El abogado Miquel Roca, socio fundador y presidente de Roca Junyent. ©Ines Baucells
ENTREVISTA A MIQUEL ROCA JUNYENT

“El totalitarismo nace en la excesiva ideologización de las pequeñas cosas”

El veterano abogado asegura que Barcelona está en una etapa de transición, pero lamenta que no exista "un modelo de ciudad claro, ni la humildad para aceptar visiones distintas" y entender que "la verdad es poliédrica". Reclama pactos y advierte del peligro de no participar de los grandes eventos y dejar de tener presencia en el mundo.

Ahora es el momento de cambiar. Ahora es el momento de Barcelona. Bajo este lema, Miquel Roca i Junyent se presentó como alcaldable de Barcelona. No ganó las elecciones. Pasqual Maragall, contra pronóstico, sumó tres concejales más que Roca y se convirtió en alcalde. Esa fue su última aventura política.

Desde entonces, sin embargo, además de ser un activo político y empresario, se ha involucrado en la vida social, cultural y cívica de su ciudad, Barcelona. Ha sido presidente del Museu Nacional d’Art de Catalunya, vicepresidente de la Fundació Barcelona Cultura, presidente de la Societat Econòmica Barcelonesa d’Amics del País y presidente de Honor de Alumni Universitat de Barcelona. Un señor de Barcelona.

— ¿Cómo ve Barcelona?

— Es muy difícil que uno mismo se pronuncie sobre su propia ciudad de forma objetiva. La explicación de tu propio cosmos es muy complicada. Es mi ciudad, la que amo, es la que me gusta. Es decir, todas las otras ciudades son interesantes, pero la ciudad donde vives es una parte de ti mismo.

— Pero…

— Barcelona, en ese momento, está en una etapa de transición. Vamos hacia una nueva estructura de ciudad, una nueva realidad social que condiciona a toda la ciudad. Y lo difícil no es definir el modelo final: es transitar. Cambiar de un modelo a otro. Estamos en una etapa de transición donde existe una gran confrontación entre dos opciones contrapuestas: la que quiere acelerar la transición para mañana mismo y la que intenta preservar la esencia sin aceptar este cambio.

Estamos en una etapa de transición donde existe una gran confrontación entre dos opciones contrapuestas: la que quiere acelerar la transición para mañana mismo y la que intenta preservar la esencia sin aceptar este cambio

— ¿Y mientras tanto?

Pues ni unos ni otros. Es una pretensión absurda creer que se puede construir una nueva forma de vivir en la ciudad en cuatro días. Es absurdo. Cuando Barcelona derribó las murallas tardó 50 años en edificar la nueva ciudad. ¿Ahora será más rápido? Es posible, pero no puede hacerse en menos de 20 años. Y mientras tanto, el deber de cualquier administración, es que esta transición no estropee la ciudad. ¿Que debemos hacer una ciudad que tenga menos circulación de vehículos? Seguro que sí. Pero mientras no lleguemos a tener una menor circulación debe existir un orden.

— Y los que quieren preservar la esencia, ¿qué?

— Los que no quieren tocar nada se equivocan totalmente. Esto no hay quien lo pare. El cambio es imparable. La nueva configuración del mundo hace que el epicentro de los cambios se realice en las ciudades. Generamos cambio y somos el escenario del cambio.

La nueva configuración del mundo hace que el epicentro de los cambios se realice en las ciudades. Generamos cambio y somos el escenario del cambio

— Para hablar de transiciones no hay mucha gente mejor que usted. Ahora bien: una transición es ir de un punto A a un punto B. El punto A lo sabemos. Pero el punto B, que es esencial para movernos, ¿cuál es?

— Es esencial sí, pero debes aceptar que la propia evolución del tiempo lo irá ajustando. Es decir: tú puedes tener un modelo de ciudad, pero debes ser lo suficientemente flexible y humilde para creer que la propia ciudad puede generar inflexiones en este dibujo final. La ciudad es un escenario vivo y cambiante. Dicho esto: en estos momentos no existe un modelo de ciudad claro ni la humildad para aceptar visiones distintas. Existe una prepotencia muy infantil.

 No existe un modelo de ciudad claro ni la humildad para aceptar visiones distintas

— Vayamos a temas reales. ¿Qué retos tiene Barcelona?

— Tiene un reto fundamental: la movilidad. Y segundo, el diseño urbano no puede estar reñido con la calidad.

— Explíquese.

— En estos momentos, la degradación de los chaflanes es un símbolo de la ciudad. Hemos degradado los chaflanes. Y lo hemos hecho gratuitamente, sin sentido. Mierda acumulada, contenedores no resueltos y espacios para terrazas que ni la pandemia justificaba. Hemos devaluado la comodidad que tenía en el Eixample, por ejemplo.

Miquel Roca considera que estamos ante un reto enorme: la metropolitanización de Barcelona. ©Ines Baucells

— Además de proyecto, también se necesita liderazgo, ¿no?

— Todos estamos instalados en el discurso del reconocimiento de la diversidad. Y reconocer la diversidad es aceptar el pluralismo. Y aceptar el pluralismo significa que la verdad es poliédrica. Sin embargo, todos aquellos que nos hablan de diversidad quieren hacer una ciudad monolítica, desde una única visión: la suya. En algunas zonas de la ciudad hemos aplicado unos cambios tan grandes que en lugar de integrar lo que hacen es expulsar. Y esto ocurre porque la ciudad está planteada desde un prisma ideológico monolítico.

— Barcelona siempre había hecho bandera de la colaboración público-privada. No sé si ahora es algo tan latente.

— Esto es un mito. Todo el mundo habla de este tema, pero nadie se lo cree. Sobre todo, quien no se lo cree, es el sector público, ya que la colaboración con el sector privado le molesta. En estos momentos, los requisitos que pone el sector público para colaborar con el privado parecen pensados para que esta colaboración no se produzca. No niego que se puedan dar casos, pero pueden tardar seis o siete años en formalizarse.

Los requisitos que pone el sector público para colaborar con el privado parecen pensados para que esta colaboración no se produzca

— Tenemos la Copa América.

— La única excepción. Barcelona Global ha sabido jugar bien sus cartas. Lo han hecho muy bien. Pero parece un pequeño milagro, puesto que en todo lo demás impera la cultura del no. Todo lo demás es no. Y la iniciativa del sector privado convive muy mal con la cultura del no. Es muy difícil conseguir que la administración entienda que la modernidad es la colaboración público-privada.

Es muy difícil conseguir que la administración entienda que la modernidad es la colaboración público-privada

— ¿Por qué ocurre esto?

— El mundo de la política ha generado, en ocasiones con fundamento, mucha desconfianza del sector privado. Se ha visto al sector privado como un intruso o como un egoísta que contempla el interés general desde su propia perspectiva. Pero muchos de los debates actuales no pueden resolverse sin un acuerdo entre lo público y lo privado. El debate de la sostenibilidad, por ejemplo, es metafísicamente imposible resolverlo sin esa colaboración.

— El sector privado, en ocasiones, no ha sabido explicarse muy bien.

— No te lo discuto. Pero la obligación del sector público es superar esta situación. Nunca se puede excusar en el defecto de forma. Así nunca habríamos hecho ningún cambio sustancial en la historia de la humanidad. El sector público debe entender que el cambio no le pertenece sólo a él, pero tiene la responsabilidad de liderarlo.

— ¿Volvemos a los retos?

— Los grandes retos nunca se ofrecen en las respuestas materiales. Los grandes retos son intelectuales. Y nuestro reto es comprender qué debe ser Barcelona. Concreto. El progreso de la humanidad pasa por la densificación de las ciudades, ya que el futuro de mucha gente está en las grandes ciudades. Es decir, no puede decirles a los africanos que no vayan hacia la capital. La densificación bien administrada nos lleva a la cultura. Es lo que aporta la capacidad de generar nuevas tecnologías. Una nueva tecnología quizá la puedes inventar en el Montseny, en lo alto de una montaña, pero la aplicas a la densificación. Por tanto, el principal reto es crear una densificación sostenible, pero en ningún caso evitar la densificación. Porque con esto estás condenando a la gente a la miseria.

El progreso de la humanidad pasa por la densificación de las ciudades. La densificación bien administrada nos lleva a la cultura

— Pero, en Barcelona, hay mucha gente que pone en duda los grandes eventos…

— Es una gran irresponsabilidad. La obligación de cualquier administración es adaptar los eventos a unas características compatibles con la ciudad, pero no rechazarlos. Si no participamos de los grandes eventos, dejaremos de tener presencia en el mundo y pasaremos a la inoperancia, a la ignorancia. Nos convertiremos en una ciudad entristecida y devaluada.

Si no participamos de los grandes eventos, dejaremos de tener presencia en el mundo y pasaremos a la inoperancia, a la ignorancia. Nos convertiremos en una ciudad entristecida y devaluada

— Su tradición política tenía muy claro que toda acción podía generar unas externalidades negativas que debían asumirse.

— …y ahora, en cambio, hemos renunciado a hacer pedagogía y, en muchos casos, lo hemos sustituido por algo terrible: ideologizar a la gente en función de tus propios parámetros mentales. Tenemos una gran tendencia a decir “Si quieres ser bueno, di lo mismo que digo yo”. Y esto es empobrecedor.

Roca cree que muchos de los debates actuales, como el de la sostenibilidad, no pueden resolverse sin un acuerdo entre el sector público y el privado.

— ¿Qué activos destacaría de la ciudad?

— Muchos. La gracia de Barcelona es que el activo es ella misma. Es una ciudad de un equilibrio singularísimo. Pero tenemos un reto enorme: la metropolitanización de Barcelona. Debemos saber encontrar el punto de equilibrio. La metrópoli no puede llegarnos por asfixia, debe llegarnos por ambición.

La metrópoli no nos puede llegar por asfixia, debe llegar por ambición

— ¿Y ambición es tener un mejor aeropuerto?

— Este es otro reto. No podemos dejar perder oportunidades. Algunos dicen que vamos hacia la desaparición de los aviones. Y es posible que así sea. No lo niego. Pero no será hoy, quizá hacia el 2050. Y yo quiero llegar vivo al 2050. Y justo éste es uno de los dilemas de Barcelona: “Como soy incapaz de crecer sosteniblemente, me apunto al decrecimiento”. Y no, ¡esto no es un modelo! ¡Esto es cobardía! Y esa cobardía nos lleva a la miseria.

— ¿Cómo debe relacionarse Barcelona con su entorno?

— Aquí comparto las tesis pujolistas: la Barcelona metrópoli no puede ahogar a Catalunya. Necesitamos una Catalunya equilibrada. Y ahora tenemos una gran decisión política sobre la mesa: cómo construimos esta gran metrópoli. Podemos hacer un único municipio –estilo Gran Londres– o hacemos una federación de municipios. Éste es el tema: ¿L’Hospitalet o Cornellà dejan de existir o pasan a ser un barrio con un autogobierno?

— Ya pasó con Gràcia, el Clot y otros pueblos.

— Sí, políticamente desaparecieron y se crearon los distritos. Pues bien, al igual que existe la carta municipal se podría hacer la carta metropolitana. Pero vaya, que se sienten y que hablen sobre el tema.

De la misma manera que existe la carta municipal se podría hacer la carta metropolitana

— Lo de sentarse y hablar no está muy de moda…

— El problema es la ideologización excesiva. El totalitarismo nace en la excesiva ideologización de las pequeñas cosas. La ideología es el motor del cambio, pero no en las pequeñas cosas. No podemos hacer ideología con el ancho de una calle, por ejemplo. Necesitamos hablar y llegar a acuerdos.

El expolítico, uno de los padres de la Constitución, pide que Barcelona no deje perder oportunidades.

— Tomar decisiones políticas actualmente es mucho más complejo, ¿no? Hay que ofrecer soluciones rápidas a problemas complejos e innovaciones disruptivas.

— Tienes toda la razón. Y, por tanto, como todo es tan complicado necesitamos pactos. La democracia es pacto. La prioridad debería ser pactar, puesto que el acuerdo entre diferentes genera confianza, crea estímulos y da fuerza. Es imposible que en una ciudad no puedas pactar. Nosotros lo hicimos.

El acuerdo entre diferentes genera confianza, crea estímulos y da fuerza

— Por suerte no tenían Twitter.

— No teníamos, cierto. Pero esto no puede ser una excusa. La política es siempre un ejercicio de aterrizaje a la realidad. Y la realidad tiene varios condicionantes: temporal, territorial, etc. Esto no es nuevo. El problema no es Twitter, sino la carencia de un proyecto colectivo ambicioso.