48 horas en Tánger

Solo quien sepa apreciar la belleza distópica del caos, quien se deje guiar por el instinto y ame la exótica luz del norte de África como lo hizo Matisse, será capaz de desvelar los secretos que esconde la ciudad marroquí.
Tnger Marruecos.
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Tánger es eterna y fugaz, una ciudad contradictoria en la que caminar junto al pasado por las angostas callejuelas de su medina, sin nunca dejar de mirar al frente, no nos vayamos a perder alguna arquitectura reseñable o nos acabemos chocando con un futuro turístico en ciernes. En esta escapada de 48 horas en Tánger nos perderemos entre los puestos de especias de su zoco, nos embriagaremos con las especies tropicales que crecen en sus jardines y probaremos, sorbo a sorbo, pedazo a pedazo y friega a refriega, su idiosincrasia más auténtica.

Con un ojo puesto en el Estrecho (Cádiz está justo enfrente y su perfil puede verse en los días claros desde la costa marroquí) y el otro en el Magreb, Tánger siempre ha estado en una encrucijada de caminos: puerta de Oriente y puerto hacia Occidente. Quizás por ello ha sido un punto estratégico deseado por cartagineses, romanos, almorávides, portugueses, españoles o ingleses, entre otros. Un lugar de gran efervescencia política que se convirtió en el destino favorito de artistas y escritores de todo el mundo a mediados del siglo pasado, porque ellos, al igual que sus antecesores, también supieron ver –gracias a su instinto– la belleza distópica del caos, la misma que les hizo quedarse prendados para siempre de la exótica luz del norte de África. ¡Arrancamos nuestras 48 horas en Tánger!

Puerto de Tánger.

VIERNES POR LA TARDE

No hace falta irse muy lejos para disfrutar del un arenal tranquilo en el que dejar la toalla y ponerse a caminar descalzos antes de despedir al sol hasta el día siguiente. La playa urbana de Tánger, al otro lado del puerto y la marina, destaca, además de por su enorme tamaño, por la tranquilidad que desprende. Protegida por la bahía, aquí no hay chiringuitos por doquier, ni restaurantes atrapaturistas, por no haber no hay prácticamente turistas. Lo que sí que hay es grupos de familias colocando convenientemente las sillas sobre la arena preparándose para romper el ayuno después del atardecer en Ramadán; jóvenes jinetes disputando improvisadas carreras a caballo por la orilla del mar y el suave y atrayente perfil de la costa gaditana al otro lado del Estrecho, escondido entre la bruma y la sal para recordarnos lo cerca y, a la vez, lo lejos que estamos de casa.

A nuestra espalda, en la primera línea de playa, las modernas edificaciones vestidas de un blanco impoluto se presentan cual guardianes de la noche que, en forma de apartamentos y hoteles, nos invitan a descansar plácidamente con todas las comodidades contemporáneas antes de partir al amanecer para conocer el corazón más antiguo e histórico de la ciudad. Este es el caso del Barceló Tanger, un cinco estrellas de 200 habitaciones, completamente renovado en 2022 y con un magnífico restaurante en el que probar platos como el tartar de bogavante y aguacate. Cocina de fusión marroquí y española que despierta nuestro interés y nuestras papilas gustativas.

Vistas desde el hotel Barceló Tanger.

Alexandre Chaplier

SÁBADO POR LA MAÑANA

La dulce luz del amanecer norteafricano nos recuerda que no estamos en cualquier destino, sino en aquel en el que Matisse encontró la inspiración, así como una nueva ilusión vital, una que cambiaría para siempre su forma (y la nuestra) de entender la pintura. Ni siquiera la inusual lluvia con la que la ciudad marroquí le dio la bienvenida pudo ensombrecer el azul puro tangerino –"tan poco mediterráneo"– que más tarde el artista inmortalizaría en sus cuadros más icónicos, como Paisaje visto desde una ventana.

Siguiendo los pasos del pintor francés, llegaremos hasta la Kasbah de Tánger, fortificación situada en la cima de la colina de Mershan, dentro de la medina, cuyo origen primigenio se remonta al siglo XV. Esta estructura defensiva amurallada que albergó a la élite que gobernó Tánger durante cientos de años, hoy en día acoge en su interior un amasijo de estrechos callejones, casas tradicionales adornadas con azulejos, mosaicos y buganvillas y puestos de artesanos como los que se dedican a la costura.

Puerta Bab El-Assa desde la Terraza de la Medina.

Terraza de la Medina

Dejándonos llevar por la intuición, por las fotos de la ciudad portuaria con más corazones en Instagram o por los provocativos colores del fauvismo utilizados por Matisse para recrear sus rincones favoritos (cada cual que elija su motivo favorito), llegaremos caminando hasta el santuario marabout Ben Ajiba y la puerta Bab El-Assa, que conduce hacia el Dar el Makhzen, antiguo palacio del sultán construido entre finales del siglo XVII y principios del XVIII y reconvertido, en la actualidad, en el Museo de la Kasbah, dedicado a las culturas mediterráneas y con una colección arqueológica y etnográfica que ahonda en la historia tangerina y marroquí.

Justo enfrente de la puerta que da acceso a la zona fortificada, se encuentra la Terraza de la Medina, un moderno restaurante en el que probar platos tradicionales elaborados con mucho ‘gusto’, como el tajine de cordero, así como divertidos cócteles sin alcohol que llegarán a la mesa servidos en originales vasos de cerámica con forma de animales.

Medina de Tánger.

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Esta atalaya gastronómica es perfecta para observar el skyline tangerino en todo su esplendor, tanto desde la sala acristalada del último piso como desde su encantadora terraza. Aunque, si eres de los que te dejas llevar por la curiosidad (o la osadía), te recomendamos subir por la angosta escalera de caracol hasta su azotea: te sentirás un poco como Matt Damon dominando la escena, saltando de tejado en tejado (en tu caso con la mirada), esquivando el entramado caótico formado por centenares de antenas de televisión y cuerdas de tender la ropa. Cabe recordar que la pelea del ex-agente de la CIA en la medina de Tánger que aparece en El ultimátum de Bourne está considerada por muchos como una de las mejor rodadas de los últimos tiempos.

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SÁBADO POR LA TARDE

A escasos metros, el Coffee Cultural Cherifa llama la atención por su renovada y artística fachada, donde un grafiti a modo de enorme ilustración en blanco y negro enmarca una terraza, esta vez a pie de calle, en la que los jóvenes se dedican a charlar y tomar el típico té de menta. No es tan alternativo como el cercano Cafe Baba, en el que aseguran los Rolling Stones entraron algo más que inspiración (existe una foto de Keith Richards fumando en él una pipa sebsi), ni tan bohemio como el Café Hafa, frecuentado por artistas y escritores, como Juan Goytisolo o Luis Eduardo Aute, quien le dedicó hasta una canción: “Te recordé desnuda bajo el cielo protector tomando té, adormecida sobre tu chador cuando te amé en las terrazas de Hafa Café. Hafa Café”.

Terraza del Coffee Cultural Cherifa.

Marta Sahelices

Otra puerta imprescindible para entender el punto geográfico en el que nos encontramos, allí donde el Atlántico y el Mediterráneo se cruzan, es Bab Al Bahr, conocida como la ‘Puerta del Mar’, que desemboca en un espectacular mirador que domina el Estrecho de Gibraltar. Salvaguardado por la recuperada fachada de la muralla histórica portuguesa, donde fueron encontradas unas catacumbas secretas, este punto elevado de la ciudad regala una espléndida panorámica del puerto y del la costa española. Seguramente la luz del atardecer te recuerde a la gaditana por su intensidad.

Ver la puesta de sol desde el continente africano tiene su aquel, pero también podemos despedir el día con otra experiencia igual de mágica y marroquí: en un tradicional hammam. Dado que este ritual de baño y limpieza puede ser un pelín hosco desde el punto de vista europeo, es recomendable tomarlo en un espacio que nos resulte confortable, como puede ser el spa del Barceló Tanger, pues recibiremos el vapor en una sala recubierta de mármol blanco, justo antes de ser cubiertos por el ghassoul (o arcilla del Atlas), frotados y refrotados con el guante de kessa para exfoliar la piel e hidratados con el aceite esencial de rosa procedente del valle de las rosas de Marruecos.

Puerta Bab El-Fahs desde la Plaza 9 de Abril.

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DOMINGO POR LA MAÑANA

Ya no quedan encantadores de serpientes en el gran zoco de Tánger, situado en pleno centro de la ciudad, pero otras muchas son las atracciones de este lugar de encuentro, tanto de los locales como del Tánger antiguo y el nuevo Tánger. A un lado de la puerta Bab El-Fahs, la Plaza 9 de Abril, con su Cinema Rif de estilo Art Nouveau y la mezquita de Sidi Bouabid apuntando alto con su esbelto minarete; al otro, decenas de puestecillos repartidos por angostas y serpenteantes callejuelas en los que poder comprar desde aromáticas especias hasta ricos dulces marroquís como las pastelas que se preparan en el acto (y con la mano directamente sobre la plancha). También hay en este mercado al aire libre vendedoras ambulantes de frutas y verduras ataviadas con los trajes tradicionales, curtidores de piel y todo tipo de artesanos.

Aceitunas de todos los colores inimaginables comparten espacio con telas de vistosas tonalidades. Un barbero corta el pelo a un muchacho, mientras otros dedican la mañana a ver la vida (y la gente) pasar. Los niños revolotean y comparten risas con sus amigos mientras los mayores hacen cola para comprar en la carnicería, la pescadería o la huevería. Un horror vacui de emociones que nos asaltará a cada vuelta de la esquina.

Vendedoras con los trajes tradicionales.

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Ensalada de cuscús, sandwich vegetal (de la huerta) y el tajine del día encontraremos en la carta de la cafetería de Donabo Gardens, unos jardines de ensueño –situados sobre una colina que domina el bosque y el mar–, pero también de sueño, concretamente el que tuvo Lala Malika El Alaoui cuando decidió crear este espacio verde a las afueras de la ciudad, allí donde de pequeña imaginaba cómo sería plantar junto a los acantilados miles de especies vegetales.

Dicho (ahorrado) y hecho. Gracias a ello hoy podemos sorprendernos con la tropicalidad de los hibiscos, perdernos en el laberinto de mentas (aseguran que la infusión de sus hojas es la bebida más antigua consumida en Marruecos), sentarnos junto a las flores de rocalla, esquivar a los polinizadores que acuden a por su ración diaria de salvia o pedir un deseo antes de cruzar el arco que conduce hasta el jardín chino, que invita a la meditación (y las fotos). “Volver alguna vez a Tánger” fue el mío. Ahora es momento de que seas tú quien te dejes guiar por la intuición y acabes visitando esta ciudad en la que Oriente está en la otra orilla.

48 en Tánger dan para mucho, pero seguro que a estas alturas, ya estés pensando en volver.

Jardín chino en Donabo Gardens.

Marta Sahelices

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