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EXE Gesis BI Blica y Pasos para la Exege

pasos simples para una exegesis
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Seminario de investigación (MCP-2022)

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EXÉGESIS BÍBLICA

El término exégesis corresponde a la palabra griega exegesis, que significa explicación, interpretación, y deriva del verbo ex-egeomai, dirigir, sacar fuera; por extensión, explicar, exponer, narrar. En este sentido se usa en lo 1,18: «Nadie ha visto jamás a Dios. Dios unigénito, el que está en el seno del Padre, pl lo ha dado a conocer» (exegesato), lo ha explicado (Lc 24,35; Act 10,18; 15,15; 21,19). Muy a menudo, y por razón de su etimología, el término exégesis se toma como sinónimo de hermenéutica (v. INTERPRETACIÓN), del griego hermeneuo, que significa traducir (lo 1,42; 9,7; Heb 7,2) y exponer (Lc 24,27). El origen etimológico de hermeneuein y de sus derivados es discutido, pero parece conducir a raíces que significan hablar, decir, emparentadas a sermo y a verbum latinos (G. Ebeling, en RGG 111,243).

Algunos autores contemporáneos (p. ej., Ebeling) engloban la e. y todo trabajo bíblico en general con la hermenéutica. Sin embargo, la mayoria de los autores distinguen en la práctica entre hermenéutica y e., entendiendo por aquélla la búsqueda de la naturaleza y de los principios de una justa interpretación, cuya significación no_ tiene evidencia inmediata (R. Marlé, Le probléme théologique de 1'herméneutique, Les grands axes de la recherche contemporaine, París, 1963, 10). Por e. se entiende la exposición y declaración de un libro o de un pasaje del mismo. La hermenéutica es la ciencia (episteme) que señala las reglas que el exegeta debe tener en cuenta para interpretar rectamente un libro (v. INTERPRETACIÓN II); la Exegesis es el arte (texne) de aplicar las reglas de la hermenéutica, de utilizarla como medio para conseguir su propio fin. Si la hermenéutica y la e. tienen por objeto los libros de la Biblia, reciben el calificativo de bíblica o sagrada.

  1. Finalidad de la exégesis bíblica. La tarea suprema de la e. b. «es la de hallar y exponer el verdadero sentido de los Libros Sagrados y, al hacerlo, deberá tener siempre presente que lo que más ahincadamente ha de procurar

es ver y definir cuál es el sentido de las palabras de la Biblia, que llaman literal» (enc. Divino afflante Spiritu: EB 550). Pero como los libros de la Biblia han sido escritos por inspiración del Espíritu Santo, y Dios en su composición se valió de hombres elegidos, que usaban de todas sus facultades y talentos, se deduce que estos hombres son también verdaderos autores de sus respectivos libros, pues, al obrar Dios «en ellos y por ellos, pusieron por escrito todo y sólo lo que Dios quería» (Const. Dei Verbum, 3,11). Esta dualidad de autores no significa que en el texto sagrado haya dualidad o disparidad de sentidos literales, es decir, un sentido divino, el único infalible, y un sentido humano, bajo el cual se oculta el sentido divino (EB 612). Todo lo que afirman los hagiógrafos, o autores inspirados, lo afirma el Espíritu Santo, y viceversa (v. BIBLIA III).

En la Sagradas Escrituras suelen distinguirse varios sentidos (v. NOEMÁTICA), como consecuencia de la riqueza del texto bíblico, al que puede y debe acudir el cristiano para encontrar alimento para su fe, estímulo para su esperanza, impulso para su amor, norma para su comportamiento. Pero esos sentidos no están en contradicción entre sí ni forman una dispersión inorgánica, sino que se basan en uno que debe considerarse primario: el que se llama sentido literal, o expresado por la letra del texto mismo. La Biblia no es una obra esotérica o ambigua, sino profundamente verdadera que nos trasmite un claro y definido mensaje de salvación. Por eso el sentido literal es, como suele decirse, universal (ya que no hay ningún texto bíblico que carezca de sentido) y único (puesto que todo texto tiene un sentido básico, sobre el que pueden apoyarse otros, pero sin contradecirlo).

1.-El primer deber del exegeta bíblico es, pues, esforzarse por determinar y estudiar, con todos los medios a su alcance, el sentido literal de un pasaje o libro bíblico. Pero con ello no está del todo precisada la finalidad de la e. bíblica. En efecto, ¿qué se entiende exactamente por sentido literal? Exegetas y teólogos discrepan a veces en efecto cuando se trata de definir con precisión el sentido

«Recherches de Science Religieuse», 36, 1949, 136-141); igualmente, para A. M. Dubarle, «es el sentido querido por el autor humano de un libro inspirado» (Le sens spirituel, «Rev. des Sciences Philosophiques et Théologiques», 31, 1947, 43). Otros autores critican esas definiciones por estimar que colocan el acento en un dato subjetivo -la intención del escritor- difícil de determinar.

«La identificación del sentido literal con la intención del autor conduce a una antinomia implacable» (L. Lapointe, Les trois dimensions de l'herméneutique, París 1967, 40; éste es también el pensamiento de G. Gadamer, Wahrheit und Methode, Grundzuge einer philosophischen Hermeneutik, 2 ed. Tubinga 1965). De ahí que algunos definan el sentido literal partiendo de la expresión objetiva de las palabras: «Es el que se desprende de las mismas palabras correctamente interpretadas» (L. Pirot, Initiation biblique, París 1939, 332). «Es sentido literal todo lo que se encuentra en la letra y sólo en la letra, sin preocuparse de si fue conocido y querido a la vez por Dios y el hagiógrafo, o por Dios solamente» (A. Fernández, Apostillas relativas a los sentidos bíblicos, «Biblica», 37, 1956, 187-191).

Una posición sintética es la que adopta R. C. Fuller: «el sentido literal de la Escritura es el que se deduce directamente del texto y es intentado por el escritor sagrado» (La interpretación de la S. E., en Verbum Dei, I, Barcelona 1956, n° 39).

Por debajo de esas diversas definiciones aflora un problema de fondo, que influye en la comprensión misma de la e., y que conviene poner de manifiesto. Dicho sintéticamente: un énfasis excesivo en la intención del autor, que podría ser legítimo en el caso de un libro meramente humano, podría conducir la e. bíblica a cerrarse a las aportaciones que vienen de luces que Dios da en momentos posteriores, es decir, a perder el sentido de la unidad de la S. E., etc. Si tenemos presente el designio revelador da Dios y la pedagogía con la que ha procedido en su manifestación, se advierte claramente que

no hay dificultad alguna en admitir que el autor humano pudo no tener conciencia clara de la plenitud de la Revelación, a la cual colabora, pero de una manera fragmentaria. Esto es comprensible, sobre todo para los autores de los libros del A. T., los cuales no podían dar una formulación perfecta de la economía de la salvación antes de la entrada de Cristo en el curso de la historia de la humanidad. Pero tenían una conciencia incoativa de estos misterios, y sus escritos contribuyen con un testimonio positivo, que aparecerá en toda su nueva profundidad una vez se lean a la luz de la Palabra de Cristo y del Evangelio (v.) anunciado a todo el mundo. «Entonces desaparecerán las ambigüedades, las insuficiencias se llenarán, sus límites crujirán, ya que los aspectos del misterio que ellos intuían a su manera y que no lograron formular de una manera adecuada, quedan ahora patentes en toda su amplitud. Es perfectamente legítimo otorgar toda esa plenitud de sentido a un texto que, antes, no contenía más que una expresión incoativa de la doctrina» (Grelot, La Bible parole de Dieu, París 1965, 316).

Todo ello conduce a una conclusión: la e. debe prestar un interés especial al sentido intentado por el hagiógrafo y expresado inmediatamente en las palabras por él escritas -es, en efecto, verdadero autor, ya que Dios, con el carisma de la inspiración (v. BIBLIA III), no destruye su inteligencia y su libertad, sino que las eleva-, pero sin cerrarse en él, sino estando abierto a un sentido literal más pleno que Dios pueda haber intentado y clarificado posteriormente. Así lo ha enseñado el Magisterio reciente. Diversos documentos declaran que el exegeta debe investigar el sentido que el hagiógrafo quiso expresar y de hecho expresó con las palabras que emplea (cfr. EB 107,112,485,525,550). Pío XII es claro en este punto; es tarea de los exegetas la de hallar y exponer el sentido literal que quiso expresar el hagiógrafo con sus palabras: «Sea esta significación de las palabras la que con toda diligencia averigüen por el conocimiento de las lenguas por el examen del contexto y por la comparación con los lugares semejantes, pues de todo eso suele hacerse uso

caracterizan por haber sido escritos gracias a un influjo sobrenatural específico, que llamamos inspiración divina (v. BIBLIA in), la cual, incidiendo en la persona completa de cada uno de los escritores humanos de tales libros, ha operado la condición peculiar de que la Biblia sea una obra literaria divino-humana, que tiene a Dios como autor principal y al hombre como verdadero autor también, pero subordinado e instrumental. Esa acción conjunta divino- humana, en la que Dios toma la iniciativa hasta la culminación de la obra, garantiza el auténtico origen divino de los libros de la S. E. y su verdad inmutable en orden a nuestra salvación (cfr. Conc. Vaticano I, Const. Dei Filius: Denz. 3006; Conc. Vaticano II, Const. Dei Verbum, no 11).

Un segundo dato completa el anterior: esos libros no han sido inspirados por Dios a personas singulares desconectadas de todo pueblo o comunidad, sino a personas que formaban parte del pueblo por Él elegido (Israel, la Iglesia), y para recoger una Revelación de la que ese pueblo es depositario. No es, pues, lícito separar las S. E. de la Iglesia: para interpretar la. Biblia, conocer su sentido, penetrar en lo que quiere decir es necesario leerla en el ambiente en que fue escrita y para el que fue destinada, es decir, in sinu Ecclesiae (cfr. Conc. de Trento: Denz. 1507; Conc. Vaticano 11, Const. Dei Ver')um, no 7-10, 12).

Teniendo en cuenta todos los datos enunciados, los autores suelen concluir diciendo que en la interpretación de la S. E. deben tenerse en cuenta dos tipos de criterios: los criterios comunes a toda obra escrita; los propios de una obra singular como es la Biblia. Expongámoslos.

a) Criterios literarios comunes. Siendo los hagiógralos verdaderos autores, es legítimo aplicar al estudio de la Biblia todos los recursos de los que se vale la ciencia humana para intentar conocer con hondura el pensamiento expresado por un escritor: estudio de las características propias del lenguaje empleado, consideración del contexto histórico, ambiente o situación

vital en la que está escrito el libro, análisis gramatical, etc, del texto concreto que se está estudiando; clarificación de esos párrafos a partir del contexto en que están situados; comparación con lugares paralelos, es decir, que tienen un parecido con él sea por las palabras empleadas, sea por la materia que tratan, etc.

Todo ello constituye un proceso que contribuye, y poderosamente, a conocer con más hondura el sentido de un texto, profundizando -y en ocasiones perfilando o completando- lo que ya se percibe por la simple lectura directa. Ahora bien en una obra como la Biblia es insuficiente. Y ello por dos razones. En primer lugar, porque proceder con ese solo método es privarse de la luz que nos viene de las otras fuentes de conocimiento que Dios nos ha otorgado, haciendo así más difícil el trabajo, exponiéndose al error, etc. En segundo lugar -y más radicalmente- porque con ese método se puede llegar, a lo más a determinar el sentido captado por el autor humano y querido expresar por él, pero no el sentido más pleno que Dios pueda querer trasmitir. Los principios comunes, en suma, no pueden aplicarse al estudio de la Biblia sino unidos a los principios propios -(v. t.: HEUITÍSTICA BIBLICA).

b) La unidad de la Sagrada Escritura. Los libros que componen la Biblia han sido escritos a lo largo de un amplio periodo de tiempo, pero son fruto de un plan unitario de Dios que ha ido revelándose a sí mismo y sus designios según una disposición o economía ordenada a facilitar su comprensión. Por eso es no sólo lícito, sino necesario, tener en cuenta al interpretar un libro las manifestaciones hechas por Dios en momentos posteriores de la historia de la Revelación, ya que ellos, al darnos a conocer con plenitud lo que Dios quería decir, nos permiten no sólo comprender la relación que hay entre las manifestaciones hechas por Dios a lo largo del proceso de la Revelación, sino captar mejor el sentido de los textos más antiguos (análogamente a como en una conversación humana, las palabras pronunciadas al final permiten a veces captar mejor el sentido de las dichas al principio).

reveladas: la doctrina cristiana es un todo unitario en el que no hay contradicciones sino que las diversas verdades se iluminan las unas a las otras (cfr. Conc. Vaticano I: Denz. 3016). Ello obviamente repercute también sobre la e., en la que la analogía de la fe constituye una guía de doble manera: negativa, ya que toda interpretación de un texto que implique sostener algo contrario a la doctrina de la Iglesia debe ser reconocida como falsa (pensar lo contrario equivaldría a negar o el origen divino de la S. E. o la infalibilidad de la Iglesia); positiva, en cuanto que la iluminación que supone el conocimiento de la verdad de fe ayuda a interpretar rectamente el sentido de los textos en los que esa fe se nos propone, orientando la investigación en una dirección acertada, poniendo de relieve matices que tal vez de otra forma se percibirían más difícilmente, etc.

V. t.: HEURÍSTICA BÍBLICA.

BIBL.: Además de los Manuales de Hermenéutica (v. INTERPRETACIóN II) y de la bibl. ya citada en el artículo: C. LARCHER, L' actualité chrétienne de 1'Ancien Testament d'aprés le Nouveau Testament, París 1952; J. MICHL, Dogmatischer Schri/tbeweis und Exegese, «Biblische Zeitschriftn 2 (1958) 1-14; R. SCHNACKENBURG, Der Weg der katholischen Exegese, ib. 161-176; P. GRELOT, Le sens chrétien de l'Ancien Testament, París-Tournai 1962; E. CASTELLI, Ermeneutika e Tradizione, Roma 1963; N. 1,OHFINK, Katholische Bibelwissenscha(t und historisch-kritische Methode, Kevelaer 1966; íD, Die Kirche una das Wort Gottes, Wurzburgo 1967; R. F. OSBORN, A New Hermeneutik?, «Interpretation» 20 (1966) 400411; R. SCHNACKENBURG, Konkrete Fragen an den Dogmatiker aus der heutigen exegetischen Diskussion, «Catholica» 21 (1967) 11-27; G. VAN RIET, Exégése et réflexion philosophique, «Ephemerides Theologicae Lovanienses» 43 (1967) 389-404; P. ASVELD, Exégése critique et exégése dogmatique, ib. 405-419; P. GRELOT, Que penser de 1'interprétation existentiale?, ib, 420-443; A. GRILLMEIER, en Das Zweite Vatikanische Konzil: Dogmatische Konstitution über die góttliche Offenbarung, Friburgo Br. 1967, 528-557; H. KRUSE, Die Zuverliissigkeit der Heiligen Schrift, «Zeitschrift für katholische Theologie» 90 (1968) 22-39; A. VACCARI, Historia exegeseos, en Institutiones Biblicae, I, 6 ed. Roma 1951, 510-567; H. CAZELLES y P. GRELOT, en A. ROBERT y A. FEUILLET, Introducción a la Biblia, I, 3 ed. Barcelona 1970, 93-217.-Para el pensamiento protestante: E. FucHs, Hermeneutik, Bad Cannstatt 1954; 0. CULLMANN, La nécessité et la fonction de l'exégése philologique et historique de la Bible, en Le probléme biblique dans le Protestantisme, París 1955, 131-147.

  1. M. CASCIARo RAMÍREZ. Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991
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EXÉGESIS BÍBLICA
El término exégesis corresponde a la palabra griega
exegesis, que significa explicación, interpretación, y deriva
del verbo ex-egeomai, dirigir, sacar fuera; por extensión,
explicar, exponer, narrar. En este sentido se usa en lo
1,18: «Nadie ha visto jamás a Dios. Dios unigénito, el que
está en el seno del Padre, pl lo ha dado a conocer»
(exegesato), lo ha explicado (Lc 24,35; Act 10,18; 15,15;
21,19). Muy a menudo, y por razón de su etimología, el
término exégesis se toma como sinónimo de hermenéutica
(v. INTERPRETACIÓN), del griego hermeneuo, que
significa traducir (lo 1,42; 9,7; Heb 7,2) y exponer (Lc
24,27). El origen etimológico de hermeneuein y de sus
derivados es discutido, pero parece conducir a raíces que
significan hablar, decir, emparentadas a sermo y a verbum
latinos (G. Ebeling, en RGG 111,243).
Algunos autores contemporáneos (p. ej., Ebeling)
engloban la e. y todo trabajo bíblico en general con la
hermenéutica. Sin embargo, la mayoria de los autores
distinguen en la práctica entre hermenéutica y e.,
entendiendo por aquélla la búsqueda de la naturaleza y de
los principios de una justa interpretación, cuya
significación no_ tiene evidencia inmediata (R. Marlé, Le
probléme théologique de 1'herméneutique, Les grands
axes de la recherche contemporaine, París, 1963, 10). Por
e. se entiende la exposición y declaración de un libro o de
un pasaje del mismo. La hermenéutica es la ciencia
(episteme) que señala las reglas que el exegeta debe
tener en cuenta para interpretar rectamente un libro (v.
INTERPRETACIÓN II); la Exegesis es el arte (texne) de
aplicar las reglas de la hermenéutica, de utilizarla como
medio para conseguir su propio fin. Si la hermenéutica y la
e. tienen por objeto los libros de la Biblia, reciben el
calificativo de bíblica o sagrada.
1. Finalidad de la exégesis bíblica. La tarea suprema
de la e. b. «es la de hallar y exponer el verdadero sentido
de los Libros Sagrados y, al hacerlo, deberá tener siempre
presente que lo que más ahincadamente ha de procurar