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CAPÍTULO LXII. Que trata de la aventura de la cabeza encantada ...

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CAPÍTULO <strong>LXII</strong>. <strong>Que</strong> <strong>trata</strong> <strong>de</strong> <strong>la</strong> <strong>aventura</strong> <strong>de</strong> <strong>la</strong> <strong>cabeza</strong><br />

<strong>encantada</strong>, con otras niñerías que no pue<strong>de</strong>n <strong>de</strong>jar <strong>de</strong><br />

contarse<br />

DON ANTONIO Moreno se l<strong>la</strong>maba el huésped <strong>de</strong> don Quijote,<br />

caballero rico y discreto, y amigo <strong>de</strong> holgarse a lo honesto y<br />

afable, el cual, viendo en su casa a don Quijote, andaba<br />

buscando modos como, sin su perjuicio, sacase a p<strong>la</strong>za sus<br />

locuras; porque no son bur<strong>la</strong>s <strong>la</strong>s que duelen, ni hay<br />

pasatiempos que valgan si son con daño <strong>de</strong> tercero. Lo<br />

primero que hizo fue hacer <strong>de</strong>sarmar a don Quijote y sacarle<br />

a vistas con aquel su estrecho y acamuzado vestido –como ya<br />

otras veces le hemos <strong>de</strong>scrito y pintado– a un balcón que<br />

salía a una calle <strong>de</strong> <strong>la</strong>s más principales <strong>de</strong> <strong>la</strong> ciudad, a vista<br />

<strong>de</strong> <strong>la</strong>s gentes y <strong>de</strong> los muchachos, que como a mona le<br />

miraban. Corrieron <strong>de</strong> nuevo <strong>de</strong><strong>la</strong>nte dél los <strong>de</strong> <strong>la</strong>s libreas,<br />

como si para él solo, no para alegrar aquel festivo día, se <strong>la</strong>s<br />

hubieran puesto; y Sancho estaba contentísimo, por<br />

parecerle que se había hal<strong>la</strong>do, sin saber cómo ni cómo no,<br />

otras bodas <strong>de</strong> Camacho, otra casa como <strong>la</strong> <strong>de</strong> don Diego <strong>de</strong><br />

Miranda y otro castillo como el <strong>de</strong>l duque.<br />

Comieron aquel día con don Antonio algunos <strong>de</strong> sus<br />

amigos, honrando todos y <strong>trata</strong>ndo a don Quijote como a<br />

caballero andante, <strong>de</strong> lo cual, hueco y pomposo, no cabía en<br />

sí <strong>de</strong> contento. Los donaires <strong>de</strong> Sancho fueron tantos, que <strong>de</strong><br />

su boca andaban como colgados todos los criados <strong>de</strong> casa y<br />

todos cuantos le oían. Estando a <strong>la</strong> mesa, dijo don Antonio a<br />

Sancho:<br />

–Acá tenemos noticia, buen Sancho, que sois tan amigo <strong>de</strong><br />

manjar b<strong>la</strong>nco y <strong>de</strong> albondiguil<strong>la</strong>s, que, si os sobran, <strong>la</strong>s<br />

guardáis en el seno para el otro día.<br />

–No, señor, no es así –respondió Sancho–, porque tengo más<br />

<strong>de</strong> limpio que <strong>de</strong> goloso, y mi señor don Quijote, que está<br />

<strong>de</strong><strong>la</strong>nte, sabe bien que con un puño <strong>de</strong> bellotas, o <strong>de</strong> nueces,<br />

nos solemos pasar entrambos ocho días. Verdad es que si tal<br />

vez me suce<strong>de</strong> que me <strong>de</strong>n <strong>la</strong> vaquil<strong>la</strong>, corro con <strong>la</strong> soguil<strong>la</strong>;<br />

quiero <strong>de</strong>cir que como lo que me dan, y uso <strong>de</strong> los tiempos<br />

como los hallo; y quienquiera que hubiere dicho que yo soy<br />

comedor aventajado y no limpio, téngase por dicho que no


acierta; y <strong>de</strong> otra manera dijera esto si no mirara a <strong>la</strong>s barbas<br />

honradas que están a <strong>la</strong> mesa.<br />

–Por cierto –dijo don Quijote–, que <strong>la</strong> parsimonia y limpieza<br />

con que Sancho come se pue<strong>de</strong> escribir y grabar en láminas<br />

<strong>de</strong> bronce, para que que<strong>de</strong> en memoria eterna <strong>de</strong> los siglos<br />

veni<strong>de</strong>ros. Verdad es que, cuando él tiene hambre, parece<br />

algo tragón, porque come apriesa y masca a dos carrillos;<br />

pero <strong>la</strong> limpieza siempre <strong>la</strong> tiene en su punto, y en el tiempo<br />

que fue gobernador aprendió a comer a lo melindroso: tanto,<br />

que comía con tenedor <strong>la</strong>s uvas y aun los granos <strong>de</strong> <strong>la</strong><br />

granada.<br />

–¡Cómo! –dijo don Antonio–. ¿Gobernador ha sido Sancho?<br />

–Sí –respondió Sancho–, y <strong>de</strong> una ínsu<strong>la</strong> l<strong>la</strong>mada <strong>la</strong><br />

Barataria. Diez días <strong>la</strong> goberné a pedir <strong>de</strong> boca; en ellos<br />

perdí el sosiego, y aprendí a <strong>de</strong>spreciar todos los gobiernos<br />

<strong>de</strong>l mundo; salí huyendo <strong>de</strong>l<strong>la</strong>, caí en una cueva, don<strong>de</strong> me<br />

tuve por muerto, <strong>de</strong> <strong>la</strong> cual salí vivo por mi<strong>la</strong>gro.<br />

Contó don Quijote por menudo todo el suceso <strong>de</strong>l gobierno<br />

<strong>de</strong> Sancho, con que dio gran gusto a los oyentes.<br />

Levantados los manteles, y tomando don Antonio por <strong>la</strong><br />

mano a don Quijote, se entró con él en un apartado aposento,<br />

en el cual no había otra cosa <strong>de</strong> adorno que una mesa, al<br />

parecer <strong>de</strong> jaspe, que sobre un pie <strong>de</strong> lo mesmo se sostenía,<br />

sobre <strong>la</strong> cual estaba puesta, al modo <strong>de</strong> <strong>la</strong>s <strong>cabeza</strong>s <strong>de</strong> los<br />

emperadores romanos, <strong>de</strong> los pechos arriba, una que<br />

semejaba ser <strong>de</strong> bronce. Paseóse don Antonio con don Quijote<br />

por todo el aposento, ro<strong>de</strong>ando muchas veces <strong>la</strong> mesa,<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> lo cual dijo:<br />

–Agora, señor don Quijote, que estoy enterado que no nos<br />

oye y escucha alguno, y está cerrada <strong>la</strong> puerta, quiero contar<br />

a vuestra merced una <strong>de</strong> <strong>la</strong>s más raras <strong>aventura</strong>s, o, por<br />

mejor <strong>de</strong>cir, noveda<strong>de</strong>s que imaginarse pue<strong>de</strong>n, con<br />

condición que lo que a vuestra merced dijere lo ha <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>positar en los últimos retretes <strong>de</strong>l secreto.<br />

–Así lo juro –respondió don Quijote–, y aun le echaré una<br />

losa encima, para más seguridad; porque quiero que sepa<br />

vuestra merced, señor don Antonio –que ya sabía su nombre–<br />

, que está hab<strong>la</strong>ndo con quien, aunque tiene oídos para oír,<br />

no tiene lengua para hab<strong>la</strong>r; así que, con seguridad pue<strong>de</strong><br />

vuestra merced tras<strong>la</strong>dar lo que tiene en su pecho en el mío y<br />

hacer cuenta que lo ha arrojado en los abismos <strong>de</strong>l silencio.<br />

–En fee <strong>de</strong> esa promesa –respondió don Antonio–, quiero


poner a vuestra merced en admiración con lo que viere y<br />

oyere, y darme a mí algún alivio <strong>de</strong> <strong>la</strong> pena que me causa no<br />

tener con quien comunicar mis secretos, que no son para<br />

fiarse <strong>de</strong> todos.<br />

Suspenso estaba don Quijote, esperando en qué habían <strong>de</strong><br />

parar tantas prevenciones. En esto, tomándole <strong>la</strong> mano don<br />

Antonio, se <strong>la</strong> paseó por <strong>la</strong> <strong>cabeza</strong> <strong>de</strong> bronce y por toda <strong>la</strong><br />

mesa, y por el pie <strong>de</strong> jaspe sobre que se sostenía, y luego dijo:<br />

–Esta <strong>cabeza</strong>, señor don Quijote, ha sido hecha y fabricada<br />

por uno <strong>de</strong> los mayores encantadores y hechiceros que ha<br />

tenido el mundo, que creo era po<strong>la</strong>co <strong>de</strong> nación y dicípulo <strong>de</strong>l<br />

famoso Escotillo, <strong>de</strong> quien tantas maravil<strong>la</strong>s se cuentan; el<br />

cual estuvo aquí en mi casa, y por precio <strong>de</strong> mil escudos que<br />

le di, <strong>la</strong>bró esta <strong>cabeza</strong>, que tiene propiedad y virtud <strong>de</strong><br />

respon<strong>de</strong>r a cuantas cosas al oído le preguntaren. Guardó<br />

rumbos, pintó carácteres, observó astros, miró puntos, y,<br />

finalmente, <strong>la</strong> sacó con <strong>la</strong> perfeción que veremos mañana,<br />

porque los viernes está muda, y hoy, que lo es, nos ha <strong>de</strong><br />

hacer esperar hasta mañana. En este tiempo podrá vuestra<br />

merced prevenirse <strong>de</strong> lo que querrá preguntar, que por<br />

esperiencia sé que dice verdad en cuanto respon<strong>de</strong>.<br />

Admirado quedó don Quijote <strong>de</strong> <strong>la</strong> virtud y propiedad <strong>de</strong> <strong>la</strong><br />

<strong>cabeza</strong>, y estuvo por no creer a don Antonio; pero, por ver<br />

cuán poco tiempo había para hacer <strong>la</strong> experiencia, no quiso<br />

<strong>de</strong>cirle otra cosa sino que le agra<strong>de</strong>cía el haberle <strong>de</strong>scubierto<br />

tan gran secreto. Salieron <strong>de</strong>l aposento, cerró <strong>la</strong> puerta don<br />

Antonio con l<strong>la</strong>ve, y fuéronse a <strong>la</strong> sa<strong>la</strong>, don<strong>de</strong> los <strong>de</strong>más<br />

caballeros estaban. En este tiempo les había contado Sancho<br />

muchas <strong>de</strong> <strong>la</strong>s <strong>aventura</strong>s y sucesos que a su amo habían<br />

acontecido.<br />

Aquel<strong>la</strong> tar<strong>de</strong> sacaron a pasear a don Quijote, no armado,<br />

sino <strong>de</strong> rúa, vestido un ba<strong>la</strong>ndrán <strong>de</strong> paño leonado, que<br />

pudiera hacer sudar en aquel tiempo al mismo yelo.<br />

Or<strong>de</strong>naron con sus criados que entretuviesen a Sancho <strong>de</strong><br />

modo que no le <strong>de</strong>jasen salir <strong>de</strong> casa. Iba don Quijote, no<br />

sobre Rocinante, sino sobre un gran macho <strong>de</strong> paso l<strong>la</strong>no, y<br />

muy bien a<strong>de</strong>rezado. Pusiéronle el ba<strong>la</strong>ndrán, y en <strong>la</strong>s<br />

espaldas, sin que lo viese, le cosieron un pargamino, don<strong>de</strong> le<br />

escribieron con letras gran<strong>de</strong>s: Éste es don Quijote <strong>de</strong> <strong>la</strong><br />

Mancha. En comenzando el paseo, llevaba el rétulo los ojos <strong>de</strong><br />

cuantos venían a verle, y como leían: Éste es don Quijote <strong>de</strong> <strong>la</strong><br />

Mancha, admirábase don Quijote <strong>de</strong> ver que cuantos le


miraban le nombraban y conocían; y, volviéndose a don<br />

Antonio, que iba a su <strong>la</strong>do, le dijo:<br />

–Gran<strong>de</strong> es <strong>la</strong> prerrogativa que encierra en sí <strong>la</strong> andante<br />

caballería, pues hace conocido y famoso al que <strong>la</strong> profesa por<br />

todos los términos <strong>de</strong> <strong>la</strong> tierra; si no, mire vuestra merced,<br />

señor don Antonio, que hasta los muchachos <strong>de</strong>sta ciudad,<br />

sin nunca haberme visto, me conocen.<br />

–Así es, señor don Quijote –respondió don Antonio–, que,<br />

así como el fuego no pue<strong>de</strong> estar escondido y encerrado, <strong>la</strong><br />

virtud no pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> ser conocida, y <strong>la</strong> que se alcanza por<br />

<strong>la</strong> profesión <strong>de</strong> <strong>la</strong>s armas resp<strong>la</strong>n<strong>de</strong>ce y campea sobre todas<br />

<strong>la</strong>s otras.<br />

Acaeció, pues, que, yendo don Quijote con el ap<strong>la</strong>uso que se<br />

ha dicho, un castel<strong>la</strong>no que leyó el rétulo <strong>de</strong> <strong>la</strong>s espaldas,<br />

alzó <strong>la</strong> voz, diciendo:<br />

–¡Válgate el diablo por don Quijote <strong>de</strong> <strong>la</strong> Mancha! ¿Cómo<br />

que hasta aquí has llegado, sin haberte muerto los infinitos<br />

palos que tienes a cuestas? Tu eres loco, y si lo fueras a so<strong>la</strong>s<br />

y <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> <strong>la</strong>s puertas <strong>de</strong> tu locura, fuera menos mal; pero<br />

tienes propiedad <strong>de</strong> volver locos y men-tecatos a cuantos te<br />

<strong>trata</strong>n y comunican; si no, mírenlo por estos señores que te<br />

acompañan. Vuélvete, mentecato, a tu casa, y mira por tu<br />

hacienda, por tu mujer y tus hijos, y déjate <strong>de</strong>stas vacieda<strong>de</strong>s<br />

que te carcomen el seso y te <strong>de</strong>snatan el entendimiento.<br />

–Hermano –dijo don Antonio–, seguid vuestro camino, y no<br />

<strong>de</strong>is consejos a quien no os los pi<strong>de</strong>. El señor don Quijote <strong>de</strong><br />

<strong>la</strong> Mancha es muy cuerdo, y nosotros, que le acompañamos,<br />

no somos necios; <strong>la</strong> virtud se ha <strong>de</strong> honrar don<strong>de</strong>quiera que<br />

se hal<strong>la</strong>re, y andad en hora ma<strong>la</strong>, y no os metáis don<strong>de</strong> no os<br />

l<strong>la</strong>man.<br />

–Pardiez, vuesa merced tiene razón –respondió el<br />

castel<strong>la</strong>no–, que aconsejar a este buen hombre es dar coces<br />

contra el aguijón; pero, con todo eso, me da muy gran lástima<br />

que el buen ingenio que dicen que tiene en todas <strong>la</strong>s cosas<br />

este mentecato se le <strong>de</strong>sagüe por <strong>la</strong> canal <strong>de</strong> su andante<br />

caballería; y <strong>la</strong> enhorama<strong>la</strong> que vuesa merced dijo, sea para<br />

mí y para todos mis <strong>de</strong>scendientes si <strong>de</strong> hoy más, aunque<br />

viviese más años que Matusalén, diere consejo a nadie,<br />

aunque me lo pida.<br />

Apartóse el consejero; siguió a<strong>de</strong><strong>la</strong>nte el paseo; pero fue<br />

tanta <strong>la</strong> priesa que los muchachos y toda <strong>la</strong> gente tenía<br />

leyendo el rétulo, que se le hubo <strong>de</strong> quitar don Antonio, como


que le quitaba otra cosa.<br />

Llegó <strong>la</strong> noche, volviéronse a casa; hubo sarao <strong>de</strong> damas,<br />

porque <strong>la</strong> mujer <strong>de</strong> don Antonio, que era una señora principal<br />

y alegre, hermosa y discreta, convidó a otras sus amigas a<br />

que viniesen a honrar a su huésped y a gustar <strong>de</strong> sus nunca<br />

vistas locuras. Vinieron algunas, cenóse espléndidamente y<br />

comenzóse el sarao casi a <strong>la</strong>s diez <strong>de</strong> <strong>la</strong> noche. Entre <strong>la</strong>s<br />

damas había dos <strong>de</strong> gusto pícaro y burlonas, y, con ser muy<br />

honestas, eran algo <strong>de</strong>scompuestas, por dar lugar que <strong>la</strong>s<br />

bur<strong>la</strong>s alegrasen sin enfado. Éstas dieron tanta priesa en<br />

sacar a danzar a don Quijote, que le molieron, no sólo el<br />

cuerpo, pero el ánima. Era cosa <strong>de</strong> ver <strong>la</strong> figura <strong>de</strong> don<br />

Quijote, <strong>la</strong>rgo, tendido, f<strong>la</strong>co, amarillo, estrecho en el vestido,<br />

<strong>de</strong>sairado, y, sobre todo, no nada ligero. Requebrábanle<br />

como a hurto <strong>la</strong>s damise<strong>la</strong>s, y él, también como a hurto, <strong>la</strong>s<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong>ñaba; pero, viéndose apretar <strong>de</strong> requiebros, alzó <strong>la</strong> voz<br />

y dijo:<br />

–Fugite, partes adversae!: <strong>de</strong>jadme en mi sosiego,<br />

pensamientos mal venidos. Allá os avenid, señoras, con<br />

vuestros <strong>de</strong>seos, que <strong>la</strong> que es reina <strong>de</strong> los míos, <strong>la</strong> sin par<br />

Dulcinea <strong>de</strong>l Toboso, no consiente que ningunos otros que los<br />

suyos me avasallen y rindan.<br />

Y, diciendo esto, se sentó en mitad <strong>de</strong> <strong>la</strong> sa<strong>la</strong>, en el suelo,<br />

molido y quebrantado <strong>de</strong> tan bai<strong>la</strong>dor ejercicio. Hizo don<br />

Antonio que le llevasen en peso a su lecho, y el primero que<br />

asió dél fue Sancho, diciéndole:<br />

–¡Nora en tal, señor nuestro amo, lo habéis bai<strong>la</strong>do!<br />

¿Pensáis que todos los valientes son danzadores y todos los<br />

andantes caballeros bai<strong>la</strong>rines? Digo que si lo pensáis, que<br />

estáis engañado; hombre hay que se atreverá a matar a un<br />

gigante antes que hacer una cabrio<strong>la</strong>. Si hubiéra<strong>de</strong>s <strong>de</strong><br />

zapatear, yo supliera vuestra falta, que zapateo como un<br />

girifalte; pero en lo <strong>de</strong>l danzar, no doy puntada.<br />

Con estas y otras razones dio que reír Sancho a los <strong>de</strong>l<br />

sarao, y dio con su amo en <strong>la</strong> cama, arropándole para que<br />

sudase <strong>la</strong> frialdad <strong>de</strong> su baile.<br />

Otro día le pareció a don Antonio ser bien hacer <strong>la</strong><br />

experiencia <strong>de</strong> <strong>la</strong> <strong>cabeza</strong> <strong>encantada</strong>, y con don Quijote,<br />

Sancho y otros dos amigos, con <strong>la</strong>s dos señoras que habían<br />

molido a don Quijote en el baile, que aquel<strong>la</strong> propia noche se<br />

habían quedado con <strong>la</strong> mujer <strong>de</strong> don Antonio, se encerró en<br />

<strong>la</strong> estancia don<strong>de</strong> estaba <strong>la</strong> <strong>cabeza</strong>. Contóles <strong>la</strong> propiedad que


tenía, encargóles el secreto y díjoles que aquél era el primero<br />

día don<strong>de</strong> se había <strong>de</strong> probar <strong>la</strong> virtud <strong>de</strong> <strong>la</strong> tal <strong>cabeza</strong><br />

<strong>encantada</strong>; y si no eran los dos amigos <strong>de</strong> don Antonio,<br />

ninguna otra persona sabía el busilis <strong>de</strong>l encanto, y aun si<br />

don Antonio no se le hubiera <strong>de</strong>scubierto primero a sus<br />

amigos, también ellos cayeran en <strong>la</strong> admiración en que los<br />

<strong>de</strong>más cayeron, sin ser posible otra cosa: con tal traza y tal<br />

or<strong>de</strong>n estaba fabricada.<br />

El primero que se llegó al oído <strong>de</strong> <strong>la</strong> <strong>cabeza</strong> fue el mismo<br />

don Antonio, y díjole en voz sumisa, pero no tanto que <strong>de</strong><br />

todos no fuese entendida:<br />

–Dime, <strong>cabeza</strong>, por <strong>la</strong> virtud que en ti se encierra: ¿qué<br />

pensamientos tengo yo agora?<br />

Y <strong>la</strong> <strong>cabeza</strong> le respondió, sin mover los <strong>la</strong>bios, con voz c<strong>la</strong>ra<br />

y distinta, <strong>de</strong> modo que fue <strong>de</strong> todos entendida, esta razón:<br />

–Yo no juzgo <strong>de</strong> pensamientos.<br />

Oyendo lo cual, todos quedaron atónitos, y más viendo que<br />

en todo el aposento ni al <strong>de</strong>rredor <strong>de</strong> <strong>la</strong> mesa no había<br />

persona humana que respon<strong>de</strong>r pudiese.<br />

–¿Cuántos estamos aquí? –tornó a preguntar don Antonio.<br />

Y fuele respondido por el propio tenor, paso:<br />

–Estáis tú y tu mujer, con dos amigos tuyos, y dos amigas<br />

<strong>de</strong>l<strong>la</strong>, y un caballero famoso l<strong>la</strong>mado don Quijote <strong>de</strong> <strong>la</strong><br />

Mancha, y un su escu<strong>de</strong>ro que Sancho Panza tiene por<br />

nombre.<br />

¡Aquí sí que fue el admirarse <strong>de</strong> nuevo, aquí sí que fue el<br />

erizarse los cabellos a todos <strong>de</strong> puro espanto! Y, apartándose<br />

don Antonio <strong>de</strong> <strong>la</strong> <strong>cabeza</strong>, dijo:<br />

–Esto me basta para darme a enten<strong>de</strong>r que no fui engañado<br />

<strong>de</strong>l que te me vendió, ¡<strong>cabeza</strong> sabia, <strong>cabeza</strong> hab<strong>la</strong>dora, <strong>cabeza</strong><br />

respondona y admirable <strong>cabeza</strong>! Llegue otro y pregúntele lo<br />

que quisiere.<br />

Y, como <strong>la</strong>s mujeres <strong>de</strong> ordinario son presurosas y amigas<br />

<strong>de</strong> saber, <strong>la</strong> primera que se llegó fue una <strong>de</strong> <strong>la</strong>s dos amigas <strong>de</strong><br />

<strong>la</strong> mujer <strong>de</strong> don Antonio, y lo que le preguntó fue:<br />

–Dime, <strong>cabeza</strong>, ¿qué haré yo para ser muy hermosa?<br />

Y fuele respondido:<br />

–Sé muy honesta.<br />

–No te pregunto más –dijo <strong>la</strong> preguntanta.<br />

Llegó luego <strong>la</strong> compañera, y dijo:<br />

–<strong>Que</strong>rría saber, <strong>cabeza</strong>, si mi marido me quiere bien, o no.<br />

Y respondiéronle:


–Mira <strong>la</strong>s obras que te hace, y echarlo has <strong>de</strong> ver.<br />

Apartóse <strong>la</strong> casada diciendo:<br />

–Esta respuesta no tenía necesidad <strong>de</strong> pregunta, porque, en<br />

efecto, <strong>la</strong>s obras que se hacen <strong>de</strong>c<strong>la</strong>ran <strong>la</strong> voluntad que tiene<br />

el que <strong>la</strong>s hace.<br />

Luego llegó uno <strong>de</strong> los dos amigos <strong>de</strong> don Antonio, y<br />

preguntóle:<br />

–¿Quién soy yo?<br />

Y fuele respondido:<br />

–Tú lo sabes.<br />

–No te pregunto eso –respondió el caballero–, sino que me<br />

digas si me conoces tú.<br />

–Sí conozco –le respondieron–, que eres don Pedro Noriz.<br />

–No quiero saber más, pues esto basta para enten<strong>de</strong>r, ¡oh<br />

<strong>cabeza</strong>!, que lo sabes todo.<br />

Y, apartándose, llegó el otro amigo y preguntóle:<br />

–Dime, <strong>cabeza</strong>, ¿qué <strong>de</strong>seos tiene mi hijo el mayorazgo?<br />

–Ya yo he dicho –le respondieron– que yo no juzgo <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>seos, pero, con todo eso, te sé <strong>de</strong>cir que los que tu hijo<br />

tiene son <strong>de</strong> enterrarte.<br />

–Eso es –dijo el caballero–: lo que veo por los ojos, con el<br />

<strong>de</strong>do lo señalo.<br />

Y no preguntó más. Llegóse <strong>la</strong> mujer <strong>de</strong> don Antonio, y dijo:<br />

–Yo no sé, <strong>cabeza</strong>, qué preguntarte; sólo querría saber <strong>de</strong> ti<br />

si gozaré muchos años <strong>de</strong> buen marido.<br />

Y respondiéronle:<br />

–Sí gozarás, porque su salud y su temp<strong>la</strong>nza en el vivir<br />

prometen muchos años <strong>de</strong> vida, <strong>la</strong> cual muchos suelen<br />

acortar por su <strong>de</strong>stemp<strong>la</strong>nza.<br />

Llegóse luego don Quijote, y dijo:<br />

–Dime tú, el que respon<strong>de</strong>s: ¿fue verdad o fue sueño lo que<br />

yo cuento que me pasó en <strong>la</strong> cueva <strong>de</strong> Montesinos? ¿Serán<br />

ciertos los azotes <strong>de</strong> Sancho mi escu<strong>de</strong>ro? ¿Tendrá efeto el<br />

<strong>de</strong>sencanto <strong>de</strong> Dulcinea?<br />

–A lo <strong>de</strong> <strong>la</strong> cueva –respondieron– hay mucho que <strong>de</strong>cir: <strong>de</strong><br />

todo tiene; los azotes <strong>de</strong> Sancho irán <strong>de</strong> espacio, el<br />

<strong>de</strong>sencanto <strong>de</strong> Dulcinea llegará a <strong>de</strong>bida ejecución.<br />

–No quiero saber más –dijo don Quijote–; que como yo vea a<br />

Dulcinea <strong>de</strong>s<strong>encantada</strong>, haré cuenta que vienen <strong>de</strong> golpe<br />

todas <strong>la</strong>s venturas que acertare a <strong>de</strong>sear.<br />

El último preguntante fue Sancho, y lo que preguntó fue:<br />

–¿Por ventura, <strong>cabeza</strong>, tendré otro gobierno? ¿Saldré <strong>de</strong> <strong>la</strong>


estrecheza <strong>de</strong> escu<strong>de</strong>ro? ¿Volveré a ver a mi mujer y a mis<br />

hijos?<br />

A lo que le respondieron:<br />

–Gobernarás en tu casa; y si vuelves a el<strong>la</strong>, verás a tu mujer<br />

y a tus hijos; y, <strong>de</strong>jando <strong>de</strong> servir, <strong>de</strong>jarás <strong>de</strong> ser escu<strong>de</strong>ro.<br />

–¡Bueno, par Dios! –dijo Sancho Panza–. Esto yo me lo<br />

dijera: no dijera más el profeta Perogrullo.<br />

–Bestia –dijo don Quijote–, ¿qué quieres que te respondan?<br />

¿No basta que <strong>la</strong>s respuestas que esta <strong>cabeza</strong> ha dado<br />

correspondan a lo que se le pregunta?<br />

–Sí basta –respondió Sancho–, pero quisiera yo que se<br />

<strong>de</strong>c<strong>la</strong>rara más y me dijera más.<br />

Con esto se acabaron <strong>la</strong>s preguntas y <strong>la</strong>s respuestas, pero<br />

no se acabó <strong>la</strong> admiración en que todos quedaron, excepto los<br />

dos amigos <strong>de</strong> don Antonio, que el caso sabían. El cual quiso<br />

Ci<strong>de</strong> Hamete Benengeli <strong>de</strong>c<strong>la</strong>rar luego, por no tener suspenso<br />

al mundo, creyendo que algún hechicero y extraordinario<br />

misterio en <strong>la</strong> tal <strong>cabeza</strong> se encerraba; y así, dice que don<br />

Antonio Moreno, a imitación <strong>de</strong> otra <strong>cabeza</strong> que vio en<br />

Madrid, fabricada por un estampero, hizo ésta en su casa,<br />

para entretenerse y suspen<strong>de</strong>r a los ignorantes; y <strong>la</strong> fábrica<br />

era <strong>de</strong> esta suerte: <strong>la</strong> tab<strong>la</strong> <strong>de</strong> <strong>la</strong> mesa era <strong>de</strong> palo, pintada y<br />

barnizada como jaspe, y el pie sobre que se sostenía era <strong>de</strong> lo<br />

mesmo, con cuatro garras <strong>de</strong> águi<strong>la</strong> que dél salían, para<br />

mayor firmeza <strong>de</strong>l peso. La <strong>cabeza</strong>, que parecía medal<strong>la</strong> y<br />

figura <strong>de</strong> emperador romano, y <strong>de</strong> color <strong>de</strong> bronce, estaba<br />

toda hueca, y ni más ni menos <strong>la</strong> tab<strong>la</strong> <strong>de</strong> <strong>la</strong> mesa, en que se<br />

encajaba tan justamente, que ninguna señal <strong>de</strong> juntura se<br />

parecía. El pie <strong>de</strong> <strong>la</strong> tab<strong>la</strong> era ansimesmo hueco, que<br />

respondía a <strong>la</strong> garganta y pechos <strong>de</strong> <strong>la</strong> <strong>cabeza</strong>, y todo esto<br />

venía a respon<strong>de</strong>r a otro aposento que <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> <strong>la</strong> estancia<br />

<strong>de</strong> <strong>la</strong> <strong>cabeza</strong> estaba. Por todo este hueco <strong>de</strong> pie, mesa,<br />

garganta y pechos <strong>de</strong> <strong>la</strong> medal<strong>la</strong> y figura referida se<br />

encaminaba un cañón <strong>de</strong> hoja <strong>de</strong> <strong>la</strong>ta, muy justo, que <strong>de</strong><br />

nadie podía ser visto. En el aposento <strong>de</strong> abajo<br />

correspondiente al <strong>de</strong> arriba se ponía el que había <strong>de</strong><br />

respon<strong>de</strong>r, pegada <strong>la</strong> boca con el mesmo cañón, <strong>de</strong> modo que,<br />

a modo <strong>de</strong> cerbatana, iba <strong>la</strong> voz <strong>de</strong> arriba abajo y <strong>de</strong> abajo<br />

arriba, en pa<strong>la</strong>bras articu<strong>la</strong>das y c<strong>la</strong>ras; y <strong>de</strong> esta manera no<br />

era posible conocer el embuste. Un sobrino <strong>de</strong> don Antonio,<br />

estudiante agudo y discreto, fue el respondiente; el cual,<br />

estando avisado <strong>de</strong> su señor tío <strong>de</strong> los que habían <strong>de</strong> entrar


con él en aquel día en el aposento <strong>de</strong> <strong>la</strong> <strong>cabeza</strong>, le fue fácil<br />

respon<strong>de</strong>r con presteza y puntualidad a <strong>la</strong> primera pregunta;<br />

a <strong>la</strong>s <strong>de</strong>más respondió por conjeturas, y, como discreto,<br />

discretamente. Y dice más Ci<strong>de</strong> Hamete: que hasta diez o<br />

doce días duró esta maravillosa máquina; pero que,<br />

divulgándose por <strong>la</strong> ciudad que don Antonio tenía en su casa<br />

una <strong>cabeza</strong> <strong>encantada</strong>, que a cuantos le preguntaban<br />

respondía, temiendo no llegase a los oídos <strong>de</strong> <strong>la</strong>s <strong>de</strong>spiertas<br />

centine<strong>la</strong>s <strong>de</strong> nuestra Fe, habiendo <strong>de</strong>c<strong>la</strong>rado el caso a los<br />

señores inquisidores, le mandaron que lo <strong>de</strong>shiciese y no<br />

pasase más a<strong>de</strong><strong>la</strong>nte, porque el vulgo ignorante no se<br />

escandalizase; pero en <strong>la</strong> opinión <strong>de</strong> don Quijote y <strong>de</strong> Sancho<br />

Panza, <strong>la</strong> <strong>cabeza</strong> quedó por <strong>encantada</strong> y por respondona, más<br />

a satisfación <strong>de</strong> don Quijote que <strong>de</strong> Sancho.<br />

Los caballeros <strong>de</strong> <strong>la</strong> ciudad, por comp<strong>la</strong>cer a don Antonio y<br />

por agasajar a don Quijote y dar lugar a que <strong>de</strong>scubriese sus<br />

san<strong>de</strong>ces, or<strong>de</strong>naron <strong>de</strong> correr sortija <strong>de</strong> allí a seis días; que<br />

no tuvo efecto por <strong>la</strong> ocasión que se dirá a<strong>de</strong><strong>la</strong>nte. Diole gana<br />

a don Quijote <strong>de</strong> pasear <strong>la</strong> ciudad a <strong>la</strong> l<strong>la</strong>na y a pie, temiendo<br />

que, si iba a caballo, le habían <strong>de</strong> perseguir los mochachos, y<br />

así, él y Sancho, con otros dos criados que don Antonio le dio,<br />

salieron a pasearse.<br />

Sucedió, pues, que, yendo por una calle, alzó los ojos don<br />

Quijote, y vio escrito sobre una puerta, con letras muy<br />

gran<strong>de</strong>s: Aquí se imprimen libros; <strong>de</strong> lo que se contentó<br />

mucho, porque hasta entonces no había visto emprenta<br />

alguna, y <strong>de</strong>seaba saber cómo fuese. Entró <strong>de</strong>ntro, con todo<br />

su acompañamiento, y vio tirar en una parte, corregir en otra,<br />

componer en ésta, enmendar en aquél<strong>la</strong>, y, finalmente, toda<br />

aquel<strong>la</strong> máquina que en <strong>la</strong>s emprentas gran<strong>de</strong>s se muestra.<br />

Llegábase don Quijote a un cajón y preguntaba qué era<br />

aquéllo que allí se hacía; dábanle cuenta los oficiales,<br />

admirábase y pasaba a<strong>de</strong><strong>la</strong>nte. Llegó en otras a uno, y<br />

preguntóle qué era lo que hacía. El oficial le respondió:<br />

–Señor, este caballero que aquí está –y enseñóle a un<br />

hombre <strong>de</strong> muy buen talle y parecer y <strong>de</strong> alguna gravedad–<br />

ha traducido un libro toscano en nuestra lengua castel<strong>la</strong>na, y<br />

estoyle yo componiendo, para darle a <strong>la</strong> estampa.<br />

–¿Qué título tiene el libro? –preguntó don Quijote.<br />

–A lo que el autor respondió:<br />

–Señor, el libro, en toscano, se l<strong>la</strong>ma Le bagatele.<br />

–Y ¿qué respon<strong>de</strong> le bagatele en nuestro castel<strong>la</strong>no? –


preguntó don Quijote.<br />

–Le bagatele –dijo el autor– es como si en castel<strong>la</strong>no<br />

dijésemos los juguetes; y, aunque este libro es en el nombre<br />

humil<strong>de</strong>, contiene y encierra en sí cosas muy buenas y<br />

sustanciales.<br />

–Yo –dijo don Quijote– sé algún tanto <strong>de</strong> el toscano, y me<br />

precio <strong>de</strong> cantar algunas estancias <strong>de</strong>l Ariosto. Pero dígame<br />

vuesa merced, señor mío, y no digo esto porque quiero<br />

examinar el ingenio <strong>de</strong> vuestra merced, sino por curiosidad<br />

no más: ¿ha hal<strong>la</strong>do en su escritura alguna vez nombrar<br />

piñata?<br />

–Sí, muchas veces –respondió el autor.<br />

–Y ¿cómo <strong>la</strong> traduce vuestra merced en castel<strong>la</strong>no? –<br />

preguntó don Quijote.<br />

–¿Cómo <strong>la</strong> había <strong>de</strong> traducir –replicó el autor–, sino<br />

diciendo ol<strong>la</strong>?<br />

–¡Cuerpo <strong>de</strong> tal –dijo don Quijote–, y qué a<strong>de</strong><strong>la</strong>nte está<br />

vuesa merced en el toscano idioma! Yo apostaré una buena<br />

apuesta que adon<strong>de</strong> diga en el toscano piache, dice vuesa<br />

merced en el castel<strong>la</strong>no p<strong>la</strong>ce; y adon<strong>de</strong> diga più, dice más,<br />

y el su <strong>de</strong>c<strong>la</strong>ra con arriba, y el giù con abajo.<br />

–Sí <strong>de</strong>c<strong>la</strong>ro, por cierto –dijo el autor–, porque ésas son sus<br />

propias correspon<strong>de</strong>ncias.<br />

–Osaré yo jurar –dijo don Quijote– que no es vuesa merced<br />

conocido en el mundo, enemigo siempre <strong>de</strong> premiar los<br />

floridos ingenios ni los loables trabajos. ¡Qué <strong>de</strong> habilida<strong>de</strong>s<br />

hay perdidas por ahí! ¡Qué <strong>de</strong> ingenios arrinconados! ¡Qué <strong>de</strong><br />

virtu<strong>de</strong>s menospreciadas! Pero, con todo esto, me parece que<br />

el traducir <strong>de</strong> una lengua en otra, como no sea <strong>de</strong> <strong>la</strong>s reinas<br />

<strong>de</strong> <strong>la</strong>s lenguas, griega y <strong>la</strong>tina, es como quien mira los tapices<br />

f<strong>la</strong>mencos por el revés, que, aunque se veen <strong>la</strong>s figuras, son<br />

llenas <strong>de</strong> hilos que <strong>la</strong>s escurecen, y no se veen con <strong>la</strong> lisura y<br />

tez <strong>de</strong> <strong>la</strong> haz; y el traducir <strong>de</strong> lenguas fáciles, ni arguye<br />

ingenio ni elocución, como no le arguye el que tras<strong>la</strong>da ni el<br />

que copia un papel <strong>de</strong> otro papel. Y no por esto quiero inferir<br />

que no sea loable este ejercicio <strong>de</strong>l traducir; porque en otras<br />

cosas peores se podría ocupar el hombre, y que menos<br />

provecho le trujesen. Fuera <strong>de</strong>sta cuenta van los dos famosos<br />

traductores: el uno, el doctor Cristóbal <strong>de</strong> Figueroa, en su<br />

Pastor Fido, y el otro, don Juan <strong>de</strong> Jáurigui, en su Aminta,<br />

don<strong>de</strong> felizmente ponen en duda cuál es <strong>la</strong> tradución o cuál el<br />

original. Pero dígame vuestra merced: este libro, ¿imprímese


por su cuenta, o tiene ya vendido el privilegio a algún librero?<br />

–Por mi cuenta lo imprimo –respondió el autor–, y pienso<br />

ganar mil ducados, por lo menos, con esta primera<br />

impresión, que ha <strong>de</strong> ser <strong>de</strong> dos mil cuerpos, y se han <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>spachar a seis reales cada uno, en daca <strong>la</strong>s pajas.<br />

–¡Bien está vuesa merced en <strong>la</strong> cuenta! –respondió don<br />

Quijote–. Bien parece que no sabe <strong>la</strong>s entradas y salidas <strong>de</strong><br />

los impresores, y <strong>la</strong>s correspon<strong>de</strong>ncias que hay <strong>de</strong> unos a<br />

otros; yo le prometo que, cuando se vea cargado <strong>de</strong> dos mil<br />

cuerpos <strong>de</strong> libros, vea tan molido su cuerpo, que se espante,<br />

y más si el libro es un poco avieso y no nada picante.<br />

–Pues, ¿qué? –dijo el autor–. ¿Quiere vuesa merced que se<br />

lo dé a un librero, que me dé por el privilegio tres maravedís,<br />

y aún piensa que me hace merced en dármelos? Yo no<br />

imprimo mis libros para alcanzar fama en el mundo, que ya<br />

en él soy conocido por mis obras: provecho quiero, que sin él<br />

no vale un cuatrín <strong>la</strong> buena fama.<br />

–Dios le dé a vuesa merced buena man<strong>de</strong>recha –respondió<br />

don Quijote.<br />

Y pasó a<strong>de</strong><strong>la</strong>nte a otro cajón, don<strong>de</strong> vio que estaban<br />

corrigiendo un pliego <strong>de</strong> un libro que se intitu<strong>la</strong>ba Luz <strong>de</strong>l<br />

alma; y, en viéndole, dijo:<br />

–Estos tales libros, aunque hay muchos <strong>de</strong>ste género, son<br />

los que se <strong>de</strong>ben imprimir, porque son muchos los pecadores<br />

que se usan, y son menester infinitas luces para tantos<br />

<strong>de</strong>salumbrados.<br />

Pasó a<strong>de</strong><strong>la</strong>nte y vio que asimesmo estaban corrigiendo otro<br />

libro; y, preguntando su título, le respondieron que se<br />

l<strong>la</strong>maba <strong>la</strong> Segunda parte <strong>de</strong>l Ingenioso Hidalgo don Quijote <strong>de</strong><br />

<strong>la</strong> Mancha, compuesta por un tal vecino <strong>de</strong> Tor<strong>de</strong>sil<strong>la</strong>s.<br />

–Ya yo tengo noticia <strong>de</strong>ste libro –dijo don Quijote–, y en<br />

verdad y en mi conciencia que pensé que ya estaba quemado<br />

y hecho polvos, por impertinente; pero su San Martín se le<br />

llegará, como a cada puerco, que <strong>la</strong>s historias fingidas tanto<br />

tienen <strong>de</strong> buenas y <strong>de</strong> <strong>de</strong>leitables cuanto se llegan a <strong>la</strong><br />

verdad o <strong>la</strong> semejanza <strong>de</strong>l<strong>la</strong>, y <strong>la</strong>s verda<strong>de</strong>ras tanto son<br />

mejores cuanto son más verda<strong>de</strong>ras.<br />

Y, diciendo esto, con muestras <strong>de</strong> algún <strong>de</strong>specho, se salió<br />

<strong>de</strong> <strong>la</strong> emprenta. Y aquel mesmo día or<strong>de</strong>nó don Antonio <strong>de</strong><br />

llevarle a ver <strong>la</strong>s galeras que en <strong>la</strong> p<strong>la</strong>ya estaban, <strong>de</strong> que<br />

Sancho se regocijó mucho, a causa que en su vida <strong>la</strong>s había<br />

visto. Avisó don Antonio al cuatralbo <strong>de</strong> <strong>la</strong>s galeras como


aquel<strong>la</strong> tar<strong>de</strong> había <strong>de</strong> llevar a ver<strong>la</strong>s a su huésped el famoso<br />

don Quijote <strong>de</strong> <strong>la</strong> Mancha, <strong>de</strong> quien ya el cuatralbo y todos<br />

los vecinos <strong>de</strong> <strong>la</strong> ciudad tenían noticia; y lo que le sucedió en<br />

el<strong>la</strong>s se dirá en el siguiente capítulo.<br />

Según el texto fijado por Florencio Sevil<strong>la</strong> Arroyo.

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