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Wassily Kandinsky
Composición VII
Óleo sobre tela. 200 x 300 cm

Galería Tretiakov, Moscú

 

¿Qué es lo que llevó a W. Kandinsky a realizar un cuadro mural como la Composición VII, en 1913? ¿Qué buscaba? ¿Cuál era su objetivo? ¿Cómo llegó a ese punto de abstracción en la pintura?

Kandinsky, pintor ruso nacido en 1866, con una formación académica en leyes y economía, empezó a pintar a una edad relativamente avanzada. Hubo varios acontecimientos, que él mismo relata en su libro Mirada retrospectiva, como detonantes de una manera de entender el arte, la pintura y la creación. Uno de ellos fue el impacto que le supuso acudir a una exposición de artistas impresionistas en Moscú, su ciudad natal, y quedar atrapado por El pajar, un cuadro de Monet en el cual casi no se distinguía el objeto del mismo. Las pinceladas desdibujaban el contorno del pajar y eso precisamente era la causa de la poderosa atracción que producía el  cuadro. Otro hecho significativo fue la obra de Lohengrin de Wagner y el concepto de obra de arte total con música, texto, escenografía, decorados, etc.

Significativa fue también la experiencia de visitar  las casas de madera en el Vologda. Penetrar en un mundo lleno de adornos, objetos, pinturas, iconos con sus lamparillas tintineando —“esas casas me enseñaron a moverme en el seno mismo del cuadro, a vivir dentro del cuadro (…) los objetos estaban pintados y adornados con abigarrados colores”—,  suponía quedar inmerso en el espíritu de la casa.

Kandinsky buscaba llegar al absoluto y expresar la dimensión espiritual se convirtió en su objetivo primordial ?que culminó en las denominadas Composiciones y especialmente en la número VII?, así como manifestar su propia esencia interior mediante la pintura y el arte.

Sus obras iniciales combinaban rasgos del art nouveau, con las historias fantásticas del folklore ruso a las que se unían llamativos contrastes de color que anunciaban sus abstracciones posteriores. Después de su viaje y estancia en Alemania, en Murnau, empezó a trabajar con el color utilizándolo de manera contundente, con colores vivos, intensos, con fuertes contrastes entre unos y otros, al tiempo que partes del cuadro empezaron a diluirse, a devenir abstractas mientras que otras partes del cuadro seguían manteniendo el objeto visible de representación. Estaba en un proceso donde cada paso era importante para ir experimentando las diferentes posibilidades y resultados plásticos. Se requería paciencia para ir desgranando los sucesivos eslabones sin obviar ningún momento de la experiencia.

Así ocurre con un cuadro como El muro rojo (el destino) de 1909, donde el centro superior está representado por el muro del Kremlin con un rojo intenso y las cúpulas de Moscú; por debajo se extienden pinceladas azules, amarillas y verdes, donde los objetos desaparecen y tan solo permanecen dos personajes uno en pie y el otro sentado en posición de aceptación. El proceso de disolución está en marcha.

Para Kandinsky el color, al igual que el sonido musical, era la puerta directa al alma. El poder emocional de la música fascinaba a Kandisnky. La música, con el componente abstracto del sonido y los tiempos, no está ligada a la literalidad de la representación del mundo visible y por tanto posee una superioridad con respecto a la pintura —según el propio Kandinsky— pues permite expresar el mundo interior del artista, ofreciendo una mayor libertad de interpretación y respuesta emocional por parte del oyente. Este era también su objetivo, que la pintura obtuviera poderes expresivos similares a los de la música.

En su proceso de trabajo, lento pero intenso, fueron desapareciendo los objetos reconocibles. Primero en una parte del cuadro y progresivamente cuadro a cuadro, dicha disolución fue ocupando la totalidad de la tela. En la Impresión número V (Parque) de 1911, solo quedaron unos trazos o líneas que permitían observar que se trataba de unos jinetes sobre unos caballos en movimiento; por lo demás los colores no quedan contenidos en estos trazos sino que cubren la superficie de la tela independientemente de los contornos establecidos. Visto en su conjunto el proceso de deconstrucción resulta apasionante. Kandinsky daba un paso y luego otro, y los objetos dejaban de ser reconocibles tal como ahora podemos observar; pero por aquel entonces, él ignoraba hasta donde le llevaría su investigación, de qué manera surgiría la expresión de su mundo interior.

Se dice que en 1910 realizó la primera obra totalmente abstracta, una acuarela ahora perteneciente al Centro G. Pompidou en Paris. Y en el año 1913, con su anhelo por conseguir esa pureza expresiva, ese cuadro que obligara al espectador a sentir y vivenciar más que a ver la representación de los objetos, llevó a cabo esta gran Composición. La preparó durante un largo período de tiempo, pero la realizó en tan solo cuatro días, en noviembre de 1913, según quedó documentado por su compañera de aquel entonces, Gabriele Münter, con un conjunto de fotografías que muestran el desarrollo de la misma paso a paso.

La Composición VII, pide ser observada sin prisas, permaneciendo delante de la misma siguiendo las múltiples posibilidades o caminos. Tiene en común con  la música la complejidad de una obra sinfónica, donde no hay un único centro, donde no existe la perspectiva, donde hay que adentrarse en ella como en un torbellino y dejarse llevar y sentir. “Durante años anduve en busca de la posibilidad de llevar al espectador a que se paseara por dentro del cuadro, de forzarlo a que se fundiera con el cuadro olvidándose de sí mismo”. En la obra todavía quedan algunos detalles reconocibles, como la barca de remos en el ángulo inferior izquierdo, si bien otros objetos que provienen de los temas bíblicos del diluvio y la resurrección, fueron velados.

Kandinsky aspiraba a expresar la esencia interior, a menudo  inconsciente, y a través de la pintura, vibrar y hacer vibrar al espectador en la misma frecuencia, sin distracciones, distracciones que él  atribuía a los intentos de representar los objetos del mundo visible. Sus obras denominadas Composiciones (diez en total) ocupan un lugar preeminente en el conjunto de su creación, exploran nuevos territorios, hablan directamente al alma del espectador, y le incitan a sumergirse en un mundo repleto de color y formas.  Resultan documentos altamente personales, que surgen del inconsciente del artista, si bien se trata de una abstracción concienzudamente elaborada, lejos de una abstracción espontánea.

Kandinsky fue un pionero en el desarrollo de un nuevo espacio pictórico que introduce al espectador en las profundidades del espacio, sin perspectiva geométrica y mediante el abandono de la representación, explorando las propiedades más recónditas de formas y colores y sus interrelaciones, a fin de expresar el absoluto en la pintura. ¿Lo consiguió? El espectador que tenga la oportunidad de permanecer frente al cuadro, sintiéndolo, tiene la respuesta.

 

Referencias Bibliográficas

Kandinsky, W. (2002), Mirada retrospectiva, Barcelona, Emecé Editores.

Kandinsky, W. (2003), La dissolució de la forma. 1900-1920, Ed. Fundació Caixa Catalunya.

Palabras clave: abstracción, mundo interior, disolución.

 

Marta Canals Peres
Psicóloga clínica. Ex Directora de Exposiciones de la Fundació Caixa de Catalunya.
mcanalsperes@gmail.com