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Por causa de palabra<br />

Una lectura del poemario<br />

Por cuál causa o nostalgia<br />

de Juan Sánchez Peláez


© Héctor Carrasquero<br />

© Fundación Editorial El perro y la rana, 2015<br />

Centro Simón Bolívar, Torre Norte, piso 21, El Silencio,<br />

Caracas- Venezuela, 1010.<br />

Teléfonos: (0212) 768.8300 / 768.8399.<br />

correos electrónicos<br />

atencionalescritorfepr@gmail.com<br />

atencionalescritorfepr@gmail.com<br />

páginas web<br />

www.elperroylarana.gob.ve<br />

www.ministeriodelacultura.gob.ve<br />

Redes sociales<br />

Facebook: Editorialelperroylarana<br />

Twitter: @perroyranalibro<br />

Edición<br />

Luis Lacave / Carlos Zambrano<br />

Corrección<br />

Francisco Romero<br />

Diagramación<br />

Yeibert Vivas<br />

Hecho el Depósito de Ley<br />

lfi40220158003498<br />

isbn 978-980-14-3110-7


Por causa de palabra<br />

Una lectura del poemario<br />

Por cuál causa o nostalgia<br />

de Juan Sánchez Peláez<br />

Héctor Carrasquero


Serie Clásicos<br />

Obras claves de la tradición del pensamiento humano, abarcando<br />

la filosofía occidental, oriental y nuestramericana.<br />

Serie Crítica emergente<br />

Textos y ejercicios reflexivos que se gestan en nuestra<br />

contemporaneidad. Abarca todos aquellos ensayos teóricos del<br />

pensamiento actual.<br />

Serie Género-s<br />

Una tribuna abierta para el debate, la reflexión, la historia y la<br />

expresión de la cuestión femenina, el feminismo y la diversidad<br />

sexual.<br />

Serie Aforemas<br />

Entre el aforismo filosófico y lo poético, el objeto literario y el<br />

objeto reflexivo son construidos desde un espacio alterno.<br />

La crítica literaria, el ensayo poético y los discursos híbridos<br />

encuentran un lugar para su expresión.<br />

Serie Teorema<br />

La reflexión sobre el universo, el mundo, lo material, lo<br />

inanimado, estará dispuesta ante la mirada del público lector.<br />

El discurso matemático, el físico, el biológico, el químico y demás<br />

visiones de las ciencias materiales, concurrirán en esta serie para<br />

mostrar sus tendencias.


A Mario, Eligia, Verónica, Joaquín y Chichi


Este libro fue presentado como “Trabajo especial de grado” para la<br />

licenciatura en Letras por la Universidad Central de Venezuela, en el<br />

mes de julio de 2007. Agradezco especialmente el decisivo apoyo de Ruth<br />

Carrasquero, María Cecilia Velázquez y Rafael Castillo Zapata en el<br />

proceso de su redacción.


El poema no es una forma literaria, sino el lugar de encuentro entre la<br />

poesía y el hombre.<br />

Octavio Paz<br />

El arco y la lira<br />

–Un libro de versos (...) nunca puede ser definitivo en el sentido que nos<br />

interesa; es siempre un principio, un camino que se abre (...)<br />

–Hombre, porque eso es interminable, porque no existe, porque la poesía<br />

está hecha, digamos así, con lo que nos falta, con lo que no tenemos.<br />

J. C. Onetti<br />

Juntacadáveres<br />

El fracaso no debe hacer perder el ánimo, sino que hay que intentar expresar<br />

cómo se comprende el poema, corriendo unas veces el riesgo de entender<br />

mal y, otras, de quedarse en la vaguedad de las impresiones que nos deja<br />

en ridículo. Solo así se abre la posibilidad de que otros saquen provecho de<br />

ello, provecho que no consiste tanto en que el carácter unilateral del propio<br />

intento provoque reacciones igualmente unilaterales, sino, más bien, en que<br />

el ámbito de resonancia del texto se amplíe y enriquezca en su conjunto.<br />

H. G. Gadamer<br />

¿Están enmudeciendo los poetas?


1<br />

Prólogo<br />

[ 13 ]<br />

La incansable búsqueda de innovación y libertad formal —y en<br />

cierto modo, espiritual —, inherente al arte de la modernidad que,<br />

en el caso de las vanguardias, manifiesta una obligada ruptura con<br />

las tradiciones, no solo literarias, ha llevado a la producción artística,<br />

entre otros “ámbitos de vida”, a instalarse en un terreno cada<br />

vez más movedizo, menos afianzado en patrones convencionales,<br />

desprovisto del conjunto de asideros históricos, formales, filosóficos,<br />

estéticos e incluso, morales y sociales que permitía el continuum<br />

conocido de la tradición; un terreno, en fin, más expuesto<br />

por eso a nuevas formas de hermetismo en la expresión y a un progresivo<br />

distanciamiento entre el público receptor —espectadores,<br />

escuchas, lectores todos— y el texto artístico.<br />

El siglo de la imagen ha visto además de qué manera se diluyen<br />

los códigos para comprender la obra de arte, sobre todo con el abandono<br />

de la figuración en la plástica y el arribo de la fotografía. Ante


Héctor Carrasquero<br />

[ 14 ]<br />

la imagen se está frente a un sistema sin definición preestablecida:<br />

para algunos, la fotografía es un mensaje sin código; para otros, el<br />

cuadro constituye su propio sistema.<br />

Aunque la literatura está basada en la lengua verbal, un<br />

código más sólido que los códigos de la imagen, cierta producción<br />

literaria moderna ha dejado ver cómo tal código, compartido con<br />

el lector, es insuficiente para la comprensión del texto; el intento<br />

de su interpretación no escapa al mismo vacío de definición en el<br />

que emergió, por ejemplo, la fotografía, cuya cercanía a la pintura<br />

no era suficiente para considerarla en el mismo plano conceptual<br />

y perceptivo, pero inauguraba sin embargo un lenguaje propio y<br />

auténtico.<br />

Así, entre la experimentación y la renovación, más allá de la<br />

“liberación” del verso o la creación de nuevas palabras, la comprensión<br />

de la poesía ha quedado arriesgada en la palabra que se<br />

aventura, de manera solitaria, a tratar de decirle algo a un sujeto<br />

que, solitario también, responde a esa interpelación sin una guía<br />

precisa para captar los sentidos potencialmente ofrecidos en el<br />

poema.<br />

Formalmente, la poesía moderna dejó de estar determinada<br />

y sometida a los cánones impuestos por las diversas instituciones<br />

que organizan el fenómeno literario, y comenzó a transitar más<br />

allá para aventurarse en el camino sostenida solo en la palabra,<br />

delegando en ella prácticamente todo el peso del sentido del poema<br />

y, en algunos casos, corriendo el riesgo de no lograr expresar.<br />

Por eso, en cierta poesía moderna es común que la comprensión<br />

del sentido del texto sea una tarea difícil; puede uno encontrarse<br />

con textos en los que se percibe cierto “no-sé-qué” en<br />

forma de enigma; puede verse un mensaje, un algo dicho expresamente,<br />

aunque no con claridad. Intención de decir, pero ocultación<br />

o velo del mensaje.<br />

El filósofo alemán Hans Georg Gadamer (1902-2002), fundador<br />

de la hermenéutica contemporánea, intenta explicar esta<br />

situación de la palabra poética en la modernidad basándose en


Por causa de palabra<br />

Prólogo<br />

la idea de que “vivimos en la época de la poesía semántica” 1 , es<br />

decir, una época donde el sentido no se encuentra amparado en<br />

tradiciones estables, sino que depende cada vez más del carácter<br />

impredecible del encuentro entre el texto y el lector, y de la<br />

capacidad de este último para producir el sentido en la operación<br />

siempre aventurada de la lectura.<br />

No es que los poetas “estén enmudeciendo”, dice Gadamer,<br />

sino que la modernidad ha cambiado las maneras de decir y los<br />

modos de recepción de la palabra poética. Ante esta situación,<br />

como lectores, estamos impelidos a cambiar también las maneras<br />

de escuchar —de leer—, si queremos actuar en consecuencia. La<br />

interpelación es al que escucha, al que lee.<br />

Habría que aguzar el oído para verificar si esa palabra silenciosa<br />

todavía puede encontrar “lo común del Tú y del Yo y conjurar,<br />

así, lo humano” 2 que constituye la experiencia de diálogo<br />

en que consiste el poema. En este sentido, la poesía requiere un<br />

pacto de escucha por parte del lector: un estar dispuesto a atender<br />

el llamado del poema, a responder a la demanda de comprensión<br />

que el texto poético implica.<br />

[ 15 ]<br />

2<br />

La hermenéutica gadameriana apunta al texto poético como<br />

escenario ideal para el ejercicio de la interpretación. Una mirada<br />

al ensayo de Martin Heidegger, Hölderlin y la esencia de la poesía,<br />

puede mostrarnos algunos asideros del ideal hermenéutico<br />

de Gadamer.<br />

Nos dice Heidegger que eligió a Hölderlin por ser el poeta<br />

del poeta, el poeta de la Poesía, refiriéndose a que en su obra se<br />

manifiesta una constante discusión acerca de la naturaleza de lo<br />

1 Hans-Georg Gadamer: Poema y diálogo. Ensayos sobre los poetas alemanes<br />

más significativos del siglo XX, Barcelona, Gedisa, 1993, pág. 147.<br />

2 Hans-Georg Gadamer: Op cit, pág. 117.


Héctor Carrasquero<br />

[ 16 ]<br />

poético y del poema mismo, precisamente en la búsqueda de su<br />

esencia. Esta característica, el poetizar, cuestionar e investigar el<br />

ejercicio poético en el poema mismo, podemos encontrarla también<br />

entre los textos de Juan Sánchez Peláez.<br />

El hombre elabora su realidad a través del lenguaje; según<br />

Hölderlin el lenguaje es “el más peligroso de los bienes”; Heidegger<br />

anota que el habla “es lo primero en garantizar la posibilidad<br />

de estar en medio de la publicidad de los entes.” 3 Es decir, le permite<br />

al ser humano dar testimonio de sí y del mundo.<br />

Tal vez el percibir la separación, la conciencia de no ser uno<br />

con el ambiente —cualidad específicamente humana— sea el<br />

detonante de la palabra poética. A través del lenguaje, del habla,<br />

se posibilita el regreso a la eternamente viva, a la maestra y madre,<br />

a la naturaleza. Por eso el habla permite articular el mundo, participar<br />

de él, en el encuentro que ella permite. Sin el habla permaneceríamos<br />

marginados, sin la posibilidad primera y última de<br />

ser humanos. Una vez que somos, lo otro, el mundo, también es<br />

conformado: “Solo hay mundo donde hay habla.” 4<br />

Pero precisamente ahí, en la naturaleza del lenguaje, está<br />

implícita la ocultación del ser; el contacto directo con la “realidad”<br />

siempre estará mediado por el lenguaje, por la palabra que<br />

se convierte en símbolo, y por tanto en barrera que nos separa de<br />

“lo real”. Lo nombrado, “los dioses”, queda también en el dominio<br />

de lo temporal, sujeto a su corriente, a lo pasajero; así, en la historicidad<br />

inevitable no hay comunión con los dioses. Por eso el<br />

lenguaje, que sirve para la comunicación con los otros, también<br />

pretende una noticia de aquello que escapa a lo temporal y que es<br />

una superación de lo humano; el lenguaje solo es esencial como<br />

diálogo.<br />

3 Martin Heidegger: “Hölderlin y la esencia de la poesía”, en: Arte y poesía, Ediciones<br />

del Fondo de Cultura Económica, México, 1958, pág. 133<br />

4 Heidegger: Op cit, pág. 133.


Por causa de palabra<br />

Prólogo<br />

“Lo permanente lo instauran los poetas”, en sus manos está<br />

disponer el ente para que se muestre su verdad; “la poesía es la<br />

instauración del ser con la palabra” 5 . El poeta apunta entonces a<br />

nombrar las cosas en lo que ellas son, en su esencia. Dado que en<br />

la finitud el sentido de la vida se nos escapa a los humanos, lo permanente<br />

de la existencia —lo que se “instaura” en la poesía— es<br />

esencialmente “poético”. Por eso se dice que el habitar humano<br />

se realiza poéticamente, lo que “significa estar en la presencia de<br />

los dioses y ser tocado por la esencia cercana de las cosas”. Así que<br />

en la poesía se realiza ese intento de conversación, el poema ha de<br />

invocar “lo permanente”, en el acto de la lectura.<br />

Ecos de estas ideas heideggerianas penetran el pensamiento<br />

de Gadamer, sobre todo en cuanto al carácter dialogal del lenguaje<br />

y en particular del poema, y también en cuanto a la poesía<br />

como lenguaje “eminente”, que instaura mundo, esto es, que<br />

construye “realidad”; es en la poesía, en el poeta, donde descansa<br />

la tarea de desvelar ese “habitar poéticamente” el mundo.<br />

Puesto que la naturaleza humana es dialogal, es investigación<br />

permanente de sí, autoconocimiento, búsqueda de preguntas que<br />

alumbren la propia sombra, y el vehículo de la pesquisa es el lenguaje,<br />

entonces el poema, aquel que “nos alcanza” no solo en su<br />

emanación “poética”, sino que nos llama la atención por lo que<br />

dice o por lo que parece aunque no termina de decir, es espacio<br />

fértil para la reflexión y el ejercicio hermenéutico.<br />

Pero y ¿qué es “lo poético”? ¿de qué hablamos al decir “poesía”?<br />

Octavio Paz, en El arco y la lira, afirma que “la unidad de la<br />

poesía no puede ser asida sino a través del trato desnudo con el<br />

poema.” 6 Es decir, para conocer acerca de su naturaleza, es necesaria<br />

la experiencia directa de la poesía. Lo dicho acerca de ella no<br />

podrá presentarla cabalmente, pues para que ocurra la poesía es<br />

[ 17 ]<br />

5 Heidegger: Op cit, pág. 137.<br />

6 Octavio Paz: Op cit. pág. 14.


Héctor Carrasquero<br />

[ 18 ]<br />

necesaria la participación del lector. “El poema no es una forma<br />

literaria, sino el lugar de encuentro entre la poesía y el hombre.” 7<br />

Así que el poema es, más que un mensaje, un espacio de<br />

encuentro. No existe sin el lector; su naturaleza es interpelativa,<br />

declara algo y esta declaración es su propia presencia, es decir,<br />

más allá del mensaje, anécdota o tema que pueda verificarse en el<br />

poema, lo que este dice o declara, está implícito en su forma, en el<br />

sonido de sus palabras.<br />

El texto poético ha de tener cierta capacidad autoportante,<br />

esto es, independencia de las circunstancias en que fue creado,<br />

para poder ser una “unidad autosuficiente”. De este modo deja de<br />

pertenecer al autor y queda a merced del lector. También cabría<br />

decir que el lector queda a merced del poema. Dice Paz que “la<br />

lectura del poema ostenta una gran semejanza con la creación<br />

poética 8 ”. Ciertamente, en la lectura no se contempla la elaboración<br />

del artefacto poético, pero sí —y sobre todo— una construcción<br />

de sentido.<br />

El poema es una posibilidad abierta a todos los hombres (...) no<br />

es sino eso: posibilidad, algo que solo se anima al contacto de un<br />

lector o de un oyente. Hay una nota común a todos los poemas, sin<br />

la cual no serían nunca poesía: la participación. Cada vez que el<br />

lector revive de veras el poema, accede a un estado que podemos<br />

llamar poético (...) [el lector] revive una imagen, niega la sucesión,<br />

revierte el tiempo. El poema es mediación: por gracia suya el tiempo<br />

original, padre de los tiempos, encarna en un instante 9 .<br />

El lenguaje es la manera humana de entender el mundo, de<br />

concebir la realidad; el propósito del trabajo poético pasa por<br />

inmiscuirse en los mecanismos del lenguaje para sacarlo de su<br />

7 Ídem.<br />

8 Op. cit, pág. 25.<br />

9 Ídem.


Por causa de palabra<br />

Prólogo<br />

regular invisibilidad haciéndolo notable, eminente; lo que resulta<br />

iluminado, y al mismo tiempo generador del brillo que el poema<br />

logre, es el lenguaje mismo, puesto en evidencia. Así, en ese estar<br />

como desnudo, el lenguaje, la palabra —idea sonora— es un<br />

esqueleto que conduce el sentido y la belleza del poema.<br />

El lector que pretende adentrarse en el texto poético ha de<br />

trascender los límites del propio lenguaje que lo hala, lo llama,<br />

como dice Sánchez Peláez, en el poema X de Por cuál causa o nostalgia,<br />

de “eso asible cotidiano de mucho vértigo”. Su presencia<br />

propone ser recreada, colocando a disposición del usuario poético<br />

—el lector, el espectador— la materia poética, que está desbordada,<br />

libre para contactar con él. Aun en el caso del lector más<br />

alejado del ideal, el menos dispuesto a dialogar con el poema o<br />

la obra de arte, existe un llamado de atención acerca de la naturaleza<br />

del texto poético que lo diferencia de otras formas de discurso,<br />

que lo separa de lo cotidiano; este extrañamiento, podría<br />

decirse que es el primer acercamiento a lo poético del poema, que<br />

plantea así las claves o alguna guía para adentrarse en él.<br />

Al trascender el lenguaje a través de la poesía, el hombre se<br />

trasciende a sí mismo. “Casi siempre la lectura se presenta como<br />

la revelación de algo ajeno a la poesía propiamente dicha (...) cada<br />

lector busca algo en el poema. Y no es insólito que lo encuentre:<br />

ya lo llevaba dentro 10 ”. ¿Funciona acaso el poema como un espejo?<br />

El espejo refleja a quien se mira en él. Podría decirse más bien<br />

que el hacer contacto con la poesía en el poema es indisoluble<br />

del hacer contacto consigo mismo el lector. La poesía, entonces,<br />

no existe sin la participación del lector. Cabe imaginar personas<br />

que no conciben ni logran participar de la poesía en el poema (la<br />

obra), pero ninguno es ajeno a lo poético, está ahí como posibilidad<br />

para cualquiera: “Todos, alguna vez, así haya sido por una<br />

fracción de segundo, hemos vislumbrado algo semejante (...)<br />

Todos hemos sido niños, todos hemos amado (...) a través del<br />

[ 19 ]<br />

10 Op. cit, pág. 24.


Héctor Carrasquero<br />

poema vislumbramos el rayo fijo de la poesía...” 11 . Ese instante en<br />

que se vislumbra la comunión de los contrarios, el detenerse el<br />

tiempo sin dejar de fluir está potencialmente cifrado en el texto,<br />

y eso basta para justificar la lectura, el acercamiento a un poema.<br />

Puede decirse que gracias a ese instante algo cambia en el<br />

lector, algo lo afecta momentáneamente o de manera permanente.<br />

Esto en el caso de que se haga efectiva la posibilidad de la<br />

que habla Paz; es probable que, por el contrario, el lector se quede<br />

sin poder penetrar en el ámbito del poema y acceder a ese estado<br />

poético; depende ya del llamado que el texto le haga a su lector,<br />

y del intento de este de hallar la puerta sin cerrojo, lo que podría<br />

llamarse el impulso hermenéutico.<br />

3<br />

[ 20 ]<br />

Gadamer nos dice que la hermenéutica “en el fondo, solo consiste<br />

en tomar conciencia de lo que ocurre realmente cuando<br />

algo se ofrece a la comprensión de alguien, y cuando ese alguien<br />

comprende” 12 . Nos inclinamos por tomar la comprensión como<br />

entendimiento, como alcanzar el significado de algo. Pero la<br />

idea de una “comprensión” del poema puede resultar una falacia.<br />

Entender un poema, captar, aprehender de él un significado<br />

concreto no solo puede ser en extremo difícil, sino simplemente<br />

imposible.<br />

El texto poético se presenta a la comprensión del lector como<br />

ser expuesto; pero la simple apropiación de ese ser, esto es, de su<br />

sentido, no es posible por cuanto el sentido no reside en el texto,<br />

ya cifrado y fijado. Dice Gadamer que “el ‘texto’ debe entenderse<br />

aquí como un concepto hermenéutico. (...) Desde la perspectiva<br />

hermenéutica —que es la perspectiva de cada lector— el texto<br />

11 Ídem.<br />

12 Hans-Georg Gadamer: Op cit, pág. 144.


Por causa de palabra<br />

Prólogo<br />

es un mero producto intermedio, una fase en el proceso de comprensión<br />

13 ”.<br />

El poeta, que antes del texto es prototipo del humano, no es<br />

un médium que transcribe desde un más allá que le es ajeno; ha<br />

tenido que escuchar y responder en un diálogo consigo mismo y<br />

con el lenguaje, en el intento por “pescar” la palabra adecuada que<br />

haga comunicable la experiencia poética individual. El poema es,<br />

podría decirse, el resultado de ese diálogo, de ese encuentro con<br />

lo poético. De modo que el lector al encuentro del texto está ante<br />

una experiencia poética —la del autor— cristalizada, dispuesta<br />

en el poema para ser “usada” por el lector en su propio encuentro<br />

con el artefacto poético.<br />

Según Gadamer, “lo que constituye el lenguaje del arte es precisamente<br />

que le habla a la propia autocomprensión de cada uno,<br />

y lo hace en cuanto presente cada vez y por su propia actualidad” 14 .<br />

Esto quiere decir que el sentido perseguido en dicho diálogo no<br />

está fijado, ni en la obra, dado que esta le habla “distinto” a cada<br />

quien, ni tampoco en el lector, pues el presunto sentido de la obra<br />

solo es posible en presencia de ella; es decir, el poema sólo expresa<br />

cabalmente su sentido en el acto de la lectura —el “trato desnudo<br />

con el poema” del que habla Paz—, pues el “sentido” es, hermenéuticamente<br />

hablando, una producción, el resultado en acto<br />

de un proceso de diálogo que implica interpelación y respuesta<br />

mutuas entre el poema y el lector.<br />

El pacto comunicativo se abre al entablar el lector, a pesar de<br />

la naturaleza objetual de la obra que ya ha sido escrita y cuyo sentido<br />

ha sido establecido potencialmente, una relación dialogal<br />

con el texto. Esto es posible si el lector logra, a la luz del texto,<br />

encontrar respuestas a interrogantes previamente planteadas, o<br />

[ 21 ]<br />

13 Hans-Georg Gadamer: “Texto e interpretación” en: Antología. Ediciones<br />

Sígueme, Salamanca, 2001, pág. 201.<br />

14 Hans-Georg Gadamer: Verdad y método, I y II, Salamanca, Sígueme, 2001,<br />

pág. 60.


Héctor Carrasquero<br />

—lo que parece más adecuado al texto literario— producir, generar<br />

las interrogantes que corresponden a su propia experiencia<br />

como lector de ese texto en particular.<br />

Para la experiencia del arte (...) hay algo más que expectativa de<br />

sentido; aquí hay lo que quisiera llamar “sentirse alcanzado” por el<br />

sentido de lo dicho. (...) La obra de arte que dice algo nos confronta<br />

con nosotros mismos. Eso quiere decir que declara algo que,<br />

tal y como es dicho ahí, es como un descubrimiento; es decir, un<br />

descubrir algo que estaba encubierto. En esto estriba ese sentirse<br />

alcanzado. 15<br />

[ 22 ]<br />

Un sentido “definitivo” es ilusorio. Dialogar con el poema<br />

requiere, para que el placer de la pesquisa se prolongue y fructifique,<br />

entender que lo que quiere decirnos necesita de nosotros<br />

mismos para que su sentido ocurra; hay que construir entonces,<br />

el sentido que surge de participar en el diálogo, producirlo junto<br />

con el poema, participando en él. Es una tarea laboriosa; Gadamer<br />

afirma que “el poema invita a una larga escucha y a un intercambio<br />

de palabras, en los que se consuma la comprensión” 16 . Las señales<br />

que indican hacia dónde dirigir la mirada se hacen perceptibles a<br />

medida que nos compenetramos con el poema y encontramos en él<br />

un reflejo de lo que nos es propio, pero no a la manera de un espejo,<br />

sino como suscitado por el bruñido particular de cada poema.<br />

Hay que procurar que el poema, que es además sonido y<br />

forma, pueda “replicar”, tenga algo que decirnos. La contemplación<br />

de un jardín zen, que representa la armonía del universo,<br />

tiende nuevos puentes de sentido cada vez que alguien regresa y<br />

medita en él. Esto ocurre no solo porque a cada retorno el hombre<br />

es distinto, sino que aquella abstracción de la naturaleza —al<br />

15 Hans-Georg Gadamer: Estética y hermenéutica. Editorial Tecnos (Grupo<br />

Anaya, S. A.), Madrid, 2001, pág. 60.<br />

16 Op. cit., pág. 150.


Por causa de palabra<br />

Prólogo<br />

igual que la naturaleza misma— no posee un sentido totalitario,<br />

cerrado. Del mismo modo “para la interpretación correcta de<br />

un poema en su totalidad, el único criterio válido es el de que la<br />

interpretación desaparezca totalmente cuando se vuelve a abordar<br />

el poema 17 ”.<br />

Al leer lo anterior surge una duda: ¿la interpretación correcta<br />

de la totalidad del poema? Bien; el poema no es una abstracción del<br />

universo, sino un universo en sí. Es —como texto— cerrado, completo,<br />

finito. “El poema escribe, por así decirlo, (...) el texto exacto<br />

que se quiere oír y que se debe tener previamente en el oído.” 18 Esto<br />

permite la posibilidad de interpretar un poema “en su totalidad”.<br />

Acerca de lo “correcto” en la interpretación, Gadamer propone<br />

que “el criterio para juzgar toda interpretación de un poema es<br />

saber si permite que el poema mismo pueda volver a expresarse 19 ”.<br />

Corroborar si la palabra que escuchamos se mantiene apuntando<br />

al mismo sentido, si a cada nueva lectura conserva firme su orientación.<br />

En esa dilatada contemplación de lo que está dentro de sus<br />

límites podremos dar con la meditación que nos propone ese jardín<br />

en particular. El poema “confía” en nosotros, necesita compañía<br />

para completar su razón de ser.<br />

El texto puede no mostrarnos la relación con los hechos concretos<br />

que se relacionan con él, pero en su naturaleza está la capacidad<br />

de trasmitirnos la emoción, su temple particular. Es lo que<br />

ocurre generalmente en la primera mirada a un poema que no<br />

comprendemos, pero que sentimos que intenta decirnos algo. El<br />

poema crea memoria porque alude a algo humano, a algo que se<br />

presupone propio de todo lector, algo de carácter universal. Las<br />

informaciones biográficas o exegéticas han de servir solo para<br />

corroborar las precisiones que podrían lograrse desde el ámbito<br />

cerrado del poema.<br />

[ 23 ]<br />

17 Op. cit., pág. 153.<br />

18 Op. cit., pág. 147.<br />

19 Op. cit., pág. 154.


Héctor Carrasquero<br />

Gadamer sugiere que<br />

La configuración artística en cuanto determinación de la figura<br />

de sentido de una obra, quedaría unida junto con el acontecer hermenéutico<br />

en la experiencia de la obra de arte, a la anonimidad de<br />

un acontecer de sentido que no estaría comprendido en ningún<br />

espíritu genial o congenial y que, sin embargo, nos determinaría<br />

a todos 20 .<br />

[ 24 ]<br />

Es necesario tener en cuenta invariablemente al poema.<br />

Regresar a él como al río que siempre es el mismo aunque siempre<br />

es distinto: conocer su ubicación en el mapa, saber cuáles son<br />

sus afluentes, su fauna o la salinidad de sus aguas, no es lo mismo<br />

que beber de él. Hay que rescatar al poema del prosaísmo que lo<br />

aplana junto al cúmulo de informaciones veloces y mutables que<br />

la contemporaneidad nos impone, pues su forma difícil es como<br />

una cortina que invita a traspasarla. Tal vez sea demasiado rígida<br />

o devele tras de sí nuevas cortinas, pero si despierta interés en<br />

nosotros la palabra poética, entonces merecemos y estamos llamados<br />

al intento.<br />

Desde esta perspectiva, el propio Gadamer ha ensayado el<br />

abordaje de un texto poético complejo, el poemario de Paul Celan<br />

titulado Cristal de aliento, en su libro ¿Quién soy yo, quién eres<br />

tú? 21 Aquí, el filósofo se empeña en la difícil tarea de interpretar<br />

los poemas de Celan, cuya escritura es conocida por su carácter<br />

particularmente hermético.<br />

En estas glosas que Gadamer dedica a Cristal de aliento, así<br />

como en los ensayos que las acompañan, encontramos una especie<br />

de modelo para leer poesía. Su estructura consiste en el despliegue<br />

de ensayos interpretativos individuales dando cuenta del<br />

20 Op. cit., pág. 71.<br />

21 Hans-Georg Gadamer, ¿Quién soy yo y quién eres tú? Comentario de Cristal<br />

de aliento de Paul Celan, Barcelona, Herder, 1999.


Por causa de palabra<br />

Prólogo<br />

diálogo establecido entre el autor-hermeneuta con cada uno de<br />

los poemas que integran el libro, presentados uno a uno y en el<br />

mismo orden.<br />

Es un intento de fijación de sentido en el caso de un texto<br />

que se resiste a la comprensión, pues su lenguaje lacónico parece<br />

haber desechado toda profusión verbal y conservado tan solo las<br />

palabras justas, en una labor como de limpieza del verso; pero<br />

se entiende que esa parquedad, que ese silencio no se debe a una<br />

ausencia de sentido. Por el contrario, las claves para introducirse<br />

en esa calle e intentar asir la flecha orientadora están contenidas<br />

en el mismo poema.<br />

Si bien, como es natural, las interpretaciones de Gadamer<br />

no siempre coinciden con las miradas de otros lectores (y en lo<br />

cual radica el carácter interminable del diálogo comprensivo<br />

con el poema), al menos para un lector como yo, bastante alejado<br />

del ámbito cultural e histórico en el que se mueven hermeneuta<br />

y poeta, no puede decirse que sus exposiciones no sean convincentes<br />

o que carezcan de sustentación. Lo criticable se dirige más<br />

bien hacia la subjetividad de quien intenta desanudar el hermetismo<br />

y no hacia el método o los resultados a los que conduce su<br />

aplicación, variables tanto como pueden serlo las infinitas lecturas<br />

individuales. De cualquier forma, es válido el esfuerzo de<br />

interpretación cuya primera premisa es establecer el contacto<br />

más profundo posible con el poema, lo cual solo puede lograrse<br />

en un proceso de lectura paciente y constante.<br />

¿Quién soy yo, quién eres tú? viene a ser, en este sentido, una<br />

propuesta modélica para emprender un ejercicio de lectura hermenéutica<br />

de la poesía. Es el testimonio de un intento particular<br />

por establecer una relación dialogal con el poema para desplegar<br />

intuitivamente sus potenciales sentidos; de esta forma funciona<br />

como punto de partida a la hora de emprender el ejercicio de<br />

interpretación de un poemario como Por cuál causa o nostalgia,<br />

cuya escritura, al igual que la de Celan, resulta hermética, pero<br />

plenamente cargada de significado.<br />

[ 25 ]


Héctor Carrasquero<br />

4<br />

[ 26 ]<br />

La poesía del venezolano Juan Sánchez Peláez (Altagracia de<br />

Orituco, 1922) responde a esa descripción del texto que intenta<br />

decirnos algo, pero a la vez se resiste a un ofrecimiento inmediato,<br />

a decir claramente lo que quiere decir, formulándose de un modo<br />

enigmático, alusivo y elusivo.<br />

Desde Elena y los elementos —poemario que para muchos<br />

inaugura la moderna poesía venezolana— publicado en 1951,<br />

Sánchez hace aparición en la escena literaria nacional como un<br />

renovador del lenguaje poético. A Elena y los elementos le siguen<br />

Animal de costumbre en 1959, Filiación oscura en 1966, Rasgos<br />

comunes en 1976, Por cuál causa o nostalgia en 1981 y en 1989,<br />

Aire sobre el aire, su último libro. Su poesía publicada también ha<br />

sido compilada en tres oportunidades: hasta 1979 en Un día sea<br />

(1969), posteriormente, en 1992 y de manera póstuma en 2004.<br />

Emparentado con la escuela surrealista, su escritura, y en<br />

particular la de sus dos últimos libros, se aleja del mero automatismo<br />

onírico de hallazgos fugaces y supera la caótica vinculación<br />

de imágenes a punta de un delicado trabajo de elaboración, de<br />

manufactura poética. En opinión de Ana Nuño:<br />

En cuanto al surrealismo, lo más portentoso de la poesía de Sánchez<br />

Peláez —y este portento está a la vista, para quien quiera verlo,<br />

desde Elena— es su simultánea apropiación del ethos de este<br />

movimiento y su sabio cortocircuito de los tópicos que lo lastran 22 .<br />

Por cuál causa o nostalgia, penúltimo poemario publicado por<br />

el autor, con un lenguaje menos cercano al surrealismo y más personal,<br />

mantiene sin embargo el afán de trascendencia del medio<br />

expresivo —el lenguaje—, la vivacidad y sorpresa constante, la<br />

22 Ana Nuño: “Juan Sánchez Peláez”, en http://es.geocities.com/r_tintachina/<br />

anuno.htm


Por causa de palabra<br />

Prólogo<br />

celebración del amor y el erotismo, la voluntad renovadora, característicos<br />

de la escuela iniciada por Breton. Si bien es notable que<br />

en el texto se insinúa sin duda algo que quiere ser dicho, lo primero<br />

que llama la atención es la belleza de su composición, la<br />

riqueza de sus imágenes, es una muestra de lo que podría llamarse<br />

destreza poética. En sus páginas encontramos versos tan rebosantes,<br />

de tan fácil vuelo como estos del poema IV:<br />

Y un caballo de sol<br />

que se asoma a lo imposible<br />

como estrella de mar<br />

fugaz<br />

relincha en todas las ventanas.<br />

Generalmente en la lectura inicial no nos entregamos a la<br />

indagación, como estrellas marinas en el lecho de la palabra<br />

puesta a nuestra disposición. Una primera cercanía se hace necesaria<br />

para que nos quedemos en el poema; o bien el mero gusto de<br />

su cadencia, o alguna ligazón inesperada, tal vez mera curiosidad,<br />

o el reconocimiento de que lo dicho hace algún eco en nuestro<br />

oído interior. Algo enciende el ánimo de exploración.<br />

Podemos fácilmente solazarnos un buen rato en el eco de las<br />

imágenes y su brillo, antes de comenzar a delimitar sus fulgores y<br />

explorar sus costuras; tal vez nos llame la atención el verso que “se<br />

asoma” mientras nos habla de algo que él mismo hace; o la estrella<br />

fugaz que se presenta primero en la quietud de la estrella marina<br />

y, cuando aparece, es aún más fugaz.<br />

Un lenguaje ciertamente heredado del surrealismo, pero con<br />

una profunda carga de significaciones conscientemente organizadas,<br />

permite que la palabra poética, buscada y trabajada tome<br />

protagonismo y “autoaparezca”, en el sentido en que lo expone<br />

Gadamer:<br />

[ 27 ]


Héctor Carrasquero<br />

En el texto literario la autoaparición de cada palabra en su sonoridad<br />

y la melodía del discurso también son relevantes para el contenido.<br />

Nace una peculiar tensión entre el sentido del discurso y la<br />

autopresentación de su figura. Cada miembro del discurso, cada<br />

palabra que se inserta en la unidad de la frase representa una unidad<br />

de sentido al evocar algo con su significación. Al moverse dentro<br />

de su propia unidad y no como mero medio para el presunto<br />

sentido discursivo, puede desplegarse la plurivocidad de su virtualidad<br />

expresiva. Se habla así de connotaciones que resuenan cuando<br />

una palabra aparece con su significado en un texto literario 23 .<br />

[ 28 ]<br />

Aun en el probable extravío que genere un texto con dejos<br />

surrealistas, algunos indicios apuntan hacia el hecho poético, al<br />

poema mismo, como uno de los ejes cardinales del texto. El que<br />

habla, “blanco y anciano en su libro”, nombra a la palabra “anterior<br />

a cualquier reflexión”, “enorme”, la copa del verbo, frases de<br />

amor que se hilan, murmullo, grito, silencio. La palabra, su eufonía,<br />

su significado y hasta su representación gráfica se convierten<br />

en claves para escarbar en el texto y disponer los hallazgos que<br />

van surgiendo en la lectura, dando oportunidad a que se muestren<br />

los lazos que pueden hilar líneas de sentido.<br />

En el caso de un libro como Por cuál causa o nostalgia, este<br />

carácter indagativo se anuncia desde el título. Necesitamos,<br />

como humanos, inquirir-nos; ¿cuáles son las motivaciones más<br />

esenciales de ese nuestro pulso vital? No estamos ante un poeta<br />

sin causa; Sánchez parece compartir esta inquietud y la cristaliza<br />

en su poesía, que a la vez reflexiona sobre sí misma y su naturaleza<br />

particular.<br />

Las preocupaciones esenciales que muestran sus versos son<br />

constantes: el tránsito vital; el arraigo o desarraigo; la relación<br />

entre el sueño, la palabra y la vida. Los poemas son, en sí mismos,<br />

23 Hans-Georg Gadamer: “Texto e interpretación” en: Antología. Ediciones<br />

Sígueme, Salamanca, 2001, págs. 213-214.


Por causa de palabra<br />

Prólogo<br />

discusiones acerca de la comprensión de lo que somos, testimonio<br />

de una intención hermenéutica en lo que respecta a la propia<br />

condición humana. La investigación apunta hacia adentro, hacia<br />

el humano como objeto final de la poesía<br />

El poeta, el hombre que urde el texto, intenta hallar, en medio<br />

del lenguaje, la forma de expresar, de dar cuenta de lo que ve y vive<br />

bajo los relámpagos que iluminan lo poético en su propia experiencia.<br />

Pero lo vislumbrado funciona como el resorte del trabajo<br />

creativo; lo que crea mundo, lo que puede contener potencia poética,<br />

esto es, la obra, el poema, surge de un trabajo orgánico con el<br />

lenguaje y con su propia interioridad, sometidos ambos —el ser y el<br />

habla— a una tensión mayor que la cotidiana, con el fin de lograr el<br />

esplendor de la palabra poética: “Óyeme tú / simple / complicado /<br />

vivir / … / pues me dirijo a ti / con palabras anteriores / a cualquier<br />

reflexión” (II). La poesía es presentada como una experiencia que<br />

determina cambios en la existencia individual: “Ciertos vocablos, si<br />

nos guían, / Velan con ardor / y las ciudades despiertan con colores<br />

extraños” (poema XIX). La vivencia del mundo, de la inmediatez,<br />

de “lo asible y cotidiano que nos trasciende”, pasa por una experiencia<br />

íntima, por un autoconocimiento, un despertar que tiene que<br />

ver con un sentido de búsqueda común a los humanos: “…y escribo<br />

/ con el índice / y me corrijo / con los codos del espíritu” (poema<br />

IV); “Con / el entendimiento / que basta / para alcanzar la locura”<br />

(poema I).<br />

Pero una profusión de imágenes y de alusiones a la naturaleza<br />

del texto poético, también hace evidente que lo que se propone<br />

en esta poesía de Sánchez Peláez está atravesado por una<br />

permanente atención al hecho poético; la causa del poeta es la<br />

palabra, que nos es presentada consciente de sí misma. Nuestra<br />

propia exploración, como lectores, en torno de la poesía se nutre<br />

de la que el autor nos muestra, llena de vitalidad, en los poemas:<br />

“cuándo nos acompaña / qué dice qué expresa qué repiten varias<br />

frases / del poema” (XVI); “Hilo mis frases de amor / a la intemperie”<br />

(IV).<br />

[ 29 ]


Héctor Carrasquero<br />

Para el poeta la palabra pasa a ser profesión, promesa. Así, aun<br />

en los textos más claramente amorosos o en los más herméticos,<br />

subyace la discusión acerca de la palabra, ese cuerpo semi sagrado<br />

en el que reside lo poético. La poesía es, entonces, canal para<br />

dar cuenta de un estado de maravilla y atención ante el vivir, un<br />

medio para la reflexión creativa, transformadora, de la tarea vital,<br />

pero también del propio oficio poético. Se deja traslucir entonces<br />

la posibilidad de orientar la lectura en la búsqueda de los intersticios<br />

en que se aloja esta discusión en torno a la palabra.<br />

Esta poesía habla del poetizar; y lo hace desde el humano que<br />

se aboca al trabajo con el lenguaje, con la palabra, es decir el que ha<br />

tomado como suyo el oficio de poeta. A la vez, también se propone<br />

como pregunta en permanente realización —el título lo delata—<br />

como corresponde a la investigación imposible de culminar, del<br />

humano que se interroga acerca de su propia condición.<br />

[ 30 ]<br />

5<br />

Por cuál causa o nostalgia se presenta como un territorio fértil<br />

para intentar un ejercicio de interpretación, de delimitación de<br />

un sentido en el texto. Esta propuesta de lectura tiene sus antecedentes<br />

en el libro de Gadamer, antes referido, acerca del poemario<br />

de Paul Celan. De dicho volumen rescata, además de las ideas<br />

y reflexiones acerca de la tarea hermenéutica que ya se han ido<br />

exponiendo, la forma de acometer y mostrar el acercamiento.<br />

Siguiendo la premisa de establecer una relación dialogal con<br />

el texto poético, se presentan acá todos los textos del poemario,<br />

pero estos son leídos individualmente y en profundidad, dirigiendo<br />

la lectura hacia el establecimiento de líneas de sentido que<br />

puedan ser mostradas.<br />

Así, se disponen los veintiún textos que componen Por cuál<br />

causa o nostalgia y del trío titulado Imágenes que lo antecede,<br />

conservando su orden original; de modo que las lecturas individuales<br />

de cada poema están acompañadas de su respectivo


Por causa de palabra<br />

Prólogo<br />

ensayo reflexivo, a manera de glosas en las cuales se intenta mostrar<br />

el desmontaje, el despliegue del texto poético hecho en función<br />

de ayudar a encauzar la comprensión.<br />

Dichos ensayos pueden considerarse como “textos-testigo”<br />

que dan cuenta de esa conversación con los poemas; en ellos se<br />

intenta exponer los hallazgos y reflexiones surgidas en un dilatado<br />

proceso de lectura reflexiva, que incursionan no solo en<br />

el ámbito específico del libro, sino en el de la poesía en general.<br />

En ellos se entablan relaciones intertextuales, dentro del mismo<br />

libro, e incluso con otros textos de la obra de Sánchez Peláez;<br />

igualmente entran en ese diálogo otras lecturas, tanto literarias<br />

como críticas. Algunos textos críticos acerca de la obra de Sánchez<br />

Peláez (buena parte de ellos recopilada en el volumen Juan<br />

Sánchez Peláez ante la crítica, publicado en 1992 por Monte<br />

Ávila Editores) están presentes en los ensayos, participando en<br />

la discusión de los argumentos y apreciaciones generados en esta<br />

lectura en particular.<br />

En estos poemas encontramos ejemplos de temas considerados<br />

como tópicos en la obra de Sánchez: el amor erótico y filial,<br />

la muerte, la memoria, la niñez, la palabra poética y el oficio del<br />

poeta, el trabajo con el lenguaje, etc. Pero el énfasis del trabajo se<br />

dirige a escarbar y dilucidar los hallazgos que pueda propiciar la<br />

lectura de cada poema en particular, por cuanto lo dicho pretenderá<br />

ir hacia lo más específico e individual de cada texto, más que<br />

al conjunto de la obra del autor.<br />

En gran medida, el establecimiento de redes de sentido en<br />

el poema responde a premisas previamente planteadas; la carga<br />

subjetiva de la lectura habrá de buscar compensación en su permanente<br />

apertura, al hecho de que no se pretende establecer ningún<br />

sentido como definitivo. Tal vez son más las preguntas que<br />

quedan abiertas que las respuestas logradas.<br />

Un intento de interpretación como el que se ofrece a continuación,<br />

conlleva la organización y argumentación de las ideas<br />

surgidas en el proceso de lectura para poder presentarlo en forma<br />

[ 31 ]


Héctor Carrasquero<br />

[ 32 ]<br />

de ensayo, por lo que obliga a poner en juego las propias convicciones,<br />

dudas o idealizaciones en la discusión interna acerca del<br />

hecho poético.<br />

De tal modo que los ensayos presentados acá son también una<br />

exposición de algunas de mis propias apreciaciones, ideas y concepciones<br />

acerca de la poesía. Si bien ha sido inevitable inmiscuirse<br />

en el oficio del que escribe poemas, son las palabras del lector, que<br />

se ha sentido “alcanzado” por los poemas, que se interesa en exprimirlos,<br />

en descubrir las bisagras que los hacen funcionar, lo que<br />

se recoge en ellos. En ese sentido, como muestra detallada de un<br />

proceso de lectura y reflexión, estos ensayos quizá valgan también<br />

como contribución a lo que sería una poética de la lectura.<br />

Para quien se interese por profundizar la “comprensión” de<br />

un texto poético, la exposición de criterios, visiones o aclaraciones,<br />

glosas o simples comentarios puede proporcionar herramientas<br />

para la tarea individual de interpretación, así como<br />

apoyo en la convalidación de los propios criterios. Pero al respecto<br />

hay que tener presente lo dicho por Gadamer:<br />

Toda crítica estética es secundaria, una experiencia privativa que<br />

conduce al placer de reflexión del juicio estético. Pero el primer<br />

rango lo posee aquella experiencia del arte que hace conformar a<br />

este en el todo de nuestra tradición espiritual y que abre la profundidad<br />

histórica del propio presente 24 .<br />

Tentativas de definición, como estos ensayos, no deben<br />

usarse a la manera de una visita guiada; cualquier cosa dicha<br />

acerca de un texto poético permanecerá siempre fuera del ámbito<br />

de la realidad del poema. Lo que el poema es, para cada quien,<br />

se da, ocurre en la lectura, que es el espacio de encuentro con la<br />

obra. Tratar de ahondar en el poema de la mano de la interpretación<br />

expuesta por otro lector —humilde o venerable— es menos<br />

24 Hans-Georg Gadamer: Estética y hermenéutica, pág. 72.


Por causa de palabra<br />

Prólogo<br />

valioso y menos interesante que tratar de hacerlo de la mano del<br />

texto mismo. Por eso, la relectura, el acercamiento, la búsqueda<br />

de una “verdad” del texto, han de ser privilegio del poema, hay<br />

que volver siempre a su sonido, a su cadencia, a su palabra.<br />

[ 33 ]


Ensayos interpretativos<br />

sobre los poemas de<br />

Por cuál causa o nostalgia


I<br />

Tú, que asimismo<br />

en la copa de tu verbo<br />

desbordas el líquido<br />

Imágenes<br />

[ 37 ]<br />

Yo, que despeño tu grito<br />

cuando mi sombra o mi noche<br />

soplan el fuego.<br />

Como páramos<br />

—así, como<br />

páramos—<br />

nosotros que rogamos y aullamos en nuestros<br />

surcos de hielo.


Héctor Carrasquero<br />

[ 38 ]<br />

*<br />

Nos encontramos al principio de este libro con un poema<br />

cuyo tono amoroso es innegable. En el diálogo están plasmados la<br />

ofrenda, el anhelo de unión, el aliento de lo profundo que pretende<br />

tocar al otro. Pero la dirección en la cual nos orienta la temprana<br />

aparición de la palabra “verbo” no ha de considerarse superficialmente,<br />

pues sería inconsecuente con el propio poema y con el<br />

autor que repetidas veces ha dado fe en sus versos de una preocupación<br />

por los asuntos de la palabra. Los textos que le siguen lo reafirman;<br />

por eso prefiero tantear en la posibilidad de que Sánchez<br />

Peláez esté hablando en este poema inicial acerca de lo poético.<br />

Dice Octavio Paz que “es lícito preguntar al poema por el ser<br />

de la poesía si deja de concebirse a aquel como una forma capaz<br />

de llenarse con cualquier contenido. El poema no es una forma<br />

literaria, sino el lugar de encuentro entre la poesía y el hombre” 25 .<br />

Sánchez Peláez parece coincidir con esta idea cuando habla de<br />

“desborde”, aludiendo a unos límites que tal vez son claros, como<br />

son los del texto poético, pero que a la vez son susceptibles de ser<br />

rebasados, una forma que realmente no restringe el alcance de la<br />

esencia que contiene. Lo que está delimitado en el poema es un<br />

espacio, tan solo una ventana que comunica en virtud de la palabra<br />

poética, con lo que está en nuestro afuera, que nos sitúa “fuera<br />

del inmenso hueco”; en palabras del propio Sánchez Peláez 26 “un<br />

más allá del lenguaje”. Dice Guillermo Sucre: “nos damos cuenta<br />

de que el poder [de la palabra] restablecido no es más que el signo<br />

del exilio, del ailleurs: la realidad otra, lo imaginario. Es un poder<br />

‘en vilo’: vive solo por el acto del poema y luego se desvanece” 27 .<br />

25 Octavio Paz: El arco y la lira. Fondo de Cultura Económica, 1956 (reedición de<br />

1983) México, pág. 14.<br />

26 Poema III de “Lo huidizo y permanente” en: Juan Sánchez Peláez: Poesía.<br />

Monte Ávila Latinoamericana, C.A., 1992. Caracas, Venezuela, pág. 120.<br />

27 Guillermo Sucre: “La metáfora del silencio”, en La máscara, la transparencia<br />

(2ª ed. Fondo de Cultura Económica, México, 1983), tomado de: Juan Sánchez


Por causa de palabra<br />

Ensayos interpretativos sobre los poemas<br />

de Por cuál causa o nostalgia<br />

Al entregarse a la lectura del poema, al entrar en conversación<br />

con él, el lector espera respuestas del poema, no simples revelaciones;<br />

el diálogo exige preguntas. Ese “Tú, que asimismo…” ¿se<br />

referirá al lector, o entabla un diálogo desde lo humano con el<br />

hecho poético? Sabemos acerca de su verbo desbordado y de su<br />

grito, que guardan una relación de íntima correspondencia. El<br />

ruego —al igual que el poema— es un desbordarse el verbo, queriendo<br />

trascender las limitaciones del habla, decir más; el aullido<br />

podría ser un grito entonado, articulado; en todo caso, ruego y<br />

aullido no dejan de ser canto, llamado, interpelación, ofrenda.<br />

El adverbio asimismo establece una relación con una alteridad,<br />

implica un modo —propio o ajeno— que es repetido, semejado,<br />

o que ocurre en relación con ese algo-otro: “Yo, que despeño tu<br />

grito”, “Tú, que asimismo … desbordas…”<br />

La imagen es pletórica, lujosa. La copa, que nos remite a la<br />

cultura del vino, está ligada a un sentido de tradición, nos habla<br />

de algo que es cultivado. No solo se siembra la vida —el alma del<br />

vino—, también se cultiva su industria, su textura, aroma y color,<br />

su forma. Igualmente en la mención de la copa está implícita la<br />

idea de disfrute, de abundancia, de fraternidad, de placer sensual<br />

y, si se admite, espiritual. Así que “la copa de tu verbo” sin duda se<br />

refiere a la palabra poética, cultivada, entrañable, hecha para ser<br />

degustada. Y entonces podemos dar por sentado que se nos habla<br />

desde una cercanía, una familiaridad con lo poético, y no el tipo<br />

de familiaridad del que escribe poesía, sino del que sencillamente<br />

la recibe.<br />

La palabra “verbo” potencia su elocuencia al lado del vocablo<br />

“grito”; Sánchez Peláez dice que el poema quiere “lo real, lo<br />

verídico del hermoso horrible mundo” 28 . ¿Y qué, si no vivenciamos<br />

cuando estamos en medio del grito? El grito está hermanado con<br />

[ 39 ]<br />

Peláez ante la crítica. Monte Ávila Editores Latinoamericana, C. A. Caracas,<br />

1994, pág. 201.<br />

28 Poema XVI de Por cuál causa o nostalgia.


Héctor Carrasquero<br />

[ 40 ]<br />

el lenguaje, con la palabra poética, en su cualidad expresiva, en su<br />

poder testimoniar vivencias cuya naturaleza está más allá de lo<br />

verbal, aunque a eso inescribible que el grito dice, lo que está contenido<br />

en él, su carne, el poema solo puede aproximarse.<br />

Lo que suele llamarse “vida interior” transcurre mediado por<br />

el verbo; la palabra es el vehículo del pensamiento. Cuando salta y<br />

“se empina” hacia lo real queriendo tomar peso propio, queriendo<br />

ser palabra poética, intenta aproximarse a lo auténticamente<br />

expresivo y vivencial del grito. Aquí se habla de la palabra como<br />

aventura en pos de aquello que nos es más esencial.<br />

Así, al “entrar” en el poema, podemos abrir la ventana y asomarnos<br />

a nuestro afuera; el poeta —un ser humano común, uno<br />

de nosotros— da testimonio de este vislumbre en sus versos,<br />

y como lectores participamos de la experiencia, aunque para<br />

ello tenemos que estar dispuestos a acompañar, a ser solidarios<br />

con ese que se aventura, que se toma el riesgo. Creo que de esta<br />

manera es como podemos formar parte de ese “nosotros”, que<br />

rogamos y aullamos, que rezamos y gritamos:<br />

Como páramos<br />

—así, como<br />

páramos—<br />

nosotros que rogamos y aullamos en nuestros<br />

surcos de hielo.<br />

El yo y el tú del poema se unen en un nosotros, escindido<br />

en cauces de hielo que no se encuentran aunque comparten el<br />

mismo valle. Surco es también huella, señal que deja una cosa<br />

sobre otra. Nuestras huellas en el hielo son perecederas; las semillas<br />

arrojadas en surcos de hielo están condenadas a la esterilidad,<br />

a no dar fruto, a no dejar huella. Entonces, ese ruego, esa queja,<br />

ese llamado, ¿serán escuchados? Las posibilidades de redención<br />

parecen estar en el otro que conforma ese nosotros escindido;<br />

solitarios, atrapados en estériles surcos de hielo, empeñados en


Por causa de palabra<br />

Ensayos interpretativos sobre los poemas<br />

de Por cuál causa o nostalgia<br />

una difícil comunión. Es en lo profundo, en lo oscuro mismo<br />

donde ocurre ese espacio de iluminación, de contacto con la luz,<br />

ese soplo sobre el fuego que precipita el grito. Somos como páramos,<br />

donde nace agua que corre hacia valles helados; estamos<br />

limitados, no tenemos sino esa corriente, el verbo, y esa candela<br />

que en lo más hosco y silencioso podemos, quizás, soplar. Esa es<br />

nuestra condición, estamos así arrojados, escindidos, solos; por<br />

eso rogamos y aullamos, para acompañar y ser acompañados por<br />

el poema.<br />

En este primer texto, en esta primera imagen, se nos anuncia<br />

entonces, como una advertencia, que el terreno de la poesía —el<br />

de este libro—, es árido, arduo. Pero ese yo, que amoroso ofrenda<br />

el aliento de su sombra o su noche para despeñar el grito del tú,<br />

al final nos ha hablado de un breve momento, aquel instante de<br />

plenitud en el que vislumbramos ese más allá donde los contrarios<br />

pactan —en expresión de Octavio Paz— al que puede aspirar<br />

la poesía, o más bien, el hombre —lector, poeta— al entrar en<br />

contacto con ella. Así, atravesemos este pórtico al libro atentos a<br />

las señales, a los resquicios en que lo poético tiende a revelarse,<br />

teniendo presente que la tarea, aunque enriquecedora —y precisamente<br />

por ello—, demandará esfuerzo y entrega.<br />

[ 41 ]


II<br />

Luciente peso<br />

remoto y remotísimo<br />

de la ciudad que se llama<br />

Quebec<br />

donde no he estado nunca<br />

[ 43 ]<br />

entonces escaleras arriba y abajo<br />

me lleva me lleva una lágrima<br />

entonces encuentro esta blanca ventana<br />

le pongo el índice y creo que<br />

es una dama de Quebec<br />

y vuelvo<br />

por solitario<br />

por mundano<br />

para crisparme o no


Héctor Carrasquero<br />

y estoy<br />

me veo<br />

con el as de oro dando tumbos<br />

con los mismos ojos en el universo grande y pequeño.<br />

[ 44 ]<br />

*<br />

Lo primero que se anuncia aquí es un “peso”, a la vez brillante<br />

y lejano. Una entidad se presenta con una importancia particular,<br />

y queda claro que se refiere a “peso” en el sentido de sustancia, de<br />

calidad, de valor. Esa entidad es un lugar, una ciudad en la que el<br />

poeta no ha estado; no la conoce o bien la conoce desde la distancia,<br />

como a través de historias o de postales —y resulta significativo<br />

que este trío de poemas se titule “Imágenes”—. Algo de esta<br />

lejana Quebec lo llama, y sentimos que la distancia es insalvable,<br />

como si ese “no he estado nunca” implicara un “no estaré”. Pero<br />

¿habrá estado alguien en esta Quebec que pesa “lucientemente”,<br />

pero muy de lejos? ¿Por qué se nos presenta la ciudad con ese halo<br />

mítico, inalcanzable?<br />

“Entonces”, como repentinamente, en un ir y venir, un subir<br />

y bajar escaleras, el poeta es transportado, arrastrado por una<br />

lágrima —aunque suavemente, como si se tratara de una danza:<br />

“me lleva me lleva...”—; no por el llanto, es tan solo una lágrima,<br />

no un torrente sino más bien un hilo. Más o menos como es la<br />

vida: algo nos llama, tenemos un anhelo, una incógnita, un deseo,<br />

pero entonces, en los vaivenes, en los inevitables altibajos, hay<br />

días oscuros y noches claras; el devenir de cada cual es como el<br />

curso de un río que navegamos lo mejor que podemos, tratando<br />

de sortear la inevitable lágrima que como corriente subacuática a<br />

veces nos lleva. Pero también, en otro entonces, encontramos una<br />

ventana, un umbral, y tomamos un aire.<br />

Estando ya avisados por el poema anterior podemos presumir<br />

que aquí también se está hablando acerca de poesía. El<br />

poeta encuentra una ventana. ¿Se tropieza con ella o la ha estado


Por causa de palabra<br />

Ensayos interpretativos sobre los poemas<br />

de Por cuál causa o nostalgia<br />

buscando? Más bien parece que hasta ahí lo ha llevado aquella<br />

lágrima, pero es un doble juego, la lágrima que se escapa, la<br />

lágrima que le lleva; de algún modo está dicho que aquella<br />

corriente oculta es impulsada por ese que es arrastrado. Creo<br />

que está sugerida la relación que se establece con la poesía, que<br />

es como de retroalimentación: no nos lleva a ninguna parte si no<br />

es avivada por nuestra duda o nuestro deseo, consciente o no, de<br />

dirigirnos con ella a donde sea que pueda llevarnos, siendo este<br />

lugar exclusivo, individual; cada cual tendrá entonces su propio<br />

Quebec.<br />

Esta blanca ventana (¿qué se verá a través de ella?) puede ser la<br />

página en blanco, la posibilidad o imposibilidad del poema, pero<br />

sobre todo, el espacio de encuentro —o confrontación— con la<br />

poesía: “le pongo el índice y creo que / es una dama de Quebec”.<br />

El índice, el mismo con el que escribe sus frases de amor en el<br />

poema IV de Por cuál causa o nostalgia; tocar esa blanca ventana<br />

puede convertirla en una dama de Quebec, aquella ciudad cuyo<br />

peso luciente y remoto acompaña al poeta, aunque él mismo no<br />

haya estado nunca ahí.<br />

A lo largo del libro que nos ocupa, la mujer, más que sujeto<br />

poético al que se le ofrenda el canto, es un eslabón que une con el<br />

más allá que la poesía es en sí. Esta dama es como una embajadora<br />

de ese Quebec, es un nexo, una emisaria del país poético, y gracias<br />

a ella el poeta toca, roza aquel terreno. De este encuentro el poeta<br />

retorna a la realidad, “el universo grande y pequeño”. Pero vuelve<br />

“por solitario / por mundano”, no por una cosa o la otra, sino por<br />

ambas, y vuelve para crisparse o para no hacerlo; regresa por lo<br />

humano que es, por la dubitación que lo define, por la posibilidad<br />

de ser una cosa y también otra. “Y estoy”: permanece, esa es su<br />

condición y su lugar, y este verso tan simple, humilde y sereno,<br />

hace manifiesta la legitimidad de su aventura. Raúl Gustavo<br />

Aguirre señala que Sánchez Peláez “alcanza la rara capacidad de<br />

[ 45 ]


Héctor Carrasquero<br />

[ 46 ]<br />

estar vivo y presente en sus poemas (...), se nos muestran como<br />

que vienen de un hombre que existe y no de una literatura” 29 .<br />

Este hombre se observa a sí mismo “con el as de oro dando<br />

tumbos”; el as de oro es la carta máxima, como un tesoro en el<br />

juego del vivir; cuando menos, significa una posible victoria. El<br />

regreso es vacilante, se ve torpe, pequeño como un niño, pero con<br />

un tesoro entre manos, como un borracho que hubiera rozado en<br />

su embriaguez alguna iluminación.<br />

El último verso nos recuerda, sin embargo, que no se trata<br />

de otro, que no hubo ninguna transmutación o desdoblamiento,<br />

pues sigue siendo el mismo hombre-poeta que se ve “con los mismos<br />

ojos” en ese “universo / grande y pequeño”. Quien habla participa<br />

del universo inabarcable de manera cabal, entiende que<br />

está a su merced, pero que en ese sometimiento se halla también<br />

la clave de su señorío, que en ese dejarse llevar es donde reside<br />

la posibilidad de poseerlo. Este que le pone el índice a esa blanca<br />

ventana, página en blanco que podría ser más bien el hallazgo<br />

que constituye el poema, regresa cambiado, iluminado, lleno de<br />

prodigios; pero como es hombre, archihumano podríamos decir,<br />

retorna tal vez aturdido, acalambrado, y puede estremecerse o no,<br />

pero nunca deja de ser él, de verse con los mismos ojos. Al regreso<br />

viene con una carta dorada bajo la manga, y la use o la guarde,<br />

gane o pierda sus apuestas, ahí la tiene; aquella dama se la trajo de<br />

Quebec. Así habría que retornar del poema, con las manos olorosas<br />

a infinito, a la posibilidad abierta de contacto con la poesía.<br />

29 Raúl Gustavo Aguirre: “Juan Sánchez Peláez: en el misterio y la plenitud de la<br />

poesía”. Tomado de: Juan Sánchez Peláez ante la crítica. Monte Ávila Editores<br />

Latinoamericana, C. A. Caracas, 1994, pág. 77.


III<br />

Esta es la abeja: Zumba en el fruto elegido<br />

Esta vez es mi padre: Me espera en Vigo<br />

[ 47 ]<br />

(frente a los humanos debe transcurrir<br />

y hacerme señas)<br />

he aquí a mi reina que tiene el tamaño del aire<br />

y cuya piel y tacto son el tiempo<br />

he aquí a Vicente Gerbasi que trae una lechuza<br />

desde el cerro del Ávila<br />

y una ardilla de alquimia<br />

Y este que soy yo: blanco y anciano en mi libro.


Héctor Carrasquero<br />

[ 48 ]<br />

*<br />

Julio Ortega, en su ensayo titulado “Vivir en la palabra. Lectura<br />

de Juan Sánchez Peláez” 30 , utiliza el término “composición<br />

por campo” para referirse a ese tipo de sucesión de imágenes que<br />

parece querer abarcar un espectro en el cual el poema logre decir<br />

“más acerca de lo menos, acerca de lo poco que podemos decir”;<br />

sugiere la metáfora de una red que se lanza como para pescar<br />

las “señales y evidencias del paso del sujeto, del hablante” y por<br />

eso tal vez su aparente dispersión; “la mayoría de los poemas de<br />

Sánchez Peláez —dice Ortega— denota una abertura semántica<br />

mucho más variada que la pauta de por sí acumulativa y un tanto<br />

casual del fraseo surrealista” 31 . Los nudos que entrelazan esta<br />

sucesión de imágenes son difíciles de ubicar, pero, como ocurre<br />

a lo largo de este libro, es poco probable que el azar o la escritura<br />

automática sean los responsables. Algo quiere decirse, de manera<br />

consciente y trabajada; por eso paradójicamente el poema es<br />

intrincado y a la vez claro, parece estar muy cerca un atisbo de<br />

“comprensión”, pero es difícil saber de dónde surge.<br />

Creo que el último verso es clave en ese sentido; el poeta se<br />

nombra a sí mismo en su libro, y todo lo dicho en el poema queda<br />

circunscrito entonces al ámbito de la escritura, de la palabra. La<br />

mención de Vicente Gerbasi reafirma esta idea. Por otro lado,<br />

hay en la arquitectura del poema unas ligazones que le dan una<br />

resonancia interna, aunque no se pueda delimitar claramente el<br />

ámbito de significaciones que estas señales conforman.<br />

En el poema encontramos una serie de presentaciones,<br />

comenzando por la abeja que “zumba en el fruto elegido”; la primera<br />

asociación que nos sugiere la abeja es la miel que produce,<br />

ese líquido precioso para el hombre y vital para la colmena; por<br />

30 Julio Ortega “Vivir en la palabra. Lectura de Juan Sánchez Peláez”. Tomado<br />

de: Juan Sánchez Peláez ante la crítica. Monte Ávila Editores Latinoamericana,<br />

C. A. Caracas, 1994, pág. 243<br />

31 Idem, pág. 246.


Por causa de palabra<br />

Ensayos interpretativos sobre los poemas<br />

de Por cuál causa o nostalgia<br />

otro lado es símbolo de laboriosidad. La abeja zumba, como cortejando<br />

al fruto que ha elegido para libar.<br />

En el segundo verso el poeta nos presenta a su padre que lo<br />

espera en Vigo; parece estar condenado a “transcurrir” y hacer<br />

señas “frente a los humanos”, como si no fuese ya uno de nosotros,<br />

y entonces cierto carácter brumoso se asoma: se intuye que<br />

esa Vigo —a similitud de la Québec del poema anterior— es símbolo<br />

de otro lugar. No es demasiado aventurado pensar que ha<br />

partido definitivamente, y desde ese más allá que se acerca —pues<br />

este hijo ya está “blanco y anciano”— lo espera, le hace un lugar, a<br />

la vez que continúa guiándolo con sus señales.<br />

Varias líneas de sentido podrían sugerirse respecto a “mi<br />

reina”, en el quinto verso: una referencia a la mujer, la amada que<br />

suele ser razón poética; justo antes se ha insinuado la presencia<br />

de la muerte; pero también, pensando en este que es blanco<br />

y anciano, más que una alusión a la muerte, creo que esa piel y<br />

tacto conformadas de tiempo pudieran pertenecer a la memoria,<br />

ese almacén de la materia prima con que trabaja el poeta; además,<br />

¿dónde, si no en la memoria, nos encontramos con los nuestros<br />

que se han ido? Pero ese quinto verso encuentra cierta resonancia<br />

con el primero y pienso —casi sin querer— en abeja reina. Esta<br />

mayestática descripción es más que un elogio amoroso.<br />

El trabajo de la abeja —la obrera— contribuye a la supervivencia<br />

de la colmena; la imagen de la abeja apunta, en este texto,<br />

al poeta. “Zumba”, produce un canto en el fruto elegido; se dedica<br />

a libar de este lo que podríamos llamar la “esencia” poética para<br />

poder elaborar una cierta miel, un líquido precioso: el poema.<br />

Esta reina, más que motivación de la escritura, es como razón<br />

de vida del poeta; este intenta libar, de su experiencia directa de<br />

la realidad, la esencia metafísica que le corresponda; al tratar de<br />

patentizarla, solo alcanza a expresarla en forma poética, en los<br />

límites del lenguaje.<br />

Así, podría admitirse que esta reina, acercándose al caso de<br />

la dama en el poema anterior, nos refiera a la nombrada “esencia”<br />

[ 49 ]


Héctor Carrasquero<br />

[ 50 ]<br />

poética. Lo que logra cristalizar en el poema es un reflejo, un símbolo<br />

de esa experiencia personal de la realidad, que en el caso del<br />

poeta es experiencia de la Poesía, imposible de ser traducida, sino<br />

tan solo reflejada a través del lenguaje para acercarnos a ella, acercarnos<br />

a su “piel y tacto”; en ese juego, el poeta crea un pedazo de<br />

realidad —el texto— que pasará a formar parte, a su vez, de nuestra<br />

propia experiencia de eso poético, en cuanto lectores.<br />

El trío de versos en que Sánchez Pelaez nos presenta a Vicente<br />

Gerbasi no solo es, como dice Leonardo Padrón, “una cálida y<br />

definitiva imagen que los emparenta estética y vitalmente en<br />

el cuadro de la poesía venezolana” 32 , sino también una alusión<br />

directa a la Poesía: en las manos de uno de los más grandes poetas<br />

venezolanos vienen la sabiduría de la lechuza y su mirada que<br />

penetra en lo oscuro, y esa “ardilla de alquimia”, y vienen —la<br />

mención del cerro parece iluminar de repente el poema— desde<br />

El Ávila; el país poético en el país real. El homenaje al poeta cobra<br />

nuevas dimensiones al estar presente aquí junto con la anterior<br />

referencia al padre, en una suerte de juego de reflejos, en el que la<br />

tercera y cuarta estrofas parecen responder al primero y segundo<br />

versos, respectivamente.<br />

Gerbasi se refirió alguna vez a los ojos de Juan como “ojos de<br />

búho” 33 ; al leer “una lechuza” se me ocurre que el poeta se está<br />

nombrando a sí mismo en este verso, antes de hacerlo explícitamente<br />

en el último: “Y este que soy yo: blanco y anciano en mi<br />

libro”. “Blanco”, sin duda alude a las canas que han de poblar su<br />

cabeza, pero también remiten a la blanca ventana del poema<br />

anterior; de algún modo el que se está diciendo a sí mismo, se<br />

32 Leonardo Padrón: “Juan Sánchez Peláez; una poética bajo el látigo de oro”.<br />

Tomado de: Juan Sánchez Peláez ante la crítica. Monte Ávila Editores Latinoamericana,<br />

C. A. Caracas, 1994, pág.234.<br />

33 Referido (entre otros) por: Alberto Hernández: Los rasgos comunes de Sánchez<br />

Peláez. En http://www.letralia.com/104/ articulo 01.htm. y por Delia Meneses:<br />

Juan Sánchez Peláez: La desgracia fortuna del “poeta mayor”. en http://www.<br />

talcualdigital.com/Especiales/Protagonistas_juan.asp. 11 de Febrero de 2004.


Por causa de palabra<br />

Ensayos interpretativos sobre los poemas<br />

de Por cuál causa o nostalgia<br />

encuentra en un estado previo a la enunciación, como una página<br />

sin escribir todavía, abierta, dispuesta a ser surcada, con la potencia<br />

de la fertilidad aún en él.<br />

Lo nombrado en este poema es parte de lo que conforma, en<br />

esencia, al poeta, y se nos muestra en un profundo nivel de intimidad.<br />

Invocando a su reina —suya pero a la vez poseedora de magnitudes<br />

que lo superan—, nos habla desde su libro como desde<br />

su casa; antes nos ha hablado fraternalmente y con versos admirativos<br />

de otro poeta, y también nos ha presentado a su padre,<br />

remitiéndonos al ámbito familiar, el de la infancia, de la sangre.<br />

Tal conjunción de elementos nos ofrece, con gran dosis de franqueza,<br />

lo que pudiéramos llamar un apretón de manos de parte<br />

del poeta, pero desde su condición más sencillamente humana,<br />

al margen de lo biográfico. Podríamos sospechar algo que Juan<br />

Sánchez sabía bien, y traigo algunas palabras suyas:<br />

Me resisto a creer que el poeta sea un pequeño Dios (...). Y lo mejor<br />

de la Poesía, lo acabo de leer, pero lo sé desde siempre, es la amistad<br />

de los poetas. Vendrán los horribles trabajadores del porvenir,<br />

vendrán con la cabeza altiva y los ojos despiertos. Y los poemas serán<br />

escritos. Y el hombre habrá de reconocer en sus semejantes a<br />

su hermano. Y la poesía seguirá intacta y pasará de mano en mano<br />

como un fuego secreto. Que la poesía se venda o no se venda importa<br />

poco. Importa sí, que ella no se consuma en un subjetivismo<br />

agobiador, que rescate su sentido en medio de tantos anestesiados<br />

o simples engañados o que duermen. Importa que le hable a alguien<br />

o a muchos y los transfigure. Esto tiene que suceder... 34<br />

[ 51 ]<br />

34 Juan Sánchez Peláez, El Nacional, 18 de marzo de 1969. Citado por Carlos<br />

Rocha en: “La poesía de Juan Sánchez Peláez”. Tomado de: Juan Sánchez<br />

Peláez ante la crítica. Monte Ávila Editores Latinoamericana, C. A. Caracas,<br />

1994, pág. 277.


Héctor Carrasquero<br />

Estos tres poemas que sirven de entrada a Por cuál causa o<br />

nostalgia culminan con este verso: “Y este que soy yo...” en el que<br />

el poeta, ese que nos está hablando a nosotros mismos en nuestra<br />

voluntad de escucharle, queda como expuesto, revelado, desnudo.<br />

Creo que es como una confidencia, una especie de muestra de<br />

amistad del poeta cuyos versos nos disponemos a leer, y así, más<br />

que simplemente una presentación, es una invitación.<br />

[ 52 ]


I<br />

Con<br />

el ojo<br />

de la almendra<br />

que<br />

sueña<br />

Por cuál causa o nostalgia<br />

[ 53 ]<br />

Con<br />

la cara<br />

de alguien<br />

que<br />

parece<br />

vivir<br />

en la perdiz que relampaguea<br />

Con el<br />

murmullo incomprensible


Héctor Carrasquero<br />

entre<br />

unos<br />

y otros<br />

Con<br />

el entendimiento<br />

que basta<br />

para alcanzar la locura<br />

Sin tener<br />

con qué remecer nuestro árbol de manzanas<br />

acres<br />

[ 54 ]<br />

Sin<br />

un trébol<br />

durante largas noches en vela<br />

Sin resucitar<br />

ni<br />

yacer de pie. Sin un poco de todo. Sin nada. Sin<br />

un poco de bebida de tilo.<br />

*<br />

A lo largo de este libro, más que en el resto de la obra de Juan<br />

Sánchez Peláez, nos encontramos con poemas que parecen haber<br />

sido trabajados de manera pictórica, por decirlo de algún modo;<br />

en palabras de Guillermo Sucre: “poemas breves, o de versos muy<br />

cortos imprevisiblemente espaciados en la página, rodeados de<br />

mucho blanco, parecen el dibujo —muy diestro, muy preciso— de<br />

un pensamiento que sabe callar al hablar” 35 .<br />

35 Guillermo Sucre: “La metáfora del silencio”, en La máscara, la transparencia. (2ª ed.<br />

Fondo de Cultura Económica, México, 1983), tomado de: Juan Sánchez Peláez ante<br />

la crítica. Monte Ávila Editores Latinoamericana, C. A. Caracas, 1994, pág. 201.


Por causa de palabra<br />

Ensayos interpretativos sobre los poemas<br />

de Por cuál causa o nostalgia<br />

En este poema, como en el III, el VIII, el XII o el XIV, los versos<br />

están dibujados de tal forma que es inevitable sentir en la lectura<br />

un enfoque en una dirección particular, sugerida por ese<br />

trazado. Atendiendo a la disposición de estos versos, observamos<br />

que algunos de ellos se separan, como destacándose; el texto<br />

posee una fluidez particular que no está marcada por la regularidad;<br />

gráficamente se perciben como escalones por los que se<br />

va descendiendo, siguiendo una línea zigzagueante, como declinando,<br />

desde las preposiciones “con” y “sin” hasta el último sujeto.<br />

Ante el ritmo de lectura que el poema impone, uno se pregunta:<br />

¿por qué esa manera de hacer fluir el poema?<br />

La forma en poesía está intrínsecamente ligada al contenido;<br />

no se puede pensar en los mismos contenidos con distinta forma<br />

como si fueran el mismo poema, del mismo modo que estructuras<br />

formales definidas, como la de un soneto, no marcan el tono de un<br />

poema. De antemano hay que asumir, de modo similar al caso de<br />

un poema en prosa, por ejemplo, que tal o cual dispositio no es gratuita,<br />

y que aun si fuese así, en el texto que queda ante los ojos hay<br />

algo más allá de lo meramente dicho, enunciado, que resulta sugerido<br />

por la versificación. Este carácter estético, que podemos relacionar<br />

con lo lúdico, con lo sensorial, es la cáscara de lo que Amado<br />

Alonso llama la almendra poética 36 , es la construcción, la arquitectura,<br />

la realización artística de lo poético. Tomemos la estrofa:<br />

[ 55 ]<br />

Con<br />

la cara<br />

de alguien<br />

que<br />

parece<br />

vivir<br />

en la perdiz que relampaguea<br />

36 Amado Alonso: Materia y forma en poesía. “La interpretación estilística de<br />

los textos”. Editorial Gredos, tercera edición, 1986, pág. 88.


Héctor Carrasquero<br />

[ 56 ]<br />

Como desmembrada, desencajada, dibuja una curva como<br />

una “s” invertida que se pierde en una larga cola. Los versos son<br />

cortos, casi todos de una única palabra que a veces queda como<br />

suspendida, con mucho espacio a su alrededor: “que / parece<br />

/ vivir”; las imágenes se desenvuelven como una tela que cae,<br />

más en un sentido vertical o diagonal, que de manera horizontal,<br />

como la lectura. También son como resplandores que se van<br />

sucediendo, como pequeños relámpagos que van distanciándose<br />

uno del otro para terminar en el último más largo de un ciclo,<br />

nerviosamente como los movimientos mismos de la perdiz que<br />

relampaguea.<br />

Esta indagación estética me parece una actitud ante el poema<br />

que trasciende lo meramente sensorial, no es una presentación<br />

caprichosa o “experimental”, sino que tiene que ver con un intento<br />

de expresar la vivencia real que subyace en lo dicho —para seguir a<br />

G. Sucre—, y este velo, este silencio merece ser escuchado.<br />

Desde el insomnio, como estacionado en la “noche en vela”,<br />

el poema habla de la madurez; es una enumeración, un balance<br />

de cosas con las que se cuenta y de otras que no se tienen. Retomando<br />

la imagen de Amado Alonso, la almendra significa lo esencial,<br />

lo que constituye el centro de interés, lo que alimenta, lo que<br />

está concentrado, encerrado, protegido en su cáscara, como algo<br />

valioso. Fruto y semilla que sueña. Una cáscara que tal vez imagina<br />

lo que germinará de sí en algún momento. Por el ojo de la<br />

semilla brota la planta. Lo que la semilla sueña es la vida, la formación<br />

de un nuevo árbol; el sueño es como un germen, es creación.<br />

Esa cáscara arrugada, con la potencia de la vida en su interior, ahí,<br />

contenida, evoca las arrugas que van surcando el rostro a medida<br />

que la edad avanza, y a esto contribuye que se mencione a continuación<br />

“la cara / de alguien / que / parece / vivir / en la perdiz que<br />

relampaguea”.<br />

Sánchez Peláez invoca frecuentemente aves en sus poemas,<br />

como personificaciones de la belleza, desde el colibrí que<br />

es mirado “en demasía”, ruiseñores, pavos reales, gallos azules...


Por causa de palabra<br />

Ensayos interpretativos sobre los poemas<br />

de Por cuál causa o nostalgia<br />

Aquí la perdiz, con su gesto centelleante y repetitivo alude a<br />

algo consuetudinario, conocido; alguien que parece vivir en una<br />

espera permanente por el cíclico relámpago, atento y ensimismado,<br />

en vilo. Las imágenes de estas dos estrofas nos presentan<br />

la circunstancia de quien se encuentra alerta y a la vez como condenado<br />

a la espera de ese fulgor, tal como el poeta en su ejercicio<br />

creador. Confirmando esta idea, encontramos a “la perdiz” ya en<br />

Rasgos comunes (1975), en el segundo de los titulados Poema:<br />

De esta suavísima, tierna, relampagueante palabra<br />

hay un oscuro susurro,<br />

ella vuela sin cascos como la perdiz<br />

o se recoge en el hueco de tu mano...<br />

Hay un “murmullo incomprensible” y también un “entendimiento”;<br />

aquí se asoma una referencia a la palabra, ese murmullo<br />

nos habla de un diálogo que no termina de hacerse efectivo;<br />

quien escucha está fuera, no es un “nosotros” sino “unos / y otros”,<br />

es decir “ellos”, y aquí hay una contemplación atenta, un afán de<br />

escuchar a esos otros. Tal vez de ese esfuerzo provenga “el entendimiento<br />

/ que basta / para alcanzar la locura”; quien hace este<br />

recuento se halla en un como ejercicio permanente de escuchar,<br />

y la certeza de que se puede alcanzar la locura muestra precisamente<br />

que no está dentro de ella, que tal vez se pasea por el borde,<br />

pero que aún se sostiene, es el poeta mismo que intenta trascender<br />

sus propios límites para poder ejercer su oficio, su aventurarse<br />

en lo poético. No es la edad, la acumulación de años, lo que da ese<br />

saber; es la experiencia trabajada, cultivada, la que permite llegar<br />

a él; todos podemos llegar la locura, pero no así conocer su frontera.<br />

En este caso, nuestro baquiano evidentemente no habla de<br />

la demencia, la locura clínica, sino de otro tipo de rapto, tal vez<br />

cercano: el de la poesía.<br />

Pero entonces la enumeración pasa a contraponer las ausencias.<br />

Y aquí también hay un dejo de cotidianidad; no es la ausencia<br />

[ 57 ]


Héctor Carrasquero<br />

[ 58 ]<br />

superlativa impuesta por la distancia o la muerte, más bien es evocación<br />

de pérdidas que tal vez ocurren en virtud de lo ganado con<br />

la madurez. No hay lamento por lo que no se tiene, sino aceptación.<br />

En el poema XIX de Animal de costumbre Sánchez Peláez decía:<br />

“Es inútil la queja / Mejor sería hablar de esta región tan pintoresca;<br />

// Debo servirme de mí / Como si tuviera revelaciones que comunicar”.<br />

Citando una línea del poema Labor, de Filiación oscura, J.<br />

G. Cobo Borda comenta que Sánchez Peláez “No quiere ‘olisquear<br />

recuerdos’, recalcando, una vez más, lo inútil de toda queja, ya que<br />

su labor es crear y no lamentarse; consciente de su estado no solo<br />

inútil sino, en ocasiones, abyecto: ‘Somos entre los mendigos, los<br />

piojosos, lo último de la mendicidad’ ” 37 .<br />

En el texto que nos ocupa, falta algo “con qué remecer” el<br />

árbol de manzanas, el fruto prohibido, el de la inocencia perdida;<br />

ya no se tiene la excusa de la juventud. Ahora son acres, ásperas,<br />

desabridas, la tentación ha cedido, ¿para qué remecer el árbol? Ya<br />

se las ha probado, aunque se anhele su sabor, la juventud, los días<br />

de los primeros amores, la inocencia con la que se enfrentaba el<br />

transcurrir del tiempo: “Cuando tú sueñas, holgazán de quince<br />

primaveras, / No te das cuenta de la vida...” 38 .<br />

¿Un trébol en largas noches en vela? Pienso que tiene que ver con<br />

la poesía misma; si se conoce aquel límite de la locura, asomarse a ella<br />

ha de representar un trabajo que paulatinamente se torna más arduo<br />

y delicado. Díaz-Casanueva señala que “Sánchez Peláez junto con dar<br />

la verdad única del poema, acepta la función sacramental de pasar la<br />

noche en vela observando cómo surge el poema y su lenguaje, y esto<br />

último no como actividad complementaria sino constitutiva del<br />

37 Juan Gustavo Cobo Borda: “La poesía de Juan Sánchez Peláez”, tomado de<br />

Juan Sánchez Peláez ante la crítica. Monte Ávila Editores Latinoamericana,<br />

C. A. Caracas, 1994, pág. 188-189.<br />

38 Poema XXIV de Animal de costumbre, y así comienza también Variaciones I<br />

en Rasgos comunes.


Por causa de palabra<br />

Ensayos interpretativos sobre los poemas<br />

de Por cuál causa o nostalgia<br />

poema mismo” 39 . El compromiso y la responsabilidad de quien asume<br />

la poesía como terreno vital —y así ocurre sin duda con Sánchez<br />

Peláez— requiere situarse en un nivel de austeridad en el cual ha de<br />

abandonarse toda idea de “resurrección”, de regreso a la comodidad<br />

de la edad inocente.<br />

Este poema se aventura “sin un poco de todo sin nada”, desenvolviéndose<br />

en la condición humana, no solo con dignidad sino<br />

con lucidez y atención, no abandonándose a la pasividad de “yacer<br />

de pie”, sino enfrentando su noche en vela sin trébol ni tilo para<br />

doblegar el insomnio. Así, todos estos “sin...” no son pérdidas en<br />

el sentido de desproveimiento; son, de hecho, parte del equipaje<br />

que ayuda a hacer el viaje.<br />

[ 59 ]<br />

39 Humberto Diaz-Casanueva “Rasgos comunes de Juan Sánchez Peláez”<br />

tomado de Juan Sánchez Peláez ante la crítica. Monte Ávila Editores Latinoamericana,<br />

C. A. Caracas, 1994, pág. 155.


II<br />

Oyeme tú<br />

simple<br />

complicado<br />

vivir<br />

[ 61 ]<br />

pues me dirijo a ti<br />

bajo la lluvia cálida en el día<br />

y he de retornar a la irremediable noche<br />

muerto<br />

a la manera de un novio que brilla<br />

entre oscuros ramajes<br />

desde tu pecho óyeme<br />

pues me dirijo a ti<br />

con palabras anteriores<br />

a cualquier reflexión<br />

—las menos relativas


Héctor Carrasquero<br />

cercano dolor<br />

que me incorporas<br />

que me acompañas<br />

cuesta arriba y febril.<br />

*<br />

Hay dos rasgos presentes a lo largo de la poesía de Sánchez<br />

Peláez que este poema refleja claramente, y que conviene tener presentes.<br />

Uno es la actitud con que se encara esa condición humana<br />

de ser seres caídos; en palabras más claras de Juan Liscano:<br />

[ 62 ]<br />

Sánchez Peláez fue el primer poeta venezolano que introdujo en<br />

nuestra lírica, la conciencia de la clandestinidad del hombre en<br />

el mundo y su certidumbre angustiosa de haber sido arrojado al<br />

tiempo, como un extranjero, sin su consentimiento. Pero en este<br />

poeta, antes que nada, estético, no hay aullido ni náuseas. Su rebelión<br />

existencial es una actitud lúcida, una expectativa lírica, un<br />

ceremonial de introspección silenciosa. Acepta, en suma, el mundo<br />

aunque no lo comprende 40 .<br />

Otro aspecto, como lo señala Gabriel Jiménez Emán, es lo<br />

poético como “una manera de ser religioso”: “Comunión de la<br />

poesía, religare con las deidades superiores de la palabra” 41 .<br />

En estos versos el tú está señalado directamente: el interpelado<br />

es el simple complicado vivir. Admitimos sin muchos rodeos esa<br />

doble condición del vivir, que puede hacerse complicado, arduo,<br />

doloroso, pero en algunos momentos se nos presenta sencillo,<br />

diáfano, simple. El dualismo que envuelve al vivir es una síntesis<br />

40 Juan Liscano: “Juan Sánchez Peláez”. Tomado de Juan Sánchez Peláez ante la<br />

crítica. Monte Ávila Editores Latinoamericana, C. A. Caracas, 1994, pág. . 73.<br />

41 Gabriel Jiménez Emán: “Juan Sánchez Peláez: el lugar de la revelación”.<br />

Tomado de: Juan Sánchez Peláez ante la crítica. Monte Ávila Editores Latinoamericana,<br />

C. A. Caracas, 1994, pág. 256.


Por causa de palabra<br />

Ensayos interpretativos sobre los poemas<br />

de Por cuál causa o nostalgia<br />

antagónica, extremos opuestos que se encuentran en una aparente<br />

alternancia que impide ver su unicidad; en nuestra imposibilidad<br />

de aprehender la realidad como única somos seres duales, escindidos.<br />

Incluso el vivir es un otro.<br />

“Óyeme tú” es lo que se le dice al convocado, y desde el<br />

comienzo podemos sentir un tono que sugiere, más que una petición,<br />

un reclamo, como si ese llamado fuese la exigencia de un<br />

derecho, o incluso un reto. Más adelante el llamado se acerca a la<br />

petición, al ruego; hay una apelación: “desde tu pecho óyeme”, y<br />

aquí se agrega otro matiz a este diálogo, el que habla necesita ser<br />

escuchado por ese vivir y además lo reclama como justo: “pues me<br />

dirijo a ti...”, etcétera.<br />

Es importante tener en cuenta que, en todo caso, el momento<br />

del poema es el día; aunque las imágenes siguientes hagan recaer<br />

el peso del poema hacia lo oscuro, las palabras son pronunciadas<br />

desde el día, y “bajo una lluvia cálida”.<br />

Estar bajo la lluvia es hallarse al descampado, sin techo, desprotegido;<br />

pero esta lluvia es acogedora, vivificante, conforta<br />

a la vez que implica una estadía en lo abierto; es una especie de<br />

bautismo perenne que acompaña a la claridad y calidez del día, la<br />

contingencia a la que estamos expuestos, el riesgo que continuamente<br />

nos baña.<br />

Podríamos percibir “la irremediable noche” como el período<br />

del vivir en que, en ausencia de luz, el ser se debate entre lo que<br />

espera —y exige— ser creado y la cárcel de lo predeterminado, de<br />

lo irremediable, lo permanente, lo que se es. Sin duda ese tanteo,<br />

ese sopesarse ocupa gran parte de la labor de un poeta como el<br />

que leemos; podemos ver también el vivir de cada cual, con sus<br />

propios altibajos, reflejado en el poema.<br />

El verso de Gerbasi: “Venimos de la noche y hacia la noche<br />

vamos” resuena con fuerza en este “y he de retornar a la irremediable<br />

noche”. La oposición día-noche entonces equivale directamente<br />

a vida-muerte, y así podemos entender la palabra “muerto”<br />

de manera literal. ¿Qué tiene que ver la muerte con amantes o<br />

[ 63 ]


Héctor Carrasquero<br />

[ 64 ]<br />

nupcias? ¿Por qué la ausencia que sobreviene con la muerte es un<br />

retorno? De ese novio apenas vemos destellos, pues está velado<br />

por “oscuros ramajes”, es un resplandor en la penumbra; pero el<br />

asunto es que “brilla”, se intuye cierta relación de la muerte con lo<br />

luminoso, y por otro lado, con un enlace, pues el que brilla es “un<br />

novio”. ¿En “la irremediable noche” nos casamos con la muerte?<br />

En cierto modo es un matrimonio inevitable, estamos comprometidos,<br />

o mejor dicho, prometidos a ella.<br />

El poeta retornará a la noche, es decir, vino de allí; este acto<br />

final de morir no es tan solo un cesar las funciones, un “dejar de”,<br />

sino que es signo de algo que vendrá después. De ser así, ¿qué es lo<br />

que anuncia ese “novio que brilla”? Pareciera que los destellos de<br />

aquel novio funcionaran más bien a la manera del faro que guía<br />

al navegante a su destino, al que no termina de llegar aún; y en<br />

efecto, la conciencia de la irremediable finitud, que va acompañando<br />

cada vez más de cerca a las personas a medida que pasan<br />

los años, ha de arrojar una luz sobre la existencia, que en cada<br />

vida individual tendrá su peso particular, insospechado cuando<br />

se es un “holgazán de quince primaveras”. Venimos de la noche,<br />

pertenecemos a ella, porque es irremediable, no podemos ser sin<br />

ella, nada puede quitarnos el morir.<br />

No solo el poeta sino también el poema nos muestra su brillo<br />

“entre oscuros ramajes”. El brillo del poema no está en lo que podamos<br />

decir de él en el intento por comprender, sino en el hecho de<br />

que es lenguaje ahí. La palabra poética ostenta un doble carácter;<br />

es auténticamente viva, pues proviene de la experiencia del poeta,<br />

ha sido forjada al calor de una existencia única, de un trabajo que<br />

en cada caso, en cada poeta o aun en cada poema es irrepetible,<br />

singular; pero también, cuando llega a nuestras manos, como en<br />

estos versos que tenemos al frente, virtualmente está emancipada<br />

de aquella vida que la produjo. Como texto literario posee otro<br />

tipo de autonomía al desprenderse del deber atribuido al texto no<br />

literario, la función comunicativa. Se desarticula de la estructura<br />

sintáctica que la hace pieza discursiva, para constituirse en uni-


Por causa de palabra<br />

Ensayos interpretativos sobre los poemas<br />

de Por cuál causa o nostalgia<br />

dad simbólica, en entidad significativa independiente; de tal modo<br />

Hans-Georg Gadamer 42 califica a los textos literarios como “eminentes”,<br />

aludiendo a su autoreferencialidad, a su capacidad de ser<br />

autoportantes, de crear mundo, y no solo señalarlo.<br />

Las “palabras anteriores / a cualquier reflexión” limitan con<br />

el grito que se nos anuncia en el pórtico del libro (poema I de<br />

Imágenes); podría decirse que son orgánicas, expresión pura, primigenia,<br />

en bruto; las palabras han dejado de lado su carácter de<br />

señal de otra cosa, de comparación o traducción —tal es su origen<br />

etimológico—, y están ahí como despojadas, como desnudas.<br />

Evidentemente esto no quiere decir que sean realmente dictado<br />

automático, que provengan del inconsciente o sean escritas “sin<br />

pensar”; creo que aquí se está aludiendo al origen profundo al que<br />

quieren responder las palabras de este texto, y es por eso que son<br />

“las menos relativas”; es una manera de decir directamente desde<br />

el corazón: “desde tu pecho óyeme”, pues también yo te hablo<br />

desde mi pecho. ¿Y qué es lo que dice?:<br />

[ 65 ]<br />

cercano dolor<br />

que me incorporas<br />

que me acompañas<br />

cuesta arriba y<br />

febril<br />

Un dolor tan íntimo, tan profundo, que no consume o abate,<br />

sino que incorpora; no solo yergue, levanta y vivifica, sino también<br />

suma, agrega, une, pues está expreso que “acompaña”. Aunque<br />

la noche sea irremediable, la conciencia vital del plazo que se<br />

vence —ese cercano dolor— lo empuja hacia una cumbre; el que<br />

está hablando con las palabras más puras, más orgánicas, las más<br />

absolutas, se empina hacia arriba como buscando febrilmente el<br />

42 Hans-Gerog Gadamer: “Texto e interpretación”. En Antología. Ed. Sígueme,<br />

Salamanca, España. 2001, ver pág. 212 y siguientes.


Héctor Carrasquero<br />

sol, como empeñado en religarse con lo divino que lo ha dejado<br />

atrás. Es como el hallazgo de la palabra esencial, una plegaria que<br />

el hombre le canta al vivir.<br />

[ 66 ]


III<br />

Ahora<br />

es la hora<br />

y arena<br />

es mi talle<br />

y rodeo<br />

caprichoso<br />

el finísimo desierto<br />

pero ahora<br />

es otra vez ayer<br />

y juego<br />

a los bandidos y con<br />

soldaditos de plomo<br />

(aunque el campo<br />

de mi canto<br />

no da al mar)<br />

y el barniz<br />

el tinte<br />

[ 67 ]


Héctor Carrasquero<br />

el calor<br />

de un pobre grano<br />

de maíz<br />

que muevo<br />

con el pie<br />

a ras de tierra<br />

centellea.<br />

[ 68 ]<br />

*<br />

“Ahora / es la hora”. En estos versos resuena una suerte de<br />

paráfrasis del Ave María que le da al poema cierto tono de solemnidad.<br />

La aliteración esboza un ritmo que se mantiene en los versos<br />

siguientes, y que cambia cuando en el poema entra la niñez<br />

(“pero ahora...”), con líneas más largas, con sangrías muy distintas<br />

entre sí; los versos están dispersos en la página de tal modo<br />

que hay que recorrerlos como dando saltos, esto es, casi jugando.<br />

Un talle de arena, un finísimo desierto. Al decir que su talle es<br />

de arena sugiere que su volumen, su talla, es tan cambiante o tan<br />

poco definida, tan poco sólida como lo es la arena de un “finísimo<br />

desierto”, un paisaje de dunas que no cesa de cambiar, que nunca<br />

es igual aunque no podamos ver la diferencia. Esa maleabilidad, la<br />

contextura cambiante a merced del viento, y la delicada aridez de<br />

un “finísimo desierto”, son rasgos de quien nos está hablando, que<br />

más adelante se encontrarán con otros provenientes de la memoria<br />

y producirán algo, un vislumbre.<br />

¿Cómo sería rodear “caprichoso” este desierto? ¿Abarcarlo a<br />

la manera de un abrazo o dar rodeos para evitarlo? ¿Está vadeándose<br />

a sí mismo o más bien evade el paso que le toca? ¿No será tal<br />

vez el sopesarse reflexivo que exige el trabajo creativo, cuando se<br />

pretende hacerlo desde lo más auténtico?<br />

“Ahora es la hora”, y no es una hora cualquiera, ha de ser crucial,<br />

decisiva, tal vez última. Luego se nos presenta otro ahora, en el<br />

que otra vez es ayer. La memoria pasa a habitar el presente, iluminando<br />

con cierta magia el momento: “juego / a los bandidos y con<br />

/ soldaditos de plomo”. Este campo de juegos amerita un parénte-


Por causa de palabra<br />

Ensayos interpretativos sobre los poemas<br />

de Por cuál causa o nostalgia<br />

sis, una aclaratoria: la ausencia anhelada del mar; “el campo de mi<br />

canto”, alude al poema que estamos explorando.<br />

Completando el cuadro, se nos habla del barniz, del tinte y del<br />

calor de “un pobre grano de maíz” que centellea a ras de tierra.<br />

Es como si un aspecto vital de ese grano de maíz se nos mostrase<br />

redimensionado; ese fruto noble y generoso de la tierra es “pobre”,<br />

pero en su brillo centelleante se nos muestra investido de otra<br />

dignidad.<br />

El último verso, esa única palabra: “centellea”, es la culminación<br />

del poema. Después de dar rodeos a su propio talle, y evocar<br />

el ayer —la infancia— el poeta mueve con el pie, sin que sus<br />

manos lo toquen, el grano de maíz. Lo que hace es tomar conciencia<br />

de la tierra que nos sostiene, a través del pie con que hacemos<br />

contacto con ella; ahí, “a ras de tierra”, la semilla está en el espacio<br />

donde puede ser fértil, donde puede germinar y enraizarse. No<br />

sería igual su barniz, su tinte, si estuviera en la palma de la mano.<br />

La conjunción del “ayer” y el “ahora” propicia la comunión del que<br />

habla con la naturaleza, con la madre tierra de donde procedemos;<br />

esa semilla, expresión de la fertilidad, es símbolo de lo no<br />

manifestado aún, de la vida que está contenida en ella, de la esperanza<br />

por lo que se gesta. Por eso creo percibir en ese centelleo<br />

una imagen de lo que sería el brillo del poema, eso que busca, en<br />

esencia, decir o mostrar. Hay que pisar tierra, tratar de tocar lo<br />

esencial. Mover lo que sea capaz de germinar, para que ocurra el<br />

relámpago.<br />

[ 69 ]


IV<br />

Me siento sobre la tierra negra<br />

y en la hierba<br />

humildísima<br />

[ 71 ]<br />

y escribo<br />

con el índice<br />

y me corrijo<br />

con los codos del espíritu.<br />

Hilo mis frases de amor<br />

a la intemperie<br />

bajo los árboles de muda historia.<br />

Celebro los olvidos eternos<br />

de mi tierra negra y ensimismada.


Héctor Carrasquero<br />

Al fin por fin<br />

hago este día más límpido.<br />

Y un caballo de sol<br />

que se asoma a lo imposible<br />

como estrella de mar<br />

fugaz<br />

relincha en todas las ventanas.<br />

[ 72 ]<br />

*<br />

Tengo que decir antes que otra cosa, que estos últimos cinco<br />

versos están entre los más luminosos del libro. La disposición de<br />

la estrofa da un aire de movimiento y de fugacidad, como el de<br />

la silueta de una liebre en la carrera, o incluso el mismo caballo<br />

con ese verso-cabeza “que se asoma a lo imposible”. “Un caballo<br />

de sol”, calor y luminosidad; estrella, pero fugaz. Y con la velocidad<br />

del caballo, junto a la fugacidad del astro, la lentitud, la constancia,<br />

la humedad y la quietud de la estrella marina. Pero al final<br />

relincha en todas las ventanas, está llamando y cualquiera puede<br />

oírlo, basta, quizás, dejar abierta una ventana.<br />

La tierra negra, la hierba humildísima; es curioso cómo el<br />

poema comienza con estas imágenes más bien oscuras, húmedas,<br />

para terminar haciéndose tan límpido, tan luminoso. Sobre esa<br />

tierra oscura, en la hierba humildísima, el que se sienta escribe y se<br />

corrige. Escribe con el índice, el que orienta, el que dirige con firmeza<br />

el rumbo; me recuerda los versos del poema II de Imágenes:<br />

entonces encuentro esta blanca ventana<br />

le pongo el índice y creo que<br />

es una dama de Quebec<br />

En su oportunidad, respecto a estos versos asomo la posibilidad<br />

de considerar esa blanca ventana como la página del<br />

poema, en blanco o escrita, abierta al poeta y también al lector.


Por causa de palabra<br />

Ensayos interpretativos sobre los poemas<br />

de Por cuál causa o nostalgia<br />

En los que nos ocupan aquí, el que escribe también lo hace con el<br />

índice, hilando frases de amor, a la misma intemperie en la que<br />

se encuentra el poeta —y no hablamos de este en particular—<br />

cuando se enfrenta a esa tarea de fundir experiencia humana en<br />

la obra; bajo los árboles de muda historia, a la sombra de lo transitado<br />

y aprendido, acompañado por la memoria estatuida de los<br />

hombres, pero aventurándose en lo abierto para poder contactar<br />

con la poesía.<br />

La voluntad indicando y el espíritu corrigiendo. ¿Acaso no trabaja<br />

así el poeta? Lo que escribe con el índice, como un punzante<br />

indicador de la voluntad, lo corrige con los codos —ese pequeño<br />

reverso de nosotros mismos que apenas atisbamos— pero con los<br />

codos del espíritu. En ese contacto con la tierra negra y humilde,<br />

en ese enraizamiento, el que escribe, teje sus frases —frases de<br />

amor— impulsado por la voluntad creadora; pero esas correcciones<br />

no son las del oficio de poeta propiamente sino las que hace el espíritu.<br />

Y el espíritu no corrige con indicaciones precisas, no con las<br />

afinadas manos que pueden tejer la filigrana que envuelve la obra,<br />

sino de soslayo, con los codos, como si, a pesar de todo, la parte de<br />

la tarea que le toca al índice no tuviera que ver con el objeto que le<br />

corresponde al espíritu; casi como un animal que borrara, por instinto,<br />

sus huellas.<br />

Si es el poeta quien escribe sobre la tierra negra y ensimismada,<br />

podemos ver que de algún modo la tierra contiene o recibe<br />

a la poesía. El lenguaje poético no se agota, porque está asentado<br />

en esa hierba humildísima, en una tierra que desdibuja en su fertilidad<br />

los surcos garabateados por aquel que escribe, para que<br />

adquieran forma propia. “Los olvidos eternos”, así como la “muda<br />

historia”, nos recuerdan la ineludible orfandad connatural al ser<br />

que se inquiere a sí mismo, ensayando y corrigiendo hipótesis<br />

que arrojen luz sobre su propia condición, sin más indicios que<br />

los que ya contiene en sí, sin ninguna pista venida de fuera, ni un<br />

método establecido, sino tan solo la propia experiencia. Por eso<br />

la construcción, la arquitectura del poema (que puede cultivarse,<br />

[ 73 ]


Héctor Carrasquero<br />

[ 74 ]<br />

que se aprende de los maestros y de las obras), necesita de la franqueza,<br />

del espíritu rebelde ante lo que le sea ajeno, en desnudez.<br />

Después, “Al fin por fin”, ahí sentado en la humildad y la intemperie,<br />

expuesto al descampado, arriesgado en lo abierto, quien<br />

nos habla hace este día más límpido; y nos lo demuestra a continuación,<br />

con los versos de esa última estrofa.<br />

Colocados con sumo cuidado, se asoman y son fugaces<br />

cuando corresponde. Un caballo de sol, cual estrella fugaz, invade<br />

todas las ventanas, como los primeros fulgores del amanecer o<br />

como cuando el cielo se despeja después del aguacero. Tenemos<br />

entonces la suerte de encontrarnos estas frases de amor, no por<br />

alguien o por algo, sino más bien hechas de amor como ingrediente<br />

mayoritario, el equivalente de la armonía que, a veces,<br />

puede experimentarse en el vivir. En aquel proceso de escribir y<br />

corregirse el trabajo rinde frutos, ilumina el día. Es, otra vez, el<br />

destello que esperamos del poema.


V<br />

En medio de lo exhalado<br />

o perdido<br />

se nos muestra<br />

en un abrir y cerrar de ojos<br />

el abismo de piedras sólidas.<br />

[ 75 ]<br />

Con el botín de rosas revueltas y apiñadas<br />

con la susodicha memoria y un<br />

gran amor esquivo<br />

y algún mirlo a cinco pasos de nuestra queja<br />

iremos e iremos.<br />

Frente a la desgarradura<br />

y el brote de renuevos<br />

al fondo<br />

en lo arduo


Héctor Carrasquero<br />

el abismo<br />

de<br />

piedras sólidas<br />

como quien imagina formas<br />

y soles<br />

iremos.<br />

[ 76 ]<br />

*<br />

“El abismo de piedras sólidas” se nos muestra en medio de<br />

algo que sale de nosotros mismos; el abismo viene de nosotros o<br />

está en nosotros, y se hace manifiesto en “lo exhalado / o perdido”.<br />

En este contexto “lo perdido” ha de ser lo que ya no tenemos, pero<br />

también, lo que ya no somos. Exhalar nos remite al acto continuo<br />

de la respiración; inspiración y expiración son un ciclo de ganancia<br />

y pérdida (de aire, de oxígeno) imprescindible para mantener<br />

el equilibrio vital. Tan naturalmente como transcurre el tiempo,<br />

como respirar, ocurre ese gasto; lo que se exhala, por otro lado, no<br />

habría podido retenerse, es parte del costo habitual del vivir. Así,<br />

aunque “lo exhalado” no se considera comúnmente una pérdida,<br />

aquí se nos recuerda que de ordinario e inevitablemente, la vida,<br />

desde “el brote de renuevos” hasta “la desgarradura”, conlleva una<br />

merma.<br />

Cuando se piensa en el abismo, una aproximación al infinito<br />

se insinúa; su etimología remite a “sin fondo”; lo abismal nos<br />

sobrepasa, va más allá de nuestros límites. Abismo nombramos<br />

al infierno; abismal es lo inmenso, lo incomprensible, lo insondable,<br />

lo insalvable; la palabra misma —abismo— apunta hacia<br />

el vértigo, la eterna caída, el fondo que no puede vislumbrarse, lo<br />

profundo, lo oscuro.<br />

Podría verse aquí, en ese “iremos...”, que cada paso en la continuidad<br />

temporal es un dirigirse hacia el final de dicha temporalidad;<br />

pero lo que se nos propone no es tan solo una metáfora de la


Por causa de palabra<br />

Ensayos interpretativos sobre los poemas<br />

de Por cuál causa o nostalgia<br />

muerte, lo cual tampoco es desacertado, pues sin duda la atmósfera<br />

que envuelve al poema —o más bien que emana de él— invita<br />

a esta idea. También implica una conciencia un poco más amplia<br />

acerca de la condición humana de ser “seres caídos”, arrancados<br />

del tiempo sagrado de los orígenes, en que el hombre podía tener<br />

una visión unitaria del cosmos; el hombre está en orfandad, arrojado<br />

al cauce de la temporalidad, lanzado al abismo. De esa condición,<br />

en estos “tiempos de penuria”, el hombre no se percata sin<br />

un enfrentamiento cercano con la idea de la finitud. En palabras<br />

de Heidegger:<br />

Nadie puede tomarle a otro su morir. (...) El morir es algo que cada<br />

“ser ahí” tiene que tomar en su caso sobre sí mismo. La muerte es,<br />

en la medida en que “es”, esencialmente en cada caso la mía. De<br />

que es entregado a la responsabilidad de su muerte, y esta es, por<br />

tanto, inherente al “ser en el mundo”, no tiene el “ser ahí” inmediata<br />

y regularmente un saber expreso y mucho menos teorético.<br />

El “estado de yecto” en la muerte se le desemboza más original y<br />

perentorio en el encontrarse en la angustia. 43<br />

[ 77 ]<br />

En lo exhalado o perdido, cual si se tratara de un pequeño<br />

morir, se entrevé el abismo. Heidegger en su ensayo acerca de<br />

una elegía de Hölderlin, ¿Y para qué poetas? 44 , dibuja la idea del<br />

abismo en estos tiempos, en esta “noche del mundo”, como una<br />

“ausencia de fundamento” (lo que sería una traducción literal de<br />

la palabra alemana Abgrund: abismo). El fundamento que falta es<br />

la conciencia de la escisión, el saberse separado de un algo —lo<br />

divino, lo sublime de la belleza o el amor— que, no obstante, dejó<br />

una especie de huella de una unión más cercana. Esa huella que<br />

43 Martin Heidegger: Ser y tiempo. México, 1951, trad. de José Gaos, págs. 275,<br />

288. Citado por Segundo Serrano Poncela en: La metáfora. Cuadernos del Instituto<br />

de Filología “Andrés Bello”, UCV, Caracas, 1968, pág. 42.<br />

44 Martin Heidegger: “¿Y para qué poetas? en Caminos de bosque. Alianza Ed.,<br />

Madrid, 2000.


Héctor Carrasquero<br />

se ha perdido es tal vez lo que conlleva la deshumanización tan<br />

presente hoy en día en nuestras sociedades. “La época —prosigue<br />

Heidegger— es tan pobre que ya no es capaz de sentir la falta de<br />

Dios como una falta” 45 .<br />

“... ¿Y para qué poetas en tiempos de penuria?” es la pregunta<br />

de Hölderlin; el texto apunta a lo que sería la razón última de la<br />

poesía hoy en día. “Hay que experimentar y soportar el abismo<br />

del mundo. Pero para eso es necesario que algunos alcancen<br />

dicho abismo”. La esencia propia de los mortales “reside en que<br />

alcanzan el abismo antes que los celestiales” y para que un cambio<br />

profundo ocurra en los mortales, estos han de encontrarse en<br />

su propia esencia.<br />

[ 78 ]<br />

... Holderlin llama al “abismo” ese “que todo lo señala”. Aquel de<br />

entre los mortales que tenga que alcanzar el abismo antes y de<br />

otra manera que los demás, experimenta las señales que marca el<br />

abismo. Para el poeta, son las huellas de los dioses huidos 46 .<br />

Así se aclara un poco qué es lo mostrado tan fugazmente, por<br />

qué es importante conocer su dureza. El poeta habla en un plural<br />

cuyos participantes no se nombran; “iremos” es un nosotros que<br />

nos incluye. Se nos presenta “el abismo” como uno solo, el mismo<br />

en cuya esencia compartimos, como humanos, aunque aquello<br />

exhalado y perdido es individual. Se intuye que cada uno irá con<br />

su propio equipaje —que tuvo el aroma de las rosas, cultivadas<br />

o cortadas furtivamente—; la memoria, que nos recuerda quiénes<br />

somos, la queja que nos pertenece y “un gran amor esquivo”,<br />

la ausencia más grande, aun más cercana que ese mirlo siguiéndonos<br />

de cerca como un cortejo fúnebre. Estas provisiones nos<br />

mantienen en pie, porque nos constituyen.<br />

45 Op cit, pág. 199.<br />

46 Op cit, pág. 201.


Por causa de palabra<br />

Ensayos interpretativos sobre los poemas<br />

de Por cuál causa o nostalgia<br />

Iremos “al fondo / en lo arduo”. Lo difícil, lo trabajoso, lo peligroso,<br />

salir a lo abierto, a lo desprotegido, a lo oscuro que también<br />

nos conforma. Arriesgarse, y aquí el riesgo no está en caer al<br />

abismo, como caer en la muerte inevitable. Iremos por nuestros<br />

propios pies y el riesgo está en la marcha, en estar ahí, tras la huella.<br />

Lo que se nos muestra es un camino. El poeta ha de recuperar<br />

el esquivo asombro en el que —en palabras de Octavio Paz— el<br />

hombre “poetiza, ama, diviniza” 47 . La voluntad creadora expresada<br />

en el propio poema resulta finalmente luminosa; de soslayo,<br />

el poeta nos da las señas del abismo envueltas en la belleza del<br />

poema, como el enamorado, como el místico, “como quien imagina<br />

formas y soles”.<br />

[ 79 ]<br />

47 Octavio Paz, Op cit, pág. 142.


VI<br />

Desde mi<br />

casa<br />

a<br />

una calle de rieles<br />

[ 81 ]<br />

desde una calle<br />

de rieles<br />

hasta mi viejo suburbio<br />

incandescente<br />

voy a revelarme<br />

con gestos magníficos<br />

ante mis mayores<br />

hay siempre<br />

también algún otro<br />

zumbido ritual en la memoria:<br />

voy a quemarme en ti, aroma profundo


Héctor Carrasquero<br />

[ 82 ]<br />

*<br />

“Desde mi casa... hasta mi viejo suburbio”. El trayecto describe<br />

un traslado desde un entorno tan íntimo como la casa, que<br />

nos protege y contiene, hasta el afuera que implica exponerse: la<br />

calle, la ciudad y aun más allá, un “suburbio”, un lugar menos construido,<br />

más cercano a lo agreste de la naturaleza. Que se diga “una<br />

calle” da la impresión de que esta vía férrea es más bien como esas<br />

de tranvía que ya no existen en nuestras ciudades, con transeúntes<br />

y lugares de encuentro, aunque sus rieles le impiden desviarse a<br />

su antojo. El viaje se realiza también en los linderos de la memoria;<br />

parece evocación de recuerdos distantes, “mi viejo suburbio”,<br />

el lugar de la infancia, de los juegos, de los amigos, de los primeros<br />

amores. Imágenes cargadas de origen, de costumbre de lo conocido,<br />

o de lo que se conoció; estos lugares son los suyos, los que lo<br />

han conformado, de manera similar a la tierra que, por pobre que<br />

sea, alimenta y da soporte a lo que en ella brota y se sostiene.<br />

El que habla va rumbo a un encuentro que es ceremonial, va<br />

a revelarse ante sus mayores: descubrirse, manifestarse. Da la<br />

impresión de que ese tránsito es una etapa que se supera; ya está<br />

en capacidad de “revelarse” a sus mayores, y puede hacerlo con<br />

esplendor. Se nos dice: incandescente; brillante como el metal<br />

sometido al fuego de la fundición, humeando en ese estado transitorio<br />

entre una forma y otra. Así, con ese halo de alquimia va<br />

a revelarse, con gestos magníficos, como el artífice de su propia<br />

incandescencia, ante sus mayores, sus abuelos, sus antepasados.<br />

“Los alquimistas conservan en especial el sentido dado por<br />

Heráclito al fuego, como “agente de transformación”, pues todas<br />

las cosas nacen del fuego y a él vuelven. Es el germen que se reproduce<br />

en las vidas sucesivas” 48 . Pienso en el aspecto de ceremonia ya<br />

referido: “forma exterior para dar culto a las cosas divinas o reve-<br />

48 Juan Eduardo Cirlot, Diccionario de símbolos. Editorial Labor, S. A. Barcelona,<br />

España, 1992, pág. 209.


Por causa de palabra<br />

Ensayos interpretativos sobre los poemas<br />

de Por cuál causa o nostalgia<br />

rencia y honor a las profanas” 49 (aunque reverencia y honor ante los<br />

mayores no está por entero en el ámbito de lo profano). En ambos<br />

hay un “quemarse”, y de algún modo, una revelación; primero la<br />

del que habla, que lo hace, “incandescente” y “con gestos magníficos”;<br />

después hay un vislumbre del “aroma profundo”: uno puede<br />

quemarse en él. El poeta se quema, y ese humo, como el producto<br />

de un incienso especial, produce un aroma profundo. Es invocación<br />

de algo sagrado. Hay una ofrenda, a la vez que una operación<br />

de transmutación alquímica. Lo que se ofrenda ciertamente es<br />

experiencia vital humana, pero este quemarse no es casual, no es<br />

simple materia combustible que se lanza al fuego. Es como si se<br />

tratara de un estado en el que se logra emanar aquella incandescencia,<br />

para lanzarse con euforia a confundirse, quemándose<br />

—ardiendo, consumiéndose—, en el aroma profundo. Como<br />

un nirvana, una iluminación, trascender la limitada condición<br />

humana.<br />

Además del zumbido ritual que significa esa revelación ante<br />

sus mayores, también hay otro, el de este aroma profundo. ¿Qué<br />

acerca a estos zumbidos? Que ocurra “en la memoria” nos permite<br />

trasladar ese fuego desde el eje místico hacia lo erótico, pues<br />

el verso suena a una frase que se dice entre amantes, y visto así,<br />

el tono del poema gravita con más fuerza en lo luminoso que lo<br />

atraviesa. Pero lo erótico no se opone a lo místico. El aroma profundo<br />

de algún modo se realiza en la memoria, que interviene<br />

permanentemente en la conformación de la realidad presente.<br />

Pero a la vez el aroma está siempre entre todas las cosas, tan levemente<br />

como aire sobre aire. Lo que ocurre es que el olfato solo<br />

se afina lo necesario para percibirlo en medio del rito ígneo que<br />

se celebra, así como el oído se agudiza y se abre cuando el poema<br />

lanza alguna luz. Y eso quizá sea lo que intenta hacer el que habla,<br />

incandescente y con gestos magníficos: lanzar una brasa, aunque<br />

[ 83 ]<br />

49 Enciclopedia Textual Permanente Salvat (Interactiva), Salvat Editores, S. A.


Héctor Carrasquero<br />

sea una chispa, con algo de ese aroma profundo, emanar un zumbido<br />

ritual como ese que le habita en la memoria.<br />

Tal vez la preferencia, el prejuicio me inclinen a un sesgo en<br />

la lectura, pues además de esa actitud casi religiosa ante el hecho<br />

del poema, podríamos notar: una expresión de aceptación de la<br />

madurez; una evocación amorosa y filial; la insinuación de un<br />

final —como la muerte— y también de un inicio —un algo más<br />

que queda sugerido—; un habitar el paisaje atento y en armonía<br />

con él, etc. Pero me gusta pensar en este poema como un instante<br />

de redención por el hallazgo de la palabra oculta, el destello, el<br />

aroma fugaz que nos envuelve invisible.<br />

[ 84 ]


VII<br />

La nieve se ha abierto camino<br />

ha apurado el desenlace<br />

para que nos halláramos a gusto<br />

y encandilarnos<br />

[ 85 ]<br />

trabajamos cuántas jornadas enteras<br />

sobre el lomo<br />

de grandes animales<br />

y llegó<br />

en la tarde incierta<br />

el hombrecillo de encorvado otoño<br />

la dama gruñona de rara pelambre<br />

con bifurcaciones<br />

pasos atrás<br />

repliegues<br />

escaramuzas


Héctor Carrasquero<br />

secundando nuestros actos<br />

áurea<br />

nítida<br />

dando vueltas en la trastienda del corazón<br />

aquí está.<br />

[ 86 ]<br />

*<br />

El tema de este poema tiene que ver con la metáfora en la<br />

que el invierno equivale a la vejez última, anunciando el fin de la<br />

existencia. Una experiencia profunda de la propia finitud. Quien<br />

habla no ha muerto; se trata de comprender que el seguro acontecimiento<br />

de la muerte cada vez es más cercano, y esta comprensión<br />

se queda instalada en el día a día. Esa cercanía no es solo<br />

porque “vendrá”, es una presencia que se hace constante y se deja<br />

escuchar detrás de cada latido.<br />

El invierno llega con esta nieve que “se ha abierto camino”. No<br />

somos nosotros quienes la surcamos, sino ella que nos habita. El<br />

paisaje transfigurado por la nieve pierde color y se hace uniforme,<br />

indistinto: calma, silencio, soledad. Podemos prever la llegada de<br />

la vejez, sabemos con certeza que el tiempo no va a detenerse y<br />

que nos llegará la hora. Pero aquí la nieve “ha apurado el desenlace”,<br />

ha llegado de sorpresa. Ocurre que se hace patente en un<br />

momento inesperado, y nos encandila, justo cuando estamos<br />

“a gusto”, desprevenidos. Acaso la conciencia de lo perentorio<br />

del plazo siempre, inevitablemente, nos caiga de sorpresa, aun<br />

cuando parezca estar clara y presente; pues como se sugiere en el<br />

comentario al poema V, la muerte como concepto permanecerá<br />

sin ser aprehendida, hay que experienciar en carne propia esa certeza,<br />

esa última angustia vital que se sopesa en lo que sería propiamente<br />

conciencia del fin. Pero de seguro, como sea que esto<br />

ocurra, la llegada de las señales de la muerte, su entrada en la vida


Por causa de palabra<br />

Ensayos interpretativos sobre los poemas<br />

de Por cuál causa o nostalgia<br />

cubriéndolo todo, haciéndose presente en cada paso, siempre nos<br />

tomará por sorpresa, encandilados.<br />

Se habla de incontables jornadas de una vida llevada con<br />

esfuerzo, sugiriendo que esa existencia ha sido cabalgada con<br />

las riendas firmes, como manteniendo siempre el control, aunque<br />

hayan sido “grandes animales”. Se nos dice que trabajamos<br />

mucho, “y llegó”. Casi como si hubiéramos estado preparando su<br />

llegada, se presentó, pero ahora se nombran unos extraños emisarios,<br />

“el hombrecillo de encorvado otoño”, que condensa, junto<br />

con la estación que precede al invierno, la pequeñez y la espalda<br />

curvada de la vejez; y “la dama gruñona de rara pelambre”, de rasgos<br />

más difíciles de aclarar, aunque recuerda sin duda esa personificación<br />

de la muerte como una dama. Una dama gruñona que<br />

no puede pasar desapercibida.<br />

Luego, “bifurcaciones / pasos atrás / repliegues / escaramuzas”.<br />

¿Es la nieve quien se repliega y nos hace escaramuzas? ¿O<br />

somos nosotros intentando escabullirnos? Estamos en el mundo<br />

como en campo abierto, y “en la tarde incierta”, en un momento<br />

del tiempo también abierto, dispuesto a que ocurra cualquier<br />

cosa, nos asalta el invierno. Es como si nos hubiera rastreado,<br />

“secundando nuestros actos”, implacable. Así que nos rodea, se<br />

multiplica, se repliega para despistarnos; pero a la vez es “áurea<br />

/ nítida”, no puede dudarse su presencia, deslumbra. Y eso es, en<br />

suma, lo que quiere decir el poema: “aquí está”. Se nos instala,<br />

“dando vueltas en la trastienda del corazón”, recordándonos, en<br />

lo más íntimo, su presencia, y acompañándonos.<br />

[ 87 ]


VIII<br />

Con<br />

flores pintadas<br />

en nuestro<br />

cuerpo<br />

[ 89 ]<br />

y<br />

la bujía<br />

en cada<br />

mano<br />

lo único<br />

que pasa<br />

es el silencio<br />

pero<br />

los recuerdos


Héctor Carrasquero<br />

son fieles<br />

y<br />

al<br />

lado<br />

de nosotros<br />

murmuran<br />

sobre<br />

la máscara<br />

la piel<br />

o la palabra enorme:<br />

“Oye mi amor hacia ti”<br />

“Oye mi grito<br />

por ti”<br />

[ 90 ]<br />

*<br />

Los recuerdos susurran “al / lado / de nosotros”. Ese murmullo<br />

irrumpe en una escena reverencial. ¿Qué ceremonia es esa<br />

donde se entrometen los recuerdos?<br />

“Con / flores pintadas / en nuestro / cuerpo // y / la bujía / en<br />

cada / mano”. Para intentar asir esta imagen demos una mirada a<br />

los simbolismos referidos por Cirlot; la vela encendida “es, como<br />

la lámpara, luz individualizada; en consecuencia, símbolo de una<br />

vida particular, en contraposición a la vida cósmica y universal” 50 .<br />

El fuego es representación de la vida, luz, fuerza espiritual y generadora<br />

del calor vital, símbolo de transformación. El calor de esa<br />

llama remite a la existencia, no solo espiritual, sino también corporal.<br />

La flor “por su naturaleza es símbolo de la fugacidad de las<br />

cosas, de la primavera y de la belleza.(...) Ahora bien, por su forma<br />

50 Cirlot, Op. cit., pág. 457.


Por causa de palabra<br />

Ensayos interpretativos sobre los poemas<br />

de Por cuál causa o nostalgia<br />

es una imagen del ‘centro’ y, por consiguiente, una imagen arquetípica<br />

del alma” 51 .<br />

Entonces, este adornarse pretende, más que simplemente búsqueda,<br />

acercamiento o celebración de la belleza; se sugiere que el<br />

cuerpo está desnudo para poder mostrar esas flores, pero la desnudez<br />

no sería solo física. Acerca de la desnudez dice Georges Bataille<br />

que “se opone al estado cerrado, es decir, al estado de existencia<br />

discontinua. Es un estado de comunicación que revela la búsqueda<br />

de una continuidad posible del ser, más allá del repliegue sobre<br />

sí” 52 . Estas primeras estrofas describen un estar en reverencia y<br />

también en manifestación, mostrando señales de una búsqueda de<br />

lo esencial del ser, de un intento por trascender la discontinuidad<br />

con el mundo. Se ofrece el cuerpo desnudo —desprovisto del “traje<br />

taciturno” que se menciona en el siguiente poema— logrando<br />

revelarnos, mostrar el alma en nuestra piel. Esa actitud ¿pretende<br />

un acercamiento a una instancia superior, externa, otra? ¿O más<br />

bien se dirige hacia ese “centro” que simbolizan las flores y la llama<br />

ofrecidas?<br />

Búsqueda de la belleza en la fugacidad, y expresión de lo espiritual;<br />

en esa como ofrenda de belleza y energía, “lo único / que<br />

pasa / es el silencio”. Se alude acá a la fatal imposibilidad del hombre<br />

de estar en completo silencio, de eliminar todo el “ruido” que,<br />

en la dual existencia humana, nos distrae o desvía en la búsqueda<br />

del centro. Ese silencio sería equivalente a un nirvana, una salida<br />

del espacio y tiempo profanos, trascender la realidad fenoménica<br />

y participar de una realidad más amplia, total. El silencio es, asimismo,<br />

totalidad; incluye, por oposición, toda palabra; por eso<br />

se identifica con la Palabra, en el sentido en que lo explica Guillermo<br />

Sucre:<br />

[ 91 ]<br />

51 Cirlot, Op. cit., pág. 205.<br />

52 Georges Bataille: El erotismo. Editorial Sur, Buenos Aires, 1960, pág. 17.


Héctor Carrasquero<br />

El silencio es, pues, una doble metáfora: experiencia purificadora,<br />

y no solo en el orden estético; exigencia de totalidad que se vuelve<br />

sobre sí misma y se hace crítica. Esta doble metáfora implica, por<br />

supuesto, la nostalgia de la Palabra, es decir, la búsqueda de un<br />

lenguaje ya tan absoluto (¿sagrado?) que puede identificarse con el<br />

silencio mismo 53 .<br />

[ 92 ]<br />

El silencio, que es “lo único que pasa”, es roto por el murmullo<br />

de los recuerdos. Habría que notar que “la palabra enorme” no es<br />

algo que “pasa”, está junto a la máscara y la piel, nos pertenece y<br />

acompaña. La máscara es el rostro acostumbrado a los otros, lo<br />

mundano, la ocultación de lo verdadero por lo cotidiano; la piel<br />

nos recuerda lo animal, lo corporal y sensorial; la palabra enorme<br />

tiene que ver con lo espiritual, lo sagrado, inasequible pero también<br />

propio e irrenunciable, y en ese sentido, se acerca a la palabra<br />

poética. Retomando la cita de Sucre, se hace más claro que<br />

el silencio del que se habla alude directamente a la “nostalgia de<br />

la Palabra”, y a ese lenguaje absoluto ha de referirse “la palabra<br />

enorme”, que convive con eso “único que pasa”. Lograr que no<br />

pase, que no entre más que el silencio, es quedar tan solo con el<br />

rumor interior, poder escuchar únicamente lo que proviene de<br />

nuestro seno, estar en comunión con nosotros mismos para escuchar<br />

“la palabra enorme”.<br />

Pero la memoria hace “ruido”, no nos abandona, los recuerdos<br />

murmuran; dicen: “Oye... oye...”, impidiendo el silencio necesario<br />

para escuchar claramente aquel lenguaje absoluto. Conciencia<br />

de nuestra atadura a la memoria que constantemente —aun en<br />

medio de la ceremonia de invocación de aquel silencio— alimenta<br />

el palimpsesto que somos. Pero esa fatalidad deviene diálogo y<br />

reflexión, reencuentro interior y razón vital: “Oye mi amor hacia<br />

ti” / “Oye mi grito / por ti”. El poema es, así, una celebración de la<br />

53 Guillermo Sucre: La máscara, la transparencia. Monte Ávila Editores, C.A.<br />

Caracas, Venezuela, 1975, pág. 340 .


Por causa de palabra<br />

Ensayos interpretativos sobre los poemas<br />

de Por cuál causa o nostalgia<br />

voz de la memoria, de su murmurarnos siempre nuestra realidad<br />

perecedera; pero también llevándonos agua ahí “a lo hondo”, sosteniéndonos<br />

en ese estar amarrados a nuestra verdad más íntima<br />

y profunda, detrás de la máscara, en esa especie de sordera ante lo<br />

sagrado.<br />

[ 93 ]


IX<br />

Lo inmediato<br />

claro y fugitivo<br />

es el horizonte<br />

que nos rodea<br />

jamás es la corona de sangre<br />

de tus abuelos<br />

[ 95 ]<br />

ellos prueban el higo y la sal<br />

como un mundo más vasto<br />

tú mides apenas el tamaño<br />

de tu traje taciturno<br />

y la mañana perdida<br />

te busca


Héctor Carrasquero<br />

y algún lenguaje<br />

para despertarte<br />

o hacer real tu verdadero nombre.<br />

*<br />

Encontramos aquí un ejemplo de intertextualidad. El lenguaje<br />

y la mañana perdida te buscan; te buscan la experiencia y la<br />

palabra, para despertarte, para hacerte ver luz. “La mañana perdida”<br />

es, como en el poema X, “eso asible cotidiano de mucho vértigo”<br />

que hala, que llama, que invoca, que te sacude intentando<br />

despertarte. Que charla, no que simplemente dice, sino que conversa,<br />

que interpela, que busca un diálogo, “algún lenguaje”.<br />

Te buscan “para despertarte / o hacer real tu verdadero nombre”.<br />

En el poema VII de Signos primarios (incluido en Rasgos<br />

comunes, MAE, 1975) Sánchez Peláez nos amplía:<br />

[ 96 ]<br />

Tienes nombre propio si excavas dentro de ti y rechazas el miedo a<br />

morir que lleva a morir y aceptas el verbo que conduce al silencio.<br />

Piedra escrita del tiempo, arrojada aquí a nuestro lado con los tallos<br />

frágiles en que reverdece el espíritu, libérame por mi hambre<br />

de mi hambre, y por mi sed, de mi sed.<br />

Te buscan no solo para ponerte un nombre sino para que este<br />

sea real. Ese nombre es verdadero, lo que indica que existe otro<br />

nombre que es falso. Ese falso nombre ha de ser entonces el que<br />

hemos usado siempre, ese que creemos el que es, como el traje<br />

taciturno que nos ciñe. Te buscan para que te apropies de tu verdadero<br />

nombre.<br />

El otro nombre, el traje, son falsos, son vacíos; nos constriñen,<br />

nos reducen, nos limitan, y en esta condición estamos encerrados<br />

como en una carcasa que nos oculta y nos impide tocar siquiera<br />

“lo inmediato”, que es “claro y fugitivo”. Pensamos desde nuestra<br />

escafandra silenciosa en el horizonte que nos rodea, que no<br />

podemos tocar, y creemos que desde ahí comienza la vastedad,


Por causa de palabra<br />

Ensayos interpretativos sobre los poemas<br />

de Por cuál causa o nostalgia<br />

la realidad. No podemos ir a lo abierto, porque lo abierto siempre<br />

estará más allá del horizonte. Lo inmediato claro y fugitivo nunca<br />

es nuestra herencia ontológica, esa “corona de sangre / de tus<br />

abuelos”. Ellos pueden probar, degustar el higo y la sal “como un<br />

mundo más vasto”; al parecer, esas cosas sencillas y cercanas son<br />

demasiado para nuestras papilas.<br />

Creemos que somos lo que nuestro nombre —no el verdadero—<br />

dice que somos, lo que nuestro traje limita, que nuestra<br />

talla es solo esa; apenas nos conformamos con medir ese traje.<br />

Y nos quedamos en esa esterilidad mientras algo nos busca, nos<br />

reclama.<br />

“La mañana perdida” y “algún lenguaje” están juntos, en la<br />

misma categoría. Quieren despertarte o hacer que el nombre que<br />

realmente te corresponde y te constituye sea real. No tan solo<br />

para bautizarte, para darte un apellido que te identifique ante los<br />

otros, sino para que ese nombre propio tuyo sea efectivo; esto es,<br />

que se haga palabra diciente, palabra eminente.<br />

Despertarte, hacerte abrir los ojos, ver, salir del sueño,<br />

moverte, actuar, ser. Se habla de experiencias, o mejor dicho, de<br />

la Experiencia; una vivencia que solo puede corresponderte a ti,<br />

nadie más puede despertarse por ti. Tu vida es únicamente tuya.<br />

Hay un matiz que notar: el último verso no comienza con la<br />

conjunción copulativa “y hacer real tu verdadero nombre”, sino<br />

que comienza con la conjunción disyuntiva “o”, denotando diferencia,<br />

separación o contraposición, pero también —y más interesante—<br />

equivalencia.<br />

Así como nadie puede despertar por otro, vivir por otro, el<br />

verdadero nombre no corresponde a nadie más que a uno; es el<br />

nombre propio. Así que ambas cosas son únicas. Cada vida es<br />

particular y cada nombre propio también; del mismo modo la<br />

palabra significativa es intraducible, es una unidad, un átomo<br />

en equilibrio. Ese último verso propone dos condiciones para el<br />

nombre: que sea real y que sea verdadero. Al ser verdadero asumimos<br />

que es único y que te pertenece, pero “hacerlo real” equi-<br />

[ 97 ]


Héctor Carrasquero<br />

vale a algo así como llevarlo a cabo, hacerlo efectivo, ponerlo a<br />

funcionar; que sirva para que el ser que ese nombre contiene y<br />

que a la vez está constituido en parte por él —por el nombre, la<br />

palabra— pueda salir al ruedo, arrojarse, arriesgarse. Realizar tu<br />

verdadero nombre es más que tan solo pronunciarlo: es invocarte,<br />

llamarte, traerte al mundo, despertarte.<br />

[ 98 ]


X<br />

Eso asible cotidiano de mucho vértigo<br />

llama hala charla<br />

nos ignora<br />

[ 99 ]<br />

lleva un talismán en la frente<br />

no es una flor y sangra el aire<br />

y los pavos reales de Wallace Stevens<br />

a nuestra habitación vuelven<br />

y vuelven<br />

a entrar<br />

*<br />

Este poema comienza con un verso que habla de “eso asible cotidiano”.<br />

Para comprender de qué se habla es importante remitirnos<br />

al poema XIX, que dice: “Lo asible y cotidiano que nos trasciende,


Héctor Carrasquero<br />

[ 100 ]<br />

nos ata / a un ritmo diverso”. Queda claro que si es algo “asible”,<br />

atrapable, retenible, no es precisamente lo cíclico cotidiano, lo que<br />

se hace informe y se desdibuja en la repetición, lo aplanado en la<br />

costumbre, lo que se uniforma en la periodicidad. Es, en todo caso,<br />

algo significativo, que tiene un peso particular.<br />

Acá se nos dice que eso es “de mucho vértigo”. Al pensar en<br />

vértigo, nos remitimos tal vez a velocidad, a fugacidad, pero sin<br />

duda también a la sensación profunda que producen la excesiva<br />

altura o profundidad, la cercanía a lo abismal, a la caída; el vértigo<br />

se asemeja a un mareo, y para nadie que lo sufra pasa inadvertido<br />

(recordemos a Hitchcock).<br />

Eso vertiginoso invoca: “llama hala charla”; pero inmediatamente<br />

se dice que “nos ignora”. ¿Por qué esta contradicción? Continuemos.<br />

En un verso separado se nos dice: “lleva un talismán en la<br />

frente”. El diccionario nos recuerda que un talismán es cualquier<br />

objeto al que se le atribuye un poder sobrenatural o extraordinario.<br />

Pero este talismán es llevado en la frente, no está oculto<br />

en algún bolsillo de quien lo lleva, —recordemos que es “eso asible<br />

cotidiano de mucho vértigo”—. Así, tenemos una señal, una<br />

marca de algo sagrado, de algo que remite a un más allá de lo normal,<br />

precisamente de lo cotidiano. Es decir, más allá de lo que no<br />

solo está a nuestro alcance habitualmente, sino que además nos<br />

llama. En eso vemos una marca en la frente, un signo, una señal,<br />

un llamado de atención que nos indica que su naturaleza es particular,<br />

es de alguna manera, mágico.<br />

“No es una flor y sangra el aire”. ¿Qué es “sangrar el aire”? Viene<br />

a mi mente una imagen cuando escucho esta frase; esos momentos<br />

de silencio en los que más que no haber nada qué decir, es imposible<br />

decir nada (excluyamos aquellos silencios felices en que no hace<br />

falta decir nada); no solo los silencios incómodos frecuentes en<br />

cualquier charla, sino los silencios más íntimos, que suelen ocurrir<br />

en momentos dolorosos, desgarrados, o cuando menos, no felices.<br />

Para decirlo mejor, cuando el silencio duele, comúnmente es por-


Por causa de palabra<br />

Ensayos interpretativos sobre los poemas<br />

de Por cuál causa o nostalgia<br />

que es una encarnación del vacío. El aire, aunque es un éter, esto<br />

es que literalmente no es vacío, tiene la particularidad de ser invisible<br />

para nosotros; no lo sentimos cuando respiramos o cuando<br />

nos movemos, porque vivimos en él. Nuestra sensación es que nos<br />

separa de las cosas —es como una materialización de la distancia—<br />

pero también es lo que nos une permanentemente con ellas.<br />

Si pensamos ahora en que lo asible antes dicho “no es una<br />

flor”, podemos ver alguna luz. La flor es algo natural, pero enmarcada<br />

en la cotidianidad, en el transcurrir irreflexivo de la vida, le<br />

damos una importancia particular pues es una manifestación<br />

emblemática de belleza. Cuando se nos dice que no es una flor,<br />

entendemos que hay un vacío de belleza, una pizca, al menos, del<br />

dolor cotidiano de ser seres caídos; por eso el aire sangra. También<br />

por eso “lo asible cotidiano...” nos ignora, aunque nos invoque.<br />

Está ahí, pero no podemos verlo como a la flor, que se presta a<br />

ser admirada. Necesitamos de la mediación de algo más, y entonces<br />

entendemos a dónde apunta ese talismán en su frente.<br />

Nos ignora o lo ignoramos, y necesitamos entonces de la<br />

ayuda de esos “ciertos vocablos” que nos guían, de esos “giros e<br />

inflexiones” que se hacen válidos en la subida del mar, de los que<br />

habla el poema XIX. Entonces hacen su entrada una y otra vez los<br />

pavos reales de Wallace Stevens, y los dejamos entrar, esperamos<br />

que lo hagan y tenemos abiertas las puertas de la habitación, casi<br />

los invitamos. Pensamos en los pavos reales como en los poemas.<br />

Son algo opuesto a lo cotidiano, majestuosos, coloridos, invitan a<br />

su contemplación, llaman nuestra atención. Les abrimos nuestra<br />

intimidad, nuestra celda —celda a la manera de los monasterios:<br />

lugar de retiro, de meditación— y les damos cabida como palabras<br />

esenciales, significativas, de las cuales necesitamos en función<br />

de lograr que lo permanente de la existencia cotidiana no<br />

nos ignore y sepa que atendemos a su llamado.<br />

Aunque hayamos podido llegar hasta aquí, no está de más<br />

citar a Wallace Stevens: “La poesía es un faisán que desaparece en<br />

el breñal”.<br />

[ 101 ]


XI<br />

Mientras nos inquieta<br />

el valle natal<br />

mil lanzas deslumbran<br />

el desnudo asfalto<br />

[ 103 ]<br />

mas sin volver la cabeza<br />

al pasado<br />

sin hallarnos de soslayo<br />

u ocultos<br />

sino<br />

con la cara del miedo<br />

por lo hecho<br />

a medias


Héctor Carrasquero<br />

con la cara del brujo<br />

encerrado<br />

bajo llave<br />

vira la vastedad azul<br />

y espera<br />

en el arduo país<br />

nuestra raíz sin tiempo<br />

como el ser que tiembla.<br />

[ 104 ]<br />

*<br />

En el largo paso que podemos enmarcar entre nacimiento<br />

y muerte, aun en la vejez más avanzada, la memoria, aludida al<br />

nombrar “el valle natal” —seno y surco donde germinó nuestra<br />

semilla, lar de la infancia—, continúa sosteniéndonos y conformando<br />

lo que vamos siendo. Se nos dice: “sin volver la cabeza / al<br />

pasado”; lo que “nos inquieta” no son simplemente remembranzas.<br />

Es una memoria viva y participante; no la de los recuerdos<br />

fijados sino la del continuo reflexionar acerca de nosotros mismos,<br />

hasta que aquel paso acabe de caer.<br />

Por eso no nos hallamos “de soslayo”, no hay ocultación sino<br />

búsqueda de plenitud de ser. Ante ese asfalto desnudo, desprotegido,<br />

siempre en el afuera, esa inquietante memoria reflexiva<br />

filtra la mirada del poeta, que en su labor intenta hacer visibles los<br />

destellos de su experiencia particular —mediada por lo poético<br />

pero humana a fin de cuentas—; sin embargo, la imagen develada<br />

es apenas cercanía de lo real, nunca plenitud en la unidad.<br />

Esa es la tarea incompleta —e incompletable—; lo hecho a<br />

medias no es otra cosa que la obra de ese brujo que está “encerrado<br />

/ bajo llave”. Ahí el poeta se hace, cabalmente, representante<br />

de lo humano: cuando intenta develarse —revelarse—, es


Por causa de palabra<br />

Ensayos interpretativos sobre los poemas<br />

de Por cuál causa o nostalgia<br />

cuando se sitúa en esa categoría de alquimista, de brujo; pero<br />

entonces también se muestra su cárcel. El lenguaje no alcanza<br />

para decir la realidad, la palabra expresa de algún modo la experiencia<br />

poética, pero no la contiene.<br />

Así, en ese proceso de fraguar la condición poética en la palabra<br />

—trabajo del poeta y también del lector— algo queda incompleto;<br />

se nos habla de limitación, pero no propiamente de fracaso;<br />

el brujo “encerrado” está separado, aislado de la vastedad, esto es,<br />

marcado por su condición humana de incompleto. El trabajo que<br />

se encuentra en vilo, “a medias”, es la entrada en armonía con “la<br />

vastedad azul”.<br />

Otro poema de Sánchez, de significativo título: “No te empecines”,<br />

en Signos primarios 54 (un poemario que reflexiona acerca<br />

de la palabra poética), dice:<br />

El desgarrón del otoño es tan poco simple como la tempestad.<br />

Tu asombro es eficaz como el tacto de un ciego.<br />

¡Sopla nieve loca entre los pinos! ¡Jadeante pomposa desconocida<br />

vastedad azul!<br />

[ 105 ]<br />

Lo “poco simple” del otoño es recibido con abierta voluntad<br />

de comulgar con esa realidad. Ganas de chupar, cual esponja, de<br />

ese océano desconocido. ¿Cómo definir esa vastedad? Es la concepción<br />

única e individual de la realidad, la realidad misma para<br />

cada quien. El otoño y la nieve son sostenidos por el asombro,<br />

como recurso para guiarse hacia ese encuentro con “nuestra raíz<br />

sin tiempo”.<br />

De vuelta al texto que hilábamos, la “vastedad azul” vira<br />

como la imagen fotográfica, que sometida a determinadas operaciones<br />

químicas —¡o alquímicas!— cambia de color. A diferencia<br />

del que mezcla líquidos en el laboratorio fotográfico, el poeta<br />

54 Juan Sánchez Peláez: Rasgos comunes, MA E, 1975.


Héctor Carrasquero<br />

intenta esa labor con el verbo, en pos de intervenir, de operar una<br />

transformación en el orden de la propia —humana— relación con<br />

la realidad; emula la tarea del brujo o del alquimista en un intento<br />

por trascender la ocultación, por revelar el ser, que siempre está a<br />

punto, pero no termina de consumarse, como dice Octavio Paz:<br />

El hombre es lo inacabado, aunque sea cabal en su misma conclusión;<br />

y por eso hace poemas, imágenes en las que se realiza y se<br />

acaba sin acabarse del todo nunca. Él mismo es un poema: es el<br />

ser siempre en perpetua posibilidad de ser completamente y cumpliéndose<br />

así en su no-acabamiento 55 .<br />

[ 106 ]<br />

“Nuestra raíz sin tiempo” nos reclama, porque estamos escindidos;<br />

no está, como en los árboles, afianzada en la tierra, pero<br />

hemos tallecido; nos encontramos paradójica y dolorosamente<br />

sueltos, separados, desenraizados. El temblor del ser es entre la<br />

revelación y su imposibilidad.<br />

Otra mirada puede ser interesante: pensar que el texto esté<br />

hablando del lector en conversación con el poema. Con toda la<br />

carga de memoria reflexiva, traspasada por cada nueva experiencia<br />

que, a su vez, se vuelve memoria; dando la cara ante la propia<br />

pretensión de vastedad, sin ambages, y en honestidad; con el<br />

miedo de quedarse a la mitad del camino; sabiendo que el poema,<br />

en lo más arduo de la relación se abre, y habla en destellos, como<br />

temblando, el lector puede esperar percibir ese frágil excederse<br />

de sí misma la palabra, ese leve temblor de lo real que ambos pretenden.<br />

55 Octavio Paz, Op Cit, págs. 268-269.


XII<br />

Quien habla<br />

sueña<br />

quien dice<br />

no<br />

es un muchacho con cuchillos<br />

quien da en el blanco<br />

es por angustia<br />

quien se rectifica<br />

es porque va<br />

a nacer<br />

[ 107 ]<br />

quien dice<br />

sí<br />

es una muchacha de las Antillas<br />

el que despierta<br />

tiene claras orejas<br />

y otro burro nativo


Héctor Carrasquero<br />

[ 108 ]<br />

soy yo<br />

el que va por la carretera de Sintra<br />

cada vez más cerca<br />

lo probable o real<br />

desde aquí<br />

hasta ahí<br />

buscándome<br />

entre el ir y venir.<br />

*<br />

“Quien habla”, ese que dice, es el primer invocado en este<br />

texto. Hemos visto cómo, en el poemario que nos ocupa, la preocupación<br />

por la palabra es primordial; sin duda Sánchez Peláez se<br />

ocupa con insistencia de la palabra poética en su poetizar. Por eso<br />

resulta difícil no pensar que el invocado acá es el poeta mismo.<br />

Quien habla es el poeta. No se nos dice: “el poeta”, sino “quien<br />

habla”, y en general no están en este libro las palabras “poesía” o<br />

“poeta”, y no es mero asunto estilístico. Para este poeta, el decir<br />

poético no parece ser una cuestión de oficio, y repito, no parece.<br />

Sabemos que el oficio está detrás de todo, pero lo más importante<br />

es que el que habla, siempre es, nunca deja de ser, humano. Por<br />

eso lo que dice nos es tan próximo; su resonancia no es la que nos<br />

hace pensar: “estas palabras me pertenecen, es como si yo mismo<br />

las dijera”, sino que siempre hay un alguien que nos habla directamente,<br />

que intima con el que lee, dialoga con nosotros. Sabemos,<br />

claro, que es el poeta, y como lectores podemos maravillarnos<br />

ante la constante invocación de la palabra, pero la cercanía pasa<br />

por encima de lo poético, nos lleva un poco más allá, o habría que<br />

decir más acá, pues en ese amasar la palabra el poeta nos enseña,<br />

nos muestra que ese que habla es también y sobre todo, uno como<br />

nosotros. En este caso lo poético es entonces una instancia en<br />

la que se nos muestra de alguna manera el qué y el cómo hacer<br />

con lo que tenemos al frente, desde nuestra silla de lectura, y lo<br />

vemos en el intento que ese que habla hace por manejarse con esa


Por causa de palabra<br />

Ensayos interpretativos sobre los poemas<br />

de Por cuál causa o nostalgia<br />

palabra, por encontrarse en ella —como lo pretenderá el que lee—<br />

más que por mostrarse en ella.<br />

Acerca de la filiación con el surrealismo que los críticos han<br />

tratado repetidamente 56 , Ana Nuño dice que<br />

la Elena de Juan no le debe nada a Nadja y todo a la raíz deseante, a<br />

la pulsión que anula las fronteras entre lo vivido y lo ansiado, lo temido<br />

y lo temible, y si surrealismo hay en esta poesía, lo es de una<br />

estirpe más honda y veraz que los flacos automatismos oníricos en<br />

los que han incurrido sus cultores... 57 .<br />

Ciertamente, ni las menciones del sueño, ni las imágenes que<br />

simplemente escapan del universo estatuido de la lengua, son producto<br />

bruto o automático de experiencias oníricas; no han de ser<br />

“traducción” automática de lo escuchado en el fondo del inconsciente,<br />

y ante la concienzuda indagación del autor en la calidad y el<br />

sentido de la palabra poética, una visión psicologista de estos textos<br />

resultaría pobre. En Sánchez Peláez la palabra es un punto cardinal,<br />

y por eso “decir”, “escribir”, “hablar” son verbos que han de<br />

tomarse en cuenta como señales para orientarnos en esa dirección.<br />

Entre hablar y soñar podemos establecer cuando menos<br />

una relación; el verbo es creación, al igual que el sueño. Aquél es<br />

voluntad, este inconciencia, creación sin supervisión, sin control.<br />

La palabra, el hablar es, en el ámbito de la conciencia, lo más cercano<br />

a la creación onírica; no en lo que se refiere a forma, sino<br />

[ 109 ]<br />

56 Al respecto pueden revisarse los siguientes ensayos, recopilados en el volumen<br />

Juan Sánchez Peláez ante la crítica (Selección de José Ramos), Monte<br />

Ávila Editores Latinoamericana, Caracas. 1ª edición, 1994: Eugenio Montejo:<br />

“La aventura surrealista de Juan Sánchez Peláez”; Ludovico Silva: “Juan<br />

Sánchez Peláez: Lo real y lo ilusorio”; Fernando Paz Castillo: “En torno a Juan<br />

Sánchez Peláez”; Leonardo Padrón: “Juan Sánchez Peláez; una poética bajo<br />

el látigo de oro”; Julio Ortega: “Vivir en la palabra. Lectura de Juan Sánchez<br />

Peláez”; Gabriel Jiménez Emán “Juan Sánchez Peláez: el lugar de la revelación”.<br />

57 Ana Nuño: “Juan Sánchez Peláez”. Tomado de: http://es.geocities.com/r_tintachina/anuno.htm


Héctor Carrasquero<br />

[ 110 ]<br />

en esencia: manifestación del ser. Soñar además es imaginar, y<br />

hablar puede serlo igual, dar imagen a través de signos de algo que<br />

se quiere o se necesita decir. En ese sentido, el que habla como<br />

si soñara se está dando a sí mismo en la palabra; la palabra tiene<br />

entonces que ser significativa.<br />

Así que “quien habla” es el poeta, pero el poeta hombre, es<br />

decir, uno de nosotros. Y cuando dice que el que habla “sueña” en<br />

un verso con esa única palabra, que además está separado por una<br />

sangría amplia quedando gráficamente “solo”, apartado, podemos<br />

entrar con calma en el texto; la referencia al sueño nos da<br />

algo como de calidez.<br />

La disposición de los versos en este poema pretende decir<br />

algo también; las palabras están como declinando siempre, casi<br />

todos los versos comienzan desde una “altura” distinta al anterior,<br />

tratando de ocupar un lugar propio, independiente de lo que<br />

sigue o antecede. Cuando se lee intentando fluidez, suavidad,<br />

tal vez ocurra que la cabeza o el cuerpo tiendan a inclinarse en<br />

el sentido de las palabras; están dispuestas como en una especie<br />

de oleaje, arrastre y resaca, un vaivén, y después de esta idea sorprende<br />

leer el último verso, “entre el ir y venir”. Puede observarse<br />

algo más; el ir y venir está en los saltos que hace la mirada, que<br />

son también tanteos, intentos de definición, pequeñas rectificaciones<br />

sucediéndose; lo que el poema dice queda plasmado en la<br />

versificación. En cada relectura estos brincos se hacen de manera<br />

diferente, tratando de alcanzar un fugaz vislumbre de sentido;<br />

cuando pienso en esto, extrañamente se me hace más natural que<br />

“quien se rectifica / es porque va / a nacer”. No sé si estas relaciones<br />

entre forma y sentido son demasiado subjetivas o aun caprichosas,<br />

¡habría que hacer una indagación estadística o recurrir<br />

al autor!; pero lo que sí es cierto es que, como lector, puede cada<br />

quien certificar la validez de acercamientos como este, puesto<br />

que enriquecen la lectura. Continuemos, sin dejar de lado la<br />

forma...


Por causa de palabra<br />

Ensayos interpretativos sobre los poemas<br />

de Por cuál causa o nostalgia<br />

“Quien dice / no / es un muchacho con cuchillos”; pero quien<br />

más adelante “dice / sí / es una muchacha de las Antillas”. En el<br />

que habla se encarnan lo masculino enérgico, lo agresivo y vital<br />

que puede sugerir “un muchacho con cuchillos” con la grácil<br />

belleza femenina que ha de tener “una muchacha de las Antillas”.<br />

Entre estos dos versos se engloba todo un cosmos: sí y no; oscuridad<br />

y luz; masculino y femenino; belleza y dolor.<br />

Pero no son meras pretensiones de totalidad planteadas a través<br />

de dualidades; los extremos están unidos por el vaivén, por el<br />

ensayo y la rectificación, por el intento doloroso de lograr armonía,<br />

de dar en el blanco. En este intento, como en el acto del lanzamiento<br />

de cuchillos justo en la silueta de una muchacha en lugar<br />

de una diana, “quien da en el blanco / es por angustia”. Los aciertos<br />

no van desprovistos de dolor, y el intento no admite sosiego,<br />

es el resultado de un proceso que se padece. Por eso “quien se rectifica”<br />

se acerca a un clímax, a un momento culminante. Ensayar<br />

una y otra vez, dolorosamente, rectificándose para poder nacer.<br />

El poema dice que “va a nacer”, pero cabe preguntarse: ¿terminar<br />

de nacer o rectificarse es acercarse a ese alumbramiento<br />

eternamente, por siempre? Nacer no es un círculo, es precisamente<br />

la demostración de lo contrario, de un principio, e implica<br />

pues, un final. Pero vivir no es un transcurso ininterrumpido en<br />

un solo sentido, sin obstáculos que franquear o luces que seguir,<br />

y cuando acertamos, la angustia y la queja no desaparecen, los<br />

cuchillos acompañan a la belleza. Por eso rectificar, o más exactamente,<br />

rectificar-se, es inherente a lo humano, al vivir cambiante.<br />

Lo que se corrige no es tan solo lo dicho, no es el sueño; es un sí<br />

mismo, pues la palabra-que-dice constituye un ser que se funda.<br />

Instaurar el ser en la palabra no significa fijarlo en ella, sino que a<br />

través de ella se limita, se aclara una ruta que ha de permitir abordar<br />

“lo abierto”, ayudar al ser a arriesgarse, a exponerse. Y cada<br />

nueva expedición a lo abierto es similar a un alumbramiento,<br />

exponerse a un mundo nuevo, sin más instrumentos que lo que<br />

somos; entonces cada palabra significante, el texto ahí, es como<br />

[ 111 ]


Héctor Carrasquero<br />

[ 112 ]<br />

un pequeño alumbramiento, como una constancia de ese renacimiento<br />

que se da una y otra vez, pero que nunca es definitivo.<br />

Pero ¿qué es lo que se intenta, para qué se rectifica?<br />

“Ir a nacer” está cerrando la primera estrofa, justo antes de<br />

“decir sí” y antes de “despertar”. Esta segunda estrofa habla ya<br />

del soñante que despierta, de quien habla, ahora ante la palabra<br />

proferida, escuchando. Ese que despierta “tiene claras orejas”,<br />

está atento a lo nuevo, como el recién nacido. Y lo que escucha lo<br />

convierte en viajante, en ese “que va por la carretera de Sintra”. El<br />

que despierta escucha, reflexiona acerca del sueño, de lo que la<br />

palabra ha propuesto; y este es el viaje por la carretera que conduce<br />

hacia un algo más, hacia “lo probable o real” que nos llama.<br />

Hacia allá mismo va Pessoa, buscando en el auto prestado dejar<br />

atrás tantas cosas prestadas que maneja como suyas, en la palabra<br />

diciente va dejando atrás tantas otras palabras... hacia lo abierto.<br />

Pero nuestro despertado tiene “otro burro nativo”; ¿va por la<br />

carretera en un burro? Lento, incómodo, humilde. Hay aquí otra<br />

referencia literaria (cuántas habrá que no notemos), en este caso<br />

a unos versos de Vallejo: “Fue domingo en las claras orejas de mi<br />

burro / de mi burro peruano del Perú (perdonen la tristeza)” 58 .<br />

Solo digamos que en las orejas del burro de Vallejo ocurrió algo<br />

sagrado, porque eran “claras”; y perdonemos que no sea una<br />

escena alegre. Igual no lo es para quien asume la carretera de Sintra,<br />

“cada vez más cerca” de algo inalcanzable, con humildad, con<br />

lentitud y no sin dolor.<br />

Porque, recordemos, el trayecto no es una continua línea<br />

recta, hay que rectificar en el camino para estar más cerca del<br />

“nacer”. Apenas un vislumbre nos refiere el que habla: “lo probable<br />

o real / desde aquí / hasta ahí”. Un espacio pequeño, abrazado,<br />

comprendido, que busca a ese viajante o en el que el viajante se<br />

58 César Vallejo: “Poemas humanos”, en Obra poética completa. Fundación<br />

Biblioteca Ayacucho, Caracas, 2ª edición, pág. 134.


Por causa de palabra<br />

Ensayos interpretativos sobre los poemas<br />

de Por cuál causa o nostalgia<br />

busca, no queda muy claro. Pero la llegada, el destino, está “entre<br />

el ir y venir”; inalcanzable.<br />

[ 113 ]


XIII<br />

Cual resplandor o follaje<br />

y sobre la fuente del jardín rumoroso<br />

[ 115 ]<br />

yo he muerto y vivo<br />

vivo y muerto a un tiempo.<br />

Con una casi absurda paciencia<br />

vivo<br />

amurallado u oculto<br />

libre<br />

muerto.<br />

Sin lamento.


Héctor Carrasquero<br />

[ 116 ]<br />

*<br />

Este poema no se destaca por su claridad. Aunque en su ejecución<br />

—parca y entrecortada— es compacto, sólido, ceñido,<br />

parece resistirse a definir una línea de sentido, permaneciendo<br />

abierto, sin aristas o nudos que permitan asirlo. El punto que cierra<br />

el cuarto verso podría servirnos de cesura para intentar deshacer<br />

la confusión que de entrada genera el incisivo juego de las<br />

palabras “vivo” y “muerto”.<br />

El poeta nos dice que ha muerto, pero que vive también, “vivo<br />

y muerto a un tiempo”. Esto ocurre sobre la fuente del jardín<br />

rumoroso; morir implica el cese de la vida, pero también el paso<br />

a otro estado; dicha fuente ha de tener unas propiedades particulares<br />

que propicien esta transformación; en un espacio como este,<br />

rumoroso, es donde ocurre aquel tránsito. Este jardín no parece<br />

habitarse de casualidad, hay que procurarlo, invocarlo, recorrerlo<br />

con detenimiento; que del ruido cotidiano en el que nos mantenemos<br />

imposibilitados para trascender nuestras dimensiones<br />

humanas, apenas llegue el rumor. Para entrar en ese vivir y morir<br />

al unísono hay que acercarse entonces a la fuente, al manantial<br />

que brota en ese espacio, a ese murmullo, a ese tempo íntimo y<br />

silencioso.<br />

Unos versos del poema II guardan cierta relación con el que<br />

nos ocupa; imágenes cercanas, resplandores, ramajes oscuros, se<br />

dan cita en una reflexión acerca del vivir sostenido por el peso de<br />

la muerte como presencia:<br />

y he de retornar a la irremediable noche<br />

muerto<br />

a la manera de un novio que brilla<br />

entre oscuros ramajes<br />

En el poema que nos ocupa el que habla murió “cual resplandor”,<br />

aunque no “entre” el follaje como “entre oscuros ramajes”:<br />

aquí se es, también, “cual follaje”; la tensión entre manifestación


Por causa de palabra<br />

Ensayos interpretativos sobre los poemas<br />

de Por cuál causa o nostalgia<br />

y ocultación, entre lo que no se logra decir pero tampoco callar,<br />

ocurre en el individuo que reflexiona acerca de sí. Es vertida en<br />

el poema tras una investigación dirigida a las instancias profundas<br />

del ser en busca de lo esencial. Pero el poema no resulta en<br />

una claridad sino más bien se adueña de esa tensión, la contiene<br />

y la muestra, la hace manifiesta; es lo cristalizado como testimonio<br />

de la búsqueda silenciosa, del sopesar y corregirse, expresados<br />

en varios poemas de este libro 59 . Miyó Vestrini cita este<br />

texto diciendo: “Poesía por excelencia, ya que su sentido no es la<br />

escritura misma, sino un camino que forzosamente debe llevar a<br />

alguna parte” 60 . Así que lo que se plantea no es la resolución de esa<br />

tensión sino un espacio donde es plenamente asumida y mostrada.<br />

El quinto verso, desprendido, flotando solitario después de<br />

una larga sangría que lo destaca entre los otros versos, expresa de<br />

manera más diáfana la importancia de lo que dice: “sin lamento”.<br />

Esa apostura serena ante lo que tiene de lamentable el vivir es<br />

un rasgo constante en Sánchez Peláez. Luis Pérez Oramas se<br />

refiere a “una asunción de la distancia que es como una soberanía<br />

emocional —quisiera decir reciedumbre y estoica abnegación—<br />

de la experiencia: con un “gran amor esquivo / y algún mirlo a<br />

cinco pasos de nuestra queja”; y una “asunción de la pasión en<br />

el sosiego” 61 . La distancia que entraña —para sí mismo y para el<br />

lector— ese “estar muerto” es, en la intimidad del hablante, más<br />

[ 117 ]<br />

59 En el poema II de Imágenes, el universo grande y pequeño; en II el vivir es simple<br />

complicado; en IV, escribo con el índice y me corrijo con los codos del espíritu;<br />

en X, lo asible cotidiano de mucho vértigo; en XII, quien se rectifica es<br />

porque va a nacer, y el poeta se busca entre el ir y venir; en XVI, inquiriendo lo<br />

que el poema quiere, se asoma el hermoso horrible mundo.<br />

60 Miyó Vestrini “Juan Sánchez Peláez: Entre abismos y plenitudes”. Tomado de:<br />

Juan Sánchez Peláez ante la crítica. Monte Ávila Editores Latinoamericana,<br />

C. A. Caracas, 1994, pág. 289.<br />

61 Luis Pérez Oramas “Juan Sánchez Peláez: rasgo común, moderno rasgo”.<br />

Tomado de Juan Sánchez Peláez ante la crítica. Monte Ávila Editores Latinoamericana,<br />

C. A. Caracas, 1994, pág. 272. El verso citado pertenece al poema V<br />

de Por cuál causa o nostalgia.


Héctor Carrasquero<br />

[ 118 ]<br />

bien la patentización de su propia realidad, un encuentro consigo<br />

mismo, como cerrando un círculo al colocar los extremos uno al<br />

lado del otro, en un difícil y frágil equilibrio, en el que el dolor y<br />

la incertidumbre son adoptados como herramientas para “transitarse”,<br />

para recorrerse hermenéuticamente. De este modo, no<br />

hay espacio para la queja, aunque ninguna “respuesta” obtenida<br />

llegue a ser enunciable.<br />

Brillar, emanar luz, como el que “incandescente” va a “revelarse<br />

ante sus mayores” (poema VI) en una explosión incesante,<br />

con gestos magníficos; libre, sin velo, sin ramajes que lo oculten,<br />

y por tanto expuesto, desnudo, en el riesgo que implica manifestarse.<br />

Al unísono, “vivo y muerto a un tiempo”, es explosión e<br />

implosión, luz y penumbra, reunión de las contradicciones inherentes<br />

a lo humano. No hay lamento ni entusiasmo, sino aceptación<br />

del vaivén del “simple complicado vivir” (poema II). Una<br />

paciencia absurda corresponde a una espera sin esperanza; pero<br />

aquí es “casi” absurda, este que ha caído en la muerte sigue vivo,<br />

se viste de paciencia, aceptando sin lamento su condición. Y es<br />

que la muerte está imbricada a la vida; llevamos su peso en cada<br />

paso; nos ilumina cual resplandor, en tanto la conciencia de finitud<br />

nos da una idea de nuestros límites, y así, de nuestros dominios.<br />

Pero también nos confunde, cual el entramado de ramas del<br />

follaje, que oculta, disimula, disfraza, pues insinúa un más allá<br />

que también es nuestro, al que no podemos acceder.<br />

Vive “amurallado u oculto” para que pueda realizarse la condición<br />

de libertad. ¿Ser libre de separarse de la ruidosa avenida<br />

cotidiana para refugiarse en lo íntimo? ¿Acaso la posibilidad de<br />

la muerte —inexorable, inevitable— como libertad, aunque a la<br />

vez sea una condena? Quien habla no ha abandonado en modo<br />

alguno el terreno de la vida, por el contrario se instala en él, cual<br />

un toro que se plantase en la arena, consciente de que esa corrida<br />

terrible en la que, desde ya, muere, es su vida. Creo que lo que el<br />

poema trata, en el fondo, es una cuestión tremendamente vital.


Por causa de palabra<br />

Ensayos interpretativos sobre los poemas<br />

de Por cuál causa o nostalgia<br />

El que habla ha muerto “cual resplandor o follaje” en el espacio<br />

causal de aquel jardín “rumoroso”, cuyo efecto es, sin duda,<br />

la experiencia poética. Pero ese estar muerto anima una absurda<br />

paciencia, pues el poema no termina de darle luz, de revelarlo;<br />

permanece “amurallado u oculto” con su propio sentido criptogramado,<br />

al igual que el poema, que genera más incógnitas que<br />

certezas. Sin embargo, aun sin esa emancipación que conllevaría<br />

manifestarse, es “libre”; tal vez ahí, fuera del alcance de la mirada<br />

de los otros es donde puede realizarse la condición de libertad.<br />

Paradójico, porque lo que alcanza a enunciarse es precisamente<br />

la imposibilidad de manifestación; la revelación que se ofrece<br />

en el ámbito del poema es fugaz, incompleta y opaca. Hay una<br />

condena a estar “oculto”, amurallado por la palabra, aunque ella<br />

sea el territorio donde ocurre la libertad: “aunque la palabra sea<br />

sombra en medio, hogar en el aire, soy otro, más libre, cuando<br />

me veo atado a ella” 62 . El que habla —la persona del texto— “vive”<br />

únicamente en la palabra, y el sentido de su muerte proviene de<br />

esa vida, se realiza también en el texto. El poema nos muestra un<br />

diálogo íntimo; lo que anima a la palabra, lo que le da vida más<br />

allá de ser signos que portan información, es —también— ser un<br />

diálogo; así que el poema es un diálogo en el que participamos<br />

nosotros, en cuanto lectores. De algún modo, el poema es imagen<br />

de sí mismo; se nos esconde, pero en ese equilibrio precario entre<br />

manifestación y ocultación, vivo y muerto a un tiempo, se realiza<br />

fugazmente su sentido.<br />

[ 119 ]<br />

62 Juan Sánchez Peláez, poema III, de Lo huidizo y permanente. En: Juan Sánchez<br />

Peláez: Poesía. Monte Ávila Latinoamericana, C.A., 1992. Caracas, Venezuela,<br />

pág. 120.


XIV<br />

En medio se encuentran<br />

a ojos vistas<br />

a más no poder<br />

en línea recta<br />

ladean tu cuello<br />

mascullan dentro de ti<br />

mueven tu casa<br />

se empinan<br />

estas lágrimas<br />

—fieles gavilanes.<br />

*<br />

Al encuentro de este poema lo primero que salta a la vista<br />

es la disposición de los versos. Con un espacio de por medio se<br />

suceden con sangrías alternadas, de modo que cada línea apenas<br />

coincide verticalmente con la que le sigue. El poema se lee como<br />

saltando; al contrario de lo que se dice de las lágrimas —“en línea<br />

recta”—, los versos están zigzagueando en la página dominada<br />

[ 121 ]


Héctor Carrasquero<br />

[ 122 ]<br />

por el espacio en blanco, diseminados; podemos pensar en las<br />

lágrimas cayendo en la página, recorriendo esa sucesión de planos<br />

como descansos en una cascada. La dirección de la lectura tiende<br />

a la verticalidad, la composición tipográfica acompaña o refuerza<br />

lo que el poema dice: que las lágrimas-gavilanes “se empinan”, lo<br />

cual implica además del sentido, la dirección hacia arriba.<br />

Sin embargo —y aunque las lágrimas son una expresión<br />

“hacia afuera” pues brotan— en este caso se nos describe un<br />

recorrido que va hacia lo interior, hacia el centro. Se nos dice “en<br />

medio se encuentran”; ¿se convierten en una sola lágrima? ¿en<br />

medio de qué? Se apunta a “lo central”, a lo más profundo, que<br />

es donde “golpean”, hacen efecto o inciden. El espacio donde se<br />

cruzan, claro está, no es físico, ha de ser un “centro” metafísico;<br />

“dentro de ti”, “tu casa”, indican que las lágrimas se dirigen a lo<br />

más íntimo.<br />

Pero no solo apuntan: son certeras, dan en el blanco y hacen<br />

efecto: aunque producidas por ti, tienen poder sobre ti, “ladean tu<br />

cuello”: te mueven, te hacen inclinarte, sin disimulos, sin rodeos.<br />

Todo ocurre “dentro de ti”; aunque las lágrimas sean visibles<br />

y broten, su efecto ocurre en el interior, en “tu” seno, en ese “en<br />

medio” donde se encuentran unas con otras; ahí nos hablan, nos<br />

dicen de lo que son —de lo que somos— a nosotros mismos, en<br />

intimidad. También “mueven tu casa”: hacen que se tambalee el<br />

sitio seguro, el refugio, lo que nos mantiene protegidos y cálidos;<br />

“dentro” nos empujan a lo abierto, lo expuesto, lo arriesgado, a la<br />

intemperie de uno mismo.<br />

Recordemos que “se empinan”, implicando una dirección:<br />

hacia arriba; ¿no se insinúa una búsqueda de algo en el plano<br />

de lo divino, de “lo superior”? Pero están ahí “dentro de ti”,<br />

moviendo “tu casa”; entonces esa elevación ocurre en el interior,<br />

se apoya justo donde las lágrimas se encuentran, en el centro.<br />

Estas lágrimas “mascullan”, sugiriendo el hecho no realizado<br />

a plenitud, incompleto, balbuceado; las lágrimas hablan a medias<br />

sin ser claras, pero esbozan palabras. Unos versos del poema XVI


Por causa de palabra<br />

Ensayos interpretativos sobre los poemas<br />

de Por cuál causa o nostalgia<br />

de este libro me sugieren cierta relación entre la poesía y estas<br />

lágrimas en particular; se nos dice que el poema<br />

se empina<br />

mira y quiere<br />

lo real lo verídico lo incompleto vertiginoso<br />

del hermoso horrible mundo.<br />

Empinarse mirando y queriendo lo real. Ese ir a lo central, ser<br />

rigurosos y “movernos la casa”, ha de estar relacionado con una<br />

pretensión de realidad concreta, de acercamiento a una existencia<br />

verdadera. Y esta es una constante en la poesía de Sánchez<br />

Peláez; inherente al oficio poético está la intención de plasmar<br />

un destello, un vislumbre de aquello real “del hermoso horrible<br />

mundo”.<br />

Las lágrimas simbolizan dolor, tristeza, pero cuando se nos<br />

dice: “fieles gavilanes”, entra en constelación el carácter de ágil<br />

rapaz del gavilán: estas lágrimas nos asaltan indefensos. La imagen<br />

del gavilán también conserva la majestad del vuelo, y a través<br />

de él nos conectamos con lo que está arriba, con esa otra mirada.<br />

De este modo, metafóricamente, las lágrimas nos dan esa amplitud<br />

de visión, la perspectiva distinta, aun a fuerza de tristeza o<br />

dolor. Puede verse que el tono de este poema coincide con la actitud<br />

que se menciona en el poema anterior, no de lamentación,<br />

sino de aceptación; las lágrimas no son implacables perseguidoras,<br />

sino “fieles”; se empinan para tomarnos por sorpresa, y ese<br />

asalto, en tanto confrontación con el propio ser es compañía, es<br />

reunión, religar.<br />

Curiosamente, también se llama gavilán al “rasgo que se hace<br />

al final de una letra”. Aquí la relación es figurativa; las lágrimas<br />

son gavilanes, dejan una línea, un rastro, que es ese adorno que<br />

se hace al final de la letra y le confiere cierto carácter particular.<br />

Así, las lágrimas —huellas de la emoción que las ocasiona— dejan<br />

[ 123 ]


Héctor Carrasquero<br />

también sus trazas, conforman en cada caso el ser que somos,<br />

cercanas, brotando desde todo el cuerpo hacia el centro.<br />

[ 124 ]


XV<br />

Oyendo el pálpito de nuestra<br />

oscura sangre<br />

humana<br />

[ 125 ]<br />

los pájaros se nos acercan<br />

vuelan<br />

y<br />

van a los nidos altos<br />

tienen un collar de nostalgia<br />

o bien<br />

un ramo de magnolias<br />

tienen nuestro corazón<br />

sin corazón


Héctor Carrasquero<br />

nuestros mismos ojos en el aire<br />

y<br />

viajan sobre la improvisada música.<br />

[ 126 ]<br />

*<br />

Acá “los pájaros” vuelven a aparecer simbolizando de alguna<br />

manera a la belleza o a la poesía, como los pavos reales de Wallace<br />

Stevens en el poema X o el colibrí que Sánchez Peláez y Rafael<br />

Cadenas miraban en demasía (Filiación oscura). Podríamos conjeturar<br />

aquí que estos pájaros son los versos o el poema mismo;<br />

resultan de nosotros, aun cuando no sean escritos por nosotros.<br />

Tanto al que escribe como al que lee, los versos —la poesía— lo<br />

toman, lo eligen como estas aves que “se nos acercan”. Vuelan “a<br />

los nidos altos”, habitaciones que no podemos alcanzar en nuestra<br />

condición de seres no voladores; manifiestan la pretensión de<br />

mostrarnos, de obsequiarnos una experiencia que, enmarcada en<br />

nuestra particular manera de percibir, de aprehender la realidad,<br />

se nos antoja o se nos impone ella misma como elevada. Viajan al<br />

ritmo de nuestro palpitar —“improvisada música”— y allá arriba<br />

“tienen nuestro corazón / sin corazón // nuestros mismos ojos en<br />

el aire”, con los que vemos, conocemos y sentimos, los que nos<br />

permiten entrar al poema y vislumbrar, por su gracia, la Poesía.<br />

“Un collar de nostalgia”; los versos cargan con su memoria<br />

propia y poseen su aroma particular, su tristeza y su belleza; pero<br />

también<br />

tienen nuestro corazón<br />

sin corazón<br />

nuestros mismos ojos en el aire<br />

La ruptura que se marca en el segundo de estos versos (la sangría<br />

comienza donde termina el verso anterior), es un llamado de<br />

atención. Ese “sin corazón”, a la primera lectura, parece referirse


Por causa de palabra<br />

Ensayos interpretativos sobre los poemas<br />

de Por cuál causa o nostalgia<br />

a “nuestro corazón” —que puede ser despiadado, estar descorazonado,<br />

o simplemente hueco— pero nada impide pensar que se<br />

trate de los pájaros; acaso ellos, “sin corazón”, sin remilgos, sin<br />

sensiblerías, “tienen nuestro corazón”, como el poema nos contiene<br />

—o nos refleja— en lo que somos y tenemos de universales,<br />

y no en lo individual de los sentimientos.<br />

Ciertamente estos pájaros tienen algo de espejo, de doble; no<br />

son nuestro reflejo, pero son portadores de algo nuestro. Lo que nos<br />

llega como poesía trae algo que aportamos nosotros, que avivamos<br />

el poema al recibirlo; con “nuestros mismos ojos” contemplan desde<br />

arriba el mundo, incluyéndonos, esto es, observarnos a nosotros<br />

mismos a través del poema; nuestro punto de vista y nuestras perspectivas<br />

cambian, tratando de trascender-nos.<br />

Recordemos que estos pájaros-versos, escritos o leídos por nosotros,<br />

obtienen su vitalidad de la música de nuestros latidos, que es<br />

improvisada; ¿de qué otro modo puede ser lo humano, expuesto a<br />

la contingencia siempre? Nuestra sangre es “oscura”; no es la pureza<br />

del verbo, no lo excelso y noble humano, sino lo opaco, lo turbio, lo<br />

bajo. El impulso carnal hace volar al corazón y a los ojos, el músculo<br />

le da al poema sus alas. El poema no es tal, sin el lector; los pájaros se<br />

nos acercan cuando nuestra sangre corre con la suficiente vitalidad,<br />

si nuestro corazón y nuestros ojos se prestan a ser fértiles y dejarse<br />

llevar por ellos.<br />

[ 127 ]


XVI<br />

Sobre dos labios nunca<br />

ajenos<br />

pasa el estribillo. Pero<br />

cuándo nos acompaña<br />

qué dice qué expresa qué repiten varias frases<br />

del poema<br />

[ 129 ]<br />

quién me oye<br />

en la extrañeza de ser<br />

qué callaste tú al resbalar una lágrima<br />

y no sé si estás con deleite<br />

o si esa lágrima ríe o llora<br />

en la provisoria vida


Héctor Carrasquero<br />

se empina<br />

mira y quiere<br />

lo real lo verídico lo incompleto vertiginoso<br />

del hermoso horrible mundo.<br />

[ 130 ]<br />

*<br />

“Qué dice qué expresa qué repiten varias frases / del poema”.<br />

El asunto es aquí, pues, manifiesto. La pregunta que envuelve al<br />

poema tiene incluso un intento de respuesta en los cuatro últimos<br />

versos. Lo que quiere, lo que pretende el poema es “lo real, lo verídico<br />

y lo incompleto vertiginoso del hermoso horrible mundo”.<br />

El Poema, ese que resuena por debajo del habitual oleaje de los<br />

pensamientos, esos versos que se nos quedan como adheridos,<br />

pasan “sobre dos labios nunca / ajenos”. Son “nunca / ajenos”, y la<br />

palabra ajenos está ahí como suspendida, conformando un verso<br />

que se asoma después de que los otros terminan, dándole un peso<br />

particular. ¿Por qué no es simplemente “nuestros labios”, sino<br />

unos “nunca ajenos”, nunca de otro, nunca apartes? Lo que pasa<br />

sobre ellos es un estribillo, es una repetición, algo dicho una y<br />

otra vez, palabra común, compartida. Podríamos preguntarnos si<br />

se refiere al poeta, cuya boca nos representa, como un embajador<br />

de lo poético que nos trae de vuelta minutas de sus encuentros.<br />

“Qué repiten varias frases...”; algo está ahí, siendo dicho, y<br />

aunque no sabemos si ha sido proferido por esos labios —nada,<br />

de hecho, lo indica— sí está expreso que pasa sobre ellos; como si<br />

los rozara, ese estribillo es más cercano a una caricia o a un beso,<br />

que a la pronunciación de unas palabras. Entonces podemos darle<br />

aquí, un peso, un valor más allá del que le damos a un poema<br />

como creación humana; este estribillo tiene independencia de<br />

lo simplemente pronunciado, es un algo-otro que nos cubre los<br />

labios, como el dedo que se atraviesa en cruz sobre la boca en ese<br />

gesto común de “hacer silencio”. Y la especie de silencio que aquí<br />

se pide nos compete a todos, el llamado, la invocación está abierta


Por causa de palabra<br />

Ensayos interpretativos sobre los poemas<br />

de Por cuál causa o nostalgia<br />

a todos, y estar atentos ante el poema es una señal de que atendemos<br />

a ese llamado.<br />

Pero ¿qué es lo que el poema dice? ¿Cuándo nos acompaña el<br />

poema? Algunas veces nos asalta o nos arropa; pero su compañía,<br />

la de la lectura en la tarde bajo el árbol, la de las noches en vela,<br />

tenemos que buscarla, hemos de propiciarla. En el intento nos<br />

tocará hacer aquel silencio, dejar que el estribillo roce nuestros<br />

labios, y escuchar “qué dice qué expresa qué repite...” el poema.<br />

El poema nos acompaña hablando, diciendo. Como obra es<br />

creación, pero como palabra diciente, es también creador, transformador.<br />

Presencia nuestra “extrañeza de ser”, la atestigua y, en<br />

efecto, la propicia. Nos devuelve el gesto de compañía que le ofrecimos<br />

con nuestro silencio atento. Tal vez dice que no sabe de ti<br />

más que tú mismo de aquella lágrima que callaste. Que no sabe<br />

“si estás con deleite // o si esa lágrima ríe o llora”, y te recuerda lo<br />

provisoria que es la vida, la de la lágrima, la tuya. Lo que el poema<br />

inquiere, a lo que apela, es todo eso que expresaste al callar, en la<br />

risa o en el llanto o en el grito. Tal vez esa lágrima dijo lo necesario,<br />

lo esencial; tal vez el poema quiere poder decir tanto como la<br />

lágrima que ríe o llora ante el hermoso-horrible mundo.<br />

En este libro nos topamos continuamente con palabras<br />

opuestas, una al lado de la otra, como queriendo abrazar la totalidad,<br />

unos opuestos que sugieren ámbitos inabarcables en nuestra<br />

pobre experiencia de la simultaneidad. Pero más que abarcar, lo<br />

hermoso-horrible, o lo simple-complicado, o lo primero-último,<br />

expresan una posibilidad de participación, una instantánea de<br />

dos contrarios armonizando en medio del espacio abierto por<br />

el poema. Si hay alguna idea de totalidad, no es la de una suma<br />

universal, sino tan solo ese intento de comunión, de aceptación<br />

del todo que no podemos abarcar en nuestra parvedad —en esa<br />

“extrañeza de ser”—. “Quién me oye” me recuerda una pregunta<br />

de Rilke: ¿Quién, si gritara, me podría escuchar desde la jerarquía<br />

de los ángeles? Sin duda “lo real” contempla esa carencia, “lo<br />

incompleto vertiginoso”.<br />

[ 131 ]


Héctor Carrasquero<br />

Cuando Sánchez-Peláez habla de poesía en un poema, lo hace<br />

dejando por sentado esa cualidad vital, esa imbricación fundamental<br />

entre poesía y vida. Lo que el poema quiere es lo real. Se<br />

empina, apunta, señala. Mira y quiere lo verdadero, lo que tenemos<br />

y lo que nos falta para sostenernos en el vértigo de ser incompletos,<br />

en el mundo tan pleno que comprende lo horrible y lo hermoso, lo<br />

solitario y lo mundano, lo grande y lo pequeño, etc.; de no poder<br />

percibir sino apenas un fragmento de su unidad. Más que expresar<br />

la idea de la vastedad, el poema quiere participar de ella, estar<br />

completamente ahí.<br />

[ 132 ]


XVII<br />

De cuerpo entero hay un sueño<br />

—Tu beso de higo entre largos ramajes—<br />

[ 133 ]<br />

Cada cuatro manzanas hay un árbol<br />

—Tu beso de oscura clara dicha—<br />

Por cuál causa o nostalgia<br />

en vilo tu desnudez tu pecho<br />

mostrando gavilanes o rosas<br />

que entregan para mí su primero<br />

último ademán<br />

hasta que el fuego renovado e inmemorial<br />

me cubra.<br />

*<br />

Los primeros versos de este poema —un diálogo— dan la impresión<br />

de ser producto de algún automatismo psíquico u onírico, y de


Héctor Carrasquero<br />

[ 134 ]<br />

esto es uno de los ejemplos más resaltantes en el libro. ¿Qué sueño,<br />

qué árbol? En las dos primeras estrofas es “tu beso” lo que responde<br />

o complementa las frases “hay un sueño” y “hay un árbol”. “Tu beso<br />

de higo”, dulce, entre largos ramajes como cabellos; tu beso de dicha,<br />

oscura y clara a la vez. Sueño y árbol guardan correspondencia en<br />

tanto “sueño” conlleva un sentido de creación —inconsciente, enigmática—<br />

y el árbol por su parte simboliza la vida, el crecimiento, la<br />

fertilidad, la facultad de creación de la naturaleza, además de estar<br />

asociado con la idea de cobijo y protección que evoca su ramaje.<br />

Las primeras imágenes son afines a lo vegetal: beso de higo,<br />

ramajes, manzanas (¿frutas o cuadras?), árbol, rosas. Sánchez<br />

Peláez a veces logra crear un clima, un ritmo en el poema que está<br />

marcado por una especie de ámbito de resonancia de sus imágenes;<br />

en este caso, la presencia de lo vegetal invita al lector a entrar<br />

en el poema de manera sosegada, tranquila, a pesar de la carga de<br />

erotismo presente, mitigando lo enigmático o impenetrable que<br />

resulta ser. Pero esta temperatura, más bien fresca del poema va<br />

cambiando: “en vilo”, en suspenso, introduce un elemento de<br />

ansiedad; “tu desnudez tu pecho”, con ese espacio en medio del<br />

verso están suspendidos, en espera indefinida, llamando a una carnalidad<br />

que en el beso evocado arriba había sido velada por “largos<br />

ramajes” y ahora nos acerca más bien a la idea de la ausencia, de la<br />

espera, de la ansiedad. Comienza una movilización impulsada por<br />

la duda; la interrogante del origen del amor, del por qué elegimos<br />

—o nos elige— el objeto del amor. O el enigma de la fatalidad contenida<br />

en el encuentro amoroso, pues no hay realización completa<br />

del amor dentro de los límites mundanos; el carácter superior de lo<br />

amoroso nos acerca a un anhelo de comunión con lo sagrado, a la<br />

vez que hace manifiesta la incapacidad humana para este encuentro,<br />

su limitación, su separación, su soledad.<br />

El erotismo y la poesía son anhelo e intento de una comunión<br />

con lo sagrado, de trascender la condición de ser seres “arrojados”,<br />

de entrar en una continuidad armoniosa con el mundo. Esta nostalgia,<br />

en el mundo interior del poeta, es causa. “Causa” y “nostalgia”


Por causa de palabra<br />

Ensayos interpretativos sobre los poemas<br />

de Por cuál causa o nostalgia<br />

aparecen una al lado de la otra, como si la memoria anhelante fuese<br />

un motor vital tan valioso como todo el resto de la experiencia, juntado<br />

como “causa”.<br />

En el poema, “tu desnudez” deja ver “gavilanes o rosas”; la desnudez<br />

nombrada, que sigue en sintonía con el difuso erotismo<br />

del poema, se hace símbolo de una entrega más profunda o más<br />

intensa. “Tu pecho” ha de significar, más que piel y esencia de lo<br />

femenino, corazón al aire mostrando —oscuros rapaces o flores<br />

luminosas y fragantes— lo doloroso, lo terrible, lo bello, como<br />

compendio de lo que puede ofrecer en su realidad más humana.<br />

Esa entrega amorosa es el “primero / último ademán”; en ese<br />

único gesto transcurre la espera “hasta que el fuego renovado e<br />

inmemorial / me cubra”. Cuando lo arrope —no se nos dice que<br />

lo consumirá— el fuego que es nuevo desde antes de los tiempos,<br />

cesará aquel ademán, aquella entrega. Visto así, es como la<br />

entrada —o la salida— a un espacio ajeno a la temporalidad y las<br />

limitaciones de lo humano en general. No está ausente aquí el<br />

carácter de purificación que conlleva el fuego, así como tampoco<br />

la cercanía de la imagen al ámbito vital de lo erótico; pero este,<br />

“renovado e inmemorial”, es sagrado, su sentido tiene que ver con<br />

la ofrenda, el sacrificio, el paso a un estado de armonía y unión<br />

con lo divino que se nos aleja.<br />

Pero el fin, el destino del poema, no deja de ser la enunciación<br />

de la duda; los primeros versos, a pesar de los matices descubiertos,<br />

permanecen enigmáticos. Luego, ¿“por cuál causa o nostalgia”<br />

qué?; “tu desnudez, tu pecho” ocurren en un presente continuo, en<br />

aquel instante atemporal. La pregunta del poema apunta (sesgadamente,<br />

es cierto, como si no terminara de elevar el pie), hacia<br />

lo que, enraizado en la condición humana, impulsa —cual íntimo<br />

resorte— el salto que pretende trascenderla, queriendo propiciar<br />

un encuentro amoroso con la totalidad.<br />

Asoma en sí misma una respuesta al sugerir la nostalgia en<br />

equivalencia con “causa”; nostalgia es separación, añoranza, tristeza;<br />

se entiende que aparece aquí como motivación vital, como<br />

[ 135 ]


Héctor Carrasquero<br />

pregunta existencial siempre abierta. Sin embargo, ni respuesta<br />

ni pregunta terminan de ser enunciadas, sino que cobran vida<br />

propia, permanecen como realizándose, se mantienen en vilo en<br />

el espacio del poema, haciendo notable en este texto ese carácter<br />

de interrogante acerca de lo que se es, y respuesta en continua elaboración,<br />

presente a lo largo de este libro.<br />

[ 136 ]


XVIII<br />

a Ben Amí Fihman<br />

[ 137 ]<br />

Los recuerdos son como lobos que<br />

dan varias vueltas en un zaguán<br />

entran de súbito<br />

alegres<br />

amarillos o morados a las aldeas natales<br />

vamos a lo hondo llevamos ahí agua<br />

—dicen—<br />

lo suave y más tenue<br />

y caminan a menudo<br />

de costumbre<br />

entre cosas casuales y jamás vanas


Héctor Carrasquero<br />

en honor del hombre y la mujer<br />

por un viejo parque<br />

donde se miró Verlaine.<br />

[ 138 ]<br />

*<br />

“Cosas casuales y jamás vanas”; ¿qué es lo que hace “vana” cualquier<br />

existencia humana? ¿Quién no recibe a esos lobos que vienen<br />

a traer agua ahí, “a lo hondo”? En la conciencia están presentes los<br />

recuerdos, como flores entre la maleza, iluminando el indetenible<br />

presente. Íntima, incomunicable, irrenunciable a voluntad, pero<br />

frágil, la memoria es como el sustrato del ser. Los recuerdos, en<br />

permanente acechanza, nos tienden emboscadas, asaltan; pero<br />

también son portadores de esa agua, que ha de calmar la sed.<br />

Se nos dice que los lobos —los recuerdos— caminan “en<br />

honor del hombre y la mujer”; englobando la especie humana,<br />

para la cual la reflexión desde la memoria y hacia ella, es rasgo<br />

definitorio, el poema rescata al amor, ocupante de un espacio<br />

central en la memoria, y así, es también ingrediente dinámico de<br />

la existencia, no solo referente de un pasado, sino agente que sostiene<br />

la trama en desarrollo del ser. Luis Buñuel decía, al final de<br />

sus años, que la memoria<br />

es lo que constituye toda nuestra vida. Una vida sin memoria no<br />

sería vida, como una inteligencia sin posibilidad de expresarse no<br />

sería inteligencia. Nuestra memoria es nuestra coherencia, nuestra<br />

razón, nuestra acción, nuestro sentimiento. Sin ella no somos<br />

nada. 63<br />

No en vano es la memoria una de las musas protectoras de la<br />

poesía; decir que “se miró” Paul Verlaine —uno de los más grandes<br />

poetas franceses del siglo XIX— indica que en ese espacio la<br />

63 Luis Buñuel: Mi último suspiro. Plaza & Janés, editores. Ed. Orig. 1982; 6ta ed.<br />

1996. Barcelona, España. págs. 10-11.


Por causa de palabra<br />

Ensayos interpretativos sobre los poemas<br />

de Por cuál causa o nostalgia<br />

figura del poeta reflexiona, se encuentra, se observa, se define. Ese<br />

“viejo parque” ha de ser territorio de lo poético, donde se busca<br />

aquel verse a sí mismo, pero en busca de revelaciones; diferente a<br />

la mirada ante el espejo, en la que la relación de correspondencia<br />

es inevitable, acá ocurre un observarse como desde afuera; como<br />

mirar nuestros movimientos en la serenidad del reposo, descubrir<br />

ese ademán que nos caracteriza pero que no podemos ver,<br />

inmersos en la continuidad entre nuestra percepción y el tiempo<br />

que no para de correr.<br />

Los recuerdos pueden evocar alegría, también precipitar<br />

tristeza, revivir dolores: “¿Qué has hecho tú que estás / Llorando<br />

sin cesar / Di, qué has hecho tú que ahí estas / De tu juventud?”<br />

dice Verlaine en su poema “Sensatez”. Poseen una autonomía<br />

para pasearse por “las aldeas natales”, no para evocarlas a nuestro<br />

antojo; “entran de súbito / alegres”, y me parece que podríamos<br />

decir en criollo —y sin alejarnos de la imagen de los lobos—<br />

“como perro por su casa”, desparpajados, sin reservas; merodean<br />

en la entrada de ese espacio metafórico que es la casa, el aposento<br />

del ser, como una alcabala que hay que atravesar para acceder al<br />

refugio. Y es desde ese íntimo espacio rondado de lobos donde<br />

reside el ser, que se desarrolla la existencia hacia afuera, desde<br />

donde se proyecta la vida significativa. También donde tendría su<br />

basamento el resorte de “lo poético”. Así que estos lobos rondan<br />

el pórtico de “lo hondo”, ámbito también de la poesía.<br />

En estos versos puede verse un ejemplo de lo que dice Julio<br />

Ortega: “Sánchez Peláez nos comunica, más bien, con lo que<br />

podríamos llamar las voces de la intimidad. Esa es su demanda:<br />

hacer más íntimo este mundo, este diálogo, este tránsito” 64 .<br />

Podríamos decir: observar(se) con el mismo desparpajo con que<br />

se pasean ante nuestros ojos los recuerdos; transitar ese “viejo<br />

[ 139 ]<br />

64 Julio Ortega “Vivir en la palabra. Lectura de Juan Sánchez Peláez”. Tomado de<br />

Juan Sánchez Peláez ante la crítica. Monte Ávila Editores Latinoamericana,<br />

C. A. Caracas, 1994, pág. 244.


Héctor Carrasquero<br />

parque”, tras el eco de los lobos, en espera del agua, “lo suave y<br />

más tenue”, que venga a refrescar la sed que no abandona en el<br />

descenso a lo profundo, a colorear el recorrido por las desteñidas<br />

“aldeas natales”.<br />

[ 140 ]


XIX<br />

Ciertos vocablos, si nos guían,<br />

velan con ardor<br />

y las ciudades despiertan con colores extraños.<br />

Hay entonces giros e inflexiones válidas en el mar<br />

que sube.<br />

Hay el universo pequeño de la hierba, el pasto frondoso,<br />

los cuerpos que se aman bajo el firmamento rojo.<br />

[ 141 ]<br />

Lo asible y cotidiano que nos trasciende, nos ata<br />

a un ritmo diverso,<br />

y estáse al lado de la noche firme e inmóvil<br />

en soledad y armonía<br />

mientras espera la mujer<br />

como el agua, el pan o el vino<br />

para que no viva muda nuestra sombra.


Héctor Carrasquero<br />

[ 142 ]<br />

*<br />

En primer lugar, se nos dice en el poema que “ciertos vocablos”<br />

pueden tener la capacidad de guiarnos; si lo logran, si llegan a servir<br />

para orientarnos, “velan con ardor”; son entonces no solo una<br />

señal que indica un camino, sino que nos acompañan fielmente, y<br />

gracias a su acción —a su fervor, a su firmeza— las ciudades despiertan<br />

con colores extraños. Le dan una nueva vida a lo que nos<br />

rodea, al ambiente en que nos movemos a diario le confieren nuevos<br />

matices. “Hay entonces giros e inflexiones válidas en el mar”<br />

leemos a continuación; pero no son válidas simplemente en la<br />

inmensa extensión del mar, que puede ser metáfora de lo infinito,<br />

de lo inabarcable. Son legítimas, efectivas en el mar “que sube”;<br />

este verso de apenas dos palabras nos da una idea más específica<br />

de lo que es el mar en este poema, pues la subida del mar nos<br />

remite a la marea. La marea es el fenómeno en que cíclicamente<br />

verificamos el ascenso y descenso del nivel del mar debido a los<br />

movimientos astrales del sol y la luna. La marea está íntimamente<br />

ligada al ciclo de los días y las noches; nos recuerda que la tierra, el<br />

universo entero, viven.<br />

Podría decirse que esos giros e inflexiones válidas son aquellas<br />

que corresponden cabalmente a esa vida, aquellos que en<br />

medio de la marea inevitable, cíclica, regular, se manifiestan con<br />

la misma firmeza y —no menos importante— con la misma contundencia<br />

de ese mar que sube: versos. Versos como los siguientes,<br />

que muestran eso tan sencillo y a la vez grandioso a lo que<br />

todos los hombres, cada uno a su manera, tienen acceso y más<br />

aún, disfrutan: “el universo pequeño de la hierba, el pasto frondoso<br />

/ los cuerpos que se aman bajo el firmamento rojo.” Son<br />

cosas sencillas, imágenes cuya belleza es anterior a las palabras.<br />

“Lo asible y cotidiano que nos trasciende”, eso que, según nos<br />

dice Sánchez Peláez en el poema X, es “de mucho vértigo” y nos<br />

invoca, lo escuchamos desde lo más profundo de nuestra humanidad,<br />

casi como algo instintivo. Esos vocablos que logran servirnos<br />

de guía, los que resuenan significativamente, los que sentimos que


Por causa de palabra<br />

Ensayos interpretativos sobre los poemas<br />

de Por cuál causa o nostalgia<br />

nos dicen algo, “velan con ardor”, nos acompañan o aun podemos<br />

decir que “acompañan”, sin el “nos”, pues su potencia significativa<br />

no responde a nosotros, o no se anula sin nosotros. Su resonancia<br />

no es caprichosa ni meramente formal; es el eco de lo cercano,<br />

de lo que vivimos corrientemente sin detenernos a verlo, pero que<br />

está siempre ahí, a nuestra disposición.<br />

Es eso lo que se queda acompañando “en soledad y armonía”<br />

a nuestra noche, que es “firme e inmóvil”; sin eso asible y cotidiano,<br />

sin lo permanente de la vivencia más humana, nada de lo<br />

que hagamos será capaz de dar el peso de la trascendencia que<br />

anhelamos en la oscuridad —que siempre será nuestra propia<br />

oscuridad—, nada podrá darle voz a nuestra sombra; sin eso que<br />

es permanente de la fugacidad cotidiana, todo verbo será hueco.<br />

[ 143 ]


XX<br />

Las flautas los Alpes de<br />

rebaños dorados. Cuando fui adulto.<br />

[ 145 ]<br />

Cuando fui niño: Quizás, española, en el tren de<br />

Madrid a París.<br />

Marinera, pescadora,<br />

te perdí en mi ceguedad.<br />

Yo que quería hacerme duro, casi un<br />

mongol.<br />

*<br />

Tal vez lo más notable de este poema sea precisamente el<br />

blindaje mismo de su sentido; se observa algo como ese “estado<br />

de balbuceo, de decir quebrado...” que apunta Eugenio Montejo


Héctor Carrasquero<br />

[ 146 ]<br />

(acerca de Un día sea) 65 . No se trata, sospechamos, de un vacío en<br />

la palabra primordial que quiere evocarse; no es que el texto no<br />

se soporte a sí mismo, dejando de cumplir con uno de los requisitos<br />

del poema, a saber, crear su propio universo dentro del lenguaje,<br />

ser autoreferente, lo que Gadamer llama la “autopresencia<br />

de la palabra”. Por el contrario, consciente de que siempre estará<br />

ceñido a las limitaciones de la lengua, el poema pretende que la<br />

palabra acuda al texto plenamente, con potencia creadora, preñada<br />

de significación y sonoridad.<br />

Las remembranzas que llegan a este que “quería hacerse<br />

duro”, están marcadas por una nostalgia, la de aquella “perdida<br />

en la ceguedad”. ¿Lo perdido y lamentado será el carácter irreversible<br />

de la existencia humana, encadenada al transcurrir del<br />

tiempo? Fui adulto, fui niño; ambas etapas han pasado para quien<br />

habla, aunque, ¿acaso termina la adultez? Tomar literalmente lo<br />

dicho limitaría las posibilidades de la lectura, restringiría el posible<br />

sentido a lo anecdótico de la evocación emotiva. Por eso puede<br />

pensarse que la “intención” del texto va más allá de cantarle a la<br />

mujer añorada.<br />

“Las flautas, los Alpes”, son alusiones a la experiencia de<br />

lo poético, a la necesidad de “sentir la noción de las cumbres”,<br />

como dice el poema Labor de Filiación oscura: “Me aseguraron,<br />

antes de mi viaje, que yo no estaba hecho para escalar la altura.”<br />

Sin embargo, el poeta logró poblar los Alpes de flautas y rebaños<br />

dorados, los hizo florecer. Quizá lo añorado sea la experiencia<br />

poética, sospechada desde “niño” y cultivada luego en las cumbres,<br />

“cuando fui adulto”; ¿será el momento particular del vislumbre,<br />

o precisamente aquello apenas entrevisto?<br />

No se habla desde el lamento, a juzgar por lo logrado en la<br />

“adultez” referida en el poema; lo perdido —mujer o esencia poética<br />

65 Eugenio Montejo: “La aventura surrealista de Juan Sánchez Peláez”. Tomado<br />

de Juan Sánchez Peláez nte la crítica. Monte Ávila Editores Latinoamericana,<br />

C. A. Caracas, 1994, pág. 95. ..


Por causa de palabra<br />

Ensayos interpretativos sobre los poemas<br />

de Por cuál causa o nostalgia<br />

o experiencia vital— ocurre por exceso y no por omisión. Hacerse<br />

duro —“casi un mongol”— en el arte de ver; pareciera que ese afán<br />

de querer “ver más” termina siendo cegador, o de cualquier modo,<br />

insuficiente. Ha sido inútil el esfuerzo, igual se impuso la “ceguedad”<br />

que, además, no casualmente anticipa el sonido de “soledad”.<br />

Las cumbres alcanzadas, lo recorrido en el largo viaje desde la<br />

niñez, no es garantía contra esa ceguera.<br />

Los nudos que sostienen el entramado del texto están en lo<br />

ausente, en las elipsis entre esos momentos metafóricos, en lo<br />

perdido, en lo no logrado. En correspondencia, el poema parece<br />

contener más en lo que calla; quizá lo balbuceado quiere apuntar<br />

realmente a lo que no está dicho; lo que estalla sugiriendo constelaciones<br />

de sentido es, precisamente, el silencio. Esa “marinera,<br />

pescadora” que no está y es el motivo al que se canta.<br />

Pero es como si la presa buscara ser “pescada”, propiciando<br />

el encuentro, como una isla que lamenta no ser descubierta. Un<br />

diálogo de voluntades —la poesía queriendo ser hallada por el<br />

fervor del poeta, el poeta queriendo ser tocado por la poesía— se<br />

intuye desde la reticencia, la aparente parquedad, como reflejo de<br />

lo indecible humano: la cárcel de la temporalidad, la insuficiencia<br />

del verbo para dar cuenta de la realidad y, a la vez, el recurso<br />

a la palabra como única posibilidad de trascender esa ocultación<br />

como última almadía en el naufragio.<br />

[ 147 ]


XXI<br />

Si fuera por mí<br />

al cumplir mi ciclo y mi<br />

plazo<br />

habría de estar solo<br />

calmo<br />

[ 149 ]<br />

despiertas habrían de estar<br />

la mañana y la alborada<br />

Pues<br />

al pasar<br />

al transcurrir yo<br />

muerto<br />

moverán la luz<br />

—hoja y árbol<br />

Y habrá gorrioncitos de pie<br />

en los cables<br />

—quejas alegrías chimeneas e incendios


Héctor Carrasquero<br />

—el tigre lamerá su pómulo cubierto de<br />

relámpagos<br />

los países inquietos también habrán de quedarse calmos<br />

luego de muchos sueños dios de los sueños<br />

muerto o vivo mi ciempiés nocturno<br />

la plena selva ha de rodearme con grandes nubes y destellos<br />

una tarde mía en el olvido en mi día aún por segar.<br />

[ 150 ]<br />

*<br />

Es difícil no sentir, ante la separación que produce la muerte,<br />

una especie de violencia, algo de abrupto, un patentizarse lo<br />

minúsculo del ser humano, el poco control que tenemos sobre la<br />

naturaleza que nos excede y aun sobre nosotros mismos; a la par<br />

nos quedamos abismados al hacer conciencia de nuestra naturaleza,<br />

maravillados de lo avasallante que es el impulso vital y de<br />

lo ínfima que es nuestra presencia en el mundo; todo ese “simple<br />

/ complicado / vivir” que conlleva el retorno “a la irremediable<br />

noche” 66 .<br />

A lo largo de la obra de Sánchez Peláez el tema de la muerte<br />

es una constante. Pero es interesante acá que el poeta habla<br />

acerca de su propia muerte; casi sin dejo de tristeza, el poema es<br />

más bien diáfano, luminoso; está atravesado de una ternura más<br />

conveniente a lo nuevo, a lo naciente, que a lo viejo que fenece. La<br />

muerte no es presentida como pérdida, sino que se percibe, como<br />

a lo largo de todo el libro, una aceptación de la finitud de la vida,<br />

de la ruptura con lo conocido.<br />

Ya en el segundo verso se enuncia el tema, se habla de lo que<br />

viene con el morir. El poema comienza con una condición: “si<br />

fuera por mí”, como si la voluntad del destino fuese otra. Quien<br />

66 Poema II de Por cuál causa o nostalgia.


Por causa de palabra<br />

Ensayos interpretativos sobre los poemas<br />

de Por cuál causa o nostalgia<br />

nos habla querría “estar solo / calmo” quedando claro que lo hace<br />

desde la incertidumbre, asumiendo que no está en sus manos<br />

—como tampoco en las nuestras— decidir lo que viene, cómo<br />

será ese cambio, ese apagarse la vida, y menos aún la manera en<br />

que transcurriremos muertos. Extraño pensar en “transcurrir”<br />

muerto; ¿no nos liberamos del incesante tiempo ni después de<br />

morir? ¿se transcurre o se es de otra manera no-temporal, en ese<br />

estado que denominamos “muerte”? Preguntas como estas rondan<br />

el poema.<br />

“Al transcurrir yo / muerto”, una vez dado el paso, mañana<br />

y alborada han de estar “despiertas”, y ¿de qué otro modo si no<br />

es iluminando? Al contrario de la idea común de la muerte como<br />

final, asociada a la oscuridad, el poema destaca el comienzo, el<br />

nacimiento del día, y “la luz”, que será movida por los ramajes. No<br />

habla de tinieblas u oscuridad, por el contrario, las imágenes son<br />

pletóricas, de una alegre ternura: “y habrá gorrioncitos de pie /<br />

en los cables” (no está de más recordar la relación que tienen los<br />

pájaros y la Poesía en varios poemas de Sánchez: “Cuando nos<br />

echaron de la ciudad (porque mirábamos en demasía el colibrí)”<br />

en Filiación oscura; “los pájaros se nos acercan /.../ viajan sobre<br />

la improvisada música” [de nuestros latidos]; “y los pavos reales<br />

de Wallace Stevens / a nuestra habitación vuelven / y vuelven / a<br />

entrar”, ambos en Por cuál causa o nostalgia).<br />

Esa “luz” que “moverán” hoja y árbol, entidades emblemáticas<br />

de la naturaleza, es aquí el juego de contraluces que acompaña a<br />

la muerte en tantos versos de Juan Sánchez: “a la manera de un<br />

novio que brilla / entre oscuros ramajes” (poema II), “como quien<br />

imagina formas / y soles” (poema V), “cual resplandor o follaje”<br />

(poema XIII). Uno se pregunta por qué esa luz velada como<br />

partícipe en el tránsito al otro lado. No el englobante pleno sol,<br />

tampoco la tiniebla; ¿lo que de nosotros “traspasa” el umbral, es<br />

esa luz, ahora tras los ramajes de la muerte o es precisamente el<br />

follaje que somos, mostrada su forma gracias a esa luz nueva, distinta,<br />

que trae el morir?<br />

[ 151 ]


Héctor Carrasquero<br />

[ 152 ]<br />

Lo cierto es que la idea de la muerte es manejada desde el<br />

sosiego, la plenitud; no hay angustia, no hay extrañamiento ni<br />

dolor; las “quejas” aparecen al lado de las “alegrías”, como ingredientes<br />

—opuestos y abarcantes— de la cotidianidad; chimeneas<br />

que remiten al calor del hogar, o a las altas torres de las industrias,<br />

al lado ya de los “incendios”, otro tipo de calor, con la potencia de<br />

la destrucción, el poder avasallante del fuego. En ese verso como<br />

disperso (“quejas alegrías chimeneas e incendios”) se hace<br />

una especie de recuento de la realidad que no cesará de existir a<br />

la muerte del poeta.<br />

La imagen maravillosa del rostro relampagueante del tigre, la<br />

fortaleza y vitalidad del animal, mostrada en su pómulo (de fuerte<br />

musculatura que recuerda al del caballo, favorito de Sánchez<br />

Peláez), lleno también de la luz de esos relámpagos que lo cubren;<br />

la exuberante belleza y fiereza del tigre guiando el recuento hacia<br />

lo menos cotidiano y más impresionante, en uno de los versos<br />

más hermosos y mejor logrados del libro<br />

Pero esta “vitalidad”, hay que notar, no es afín al movimiento<br />

sino al sosiego, el poema presenta una apostura serena; por eso<br />

“también habrán de quedarse calmos los países inquietos”, la<br />

realidad más terrenal, el agitado devenir histórico, lo terreno, en<br />

donde estamos condenados a una percepción fragmentada de la<br />

unidad del cosmos, como un exilio, un estado de indigencia por<br />

estar arrojados al cauce temporal.<br />

Ya se ha dicho que “la vida es sueño”; lo vivido se acumula etéreamente<br />

en la memoria, de modo que una vida, y más si es vista<br />

retrospectivamente, es una acumulación de sueños; pero aquí<br />

la referencia a la actividad creadora del poeta es más directa. Ya<br />

habíamos notado la relación entre el verbo y el sueño en el poema<br />

XII (“Quien habla / sueña...”); ¿acaso la hechura de poemas, aunque<br />

sea un imaginar organizado por la conciencia, no es una<br />

actividad emuladora del sueño? ¿acaso el lenguaje de lo onírico<br />

no es uno de los más explorados por este poeta para lidiar con la<br />

angustia existencial? Tal vez por eso quien habla es “dios de los


Por causa de palabra<br />

Ensayos interpretativos sobre los poemas<br />

de Por cuál causa o nostalgia<br />

sueños” en la muerte. Si convenimos en esto, entonces hay que<br />

observar que algo de ese carácter creador se le está asignando al<br />

estado de morir; por otro lado, también se dice que el poeta —o<br />

en todo caso, el soñante— ha estado pisando, en vida, el ámbito<br />

de la muerte, como un demiurgo de la propia postexistencia, pues<br />

al pasar al otro lado se hace “dios de los sueños”; hacer poesía es,<br />

entonces, como ensayar un poco el morir.<br />

El ciempiés recuerda en su forma y movimiento a la serpiente,<br />

pero con el dúctil desplazarse apoyado en las incontables patas<br />

que se mueven como en oleaje; lo resaltante es esa sensación de<br />

que el ciempiés al caminar está “maquinando” algo, debida, con<br />

seguridad, a esa sincronía entre sus patas. Así, como lo característico<br />

es ese movimiento, pensar en nuestro ciempiés da pie para<br />

compararlo con el alma humana, el espíritu, el principio vital que<br />

nos mueve. Pero aquí se dice: “nocturno”, y así no deja de recordar<br />

el oficio del poeta, que emblemáticamente es ejercido en medio<br />

de la noche; el propio Juan Sánchez era un confeso noctámbulo.<br />

Por eso no es demasiado pensar que el motor, el ánima del poeta,<br />

es lo que este no sabe si estará “muerto o vivo”.<br />

El adjetivo “plena” le confiere a “la selva” un carácter totalizador;<br />

la selva estallante de vida, frondosa y penetrante, como<br />

metáfora del todo, la realidad inabarcable, aplastante. El que<br />

habla caerá en el abrazo de “la plena selva”, que habrá de rodearlo;<br />

pero no con su follaje, sino con “grandes nubes y destellos”, el<br />

ambiente de esa despedida es como la antesala a un aguacero; un<br />

gran acto de desaparición, entre niebla o lluvia y —otra vez— luz,<br />

relámpagos.<br />

Parece que por fin cesa el exilio; esa totalidad que nos repele y<br />

nos mantiene ajenos siempre, va por fin a abrazarnos; y el abrazo<br />

comienza con el olvido. Queda todavía la tarde, el día por concluir,<br />

por “segar”; terminará de golpe, bajo el filo de la hoz.<br />

Tenemos un ciclo y un plazo, nadie está exento, a todos nos<br />

llega y lo sabemos. En el poema, ese venidero instante final es iluminado<br />

en la conciencia de esa nuestra finitud; es una reflexión<br />

[ 153 ]


Héctor Carrasquero<br />

en torno del devenir del propio ser —atado a la carne perecedera,<br />

a la contingencia, al transcurso— y la natural e inevitable llegada<br />

de la muerte.<br />

[ 154 ]


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edición, 1986.<br />

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1978.<br />

[ 155 ]


Héctor Carrasquero<br />

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Paz, Octavio. El arco y la lira. Fondo de Cultura Económica, 1956 (reedición<br />

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1992.<br />

Sucre, Guillermo. La máscara, la transparencia. Monte Ávila Editores,<br />

C.A. Caracas, Venezuela, 1975.<br />

[ 156 ]


Índice<br />

Prólogo 13<br />

Ensayos interperativos sobre los poemas de<br />

Por cuál causa o nostalgia 35<br />

Imágenes 37<br />

Por cuál causa o nostalgia 53<br />

Bibliografía 155


Edición digital<br />

octubre de 2015<br />

Caracas, Venezuela

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