You are on page 1of 39
Sodomitico dicese del pecado en el que caen los homes unos con otros. Et porque de tal pecado nascen muchos Cada uno del pueblo debe acusar a los homes que fascen, de luxuria contra nalura, et este acusamiento debe ser. delante do judgador do ficiesen tal yerro. Et si les fuera p deben morir tanto el que lo fasce, como el que lo consiente, «Las Siete Partidas» o «El Cédigo de Alfonso el Sabio» El pajaro ha perdido su color. Las plumas de su cola, antes rojas o amarillas, ahora no tienen color. Parece un pajaro hecho con saliva. Su canto, amargo como un bocado de mierda, me pone los pelos de punta, aqui, en el monte. Escribo y escribo. Hay que escribir lo que nos pasd. Hierven los acontecimientos, todos los dias nos encontramos con una mala nueva de la taleza, Nada es tranquilo aqui. Todo esta vi taspa, muerde o envenena. Hay que escribir, ‘scribir, ahora, al final del mundo. Me aco paso, y a pesar el mundo que dejé atras, lay que escribir, desde el principio, ea naturaleza que no se calla m anterior, cuando escribia sobre cine y a veces sobre j tura en un diario de la ciudad. Repercusiones que en mi vida determinados libros o peliculas, actuacion que me deslumbraban, escritoras que me enk contaba la vida de actrices inolvidables como nen Maura o Annie Girardot, y contaba la vida de las eserito- ras también. Cada semana escribfa sobre esto y eseribia también un intento de novela que quedé en mi casa. Tenia prestigio y un sueldo que me permitia feliz. Lo digo: el dinero me hacia feliz. «Esa vida es muy cara y se la van a cobram. La enviaba a sus pajaros camaleones a las casas de t travestis de la ciudad y nosotras, distraidas y das, pensamos que se habia vuelto loca, Eran La Machi. Llevaba muchas vidas sobre la ti Ja Claw de limpiaba por hora el na le habia pedido que se and) Re no saliera sola a la calle. A partir de hizo acompafiar por su chongo cada vez q el trabajo. El militar no le habia dicho por qué, ella tuvo miedo. Y luego vino la Rufiana a mi d mento, completamente roja porque habia corrido maraton escapando de un grupo de adolescentes que le Janzaron piedras. ie Y La Machi insistid: «Rajen». Y las notitas atadas & en las patas de sus animales se volvieron cada vez mas imperiosas. Pero estabamos ocupadas en gastar nuestro dinero, en hacer nada para que no se arrugara el hocico. Las actrices y las cantantes travestis comenzaron a set acusadas, en los programas de chimentos y en los no- ticieros, de pederastas o de violadoras. Luego Si las politicas y las maestras, las periodistas, las €s yal poco tiempo todas tenfamos el ojo de una es posado sobre nuestras cabezas. ___ Portiltimo, se escuchd sobrevolar a los gtitaban con voz robética: f le gustaba la poesia, \cartas, publicidades de televisién y radio, mani. ‘festaciones en la calle, pegatinas, folletos en las escue- las, predicadores en las plazas, todo habia colaborado, Pero ni desde el gobierno, el ejército o la policia sabian darnos respuestas. «iNo hay tiempo de buscar culpables! iCorran, mier- das!>. Los pajaros insistian. Pensdbamos que, si sucedia algo grave, La Machi vendria personalmente, convoca- rfa a un encuentro, pero los dias pasaban y los drones malditos comenzaban a gritar cada vez mas temprano y se callaban cada dia més tarde: A Los CIUDADANOS LIBRES Y DECENTES, LLEGO LA HORA DE TERMINAR CON ESTA DEGENERACION, QUE SOCAVA LA PAZ DE NUESTRAS FAMILIAS, Ma- TEN UN POCO. MATEN MAS. MATEN A LOS TRA- VESTIS Y A TODOS AQUELLOS QUE LOS HAYAN TOCADO MAS DE TRES VECES. iB Morir junto con todos los que nos hubieran toca- don : éCémo podia saberse alg , mismo dia, mi hijo Ilegé de la escuela y su cuarto gritandome que no queria salir m e era mi culpa. Que en la escuela habja cartel ese llamamiento: «Matar a los travestis yatodo que los haya tocado tres veces», Los drones pedian a los demas que nos asesinaran y nosotras habiamos olvidado una violencia original y transparente que nos sirviera como defensa, la violencia honrada que auspicié nuestra perpetuidad, Una tarde, volvia del trabajo sin creer cémo habia cambiado el aire en tan pocos dias. Cémo guardaban silencio las personas cuando pasaba cerca de ellas, en lacalle, en la redaccién del diario, en el supermercado. Todos se callaban y miraban al suelo, con vergiienza. De pronto, muy cerca de mi departamento, cuatro ni- fios me salieron al paso. Llevaban uniforme de colegio, las mochilas colgaban de sus hombros. Eran como hijo, tal vez de la misma edad. Me cerraron el | Uno grité que yo era un degenerado y lanz6 dra que me dio en el flanco izquierdo, Lu Mas piedras, todas dirigidas a las piernas; an a los vecinos—, los cuatro De un salto, como si nunca me hubiera _ olvidado de que fui bestia, me lancé al cuello de unoy Je arranqué un pedazo de carne por donde se le escapé Ja vida. Y al del azote le puse un patad6n justo en me- dio de la frente, su bonita frente de nifio bien criado, y cayé muerto. Los otros huyeron gritando que habia un travesti, y escuché el temblor en los adoquines del Paseo y supe que venian por mi. Al llegar a mi departamento encontré a mi hijo cu- rando un gran tajo que mi esposo tenia en su espalda. En su trabajo lo habian sefialado como uno de los des- honrados. Las mujeres le habian dicho que se fuera y, al perseguirlo, le habfan arrojado una gran computadora en el lomo. Le abrieron la espalda con un tajo que pa- recia la promesa de un ala. Y corrimos, simplemente corrimos. En nuestras casas quedaron los microondas y las bafieras con hidromasaje y las depilaciones definitivas y las cirugias estéticas y las comodas almohadas de pluma londe rey § Nuestros cuerpos acostumbrados al ron los sillones donde hicimos los en las paredes. Por sus amigos, Janzaron piedras a su cabeza. Por sus m sacaron por los salones de actos sin fijarse cu fo habian consolado en sus aiios de estudiante ; se burlaban de él porque era el hijo de una davia posible, no prohibida como ahora. Mi esposo mudo, con los ojos bien abiertos. El pajaro que tr advertencias y cambiaba de color volaba sobre nuestras cabezas. Tenia urgencia por que escaparamos. .# Nos fuimos por las escaleras cubiertos como pudi- mos para que no nos reconocieran los vecinos. Alllegat ala calle, nos recibié un silencio nuevo, algo luctuoso ydenso como la envidia. Nuestro auto, que habia com- prado en veintiocho cuotas con mi sueldo de p ta, estaba en una cochera y no nos atrevimos él porque no sabiamos cémo reaccionaria Caminamos pegados a las paredes por esa. tosia balaceras y gritos de travestis que p Mi hijo no quiso andar. Dijo que se un paso mas y que todo aqi les de la ciudad, donde algunas mujeres con -Pajiuelos en la cabeza oteaban detras de las rejas de sus casas las figuras fantasmales que aparecian en aque- los limites. Travestis ensangrentadas, mutiladas, en las liltimas y en las antetiltimas. Travestis que cargaban a sus padres en brazos, travestis muy viejas, algunas que no cumplian ni los quince aiios. Ahi descansamos por primera vez. Una que se recuperaba de la corrida dijo que lo sa- bian todo de nosotras. Dénde viviamos, en qué calle, en qué piso y en qué departamento, de qué trabajabamos, si teniamos familia o no, a qué hora saliamos ya qué hora entrabamos, También que el objetivo era dejarnos sin La Machi, que fue a la primera que quisieron asesi- nar para desorientarnos. ~Yo llamé a la policia cuando quisieron prender fuego mi casa, pero se me rieron de lo lindo y cortaron —dijo una de las travestis que perdia sangre por todos lados mientras una de las mujeres del tiltimo barrio de la ciudad le ponia trapos embebidos en alcohol yodado para frenar la hemorragia. Las vecinas corrian y nos daban lo que habian po- dido conseguir casi de contrabando, Agua, sdnguches, cohol, antibisticos, vendas. , avia no amanecia. La noch Jos pantalones manchados de | ‘habia quedado sin habla. Las mujeres que nos socorrieron esp tandas de fugitivas que precisaban su an organizadas y a la vez con temor por estar ha aquello que estaba prohibido: -Nosotras no las tocamos —dijo una ensefiando. las palmas como prueba de su inocencia—, No les pu- simos ni un dedo encima. a -Tenemos que meternos por el medio del campo y tenemos que hacerlo ya —ordend mi esposo. Pedimos a las mujeres que avisaran a las demas hacia donde ibamos. Confiamos en ellas, sin saber por qué. Dimos las gracias de rodillas y seguimos adelante. Comencé a arriar a las otras, y rengas, mutiladas, machucadas y sin fuerzas dimos los primeros pasos de ~ nuestro éxodo. Evadimos la Circunvalacién, saltamos: los cercos y nos metimos campo adentro. Pronto el so dibujé nuestras sombras alargadas sobre los pasto las voces gritonas de los drones, disparos la sangre. Y un grito mas cercano, : de personas que escapaban co o detalles, elaborando teorfas 1s, y luego volvia y me lo contaba. Para loescriba. Para que la escritura recuerde por mi, Nos fuimos bajo tierra, por los techos, en el batl de los automéviles, dentro de bolsas de basura, huimos como pudimos, cubiertas de pafios, sin ser definitiva- mente nada. Por las cloacas nos fuimos. Nos pisaban los talones los que querian matarnos, nos olfateaban sus perros que babeaban por el olor de nuestra carne, No- sotras apenas podiamos andar con los restos de nuestras vidas, lo que habiamos arrebatado de repente. Casi al borde del primer monte, un grupo de ase- sinos nos alcanzé y tuvimos que pelear con dientes y ufas. Y muchas muricron. También vimos morir los cuerpos viejos de nuestras madres. La mia gritd y cay muerta, las balas le perforaron la espalda. Mi hijo quiso desasirse de su padre y correr tras su abuela, pero él fue fuerte y lo arrastré al Espinal. Yo pedi por favor que se detuvieran, que era anciana, que no tenia responsabili- dad alguna, que no era madre de nadie, que estaba senil y huia por miedo, pero los hombres y mujeres que nos a eran sordos y ciegos. Jard6é mucho tiempo en darse Como la mujer de Lot, giré despedirme de mi casa alla en Sodoma; quedar clavada a la tierra como un 4rbol, pero me dejo. No quiso. No sé quien se preocupaba desde el otro lado. Tal vez las legiones de espiritus jlimentamos en nuestra casa, Al sabernos muy lejos, bajo el sol de un mediodia _ que prometia quemarnos vivas, improvisamos carpas con vestidos y colchas y descansamos hasta que se hizo de noche. Sin prender fuego por miedo a que el resplan- dor delatara nuestra presencia, nos sentamos en circulo para reflexionar sobre lo sucedido. ; Nuestros teléfonos celulares comenzaron a apagar se, uno tras otro. Nadie pegé un ojo esa noche. La Luz Mala bailaba a nuestro alrededor como una odalisca de lumbre. Antes del amanecer, levantamos los trapos y — continuamos la marcha. Pronto Ilegamos a la Pampa de Achala fioy un gran desconcierto. Mi esposo, qu‘ en toda piedra que hubiera cerca de la ciuda Feconocer aquel monte que se divisaba ‘nos desmoronamos. Caimos de rod ante un angel. Muchas de nosotras no la habiamos: una sola vez en la vida. Muchas la esperamos cuando comenzé toda esta mierda, pensamos que nos salyaria con su magia, con los hechizos que habia aprendido e inventado a lo largo de todos sus afios sobre la tierra, pero estaba vieja y recuperando fuerzas en algtin rincén del pais, y no podia enfrentar toda esa maldad junta, Pero aqui estaba, habia llegado, y verla sobre su perro, con sus pajaros camaleones reyoloteando sobre su ca- beza, fue como ver a Dios. La Machi conocia bien el paisaje. Se habia criado en la cima de la sierra, arriba de toda la piedra, arri- ba y mas arriba de todos los arroyos y saltos de agua, mas alla de la pampa que con su paja brava cortaba las piernas que traiamos desnudas. Nos advirtié sobre serpientes que sumian en agonfas sin paz. Escorpiones pudrian en segundos si clavaban su aguijén. . Por primera vez dormi mientras E ni mi hijo se dieron cuenta de la s los brotes en la superficie, | mantra de siempre: Naré naré pue esa oracion nos dormimos, y al despertar los densos como paredes nos dividieron del mundo, Aqui armamos nuestra casa. Primero fue un d carne de nuestra familia renegaba. El clima era o i peligros que habiamos olvidado volvieron a andar entre nosotros. No sabfamos como cubrirnos, cé6mo hacer seguro un techo, hacia dénde orientar nuestras venta- nas. Luego fue el segundo dia y pensamos en comer y en beber agua y salimos a conocer el lugar. Y pronto fue el tercer dia y mi esposo tuvo ganas de hacer el amor y yo de darle el gusto y nos tiramos sucios como estabamos a repasar qué era aquello de meter y sacar y lamer y morder, aunque nos asqueaba el olor que salia de nuestras bocas y axilas. Al cuarto dia lovio y nos empapamos como recién nacidos y lloramos. Todas lloramos. Y los hombres lloraron ocultando sus rostros: Al quinto dia secamos todo lo que traiamos al sol, cluso a nosotras mismas, desnudas en el monte ¢ quirquinchos. Secamos nuestra pena, la dob ‘uidado ayudandonos a tomar las esquinas y la gt * jo tierra. Al sexto dia la vida se pareciO a alcdatl, que a su vez es p El pajaro todavia existe porque cava su propia madriguera. Un pajaro asi, ci ppalen de plumas que cambia de tamafio hasta yeno como un gorridn © enorme como un Aguila, ‘conmigo Y regula con su 4nimo el temperamento de: exilio. Cuando no lo asedia la inquietud o la trist , sus alas expandidas tienen el tamaiio del abrazo di hombre. Su cola debe tener un metro, su pico cambia decolor con él. Cuando hay cazadores cerca, se pone — gnaranjado, como es aqui la tarde, y una puede rajar a como un chelco y encomendarse a todos sus muertos porque es muy posible que si no corrés termines em- palada. Cuando duerme se queda negro negro, parece una bruja cubierta con una manta. Se queja como viejo. Vino hasta aqui como si no perteneciera a més que a mi misma. Renuncié a La Machi e hiz ella me guardara resentimiento. No me miracon ojos porque dice que me quedé con su criat _Perdona por lo que me pasd. No se eo se sabia de ellas, La tierra misma ; por completo. Aalgunas comenzé a caérsenos al pelo y con esas ‘chillas hicimos nidos para nuestros hijos. Nos cubriamos el craneo por la vergitenza de vernos calvas. Estaba- mos peladas y solas. Extrafidbamos nuestros maquilla- jes, nuestros aceites, las cremas con que nos untabamos, los rubores de la cosmética, la sombra con que bor- deabamos nuestros ojos. Estdbamos en el monte cada vez mas desnudas, el rigor del sol nos heria, el frio también, teniamos los labios tan resecos que no po- diamos sonreir sin sangrar, nos ardia la piel, en un afio enyejecimos quinicntos, nuestro cuerpo era un pufiado de tierra. Una travesti de buenas carnes aparecié desnuda y cubierta de barro, y sobre la piel de tierra habia dibujado espirales. Sobre el vientre, sobre los hombros, en la es- palda, un araiiazo. Otra siguid su ejemplo y otra y otra, y" Ptonto estuvimos todas maquilladas de nuevo; el barro ‘secaba de distintas maneras sobre nuestros cuerpos, blancuzcos, grises, negros. Otras en ar yoz4bamos. Como una maldi Muy cerca, casi al ritmo con que d —-yenia el zorro por quien traicioné el luto por Me andaba por detras, siempre espiando ojos como punzones sobre mi cabeza pelada. gorro, me vio llegar y le gusté inmediatamente, solo: tenfa mucho miedo porque desconfiaba de los huma- nos, no queria acercarse. Pero no le cref, por el perfume atraidor que emanaba de su pelaje. Qué mas daba, una vez muerto mi esposo —lo es- cribiré mds adelante, lo prometo-, le abri las cortinas de mi rancho de viuda hecho de barro, de yuyos, de montones de paja con la que me abri tajos en las manos, tajos por los que sangré y me pudri. Los corderos vinie- ron a lamer las heridas. Estaba emputecida, no podia conmigo misma de ganas de darle todo. —iQué querés que te dé? éQuerés que te dé mi vida, mi casa, mi nombre? Orientame porque yanosé — qué darte —le rogaba, le imploraba. Y ahora no me queda més que resentimiento la falda. Lo odio. Deseo que mire su reflejo Ho, todo él, que no le quede un palmo sin tenga refugio de si mismo, que nunca pI que es, de punta a punta, desde el p , soy ahora. Me entregué a la dic as bestias ciegas. Hundo mis pies « ‘ellos echan raices a cada paso, cuesta despren- -derme del amor de la tierra, las raices arrancan secretos de mica, lombrices que dicen mi nombre; yo continto un paso delante del otro, me pesan las tetas, me arrastra el cu- Jo, mi pene cuelga muerto bajo las faldas que me guarecen de los mosquitos, las avispas y la mordida de las viboras. Extrafio la cordura antigua. Amaba con locura las ciudades. La ciudad que hervia de gente y de coches y de transportes publicos, Extrafio el orden de las ciudades por la noche, cada criminal con su lugar y su tiempo, as putas engalanando las esquinas como un detalle que alguien tuvo para con la luna, los tacones haciendo eco en los negocios cerrados, sobre la piel de chapa. Los ge- midos inesperados de una pareja haciendo el amor, tal yer, unos pisos mas abajo, la risa de mis amigos maricas arafiando el vestido del levante callejero. Aqui, por la noche, las cascabeles dan conciertos y su repertorio es insoportablemente triste. Sus voces se meten dentro de wna y hacen que la vida no sea linda. Y los mosqui- tos... odio los mosquitos y tener que quemar bosta del animal que sea para mantenerlos por unas horas a raya: 0 con todo mi cuerpo la picadura del mosquito. aqui crei volverme loca cz antes que estar viva para muerto a manos de un Andaba duelando a mi esposo, g doy se abrié la cabeza con una Piedra in yar a nuestro hijo. La pena era como una compafia de papel muy fino que venia a yida de mi esposo. Yo, la viuda barbuda, Estaba ; llada orinando cerca de un molle cuando ese ramitas crepitar bajo los pies pesados de un que cargaba un fusil. Corri orindndome las piernas: el cazador por detras. Me iba a la muerte toda m «Me va a comet, me va a masticar entera», pensaba, y_ me meti en una cueva donde el cazador no cupo era mds grande que yo. Con una piedra sellé I da, Me quedé tres noches dentro, comiendo renz de un charco de agua. Alumbrandome de a rat un encendedor con muy poca carga. A los tres Cuestas, que pesaba tanto como mi dol Yasuftimiento, Caminé todo el tramo terror por cada sonido que invadia mi ente que la muerte danse valsecito. -espié el amor entre el gato y el chancho, Y también la vergiienza, que la creia perdida. Por mi impertinencia. La de andar echa que te echa rafces en cualquier parte, como si el monte fuera mio. Pasan estas cosas. A veces salgo convencida de que ya no soy hueso, came y piel. Soy mas bien como un error, un espiritu despistado, yo sola, el pajaro sonso este todo apocado sobre mi hombro, negro e indolente como el loro de un pirata, como una condecoracién militar por haber sobrevivido al otro mundo. El pajaro que ahora pa- tece hecho de cuentas de vidrio, un adorno de mal gusto. Es preferible la nada. El mal amor que él me dio, me lo dejé entre las manos como un pafio. Lo trajo hasta mi puerta cuando supo que era viuda. Si la de enton- ces hubiera sido como soy ahora, no lo habria mirado. estaba sola y la muerte de mi esposo dejé un vacio do de descargas eléctricas y quemaduras. Para qué. into todavia en la noche, sobre el montén. ateposar dl cuero, para ‘un fasguiio. Tiene las ufias largas y i enes,a mordida limpia, pero la pe yalen duras y filosas para defenderse dela al tero a la perfeccién. Mi pdjaro, al cece pre altanero, como si se supiera el mas tee tierra, se pone azul y dorado, y asi me entero | llega el traficante con caramelos. Yo junto los duraznos, las naranjas, el mistol y los granos de oro que le roba- mos al arroyo. Los llevo en la falda hecha una bolsa, las piernas peludas, el crineo con el poquito pelo que me queda, las pezufias negras de tierra. Voy hasta él. Bl son- rie, me hace una reverencia, el brazo parece alargarsele de tan elegante y sobrio que es, como una flor limpia, como una piedra en el rio. Las otras, igual de terrestres, vienen a los trancos largos, perseguidas por sus hijas que — arrastran el pelo. Da pena cémo se arruinan el pelo criaturas. -Oiga, dofia, y usté cémo mastica —me p el hombre rojo, el traficante. ~Con fuerza de voluntad repo Me voy con las otras a paso desi et fh Vino a mi puerta llamando a los gritos, la tipa esta, Con los puiios azotaba las ventanas que eran un infier- no de ramas, brazos que se anudaban unos con otros, espinas y bichos canasto. Golpeaba, clamaba con mu- chas voces mi presencia en la puerta; entonces me levan- té, arrié mis tetas y me asomé para verla, la cara de tierra, el escote de tierra, asustada porque su nifia estaba con vémitos y nauseas. Se llamaba Lilith y la recuerdo desde el éxodo ayudandome a pasar a mi hijo de un abismo al otro. Aqui en el monte conocié a una deportista profe- sional, no recuerdo si era boxeadora o maratonista. Te- nia piernas gruesas y musculosas. Se enamoraron, como alos dos afios de llegar. Su casamiento fue espléndido. Al poco tiempo, una travesti mas joven enfermd y como no tenfamos medicamentos para ella ni magias (la magia la inventamos después) murié dejando a su hija mas pequeiia sin madre —una nifia que habia recogido a su vez en la carrera del exilio—, y Lilith y su esposa deportista la adoptaron. Pim, pam, pum. Ahora qi siento asombro de nuestra sencillez. a de Lilith fue caliente y , ito de Lilith cuando tocé la s, Ja tierra. Pobre Lilith, mi hermana yiuda, —iVomita! —me gritaba frente a Ja py, nduseas y dice que no se aguanta dentro Hablaba de su hija. Decia que estaba e fe por qué me buscaba a mi en vez de buscar a otra, ay médica, habia médicos entre nosotros. No. Vino a mj. puerta tal vez porque yo hablaba con su hija, le habia ensefiado a leer y a escribir, tenia confianza con ella, lid «Qué le pasar», pensé yo. Me vesti, crucé unas te- las que anudé por arriba y por abajo sobre mi cuerpo desnudo. Llegué hasta la puerta de su casa recordando yrecordando, escribiendo en mi cabeza las palabras que me habian llevado hasta ahi. * -Hace mucho que no te veo y mir4 por lo q jodo —me dijo Lilith. Hay que hacer lo que hay que hacer, ya! bemos. na «Acad pasa algo raro», pensaba, y achinaba! como una detective de pacotilla que afila | bre ninguna pista. ang La nifia verdosa estaba sentada| les de comer a los perros pedazos huesos. Tenia la mirada verde: Como si hubiera estado esperando mi re 4 Lilith comenzé a tirarle del pelo a su hija, la sacudig como si quisiera secarla al viento, y la criatura gritaba y tiraba mordiscos al aire intentando defenderse. Deberja haber coliseos montados para estas luchas. ~iDejala que la vas a lastimar! —alcancé a gritarle, ~iCémo lo hiciste, cémo pasd! Y yo que ya me volvia sin mirarla le dije que ella sabia perfectamente cémo lo habia hecho. La leche saltando dentro de su cuerpo y prendiendo en algin lugar de su intestino, como una matriz con mierda en la que hacer una vida, un 6vulo ominoso que engafid al espermatozoide. ~iY por dénde lo va a tener, se me va a morir an- tes! —grité la abuela. ~Ya veremos, lo mas seguro es que lo cague —le dije yo, arrancando una vaina de algarrobo y chupan- dola con parsimonia. Y comenz6 a tirarme piedras. ~iResentida! —me gritaba—. iNo te busco mas! iNo te pregunto més! Sos mala influencia, vos nos trajiste aca y ahora estamos sin hombres y vivimos con miedo. __ =Pero si eran los hombres los que nos daban [a muchacha era de culo sexo y le gusto mucho. Esperaba asta ai del cerco de ramas, el bosque que estaba todos menos para los traficantes y las pey yisitaban para darnos amor, Lilith ni se Io pero lo sabia todo el monte. Las Criaturas se unas con otras. Los jabalfes con los gatos, las ‘ con los traficantes y con los hombres sin cabeza que nos siguieron hasta el exilio. Las travestis con Otras travestis, las travestis con los maridos de otras travestis, la travesti prohibida con el zorro prohibido. if La hija de Lilith era amante de un hombre sin cabeza llamado Rosacruz, que pasaba por debajo de la tierra a nuestro monte. La pendeja lo deseaba, se iba a buscarlo ymentia a su madre. Otras, en la vida de antes, también perdieron la cabeza como ella por estos decapitados que llevaban varias generaciones en el pais. Se decia que era como coger con la miel, que estaban azucarados y pega- josos. Ella lo esperaba muy cerca del muro ya dormia en la espera. El brotaba del suelo como un con el cuello mocho, trepaba y la montaba por! Confundidas por sus gritos, que pod lor o placer, les tirabamos baldes de Juntébamos de las acequias, les pegab Para ver si se desconcentraban, que podria darse, ee clembarsze) Conon imaginar que nuestros cuerpos, los secos, este vaso. arcilla, estas tetas sin propésito, podian isos vee —iNo es asunto terrestre esto! iQue no puede ser! iLe voy a envenenar la comida a la muy puta! —gritaba Lilith. Lanona Lilith, ieso habia que verlo! Pero la vieja no hallaba sosiego. Gritaba por el monte, se tiraba bajo el bosque de algarrobos, espantaba a los cuises. —iSe va a morir, la estipida se va a morir! iCémo se lo va a sacar! Y el padre no aparece, por supuesto. iPor qué teniamos que venirnos hasta aca! Tenfamos que perderlo todo, olvidarlo todo, fundar todo nuevamente por culpa de sus quereres y ahora esto, la peor de las cosas. (Quién va a cuidar de mi si mi hija se muere? Y encima con un hombre sin cabeza, con esos negros de mierda, con esos pelotudos insolventes. Las garzas huian, blancas de luz cegadora, las patas largas como alguna vez las tuvimos nosotras subidas a nuestros zancos de acrilico. Cada grito de Lilith rene- gando de su hija les servia para irse y no volver nunca ‘mas. Las veiamos partir, sus blancuras por el cielo que una iglesia en un horno de ladrillos que nado. Tuvimos que quitar la ceniza y el cat damos tiznadas, negras, nuestras cabezas enn nuestras pestafias pegadas. Ahi fuimosa rezar;, unos cantos de otras vidas que traiamos en la Fuimos escuchadas: la Iluvia vino hasta nuestra patria. yteg6 las raices mas hondas de los drboles del monte. Siquisiquisiqui, se escuchaba el cascabel de la serpiente repartiendo frutos prohibidos a las habitantes del lugar. Nuestras madres, en el recuerdo, aparecian bafiadas de su vejez y sus debilidades, nos astillaba la vista el recuerdo de nuestras madres, nunca pensamos en feavi- var ese fuego. e Por las noches, una vez muerto mi esposo, llorado- ygritado, comenz6 a visitarme el zorro mal nacido que tiene una pija roja y enorme. Cuando la vi por ver le grité de rodillas, aplastada por el jabilo: -iEs como la pija de Chinaski! iRo ¢ venas purpuras! ~ Media como un metro y medio el ablemente con una voz bien ponia rosada y olfa tan bien como la suya, ent r musica volvia, perra contra zorro, la musica era hecha por nosotros. Yo me espantaba de lo que podia decirle, Jas cosas que podia inventar. Una lengua larga, fina, como una mantarraya rosada, me lamia por dentro de la boca, diente por diente, todo el arco de la encfa, el paladar arenoso, la piel de la mejilla, tan Parecida al interior del culo donde él metia la mitad de su belleza, Yo resucitaba. El pajaro, durante sus visitas, se ponia todo anaranjado, parecia refulgir como un Puiiado de tamas en el fuego. Tengo la sospecha de que estaba celoso. Yo no queria pensar en el amor. Asistiamos a las que deseaban motir. Las que lle- gaban a buscar nuestra ayuda decian: «Quiero pan». Y nosotras sabiamos que se trataba del desear morir, un mal que atacaba a las travestis, aunque nunca supimos si también era un bien. Un dia las travestis decidian cuando se terminaba la vida. No querian morir solas, estébamos ahi, una de : sin perderlas de vista. ia ‘Aveces las travestis llegabamos en: mos, haciamos comilonas pantagruélicas, de mesas largas donde comiamos y hablabam \avez, de todo al mismo tiempo, hablabamos ¢ te, del pasado, del futuro, nos envididbamos lost Jas esposas, nos mostrabamos los resultados magi nuestras cirugias, reiamos, escuchabamos hebiae 4rboles y temblar a las piedras. Las enfermas del morir acudian impavidas a las cenas; a veces rei mi me entraban unas ganas locas de preguntarl noche cémo era posible que mujeres que habian s tanto, al punto de querer quitarse la vida, tieran de forma, con esas carcajadas que espantaban a los pato llenaban de cuacuas el cielo. Venian adolescentes que estaban qui dentro, al abrazarlas crujian, secas y débiles, de sus casas, criadas a la intemperie. Venian con la conviccion de que eran un ‘resi del mundo, tatuadas de amargura; venian sin haberse adaptado. Ninguna | _ Se lo poniamos en la boca Vv hablabamos c Je preguntabamos cosas de su infancia, y ella sin més hasta entrar en gracia. La Machi ponia los ojos blancos y dominaba la escena. Podian pasar horas y ho- ras hasta que el efecto menguaba y la suicida se dormia, Por lo que nos han hecho. Por lo que hemos su- frido. Por el pan que nos quitaron. Por el amor negado, Que vaya al cielo de las travestis. Apartaba a las asistentes y con un puiial de plata con mango de nacar, zas, muy precisa, muy como si hubiera nacido para eso, le abria la garganta en dos y ya estaba, Las quemabamos cubiertas de hierba y rezdbamos: Naré naré pue quitzé narambi... Escribi sobre la tierra, con una rama: «¢Qué hacen todas esas travestis trepadas a un Arbol, como nidos de pajaros cubiertos de lentejuela y cuero sintético? ¢Qué hacen allf como frutos de perfumes ba- tatos, pelo escaso y el maquillaje grueso que relumbra bajo la luna? Parecen panteras. Parecen murciélagos que penden del suefio. Qué hacen alli, en ese arbol de corte- Za oscura que las sostiene como una mano que lleva tre sus dedos el enredo de las travestis. Se escot “casa. Sulisén también fue de las pri elas primeras en cubrirse enteri ar lagas y agrietadas, iguales a lag Jos hombros le bajaran cascadas de estird por la presién de su relleno y : tilegio encima de sus pezones. Aqui se aque uno de los primeros recién legados, uno gues nos habia tocado mas de tres veces. Un yde espaldas de orangutan que la levantaba por el la hacia cacarear cuando le hacia el amor. —Parecia que estaba arrojando una naranja al y, izas!, me ensartaba con ese pingo sin dejarme tocat el suelo —contaba Sulisén a las risotadas. © Del noviazgo no hay mucho que deci, salvo para muchas siempre fue mejor el exilio. : El novio de Sulisén fue atacado por abejas y hubo manera de ganarle a la muerte. Se fue y peleando por cada gota de aire que le e1 pulmones hasta que ya no respird. Se quedé llena de amor para quitarse de encima co Los sonsos del poblado no se le aceres que no podiamos consolarla con 2 de mite a casa y cada dos por tres, e1 del café que tanto costaba conseguir de contrabando, disparaba al patio, al bafio seco, y de alld volvia trans- parente. —iNifia! iPero qué tenias en esos intestinos que venis toda sudada! —Asunto mio y de mis tripas —decia ella y acomo- daba su morral otra vez junto a su cuerpo, como algo que no podia perder. Una tarde de esas en las que el verano se parece mas auna tortura que a una estacién, me hizo lo mismo de siempre. En medio del café, se levanté cortandome el chisme por la mitad y disparé al fondo como si estuviera cagandose encima por culpa de mi café. La segui sin ‘el suelo, que es muy delator, y la espié tras las ramas de culpa. No dirigia el culo al hueco en etrina, Estaba a la orillita, acuclill: nifios a los que sus “alle, me respondié con un tino —iQué te hace pensar que t jauna de la otra? Yo tengo derecho a tener _Pero estés poniendo huevos, amiga, —Asi cagara pepitas de oro. Mi secreto es Pronto la casa se le lleno de gallinas y gallos. alcanzaban las manos para defenderlos, no solo ros, sino también de las cuatreras. Porque no por: estabamos exentas de la delincuencia. Nos encontramos descubriendo las mil maneras de cocinar un pollo, recu- perando las proteinas perdidas en el exilio porlafaltade costumbre a la carne del cuis. Nunca un merengue qued6 mas rico y firme que con las claras de los huevos de Suli- sén, Nunca un pollo fue més parecido a nosotras que los pollos de Sulisén. Y ella, que les ponia nombres a los que podia, sabia que no era ningun crimen comerse a sus hijos, porque era madre al final de todo. Dada, Crestita, Pico Sucio, Culona Uno y Culo la Mulatona, Pisador Castafia, Macho D Frambuesa, Mariquita Pluma Roja, Cocd Ortega, Pollito Suarez, Mas Pina que la Piopid. La prole se multiplicaba y ales tan. es negro, una pulga salta » acusandola de su mugre. Qué hace Sulisén, el fresco sea contigo. _ —Nada, aqui hago postre para ofrecer por la noche, Por la noche esperamos que alumbre la hija de Li- lith, Ya hay algunas antiguas acompafiando las primeras contracciones. En el poblado sobran médicas, Hay tra- vestis médicas que hacen lo que pueden con los medi- camentos que reciben de contrabando. ~éVenis por lo de siempre? —me pregunta con la respuesta sabida; entonces me da su cuenco de barro y la batidora herrumbrada y me dice que no abandone, que Illegue a punto nieve, y se mete al rancho. La per- sigue un cuzquito negro como un cuervo; salt de acd, le dice y lo corre con una de sus patas. Qué hermosa €s, tiene patas de gallina. Al volver, trae una docena de huevos; estén limpitos, dice, me los entrega y recibe el cuenco con el merengue a punto, las claras batidas a Rieve, y me dice no es nada esta vez. Para probar el punto pone el cuenco boca abajo y las claras no se caen. _~tLa has visto a la hija de Lilith? “ trece meses de embarazo —le digo-, I leche. No creo que ‘Yescierto, me hice selo comio el zorro. Aqui también hicimos costumbr: tuvimos un nido. Aqui mi hijo jugé es gio besos con otros nifios para aprender el defendimos no solo de las bestias, también de fas ¢ més. De otras travestis que me acusaron de mal por seguir a mi esposo. Revueltas sobre el agartadas de los pelos, defendimos lo que otras q ron robarnos © contestamos a los insultos, Y cuando ya estaba acostumbrada a esta musica y aestos rituales, una noche me quedé sola para sien 7 El nifio estaba dormido bajo el claro de luna, bierto por los tules de mi falda para que no lo picara Jos mosquitos. Fue culpa mia distraernos de lancia. Yo busqué a mi esposo, que estaba igual viejo que yo, porque esa noche y bajo esa lu hombre mas hermoso puesto para a tierra, que era un terron sin vida en aqi nuestro. Estaba hermoso bajo los kilos de af chorreaban encima, sentado de cara \ fumando su pipa. Fue mi culpa porque cémo era tenerlo dentro, como se § por centimetro, la forma curva de su amarilla, las venas verdosas pot transparente que se le podia | con saliva, me parecié el i esposo lo corrié toda la noche, yo iba tr ambos gritabamos pero nadie acudié en nuestra yuda, tu por un momento el viejo mundo traido directa ‘mente al monte. Un ramalazo de crueldad que salté a frontera de espinas. Toda la vegetacién parecia darle con el filo de las garras, lo cortaba, lo desangraba, a sy paso salian escorpiones y ciempiés y las bestias grufifan en lenguas que ya no se hablan. Corrié y salt6 arroyos y llego hasta el muro de espinas que nos protegia de los cazadores. El zorro se metié entre las matas con mi hijo entre los dientes y desaparecié de su vista. Mi esposo, todo arafiado y desnudo. Por detrés llegué yo y como una cobarde incapaz de mover un dedo le grité: ~iAlcanzalo! Eso lo sacé de su agitacién, de su falta de aire, y lo hizo correr a las espinas sin sospechar que habia pufia- Jes incrustados en las ramas, Corrid y, en la ceguera del turo, resbalé sobre el musgo y se abrié la cabeza con el filo de una piedra. 4empo después, mi zorro amante, el que alivia la de haber perdido a un hijo, me lleva hi 2. En un rincén veo la ropa de mi Salgo alegre camino a los. Jeon estan a punto, la cola de gq obscena y el pasto verde. Voy cruz travestis que arrastran como pueden el que va de} ando un rastro como de serpiente, gsi se asustan los animales y no yan Por nosotras, las mismas que casi siempre asistimos a alguna Los hornos parecen nuestras panzas puestas al sol, n gras y secas. Se la ve bien a la parturienta. Perdimos la cuenta de los dias que lleva prefiada. Tiene el vientre macizo y enorme, como si fuera a nacer un crio de cinco oseis afios y no un bebé. El padre sin cabeza esta entre nosotras. Decian que eran serenos y parece ser cierto, i nada altera sus modales de decapitado. La abuela esta un poco mas calmada, resignada a que su hija se haya” embarazado. Lilith reposa junto a la nifia y la calma a caricia pura. : ~Tenete paciencia. Anda despacito. Ac todas. Llega Sulisén con los merenguitos y los como hostias. , Una médica, una mujer novia de una = San Blas, San Blas... La Machi continua con su mantra. Esto es como Chemeébil, es la primera vez que sucede en la tierra, Estamos ante un acontecimiento, una travesti dando a luz. El dia sigue andando y las sombras se acuestan de repente bajo nosotras. La hija de Lilith se pone de pie ayudada por su madre y se va fuera del homo, bajo un arbol. Soy idiota para escribir, pero querria que vieran la luz rosada, roja sobre el borde del muro, lo callado que est el aire, Ja nifia que va hasta un molle y se echa. Por detras la sigue Rosacruz, su novio sin cabeza, cuidando de no romper la hierba de tan educado que es. Todas nos asomamos a ver. La niiia se aferra de la camisa de Rosacruz y grufie y se queja como si le hubieran pisado las patas. La Machi comienza a cantar y se le ponen los ojos en blanco, y eso de «Noooche de ‘trissste cruzaaas por mi no me encontré aqui. | ‘mar, las librerfas donde podia tiendo sobre narradoras. La hija de Lilith esta suftiendo, hacer nada. Vemos danzar al instinto, yareda alrededor de la parturienta, La Machi la médica, que acude para ayudar, : —Que nadie se mueva. Lo tiene que hacer sola, Pero alguien que la ayude —pide Lilith, —Fstd con el padre. Tienen que saber. No son Rosacruz se gira y nos dice: —Ya nacio. Y nos muestra el primer cachorrito que llora lloran los cachorros. Y pronto la nifia da a luz cachorrito y luego a otro y a otro hasta que Jas man llenan de seis cachorros de perro cubiertos de miet una baba pegajosa como el interior de una penca. Lilith quiere acercarse pero la hija la detiene un gesto. a —No ¢s momento —dice La Machi, que Dénde estd €: el mantra y alarga una mano-- que tengo sed. Déjenlos solos. Me quedo a un lado. Sulisén me tro, me hace sefias para que tome Voy a beber con las demas.

You might also like