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I<br />
Era <strong>un</strong> hermoso día de otoño a finales de<br />
la década de 1830. Por aquel entonces había en<br />
Uppsala <strong>un</strong>a alta casa amarilla de dos pisos, que<br />
se erigía, extrañamente solitaria, en medio de <strong>un</strong><br />
pequeño y muy apartado prado en las afueras de la<br />
ciudad. Era <strong>un</strong>a casa bastante fea e inhóspita, pero<br />
la embellecía la frondosa enredadera que reptaba<br />
por la parte soleada de la fachada ambarina, tan alto<br />
que enmarcaba las tres ventanas del piso superior.<br />
En <strong>un</strong>a habitación al otro lado de <strong>un</strong>a de esas<br />
ventanas enmarcadas por la enredadera se hallaba<br />
<strong>un</strong> estudiante desay<strong>un</strong>ando. Era <strong>un</strong> mozo alto y<br />
guapo, de aspecto distinguido. Llevaba el cabello,<br />
que se le ondulaba con gracia, peinado hacia atrás,<br />
muy retirado de la frente, a<strong>un</strong>que <strong>un</strong> mechón le<br />
caía continuamente sobre los ojos. Vestía <strong>un</strong> atuendo<br />
cómodo y holgado, pero muy elegante.<br />
9
La habitación estaba bellamente decorada,<br />
con <strong>un</strong> buen sofá, sillas tapizadas, <strong>un</strong> amplio escritorio<br />
y <strong>un</strong>as magníficas estanterías en las que,<br />
sin embargo, no había apenas libros.<br />
Antes de que se bebiera el café, entró otro estudiante.<br />
Era muy distinto a él: bajo y de anchos<br />
hombros, robusto, fuerte, feo, de rostro grande,<br />
cabello fino y piel tosca.<br />
—Hede —dijo—, he venido a hablar muy<br />
seriamente contigo.<br />
—¿Estás en <strong>un</strong> aprieto?<br />
—¡Oh, no, yo no! —respondió el otro—. Eres<br />
más bien tú quien lo está.<br />
Guardó silencio <strong>un</strong> momento, con los ojos<br />
bajos.<br />
—Caramba, qué incómodo es tener que decírtelo<br />
—continuó.<br />
—¡Pues entonces no lo digas! —sugirió Hede,<br />
a quien tal solemne gravedad le había dado ganas<br />
de reír.<br />
—Eso es precisamente lo que ya no puedo<br />
hacer, callarme —replicó el visitante—. Debería<br />
haber hablado contigo hace mucho tiempo, pero,<br />
como comprenderás, me resulta muy difícil.<br />
No puedo evitar pensar que estarás diciéndote:<br />
«Mira, el Gustav Ålin este, hijo de <strong>un</strong>o de mis<br />
jornaleros, se cree ahora con derecho a leerme la<br />
cartilla».<br />
10
—¡Por Dios, Ålin —contestó Hede—, cómo<br />
puedes creer que voy a pensar algo así! Pero si mi<br />
abuelo paterno era hijo de <strong>un</strong> campesino.<br />
—Sí, pero hoy ya nadie se acuerda de eso<br />
—dijo Ålin, mientras su figura tosca y pesada adquiría<br />
por momentos modales más rústicos, como<br />
si eso pudiera ayudarle a superar la vergüenza—.<br />
Mira, cuando pienso en la diferencia que hay entre<br />
tu familia y la mía, creo que debería callarme; pero<br />
cuando recuerdo que fue tu padre quien en su momento<br />
me facilitó el acceso a los estudios, entonces<br />
veo que debo hablar.<br />
Hede lo contempló con <strong>un</strong>a bella expresión en<br />
la mirada:<br />
—Habla pues —le conminó—, y así cesará tu<br />
apuro.<br />
—Lo que ocurre —expuso Ålin— es que me<br />
he enterado de que no haces nada de nada. Parece<br />
que apenas has abierto <strong>un</strong> libro en los cuatro semestres<br />
que llevas matriculado en la Universidad.<br />
Dicen que no haces más que tocar el violín todo el<br />
día; y me lo creo, pues antaño, cuando estabas en<br />
la escuela de Fal<strong>un</strong>, tampoco querías hacer ning<strong>un</strong>a<br />
otra cosa: lo que pasa es que allí te obligaban a<br />
trabajar.<br />
Hede se enderezó en su silla, algo rígido. A<br />
Ålin se le veía cada vez más azorado, pero prosiguió<br />
con tenaz resolución:<br />
11
—Pareces pensar que alguien que tiene en propiedad<br />
<strong>un</strong>a finca como la de M<strong>un</strong>khyttan debería<br />
poder hacer lo que le dé la gana: trabajar, si quiere;<br />
o no hacerlo, si no le apetece. Si te licencias, bien;<br />
si no te licencias, bien también, ya que en todo caso<br />
no quieres ser nada más que terrateniente, y aspiras<br />
a vivir en M<strong>un</strong>khyttan toda la vida. Te entiendo<br />
perfectamente, sé que esas son tus intenciones.<br />
Hede callaba, mientras a Ålin le parecía verlo<br />
rodeado de <strong>un</strong> halo de distinción, el mismo que a<br />
los ojos de Ålin siempre acompañó a su padre, el<br />
Vicepresidente de la J<strong>un</strong>ta de Minas, y a su madre,<br />
la Vicepresidenta. 1<br />
—Pero se da la circ<strong>un</strong>stancia —continuó con<br />
cautela— de que M<strong>un</strong>khyttan ya no es lo que era<br />
entonces, cuando la mina de hierro producía. Eso<br />
sin duda lo sabía tu padre, y por ello antes de su<br />
muerte decidió que tú debías estudiar. Tu madre<br />
también lo sabe, la pobre, lo sabe todo el pueblo. El<br />
único que no sabe nada eres tú, Hede.<br />
—¿Insinúas —preg<strong>un</strong>tó Hede <strong>un</strong> tanto irritado—<br />
que yo no sé que la mina ya no puede explotarse?<br />
1. La J<strong>un</strong>ta de Minas (Bergskollegium) era <strong>un</strong> organismo<br />
de la administración central sueca creado en 1637 con la misión<br />
de dirigir y controlar la industria minera y metalúrgica.<br />
Desapareció en 1857, cuando sus f<strong>un</strong>ciones fueron asumidas<br />
por la J<strong>un</strong>ta de Comercio.<br />
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—Ah, no —respondió Ålin—, eso lo sabes<br />
muy bien, pero de lo que no estás al tanto es de que<br />
M<strong>un</strong>khyttan no vale nada. ¡Reflexiona y te darás<br />
cuenta de que allá, en casa, en Dalecarlia occidental,<br />
no es posible vivir de la agricultura! Bueno, no<br />
sé por qué tu madre te lo ha ocultado. Pero ella tiene<br />
el control de la herencia indivisa, así que no necesita<br />
pedirte ningún consejo. No obstante, todo el<br />
m<strong>un</strong>do sabe que su situación es apurada: dicen que<br />
anda todo el tiempo pidiendo préstamos. A buen<br />
seguro no ha querido preocuparte con sus problemas,<br />
y en vez de eso intentará ir tirando hasta que<br />
te licencies. No quiere vender la propiedad antes de<br />
que hayas acabado y tengas <strong>un</strong> nuevo hogar.<br />
Hede se levantó y dio <strong>un</strong>a vuelta por la habitación.<br />
Finalmente, se detuvo frente a Ålin:<br />
—Pero amigo mío, estás tratando de meterme<br />
en la cabeza <strong>un</strong> sinfín de tonterías. Si somos ricos...<br />
—Soy perfectamente consciente de que aún<br />
gozáis de gran prestigio en nuestra tierra —declaró<br />
Ålin—. Pero comprenderás que nada puede durar<br />
siempre, cuando no se deja de gastar, sin que haya<br />
ningún ingreso. La situación era distinta cuando teníais<br />
la mina.<br />
Hede se volvió a sentar.<br />
—Mi madre me habría informado de todo<br />
esto. Te estoy agradecido, Ålin, pero creo que te has<br />
dejado asustar por los chismes que circulan.<br />
13
—Bien, ya me figuraba que no tenías ni idea<br />
—replicó Ålin con obstinación—. En M<strong>un</strong>khyttan<br />
tienes a tu madre ahorrando y afanándose para poder<br />
enviarte dinero aquí a Uppsala, y para poder<br />
recibirte con alegría cuando al final de cada semestre<br />
vuelves a casa. Y mientras tanto tú estás aquí<br />
ocioso, porque no sabes el peligro que te acecha. Yo<br />
ya no puedo soportar más el ver cómo os engañáis<br />
el <strong>un</strong>o a la otra. Tu señora madre cree que tú estás<br />
estudiando, y tú crees que ella es rica. No puedo<br />
quedarme mirando cómo arruinas tu futuro sin decirte<br />
nada.<br />
Hede se quedó <strong>un</strong> rato en silencio, sumido en<br />
cavilaciones. Luego se levantó y le tendió a Ålin la<br />
mano con <strong>un</strong>a triste sonrisa:<br />
—Como comprenderás, sé que dices la verdad,<br />
pero no quiero creerte. ¡Gracias!<br />
Ålin le estrechó la mano, radiante de felicidad.<br />
—Entiende, Hede, que nada está perdido,<br />
siempre y cuando te pongas a trabajar. Con la cabeza<br />
que tienes, serás capaz de licenciarte en siete u<br />
ocho semestres.<br />
Hede se puso derecho.<br />
—Tranquilo, Ålin. A partir de ahora me aplicaré.<br />
Ålin se levantó y se dirigió a la puerta, si bien<br />
con paso muy vacilante. Antes de haber llegado al<br />
umbral, se volvió.<br />
14
—Querría <strong>un</strong>a cosa más —dijo, mientras de<br />
nuevo se turbaba sobremanera—. Querría pedirte<br />
que me dejaras el violín, hasta que te pongas al día<br />
con tus estudios.<br />
—¿Que te deje el violín?<br />
—Sí, envuélvelo en la f<strong>un</strong>da de seda, mételo<br />
en su estuche y permíteme que me lo lleve, pues de<br />
lo contrario no vas a ponerte a estudiar. Antes de que<br />
haya salido por la puerta, estarás ya tocando. Tienes<br />
<strong>un</strong>a adicción tan fuerte que no vas a poder resistir<br />
la tentación mientras el violín esté aquí. Una cosa<br />
así no puede superarse sin ayuda. Es demasiado poderosa.<br />
Hede, reacio, no se movió.<br />
—Eso es <strong>un</strong>a tontería —dijo.<br />
—No, no es ning<strong>un</strong>a tontería. Sabes bien que<br />
en eso has salido a tu padre, llevas la música en la<br />
sangre. Y desde que vives solo aquí en Uppsala, no<br />
has hecho más que tocar sin parar. Te has buscado<br />
<strong>un</strong>a casa en las afueras precisamente para no molestar<br />
a nadie con el violín. Tú solo no podrás controlar<br />
el impulso. ¡Déjame que me lo lleve!<br />
—Bueno —repuso Hede—, antes no habría<br />
podido controlar el impulso de tocar. Pero ahora se<br />
trata de M<strong>un</strong>khyttan. Le tengo más amor a mi casa<br />
que a mi violín.<br />
Pero Ålin, con tenacidad, siguió pidiéndole<br />
que le diera el instrumento.<br />
15
—¿De que servirá? —arguyó Hede—. Si tengo<br />
deseos de tocar, no me hace falta ir muy lejos<br />
para pedir prestado otro violín.<br />
—Ya lo sé —contestó Ålin—, pero creo que<br />
con otro no será lo mismo. Es este viejo violín italiano<br />
el que entraña para ti el mayor peligro. Y además<br />
pensaba sugerirte que te encierres <strong>un</strong>os cuantos<br />
días al principio, hasta que cojas el ritmo.<br />
Continuó rogando y suplicando, pero Hede se<br />
mantenía en sus trece. No quería someterse a algo<br />
tan ridículo como <strong>un</strong> arresto domiciliario. Ålin se<br />
puso rojo como la grana.<br />
—Me llevo el violín conmigo —insistió, acalorado<br />
e impaciente—. De lo contrario, todo<br />
esto no habrá servido para nada. No pensaba hablar<br />
del tema, pero ocurre que no se trata solo de<br />
M<strong>un</strong>khyttan. La primavera pasada, en el baile de fin<br />
de semestre, conocí a <strong>un</strong>a chica que, según decían,<br />
era tu prometida. Bueno, yo no suelo bailar, pero<br />
me encantó verla deslizarse al ritmo de la música,<br />
radiante y luminosa como <strong>un</strong>a flor de la pradera. Y<br />
cuando me enteré de que era tu novia, sentí lástima<br />
por ella.<br />
—¿Sentiste lástima?<br />
—Oh sí, pues yo sabía que si continuabas así,<br />
no ibas a llegar a nada en la vida. De modo que<br />
me juré que esa muchacha no estaría eternamente<br />
a la expectativa de algo que n<strong>un</strong>ca iba a suceder, no<br />
16
se ajaría ni se marchitaría esperándote. No quiero<br />
encontrármela dentro de <strong>un</strong>os años con el rostro<br />
tenso y <strong>un</strong> prof<strong>un</strong>do rictus en torno a la boca...<br />
Se interrumpió. La mirada de Hede se hallaba<br />
posada en él, muy inquisitiva.<br />
G<strong>un</strong>nar Hede se había percatado de que a Ålin<br />
le gustaba su prometida. Le conmovió prof<strong>un</strong>damente<br />
que este quisiera salvarle a él en esas circ<strong>un</strong>stancias,<br />
y bajo el efecto de ese sentimiento, cedió y<br />
consintió en darle el violín.<br />
Una vez Ålin se hubo marchado, Hede se puso<br />
a estudiar como <strong>un</strong> loco, pero al cabo de <strong>un</strong>a hora,<br />
soltó el libro.<br />
¡Como si estudiar valiese la pena! No acabaría<br />
antes de tres o cuatro años, y ¿quién podía asegurar<br />
que mientras tanto la finca no sería vendida?<br />
Casi con espanto, se dio cuenta de lo mucho<br />
que amaba aquel viejo lugar. Era <strong>un</strong> auténtico hechizo.<br />
Veía ante sí todas sus estancias, todos sus árboles.<br />
Si se quedaba sin esas cosas, no sería feliz. ¡Y<br />
ahora se le escapaban, mientras se veía obligado a<br />
recluirse con sus libros!<br />
Su preocupación crecía, y sentía cómo la sangre<br />
se le agolpaba en las sienes como si tuviese fiebre.<br />
Y su inquietud se trocó en desesperación al no<br />
poder agarrar el violín y tocar para calmarse.<br />
—Dios mío —dijo—, este Ålin va a acabar por<br />
volverme loco. ¡Primero me viene con semejantes<br />
17
noticias, y luego me arrebata el violín! Alguien como<br />
yo necesita sentir <strong>un</strong> arco entre los dedos, tanto en<br />
la alegría como en la pena. Tengo que hacer algo,<br />
tengo que conseguir dinero, pero no se me ocurre<br />
qué ni cómo. No puedo pensar sin el violín.<br />
Le desquiciaba el hecho de estar prisionero,<br />
atado a sus libros. Era <strong>un</strong>a locura ponerse a estudiar<br />
durante tanto tiempo para conseguir <strong>un</strong>a licenciatura<br />
cuando lo que necesitaba era dinero, dinero,<br />
dinero...<br />
No toleraba la idea de hallarse encerrado. Sentía<br />
tanta ira hacia Ålin, por ser el artífice de ese despropósito,<br />
que temía llegar a ser capaz de pegarle,<br />
en caso de que regresara.<br />
¡Pues claro que se habría aferrado al violín, si lo<br />
hubiera tenido consigo! Pero es que eso era lo que<br />
necesitaba. El desasosiego le hacía hervir la sangre<br />
de tal forma, que estaba a p<strong>un</strong>to de volverse loco.<br />
Justo en el momento en que Hede añoraba su<br />
violín más que n<strong>un</strong>ca, llegó <strong>un</strong> músico ambulante<br />
que se puso a tocar en el patio. Se trataba de <strong>un</strong> anciano<br />
ciego que desafinaba y tocaba sin sentimiento,<br />
pero a Hede le emocionó tanto oír <strong>un</strong> violín<br />
justo entonces, que aguzó el oído mientras cruzaba<br />
las manos y las lágrimas le brotaban de los ojos.<br />
Y <strong>un</strong> instante después, abrió de golpe la ventana<br />
y, agarrándose a la enredadera, se deslizó hacia el<br />
suelo. No sintió remordimiento alg<strong>un</strong>o por aban-<br />
18
donar el estudio. Estaba convencido de que aquel<br />
violín había llegado a su patio sólo para consolarle<br />
en su desgracia.<br />
Hede, por supuesto, no había n<strong>un</strong>ca solicitado<br />
nada de manera tan sumisa como ahora, cuando<br />
le tocó rogar al viejo ciego que le prestara su violín.<br />
Le suplicó con la gorra en la mano, a<strong>un</strong>que el<br />
hombre no veía tres en <strong>un</strong> burro. Este no parecía<br />
comprender lo que se le pedía, así que Hede se volvió<br />
hacia la niña que le hacía de lazarillo e, inclinándose<br />
ante la pobre chiquilla, repitió su ruego.<br />
Ella le miró de la manera en que lo hacen aquellos<br />
que han de tener ojos para dos. Su mirada le brotó<br />
tan firme de las grandes pupilas grises, que a<br />
Hede le pareció sentir cómo se posaba en su cuello<br />
para apreciar su recién almidonado encaje; luego<br />
en su torso, para admirar su bien cepillado gabán;<br />
y finalmente en sus pies, para contemplar sus relucientes<br />
botas.<br />
A Hede n<strong>un</strong>ca le habían pasado revista de esa<br />
forma, y vio claramente que esos ojos iban a emitir<br />
<strong>un</strong> juicio desaprobatorio.<br />
Pero no fue así. La muchacha tenía <strong>un</strong>a sonrisa<br />
peculiar. Su rostro mostraba <strong>un</strong>a expresión tan seria<br />
que, cuando sonreía <strong>un</strong> poco, daba la sensación<br />
de que era la primera y última vez que adquiría <strong>un</strong><br />
aspecto medianamente alegre. Y en ese momento sus<br />
labios esbozaron <strong>un</strong>a de aquellas escasas sonrisas.<br />
19
Cogió el violín de manos del viejo y se lo alargó<br />
a Hede.<br />
—Toca el vals de El cazador furtivo 2 —exigió.<br />
A Hede le pareció extraño que le pidieran<br />
que tocase <strong>un</strong> vals en ese momento, pero le daba<br />
igual tocar <strong>un</strong>a cosa u otra, con tal de tener <strong>un</strong><br />
arco en la mano.<br />
Era justo lo que le hacía falta: el violín de inmediato<br />
comenzó a ejercer su efecto lenitivo, hablándole<br />
con sus notas débiles y chirriantes. «No<br />
soy más que el violín de <strong>un</strong> pobre —decía—, pero,<br />
tal como soy, sirvo de consuelo y de ayuda a <strong>un</strong><br />
miserable ciego. Para él, constituyo la luz, el color y<br />
la claridad. Soy yo quien alivia su pobreza, su vejez<br />
y su ceguera».<br />
Hede sintió cómo el horrible desánimo que le<br />
había hecho perder la esperanza empezaba a alejarse<br />
de él. «Eres joven y fuerte —proseguía el violín—,<br />
capaz de luchar y pelear. Puedes retener aquello que<br />
quiere escaparse. ¿Por qué te muestras tan afligido<br />
y desalentado?».<br />
Hede al principio tocaba con los ojos bajos,<br />
pero ahora alzó la cabeza para contemplar a los<br />
que le rodeaban. En el patio se había formado <strong>un</strong><br />
2. Der Freischütz (El cazador furtivo): ópera alemana en<br />
tres actos con música de Carl Maria von Weber y libreto de<br />
Friedrich Kind, estrenada en 1821. En ella <strong>un</strong>a joven salva a<br />
<strong>un</strong> cazador de <strong>un</strong> pacto con el diablo.<br />
20
pequeño grupo de niños y transeúntes que habían<br />
acudido a escuchar la música.<br />
A<strong>un</strong>que no solo habían venido por la música:<br />
el ciego y la niña lazarillo no constituían toda la<br />
tropa. Frente a Hede, se hallaba <strong>un</strong> personaje en<br />
leotardos y lentejuelas, que tenía sus desnudos brazos<br />
cruzados sobre el pecho. Tenía aspecto viejo y<br />
cansado, pero Hede no pudo evitar pensar que era<br />
<strong>un</strong> tipo enorme, con su ancho pecho y sus largos<br />
bigotes. Y al lado estaba su mujer, pequeña y regordeta<br />
y ya tampoco muy joven, pero radiante de<br />
felicidad, con sus lentejuelas y su falda de gasa meciéndose<br />
al viento.<br />
Durante los primeros compases de la música<br />
permanecieron inmóviles, contando los tiempos. Al<br />
poco, se les formó <strong>un</strong>a pequeña sonrisa en el rostro,<br />
se cogieron de la mano y, bailando, se colocaron<br />
sobre <strong>un</strong>a pequeña alfombra de retales.<br />
Hede reparó en que, durante todos los números<br />
acrobáticos que a continuación ejecutaron, la<br />
mujer se quedaba casi del todo quieta, mientras el<br />
hombre, solo, llevaba a cabo los ejercicios: saltaba<br />
por encima de ella, hacía la rueda a su alrededor, y<br />
daba volteretas sobre su cabeza. La mujer prácticamente<br />
no hacía otra cosa que tirar besos al público.<br />
Pero la verdad es que Hede no les hacía mucho<br />
caso. El arco había comenzado a volar sobre las<br />
cuerdas, al tiempo que le recordaba la felicidad que<br />
21
proporcionan la lucha y la conquista. Casi parecía<br />
congratularle a él por estar en <strong>un</strong>a situación tan delicada.<br />
Así que Hede seguía tocando, con creciente<br />
valor y esperanza, sin pensar en los viejos acróbatas.<br />
Pero, de pronto, notó la inquietud de estos,<br />
que dejaron de sonreír y de lanzar besos al público.<br />
El hombre dio <strong>un</strong> mal salto, y la mujer comenzó a<br />
mecerse al compás de la música.<br />
Hede tocaba cada vez con mayor ardor. Terminó<br />
El cazador furtivo y acometió <strong>un</strong>a antigua melodía<br />
característica de <strong>un</strong> fa<strong>un</strong>o de los torrentes, 3<br />
que solía volver loco a todo el m<strong>un</strong>do cuando se<br />
tocaba en <strong>un</strong>a fiesta campestre. Los viejos acróbatas,<br />
mudos de asombro, perdieron por completo la<br />
compostura. Hasta que llegó <strong>un</strong> momento en que<br />
ya no pudieron resistirse. Cogidos del brazo, dieron<br />
<strong>un</strong> paso adelante y se pusieron a bailar el vals sobre<br />
la polícroma alfombra.<br />
¡Y bailaron sin parar! Con pasitos cortos, dando<br />
pequeñas y cerradas vueltas, sin salirse de la alfombra.<br />
Sus rostros resplandecían de alegría y entusiasmo,<br />
invadidos de felicidad juvenil y arrebato<br />
amoroso.<br />
3. El genio o fa<strong>un</strong>o de los torrentes (strömkarl o näck en<br />
sueco) es en la mitología escandinava y germánica <strong>un</strong> espíritu<br />
del agua. Habitante de los lagos, ríos y riachuelos, puede, cual<br />
sirena, hechizar a cuantos se crucen en su camino, especialmente<br />
tocando el violín.<br />
22
La multitud se regocijó al verlos bailar. El semblante<br />
de la pequeña y adusta lazarillo se iluminó<br />
con <strong>un</strong>a gran sonrisa, y Hede experimentó <strong>un</strong>a gran<br />
excitación.<br />
¡He aquí lo que su violín era capaz de conseguir:<br />
enardecer a la gente! Tenía en sus manos <strong>un</strong><br />
gran poder. Podía tomar posesión de su reino en<br />
cualquier momento. Bastarían <strong>un</strong>os dos años de estudio<br />
en el extranjero con <strong>un</strong> gran maestro, y después<br />
podría dar la vuelta al m<strong>un</strong>do y, con su música,<br />
ganar dinero, gloria, fama.<br />
Hede pensó entonces que los acróbatas habían<br />
acudido allí para decirle eso, para indicarle cuál era<br />
su camino: <strong>un</strong> camino que se abría ante él, amplio<br />
y luminoso. Se dijo a sí mismo: «Eso es lo que quiero,<br />
quiero ser músico, tengo que serlo. Será mucho<br />
mejor que estudiar. Soy capaz de hechizar a la gente<br />
con mi violín, puedo hacerme rico».<br />
Hede dejó de tocar. Los acróbatas se acercaron<br />
de inmediato a felicitarle. El hombre le dijo que su<br />
nombre era Blomgren: ese era su nombre civil, pues<br />
como nombre artístico usaba otro. Él y su esposa<br />
eran veteranos del circo. La señora Blomgren había<br />
sido antes la señorita Viola, que volaba a lomos de<br />
<strong>un</strong> caballo. Y aún hoy, a pesar de que habían dejado<br />
el circo, eran artistas, artistas apasionados. Él ya había<br />
tenido la oport<strong>un</strong>idad de comprobarlo: por eso<br />
no habían podido resistirse a su música.<br />
23
Hede los acompañó durante <strong>un</strong> par de horas.<br />
No podía separarse del violín, y además le<br />
gustaba el entusiasmo de los viejos artistas hacia<br />
su profesión. De paso se probaba a sí mismo.<br />
«Quiero ver si tengo la vena artística, quiero ver<br />
si puedo provocar emoción, quiero ver si puedo<br />
arrastrar a los niños y a los holgazanes de acá para<br />
allá».<br />
Para su peregrinación, el señor Blomgren se<br />
echó a los hombros <strong>un</strong> gabán viejo y raído, mientras<br />
que la señora Blomgren se cubría con <strong>un</strong>a capa<br />
marrón de corte redondo, y, así guarnecidos, caminaron<br />
al lado de Hede, charlando.<br />
El señor Blomgren no quería hablar de toda la<br />
gloria que él y la señora Blomgren habían cosechado<br />
en la época en que trabajaban para <strong>un</strong> circo de<br />
verdad. Pero el director había despedido a la señora<br />
Blomgren, bajo el pretexto de que había engordado<br />
mucho. El señor Blomgren no había sido despedido,<br />
pero había presentado su dimisión. Nadie confiaría<br />
en él si se quedaba al servicio de <strong>un</strong> director<br />
que había despedido a su esposa.<br />
La señora Blomgren amaba su oficio, y por<br />
ella el señor Blomgren había decidido convertirse<br />
en <strong>un</strong> artista independiente, para que ella pudiera<br />
continuar actuando. En invierno, cuando hacía<br />
demasiado frío para dar espectáculos en la calle, se<br />
prodigaban en tiendas de campaña. Tenían <strong>un</strong> re-<br />
24
pertorio muy rico, con pantomimas, números de<br />
magia y juegos malabares.<br />
El circo, no el arte, los había echado, decía el<br />
señor Blomgren. Así que ellos servían al arte, valía<br />
la pena serle fiel hasta la muerte. ¡Siempre, siempre<br />
serían artistas! Eso pensaba el señor Blomgren,<br />
y la señora Blomgren estaba completamente de<br />
acuerdo.<br />
Hede escuchaba sin decir nada. Sus pensamientos<br />
andaban errantes, inquietos, de proyecto<br />
en proyecto. A veces a <strong>un</strong>o le ocurren cosas que<br />
constituyen símbolos, signos que hay que descifrar.<br />
Lo que le estaba ocurriendo ahora tenía <strong>un</strong> sentido.<br />
Si era capaz de desentrañarlo correctamente, podría<br />
tomar <strong>un</strong>a decisión sabia.<br />
El señor Blomgren pidió entonces al estudiante<br />
que prestara <strong>un</strong> poco de atención a la pequeña lazarillo.<br />
¿Había visto sus ojos? ¿No le parecía a él que<br />
esos ojos tenían que significar algo? ¿Podía alguien<br />
tener esos ojos sin estar destinado a algo grande?<br />
Hede se volvió a mirar a la pálida muchachita.<br />
Efectivamente, sus ojos eran como estrellas en <strong>un</strong>as<br />
tristes y <strong>un</strong> tanto demacradas facciones.<br />
—Nuestro Señor sabe siempre lo que hace<br />
—dijo la señora Blomgren—, y hasta creo que tiene<br />
<strong>un</strong> sentido hacer que <strong>un</strong> artista como el señor<br />
Blomgren actúe en la calle. Pero ¿en qué pensaba<br />
cuando le dio a esta niña esos ojos y esa sonrisa?<br />
25
—Le diré algo —añadió el señor Blomgren—.<br />
No tiene la menor disposición artística. ¡Con esos<br />
ojos!<br />
Hede comenzó a sospechar que no le hablaban<br />
a él, sino que el discurso iba dirigido a la niña, que<br />
iba detrás de ellos y podía oír todo lo que decían.<br />
—No tiene más que trece años y, por tanto, no<br />
es en absoluto vieja para aprender, pero es imposible,<br />
imposible, carece por completo de talento. Enséñele<br />
a coser, señor estudiante, si no quiere perder<br />
el tiempo, ¡pero no intente enseñarle a hacer el pino!<br />
—Esa sonrisa vuelve a la gente loca —continuó<br />
el señor Blomgren—. Solo por esa sonrisa recibe<br />
la chica ofertas constantes de familias que desean<br />
adoptarla. Podría crecer en <strong>un</strong>a casa rica, si quisiera<br />
abandonar a su abuelo. ¿Pero a qué tener <strong>un</strong>a sonrisa<br />
que vuelve a la gente loca, si n<strong>un</strong>ca va a querer<br />
subirse a <strong>un</strong> caballo o a <strong>un</strong> trapecio?<br />
—Conocemos a otros artistas —expuso la señora<br />
Blomgren—, que recogen a niños de la calle<br />
para enseñarles el oficio, cuando ellos mismos ya<br />
no están en condiciones de actuar. Más de <strong>un</strong>o ha<br />
logrado crear <strong>un</strong>a estrella, y hacerle ganar <strong>un</strong>a enorme<br />
cantidad de dinero. Pero el señor Blomgren y yo<br />
n<strong>un</strong>ca hemos pensado en el beneficio económico,<br />
solo soñamos con ver a Ingrid volar a través de <strong>un</strong><br />
aro, mientras el circo entero se deshace en aplausos.<br />
Sería como empezar <strong>un</strong>a nueva vida.<br />
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—¿Por qué conservamos a su abuelo? —se preg<strong>un</strong>tó<br />
el señor Blomgren—. ¿Es <strong>un</strong> artista digno de<br />
nosotros? Podríamos tener a <strong>un</strong> ex miembro de <strong>un</strong>a<br />
gran orquesta. Pero adoramos a la muchacha, no<br />
podríamos deshacernos de ella, y por ella conservamos<br />
al viejo.<br />
—¿No es cruel por su parte que no nos permita<br />
convertirla en <strong>un</strong>a gran artista? —concluyeron<br />
ambos.<br />
Hede miró a su alrededor. La pequeña lazarillo<br />
caminaba j<strong>un</strong>to a ellos con <strong>un</strong> gesto de resignado<br />
sufrimiento estampado en el rostro. Al verla, comprendió<br />
que estaba convencida de que alguien que<br />
no supiera bailar en la cuerda floja, era <strong>un</strong>a criatura<br />
inútil y despreciable.<br />
Justo en ese momento entraban en otra finca,<br />
pero, antes de comenzar a actuar, Hede se subió a<br />
<strong>un</strong>a carretilla puesta boca abajo y echó <strong>un</strong> pequeño<br />
sermón.<br />
En él defendió a la pobre lazarillo. Reprochó al<br />
señor y a la señora Blomgren el querer entregarla<br />
al público, inmenso y cruel, que la amaría y aplaudiría<br />
durante <strong>un</strong> tiempo, para después, al estar ella<br />
ya vieja y agotada, dejarla arrastrarse por las calles<br />
bajo la lluvia de otoño y el frío de invierno. No, el<br />
verdadero artista es el que hace feliz a sus congéneres.<br />
Ella, Ingrid, guardaría sus ojos y su sonrisa<br />
para <strong>un</strong>a única persona, <strong>un</strong>a persona que jamás la<br />
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abandonaría mientras viviese, sino que le ofrecería<br />
<strong>un</strong> hogar protector.<br />
Las lágrimas se agolparon a los ojos de Hede<br />
mientras decía estas palabras. Hablaba más para<br />
sí mismo que para los demás, pues de pronto le<br />
invadió <strong>un</strong> repentino terror ante la idea de lanzarse<br />
al m<strong>un</strong>do, separándose de la tranquila vida<br />
hogareña.<br />
Entonces, vio cómo los grandes ojos de estrella<br />
de la pequeña comenzaban a brillar. Era como<br />
si hubiera entendido todo lo que había dicho. Era<br />
como si de nuevo se atreviera a vivir.<br />
Pero el señor Blomgren y su esposa se habían<br />
puesto muy serios. Estrecharon la mano de<br />
Hede, prometiéndole que n<strong>un</strong>ca volverían a intentar<br />
empujar a la niña a la carrera artística. Ella<br />
escogería su propio camino. El discurso los había<br />
emocionado. Como artistas que eran, apasionados<br />
artistas, entendían lo que quería decir cuando<br />
hablaba de lealtad y amor.<br />
Después de eso, Hede se separó de ellos y regresó<br />
a casa. Ya no deseaba encontrar algún significado<br />
secreto a esa aventura. Después de todo, lo<br />
único que había hecho era intentar evitar que la<br />
pobre niña muriera de pena a causa de la ineptitud<br />
que le reprochaban.<br />
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