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Acto I ARGUMENTO DEL PRIMER ACTO DE ESTA COMEDIA ...

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<strong>Acto</strong> I<br />

<strong>ARGUMENTO</strong> <strong><strong>DE</strong>L</strong> <strong>PRIMER</strong> <strong>ACTO</strong> <strong>DE</strong> <strong>ESTA</strong> <strong>COMEDIA</strong><br />

Entrando Calisto en una huerta en pos de un halcón suyo, halló ahí a Melibea, de cuyo amor preso,<br />

comenzole de hablar. De la cual rigurosamente despedido, fue para su casa muy angustiado. Habló con un criado<br />

suyo llamado Sempronio, el cual, después de muchas razones, le enderezó a una vieja llamada Celestina, en cuya<br />

casa tenía el mismo criado una enamorada llamada Elicia, la cual, viniendo Sempronio a casa de Celestina con el<br />

negocio de su amo, tenía a otro consigo, llamado Crito, al cual escondieron. Entretanto que Sempronio está<br />

negociando con Celestina, Calisto está razonando con otro criado suyo, por nombre Pármeno, el cual<br />

razonamiento dura hasta que llega Sempronio y Celestina a casa de Calisto. Pármeno fue conocido de Celestina,<br />

la cual mucho le dice de los hechos y conocimiento de su madre, induciéndole a amor y concordia de Sempronio.<br />

CALISTO.- En esto veo, Melibea, la grandeza de Dios.<br />

MELIBEA.- ¿En qué, Calisto?<br />

CALISTO.- En dar poder a natura que de tan perfecta hermosura te dotase, y hacer a mí, inmérito, tanta<br />

merced que verte alcanzase, y en tan conveniente lugar, que mi secreto dolor manifestarte pudiese. Sin duda,<br />

incomparablemente es mayor tal galardón que el servicio, sacrificio, devoción y obras pías que por este lugar<br />

alcanzar tengo yo a Dios ofrecido. ¿Quién vio en esta vida cuerpo glorificado de ningún hombre como ahora el<br />

mío? Por cierto, los gloriosos santos que se deleitan en la visión divina no gozan más que yo ahora en el<br />

acatamiento tuyo. Mas, ¡oh triste!, que en esto diferimos: que ellos puramente se glorifican sin temor de caer<br />

de tal bienaventuranza y yo, mixto, me alegro con recelo del esquivo tormento que tu ausencia me ha de<br />

causar.<br />

MELIBEA.- ¿Por gran premio tienes éste, Calisto?<br />

CALISTO.- Téngolo por tanto, en verdad, que si Dios me diese en el cielo silla sobre sus santos, no lo<br />

tendría por tanta felicidad.<br />

MELIBEA.- Pues aun más igual galardón te daré yo si perseveras.<br />

CALISTO.- ¡Oh bienaventuradas orejas mías, que indignamente tan gran palabra habéis oído!<br />

MELIBEA.- Más desaventuradas de que me acabes de oír, porque la paga será tan fiera cual merece tu<br />

loco atrevimiento y el intento de tus palabras ha sido. ¿Cómo de ingenio de tal hombre como tú haber de salir<br />

para se perder en la virtud de tal mujer como yo? ¡Vete, vete de ahí, torpe!, que no puede mi paciencia tolerar<br />

que haya subido en corazón humano conmigo en ilícito amor comunicar su deleite.<br />

CALISTO.- Iré como aquel contra quien solamente la adversa fortuna pone su estudio con odio cruel.<br />

CALISTO.- ¡Sempronio, Sempronio, Sempronio! […]<br />

Cierra la ventana y deja la tiniebla acompañar al triste y al desdichado la ceguedad. Mis pensamientos tristes<br />

no son dignos de luz. ¡Oh bienaventurada muerte aquella que, deseada a los afligidos, viene! ¡Oh, si vinieseis<br />

ahora, Crato y Galieno médicos, sentiríais mi mal! ¡Oh, piedad de Seleuco, inspira en el plebérico corazón, por<br />

que, sin esperanza de salud, no envíe el espíritu perdido con el del desastrado Píramo y de la desdichada Tisbe!<br />

SEMPRONIO.- ¿Qué cosa es?<br />

CALISTO.- ¡Vete de ahí! No me hables, si no, quizá, antes del tiempo de rabiosa muerte, mis manos<br />

causarán tu arrebatado fin.<br />

SEMPRONIO.- Iré, pues solo quieres padecer tu mal.<br />

CALISTO.- ¡Ve con el diablo! […]<br />

CALISTO.- Sempronio.<br />

SEMPRONIO.- Señor.<br />

CALISTO.- Dame acá el laúd.<br />

SEMPRONIO.- Señor, vesle aquí.<br />

CALISTO<br />

¿Cuál dolor puede ser tal<br />

que se iguale con mi mal?<br />

SEMPRONIO.- Destemplado está ese laúd.


CALISTO.- ¿Cómo templará el destemplado? ¿Cómo sentirá el armonía aquel que consigo está tan<br />

discorde, aquel en quien la voluntad a la razón no obedece? ¿Quién tiene dentro del pecho aguijones, paz,<br />

guerra, tregua, amor, enemistad, injurias, pecados, sospechas, todo a una causa? Pero tañe y canta la más triste<br />

canción que sepas.<br />

SEMPRONIO<br />

Mira Nero de Tarpeya<br />

a Roma cómo se ardía;<br />

gritos dan niños y viejos<br />

y él de nada se dolía.<br />

CALISTO.- Mayor es mi fuego y menor la piedad de quien yo ahora digo.<br />

SEMPRONIO.- No me engaño yo, que loco está este mi amo.<br />

CALISTO.- ¿Qué estás murmurando, Sempronio?<br />

SEMPRONIO.- No digo nada.<br />

CALISTO.- Di lo que dices, no temas.<br />

SEMPRONIO.- Digo que ¿cómo puede ser mayor el fuego que atormenta un vivo que el que quemó tal<br />

ciudad y tanta multitud de gente?<br />

CALISTO.- ¿Cómo? Yo te lo diré. Mayor es la llama que dura ochenta años que la que en un día pasa, y<br />

mayor la que mata un ánima que la que quemó cien mil cuerpos. Como de la aparencia a la existencia, como<br />

de lo vivo a lo pintado, como de la sombra a lo real, tanta diferencia hay del fuego que dices al que me quema.<br />

Por cierto, si el de purgatorio es tal, más querría que mi espíritu fuese con los de los brutos animales que por<br />

medio de aquél ir a la gloria de los santos.<br />

SEMPRONIO.- ¡Algo es lo que digo! ¡A más ha de ir este hecho! No basta loco, sino hereje.<br />

CALISTO.- ¿No te digo que hables alto cuando hablares? ¿Qué dices?<br />

SEMPRONIO.- Digo que nunca Dios quiera tal, que es especie de herejía lo que ahora dijiste.<br />

CALISTO.- ¿Por qué?<br />

SEMPRONIO.- Porque lo que dices contradice la cristiana religión.<br />

CALISTO.- ¿Qué a mí?<br />

SEMPRONIO.- ¿Tú no eres cristiano?<br />

CALISTO.- ¿Yo? Melibeo soy y a Melibea adoro, y en Melibea creo y a Melibea amo.<br />

SEMPRONIO.- Tú te lo dirás. Como Melibea es grande, no cabe en el corazón de mi amo, que por la<br />

boca le sale a borbollones. No es más menester. Bien sé de qué pie coxqueas. Yo te sanaré.<br />

CALISTO.- Increíble cosa prometes.<br />

SEMPRONIO.- Antes fácil, que el comienzo de la salud es conocer hombre la dolencia del enfermo.<br />

CALISTO.- ¿Cuál consejo puede regir lo que en sí no tiene orden ni consejo?<br />

SEMPRONIO.- ¡Ja, ja, ja! ¿Éste es el fuego de Calisto? ¿Éstas son sus congojas? ¡Como si solamente el<br />

amor contra él asestara sus tiros! ¡Oh soberano Dios, cuán altos son tus misterios! ¡Cuánta premia pusiste en el<br />

amor, que es necesaria turbación en el amante! Su límite pusiste por maravilla. Parece al amante que atrás<br />

queda. Todos pasan, todos rompen, pungidos y esgarrochados como ligeros toros, sin freno saltan por las<br />

barreras. Mandaste al hombre por la mujer dejar el padre y la madre. Ahora no sólo aquello, mas a Ti y a tu ley<br />

desamparan, como ahora Calisto, del cual no me maravillo, pues los sabios, los santos, los profetas, por él te<br />

olvidaron.<br />

CALISTO.- Sempronio.<br />

SEMPRONIO.- Señor.<br />

CALISTO.- No me dejes.<br />

SEMPRONIO.- De otro temple está esta gaita.<br />

CALISTO.- ¿Qué te parece de mi mal?<br />

SEMPRONIO.- Que amas a Melibea.<br />

CALISTO.- ¿Y no otra cosa?<br />

SEMPRONIO.- Harto mal es tener la voluntad en un solo lugar cautiva.<br />

CALISTO.- Poco sabes de firmeza.


SEMPRONIO.- La perseverancia en el mal no es constancia, mas dureza, o pertinacia la llaman en mi<br />

tierra. Vosotros los filósofos de Cupido llamadla como queráis.<br />

CALISTO.- Torpe cosa es mentir el que enseña a otro, pues que tú precias de loar a tu amiga Elicia.<br />

SEMPRONIO.- Haz tú lo que bien digo y no lo que mal hago.<br />

CALISTO.- ¿Qué me repruebas?<br />

SEMPRONIO.- Que sometes la dignidad del hombre a la imperfección de la flaca mujer.<br />

CALISTO.- ¿Mujer? ¡Oh grosero! ¡Dios, Dios!<br />

SEMPRONIO.- ¿Y así lo crees, o burlas?<br />

CALISTO.- ¿Que burlo? Por Dios la creo, por Dios la confieso y no creo que hay otro soberano en el<br />

cielo aunque entre nosotros mora.<br />

SEMPRONIO.- ¡Ja, ja, ja! ¿Oíste qué blasfemia? ¿Viste qué ceguedad?<br />

CALISTO.- ¿De qué te ríes?<br />

SEMPRONIO.- Ríome, que no pensaba que había peor invención de pecado que en Sodoma.<br />

CALISTO.- ¿Cómo?<br />

SEMPRONIO.- Porque aquellos procuraron abominable uso con los ángeles no conocidos y tú con el<br />

que confiesas ser Dios.<br />

CALISTO.- ¡Maldito seas!, que hecho me has reír, lo que no pensé hogaño.<br />

SEMPRONIO.- ¿Pues qué?, ¿toda tu vida habías de llorar?<br />

CALISTO.- Sí.<br />

SEMPRONIO.- ¿Por qué?<br />

CALISTO.- Porque amo a aquella ante quien tan indigno me hallo que no la espero alcanzar.<br />

SEMPRONIO.- ¡Oh pusilánime! ¡Oh hideputa! ¡Qué Nembrot, qué Magno Alejandro, los cuales no sólo<br />

del señorío del mundo, mas del cielo se juzgaron ser dignos!<br />

CALISTO.- No te oí bien eso que dijiste. Torna, dilo, no procedas.<br />

SEMPRONIO.- Dije que tú, que tienes más corazón que Nembrot ni Alejandro, desesperas de alcanzar<br />

una mujer, muchas de las cuales en grandes estados constituidas se sometieron a los pechos y resuellos de viles<br />

acemileros y otras a brutos animales. ¿No has leído de Pasífae con el toro, de Minerva con el can?<br />

CALISTO.- No lo creo; hablillas son.<br />

SEMPRONIO.- Lo de tu abuela con el jimio, ¿hablilla fue? Testigo es el cuchillo de tu abuelo.<br />

CALISTO.- ¡Maldito sea este necio! ¡Y qué porradas dice!<br />

SEMPRONIO.- ¿Escociote? Lee los historiales, estudia los filósofos, mira los poetas. Llenos están los<br />

libros de sus viles y malos ejemplos, y de las caídas que llevaron los que en algo, como tú, las reputaron. Oye a<br />

Salomón do dice que las mujeres y el vino hacen a los hombres renegar. Conséjate con Séneca y verás en qué<br />

las tiene. Escucha al Aristóteles, mira a Bernardo. Gentiles, judíos, cristianos y moros, todos en esta concordia<br />

están. Pero lo dicho y lo que de ellas dijere no te contezca error de tomarlo en común, que muchas hubo y hay<br />

santas y virtuosas y notables, cuya resplandeciente corona quita el general vituperio. Pero de estas otras,<br />

¿quién te contaría sus mentiras, sus tráfagos, sus cambios, su liviandad, sus lagrimillas, sus alteraciones, sus<br />

osadías? Que todo lo que piensan, osan sin deliberar: sus disimulaciones, su lengua, su engaño, su olvido, su<br />

desamor, su ingratitud, su inconstancia, su testimoniar, su negar, su revolver, su presunción, su vanagloria, su<br />

abatimiento, su locura, su desdén, su soberbia, su sujeción, su parlería, su golosina, su lujuria y suciedad, su<br />

miedo, su atrevimiento, sus hechicerías, sus embaimientos, sus escarnios, su deslenguamiento, su<br />

desvergüenza, su alcahuetería. Considera qué sesito está debajo de aquellas grandes y delgadas tocas, qué<br />

pensamientos so aquellas gorgueras, so aquel fausto, so aquellas largas y autorizantes ropas. ¡Qué<br />

imperfección, qué albañales debajo de templos pintados! Por ellas es dicho «arma del diablo, cabeza de<br />

pecado, destrucción de paraíso». ¿No has rezado en la festividad de San Juan, do dice: «Ésta es la mujer,<br />

antigua malicia que a Adán echó de los deleites de paraíso; ésta el linaje humano metió en el infierno; a ésta<br />

menospreció Elías profeta, etc.»?<br />

CALISTO.- Di, pues ese Adán, ese Salomón, ese David, ese Aristóteles, ese Virgilio, esos que dices,<br />

como se sometieron a ellas, ¿soy más que ellos?<br />

SEMPRONIO.- A los que las vencieron querría que remedases, que no a los que de ellas fueron<br />

vencidos. Huye de sus engaños. ¿Sabes qué hacen? Cosas que es difícil entenderlas. No tienen modo, no razón,<br />

no intención; por rigor encomienzan el ofrecimiento que de sí quieren hacer. A los que meten por los agujeros<br />

denuestan en la calle, convidan, despiden, llaman, niegan, señalan amor, pronuncian enemiga, ensáñanse


presto, apacíguanse luego. Quieren que adivinen lo que quieren. ¡Oh, qué plaga! ¡Oh, qué enojo! ¡Oh, qué<br />

hastío es conferir con ellas más de aquel breve tiempo que aparejadas son a deleite!<br />

CALISTO.- ¿Ves? Mientras más me dices y más inconvenientes me pones, más la quiero. No sé qué es.<br />

SEMPRONIO.- No es este juicio para mozos, según veo, que no se saben a razón someter, no se saben<br />

administrar. Miserable cosa es pensar ser maestro el que nunca fue discípulo.<br />

CALISTO.- Y tú, ¿qué sabes? ¿Quién te mostró esto?<br />

SEMPRONIO.- ¿Quién? Ellas, que, desde que se descubren, así pierden la vergüenza, que todo esto y<br />

aun más a los hombres manifiestan. Ponte, pues, en la medida de honra, piensa ser más digno de lo que te<br />

reputas. Que, cierto, peor extremo es dejarse hombre caer de su merecimiento que ponerse en más alto lugar<br />

que debe. --------------------------------------------------------------<br />

SEMPRONIO.- Puesto que sea todo eso verdad, por ser tú hombre eres más digno.<br />

CALISTO.- ¿En qué?<br />

SEMPRONIO.- ¿En qué? Ella es imperfecta, por el cual defecto desea y apetece a ti y a otro menor que<br />

tú. ¿No has leído el filósofo do dice «así como la materia apetece a la forma, así la mujer al varón»?<br />

CALISTO.- ¡Oh triste!, y ¿cuándo veré yo eso entre mí y Melibea?<br />

SEMPRONIO.- Posible es, y aunque la aborrezcas cuanto ahora la amas, podrá ser alcanzándola y<br />

viéndola con otros ojos libres del engaño en que ahora estás.<br />

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CALISTO.- ¿Cómo has pensado de hacer esta piedad?<br />

SEMPRONIO.- Yo te lo diré. Días ha grandes que conozco en fin de esta vecindad una vieja barbuda<br />

que se dice Celestina, hechicera, astuta, sagaz en cuantas maldades hay. Entiendo que pasan de cinco mil<br />

virgos los que se han hecho y deshecho por su autoridad en esta ciudad. A las duras peñas promoverá y<br />

provocará a lujuria si quiere.<br />

CALISTO.- ¿Podríala yo hablar?<br />

SEMPRONIO.- Yo te la traeré hasta acá. Por eso, aparéjate, sele gracioso, sele franco, estudia, mientras<br />

voy yo a le decir tu pena tan bien como ella te dará el remedio.<br />

CALISTO.- ¿Y tardas?<br />

SEMPRONIO.- Ya voy; quede Dios contigo.<br />

CALISTO.- Y contigo vaya. ¡Oh todopoderoso, perdurable Dios!, Tú que guías los perdidos y los reyes<br />

orientales por el estrella precedente a Belén trajiste y en su patria los redujiste, humilmente te ruego que guíes<br />

a mi Sempronio, en manera que convierta mi pena y tristeza en gozo, y yo, indigno, merezca venir en el<br />

deseado fin.<br />

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<strong>Acto</strong> VII<br />

<strong>ARGUMENTO</strong> <strong><strong>DE</strong>L</strong> SÉPTIMO AUTO<br />

Celestina habla con Pármeno, induciéndole a concordia e amistad de Sempronio. Tráele Pármeno a memoria la<br />

promesa que le hiciera de le hacer haber a Areúsa, que él mucho amaba. Vanse a casa de Areúsa. Queda ahí la<br />

noche Pármeno. Celestina va para su casa. Llama a la puerta. Elicia le viene a abrir, increpándole su tardanza.<br />

CELESTINA. Pármeno, hijo, después de las pasadas razones no he habido oportuno tiempo para te decir e<br />

mostrar el mucho amor que te tengo, e asimismo cómo de mi boca todo el mundo ha oído hasta agora en<br />

ausencia bien de ti. La razón no es menester repetirla. Porque yo te tenía por hijo, a lo menos casi adoptivo, e así<br />

que imitaras al natural;1 e tú dasme el pago en mi presencia, pareciéndote mal cuanto digo, susurrando e<br />

murmurando contra mí en presencia de Calisto. Bien pensaba yo, después que concediste en mi buen consejo,<br />

que no habías de tornarte atrás. Todavía me parece que te quedan reliquias vanas. Hablando por antojo más que<br />

por razón, desechas el provecho por contentar la lengua. Óyeme, si no me has oído, e mira que soy vieja e el<br />

buen consejo mora en los viejos, e de los mancebos es propio el deleite. Bien creo que de tu yerro sola la edad<br />

tiene culpa. Espero en Dios que serás mejor para mí de aquí adelante e mudarás el ruin propósito con la tierna<br />

edad, que como dicen: múdanse costumbres con la mudanza del cabello e variación. Digo, hijo, creciendo e<br />

viendo cosas nuevas cada día. Porque la mocedad en sólo lo presente se impide e ocupa a mirar, mas la madura<br />

edad no deja presente ni pasado ni porvenir. Si tú tuvieras memoria, hijo Pármeno, del pasado amor que te tuve:<br />

la primera posada que tomaste, venido nuevamente en esta ciudad, había de ser la mía. Pero los mozos curáis<br />

poco de los viejos; regísvos a sabor de paladar. Nunca pensáis que tenéis ni habéis de tener necesidad dellos;<br />

nunca pensáis en enfermedades; nunca pensáis que os puede esta florecilla de juventud faltar. Pues mira, amigo,


que para tales necesidades como éstas buen acorro es una vieja conocida, amiga, madre, e más que madre; buen<br />

mesón para descansar sano, buen hospital para sanar enfermo, buena bolsa para necesidad, buena arca para<br />

guardar dinero en prosperidad, buen fuego de invierno rodeado de asadores, buena sombra de verano, buena<br />

taberna para comer e beber. ¿Qué dirás, loquillo, a todo esto? Bien sé que estás confuso, por lo que hoy has<br />

hablado; pues no quiero más de ti, que Dios no pide más del pecador de arrepentirse y enmendarse. Mira a<br />

Sempronio: yo le hice hombre, de Dios en ayuso. Querría que fueseis como hermanos, porque estando bien con<br />

él, con tu amo e con todo el mundo lo estarías. Mira que es bienquisto, diligente, palaciano, buen servidor,<br />

gracioso. Quiere tu amistad. Crecería vuestro provecho dándoos el uno al otro la mano, ni aun habría más<br />

privados con vuestro amo que vosotros. Pues sabe que es menester que ames si quieres ser amado, que no se<br />

toman truchas, etc.; ni te lo debe Sempronio de fuero. Simpleza es no querer amar e esperar de ser amado, locura<br />

es pagar el amistad con odio.<br />

PÁRMENO. Madre, mi segundo yerro te confieso e, con perdón de lo pasado, quiero que ordenes lo por venir.<br />

Pero con Sempronio me parece que es imposible sostenerse mi amistad. Él es desvariado, yo mal sufrido:<br />

conciértame esos amigos.<br />

CELESTINA. Pues no era ésa tu condición.<br />

PÁRMENO. A la mi fe, mientras más fui creciendo, más la primera paciencia me olvidaba. No soy el que solía,<br />

e asimismo Sempronio no ha ni tiene en qué me aproveche.<br />

CELESTINA. El cierto amigo en la cosa incierta se conoce, en las adversidades se prueba; entonces se allega e<br />

con más deseo visita la casa que la fortuna próspera desamparó. ¿Qué te diré, hijo, de las virtudes del buen<br />

amigo? No hay cosa más amada, ni más rara; ninguna carga rehúsa. Vosotros sois iguales. La paridad de las<br />

costumbres e la semejanza de los corazones es la que más la sostiene. Cata, hijo mío, que si algo tienes,<br />

guardado se te está. Sabe tú ganar más, que aquéllo ganado lo hallaste: buen siglo haya aquel padre que lo<br />

trabajó. No se te puede dar hasta que vivas más reposado e vengas en edad cumplida.<br />

PÁRMENO. ¿A qué llamas reposado, tía?<br />

CELESTINA. Hijo, a vivir por ti, a no andar por casas ajenas. Lo cual siempre andarás, mientras no te supieres<br />

aprovechar de tu servicio; que de lástima que hube de verte roto, pedí hoy manto, como viste, a Calisto. No por<br />

mi manto; pero por que, estando el sastre en casa e tú delante sin sayo, te le diese. Así que, no por mi provecho<br />

como yo sentí que dijiste, mas por el tuyo; que si esperas al ordinario galardón destos galanes, es tal que lo que<br />

en diez años sacarás, atarás en la manga. Goza tu mocedad, el buen día, la buena noche, el buen comer e beber:<br />

cuando pudieres haberlo, no lo dejes; piérdase lo que se perdiere. No llores tú la hacienda que tu amo heredó,<br />

que esto te llevarás deste mundo, pues no le tenemos más de por nuestra vida. ¡Oh hijo mío, Pármeno; que bien<br />

te puedo decir hijo, pues tanto tiempo te crié! Toma mi consejo, pues sale con limpio deseo de verte en alguna<br />

honra. ¡Oh cuán dichosa me hallaría en que tú y Sempronio estuvieseis muy conformes, muy amigos, hermanos<br />

en todo; viéndoos venir a mi pobre casa a holgar, a verme e aun a desenojaros con sendas muchachas!<br />

PÁRMENO. ¿Muchachas, madre mía?<br />

CELESTINA. ¡Alahé, muchachas digo, que viejas harto me soy yo! Cual se la tiene Sempronio, e aun sin haber<br />

tanta razón ni tenerle tanta afición como a ti, que de las entrañas me sale cuanto te digo.<br />

PÁRMENO. Señora, no vives engañada.<br />

CELESTINA. E aunque lo viva, no me pena mucho; que también lo hago por amor de Dios e por verte solo en<br />

tierra ajena, e más por aquellos huesos de quien te me encomendó. Que tú serás hombre e vendrás en<br />

conocimiento verdadero e dirás: la vieja Celestina bien me aconsejaba.<br />

PÁRMENO. E aun agora lo siento, aunque soy mozo; que, aunque hoy veías que aquello decía, no era porque<br />

me pareciese mal lo que tú hacías, pero porque veía que le aconsejaba yo lo cierto e me daba malas gracias. Pero<br />

de aquí adelante demos tras él. Haz de las tuyas, que yo callaré; que ya tropecé en no te creer acerca deste<br />

negocio con él.<br />

CELESTINA. Acerca deste e de otros tropezarás e caerás, mientras no tomares mis consejos, que son de amiga<br />

verdadera.<br />

PÁRMENO. Agora doy por bien empleado el tiempo que siendo niño te serví, pues tanto fruto trae para la mayor<br />

edad. E rogaré a Dios por el ánima de mi padre, que tal tutriz me dejó; e de mi madre, que a tal mujer me<br />

encomendó.<br />

CELESTINA. No me la nombres hijo, por Dios, que se me hinchan los ojos de agua. ¿E tuve yo en este mundo<br />

otra tal amiga, otra tal compañera, tal aliviadora de mis trabajos e fatigas? ¿Quién suplía mis faltas? ¿Quién sabía<br />

mis secretos? ¿A quién descubría mi corazón? ¿Quién era todo mi bien e descanso, sino tu madre, más que mi<br />

hermana e comadre? ¡Oh qué graciosa era! ¡Oh qué desenvuelta, limpia, varonil! Tan sin pena ni temor se<br />

andaba a media noche de cementerio en cementerio, buscando aparejos para nuestro oficio, como de día. Ni<br />

dejaba cristianos ni moros ni judíos, cuyos enterramientos no visitaba: de día los acechaba, de noche los<br />

desenterraba. Así se holgaba con la noche oscura, como tú con el día claro: decía que aquélla era capa de<br />

pecadores. Pues, ¿maña no tenía, con todas las otras gracias? Una cosa te diré, por que veas qué madre perdiste;<br />

aunque era para callar, pero contigo todo pasa. Siete dientes quitó a un ahorcado con unas tenacicas de pelar<br />

cejas, mientras yo le descalcé los zapatos. Pues entrar en un cerco: mejor que yo e con más esfuerzo, aunque yo


tenía harto buena fama; más que agora que, por mis pecados, todo se olvidó con su muerte. ¿Qué más quieres<br />

sino que los mismos diablos la habían miedo? Atemorizados e espantados los tenía con las crudas voces que les<br />

daba. Así era ella dellos conocida, como tú en tu casa. Tumbando venían unos sobre otros a su llamado. No le<br />

osaban decir mentira, según la fuerza con que los apremiaba. Después que la perdí, jamás les oí verdad.<br />

PÁRMENO. (Aparte) ¡No la medre Dios más a esta vieja que ella me da placer con estos loores de sus palabras!<br />

CELESTINA. ¿Qué dices, mi honrado Pármeno, mi hijo e más que hijo?<br />

PÁRMENO. Digo que cómo tenía esa ventaja mi madre, pues las palabras que ella e tú decíais eran todas unas.<br />

CELESTINA. ¿Cómo? ¿E deso te maravillas? ¿No sabes que dice el refrán que mucho va de Pedro a Pedro?<br />

Aquella gracia de mi comadre no la alcanzábamos todas. ¿No has visto en los oficios unos buenos y otros<br />

mejores? Así era tu madre, que Dios haya, la prima de nuestro oficio e por tal era de todo el mundo conocida e<br />

querida, así de caballeros como clérigos, casados, viejos, mozos e niños. Pues, ¿mozas e doncellas?... así rogaban<br />

a Dios por su vida, como de sus mismos padres. Con todos tenía quehacer, con todos hablaba. Si salíamos por la<br />

calle, cuantos topábamos eran sus ahijados; que fue su principal oficio partera diez y seis años. Así que, aunque<br />

tú no sabías sus secretos por la tierna edad que habías, agora es razón que los sepas, pues ella es finada e tú<br />

hombre.<br />

PÁRMENO. Dime, señora, cuando la justicia te mandó prender, estando yo en tu casa, ¿teníais mucho<br />

conocimiento?<br />

CELESTINA. ¿Si teníamos? Me dices como por burla. Juntas lo hicimos, juntas nos sintieron, juntas nos<br />

prendieron e acusaron, juntas nos dieron la pena esa vez, que creo que fue la primera. Pero muy pequeño eras tú.<br />

Yo me espanto cómo te acuerdas, que es la cosa que más olvidada está en la ciudad. Cosas son que pasan por el<br />

mundo. Cada día verás quien peque e pague, si sales a ese mercado.<br />

PÁRMENO. Verdad es. Pero del pecado lo peor es la perseverancia, que así como el primer movimiento no es<br />

en mano del hombre, así el primer yerro. [De] do dicen que: quien yerra e se enmienda, etc.<br />

CELESTINA. (Aparte) Lastimásteme, don loquillo. ¿A las verdades nos andamos? Pues espera, que yo te tocaré<br />

donde te duela.<br />

PÁRMENO. ¿Qué dices, madre?<br />

CELESTINA. Hijo, digo que, sin aquella, prendieron cuatro veces a tu madre, que Dios haya, sola. E aun la una<br />

le levantaron que era bruja, porque la hallaron de noche con unas candelillas cogiendo tierra de una encrucijada,<br />

e la tuvieron medio día en una escalera en la plaza, puesto uno como rocadero pintado en la cabeza. Pero cosas<br />

son que pasan. Algo han de sufrir los hombres en este triste mundo para sustentar sus vidas e honras. E mira en<br />

qué poco lo tuvo con su buen seso que ni por eso dejó, dende en adelante, de usar mejor su oficio. Esto ha venido<br />

por lo que decías del perseverar en lo que una vez se yerra. En todo tenía gracia; que, en Dios y en mi<br />

conciencia, aun en aquella escalera estaba e parecía que a todos los de abajo no tenía en una blanca, según su<br />

meneo e presencia. Así que los que algo son como ella, e saben e valen, son los que más presto yerran. Verás<br />

quién fue Virgilio e qué tanto supo; mas ya habrás oído cómo estuvo en un cesto colgado de una torre, mirándole<br />

toda Roma. Pero por eso no dejó de ser honrado, ni perdió el nombre de Virgilio.<br />

PÁRMENO. Verdad es lo que dices, pero eso no fue por justicia.<br />

CELESTINA. ¡Calla, bobo! Poco sabes de achaque de Iglesia e cuánto es mejor por mano de justicia que de otra<br />

manera. Sabíalo mejor el cura, que Dios haya, que, viniéndola a consolar, dijo que la Santa Escritura tenía que<br />

bienaventurados eran los que padecían persecución por la justicia, e que aquéllos poseerían el reino de los cielos.<br />

Mira si es mucho pasar algo en este mundo por gozar de la gloria del otro. E más que, según todos decían, a<br />

tuerto e sin razón e con falsos testigos e recios tormentos la hicieron aquella vez confesar lo que no era. Pero con<br />

su buen esfuerzo, e como el corazón avezado a sufrir hace las cosas más leves de lo que son, todo lo tuvo en<br />

nada; que mil veces le oía decir: «Si me quebré el pie, fue por mi bien, porque soy más conocida que antes». Así<br />

que todo esto pasó tu buena madre acá, debemos creer que le dará Dios buen pago allá; si es verdad lo que<br />

nuestro cura nos dijo, e con esto me consuelo. Pues séme tú, como ella, amigo verdadero e trabaja por ser bueno,<br />

pues tienes a quien parezcas. Que lo que tu padre te dejó, a buen seguro lo tienes.<br />

PÁRMENO. Bien lo creo, madre, pero querría saber qué tanto es.<br />

CELESTINA. No puede ser agora. Vendrá tu tiempo, como te dije, para que lo sepas e lo oigas.<br />

PÁRMENO. Agora dejemos los muertos e las herencias; que si poco me dejaron, poco hallaré. Hablemos en los<br />

presentes negocios, que nos va más que en traer los pasados a la memoria. Bien se te acordará: no ha mucho que<br />

me prometiste que me harías haber a Areúsa, cuando en mi casa te dije cómo moría por sus amores.<br />

CELESTINA. Sí, te lo prometí. No lo he olvidado, ni creas que he perdido con los años la memoria, que más de<br />

tres jaques ha recibido de mí sobre ello en tu ausencia. Ya creo que estará bien madura. Vamos de camino por su<br />

casa, que no se podrá escapar de mate. Que esto es lo menos que yo por ti tengo de hacer.<br />

PÁRMENO. Yo ya desconfiaba de la poder alcanzar, porque jamás podía acabar con ella que me esperase a<br />

poderle decir una palabra. E como dicen: mala señal es de amor, huir e volver la cara. Sentía en mí gran desfiuza<br />

desto.


CELESTINA. No tengo en mucho tu desconfianza, no me conociendo ni sabiendo, como agora, que tienes tan de<br />

tu mano la maestra destas labores. Pues agora verás cuánto por mi causa vales, cuánto con las tales puedo,<br />

cuánto sé en casos de amor.<br />

Anda, paso. ¿Ves aquí su puerta? Entremos quedo, no nos sientan sus vecinas. Atiende e espera debajo desta<br />

escalera. Subiré yo a ver qué se podrá hacer sobre lo hablado e, por ventura, haremos más que tú ni yo traemos<br />

pensado.<br />

AREÚSA. ¿Quién anda ahí? ¿Quién sube a tal hora en mi cámara?<br />

CELESTINA. (Afuera) Quien no te quiere mal, por cierto; quien nunca da paso que no piense en tu provecho;<br />

quien tiene más memoria de ti que de sí misma. Una enamorada tuya, aunque vieja.<br />

AREÚSA. (Aparte) ¡Válala el diablo a esta vieja, con qué viene como huestantigua a tal hora! (En voz alta) Tía,<br />

señora, ¿qué buena venida es ésta tan tarde? Ya me desnudaba para acostar.<br />

CELESTINA. ¿Con las gallinas, hija? ¡Así se hará la hacienda! ¡Andar, pase! Otro es el que ha de llorar las<br />

necesidades que no tú. Yerba pace quien lo cumple. Tal vida quienquiera se la querría.<br />

AREÚSA. ¡Jesús! Quiérome tornar a vestir, que he frío.<br />

CELESTINA. No harás, por mi vida, sino éntrate en la cama, que desde allí hablaremos.<br />

AREÚSA. Así goce de mí, pues que lo he bien menester, que me siento mala hoy todo el día. Así que necesidad,<br />

más que vicio, me hizo tomar con tiempo las sábanas por faldetas.<br />

CELESTINA. Pues no estés asentada. Acuéstate y métete debajo de la ropa, que pareces sirena.<br />

AREÚSA. Bien me dices, señora tía.<br />

CELESTINA. ¡Ay, cómo huele toda la ropa en bulléndote! ¡A osadas, que está todo a punto! Siempre me pagué<br />

de tus cosas y hechos, de tu limpieza e atavío. ¡Fresca que estás, bendígate Dios! ¡Qué sábanas e colcha, qué<br />

almohadas e qué blancura! Tal sea mi vejez, cual todo me parece. ¡Perla de oro, verás si te quiere bien quien te<br />

visita a tales horas! Déjame mirarte toda a mi voluntad, que me huelgo.<br />

AREÚSA. ¡Paso, madre! No llegues a mí, que me haces cosquillas y provócasme a reír, e la risa acreciéntame el<br />

dolor.<br />

CELESTINA. ¿Qué dolor, mis amores? ¿Búrlaste, por mi vida, conmigo?<br />

AREÚSA. ¡Mal gozo vea de mí, si burlo! Sino que ha cuatro horas que muero de la madre, que la tengo subida<br />

en los pechos, que me quiere sacar deste mundo. Que no soy tan viciosa como piensas.<br />

CELESTINA. Pues dame lugar. Tentaré, que aún algo sé yo deste mal por mi pecado, que cada una se tiene o ha<br />

tenido su madre y sus zozobras della.<br />

AREÚSA. Más arriba la siento, sobre el estómago.<br />

CELESTINA. ¡Bendígate Dios y señor San Miguel Ángel! ¡E qué gorda e fresca que estás! ¡Qué pechos e qué<br />

gentileza! Por hermosa te tenía hasta agora, viendo lo que todos podían ver; pero agora te digo que no hay en la<br />

ciudad tres cuerpos tales como el tuyo, en cuanto yo conozco. No parece que hayas quince años. ¡Oh quién fuera<br />

hombre e tanta parte alcanzara de ti para gozar tal vista! Por Dios, pecado ganas en no dar parte destas gracias a<br />

todos los que bien te quieren; que no te las dio Dios para que pasasen en balde por el frescor de tu juventud,<br />

debajo de seis dobles de paño e lienzo. Cata que no seas avarienta de lo que poco te costó. No atesores tu<br />

gentileza, pues es de su natura tan comunicable como el dinero. No seas el perro del hortelano. E pues tú no<br />

puedes de ti propia gozar, goce quien puede; que no creas que en balde fuiste criada; que cuando nace ella, nace<br />

él e cuando él, ella. Ninguna cosa hay criada al mundo superflua ni que con acordada razón no proveyese della<br />

Natura. Mira que es pecado fatigar e dar pena a los hombres, pudiéndolos remediar.<br />

AREÚSA. ¡Alábame agora, madre, e no me quiere ninguno! Dame algún remedio para mi mal e no estés<br />

burlando de mí.<br />

CELESTINA. Deste tan común dolor todas somos, mal pecado, maestras. Lo que he visto a muchas hacer, e lo<br />

que a mí siempre aprovecha, te diré. Porque, como las calidades de las personas son diversas, así las melecinas<br />

hacen diversas sus operaciones e diferentes. Todo olor fuerte es bueno, así como: poleo, ruda, ajenjos, humo de<br />

plumas de perdiz, de romero, de mosqueta, de incienso. Recibido con mucha diligencia, aprovecha e afloja el<br />

dolor e vuelve poco a poco la madre a su lugar. Pero otra cosa hallaba yo siempre mejor que todas e ésta no te<br />

quiero decir, pues tan santa te me haces.<br />

AREÚSA. ¿Qué, por mi vida, madre? ¿Vesme penada y encúbresme la salud?<br />

CELESTINA. ¡Anda, que bien me entiendes, no te hagas boba!<br />

AREÚSA. ¡Ya, ya! ¡Mala landre me mate, si te entendía! ¿Pero qué quieres que haga? Sabes que se partió ayer<br />

aquel mi amigo con su capitán a la guerra. ¿Había de hacerle ruindad?<br />

CELESTINA. ¡Verás y qué daño e qué gran ruindad!<br />

AREÚSA. Por cierto, sí sería; que me da todo lo que he menester. Tiéneme honrada, favoréceme e trátame como<br />

si fuese su señora.<br />

CELESTINA. Pero aunque todo eso sea, mientras no parieres nunca te faltará este mal e dolor de agora, de lo<br />

cual él debe ser causa. E si no crees en dolor, cree en color, e verás lo que viene de su sola compañía.


AREÚSA. No es sino mi mala dicha: maldición mala que mis padres me echaron, que no está ya por probar todo<br />

eso. Pero dejemos eso, que es tarde e dime a qué fue tu buena venida.<br />

CELESTINA. Ya sabes lo que de Pármeno te hube dicho. Quéjaseme que aún verle no le quieres. No sé por qué,<br />

sino porque sabes que le quiero yo bien y le tengo por hijo. Pues, por cierto, de otra manera miro yo tus cosas,<br />

que hasta tus vecinas me parecen bien e se me alegra el corazón cada vez que las veo, porque sé que hablan<br />

contigo.<br />

AREÚSA. No vives, tía señora, engañada.<br />

CELESTINA. No lo sé. A las obras creo, que las palabras de balde las venden dondequiera. Pero el amor nunca<br />

se paga sino con puro amor; e las obras, con obras. Ya sabes el deudo que hay entre ti e Elicia, la cual tiene<br />

Sempronio en mi casa. Pármeno y él son compañeros, sirven a este señor que tú conoces e por quien tanto favor<br />

podrás tener. No niegues lo que tan poco hacer te cuesta. Vosotras, parientas; ellos, compañeros; mira cómo<br />

viene mejor medido que lo queremos. Aquí viene conmigo. Verás si quieres que suba.<br />

AREÚSA. ¡Amarga de mí, si nos ha oído!<br />

CELESTINA. No, que abajo queda. Quiérole hacer subir. Reciba tanta gracia que lo conozcas e hables e<br />

muestres buena cara. E si tal te pareciere, goce él de ti e tú dél; que, aunque él gane mucho, tú no pierdes nada.<br />

AREÚSA. Bien tengo, señora, conocimiento cómo todas tus razones, éstas y las pasadas, se enderezan en mi<br />

provecho. Pero, ¿cómo quieres que haga tal cosa? Que tengo a quién dar cuenta, como has oído e, si soy sentida,<br />

matarme ha. Tengo vecinas envidiosas; luego lo dirán. Así que, aunque no haya más mal de perderle, será más<br />

que ganaré en agradar al que me mandas.<br />

CELESTINA. Eso que temes, yo lo proveí primero, que muy paso entramos.<br />

AREÚSA. No lo digo por esta noche, sino por otras muchas.<br />

CELESTINA. ¿Cómo? ¿E desas eres? ¿Desa manera te tratas? Nunca tú harás casa con sobrado. Ausente le has<br />

miedo, ¿qué harías, si estuviese en la ciudad? En dicha me cabe que jamás ceso de dar consejo a bobos, e todavía<br />

hay quien yerre; pero no me maravillo, que es grande el mundo e pocos los experimentados. ¡Ay, ay, hija, si<br />

vieses el saber de tu prima e qué tanto le ha aprovechado mi crianza e consejos e qué gran maestra está! E aun<br />

que no se halla ella mal con mis castigos: que uno en la cama e otro en la puerta e otro que suspira por ella en su<br />

casa, se precia de tener. E con todos cumple e a todos muestra buena cara, e todos piensan que son muy queridos<br />

e cada uno piensš que no hay otro e que él solo es privado y él solo es el que le da lo que ha menester. ¿E tú<br />

temes que, con dos que tengas, las tablas de la cama lo han de descubrir? ¿De una sola gotera te mantienes? ¡No<br />

te sobrarán muchos manjares! ¡No quiero arrendar tus escamochos! Nunca uno me agradó, nunca en uno puse<br />

toda mi afición. Más pueden dos e más cuatro, e más dan e más tienen y más hay en qué escoger. No hay cosa<br />

más perdida, hija, que el mur que no sabe sino un horado: si aquél le tapan, no habrá donde se esconda del gato.<br />

Quien no tiene sino un ojo, mira a cuánto peligro anda. Una alma sola, ni canta ni llora; un solo acto no hace<br />

hábito; un fraile solo pocas veces lo encontrarás por la calle; una perdiz sola por maravilla vuela, mayormente en<br />

verano; un manjar solo, continuo, presto pone hastío; una golondrina no hace verano; un testigo solo no es<br />

entera fe; quien sola una ropa tiene, presto la envejece. ¿Qué quieres, hija, deste número de uno? Más<br />

inconvenientes te diré dél que años tengo a cuestas. Ten siquiera dos, que es compañía loable: como tienes dos<br />

orejas, dos pies e dos manos, dos sábanas en la cama; como dos camisas para remudar. E si más quisieres,<br />

mejor te irá: que mientras más moros, más ganancia; que honra sin provecho, no es sino como anillo en el dedo.<br />

E pues entrambos no caben en un saco, acoge la ganancia . Sube, hijo Pármeno.<br />

AREÚSA. ¡No suba, landre me mate, que me fino de empacho, que no le conozco! Siempre hube vergüenza dél.<br />

CELESTINA. Aquí estoy yo que te la quitaré, e cubriré e hablaré por entrambos; que otro tan empachado es él.<br />

PÁRMENO. Señora, Dios salve tu graciosa presencia.<br />

AREÚSA. Gentilhombre, buena sea tu venida.<br />

CELESTINA. ¡Llégate acá, asno! ¿Adónde te vas allá asentar al rincón? No seas empachado, que al hombre<br />

vergonzoso el diablo le trajo a palacio. Oídme entrambos lo que digo. Ya sabes tú, Pármeno amigo, lo que te<br />

prometí; e tú, hija mía, lo que te tengo rogado, dejada aparte la dificultad con que me lo has concedido. Pocas<br />

razones son necesarias, porque el tiempo no lo padece: él ha siempre vivido penado por ti. Pues viendo su pena,<br />

sé que no le querrás matar e aun conozco que él te parece tal que no será malo para quedarse acá esta noche en<br />

casa.<br />

AREÚSA. ¡Por mi vida, madre, que tal no se haga! ¡Jesús, no me lo mandes!<br />

PÁRMENO. (Aparte) Madre mía, por amor de Dios, que no salga yo de aquí sin buen concierto, que me ha<br />

muerto de amores su vista. Ofrécele cuanto mi padre te dejó para mí. Dile que le daré cuanto tengo. Ea, díselo,<br />

que me parece que no me quiere mirar.<br />

AREÚSA. ¿Qué te dice ese señor a la oreja? ¿Piensa que tengo de hacer nada de lo que pides?<br />

CELESTINA. No dice, hija, sino que se huelga mucho con tu amistad, porque eres persona tan honrada e en<br />

quien cualquier beneficio cabrá bien. E asimismo que, pues que esto por mi intercesión se hace, que él me<br />

promete de aquí adelante ser muy amigo de Sempronio e venir en todo lo que quisiere contra su amo en un<br />

negocio que traemos entre manos. ¿Es verdad, Pármeno? ¿Prométeslo así como digo?<br />

PÁRMENO. Sí prometo, sin duda.


CELESTINA. (Aparte) ¡Ah, don ruin, palabra te tengo! ¡A buen tiempo te así! (En voz alta) ¡Llégate acá,<br />

negligente, vergonzoso, que quiero ver para cuánto eres antes que me vaya! Retózala en esta cama.<br />

AREÚSA. No será él tan descortés que entre en lo vedado sin licencia.<br />

CELESTINA. ¿En cortesías y licencias estás? No espero más aquí, yo fiadora que tú amanezcas sin dolor y él sin<br />

color. Mas como es un putillo, gallillo, barbiponiente, entiendo que en tres noches no se le demude la cresta.<br />

Destos me mandaban a mí comer en mi tiempo los médicos de mi tierra, cuando tenía mejores dientes.<br />

AREÚSA. ¡Ay, señor mío, no me trates de tal manera! ¡Ten mesura, por cortesía! Mira las canas de aquella<br />

vieja honrada, que están presentes. Quítate allá, que no soy de aquellas que piensas; no soy de las que<br />

públicamente están a vender sus cuerpos por dinero. Así goce de mí, de casa me salga si, hasta que Celestina mi<br />

tía sea ida, a mi ropa tocas.<br />

CELESTINA. ¿Qué es esto, Areúsa? ¿Qué son estas extrañezas y esquividad, estas novedades e retraimiento?<br />

Parece, hija, que no sé yo qué cosa es esto, que nunca vi estar un hombre con una mujer juntos e que jamás pasé<br />

por ello ni gocé de lo que gozas, e que no sé lo que pasan e lo que dicen e hacen. ¡Guay de quien tal oye como<br />

yo! Pues avísote de tanto: que fui errada como tú e tuve amigos; pero nunca el viejo ni la vieja echaba de mi<br />

lado, ni su consejo en público ni en mis secretos; para la muerte que a Dios debo, más quisiera una gran<br />

bofetada en mitad de mi cara. Parece que ayer nací, según tu encubrimiento. Por hacerte a ti honesta, me haces<br />

a mí necia e vergonzosa e de poco secreto e sin experiencia, e me amenguas en mi oficio por alzar a ti en el<br />

tuyo. Pues de corsario a corsario no se pierden sino los barriles. Más te alabo yo detrás, que tú te estimas<br />

delante.<br />

AREÚSA. Madre, si erré, haya perdón. E llégate mas acá y él haga lo que quisiere; que más quiero tener a ti<br />

contenta, que no a mí; antes me quebraré un ojo que enojarte.<br />

CELESTINA. No tengo ya enojo, pero dígotelo para adelante. Quedaos adiós, que voyme sólo porque me<br />

hacéis dentera con vuestro besar e retozar; que aún el sabor en las encías me quedó, no lo perdí con las muelas.<br />

AREÚSA. Dios vaya contigo.<br />

PÁRMENO. Madre, ¿mandas que te acompañe?<br />

CELESTINA. Sería quitar a un santo para poner en otro. Acompáñeos Dios, que yo vieja soy, no he temor que<br />

me fuercen en la calle.<br />

ELICIA. El perro ladra, ¡si viene este diablo de vieja!<br />

CELESTINA. (Llamando a la puerta) ¡Ta, ta, ta!<br />

ELICIA. ¿Quién es? ¿Quién llama?<br />

CELESTINA. Bájame abrir, hija.<br />

ELICIA. ¿Estas son tus venidas? Andar de noche es tu placer. ¿Por qué lo haces? ¿Qué larga estada fue ésta,<br />

madre? Nunca sales para volver a casa. Por costumbre lo tienes. Cumpliendo con uno, dejas ciento descontentos.<br />

Que has sido hoy buscada del padre de la desposada que llevaste el día de Pascua al racionero; que la quiere<br />

casar de aquí a tres días y es menester que la remedies, pues que se lo prometiste, para que no sienta su marido la<br />

falta de la virginidad.<br />

CELESTINA. No me acuerdo, hija, por quien dices.<br />

ELICIA. ¿Cómo no te acuerdas? Desacordada eres, cierto. ¡Oh cómo caduca la memoria! Pues, por cierto, tú me<br />

dijiste, cuando la llevabas, que la habías renovado siete veces.<br />

CELESTINA. No te maravilles, hija, que quien en muchas partes derrama su memoria, en ninguna la puede<br />

tener. Pero, dime si tornará.<br />

ELICIA. ¡Mira si tornará! Tiénete dado una manilla de oro en prendas de tu trabajo, ¿e no había de venir?<br />

CELESTINA. ¿La de la manilla es? Ya sé por quién dices. ¿Por qué tú no tomabas el aparejo e comenzabas a<br />

hacer algo? Pues en aquellas tales te habías de avezar e probar, de cuantas veces me lo has visto hacer. Si no, ahí<br />

te estarás toda tu vida, hecha bestia sin oficio ni renta. E cuando seas de mi edad, llorarás la holgura de agora:<br />

que la mocedad ociosa acarrea la vejez arrepentida e trabajosa. Hacíalo yo mejor cuando tu abuela, que Dios<br />

haya, me mostraba este oficio; que a cabo de un año, sabía más que ella.<br />

ELICIA. No me maravillo, que muchas veces, como dicen, al maestro sobrepuja el buen discípulo. E no va esto,<br />

sino en la gana con que se aprende. Ninguna ciencia es bien empleada en el que no le tiene afición. Yo le tengo a<br />

este oficio odio; tú, mueres tras ello.<br />

CELESTINA. Tú te lo dirás todo. Pobre vejez quieres. ¿Piensas que nunca has de salir de mi lado?<br />

ELICIA. Por Dios, dejemos enojo y al tiempo, el consejo. Hayamos mucho placer. Mientras hoy tuviéremos de<br />

comer, no pensemos en mañana. Tan bien se muere el que mucho allega como el que pobremente vive, y el<br />

doctor como el pastor, y el Papa como el sacristán, y el señor como el siervo, y el de alto linaje como el bajo, e tú<br />

con oficio como yo sin ninguno. No habemos de vivir para siempre. Gocemos y holguemos, que la vejez pocos<br />

la ven e de los que la ven ninguno murió de hambre. No quiero en este mundo sino día e victo, e parte en<br />

paraíso. Aunque los ricos tienen mejor aparejo para ganar la gloria que quien poco tiene, no hay ninguno<br />

contento, no hay quien diga «harto tengo»; no hay ninguno que no trocase mi placer por sus dineros. Dejemos<br />

cuidados ajenos e acostémonos, que es hora. Que más me engordará un buen sueño sin temor que cuanto tesoro<br />

hay en Venecia.


<strong>Acto</strong> XI<br />

<strong>ARGUMENTO</strong> <strong><strong>DE</strong>L</strong> UNDÉCIMO <strong>ACTO</strong><br />

Despedida Celestina de Melibea, va por la calle sola hablando. Ve a Sempronio y a Pármeno que van a la<br />

Magdalena por su señor. Sempronio habla con Calisto. Sobreviene Celestina.<br />

CELESTINA.- ¡Ay, Dios, si llegase a mi casa con mi mucha alegría a cuestas! A Pármeno y a<br />

Sempronio veo ir a la Magdalena. Tras ellos me voy y, si ahí no estuviere Calisto, pasaremos a su casa a<br />

pedirle albricias de su gran gozo.<br />

SEMPRONIO.- Señor, mira que tu estada es dar a todo el mundo qué decir. Por Dios, que huyas de ser<br />

traído en lenguas, que al muy devoto llaman hipócrita. ¿Qué dirán sino que andas royendo los santos? Si<br />

pasión tienes, súfrela en tu casa; no te sienta la tierra, no descubras tu pena a los extraños. Pues está en manos<br />

el pandero que lo sabrá bien tañer.<br />

CALISTO.- ¿En qué manos?<br />

SEMPRONIO.- De Celestina.<br />

CELESTINA.- ¿Qué nombráis a Celestina? ¿Qué decís de esta esclava de Calisto? Toda la calle del<br />

Arcediano vengo a más andar tras vosotros por alcanzaros y jamás he podido con mis luengas haldas.<br />

CALISTO.- ¡Oh joya del mundo, acorro de mis pasiones, espejo de mi vista! El corazón se me alegra en<br />

ver esa honrada presencia, esa noble senectud. Dime, ¿con qué vienes? ¿Qué nuevas traes? ¡Que te veo alegre<br />

y no sé en qué está mi vida!<br />

CELESTINA.- En mi lengua.<br />

CALISTO.- ¿Qué dices, gloria y descanso mío? Declárame más lo dicho.<br />

CELESTINA.- Salgamos, señor, de la iglesia, y de aquí a la casa te contaré algo con que te alegres de<br />

verdad.<br />

PÁRMENO.- Buena viene la vieja, hermano; recaudado debe de haber.<br />

SEMPRONIO.- Escucha.<br />

----------------<br />

CELESTINA.- Todo este día, señor, he trabajado en tu negocio y he dejado perder otros en que harto me<br />

iba. Muchos tengo quejosos por tenerte a ti contento. Más he dejado de ganar que piensas, pero todo vaya en<br />

buena hora, pues tan buen recaudo traigo. Y óyeme, que en pocas palabras te lo diré, que soy corta de razón. A<br />

Melibea dejo a tu servicio.<br />

CALISTO.- ¿Qué es esto que oigo?<br />

CELESTINA.- Que es más tuya que de sí misma, más está a tu mandado y querer que de su padre<br />

Pleberio.<br />

CALISTO.- Habla cortés, madre, no digas tal cosa, que dirán estos mozos que estás loca. Melibea es mi<br />

señora, Melibea es mi Dios, Melibea es mi vida; yo su cautivo, yo su siervo.<br />

SEMPRONIO.- Con tu desconfianza, señor, con tu poco preciarte, con tenerte en poco, hablas esas cosas<br />

con que atajas su razón. A todo el mundo turbas diciendo desconciertos. ¿De qué te santiguas? Dale algo por<br />

su trabajo, harás mejor, que eso esperan esas palabras.<br />

CALISTO.- Bien has dicho. Madre mía, yo sé cierto que jamás igualará tu trabajo y mi liviano galardón.<br />

En lugar de manto y saya, por que no se dé parte a oficiales, toma esta cadenilla, ponla al cuello y procede en<br />

tu razón y mi alegría.<br />

PÁRMENO.- ¿Cadenilla la llama? ¿No lo oyes, Sempronio? No estima el gasto. Pues yo te certifico no<br />

diese mi parte por medio marco de oro, por mal que la vieja la reparta.<br />

SEMPRONIO.- Oírte ha nuestro amo. Tendremos en él qué amansar y en ti qué sanar, según está<br />

hinchado de tu mucho murmurar. Por mi amor, hermano, que oigas y calles, que por eso te dio Dios dos oídos<br />

y una lengua sola.<br />

PÁRMENO.- ¡Oirá el diablo! Está colgado de la boca de la vieja, sordo, y mudo, y ciego, hecho


personaje sin son, que, aunque le diésemos higas, diría que alzábamos las manos a Dios rogando por buen fin<br />

de sus amores.<br />

SEMPRONIO.- Calla, oye, escucha bien a Celestina. En mi alma todo lo merece, y más que le diese.<br />

Mucho dice.<br />

CELESTINA.- Señor Calisto, para tan flaca vieja como yo de mucha franqueza usaste, pero como todo<br />

don o dádiva se juzgue grande o chica respecto del que lo da, no quiero traer a consecuencia mi poco merecer<br />

ante quien sobra en cualidad y en cuantidad, mas medirse ha con tu magnificencia, ante quien no es nada. En<br />

pago de la cual te restituyo tu salud, que iba perdida; tu corazón, que te faltaba; tu seso, que se alteraba.<br />

Melibea pena por ti más que tú por ella, Melibea te ama y desea ver, Melibea piensa más horas en tu persona<br />

que en la suya, Melibea se llama tuya y esto tiene por título de libertad. Y con esto amansa el fuego, que más<br />

que a ti la quema.<br />

CALISTO.- ¿Mozos, estoy yo aquí? ¿Mozos, oigo yo esto? Mozos, mirad si estoy despierto. ¿Es de día<br />

o de noche? ¡Oh señor Dios, padre celestial, ruégote que esto no sea sueño! ¡Despierto, pues, estoy! Si burlas,<br />

señora, de mí por me pagar en palabras, no temas, di verdad, que para lo que tú de mí has recibido más<br />

merecen tus pasos.<br />

CELESTINA.- Nunca el corazón lastimado de deseo toma la buena nueva por cierta ni la mala por<br />

dudosa. Pero, si burlo o si no, verlo has yendo esta noche, según el concierto dejo con ella, a su casa, en dando<br />

el reloj doce, a la hablar por entre las puertas, de cuya boca sabrás más por entero mi solicitud y su deseo, y el<br />

amor que te tiene y quién lo ha causado.<br />

CALISTO.- Ya, ya, ¿tal cosa espero? ¿Tal cosa es posible haber de pasar por mí? Muerto soy de aquí<br />

allá, no soy capaz de tanta gloria, no merecedor de tan gran merced, no digno de hablar con tal señora de su<br />

voluntad y grado.<br />

CELESTINA.- Siempre lo oí decir, que es más difícil de sufrir la próspera fortuna que la adversa, que la<br />

una no tiene sosiego y la otra tiene consuelo. ¿Cómo, señor Calisto, y no mirarías quién tú eres? ¿Y no<br />

mirarías el tiempo que has gastado en su servicio? ¿Y no mirarías a quien has puesto entremedias? Y,<br />

asimismo, que hasta ahora siempre has estado dudoso de la alcanzar y tenías sufrimiento, ahora que te certifico<br />

el fin de tu penar, ¿quieres poner fin a tu vida? Mira, mira que está Celestina de tu parte y que, aunque todo te<br />

faltase lo que en un enamorado se requiere, te vendería por el más acabado galán del mundo. Que te haría<br />

llanas las peñas para andar, que te haría las más crecidas aguas corrientes pasar sin mojarte. Mal conoces a<br />

quien tú das dinero.<br />

CALISTO.- ¡Cata, señora! ¿Qué me dices? ¿Que vendrá de su grado?<br />

CELESTINA.- Y aun de rodillas.<br />

SEMPRONIO.- No sea ruido hechizo, que nos quieren tomar a manos a todos. Cata, madre, que así se<br />

suelen dar las zarazas en pan envueltas, por que no las sienta el gusto.<br />

PÁRMENO.- Nunca te oí decir mejor cosa. Mucha sospecha me pone el presto conceder de aquella<br />

señora y venir tan aína en todo su querer de Celestina, engañando nuestra voluntad con sus palabras dulces y<br />

prestas por hurtar por otra parte, como hacen los de Egipto cuando el signo nos catan en la mano. Pues alahé,<br />

madre, con dulces palabras están muchas injurias vengadas. El falso bueyezuelo con su blando cencerrar trae<br />

las perdices a la red; el canto de la sirena engaña los simples marineros con su dulzor. Así ésta, con su<br />

mansedumbre y concesión presta, querrá tomar una manada de nosotros a su salvo. Purgará su inocencia con la<br />

honra de Calisto y con nuestra muerte, así como corderica mansa que mama su madre y la ajena. Ella, con su<br />

segurar, tomará la venganza de Calisto en todos nosotros, de manera, que, con la mucha gente que tiene, podrá<br />

cazar a padres e hijos en una nidada y tú estarte has rascando a tu fuego, diciendo «a salvo está el que repica».<br />

CALISTO.- ¡Callad, locos, bellacos, sospechosos! Parece que dais a entender que los ángeles sepan<br />

hacer mal. Sí, que Melibea ángel disimulado es que vive entre nosotros.<br />

SEMPRONIO.- ¿Todavía vuelves a tus herejías? Escúchale, Pármeno, no te pene nada, que si fuere trato<br />

doble, él lo pagará, que nosotros buenos pies tenemos.<br />

CELESTINA.- Señor, tú estás en lo cierto; vosotros, cargados de sospechas vanas. Yo he hecho todo lo<br />

que a mí era a cargo. Alegre te dejo, Dios te libre y aderece. Pártome muy contenta. Si fuere menester para<br />

esto o para más, allí estoy muy aparejada a tu servicio.<br />

PÁRMENO.- ¡Ji, ji, ji!<br />

SEMPRONIO.- ¿De qué te ríes, por tu vida?<br />

PÁRMENO.- De la prisa que la vieja tiene por irse. No ve la hora que haber despegado la cadena de<br />

casa. No puede creer que la tenga en su poder ni que se la han dado de verdad. No se halla digna de tal don, tan<br />

poco como Calisto de Melibea.<br />

SEMPRONIO.- ¿Qué quieres que haga una puta vieja alcahueta, que sabe y entiende lo que nosotros


callamos, y suele hacer siete virgos por dos monedas, después de verse cargada de oro, sino ponerse en salvo<br />

con la posesión, con temor no se la tornen a tomar después que ha cumplido de su parte aquello para que era<br />

menester? ¡Pues guárdese del diablo que sobre el partir no le saquemos el alma!<br />

CALISTO.- Dios vaya contigo, madre. Yo quiero dormir y reposar un rato para satisfacer a las pasadas<br />

noches y cumplir con la por venir.

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