Río Verde: el oasis escondido junto a la Costa Tropical

Pozas color esmeralda te esperan en pleno Parque Natural Sierras de Tejeda, Almijara y Alhama. ¡Todo un paraíso!

Río Verde: el oasis escondido junto a la Costa Tropical

Nacho Sánchez

Ponte las botas de senderismo y el bañador. Échate crema, prepárate un picnic y guarda el móvil donde no se pueda mojar. Afrontamos los últimos días de calor de la temporada con una refrescante escapada.

Nos vamos a uno de los rincones más singulares de la geografía granadina, escondido entre densos pinares y lejos de todo. Pozas color esmeralda, puentes colgantes, cañones de piedra caliza y naturaleza en estado puro son sinónimo de río Verde. El lugar perfecto para soñar con un verano eterno.

Otívar, a media hora al norte de Almuñécar –en la Costa Tropical de Granada– tiene un millar de habitantes y una maravilla natural. Un secreto a voces bien guardado entre las infinitas curvas de la A-4050 –conocida como Carretera de la Cabra– y un buen paseo por una pista forestal que se adentra en el Parque Natural Sierras de Tejeda, Almijara y Alhama.

Este camino de tierra es perfecto para una caminata, pero cuando el termómetro sube mucho, merece la pena pagar los cinco euros que la sociedad cooperativa Campo de Cázulas cobra para transitarlo en coche. Una vez junto al río, cuando el agua empieza a sonar, hay varias zonas de aparcamiento donde dejar las comodidades y, por fin, lanzarse a descubrir río Verde mientras, poco a poco, se va perdiendo la cobertura.

Si la primera impresión es la que cuenta, la que ofrece este exquisito escondrijo de la sierra granadina es la de quedarse a vivir para siempre. Basta caminar unos minutos, pocos, para entender que este lugar está lleno de sorpresas.

La primera, en forma de una poza de agua muy fresca y clara. En ella cae una cascada sobre la que cruza un puente colgante, pero recuerda, no estás en Costa Rica ni cualquier otro país tropical: estás en pleno secarral andaluz, pero rodeado de una naturaleza con paisajes que recuerdan a Los Alpes y la exuberancia vegetal de un cauce que no se seca nunca gracias a los aportes de los barrancos cercanos. Es el momento quitarse las botas, saltar, nadar y sonreír, que para eso hemos venido.

Antes de cruzar el puente, hay que descender a su margen izquierdo para encontrar otra postal protagonizada por una charca turquesa rodeada de helechos y el rumor de un pequeño salto de agua. Es, sin duda, uno de los lugares más bonitos y accesibles del recorrido. Por eso es el elegido por muchas familias para, durante los fines de semana, disfrutar de un día de campo.

Un homenaje al agua

Nacho Sánchez

Y, aunque probablemente te apetezca quedarte para siempre, es más que recomendable ponerse de nuevo el calzado montañero para lanzarse a recorrer un sendero que asciende entre romero, lentisco, brezo y pequeños matorrales de boj.

Si paseas con calma y en silencio, te cruzarás con algún lagarto ocelado o pequeñas lagartijas de cola celeste. Por los riscos podrás ver cómo las cabras montesas te miran con curiosidad.

En el camino hay un par de miradores donde detenerse para retomar fuerzas y observar una vista que parece sacada de los Picos de Europa, con rocas calizas y densos bosques de pinos.

Río Verde

Nacho Sánchez

Cuando, unos 20 minutos después, la senda comienza a descender, es buena señal. Ve preparándote porque se acerca de nuevo lo bueno. Primero, caminando junto al río y, más tarde, cruzándolo en un par de ocasiones junto a pozas en las que recrearse, refrescarse y seguir olvidando que hay mundo más allá de estas aguas.

Un poco más arriba, bajo el segundo puente colgante, una gran piscina natural ayuda a subir la adrenalina con un par de saltos al agua lo bastante seguros como para atreverse. Allí, un rincón de rocas ejerce de grada donde sentarse, picar algo antes de comer y darse un nuevo chapuzón.

Aquí, ningún momento se desperdicia. Por eso también hay que caminar con calma, levantar la cabeza y observar un paisaje para enamorarse y volver mil veces.

Llegar aquí, llegar a la calma

Nacho Sánchez

Tras la segunda pasarela arranca la recta final de la ruta, salpicada de pozas donde bailotean las libélulas. La traca definitiva llega de nuevo con una cascada –esta vez denominada de la i griega por su forma– de una quincena de metros y que da vértigo solo de mirarla desde abajo.

Nadar bajo su vertical es toda una experiencia por la fuerza con la que cae el agua y el sonido que genera te envuelve para, ahora más que nunca, desconectar del mundo y volver a tu lado más salvaje. Te durará poco, eso sí, porque los golpes del caudal en la cabeza también duelen lo suyo.

Las piedras que ejercen de orilla son un lugar ideal para ver cómo los más atrevidos saltan desde lo más alto de la cascada y otros la descienden con cuerdas. Esa es otra estupenda opción para disfrutar de río Verde de la mano de las numerosas empresas que ofrecen esta práctica deportiva.

Sin embargo, no está mal dejar el barranquismo para la segunda visita. En esta toca dejarse llevar y chapotear sin mirar al reloj. Ya habrá tiempo para las prisas, pero, mientras tanto, río Verde es un oasis natural para la desconexión.

Río Verde

Nacho Sánchez

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