Máximo Sexy es un personaje de lucha libre mexicano, interpretado por José Christian Alvarado Ruiz.

SOBRE LA GRACIA DE UNA MARIPOSA

Hermosamente penetrable

A pesar de los avances de la comunidad LGBTI, hoy muchos hombres todavía viven su homosexualidad como un hecho vergonzoso. Deseosos de ser como los hetereosexuales, a menudo idealizando la figura del macho, han convertido el amaneramiento en un objeto de desprecio y ridículo. El autor de 'Un mundo huérfano' celebra la figura del hombre-mariposa.

Giuseppe Caputo* Bogotá
26 de octubre de 2016

I

Es una escena común: quedamos en juntarnos con el amigo, que corre eufórico cuando nos ve esperándolo. Quizás el saludo es un beso, quizá nos abrazamos. Un saltito de emoción, un: “Mi vida, mi cielo, te he extrañado”, y luego otro saltito, caminada en gancho. “Háblame de ti, cuéntame de tu vida”. Risas —mano loca por aquí, mano loca por allá— y un mover el cuerpo y la cabeza como si solo fuéramos pelo suelto. Dos mariposas.

Entonces un miedo, la estupefacción. El amigo se congela. “¿Qué fue, qué pasó?”, y él: “Quieto, viene alguien”. Y en esa rigidez, vuelve la pregunta: “Pero, ¿qué pasó?”. Silencio. Nuestro amigo saca pecho y rompe el gancho, estira la espalda. Dice: “Viene un colega”, y sigue caminando, cada vez más distante. Saluda al compañero, quizás engruesa la voz. Al despedirse, pregunta: “¿Será que nos vio mariqueando?”. En los bolsillos del saco mete las manos, que ya no están locas ni se mueven solas. Él las controla.

II

Hace más de 100 años, Proust escribió una escena similar: “Sintiéndose emancipado cuando estaba con monsieur de Charlus, Vaugoubert empleaba un lenguaje que el barón detestaba. Ponía en femenino todos los nombres de hombres… Como además tenía muchísimo apego a su puesto diplomático, sus deplorables y estrepitosas maneras en la calle las interrumpía continuamente el miedo cuando se cruzaba con personas del gran mundo, pero sobre todo con funcionarios… ‘Por ahí va el director de Asuntos Comerciales. ¡Con tal de que no se haya fijado en mi gesto!’”.

La escena, pues, sigue siendo actual. ¿Qué hay en ella y cómo ilumina la situación descrita al inicio, que podría estar ocurriendo hoy mismo, a esta hora? Más allá de la triste constatación de que, 100 años después, y a pesar de todos los avances de la lucha LGBTI, muchos siguen viviendo la homosexualidad como una realidad vergonzante —la mirada del macho sigue determinando nuestra conducta y la percepción que tenemos de nosotros mismos—, el texto de Proust permite entender otras cosas: el lenguaje que el barón detesta es un lenguaje usado y creado por un homosexual, pero es también un lenguaje despreciado por otro; la transformación en femenino de los nombres de hombres (Mario se vuelve María) es, más exactamente, lo que hace que ese lenguaje sea a la vez transgresivo y repudiado; el deseo de que la homosexualidad no haya sido destapada revela un deseo de ocultamiento; y en ese sentido, el uso directo de la palabra “miedo” habla por sí solo.

A destacar de ambas escenas: el momento de la actuación. La actuación —o quizá, mejor, la simulación del macho— no es otra cosa aquí que control y rigidez: la vigilancia del otro que se convierte en vigilancia de uno mismo. En palabras del poeta cubano Severo Sarduy: “El macho, ese travesti al revés”.

III

Si podemos actuar lo macho, si nos travestimos de machos, ¿qué hacemos o somos cuando mariqueamos? Aunque muchos actuamos amaneramientos y a veces acudimos a la exageración de ciertos gestos considerados femeninos —cuánta alegría y libertad durante—, también hay que decir lo obvio: que el amaneramiento no siempre es una actuación o simulación consciente, y que el hombre amanerado no imposta: simplemente es. Pienso en Kleist, cuando afirma que la gracia aparece de la manera más pura en la forma corporal humana cuando no tiene conciencia alguna: cuando no se imponen ni la racionalización ni la autoconciencia.

Como el chiste del hombre que sale del gimnasio, musculoso como el que más, caminando fuerte, caminando macho, y de repente ve una araña diminuta: el hombre se asusta, pega un salto, un gritito —se deja ser—. Entonces le dicen: “¡Ya no eres musculoso sino musculoca!”. Y revientan risas, todas las que hay.

En ese hombre y en ese momento aparece la gracia —la forma corporal sin conciencia— en contraposición a la actuación, a ese haberse travestido de macho. Y con las risas se evidencia lo que Didier Eribon ha destacado como un rasgo característico de la homosexualidad masculina: la polaridad entre virilidad y afeminamiento. “El desprecio, el odio en ocasiones, de quienes se complacen en pensarse masculinos o viriles hacia los afeminados”.

IV

Ese desprecio no se limita a la actitud hostil hacia los homosexuales afeminados —las locas, las mariposas—. Eribon nos recuerda, aunque esto es algo que sabemos bien, que la necesidad de ocultarse lleva con frecuencia a la vergüenza y al odio a sí mismo. A vivir el cuerpo “como un condenado”, diría Gómez Jattin. “Mi cuerpo prisionero / aún en el vuelo de la mariposa”.

Édouard Louis también lo sabe bien. En su libro Para acabar con Eddy Bellegueule escribe: “Cuando empecé a expresarme, mi voz adquirió espontáneamente entonaciones femeninas. Era más chillona que la de los demás niños. Cada vez que empezaba a hablar movía las manos frenéticamente, para todos lados; se retorcían y revolvían el aire”.

Agrega: “Mis padres creían que yo había elegido ser afeminado, como si fuera una estética personal a la que me hubiera apuntado para disgustarlos. Sin embargo, yo tampoco sabía las causas de por qué era así. Me dominaban, me ataban esos modales y no escogía aquella voz aguda… En aquel mundo donde se proclamaba que los valores masculinos eran los más importantes, hasta mi madre decía de sí misma Yo tengo los cojones bien puestos y no me dejo mangonear”.

V

Recuerdo una escena de La jaula de las locas que conjuga el desprecio hacia el amaneramiento, por un lado, y ese sentir de que la entonación femenina de la voz, esos modales de mariposa, nos dominan: cuando el muy afeminado Albert, un drag queen, intenta “heterosexualizarse”, travestirse ya no de mujer sino de macho, para poder asistir a una cena con una familia conservadora. Albert lo intenta pero no puede, sus gestos lo delatan involuntariamente: se le sube el meñique si toma agua, olvida apretar la mano con fuerza. Su pareja, Armand, intenta enseñarle otros ademanes: le pide que apriete con más fuerza, que mantenga el meñique en el vaso, pero fracasa siempre. A pesar del humor presente en las escenas, aflora una violencia de manera lógica e involuntaria: Albert no quiere —no puede— simular al macho, y sufre al intentarlo, se frustra, se desespera. Ese intento de aleccionamiento y esas lecciones de control y rigidez —ese deseo de heterosexualización, en fin— termina recordándonos las terapias de conversión de homosexuales: quizá por eso la violencia se sobrepone al deseado humor. A esto se le suma que quien intenta hacer la conversión en este caso es otro homosexual que se acepta y reconoce como tal. Como en la escena inicial de este texto y como en la escena que describe Proust, tenemos a un homosexual pidiéndole a otro que no suelte plumas.

Hay muchos gais que se travisten de machos; también estamos los que no queremos hacerlo.

VI

¿Qué le hace un hombre amanerado a un macho, sea homosexual o heterosexual? ¿Qué provoca su cercanía?

Hace un tiempo vi en la Arena de Guadalajara la pelea entre un luchador que me pasó desapercibido y otro que obtuvo toda mi atención: Máximo Sexy. Vestido con una trusa rosada de encajes fucsias y una cola de caballo también rosada, el arma “mortal” de este luchador era besar a su oponente. Se golpeaban, se pateaban, se lanzaban el uno al otro por fuera del ring… Y, sin embargo, el beso que Máximo le daba al otro lo hacía vencedor. Máximo “lo mariqueaba”, ahí radicaba su poder: amanerar al macho. Pero ese poder era un poder homofóbico: partía del supuesto de que, al darle un beso en la boca a otro hombre, lo hacía “menos hombre” o “poco hombre”, y en esa lógica misógina le daba un estatuto inferior, un estatuto de mujer. Un estatuto de alguien que es y puede ser penetrado.

Me pregunto: ¿un hombre amanerado es un hombre que se toma enseguida por penetrado?

VII

Leo en Grindr: “Me gustan los hombres, no las mujeres”, “Busco machos, si no, saldría con mujeres”, “Bien hombres”, “No pasivos”, “Hombres serios y discretos, nada de plumas”, “Locas fuera”, “Varolines como yo”… En esta red de encuentros, el elogio de la virilidad y el desprecio a lo femenino se radicaliza: tan fácil es la concreción de una cita sexual como excluyente y misógina es la dinámica.

Pocos críticos han pensado tanto este deseo por el macho como Leo Bersani. En su icónico ensayo Is the Rectum a Grave? escribe: “Un hombre gay no solo corre el riesgo de amar a su opresor de las formas como un hombre negro o un judío podrían más o menos colaborar secretamente con sus opresores: esto es, como consecuencia de la propia opresión. Ni los negros ni los judíos se convierten en negros y judíos como resultado de internalizar la mentalidad opresora, mientras que esa internalización sí es parte constitutiva del deseo homosexual masculino que, como todo deseo sexual, combina y confunde los impulsos para apropiarse e identificarse con el objeto de deseo”.

Y sigue: “La seriedad del compromiso de la comunidad gay con el machismo significa que los hombres gay corren el riesgo de idealizar y sentirse inferiores a ciertas representaciones de la masculinidad considerando el rasero con el que ellos mismos son juzgados y condenados. La lógica del deseo homosexual incluye el potencial de una identificación amorosa con los enemigos del hombre gay. Y esa es una fantasía que es a la vez inevitable y no más permisible”.

VIII

Pedro Lemebel también critica la remasculinización del homosexual en “paralelismos misóginos adheridos al poder”. No solo eso: también lamenta que el estigma del sida haya retrocedido los avances de la liberación sexual.

El mencionado ensayo de Bersani empieza con el siguiente epígrafe de Opendra Narayan, de la Escuela Médica John Hopkins: “Estas personas (los homosexuales) tienen sexo de 20 a 30 veces por noche… Un hombre va de ano en ano, y en una sola noche actúa como un mosquito, transfiriendo la infección a través de su pene. En un año, entonces, un hombre tiene 3.000 relaciones sexuales: con eso podemos entender la epidemia masiva que nos afecta hoy”.

El estigma, entonces, incluye el hecho de tener muchas parejas sexuales —no quiero decir promiscuidad ni usar el término como antónimo de la monogamia, pues desde hace mucho pienso que esa palabra tiene una carga condenatoria que la palabra monogamia no tiene; lo contrario de la monogamia es la poligamia; lo contrario de promiscuo sería algo así como mojigato o reprimido—. En The Penetrated Male, Jonathan Kemp lo resume así: “La llegada del sida ensombreció el discurso del placer”.

Pero el estigma, por supuesto, pasa por el ano y por su penetración: en Is the Rectum a Grave?, Bersani da al ano un significante de negación, disolución y muerte, y se refiere a “la seductora e intolerable imagen de un hombre adulto, piernas arriba, incapaz de refutar el éxtasis suicida de ser una mujer”. Kemp se pregunta: “¿Por qué intolerable, por qué suicida y por qué mujer?”, y pasa a reclamar en su libro al cuerpo masculino como un cuerpo penetrable.

IX

Recuerdo un chiste de la infancia: dos hombres se muestran sus erecciones y deciden jugar a los espadachines. Luchan y luchan sin ganar o perder hasta que uno, por fin, se declara agotado: “Me rindo, mátame”, y se pone en cuatro. Ese es el chiste.

También de niño escuché una historia que relacionaba la penetración con la muerte: la tragedia de dos amigos que se emborracharon una noche y decidieron hacerle una broma a otro que estaba en la fiesta, hace rato inconsciente por tanto tomar. Rompieron un huevo y le echaron la clara en los calzoncillos al borracho dormido. A la mañana siguiente le dijeron que el marica del pueblo se lo había comido. “Mírate los calzoncillos, llenos de semen”. A las pocas horas se suicidó.

X

Lemebel, en su Manifiesto:

¿Tiene miedo de que se homosexualice la vida?

Y no hablo de meterlo y sacarlo

Y sacarlo y meterlo solamente

Hablo de ternura, compañero

XI

Un hombre amanerado trae consigo la posibilidad —la evidencia— de que cualquier hombre puede ser penetrado. Que todo hombre es penetrable. O como en el verso de Gómez Jattin: “Hermosamente penetrable”.

Guardo en mi corazón el recuerdo de la primera vez que fui a un baile de los nuestros: bajaron del techo unas jaulas, y cada una encerraba —contenía— a un hombre. Ellos bailaban encerrados, bailaban contenidos: esas jaulas parecían irrompibles.

Pero la música cambió y las jaulas por fin se abrieron: ellos mismos las abrieron. ¡Qué jaulas tan delicadas eran, tan fáciles de atravesar! De ellas salieron hombres distintos —mariposas— y todos aplaudimos su vuelo.

*Escritor. 

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