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Español Básico I (ESPA 3101)

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Año académico: 2017/2018
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Universidad de Puerto Rico Recinto de Mayaguez

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I. El aburrimiento (Gabriel Otalora, 2005)

El aburrimiento es un producto característico del mundo occidental. Podemos considerarlo como un daño colateral cuya raíz nace en el papel que nos inculcan a los consumidores pasivos, a quienes no paran de ofrecernos lo cómodo, lo fácil y lo rápido como valores absolutos. Es verdad que los clásicos griegos y romanos ya sabían de ello (ania, taedium) pero, aún así, aburrirse es una enfermedad muy de nuestro tiempo.

El estado de ánimo de un aburrido podría traducirse perfectamente por aburrado en el sentido enciclopédico de embrutecido; y quizá también en el sentido literal a la vista de la pose de hastío mortal que tienen los pocos burros que quedan. La razón de este estado de ánimo que percibe buena parte de nuestra población viene de haber desvirtuado el valor del tiempo de ocio, generándose una mayoría que se siente incapaz de divertirse sin gastar dinero, aunque el resultado colectivo al final sea que gastamos más para vivir peor. Menuda paradoja la de constatar que un buen porcentaje de la población siente en sus carnes que el ansiado tiempo libre se ha convertido en un problema.

Veamos: ¿quiénes no se aburren? Pues los que disfrutan de la comunicación afectiva y enriquecedora entre personas, los que fomentan el interés y la curiosidad por lo que les rodea, los que apuestan por desarrollar el potencial creativo personal, los que cooperan, los que participan, los que aman, los que valoran y aprecian la gratuidad de todo cuanto ofrece la existencia. Aquellos que ponen de su parte en disfrutar de lo que tienen sin reconcentrarse en lo que les falta. Así es la buena vida, no como nos la cuentan algunos.

Cuando en la vida no hay motivos para luchar, es la vida misma la que se convierte en un problema; por eso el aburrimiento se considera una enfermedad de ricos. Rousseau afirma en su conocido «Emilio», que el gran azote de los ricos es el aburrimiento. En medio de muchas costosas diversiones, rodeados de tanta gente que se ocupa de hacerles la vida agradable, ellos se aburren mortalmente. Tiene razón el pensador suizo. Está de moda la distracción fácil y pasiva, la que hace sentirnos menos vivos y nos predispone hacia una actitud compulsiva a la hora de comprar, de comer o beber, ante el televisor, las tragaperras, los videojuegos o el Internet.

No está de moda una verdadera cultura del tiempo familiar y de ocio, creativa y solidaria, que es la que nos puede salvar del aburrimiento. Aburrirse de cuando en vez no es malo; lo tremendo es vivir en la rutina vital, en el desinterés por la vida y por los que nos acompañan en ella.

Vocabulario:

  1. inculcar: repetir con empeño

  2. colateral: adyacente por un lado

  3. aburrado: embrutecido; tosco; grosero, semejante al burro

  4. desvirtuar: quitar la virtud a una cosa

  5. ocio: descanso; distracción del espíritu; entretenimiento

  6. constatar: confirmar; comprobar

  7. Jean Jacques Rousseau: Nació en Ginebra, Suiza en 1712. Fue el creador de la democracia moderna.

II

¿Queremos ser como ellos? (Eduardo Galeano, Ser como ellos, 1992)

En un hormiguero bien organizado, las hormigas reinas son pocas y las hormigas obreras, muchísimas. Las reinas nacen con alas y pueden hacer el amor. Las obreras, que no vuelan ni aman, trabajan para las reinas. Las hormigas policías vigilan a las obreras y también vigilan a las reinas.

La vida es algo que ocurre mientras uno está ocupado haciendo otras cosas, decía John Lennon. En nuestra época, signada por la confusión de los medios y los fines, no se trabaja para vivir: se vive para trabajar. Unos trabajan cada vez más porque necesitan más que lo que consumen; y otros trabajan cada vez más para seguir consumiendo más que lo que necesitan.

Parece normal que la jornada de trabajo de ocho horas pertenezca, en América Latina, a los dominios del arte abstracto. El doble empleo, que las estadísticas oficiales rara vez confiesan, es la realidad de muchísima gente que no tiene otra manera de esquivar el hambre. Pero, ¿parece normal que el hombre trabaje como hormiga en las cumbres del desarrollo? ¿La riqueza conduce a la libertad, o multiplica el miedo a la libertad?

Ser es tener, dice el sistema. Y la trampa consiste en que quien más tiene, más quiere, y en resumidas cuentas las personas terminan perteneciendo a las cosas y trabajando a sus órdenes. El modelo de vida de la sociedad de consumo, que hoy día se impone como modelo único en escala universal, convierte al tiempo en un recurso económico, cada vez más escaso y más caro: el tiempo se vende, se alquila, se invierte. Pero, ¿quién es el dueño del tiempo? El automóvil, el televisor, el video, la computadora personal, el teléfono celular y demás contraseñas de la felicidad, máquinas nacidas para ganar tiempo o para pasar el tiempo, se apoderan del tiempo. El automóvil, pongamos por caso, no sólo dispone del espacio urbano: también dispone del tiempo humano. En teoría, el automóvil sirve para economizar tiempo, pero en la práctica lo devora. Buena parte del tiempo de trabajo se destina al pago del transporte al trabajo, que por lo demás resulta cada vez más tragón de tiempo a causa de los embotellamientos del tránsito en las babilonias modernas.

No se necesita ser sabio en economía. Basta el sentido común para suponer que el progreso tecnológico, al multiplicar la productividad, disminuye el tiempo de trabajo. El

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I. El aburrimiento
(Gabriel Otalora, 2005)
El aburrimiento es un producto característico del mundo occidental. Podemos
considerarlo como un daño colateral cuya raíz nace en el papel que nos inculcan a los
consumidores pasivos, a quienes no paran de ofrecernos lo cómodo, lo fácil y lo rápido
como valores absolutos. Es verdad que los clásicos griegos y romanos ya sabían de
ello (ania, taedium) pero, aún así, aburrirse es una enfermedad muy de nuestro tiempo.
El estado de ánimo de un aburrido podría traducirse perfectamente por aburrado en el
sentido enciclopédico de embrutecido; y quizá también en el sentido literal a la vista de
la pose de hastío mortal que tienen los pocos burros que quedan. La razón de este
estado de ánimo que percibe buena parte de nuestra población viene de haber
desvirtuado el valor del tiempo de ocio, generándose una mayoría que se siente
incapaz de divertirse sin gastar dinero, aunque el resultado colectivo al final sea que
gastamos más para vivir peor. Menuda paradoja la de constatar que un buen
porcentaje de la población siente en sus carnes que el ansiado tiempo libre se ha
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Veamos: ¿quiénes no se aburren? Pues los que disfrutan de la comunicación afectiva y
enriquecedora entre personas, los que fomentan el interés y la curiosidad por lo que les
rodea, los que apuestan por desarrollar el potencial creativo personal, los que
cooperan, los que participan, los que aman, los que valoran y aprecian la gratuidad de
todo cuanto ofrece la existencia. Aquellos que ponen de su parte en disfrutar de lo que
tienen sin reconcentrarse en lo que les falta. Así es la buena vida, no como nos la
cuentan algunos.
Cuando en la vida no hay motivos para luchar, es la vida misma la que se convierte en
un problema; por eso el aburrimiento se considera una enfermedad de ricos. Rousseau
afirma en su conocido «Emilio», que el gran azote de los ricos es el aburrimiento. En
medio de muchas costosas diversiones, rodeados de tanta gente que se ocupa de
hacerles la vida agradable, ellos se aburren mortalmente. Tiene razón el pensador
suizo. Está de moda la distracción fácil y pasiva, la que hace sentirnos menos vivos y
nos predispone hacia una actitud compulsiva a la hora de comprar, de comer o beber,
ante el televisor, las tragaperras, los videojuegos o el Internet.
No está de moda una verdadera cultura del tiempo familiar y de ocio, creativa y
solidaria, que es la que nos puede salvar del aburrimiento. Aburrirse de cuando en vez
no es malo; lo tremendo es vivir en la rutina vital, en el desinterés por la vida y por los
que nos acompañan en ella.
Vocabulario:
1. inculcar: repetir con empeño
2. colateral: adyacente por un lado
3. aburrado: embrutecido; tosco; grosero, semejante al burro
4. desvirtuar: quitar la virtud a una cosa