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Educar las emociones. Educar para la vida

Educar las Enociones
Asignatura

introduccion a la psicologia

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Technische Universiteit Delft

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EDUCAR LAS EMOCIONES

Amanda Céspedes

Dedicado a tres soñadores en busca de un mundo mejor

Contenido

Portadilla

Créditos

Dedicatoria

INTRODUCCIÓN

CAPÍTULO I

CAPÍTULO II

CAPÍTULO III

CAPÍTULO IV

CAPÍTULO V

CAPÍTULO VI

CAPÍTULO VII

CAPÍTULO VIII

CAPÍTULO IX

APÉNDICE

EPÍLOGO

AGRADECIMIENTOS

BIBLIOGRAFÍA

desafíos.

Este interés nos llevó a dar vida al presente libro, que tiene como misión mostrar a padres y profesores que todo niño viene al mundo programado para la armonía y para la felicidad; sin embargo, para alcanzar dichos dones el menor precisa la compañía de adultos que le guíen y le eduquen emocionalmente. Muchos niños no tendrán nunca la oportunidad de recibir educación para la vida en casa; entonces habrán de ser sus maestros los encargados de formarlos para alcanzar la plena realización personal.

Este libro pretende mostrar que educar a los niños para la vida es una tarea noble que se puede llevar a cabo de mejor manera cuando se poseen ciertas pericias. Sin embargo, para que ellas sean efectivas, deberán articularse necesariamente en torno a un ingrediente fundamental e imprescindible: el amor hacia el niño.

El amor es una fuerza generativa inmensa e inagotable que está presente en cada ser humano antes de su nacimiento y se cultiva, pacientemente, a lo largo de las dos primeras décadas de la vida. Desde ese momento en adelante, el joven y luego adulto poseerá en su interior un sólido bagaje amoroso que pondrá al servicio de su familia y de su comunidad.

“Dos cosas necesita una semilla: tiempo y estímulo”, afirma Shinishi Suzuki, el profesor de música creador del método que lleva su nombre. Del tiempo se encarga la biología, que trabaja minuto a minuto modelando el fascinante organismo humano; pero los estímulos han de venir necesariamente de otro, y ese otro es el adulto. No cualquiera, sino alguien que ha establecido previamente un compromiso con el amor.

Lo que más embellece al desierto es el pozo que se oculta en algún lado, dice el pequeño príncipe en la obra de Saint Exupéry. En cada adulto se oculta un pozo de amor. Tengo sed de esta agua –dijo el Principito–, dame de beber.

Sorprende y acongoja comprobar cuántos adultos escatiman el amor hacia los niños como fuente de educación para la vida, como si caminaran ignorantes del formidable tesoro que duerme en su interior.

El pozo que habíamos encontrado no se parecía en nada a los pozos saharianos... El que teníamos ante nosotros parecía el pozo de un pueblo... Todo está a punto: la roldana, el balde y la cuerda... Se rió y tocó la cuerda; hizo mover la roldana, la que gimió como una vieja veleta cuando el viento ha dormido mucho... ¿Oyes? –dijo el Principito– hemos despertado al pozo y canta.

Este libro es una invitación a despertar ese pozo de infinito amor que duerme en la mayoría de los adultos, de cuya agua anhelan beber los pequeños, ya que privados de ella sucumben y se transforman en adultos desencantados, rabiosos y dispuestos a perpetuar con su violencia un mundo carente de amor y de compasión. Este libro busca que cada lector descubra en el interior de cada cual ese manantial y aprenda a echar el cubo para sacarlo rebosante de amor cada vez que debamos acompañar a un niño en su tránsito a una adultez sana y plena. Levantar el balde y apoyarlo sobre el brocal requiere de cierta destreza; más aún, llevarlo a los labios del pequeño:

Aquella agua era algo más que un alimento. Había nacido del caminar bajo las estrellas, del canto de la roldana y del esfuerzo de mis brazos... Era como un regalo del corazón.

Acompañar al niño hacia la conquista de la conciencia de sí es un trabajo laborioso, que puede resultar más fácil si se poseen algunos conocimientos y éstos se conjugan con la voluntad de amar y la certeza de estar cultivando dones para un mundo mejor.

educación en casa son acciones erróneas y, posiblemente, sirven de base explicativa a numerosos fenómenos negativos de nuestra sociedad occidental como las elevadas tasas de fracaso y deserción escolar, delitos, violencia social, divorcios, inestabilidad laboral, sin mencionar el incremento constante de psicopatología infantojuvenil y del adulto.

Instalar las emociones en la escuela y ampliar el ámbito de la educación en casa a la llamada educación emocional, constituyen un cambio de mirada imprescindible para preservar en nuestros niños su más preciado potencial: el perfecto diseño de un programa biológico que garantiza la felicidad y la armonía.

Las emociones son nuestra preciada caja de resonancia

La caja de resonancia es una parte primordial de la gran mayoría de los instrumentos acústicos, principalmente de cuerda y percusión. No sólo cumple la función de amplificar el sonido, si no que es un factor decisivo en el timbre del instrumento. Para ello es importante la calidad de la madera, el número de piezas con la que esté hecha y su estructura. En la mayoría de los instrumentos de cuerda, la caja de resonancia está formada por dos tapas y una “faja” o sección de madera con formas curvadas que las une, normalmente mediante una presa con calor. En el interior se encuentran el bastidor –estructura de refuerzo de las tapas que sirve para controlar la vibración– y el alma.

En los instrumentos de cuerda, el alma es una pieza de madera en forma de cilindro en el interior del instrumento y cuya función, además de otorgarle resistencia a éste, es mejorar la resonancia transmitiendo las vibraciones del puente al conjunto del instrumento.

En el ser humano, el alma es también el elemento central que permite resonar con los matices de la vida, y asegura la resistencia a sus adversidades. El alma es un finísimo soplo, que se nutre o se debilita al contacto con la dimensión emocional, la que sería equivalente a la caja de resonancia; todo nuestro ser resuena con la vida, experimentando ante sus desafíos variaciones fisiológicas que denominamos emociones, construyendo a partir de ellas, un complejo mundo psíquico que se va a expresar en conductas.

El estudio de las emociones humanas tendió a ser ignorado durante gran parte del siglo XX; su enfoque fue más bien experimental, parcelado, escasamente integrado con la psicología de la salud y abordado en exceso desde la psicopatología. Como plantea el Dr. George E. Vaillant en un lúcido artículo sobre emociones positivas, espiritualidad y práctica de la psiquiatría, durante casi la totalidad del siglo XX las emociones fueron para la psicología apenas una especie de ficción útil para explicar las conductas y los desórdenes mentales. Las emociones consideradas privativas humanas –aunque hoy la moderna etología comparada ha descrito algunas de ellas en animales superiores– como

la generosidad, el altruismo, la fe o el amor compasivo, se mantuvieron relegadas al ámbito de lo religioso e ignoradas completamente por la psicología. Sólo a fines del siglo XX, las emociones ligadas a la salud irrumpieron con inusitada fuerza en el escenario explicativo de los fenómenos humanos, de la mano de la emergente escuela de psicología transpersonal, luego nutridas por la corriente de medicina holística y terapias alternativas y, más tarde, entusiastamente apropiadas por las neurociencias. Es el momento en que investigadores y neurocientíficos, como Damasio, Daniel Goleman y Le Doux, llevan al ciudadano común las investigaciones sobre salud, adaptación social y emociones. Y es el “vamos” a un extraordinario avance en el estudio y aplicación del conocimiento de la vida emocional humana a la vida sana y a la armonía existencial.

Ser educador de las emociones exige conocer de modo sólido el escenario biológico donde ellas ocurren y plasman nuestra existencia. En el apéndice al final del libro, el lector podrá aprender acerca de la neurobiología de la vida emocional, sus estructuras, su química y el hoy día fascinante mundo de la energía vital. En este capítulo se abordarán los aspectos funcionales que servirán de base para el análisis del mundo emocional infantil.

¿Qué son las emociones?

Durante el siglo XX se pensaba que la vida emocional humana tenía su residencia en el cerebro. Esta concepción es parcialmente cierta, ya que el cerebro es un punto de confluencia de la información emocional que proviene de todo el organismo: a nivel molecular, confluye hacia el cerebro desde los distintos órganos corporales, desde el sistema inmunológico, desde el sistema neuroendocrino y desde el nivel psíquico. Esta compleja y dinámica información es integrada en el cerebro y emerge hacia los diferentes sistemas. A nivel submolecular, fluye la energía atravesando cada punto del organismo. En efecto, las investigaciones de la física cuántica han permitido conocer y medir esas corrientes electromagnéticas invisibles que atraviesan nuestro organismo no sólo vitalizándolo, sino también estableciendo una perfecta unidad entre los seres vivos, el planeta y el cosmos. La energía que nos atraviesa y nos vitaliza es la misma que proviene de las más alejadas estrellas y de las profundidades de los mares, configurando una unidad cósmica que nos transforma, elevándonos desde la biología a la comarca misteriosa del espíritu.

Las emociones son el resultado del procesamiento que efectúan las estructuras de la vida emocional de los cambios corporales frente a las modificaciones internas y/o ambientales. Este procesamiento comienza durante el tercer trimestre intrauterino, y va adquiriendo una progresiva sofisticación al establecer relaciones con el mundo psíquico,

esta incomodidad en rabia. Una vez que es atendido en sus necesidades, se calma y experimenta la alegría de ser confortado; los cuidados recibidos le permiten dormirse en un placentero estado de calma.

Estas primeras emociones, que no son conscientes, se denominan emociones primarias y nos acompañan a lo largo de toda la vida. Cuando los adultos nos sentimos amenazados, incomprendidos, abandonados, nos invade el miedo al desamparo y la rabia, pero cuando nos consuelan y nos aseguran que somos queridos y valorados, nos alegramos y experimentamos una deliciosa quietud interna.

A partir de estas emociones básicas van apareciendo otras más complejas y sofisticadas, que se construyen dinámicamente durante la vida y sus experiencias: sobre la plataforma de la alegría y de la quietud surge el júbilo, la euforia, el éxtasis, el arrobo, mientras que sobre el miedo y la rabia se construye la vergüenza, el disgusto, la frustración, la ofuscación, el recelo, entre otras. A medida que el niño va creciendo, las emociones se van haciendo conscientes y se integran al guión biográfico de cada cual, con su particular bagaje de vivencias. De este modo se establecen esquemas emocionales más duraderos que interactúan constantemente con la personalidad en formación; son los

sentimientos, que también se organizan en una jerarquía que va desde los más básicos, como el cariño, el optimismo, la ternura, los celos, la envidia, a sentimientos muy elaborados y sofisticados que pasan a constituir una unidad indisoluble con la personalidad individual, como el amor a la patria, el odio a las minorías, etc. En este nivel se encuentra un conjunto de sentimientos elevados que se construyen sobre una emocionalidad básica positiva sólida y que se relacionan con la espiritualidad humana: la fe, el altruismo, la solidaridad, la capacidad de perdonar, el amor empático y caritativo.

El ser humano transita a lo largo de su vida por el dinámico eje de esta emocionalidad. Cuando está biológica y psicológicamente sano y ha recibido una óptima educación de sus emociones, se mueve en el extremo de los sentimientos más elevados: es optimista, generoso, empático; se muestra flexible, de buen humor y sabe perdonar. Por el contrario, el sufrimiento, los dolores y penas lo conducen hacia el polo de las emociones básicas negativas: miedo y rabia, y se instala en la dimensión de los sentimientos negativos: hostilidad, resentimiento social, odio, deseos de venganza, egoísmo. Es fácil comprender que las penas infligidas tempranamente y en forma reiterada a un niño van a despertar en él intensas emociones negativas, sobre las cuales va a ir construyendo un guión existencial centrado en la envidia, el encono, el recelo y el resentimiento. Por el contrario, proteger al niño y nutrirlo de afecto, valoración y respeto, inclinarán su balanza emocional hacia el polo positivo: serenidad, optimismo, empatía, flexibilidad y buen humor. Si ese niño posee condiciones particulares que favorecen el desarrollo espiritual, en forma temprana va a acceder al ámbito de los sentimientos más elevados humanos y será identificado como niño índigo o niño cristal.

temperamento prácticamente no han sufrido modificaciones desde los primeros tiempos del hombre sobre el planeta.

El temperamento humano está organizado en dimensiones con características y propiedades específicas, las que se van a manifestar como comportamientos observables. En otras palabras, niños y adultos tenemos un repertorio de conductas que son señales de lo que está ocurriendo en nuestro temperamento. Entender que ciertas conductas son el reflejo de nuestro mundo emocional es clave para que los adultos aprendamos a ser educadores de las emociones en nuestros hijos y alumnos. Un profesor, una mamá, un papá que aprenden a leer la rabieta de un niño pequeño en clave “ansiedad” o el mal talante de un adolescente en clave “disforia”, adquieren una valiosa habilidad para conducir a los niños hacia una emocionalidad sana, esencial para crecer en forma integral. El común de las personas considera que esta destreza es privativa de los psicólogos, llamados a “interpretar” los misterios de la mente humana, mientras que padres y profesores están llamados a corregir conductas inapropiadas y premiar conductas deseables. Esta concepción simplista y pragmática de la educación emocional es la responsable de los grandes errores que se cometen a diario en la educación para la vida y contribuye a perpetuar los problemas de conducta infantil.

Cada dimensión está conformada por un nivel psicofísico, un nivel emocional propiamente tal y un nivel cognitivo emocional, en una estratificación que va de lo elemental a lo complejo.

El nivel psicofísico:

Está constituido por fenómenos que ocurren en el plano de las sensaciones; son fenómenos elementales, básicos, relacionados con lo sensoriomotriz y visceral. Podemos situarlo en la interfase somática/cerebral, específicamente en sistemas del tronco cerebral, hipotálamo, parte del tálamo y parte del cerebelo.

A este nivel pertenecen fenómenos como la contracción dolorosa del colon, la contractura de ciertos músculos, como los del cuello o de la mandíbula, el aumento de las contracciones intestinales, el incremento de la frecuencia cardíaca (taquicardia) y/o de la frecuencia respiratoria, la vasodilatación de la piel, entre otros.

Ha llegado una nueva alumna al 1er año medio y la maestra la ha sentado junto a Felipe. Desde el primer día, Felipe comenzó a experimentar súbitos cambios corporales: le bastaba mirar a su compañera para que su corazón comenzara a latir desaforadamente, y la sangre parecía agolparse en sus sienes. Lo peor sucedía cuando intentaba hablar: su boca estaba seca y las palabras se negaban a salir, de

modo que tartamudeaba penosamente.

El nivel emocional:

Surge en el momento en que lo psicofísico es traducido a emociones específicas, las que son codificadas y archivadas para su ulterior reconocimiento. Ocupa extensas áreas del sistema límbico. Así la amígdala cerebral decodifica las sensaciones corporales y les asigna una valencia, la que puede ser positiva (alegría, quietud) o negativa (miedo, rabia). A partir de ese momento, una experiencia determinada y el cúmulo de sensaciones que se producen como respuesta a dicha experiencia, pasan a constituir una vivencia, que adquiere un sello particular, individual. Podríamos decir que la amígdala cerebral se encarga de adjetivar la vida, creando catálogos de emociones positivas y negativas; el hipocampo archiva dichas emociones, algunas de las cuales serán codificadas en un kárdex implícito, inaccesible a la conciencia de modo volitivo (a través de la voluntad), mientras que otras serán codificadas como memoria biográfica, episódica, susceptibles de ser evocadas y relatadas.

Las emociones archivadas de manera implícita no acceden a la conciencia cuando las solicitamos, pero suelen merodear por ella cual animales nocturnos, agazapándose en las imágenes oníricas que pueblan nuestros sueños cada noche; también se aparecen de día, disfrazadas en los llamados “lapsus” y “asociaciones libres” y pueden ser “extraídas” y traducidas al lenguaje de la conciencia a través de la hipnosis.

Han transcurrido algunos días y Felipe, quien solía quedarse enredado en las sábanas cada mañana argumentando que “odiaba el colegio” ha comenzado a madrugar; después de una prolija ducha, se pone unas gotas del perfume de su papá y parte al colegio presuroso. Entrar al aula y ocupar su puesto le llenan de una alegría desbordante que se reedita cada mañana y que alcanza niveles de dicha cuando Magdalena, la alumna nueva, ingresa al aula y le saluda con una sonrisa. Felipe ansía contarle un secreto, pero no se atreve: lleva varias noches soñando con ella. Elige entonces un camino indirecto para comunicarle su emoción: dibujar corazoncitos rojos en el cuaderno.

El nivel cognitivo emocional:

Surge cuando desde el sistema límbico se establecen extensas conexiones hacia la corteza cerebral, al modo de puertas que interconectan los dos primeros niveles, psicofísico y emocional con la conciencia. En este nivel, las emociones son analizadas cognitivamente, se les asignan significados de vivencia y aquellas perdurables son

serotonina, la cual en sinergia con las endorfinas, prepara los procesos de recuperación, disminuyendo la intensa liberación de noradrenalina en el cerebro. Si la situación ansiógena es afrontada con éxito y es transitoria, todos estos cambios serán beneficiosos para el organismo, potenciando la capacidad de enfrentar situaciones futuras, ampliando el aprendizaje de conductas de afrontamiento e incrementando la inteligencia.

Nuestro organismo está sabiamente diseñado para afrontar estímulos ansiógenos transitorios de magnitud moderada, pero es frágil cuando dichos estímulos aumentan de intensidad, son inesperados o se prolongan excesivamente en el tiempo. El estrés que se hace crónico, sin dar tregua al organismo, empieza a producir un agotamiento y se desequilibra el nivel neuroquímico, con impactos en cadena: se echa mano a la serotonina para bloquear la intensa liberación de noradrenalina; aumenta la liberación de insulina y de sustancias inflamatorias; se eleva el colesterol, entre otros. Al disminuir la serotonina, aparecen las conductas impulsivas y compulsivas.

En el sistema límbico, específicamente en la amígdala, la ansiedad es codificada como miedo y archivada en la memoria de largo término por el hipocampo. Se guarda la emoción miedo asociada a los estímulos desencadenantes, de modo que cada vez que nuestro organismo se expone al estímulo generador de ansiedad, a partes de él o a su representación simbólica, se activa la respuesta de ansiedad, liberando cortisol y poniendo en marcha el sistema nervioso simpático, con liberación de adrenalina y noradrenalina. Si el archivo guarda engramas (unidades de memoria) asociados a emociones positivas, dicho recuerdo desencadenará las mismas conductas, y probablemente el resultado será igualmente exitoso. Pero si los engramas están asociados a intenso sufrimiento, fracaso, humillación, y otros, es probable que se desencadenen conductas destinadas a naufragar una vez más en el afrontamiento de la situación.

En el nivel cognitivo emocional, la ansiedad es recodificada y se asocia con experiencias biográficas, por lo que pasa a constituir un miedo propio relacionado con la existencia individual, conocido como angustia. Así, ante el recuerdo de un acto heroico, de arrojo, de decisión, de tácticas audaces y originales, de estrategias inteligentes, en fin, de un conjunto de conductas que llevaron al éxito en el afrontamiento de la situación biográfica, el individuo abordará la angustia en forma “resiliente”, es decir, con fortaleza y valor, mientras que memorias de episodios dolorosos (haber sido humillado, expuesto a la burla, al sometimiento por la fuerza) despiertan a nivel mental ideas de desvalorización, de inseguridad y de minusvalía que impiden a menudo actuar y afrontar la situación.

Roberto y Agustín son alumnos nuevos recién llegados al colegio. Roberto viene de

otra ciudad y éste es su cuarto establecimiento educacional, pues su padre es militar y cada cierto tiempo le destinan a nuevas ciudades dentro del país. Agustín ha sido expulsado del colegio anterior por mala conducta y bajo rendimiento académico. Ha logrado ingresar gracias a influencias de un pariente, ya que había sido rechazado en varios colegios, recibiendo opiniones muy adversas: “es un mal elemento”, “no recibimos repitentes”, etc. El primer día de clases ambos están extraordinariamente ansiosos, pues les han dicho que el curso es muy unido y tiende a aislar a quienes son recién llegados. Sin embargo, a poco andar Roberto ya se ha granjeado la simpatía de los chicos gracias a sus destrezas deportivas y a su naturaleza afable y risueña, que ha ejercitado y cultivado en sus numerosos debuts como “alumno nuevo”. En cambio, Agustín ha llegado receloso, esperando ser rechazado. Su ansiedad le ha jugado una mala pasada: algunos chicos se acercaron a conocerlo y les recibió con hostilidad y mal talante, siendo inmediatamente catalogado como “detestable”. Roberto superó con éxito el desafío de ser aceptado, mientras que Agustín vio cumplirse su profecía de que “nuevamente me rechazarán”.

Los impulsos

Constituyen respuestas conductuales automáticas a las cuales el organismo echa mano cada vez que se ve enfrentado a desafíos de supervivencia. Se habla de “respuestas conductuales instintivas” y las principales son hambre, sed, impulso sexual (dirigido a la conservación de la vida) e impulso agresivo (orientado a la destrucción de otro o de sí mismo).

En el nivel psicofísico, constituyen sensaciones viscerales específicas en forma de excitaciones, que al llegar al sistema límbico son decodificadas y se les asigna una valencia también específica (deseos, motivaciones primarias que llaman a ingerir alimentos o agua, a aparearse, a agredir o a agredirse). Pueden ser provocadas internamente, ya sea por abstinencia forzada, por acción neurohormonal, por sustancias químicas, o también se activan desde otras dimensiones como, por ejemplo, por ansiedad, por exaltación anímica o por estímulos externos como señales olfativas o visuales. Un tipo particular de ansiedad, conocida como “persecutoria”, caracterizada por la presencia constante y perturbadora de una percepción extrema de amenaza de la cual hay que huir o defenderse, provoca las reacciones impulsivas más extremas (suicidio, homicidio, violación).

En el nivel cognitivo emocional, los instintos son de inmediato integrados a la conciencia y transformados en apetitos íntimamente relacionados con experiencias pasadas, motivaciones del yo o ideación mental, sometidos a la censura moral (principios

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