Un fin de curso esperpéntico

Día 30 de mayo y no tenemos currículo oficial. En algunas Comunidades, como en la mía, ni tan solo tenemos calendario escolar. En otras que ya tenían, hace poco menos de una semana les han cambiado el que les impusieron por otro. Los centros educativos no saben, ni tan solo, si las optativas que están ofreciendo a su alumnado van a poder ofertarse porque, como he dicho antes, al no haber currículo definitivo se basan en borradores. No hay nadie al timón, ni en el Ministerio ni en ninguna administración educativa. Esto es lo que importa la educación en este país: NADA.

Proliferan las charlas de cientos de liberados de aula para hablar de las bondades del aula del futuro. Nos gastamos para cada una de esas aulas mucho más de lo que supondría tener, o bien más profesorado, o bien mejorar la conectividad y las infraestructuras de los centros. Por cierto, ¿a quién se le ocurre invertir tanto en aulas del futuro cuando las del presente las tenemos hechas unos zorros? Supongo que a los mismos que se gastan millones de euros enviando a su profesorado de vacaciones pagadas en verano, subvencionan cursos de formación en reiki educativo o, simplemente, contratan a amigos y parientes para llevar ciertos temas educativos en diferentes administraciones. A ver, que lo de Wert y su querida (o siendo Wert el querido) ya fue de traca en su momento. Nada, que ya veis para qué gestionan algunos la educación. La Ministra actual para ser la sucesora de Lambán en Aragón. La anterior para ser nombrada embajadora en el Vaticano. Es que lo de las puertas giratorias también hiede en el ámbito educativo. Más aún en una Consejería en la que, por lo visto, lo único que quieren los que la ocupan es medrar o otros lugares. Ya veis qué importancia le dan los políticos a la educación.

Estamos haciendo evaluaciones con una normativa de evaluación infumable. No la entienden ni los que la han redactado. Se está hablando de seleccionar libros de texto para primero y tercero de ESO (que son los cursos que se adecúan a la LOMLOE el curso que viene) sin saber, ni tan solo qué contenidos deben darse. Lo del lenguaje neopedagógico, vacío de contenido, está desde la primera hasta la última línea de la nueva Ley y de sus acompañamientos legislativos. Lenguaje vacío. Sí, el mismo lenguaje vacío de la mayoría de gurús que suben a tarimas, ciertos pedagogos intentando justificar ciertas cosas que son imposibles de justificar o, simplemente, mamporreros de los medios que escriben, después de haber hecho la consabida genuflexión a sus amos, insultando a todo el colectivo docente de forma cada vez más faltona.

Si queréis entro en cómo tratan a los interinos o a los que quieren presentarse a una plaza de funcionario docente. Ni tan solo se aclaran los que están haciendo el proceso. Eso sí, miles de personas, amén de sus familias, pendientes de cómo se articulará el proceso. Bueno, nosotros hasta la semana pasada nos íbamos a otro centro educativo a dar clase el curso que viene. Ahora vamos a ser más de dos mil quinientos alumnos en el nuestro y no nos vamos a ir. Somos marionetas de decisiones tomadas con el ojete. No hay derecho.

Vivimos en un despiporre educativo. A mí, sinceramente, cobrando cada mes, podría traerme al pairo lo anterior pero, por simple egoísmo (tengo una hija), me interesa que la educación funcione. Que recupere su función de ascensor social (eso que tan poco les gusta a algunos). Que permita que la mayoría de alumnado pueda aprender. Que no seamos un colectivo masacrado por decir que hay alumnado que molesta en clase e impide el aprendizaje de sus compañeros. Es la realidad. Nos puede gustar más o menos pero es lo que hay y tiene difícil solución solo por parte de la institución escolar. Y si queremos que todo el alumnado aprenda, lo debemos hacer en unas determinadas condiciones, con unos recursos determinados y sin necesidad de, tal y como defienden algunos, “ganarnos el respeto”. No. No debemos ganarnos el respeto. Debemos poder dar clase. Nuestra función no debería ser la de censores de la disciplina. Nuestra función debería ser poder atender a todo el alumnado que tenemos de la mejor manera posible, con los recursos necesarios y en entornos de aprendizaje. Y si alguien no lo entiende, quizás es que no da clase en ciertas etapas, ni sufre a ciertos compañeros de pupitre. No es corporativismo. Es pedir poder trabajar por el bien del alumnado. De todo el alumnado.

Este fin de curso está siendo más esperpéntico que el anterior. Y ahora sin pandemia que lo justifique. La educación nunca ha importado a la clase política por mucho que, en ocasiones, haya debates acerca de si yo hago una Ley o tú haces otra. Son debates ideológicos, no educativos. No olvidemos, como me dijo alguien por teléfono hace unos días, los mayores antifranquistas salieron de escuelas franquistas. Y eso es algo que, al menos a mí, me da esperanza.

Ya hemos puesto en la picota a los profesionales de la educación. Ya hemos hurtado todas las posibilidades para el alumnado que parte de una situación más vulnerable. Ya hemos vendido un discurso buenista para no hablar de lo que realmente importan. Ya han conseguido unos, con el apoyo de otros (entre ellos algunos docentes), vendernos como normalidad lo que no es nada más que una ópera bufa. Una realidad deformada y grotesca y la degradación de los valores consagrados a una situación ridícula. Un auténtico esperpento al fin y al cabo.

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