la órbita de Dios. Una conquista basada, sin embargo, en una pérdida. El hombre se aventuraba a desprenderse del relato mítico de la garantía con el que hasta entonces ordenaba el mundo. El todo que lo incluía dejó de ser tal. Y a partir de ese momento el relato se partió en dos. El de la garantía seguirá existiendo pero ya no lo ocupa todo, ha perdido su unidad. Los reyes seguirán siendo reyes por la gracia de Dios, pero pondrán sus finanzas en manos letradas. El nuevo método de observación prescinde de esa mirada exterior, pero esta liberación, que abre infinitos mundos a descubrir, se va a traducir en soledad. En una soledad sin gracia. Se ha abierto una brecha en relación al cosmos, como expresa el haiku de Issa: En una gota de rocío / un mundo de rocío / y sin embargo…

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Vigesimocuarto aforismo: «Hay Uno»

Me confieso conmovido. Menuda poda. Todavía repican los dos no hay expuestos en el aforismo anterior. Venía en pack dos por uno, y lo que no se llevó el primero se lo llevó el segundo. Levanto la vista. No queda otra que contemplar el espectáculo. Qué vacío. Es desolador. Me dan ganas de gritar. ¿Es que no ha quedado nada en pie después de tanta fórmula negativa? No hay respuesta. Lo sé, esto es un poco siniestro. ¡Me he quedado solo! Peor, me acompaña el eco de mi voz. ¿Qué ha ocurrido? Silencio. En la soledad sin Otro. En fin, recapitulemos un poco antes del siguiente impulso, antes de examinar la sustancia de esta extraña compañía que me murmura al oído lo que sí hay

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Vigesimoquinto aforismo: «No hay relación sexual (2)»

La comedia de los sexos, en dos actos. Cuaderno de dirección, diálogos y anotaciones. Prescindo del resto. Será nuestro libreto, la escritura que atrape lo imaginario para destilar gotitas de real. Leo solo dos pequeñas escenas, las previas a la formalización del enlace entre los amantes. En el horizonte, cómo evitar el naufragio posterior cuando enfrenten lo imposible que anida en su ser. Un vacío al que cada uno añadirá un relleno, su fantasía, origen del malentendido que desplegará, llegado el día, sus cuatro combinaciones.

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