Las trágicas muertes por ahogamiento que nadie puede contar

Nadie ha podido contar qué se siente morir ahogado. Los testimonios que siempre conocemos son de testigos o de quienes han padecido esa falta de aire en medio del agua, sin poder tocar fondo y sin lograr salir a la superficie para llegar a una orilla a salvo, pero han sobrevivido. No existe quien haya vuelto de la muerte a contar cómo fue llegar al límite de perder la vida por esa asfixia causada por la inundación de todas las vías respiratorias. Es quizá una muerte tan angustiante como la de aquellos que mueren quemados, que se van consumiendo lentamente, viviendo una dolorosa agonía.

Les ocurrió a varios integrantes de las familias Alarcón y Pedraza en el Lago de Tota en Boyacá: el municipio de Aquitania vivió la última semana la conmoción por la trágica muerte de Paula Valentina Pedraza de 10 años, Santiago Pedraza de 12 años, Nikol Santos Alarcón de 13 años y Jeison Camilo Alarcón de 24 años, el tío de algunos de los pequeños fue el que trató de salvarlos enfrentando las traicioneras olas y las aguas heladas del lugar con el agravante de que no sabía nadar.

Durante estos días, aquellos que estaban en el lugar cuando poco a poco se iban desapareciendo los cuerpos de los niños, y las autoridades que horas después rescataron el cuerpo sin vida de Jeison, narraron el horror que significa morir en medio de ese ecosistema que alcanza hasta 60 metros de profundidad y en el que no acostumbra haber bañistas por el peligro de las corrientes y la ausencia de salvavidas.

Los ahogamientos, tercera causa de muerte no intencional en el mundo

El ahogamiento es el proceso en el que un ser humano tiene dificultades respiratorias por sumersión o inmersión en cuerpos de agua y es uno de los asuntos de mayor interés en salud pública por las repercusiones que pueden tener en niños y jóvenes.

Son varios los factores de riesgo que inciden en que una persona muera por esta causa. La primera, según el informe mundial sobre los ahogamientos de la OMS, es la edad, seguida del sexo, el acceso al agua, las inundaciones catastróficas, los viajes por medio acuático, enfermedades y el consumo de sustancias alcohólicas o psicoactivas cerca del agua.

Se calcula que en la última década 2.5 millones de personas se han ahogado en el mundo.

De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, el ahogamiento es una de las 10 principales causas de fallecimiento de jóvenes y niños de casi todas las regiones del mundo. Más del 50 % son menores de 25 años y los hombres tienen el doble de probabilidades de morir ahogados a diferencia de las mujeres.

Por cuenta de la dolorosa tragedia en Boyacá, en SoHo recopilamos algunas de las más dolorosas historias de ahogados ocurridas en los últimos años en Colombia.

La madre a la que mataron en vida

En el 2010 hubo un hecho que llamó la atención de la capital del país. Exactamente en el lago del Parque Simón Bolívar, las autoridades encontraron dos cuerpos, el de un hombre identificado como Alonso Quintero y el de su hijo Ariel, de 18 años, quien tenía síndrome de Down.

Después de que Graciela González tuviera algunas discusiones con su expareja, el hombre se llevó al joven a dar un paseo, como de costumbre, pero, esta vez, sin avisar ni decir a dónde se dirigían. Pese a que la mujer y sus otras hijas los buscaron en el CAI más cercano, no tuvieron información alguna.

Lamentablemente, supieron de ellos cuando la policía les avisó que el personal que hacía el mantenimiento del parque, en el momento en que iban a guardar las canoas y las balsas que usaban los visitantes del lago, encontraron los cuerpos de ambos.

Aunque en realidad nunca se supo a qué hora llegaron al parque y cómo terminaron en el agua, el hallazgo se dio hacía las 3:25 de la tarde. A pesar de que los cuerpos no tenían signos de violencia, una de las pistas que hace que se crea que fue algo planeado es que sus zapatos fueron encontrados en la orilla del cuerpo de agua, por lo que es evidente que no cayeron accidentalmente. Además, una familiar cercana afirma que todo lo planeó el hombre para “vengarse” de Graciela, por lo que ya habían acabado la relación.

Cindy Quintero, una de las hijas de Alonso, reveló que en realidad la relación no venía bien. Cabe resaltar que todo empeoró después de su salida de la cárcel en la que permaneció por aproximadamente dos años.

“Es algo chocante porque morir ahogado o quemado son algunas de las peores maneras de morir, porque son lentas, por eso es muy doloroso. Ese hecho le dolió mucho a la familia, nos marcó para siempre, sobre todo a la mamá. Ella no volvió a ser la misma, a ella la mataron en vida”, le contó a SoHo una de las familiares de la víctima.

El campesino que murió en un río a quien nunca encontraron

Edelio Medina tenía 67 años y vivía en Miraflores (Boyacá) junto a sus tres hijos. El hombre decidió trasladar el ganado de una finca que tenía en Páez, junto al administrador y algunos obreros, a otra finca que poseía.

Sin embargo, por las fuertes lluvias de ese entonces, el Río Lengupa empezó a crecer. Varios vecinos le advirtieron al campesino que no pasara ese día, que era mejor hacerlo en la mañana siguiente.

Pese a las advertencias, Medina llevaba toda su vida haciendo lo mismo y creyó que podría dominar la situación, así que decidió pasar con su caballo y unas cuantas vacas; sin embargo, perdió la estabilidad por la fuerza del agua, que en la mitad del trayecto se lo llevó a él junto a su potro.

El animal salió metros abajo con vida, pero al hombre de avanzada edad no lo encontraron. “Pasamos días y noches enteras buscándolo, no podíamos creer lo que estaba sucediendo. Como el animal había salido ileso, siempre tuvimos fe de que él lo lograría. Hasta el día de hoy no hemos podido sepultar su cuerpo, no tenemos una tumba a donde ir, a donde dejar flores, a donde ir a rezarle o hablarle. Solo nos quedan los recuerdos, la finca, la casita y algunas de sus cosas”, María Teresa Medina, hija de don Edelio.

Edelio era considerado como un líder social por sus técnicas de cultivo, su conocimiento en ganadería, la protección de la diversidad del ecosistema y por su lucha para el desarrollo de proyectos con la comunidad.

“Esta tragedia rompió a la familia por completo. Él era el que nos unía a todos, el que llevaba comida a la casa, el que nos cuidaba y nos apoyaba en cada paso que dábamos. Pese a que nunca encontraremos sus restos, aún vamos al río con mis hermanos y visitamos el lugar donde fue visto por última vez. Yo le sigo hablando y contándole mis cosas, como solía hacerlo cuando estaba con vida”, concluyó Teresa.

El paseo de olla que se convirtió en tragedia

En el 2016, la familia Cáceres decidió viajar a San Gil; tíos, abuelos, niños y adultos estaban emocionados por las actividades extremas que se llevan a cabo en el Río Fonce.

El paseo transcurría con normalidad, hicieron canotaje, rafting, canopy, visitaron cuevas, comieron platos típicos de la zona, cabrito, pepitoria, tamal santandereano y se vivía en un ambiente de felicidad y calma.

El último día del paseo, el abuelo Aurelio dio la idea de que fueran al río a hacerse un buen sancocho y compartir en familia. Todos muy ansiosos alistaron todo lo necesario y se dirigieron al lugar.

“Pusimos música, comenzamos a cocinar, llevamos ron, cervezas y aguardiente. Mientras que algunos estábamos cocinando, otros tomaban y otros descansaban, entre tanto los niños de 5, 7 y 13 años jugaban a la orilla del río”, explicó Teresa Cáceres.

Después de que todos comieron se comenzaron a “emparrandar más”, empezaron a bailar y a tomar más. De un momento a otro, la niña de 5 años se acerca llorando y gritando, mientras que señalaba hacia el río. Cuando la familia se dio cuenta, la pequeña de 7 y el niño de 10 estaban siendo arrastrados por la corriente, la madre del niño comenzó a correr para alcanzarlos, aunque solo se veía la niña. Residentes ayudaron para tratar de rescatarlos.

Al alcanzarlos, ve que la niña estaba aferrada al menor de su mano, sin embargo, él estaba inconsciente. Cuando los lograron sacar, trataron de reanimar al niño que tenía una contusión en la cabeza, pero no lograron salvarlo.

“Me arrepiento tanto de haber sido tan irresponsable. Perdí al niño de mis ojos, ellos no sabían nadar, nosotros éramos conscientes, pero nos relajamos mucho. Laurita (la menor de 7 años) nunca soltó a mi chiquito, trato de ayudarlo, pero él se golpeó la cabeza con una roca y ahí quedó. Me sigue doliendo el alma y jamás me lo perdonaré, lo amo y lo seguiré amando el resto de mi vida”, madre de Santiago, el niño que murió ahogado.

Prevención de ahogamientos

El ahogamiento se puede prevenir mediante varias estrategias:

1. Mejorar la sensibilización pública en torno a este tema y resaltar la vulnerabilidad de los niños.

2. Impartir desde edades pequeñas conocimientos en natación, salvamento y seguridad en el agua.

3. Instalar barreras o señalamientos que indiquen los riesgos que de cada superficie.

4. Crear un espacio de capacitación a personas interesadas en adquirir conocimientos en reanimación y salvamento.