Centro de escritura

Puerta abierta

Sumida en mis propios pensamientos como ya me era costumbre, presente de forma física más no mental, me encontraba en mi asiento a mitad de una clase poco atractiva. El sonido de las voces a mi alrededor llegaba de igual manera que llega cuando estás completamente sumergido en el agua. No era que creyera que la escuela es inútil o una pérdida de tiempo, pero hasta cierto punto, cuando quedan solo tres meses para terminar la preparatoria, te sientes más afuera que adentro. Poco a poco las voces se volvieron más claras, sobre todo porque repetían mi nombre acompañado de miradas curiosas. Desperté de mi trance para ver al director en la puerta esperándome algo impaciente. Sin preguntarme cuál era la razón me levanté apresuradamente y lo seguí hasta su oficina. No tenía miedo, no era la clase de chica que se mete en problemas, más bien se trataba de una ligera curiosidad.

Entré a su oficina suficientemente impregnada de olor a café como para que su olor agradable natural se volviera rancio y pesado. Lo primero que llamó mi atención fue la mirada de Lorena, mi mejor amiga durante la secundaria. Las dos estábamos sumidas en una silenciosa batalla digna de dos predadores, calculando cada movimiento de la otra esperando que apartara la vista.Mi mente conectó los cables instantáneamente, dos estudiantes de último semestre con excelentes notas en la oficina del director solo podía significar que la oportunidad de una beca estaba presente para ambas.

La saludé con un pequeño gesto de mi mano, y ella respondió en igual forma. En algún punto de mi vida había sido mi apoyo; éramos completamente opuestas pero a la vez justo lo que la otra necesitaba. Todo esto cambió cuando entramos a la preparatoria, estábamos tan acostumbradas a ser inseparables, que al estar en diferentes salones todo se desequilibró. Nuestra amistad terminó en una pelea que no se resolvió sino hasta pocos meses antes de esa reunión. Desde entonces nuestra relación era mejor, pero ni una pizca de lo que había sido antes.

Tomé asiento junto a ella tratando de acomodarme en la incómoda silla, no es que fuera dura ni mal diseñada, pero era la clase de incomodidad que encuentras en salas de hospital o en este caso oficinas de directores. Él empezó con una de sus clásicas introducciones, siempre innecesarias y desesperantes que solo te dejan ganas de tener la habilidad de adelantar el tiempo. Nos relató cómo nuestra buena y respetable institución cuenta con todo tipo de beneficios para sus alumnos, y de todos los excelentes convenios que contaba con universidades de gran renombre. Para cuando estaba llegando al punto importante, mis uñas estaban clavadas cual espinas en mis palmas sudorosas. No era como si yo no hubiera hecho nada con respecto a la universidad, pero parte de mí estaba esperando el tipo de desenlace al estilo cenicienta de que alguien llegara y me ofreciera la oportunidad de mi vida. Irreal, lo sé, pero eso no cambia el hecho de que hubiera estado en mi mente en algún punto.

La forma en que funcionaban los convenios era la siguiente, los diez mejores promedios de la generación tenían la oportunidad de elegir una de las seis becas de excelencia que ofrecen las universidades involucradas. Estas becas eran lo mejor que la universidad podía ofrecer a un alumno con el promedio más alto, generalmente cubría entre el 90 al 100% de la matrícula. El primer lugar tenía derecho a elegir cualquiera de las seis, el segundo lugar elegía de las que restaban y así sucesivamente. Si dos personas estaban interesadas en una misma beca y tenían el mismo promedio, uno de los dos podía cederla y dejarle el camino libre al otro o de lo contrario debían concursar en un examen. Yo no estaba cerca de ser el primer lugar, por lo que desde el principio de mi último año ya me había hecho a la idea de buscar una beca por mi cuenta.

Esto no significaba que yo no tuviera el interés de alcanzar el primer lugar, pero al ver cómo los que aspiraban a éste sufrían de estrés y hasta obtenían canas prematuras durante la temporada de evaluación, preferí conservar mi salud mental en lugar de someterme a ese baño de sangre. Por lo que durante esos 3 años procuré tener buenas calificaciones y cumplir con los trabajos sin sacrificar mi tiempo recreativo y familiar para lograrlo. Todo esto me llevó al lugar número 8 en esa lista, por lo que yo había pensado que todas las becas ya habían sido ocupadas.

Pero la voz del director resonando en mi cabeza decía todo lo contrario. “¿Alguna vez han considerado estudiar en la UPAEP?” Recordaba como hacía unos pocos meses durante mi investigación rutinaria de planes de estudios había entrado a la página de la UPAEP, pero si no mal recordaba, no era lo que yo había estado buscando. Sin embargo no me atreví a rechazarla , era una oportunidad que ni mi bolsillo y ni el de mi familia podían negarse. Al igual que yo, Lorena pidió unos días al director para pensarlo. Todo el camino a casa mi cabeza y mi estómago se sentía a bordo de una montaña rusa sin fin. ¿Estaba dispuesta a cambiar lo que quería solo por dinero?

 

Llegando a la casa subí directamente a la oficina de mi padre. El sonido ahogado de sus canciones de los 70s, según él la mejor época de la música, resonaba desde el piso de abajo. Mis palabras salían atropelladas y sin orden alguno de mi boca, por lo que tuve que repetirlo al menos tres veces antes de que él entendiera lo que quería decir.

--“¡Muchas felicidades hija!”, dijo instantáneamente mi papá emocionado. Por lo que tuve que explicarle mi dilema, dos segundos después él estaba tecleando la dirección de la página de la universidad en su computadora y abriendo la pestaña de la carrera de comunicación. Lo que leí era diferente a lo que recordaba haber visto meses atrás. El plan de estudios estaba cambiado, parecía que yo misma lo había escogido materia por materia. En ese momento no pude pensar en otra razón para ello más que un milagro. Una señal que no pudo haber sido más evidente si me hubiera golpeado directo en la cara. El resto del día no pude apartar de mi cabeza la idea de la beca, inundaba cada uno de mis pensamientos y conversaciones. La sensación cosquilleante típica de cuando se tiene la certeza de que tu vida cambiará de manera contundente después de esto no se apartaba de mi.

Al día siguiente me planté en frente de la oficina del director desde el momento en el que llegué a la escuela. En cuanto llegó le hice saber que estaba más que dispuesta a aceptar la beca. Pero claramente los milagros no son tan fáciles de obtener sin antes sufrir un poco. Lorena había decidido aceptarla también, no porque encontrara su carrera soñada en esa universidad, sino que quería tenerla como opción. Lo que significaba que ambas tendríamos que hacer un examen y quien tuviera la mejor puntuación se quedaría con la beca.

Lorena no era una persona simple, era un espíritu libre que no tenía la capacidad de tomar una decisión definitiva hasta para las cosas más mundanas. Era tantas cosas que no podía elegir qué quería ser el resto de su vida. Era bailarina, baterista, paramédico, fotógrafa, girl scout, cantante, dibujante, investigadora y poeta de post-its. Todo esto hacía que la beca estuviera en peligro, pues si no llegábamos a un acuerdo en una semana, la beca se perdería. Por otro lado, si por alguna razón después de ganarme en el examen se arrepentía de su decisión, yo no podría tomarla tampoco. Además de que al aceptar la beca uno debía decidir de manera definitiva cuál carrera era la que quería.

Un par de días pasaron, el contacto visual era imposible. La tensión era demasiada como para poder dirigirnos la palabra. No nos guardamos ningún tipo de rencor, pero para las dos esto no era una oportunidad fácil de dejar. El director volvió a llamarnos a su oficina una vez que se venció el plazo que nos había dado para pensarlo. Un sabor metálico y desagradable se había instalado en la punta de mi lengua desde que crucé esa puerta. El silencio duró unos sólidos y agonizantes segundos antes de que ella empezara a hablar. Como en cualquier momento crítico de mi vida, mi cerebro parecía no saber cómo procesar las palabras que escuchaba por lo que no recuerdo exactamente lo que dijo. Pero la idea se instalaba en mi mente como un espectacular iluminado por cientos de reflectores.

Ella renunciaba a la beca porque no había sido capaz de tomar una decisión final, y esperar más tiempo solo acabaría por perjudicarnos a las dos. Una gran parte de mi no podía estar tan emocionada por esto. Sabía perfectamente que su situación familiar al igual que la mía no era la mejor, y que una beca así pudo haberla ayudado tanto o más que a mi. Pero ambas sabíamos que aunque hubiera tenido cinco meses enteros para pensarlo tampoco hubiera podido decidir qué hacer con su vida. Le dí una mirada significativa acompañada con una leve sonrisa, ella sabía que tenía miles de palabras de agradecimiento acumuladas en la punta de la lengua, por lo que me devolvió la sonrisa.

No recuerdo haber estado en mis cinco sentidos al firmar la hoja que me convertía en la receptora de la beca excelencia de la UPAEP. Ni haberme sentado en mi lugar una vez que había regresado al salón y mucho menos de las clases que le siguieron. Pero algo que sí recuerdo vívidamente son las sonrisas en las caras de mis padres y de mi hermana al contarles la noticia. Y esa sensación de ligereza que se tiene cuando un cúmulo de estrés y incertidumbre es liberado.

 

Sobre la autora:

Una simple chica ¿qué puede hacer para cambiar al mundo? ¿Podrá siquiera empezar por cambiarse a ella misma? En este periodo tan vital de mi vida, tan ansiosamente esperado e igualmente temido, lo menos que se espera de mí es tomar absolutamente todas las decisiones que me marcarán por el resto de mi vida. Viviendo con la cabeza metida entre letras de canciones, tareas y videos de youtube es difícil creer que llegaré a hacer algo mínimamente cercano a lo que se espera de mí. Pero mi meta es clara, al menos para mí. No importa cuál camino decida tomar o qué tan lento sea, quiero caminar con mis propios pies, siempre manteniéndome lo más apegada posible a la mejor versión de mí que siempre he anhelado ser. Mi objetivo como persona nunca se ha enfocado a cuánto dinero y poder puedo amasar, o qué tan famosa pudiera llegar ser; pues considero que no importa cuánto de eso tengas, si al despertar no sientes pasión por ese día es igual a que si estuvieras muerto.