— Mi cuñado, a pesar de saber había hecho mal, nunca permitió que Terry se acercara a nosotros. Cuando íbamos a casarnos pude convencer a mi hermana de acompañarnos. Lo hizo, porque entre nosotros hay un fuerte lazo de amor, y mi cuñado lo respetó; mas él no nos honró con su presencia, y ésta con su familia siguió manteniendo en la distancia.

— Y... ¿a qué se debe... el repentino acercamiento? — inquirió una intrigante Candy.

— Bueno, — Andréu carraspeó al haber ocultado cierta información con ella, — Terry me ha pedido ayuda y...

— ¿Se la has dado ya? — la mujer indagó mirando a su esposo que la sostenía de las manos para pedirle:

— Perdóname por no habértelo contado antes. Es que...

— Le presenté un proyecto a mi tío que dejará buenas ganancias.

— Y que por cierto, anoche fue su inauguración — concluyó Andréu.

— ¿Ah sí? — Candy se intrigó. — ¿Y qué tal... te fue? — preguntó directamente al sobrino que celebraba:

— ¡Más que espectacular!

— ¿En serio? — ella entendió a la perfección la exclamación dada que continuaba así:

— Oh sí. Nunca pensé que terminaría como... terminó la primera noche.

— Sí, cariño; fíjate nada más en el reporte que ha traído.

Andréu, por dedicarse a ir por el documento mencionado, no percibió las miradas que sobrino y esposa intercambiaban.

Por supuesto, ella lo hacía enemigamente; mientras tanto él, lascivamente añadiéndole una silente risa burlona al captar los deseos vecinos de desintegrarlo y así desaparecerlo de su presencia.

Porque la de la empleada llamó su atención, Candy se giró a verla y a escucharla:

— Señora, ya está todo listo en el comedor.

— Sí, Grisela, gracias. Ya vamos allá. Querido, deja eso para después, y vayamos a alimentarnos.

Con su orden, la señora Greenham emprendió su andar hacia el comedor, viniendo detrás de ella, sobrino y tío que abrazaba cariñosamente al primero y le daba nuevamente las gracias por haberlo buscado.

— Me siento como si un hijo pródigo mío regresara a casa.

— ¡Andréu, no digas estupideces!

— ¡Candy! — se escuchó del insultado esposo; y de la esposa:

— Discúlpame, pero de verdad, no las digas.

— Está bien — contestó Andréu quien miró a Terry para sonreírse ambos de la reacción molesta de la mujer que, una vez arribado al comedor, no aguardó a que su marido le acomodara caballerosamente la silla, sino que llegó a sentarse y a pedir comenzaran a servir.

Obviamente, la falta de cortesía por parte de la anfitriona fue observada por Andréu: el encargado de ofrecer el asiento ¡justo! enfrente de Candy quien oía de nuevo conforme le tomaban la mano izquierda.

— Discúlpame; no quise incomodarte con mi comentario.

— No, no lo has hecho, es solo que... — Candy, evitando fuera notada una ausencia, se quitó la mano con la excusa de colocarse la servilleta en el regazo en lo que seguía diciendo: — no considero correcto te des un título que podría ser molesto para tu cuñado.

— Lo siento, tía; mi padre... murió hace poco, y para mí es un enorme gusto saberme tan querido por mi tío.

— Sí, claro — exclamó ella también evitando mirarse en él que en sí miraba a su tío, e igualmente había posado sus manos en la más cercana del ser extrañado que decía:

— Por eso, a partir de hoy, verdaderamente seré el hijo que nunca tuviste.

¡Dios! — expresó baja y molestamente ella que escuchaba:

— Y sabes que ésta es tu casa, y que podrás disponer de ella cuando tú lo quieras.

— ¡¿En serio?! — inquirió Candy conteniendo las ganas de estampar los puños sobre la mesa.

— Será un breve tiempo, querida, en lo que él...

¡Maldito seas, desgraciado! — ella se lo dedicó pensativamente a Terry quien por dentro se carcajeaba abiertamente, mientras que por el exterior reflejaba una sonrisa agradecida.

— Te doy mi palabra, tía, voy a portarme bien.

— ¡¿Y tu familia?! — preguntó una tremendamente irritada ella no tanto por estar interesada sino por sonar cáustica: — ¡¿también la traerás a vivir aquí?!

— ¡Sería de lo más genial! — exclamó Terry haciendo grandes esfuerzos por contener la risa interna de la bella cara femenina que a través de sus ojos destellaba furia; — pero... no tengo, tía. Es verdad, estuve involucrado en una relación que poseía tintes serios; mas a último momento, los dos comprendimos que casarnos era un error.

— ¿Y después? — indagó un falsa Candy.

— ¡Me gustó la vida de soltero! y así llegué a mis 47 años.

— ¿Haciendo nada?

Hubo dicho Candy sin haber podido controlar su pensamiento, lo que causó finalmente el estallido de risas por parte de Terry; en cambio, Andréu la nombraba seriamente:

— Candy, amor, por favor.

— Lo siento, querido, yo...

— ¡No, no, no, tío! ¡No pasa nada! Me parece bien que mi tía Candy sea tan directa.

— Bueno, es que...

— Candy, estoy al tanto de lo que ha pasado con Terry. Y es verdad, podemos tener mil proyectos planeados, y es lamentable que uno nunca llegue a su culminación exitosamente por carecer de contactos y ayuda monetaria. Mi padre hizo mal con quitarle a mi hermana parte de su herencia. Mi cuñado creyó que solo de orgullo se puede vivir; así que, si yo puedo darle eso y más a mi sobrino, lo haré con mucho gusto.

— Siendo así, y habiendo hablado el señor de este hogar... — Candy tomó la copa de vino que se le sirviera para celebrar de dientes para afuera: — bienvenido, "sobrino", ya que como te habrás dado cuenta, has traído más que felicidad al corazón de mi marido. Con permiso —, la mujer se puso de pie, dejando copa, aventando la servilleta y anunciando: — ya no tengo apetito. Buen provecho.

— Candy...

— Déjala ir, tío — Terry sostuvo un brazo, — es normal que esté molesta. Comamos tú y yo, y después, intenta hablar con ella.

El costo de una infidelidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora