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Table of Contents

Sinopsis
Portadilla
Dedicatoria
Cita
Introducció n
Capítulo 1. ¿Por qué nos emborrachamos?
Capítulo 2. Una puerta abierta a Dionisio
Capítulo 3. La intoxicació n, el éxtasis y los orígenes de la civilizació n
Capítulo 4. La intoxicació n en el mundo moderno
Capítulo 5. El lado oscuro de Dionisio
Conclusiones
Agradecimientos
Bibliografía
Notas
Créditos
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Índice

Portada
Sinopsis
Portadilla
Dedicatoria
Cita
Introducció n
Capítulo 1. ¿Por qué nos emborrachamos?
Capítulo 2. Una puerta abierta a Dionisio
Capítulo 3. La intoxicació n, el éxtasis y los orígenes de la civilizació n
Capítulo 4. La intoxicació n en el mundo moderno
Capítulo 5. El lado oscuro de Dionisio
Conclusiones
Agradecimientos
Bibliografía
Notas
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Sinopsis

Aunque se han escrito ríos de tinta sobre la historia y la filosofía del


alcohol y otras drogas, nadie había ofrecido hasta ahora una respuesta
completa y convincente a la pregunta básica detrás del fenómeno: ¿por
qué los seres humanos han recurrido desde siempre a sustancias
alteradoras de la conciencia?
Borrachos, un trabajo titánico de erudición interdisciplinar, trae una
sorprendente respuesta a esta cuestión. A partir de la evidencia de la
arqueología, la historia, la neurociencia cognitiva, la psicofarmacología,
la psicología social, la literatura y la genética, el investigador Edward
Slingerland demuestra que nuestro gusto por los intoxicantes químicos
no es un error evolutivo, como a menudo se nos dice.
De hecho, la intoxicación ayuda a resolver una serie de desafíos
característicos de los humanos: mejorar la creatividad, aliviar el estrés,
generar confianza y conseguir el milagro de que los primates
ferozmente tribales cooperen con extraños.
El lector castellanohablante por fin tiene a su alcance esta obra magna,
una investigación que no sólo explica por qué queremos
emborracharnos. Slingerland también muestra que, de vez en cuando,
puede ser interesante agarrarse una buena cogorza…
BORRACHOS: CÓ MO BEBIMOS,
BAILAMOS Y TROPEZAMOS EN
NUESTRO CAMINO HACIA LA
CIVILIZACIÓ N
 

Edward Slingerland
Traducció n de Veró nica Puertollano
T y T

BD, MD

AMFT
Esa sed de una especie de líquido que la naturaleza ha cubierto de velos, ese apetito extraordinario
que obra en todas las razas de hombres, bajo todos los climas, en todas las criaturas humanas, bien
merece la atenció n filosó fica.
JAN ANTHELME BRILLAT-SAVARIN
Introducció n

A la gente le gusta masturbarse. Tambié n le gusta emborracharse y


comer pastelitos Twinkies; no todo al mismo tiempo, normalmente,
pero eso ya es un asunto de preferencias personales.
Desde el punto de vista científico, se nos viene diciendo desde hace
mucho tiempo que estos placeres, por lo demá s variopintos, tienen una
cosa en comú n: que son errores evolutivos, formas astutas que tienen
los seres humanos de sacar algo de la nada. La evolució n nos regala
pocos chutes de placer por hacer cosas a favor de sus planes, como
nutrir nuestro cuerpo o transmitir nuestros genes. Sin embargo, los
primates inteligentes llevan eones consiguié ndolos con trampas: han
inventado el porno, los mé todos anticonceptivos y la comida basura, y
han buscado o creado sustancias que les inundan el cerebro con
dopamina, mostrá ndose cruelmente indiferentes hacia los objetivos
originales del diseñ o evolutivo. Somos buscadores de placer desde
tiempos inmemoriales y aprovechamos con promiscuidad las
pequeñ as sacudidas de éxtasis cuando y donde podemos. Cada vez que
alguien recibe un chute de endorfina al devorar un Twinkie, tomar un
chupito de Jä germeister y despué s complacerse con Escapadas
swingers vol. 4, está recibiendo una recompensa inmerecida. La
evolució n debe de estar que trina.
Se puede pensar en un error evolutivo como si fuera una «resaca»
evolutiva, en la que nos invaden conductas e impulsos que antes eran
adaptativos, pero que ya no lo son. Nuestro deseo de Twinkies es un
ejemplo clá sico de resaca evolutiva. La comida basura es atractiva
porque la evolució n hizo que nos gustaran el azú car y la grasa. É sta era
una estrategia sensata para nuestros antepasados, cazadores-
recolectores perseguidos por el sempiterno fantasma del hambre y la
desnutrició n. Sin embargo, descarriló del todo en los entornos
modernos, donde la mayoría de la gente tiene acceso a dulces baratos,
carbohidratos y carnes procesadas, a veces presentados todos en un
prá ctico paquete ú nico capaz de provocar un infarto cardiaco. La
evolució n tambié n se puede subvertir mediante la interceptació n
(hijacking) o «pirateo». Son aquellos casos en los que hemos dado con
una forma ilícita de acceder a un sistema de placer diseñ ado para
recompensar otra conducta má s adaptativa. La masturbació n es un
pirateo de libro. Se supone que los orgasmos son la recompensa por el
sexo reproductivo, para ayudar así a que nuestros genes lleguen a una
nueva generació n. Sin embargo, podemos engañ ar a nuestro cuerpo y
obtener esa misma recompensa por medios nada reproductivos.
En los círculos científicos se debate si nuestro errado gusto por el
alcohol obedece a un «pirateo» o a una «resaca». Los defensores de las
teorías del pirateo sostienen que las bebidas alcohó licas nos hacen
sentir bien por su principio activo, el etanol, que provoca la liberació n
de una recompensa química en el cerebro. Se trata de un fallo de
diseñ o: esta recompensa química es la forma que tiene la evolució n de
premiar la verdadera conducta adaptativa, como ingerir cosas
nutritivas o empujar a un odioso enemigo a un pozo de brea. No
obstante, se puede engañ ar al cerebro, y una de las maneras má s fá ciles
de hacerlo es con etanol. Para los partidarios de la teoría de la resaca, el
deseo de alcanzar una ligera embriaguez, al menos, pudo ser
adaptativo en algunos aspectos para nuestros antepasados evolutivos,
pero afirman que este impulso se ha vuelto muy antiadaptativo en
cualquier tipo de entorno moderno.
Sean de la variedad «resaca» o «pirateo», los errores evolutivos
persisten porque la selecció n natural no se ha molestado en atajarlos
todavía. Esto suele deberse a que, al margen de sus costes, son
relativamente menores o no han sido un problema hasta hace bastante
poco. La evolució n puede permitirse hacer la vista gorda a la
masturbació n, siempre y cuando de nuestro impulso hacia el orgasmo
se derive una transmisió n de suficientes genes a la siguiente
generació n. La comida basura es un problema moderno limitado sobre
todo al mundo desarrollado. La evolució n tambié n pudo permitirse
ignorar el alcohol, al menos hasta hace relativamente poco. Esto es
porque el alcohol, como el azú car, só lo está presente en pequeñ as
cantidades en el mundo natural. Requiere mucho esfuerzo pillarse una
cogorza a base de fruta fermentada de forma natural. Fue con la llegada
de la agricultura y la fermentació n organizada a gran escala —hace
quizá nueve mil añ os, un abrir y cerrar de ojos en té rminos evolutivos
— cuando las bebidas alcohó licas estuvieron de verdad al alcance de
montones de personas y empujaron a los seres humanos susceptibles
por la pendiente resbaladiza de la embriaguez generalizada, los fines de
semana perdidos y el destrozo de los hígados.
Una característica esencial, a menudo pasada por alto, de cualquier
enfoque del consumo de alcohol u otros intoxicantes químicos como
error evolutivo es que se considera que, al igual que la masturbació n o
los atracones de comida basura, emborracharse o drogarse es un vicio
inexcusable. Un vicio es una prá ctica habitual que, o bien produce un
placer fugaz, pero a la postre perjudicial para uno mismo y para los
demá s, o bien es, en el mejor de los casos, una pé rdida de tiempo. En
efecto, incluso los má s ardientes entusiastas de la masturbació n
deberían admitir que, en igualdad de condiciones, hay formas
probablemente má s productivas de pasar una tarde de fin de semana.
Permitirnos esas prá cticas puede resultarnos grato, pero no nos está n
haciendo ningú n favor, ni a nosotros ni a ninguna otra persona.
No obstante, hay vicios y vicios. Por lo que respecta a nuestro ejemplo
de Escapadas swingers vol. 4, en realidad son los chupitos de
Jä germeister los que deberían quitarle el sueñ o a la evolució n. Perder
un poco de tiempo productivo en masturbarse no supone mayor
problema. El alcohol, en cambio, sí puede ser muy peligroso. La
ebriedad es un estado mental anormal, caracterizado por un menor
autocontrol y diversos grados de euforia o depresió n, a causa de la
discapacidad temporal de buena parte del cerebro. Como indica su
nombre, la intoxicació n alcohó lica consiste en la ingestió n de una
toxina: una sustancia tan perjudicial para el cuerpo humano que
poseemos unos complejos sistemas fisioló gicos de mú ltiples capas
para descomponerla y expulsarla lo antes posible. Para nuestro cuerpo,
al menos, el alcohol es una clara y grave amenaza.
Por lo general, las bebidas alcohó licas aportan calorías, pero poco valor
nutricional, y se elaboran a partir de granos o frutas valiosos e
histó ricamente escasos. Su consumo afecta a la cognició n y las
habilidades motoras, perjudica al hígado, mata cé lulas cerebrales y nos
anima imprudentemente a bailar, flirtear o pelearnos, u otras
conductas aú n má s disolutas. En pequeñ as dosis, puede ponernos
contentos y volvernos má s sociables. Sin embargo, un mayor consumo
nos lleva rá pidamente a farfullar, a discutir con vehemencia, a las
expresiones de afecto ñ oñ as, a los tocamientos inapropiados o incluso
al karaoke. Aunque agarrarse una buena curda pueda dar lugar a
experiencias extá ticas de abnegació n y comunió n con el grupo,
tambié n puede acabar con vó mitos, traumatismos, tatuajes poco
recomendables y graves dañ os materiales. Y no hablemos de las
resacas.
Desde un punto de vista evolutivo, el consumo de ciertas drogas tiene
su ló gica. El café , la nicotina y otros estimulantes son, en esencia,
potenciadores del rendimiento que nos permiten acometer nuestros
objetivos evolutivos normales con un brío añ adido sin que afecten a
nuestras funciones motoras ni nos desconecten de la realidad.1 Es el
consumo de intoxicantes, principalmente el alcohol, lo que resulta
desconcertante. Esto se debe a que, en cuanto los intoxicantes llegan al
torrente sanguíneo, empiezan a afectarnos, de modo que nuestros
reflejos son má s lentos, los sentidos se adormecen y nos cuesta má s
enfocar la vista. Lo hacen atacando la corteza prefrontal (CPF) del
cerebro, nuestro centro de control cognitivo y de la conducta orientada
al objetivo. Por tanto, el té rmino intoxicación, como lo emplearemos en
este libro, no comprende só lo los estados de ebriedad má s drá sticos —
las borracheras en toda regla—, sino tambié n el alegre puntillo que se
alcanza tras los primeros sorbos de vino. Por inocua que pueda parecer
una leve embriaguez mientras socializamos, ya está debilitando la
capacidad que, podría decirse, nos hace humanos: nuestra capacidad
para gobernar conscientemente la propia conducta, mantenernos
concentrados en una tarea y un nítido sentido del yo.
Dado que la CPF es clave para nuestro éxito como especie, consumir
cualquier cantidad de alcohol u otro intoxicante parece bastante
estú pido. La CPF es una parte del cerebro muy exigente en té rminos
fisioló gicos, y la ú ltima en alcanzar la madurez: puede tardar má s de
veinte añ os en desarrollarse por completo. De modo que resulta
extrañ o que una típica forma de celebrar su mayoría de edad sea
humillarla químicamente un poco. Dados los enormes costes
potenciales y la aparente falta de beneficios de mermar nuestro control
cognitivo, ¿por qué a los seres humanos nos sigue gustando
emborracharnos? ¿Por qué la trabajosa prá ctica de convertir sanos
cereales y deliciosas frutas en pequeñ as dosis de neurotoxinas
amargas, o de buscar vegetales intoxicantes en el bioma local, está
presente en muy distintas culturas y regiones geográ ficas?
Debería despertarnos una mayor curiosidad que uno de los principales
problemas en los que el ser humano ha invertido su ingenio y
concentrado sus esfuerzos haya sido el de có mo emborracharse.
Incluso las sociedades pequeñ as al borde de la inanició n apartará n una
buena parte de sus valiosos cereales o frutas para la producció n de
alcohol. En el México precolonial, tribus que carecían de una
agricultura organizada recorrían largas distancias cuando llegaba la
corta temporada del nopal con el fin de hacer licor a partir de é l. Los
emigrantes que se quedaban sin provisiones de alcohol fermentaban
desesperadamente piel de calzado, hierbas, insectos o lo que pudieran
conseguir. Los nó madas de Asia Central, que apenas podían conseguir
azú cares, llegaban a elaborar una bebida a partir de leche de yegua
fermentada. En las sociedades contemporá neas, la gente destina una
alarmante proporció n de sus presupuestos domé sticos al alcohol y
otros intoxicantes. Incluso en aquellos países donde se prohíbe el
alcohol, un gran nú mero de personas sufren muertes dolorosas
intentando emborracharse con perfumes o productos de limpieza.
Las escasas culturas que no producen alcohol lo sustituyen
inevitablemente con otra sustancia intoxicante, como la kava, el tabaco
mezclado con alucinó genos o el cannabis. En las sociedades
tradicionales, si hay algo en el bioma que tenga propiedades
psicoactivas, podemos tener la certeza de que los lugareñ os llevará n
milenios consumié ndolo. La mayoría de las veces, tendrá un sabor
horrible y fuertes efectos secundarios. Por ejemplo, la ayahuasca, una
infusió n alucinó gena preparada con enredaderas del Amazonas, es
terriblemente amarga y provoca enseguida violentas diarreas y
vó mitos. En algunas culturas sudamericanas, la gente incluso llega a
lamer sapos venenosos. En todo el mundo, dondequiera que
encuentres personas, las verá s haciendo cosas repugnantes, incurrir en
unos costes altísimos e invertir una descabellada cantidad de recursos
y esfuerzos con la ú nica finalidad de colocarse.2 Dado lo central que es
el impulso hacia la intoxicació n en la existencia humana, el arqueó logo
Patrick McGovern se ha limitado a decir medio en broma que habría
que referirse a nuestra especie como Homo imbibens.3
Este deseo de alterar nuestro estado mental tiene raíces antiguas que
se remontan a los albores de la civilizació n.4 En algunos lugares de
Turquía oriental, hay restos —que podrían datar de hace doce mil añ os
— de lo que parecen ser recipientes para la destilació n, junto con
imá genes de festivales y danzas, lo que indica que la gente ya se reunía
y fermentaba cereales o uvas, tocaba mú sica y despué s se ponía ciega
antes de concebir siquiera la agricultura. De hecho, los arqueó logos han
empezado a plantear que varias formas de alcohol no fueron un mero
resultado de la invenció n de la agricultura, sino precisamente lo que
dio pie a ella; que a los primeros agricultores los movió su deseo de
cerveza, no de pan.5 No es casualidad que entre los primeros hallazgos
arqueoló gicos en todo el mundo hubiese una gran cantidad de
sofisticados recipientes especiales para la producció n y el consumo de
cerveza y vino.
Los mitos sumerios llegan incluso a vincular los orígenes de la
civilizació n humana con la bebida de alcohol (y el buen sexo). En la
Epopeya de Gilgamesh (c. 2000 a. C.), probablemente nuestro
documento literario má s antiguo, Enkidu, un hombre salvaje que va por
ahí como un animal má s, es educado y humanizado por una prostituta
del templo. Antes de ofrecerle una semana entera de sexo alucinante, lo
sacia de los dos grandes pilares de la civilizació n: el pan y la cerveza. A
é l le gusta en especial la cerveza, y se bebe siete jarras que le hacen
«manifestar su alegría». Despué s, y só lo despué s, proceden al acto
principal.6 Los antiguos arios, que entre el 1600 y el 1200 a. C. se
trasladaron de las estepas de Asia Central al subcontinente indio,
desarrollaron su sistema religioso en torno a un misterioso intoxicante
llamado soma. Aú n se mantiene un acalorado debate acadé mico sobre
qué era en realidad el soma —la actual teoría dominante es que era un
líquido derivado de la Amanita muscaria, una seta alucinó gena—,7 pero
está claro que pegaba muy fuerte. Un himno del Rigveda, que data quizá
del 1200 a. C., recoge las palabras del dios Indra mientras el soma surte
efecto y empieza a dejar volar sus pensamientos, lo que lo deja
totalmente enajenado, pero tambié n imbuido de un poder capaz de
destruir el universo:
Las cinco tribus no son para mí más que una mota en el ojo. ¿Acaso no he
bebido soma?
Las dos mitades del mundo no igualan una sola ala mía. ¿Acaso no he
bebido soma?
En grandeza, supero al cielo y a esta gran tierra. ¿Acaso no he bebido
soma?
Sí, pondré la tierra aquí, o tal vez allí. ¿Acaso no he bebido soma?
Destrozaré la tierra aquí, o tal vez allí. ¿Acaso no he bebido soma?
Una de mis alas está en el cielo, la otra arrastra por debajo. ¿Acaso no he
bebido soma? [he bebido soma?8
¡Soy inmenso, inmenso! Vuelo hacia las nubes. ¿Acaso no
¿Por qué uno de los dioses vé dicos má s importantes no só lo es
imaginado como un ser que alcanza un estado de iluminació n suprema,
sino que ademá s deriva su poder de un bebedizo de setas má gicas?
Esto causa especial intriga, ya que lo má s probable es que la droga en
cuestió n lo deje a uno abatido e indefenso, con las pupilas dilatadas y
sin coordinació n motora, y desde luego no en un estado que permita
«destrozar la tierra». ¿No sería má s ló gico representar a un Indra que
disfruta de un alimento só lido y leche nutritiva antes de dirigirse a
poner orden en el universo o a despachar a sus enemigos?
La gran eficacia de adoptar un enfoque científico de la conducta
humana reside en la capacidad de desentrañ ar unos profundos
enigmas sobre la existencia humana que, de otro modo, permanecerían
ocultos ante la vista de todos. Una vez que empezamos a pensar a
fondo y sistemá ticamente sobre la antigü edad, la ubicuidad y la
potencia de nuestro gusto por los intoxicantes, es difícil tomarse en
serio las teorías habituales de que se trata de algú n tipo de accidente
evolutivo. Si tenemos en cuenta los enormes costes de la intoxicació n
—que los seres humanos llevan pagando muchos miles de añ os—, lo
esperable sería que la evolució n tratara de eliminar de nuestro sistema
motivacional cualquier gusto accidental por el alcohol cuanto antes. Si
resulta que el etanol consigue forzar la cerradura de nuestro placer
neuroló gico, la evolució n debería llamar a un cerrajero. Si nuestro
gusto por la bebida es una resaca evolutiva, la evolució n debería
haberse aprovisionado de aspirinas hace mucho tiempo. No lo ha
hecho, y el interé s de explicar por qué no lo ha hecho trasciende el
mero interé s acadé mico. Sin comprender la diná mica evolutiva del
consumo de intoxicantes, no podemos ni empezar a pensar con
claridad o eficacia sobre el papel que los intoxicantes pueden
desempeñ ar hoy en nuestra vida.
Aunque se han escrito muchos libros amenos sobre la historia del
alcohol y otros intoxicantes, aú n falta uno que aporte una respuesta
completa y convincente a la pregunta bá sica de por qué , para empezar,
queremos colocarnos.9 La popularidad, persistencia e importancia de
los intoxicantes a lo largo de la historia de la humanidad necesita una
explicació n. En las siguientes pá ginas, me propongo aportar una.
Abrié ndome paso entre la marañ a de leyendas urbanas e impresiones
anecdó ticas que rodean nuestros conceptos sobre la intoxicació n, me
sirvo de los datos procedentes de la arqueología, la historia, la
neurociencia cognitiva, la psicofarmacología, la psicología social, la
literatura, la poesía y la gené tica para ofrecer una explicació n rigurosa,
basada en la ciencia, de nuestro impulso de emborracharnos. Mi
argumento central es que, a lo largo del tiempo evolutivo,
emborracharse, colocarse o alterar la cognició n debe de haber ayudado
a las personas a sobrevivir y prosperar, y a las culturas a perdurar y
expandirse. En lo que respecta a la intoxicació n, la teoría del error no
puede ser correcta. Hay muy buenas razones evolutivas por las cuales
nos emborrachamos.10 Lo que esto significa es que casi todo lo que
creemos saber sobre la intoxicació n es incorrecto, incongruente,
incompleto o las tres cosas a la vez.
Empecemos con el primer punto. La evolució n no es estú pida y
funciona mucho má s rá pido de lo que piensa la mayoría de la gente. Los
pastores se adaptaron gené ticamente a la ingesta de leche en la edad
adulta; los tibetanos, a las grandes alturas, y los pueblos del Sudeste
Asiá tico que vivían en barcos, a bucear y aguantar la respiració n bajo el
agua en el lapso de unas pocas generaciones.11 Si el alcohol o las drogas
só lo pirateasen los centros de placer del cerebro, o hubiesen sido
adaptativos hace miles de añ os, pero hoy fuesen puros vicios, la
evolució n debería haberlo averiguado bastante pronto y haberle puesto
un contundente fin a este absurdo. La razó n es que, a diferencia del
porno o la comida basura, el alcohol y otros intoxicantes tienen unos
costes fisioló gicos y sociales altísimos. Nuestros genes asumen só lo un
coste marginal cuando nos permiten desperdiciar algú n tiempo
masturbá ndonos o engordar unos kilos comiendo Twinkies. Estrellar
borrachos el coche contra una cabina de telé fonos, fallecer por un
problema de hígado o perder el sustento y la familia por culpa del
alcoholismo son amenazas mucho má s graves y directas para nuestro
bienestar gené tico. Asimismo, las culturas pueden permitirse hacer la
vista gorda a los vicios inofensivos, en especial aquellos que vuelven a
las personas má s dó ciles y obedientes. Marx nunca se refirió a la
pornografía como el opio del pueblo, pero quizá lo habría hecho si
hubiese podido echar un vistazo a internet. El opio, en su sentido recto,
puede ser terriblemente perturbador para las culturas, como cualquier
intoxicante químico.
Que nuestro gusto por los intoxicantes, supuestamente accidental, no
haya sido erradicado por la evolució n gené tica o cultural —incluso
cuando existen buenas «soluciones», como explicaré má s adelante—
significa que hay otras explicaciones. El coste de ese capricho ha de ser
equilibrado con beneficios concretos, selectivos. En este libro sostengo
que, lejos de ser un error evolutivo, la intoxicació n química ayuda a
resolver una serie de dificultades propias de los seres humanos:
potenciar la creatividad, aliviar el estré s, generar confianza y conseguir
el milagro de que los primates, fieramente tribales, cooperen con
desconocidos. El deseo de emborracharse, junto con los beneficios
personales y sociales que procura la ebriedad, fue un factor crucial para
desencadenar el auge de las primeras sociedades a gran escala. No
podríamos haber tenido civilizació n sin la intoxicació n.
Esto nos lleva al segundo punto. Beber facilita los lazos sociales, un
descubrimiento que quizá no parezca trascendental. Sin embargo, sin
entender a qué problemas de cooperació n específicos nos enfrentamos
los seres humanos en la civilizació n, no tenemos forma de explicar por
qué , en todos los lugares y é pocas, el alcohol y otras sustancias
similares han sido la solució n recurrente. ¿Por qué trabar relaciones en
torno a una sustancia química tó xica, que te destruye los ó rganos y te
causa estupor, cuando podría bastar con una partida de parchís? Sin
responder a esta pregunta concreta, no tenemos forma de sopesar con
inteligencia los argumentos a favor o en contra de sustituir las copas al
salir del trabajo por las salas de escape o las batallas lá ser. Muchos
salimos, a conciencia, a tomar un par de copas de vino para relajarnos
despué s de una dura jornada laboral. ¿Serviría igual un paseo
vespertino en bicicleta? ¿Qué tal unos quince minutos de meditació n?
Ninguna de estas preguntas se puede responder sin los pertinentes
conocimientos sobre bioquímica, gené tica y neurociencia.
Asimismo, existe el dicho antiguo de que la inspiració n poé tica se
encuentra en el fondo de una botella. ¿Por qué la botella está llena de
alcohol y no de té ? ¿Cuá les son los efectos concretos del consumo de
alcohol? ¿Có mo es posible que ayude con la creatividad? Y ¿cuá l es la
dosis correcta para lograr el efecto má ximo (una pista: mucho antes de
que veas el fondo de la botella)? ¿En qué se diferencia el alcohol, como
musa, de la psilocibina o el LSD, o de un simple paseo por un parque?
Hay una infinidad de incó gnitas en torno al consumo de intoxicantes
que piden a gritos una explicació n, y, en la actualidad, no se ofrece
ninguna que sea verdaderamente completa. Algunas personas pueden
beber —y beben— como esponjas, y otras ruborizarse y marearse con
unos sorbos de cerveza. La mayoría de las personas logran integrar los
intoxicantes en su vida cotidiana, mientras que a otras les genera una
peligrosa adicció n o las deja incapacitadas. ¿Cuá les son los genes
responsables de estas reacciones, y có mo podemos explicar su
distribució n en todo el mundo? A fin de cuentas, las normas culturales
que prohíben el consumo de intoxicantes podrían ser una idea
bastante buena. ¿Por qué son, en realidad, relativamente infrecuentes y,
por lo general, esquivadas en la prá ctica? ¿Cuá les son sus
consecuencias para los asuntos contemporá neos, como la funció n del
alcohol en el lugar de trabajo y las leyes que establecen una edad
mínima para beber? Debería preocuparnos que a menudo cavilemos
sobre estos temas con una completa ignorancia sobre la ciencia
pertinente. En el mejor de los casos, basamos nuestro razonamiento en
datos inconexos o en fragmentos de conocimiento científico no
fundados en una perspectiva evolutiva má s amplia.
Aunque hay otras formas de intoxicació n que tienen un papel en esta
historia, hay buenos motivos para centrarnos principalmente en el
alcohol: es el rey indiscutible de los intoxicantes. Se encuentra en casi
cualquier sitio donde sea posible. Si le encargaras a un equipo de
ingeniería cultural que diseñ ara una sustancia que satisficiera una
serie de cosas concretas con el objetivo de maximizar la creatividad
personal y la cooperació n colectiva, acabarían dando con algo muy
parecido al alcohol. Una simple molé cula: fá cil de producir a partir de
casi cualquier carbohidrato y de consumir; almacenable; dosificable
con precisió n; con efectos cognitivos complejos, pero predecibles y
moderados; el cuerpo la elimina con rapidez; fá cil de condicionar con
normas sociales; empaquetable en un delicioso sistema de suministro,
y marida muy bien con la comida. Al margen de cuá les sean los
beneficios y las funciones del cannabis, del soma o éxtasis inducido por
el baile, ninguna de estas tecnologías de intoxicació n presenta esta
amplia gama de características, y ademá s casi todas tienen desventajas
considerablemente mayores. Es difícil negociar un tratado bajo los
efectos de las setas alucinó genas; los efectos cognitivos del cannabis
varían mucho entre una persona y otra, y, tras bailar toda la noche sin
comer o dormir, es muy difícil levantarse a la mañ ana siguiente. En
cambio, la resaca que dejan un par de có cteles es relativamente má s
soportable. Por eso el alcohol ha tendido a desplazar a otros
intoxicantes al introducirse en un nuevo entorno cultural y se ha
convertido poco a poco en «la droga má s popular del mundo».12
La intoxicació n química es ciertamente peligrosa. El alcohol ha
arruinado muchas vidas y sigue azotando a personas y comunidades
en todo el planeta. Má s allá de nuestra ambigua repulsió n por la
celebració n del placer como fin en sí mismo, la defensa de los
beneficios del alcohol suscita la fuerte animosidad de quienes se
preocupan, con razó n, por los graves costes del consumo de
intoxicantes. Sin embargo, conocer la ló gica evolutiva que explica
nuestro impulso de colocarnos nos ayudará a fundamentar aquellas
conversaciones en las que, hasta ahora, por nuestra ignorancia
científica y antropoló gica, nos hemos guiado por suposiciones.
De nuestro aná lisis se desprenderá algú n consejo claro y fá cil de aplicar
a la vida cotidiana, pero tambié n se planteará n cuestiones má s
complicadas o polé micas en materia de normativas, como cuá l debería
ser la funció n del alcohol en el lugar de trabajo o en la universidad. En
unos tiempos en que, con razó n, nos preocupa cada vez má s que se
propicien las conductas inadecuadas, quizá decidamos que la
respuesta es que no debería tener ninguna funció n, pero no es una
conclusió n forzosa. Tambié n hemos de reevaluar los beneficios
histó ricos de la intoxicació n, en el á mbito personal y colectivo, a la luz
de la insó lita amenaza que representan los intoxicantes en el mundo
moderno. Las innovaciones de la destilació n y el aislamiento social,
relativamente recientes, alteran ese equilibrio sobre el filo de la navaja
entre el orden y el caos y generan nuevos peligros que apenas
conocemos.
Si ha sobrevivido tanto tiempo, ocupando un lugar central en la vida
social humana, las ventajas de la intoxicació n han debido de superar, a
lo largo de la historia de la humanidad, a sus obvias consecuencias
negativas. Lo que recomiende este cá lculo en nuestro mundo moderno,
sumamente complejo y con un ritmo de cambio sin precedentes, só lo lo
podremos sopesar como es debido si adoptamos un amplio enfoque
histó rico, psicoló gico y evolutivo. Es bastante obvio que los Twinkies
son malos para ti. La masturbació n no te deja ciego, pero sus beneficios
sociales son limitados.
Defender el alcohol es má s complicado. Explicar la sed humana de
intoxicació n, como dijo el gastró nomo francé s Brillat-Savarin, «bien
merece la atenció n filosó fica». No obstante, la respuesta a la pregunta
de por qué nos emborrachamos —qué solució n aportan los
intoxicantes a varios problemas o dificultades— va mucho má s allá del
mero interé s filosó fico o científico. Saber qué funció n desempeñ a
nuestro impulso de emborracharnos nos permitirá hacernos una mejor
idea de cuá l debería ser hoy el papel del alcohol y otros intoxicantes en
nuestra vida. Dados los posibles costes de equivocarnos, nos jugamos
demasiado como para tropezar por el camino, que es lo que venimos
haciendo, guiá ndonos só lo por creencias populares, normas que
apenas comprendemos o prejuicios puritanos. La historia puede
decirnos cuá ndo y con qué nos hemos emborrachado. Pero es uniendo
historia y ciencia como podremos saber por fin no só lo por qué , para
empezar, deseamos emborracharnos, sino tambié n que, en realidad,
pudo ser beneficioso para nosotros empinar el codo de vez en cuando.
Capítulo 1

¿Por qué nos emborrachamos?

A la gente le encanta beber. Como señ ala el antropó logo Michael Dietler,
«el alcohol es, con creces, el agente psicoactivo má s extendido y
consumido en mayor cantidad en el mundo. Segú n los cá lculos actuales,
hay má s de dos mil cuatrocientos millones de consumidores activos en
todo el mundo (alrededor de un tercio de la població n del planeta)».1 Y
no es un fenó meno reciente: los humanos llevamos emborrachá ndonos
muchísimo tiempo.2 Las imá genes de gente bebiendo y de fiesta son
tan abundantes en los registros arqueoló gicos má s antiguos como
ahora, en el siglo XXI, en Instagram. En una talla de veinte mil añ os de
antigü edad hallada en el sudoeste de Francia, por ejemplo, se ve a una
mujer —posiblemente una diosa de la fecundidad— llevá ndose un
cuerno a la boca. Cabría pensar que lo está utilizando como
instrumento musical, soplá ndolo para emitir un sonido, si no fuera
porque es la parte ancha la que está má s cerca de su boca. Está
bebiendo algo, y es difícil creer que sea só lo agua.3

Figura 1.1. Venus con cuerno de Laussel

(colección del Musée d’Aquitaine)


El primer rastro directo de la existencia de las bebidas alcohó licas
producidas ex profeso por humanos data de alrededor del 7000 a. C., en
el valle del río Amarillo de China, donde se encontraron fragmentos de
vasijas de una aldea del Neolítico temprano con restos químicos de una
especie de vino —que seguramente no sabría muy bien, segú n los
está ndares modernos— elaborado a base de uvas silvestres y otras
frutas, arroz y miel.4 Se tienen indicios de domesticació n de la uva en la
actual Georgia que se remontan al período 7000-6000 a. C. Unos
fragmentos de cerá mica hallados en la misma regió n, con
representaciones de figuras humanas con los brazos levantados a
modo de celebració n, hacen pensar que el destino de esas uvas era la
copa, no el plato.5 Se han hallado restos de vino de uva, conservados
con resina de pino —como se sigue haciendo hoy con los vinos griegos
y otros—, en el actual Irá n, en cerá micas del período 5000-5500 a. C., y,
llegado el añ o 4000 a. C., la producció n de vino ya se había convertido
en una importante tarea colectiva. Una enorme cueva en Armenia pudo
haberse utilizado como antigua gran bodega, con cuencas para pisar y
prensar uvas, cubas de fermentació n, vasijas de almacenamiento y
varios recipientes para beber.6
Los pueblos neolíticos tambié n fueron creativos a la hora de echarle
cosas a la bebida: en las islas Orcadas, en el norte de Gran Bretañ a, los
arqueó logos han descubierto unas enormes tinajas de cerá mica que
datan del Neolítico y que al parecer contuvieron alcohol de avena y
cebada, al que se le añ adieron varios condimentos y alucinó genos
suaves.7 El impulso humano de producir alcohol es impresionante por
su inventiva y su antigü edad. Los habitantes de Tasmania golpeteaban
una especie de á rbol del caucho, cavaban un agujero en su base y
dejaban que la savia acumulada fermentara y se convirtiera en bebida
alcohó lica; el pueblo koori, en lo que hoy es Victoria, en el sudeste de
Australia, fermentaba una mezcla de flores, miel y resina para elaborar
un embriagador licor.8
Como sugiere la existencia de antiguas cervezas alucinó genas —
aunque el alcohol sigue siendo la droga preferida en la mayoría de las
grandes culturas del mundo—, los humanos han sido muy promiscuos
a la hora de elegir su veneno y han añ adido al alcohol otras sustancias
intoxicantes o han encontrado sustitutos en los lugares donde no había
alcohol.9 Los alucinó genos —que se suelen extraer de enredaderas,
hongos y cactus— está n entre los favoritos, y a veces se les otorga un
estatus especial, superior al del alcohol. El pueblo vé dico de la India
antigua, por ejemplo, tenía alcohol, pero le provocaba cierto recelo, ya
que cuestionaba la moralidad de esa forma de intoxicació n. El mayor
prestigio cultural y religioso se le confería al estado psicoló gico, el
mada, producido por el soma, una droga alucinó gena. Mada tiene la
misma raíz que la palabra inglesa madness [locura], pero en sá nscrito
significa má s bien «arrobamiento» o «dicha», un estado privilegiado de
éxtasis religioso.
Se han encontrado botones de peyote y frijoles con mescalina del 3700
a. C., segú n su fecha de carbono 14, en moradas en cuevas del norte de
México.10 Hay enormes tallas en piedra de rostros humanos o animales
que incluyen setas con psilocibina y cerá micas donde aparecen cactus
de mescalina encima de animales chamá nicos, como el jaguar, de hasta
el añ o 3000 a. C., lo que hace pensar que los alucinó genos fueron un
factor central en los rituales religiosos de Amé rica Central y del Sur.11
Se han encontrado má s de un centenar de especies de alucinó genos en
el Nuevo Mundo, y todas han sido utilizadas por los seres humanos
desde hace milenios. El alucinó geno má s extrañ o no puede ser otro que
la secreció n cutá nea de ciertos sapos venenosos de Amé rica Central, la
cual se puede disfrutar secando la piel y fumá ndola o añ adié ndola a
algú n brebaje;12 si vas con prisa, tambié n puedes sujetar al sapo y
lamerlo sin má s.
En el Pacífico, culturas que nunca adoptaron el consumo de alcohol —
posiblemente por la interacció n negativa entre el alcohol y las toxinas
adquiridas al ingerir el marisco del lugar— acabaron decantá ndose por
la kava como intoxicante preferido.13 La kava se elabora con la raíz
procedente de un cultivo sometido a la domesticació n intensiva, y que
los humanos empezaron a dominar posiblemente en la isla de Vanuatu;
los humanos llevan cultivá ndola tanto tiempo que ya no puede
reproducirse por sí sola.14 Tiene efectos narcó ticos e hipnó ticos y es un
eficaz relajante muscular. La kava —que tradicionalmente se mascaba y
se escupía en un cuenco que despué s se pasaban unos a otros
siguiendo un estricto ritual— induce un estado de satisfacció n y
sociabilidad, y provoca un colocó n má s suave que el alcohol.
Y, hablando de colocones, seríamos muy descuidados si no citá semos el
cannabis, originario de Asia Central. Al parecer, los humanos de Eurasia
llevan al menos ocho mil añ os fumando y «desconectando» y, en el
2000 a. C., el cannabis se convirtió en una droga recreativa muy
comercializada y consumida.15 Para hacernos una idea de lo antigua
que es nuestra afició n a la marihuana, baste con saber que, en un lugar
de enterramiento en Eurasia Central del primer milenio a. C., se
encontró a un ocupante masculino envuelto en un sudario
confeccionado con má s de una decena de plantas de cannabis.16 En el
siglo V a. C., el historiador griego Heró doto habló de unos aterradores
guerreros escitas (nó madas a caballo de Asia Central) que, para
relajarse, levantaban carpas con armazones de madera, disponían una
enorme estufa de bronce en el centro a la que echaban un puñ ado de
cannabis y procedían a agarrarse un colocó n. Esta prá ctica la han
corroborado otros hallazgos arqueoló gicos recientes, y se cree que la
tradició n de fumar marihuana en Asia Central podría remontarse a
cinco mil o seis mil añ os atrá s.17 El Nota18 estaría orgulloso.
Otros pueblos de Eurasia que no disponían de cannabis se
conformaron con fumar y mascar otras cosas. Los indígenas de
Australia llevan milenios produciendo pituri, una mezcla de narcó ticos,
estimulantes y ceniza de madera que se consume como el tabaco de
mascar, dejá ndose un montoncito en la cara interna de la mejilla. Sus
principios activos son distintas variedades de tabaco local y un arbusto
narcó tico al que a menudo tambié n se lo llama pituri. Es significativo
que, en Amé rica del Norte, uno de los pocos lugares del mundo donde
las poblaciones nativas no producían ni consumían alcohol, existiera
un sistema muy sofisticado de cultivo y comercio regional del tabaco, y
que los arqueó logos hayan recuperado allí varias pipas que datan del
período 3000-1000 a. C.19 Aunque no tendemos a pensar en el tabaco
como un intoxicante, las variedades cultivadas por los indígenas
americanos eran mucho má s fuertes e intoxicantes de lo que hoy se
puede comprar en el estanco de la esquina. Cuando se mezcla con
ingredientes alucinó genos, como era lo típico, pega muchísimo.20 El
opio es otra droga que los humanos disfrutan desde que nuestros
antepasados lejanos descubrieron sus efectos sobre el cerebro. Restos
hallados en Gran Bretañ a y otras partes de Europa indican que treinta
mil añ os atrá s la gente ya consumía amapolas opiá ceas, y otros rastros
arqueoló gicos muestran que en el Mediterrá neo se adoraba a las diosas
de las amapolas en el segundo milenio a. C.21
De modo que la gente lleva intoxicá ndose —emborrachá ndose,
emporrá ndose o flipando con psicodé licos— muchísimo tiempo, en
todo el mundo. No faltan libros amenos que documentan el gusto de
nuestra especie por los intoxicantes y nuestras muy diversas formas de
satisfacer el deseo de alterar la conciencia.22 Como observa el gurú de
la medicina alternativa Andrew Weil: «La ubicuidad del consumo de
drogas es tan sorprendente que debe de constituir un apetito humano
bá sico».23 En su repaso general de la impresionante variedad de
tecnologías de intoxicació n empleadas en todo el mundo, el arqueó logo
Andrew Sherratt sostiene asimismo que «la bú squeda deliberada de la
experiencia psicoactiva es probablemente tan antigua como, al menos,
los seres humanos modernos, en té rminos anató micos (y
conductuales): es una de las características del Homo sapiens
sapiens».24
Sin embargo, una incó gnita relacionada con nuestro gusto por la
bebida que no se suele analizar en los estudios histó ricos y
antropoló gicos es por qué , de entrada, los humanos queremos
emborracharnos.25 Desde el punto de vista prá ctico, emborracharse o
colocarse parece una muy mala idea. A nivel individual, el alcohol es
una neurotoxina que afecta a la cognició n y la funció n motora y
perjudica al cuerpo. A nivel social, el vínculo entre embriaguez y
desorden social no es un invento de los hooligans del fú tbol moderno o
de los estudiantes universitarios. Las salvajes y peligrosamente
caó ticas bacanales —palabra derivada de Baco, el nombre que daban
los griegos al dios Dionisio— eran parte de la vida cotidiana en la
Grecia antigua. Las descripciones y representaciones visuales de los
rituales y banquetes regados con alcohol en la Antigü edad, desde
Egipto hasta China, evidencian que hace mucho tiempo que el
desorden, las broncas, la enfermedad, la inconsciencia inoportuna, las
vomitonas y las relaciones sexuales ilícitas son un producto comú n del
consumo de alcohol.
Los diversos alucinó genos consumidos por los humanos en todo el
mundo son aú n má s peligrosos y desestabilizadores. Ademá s de
desconectarte por completo de la realidad, su propia composició n
química puede matarte fá cilmente. Un pequeñ o á rbol que crece en el
desierto de Sonora, Sophora secundiflora, produce unos frijoles tan
tó xicos que basta uno solo para casi matar de inmediato a un niñ o.
Cabría pensar que la gente aprendería muy pronto a no acercarse a
ellos. No fue así. Esto se debe a que el llamado «frijol de mezcal»
tambié n te puede provocar un supercolocó n. Aunque no se tiene
constancia de ningú n valor culinario, se han descubierto trazas de frijol
en restos arqueoló gicos de varios milenios atrá s, cuando las culturas
del desierto lo empleaban, obviamente, por su efecto intoxicante. Para
un adulto, la dosis adecuada es medio frijol, y conviene no equivocarse.
Comer má s de eso provoca «ná useas, vó mitos, dolor de cabeza,
sudores, salivació n, diarrea, convulsiones y pará lisis de los mú sculos
respiratorios. La muerte es por asfixia».26 Sin duda, debieron de morir
unas cuantas personas hasta que por fin se averiguó esto.
¿Por qué arriesgarse? Ya hablemos de frijoles alucinó genos
terriblemente peligrosos, de narcó ticos estupefacientes o del
desorientador y tó xico alcohol, ¿por qué la gente no dice simplemente
«no»? Dados los costes y los posibles dañ os que suponen los
intoxicantes, se justifica que descartemos las justificaciones dé biles y
ad hoc, como ese puro cuento de que ayudan a hacer la digestió n o a
calentarse la sangre. A principios del siglo XIX, un defensor de la ley seca
se burló , con razó n, del tipo de racionalizaciones no respaldadas con
pruebas que la gente acostumbra a soltar como justificació n para darse
a la bebida:
El aguardiente, de un tipo u otro, es el remedio para todas las enfermedades, el elixir para todas las
penas. Debe honrar la celebració n en una boda; debe incitar a la tristeza en un funeral. Debe
animar las relaciones de los amigos y aligerar la fatiga del trabajo. El éxito merece una copa, y el
desengañ o la necesita. La gente ocupada bebe porque está ocupada; los ociosos beben porque no
tienen otra cosa que hacer. El agricultor necesita beber porque su trabajo es duro; el mecánico,
porque su trabajo es sedentario y aburrido. Si hace calor, los hombres beben para refrescarse; si
hace frío, beben para entrar en calor.27

Podemos hacerlo mejor. Empecemos echando un vistazo a las


explicaciones científicas comunes sobre el impulso humano de
emborracharse. Tienen mejor pinta, a priori, que las racionalizaciones
de las que se burlaban los prohibicionistas, pero al final son
similarmente insatisfactorias.

El pirateo del cerebro: porno y moscas de la fruta muy


salidas
A la gente le gustan los orgasmos. Desde un punto de vista científico,
esto no es ningú n misterio. Los orgasmos son placenteros porque es la
forma que tiene la evolució n de decirnos: «Buen trabajo. Sigue
haciendo eso que estabas haciendo». En los entornos en los que hemos
evolucionado, el orgasmo es una señ al de que estamos avanzando hacia
el objetivo central de la evolució n, que es la transmisió n de los genes a
la siguiente generació n.
No es un sistema perfecto, desde luego. Todo tipo de especies animales
lo han sorteado con triquiñ uelas desde que se inventó : desde los
monos que se masturban, hasta los perros que intentan montarte la
pierna. Sin embargo, los peores son los humanos. Por ejemplo, el Homo
sapiens lleva produciendo pornografía el mismo tiempo que lleva
haciendo cualquier cosa. Al parecer, cualquier nueva tecnología —talla
lítica, pintura, litografía, cinematografía, internet— se utiliza al
principio para la pornografía, principalmente. El tipo de figuras
voluptuosas que aparecen en los yacimientos arqueoló gicos, como la
Venus mostrada antes, suelen ser glosadas por los acadé micos como
diosas madres o de la fecundidad. Puede ser. Es igual de probable que
fuesen las precursoras de las pá ginas centrales de Playboy y sirvieran
para la misma finalidad a quienes las crearon. En cualquier caso, desde
el erotismo de la Antigü edad hasta las muñ ecas sexuales modernas, a la
hora de engañ ar a la evolució n, como en la mayoría de los frentes, los
seres humanos no tenemos parangó n.
Aun así, la evolució n se ha mantenido bastante indiferente ante estas
artimañ as. No le preocupa la perfecció n, se conforma con lo que sea
suficiente. Sin un mé todo anticonceptivo fiable, el diseñ o bá sico que
vincula el orgasmo al buen trabajo de transmitir tus genes ha
funcionado muy bien a lo largo de la historia. Sin embargo, los recientes
desarrollos tecnoló gicos trastocan gravemente esta relació n. El
preservativo y la píldora anticonceptiva separan el acto sexual del
resultado para el que fue diseñ ado. Con la imprenta, las revistas de
moda, las cintas VHS, los DVD y, por ú ltimo, internet, cualquier persona
ha podido acceder a una cantidad y variedad, antes inimaginables, de
imá genes sexuales en la intimidad de su hogar. Este pirateo concertado
de nuestros sistemas de recompensa puede, llevado a los extremos,
socavar en parte los planes de la evolució n.
Quizá el punto de vista má s comú n sobre nuestro gusto por la
intoxicació n es que é sta conlleva precisamente ese tipo de pirateo de
impulsos antes adaptativos. Segú n las teorías del «pirateo», el alcohol y
otros intoxicantes son como la pornografía: algo que só lo desencadena
los sistemas de recompensa del cerebro originalmente diseñ ados por
la evolució n para fomentar las conductas adaptativas, como el sexo.
Esto no fue un problema durante la mayor parte de nuestra historia
evolutiva, cuando era difícil conseguir dichas drogas y su potencia era
relativamente dé bil. La evolució n podía permitirse que los primates y
otros mamíferos disfrutaran de algú n colocó n ocasional con alguna
fruta fermentada que se encontraran caída en la selva, como tambié n
pudo permitirse pasar por alto un poco de masturbació n o sexo no
reproductivo. Sin embargo, no pudo prever que uno de estos primates,
con su gran cerebro, su uso de herramientas y su capacidad para
acumular innovaciones culturales, averiguaría de repente —en un abrir
y cerrar de ojos, en té rminos evolutivos— có mo elaborar cerveza, vino
y, despué s, asombrosos licores eficazmente destilados. Las teorías del
pirateo sostienen que estos venenos pudieron penetrar nuestras
defensas evolutivas porque la evolució n es muy perezosa ante una
rá pida innovació n humana.
Un defensor clá sico de este punto de vista es el fundador del campo de
la medicina evolutiva, Randolph Nesse, que escribe:
Las drogas psicoactivas puras y las rutas de administració n directas son, por lo que respecta a la
evolució n, características nuevas de nuestro entorno. Son intrínsecamente pató genas, porque
sortean los sistemas de procesamiento de la informació n adaptativos y actú an de forma directa
sobre antiguos mecanismos cerebrales que controlan las emociones y la conducta. Las drogas que
inducen emociones positivas emiten la falsa señ al de un beneficio adaptativo. Estas señ ales
interceptan los mecanismos incentivadores como «gustar» y «querer», lo que puede dar lugar a un
consumo de drogas continuado que ya no produce placer [...]. Las drogas de consumo recreativo
crean una falsa señ al en el cerebro de la llegada de un inmenso beneficio adaptativo.28

El psicó logo evolutivo Steven Pinker considera asimismo que el


consumo moderno de intoxicantes es fruto de la confluencia de dos
rasgos de la mente humana: nuestro gusto por las recompensas
químicas y nuestra capacidad para resolver problemas. Una sustancia
que logre forzar la cerradura del placer en nuestro cerebro, aunque sea
por casualidad, se volverá central en la bú squeda de objetivos e
innovació n, aunque perseguir esa sustancia acarree —desde una
perspectiva puramente adaptativa— consecuencias neutras o
negativas.29 Nuestro impulso sexual es, como decíamos, otro buen
ejemplo de esta diná mica. La evolució n nos provee de un eficaz sistema
de incentivos, en forma de placer sexual y orgasmos, y despué s se
limpia las manos y se marcha satisfecha, creyendo ingenuamente que
acaba de asegurarse de que ahora só lo queramos relaciones
heterosexuales y vaginales y que, de ese modo, nuestros genes se
transmitan a la siguiente generació n. Es obvio que no tiene ni idea de
lo que son capaces los humanos. Como ejemplo de antiadaptació n a
causa del pirateo de los sistemas de recompensa, Pinker señ ala que
«las personas consumen pornografía cuando de hecho podrían salir a
buscar pareja». Por supuesto, esto es só lo un hilo en el rico tapiz de
travesuras sexuales no reproductivas a las que somos propensos, pero
apunta a por qué la evolució n debería estar muy alerta a la subversió n
de sus diseñ os.
Un estudio, que consistía bá sicamente en trolear unas moscas de la
fruta privadas de sexo, refuerza esta preocupació n. Dado lo
pequeñ ísimas que son y lo mucho que, en apariencia, se diferencian de
nosotros, resulta sorprendente que las moscas de la fruta (Drosophila)
sean tan buenas sustitutas de los humanos en muchos aspectos,
incluida su forma de procesar el alcohol.30 A las moscas de la fruta les
gusta beber, se emborrachan, y eso estimula sus sistemas de
recompensa de manera similar a la nuestra. Tambié n se pueden volver
alcohó licas: acaban prefiriendo la comida muy cargada de alcohol a la
normal y, con el tiempo, ese deseo es cada vez má s intenso. Si se las
priva del alcohol, se dan un atracó n cuando se les vuelve a
administrar.31 Todo esto es claramente antiadaptativo, al menos en los
niveles de alcohol utilizados en el laboratorio, donde la comida que se
bañ a con é l suele alcanzar la graduació n de un contundente shiraz
australiano (alrededor de 15°-16°). A las moscas de la fruta que beben
shiraz les cuesta volar en línea recta y, por tanto, localizar comida y
parejas. El estudio realizado con las moscas de la fruta privadas de sexo
reveló ademá s que, en esencia, cuando se les niega el sexo, recurren a la
botella.32 El consumo de alcohol desencadena de forma artificial la
misma señ al de recompensa que el apareamiento, lo que significa que
las moscas de la fruta borrachas tienen un menor interé s en la
conducta de cortejo, ya que consiguen su placer en otra parte. A las
moscas quizá les vaya bien así, pero no tanto a sus genes.33
Resacas evolutivas: monos borrachos, kimchi líquido y
agua contaminada
Las teorías del pirateo, que se solapan un poco con las teorías de la
«resaca» comentadas en la introducció n, sostienen que nuestro gusto
por los intoxicantes es un nuevo problema evolutivo. Sin embargo,
segú n estas teorías, ciertos rasgos de la psicología humana no son
fruto de un pirateo accidental de nuestros sistemas de recompensa,
sino que obedecen a lo que originalmente fue un buen objetivo
adaptativo, y ahora han perdido su utilidad. La comida basura es un
ejemplo clá sico. La evolució n nos ha diseñ ado para recibir pequeñ os
chutes de recompensa por consumir menú s con una alta densidad
caló rica, en especial si contienen grasa o azú car. Al ser ciega y bastante
lenta, no pudo prever la llegada de las tiendas que venden una
asequible infinidad de golosinas industriales con azú car, patatas fritas
y productos cá rnicos procesados.
En lo que respecta a nuestro gusto por el alcohol, tal vez la teoría de la
resaca má s destacada sea la hipó tesis del «mono borracho» propuesta
por el bió logo Robert Dudley.34 En las densas selvas tropicales donde
evolucionaron al principio los humanos, las cé lulas de levadura
producen alcohol en la fruta madura y caída como parte de su guerra
química contra las bacterias, que son menos tolerantes al alcohol y
compiten con la levadura por los nutrientes de la fruta. El alcohol, por
tanto, debe su propia existencia a una histó rica y violenta batalla entre
las levaduras y las bacterias. Dudley sostiene que una característica
secundaria del alcohol (etanol, en su té rmino té cnico) es la clave de por
qué los primates adquirieron el gusto por é l. El etanol es muy volá til, es
decir: es una molé cula diminuta y ligera que puede viajar largas
distancias en el aire. Por tanto, sus condiciones son las ideales para
servir de gong olfativo y anunciar la cena a muy diversas especies;
entre ellas, sin duda, las moscas de la fruta, cuyo gusto por el alcohol
está probablemente relacionado con la capacidad de guiarse hacia la
fruta.
Dudley afirma que ocurrió lo mismo con los humanos, y tambié n con
algunos de nuestros antepasados y primos primates: al seguir el olor
de las molé culas del alcohol para encontrar e identificar la rara presa
que era la fruta caída, acabaron asociando el alcohol en pequeñ as
cantidades con una nutrició n de alta calidad. Aquellos especialmente
prendidos de su sabor o sus efectos farmacoló gicos habrían sido má s
propensos a buscarlo, adquiriendo así má s calorías que sus congé neres
abstemios. Esta ventaja adaptativa favoreció el desarrollo del gusto por
el alcohol, y tambié n de la capacidad para metabolizarlo. Así, Dudley
argumenta que el alcohol nos hace sentir bien porque, en nuestro
entorno evolutivo, estaba asociado a un alto beneficio caló rico y
nutritivo. No es má s que por una resaca evolutiva por lo que los
urbanitas modernos siguen obteniendo placer del alcohol cuando hoy
só lo tiende a causar dañ os hepá ticos, obesidad y muertes prematuras.
Como dice Dudley: «Lo que una vez dio buenos resultados y seguros en
la selva, cuando las frutas contenían só lo pequeñ as cantidades de
alcohol, puede ser peligroso cuando vamos al supermercado a por
cerveza, vino y licores destilados».35
Otras teorías de la resaca aducen que la fermentació n de cereales y
frutas fue ú til para hacer sus calorías má s transportables y duraderas,
lo que permite la conservació n de recursos que, de otro modo, se
echarían a perder en un mundo sin frigoríficos.36 El alcohol, segú n este
punto de vista, servía tradicionalmente como una versió n má s
divertida del kimchi o los pepinillos. Es obvio que esto no es un
beneficio menor de la fermentació n: hoy en día sigue habiendo
emprendedores en el norte de Tanzania que fermentan vinos a base de
plá tano y piñ a para conservar frutas que de otro modo se pudrirían
enseguida tras la cosecha y, por supuesto, para producir una riquísima
cerveza.37 Otra ventaja de la fermentació n, al menos cuando hablamos
de la transformació n de cereales en cerveza, es el «ennoblecimiento
bioló gico», como lo denominó el nutricionista britá nico B. S. Platt tras
observar que, al fermentar maíz para producir cerveza, su contenido en
micronutrientes y vitaminas esenciales aumentaba al doble.38 Esta
transformació n nutricional, por efecto de las levaduras en la
fermentació n del cereal, pudo ser de especial importancia en las
sociedades agrícolas premodernas. La arqueó loga Adelheid Otto
sostiene que, al menos en Mesopotamia, el contenido nutricional de la
cerveza fue vital para completar la «deprimente dieta» de las personas,
basada casi só lo en las fé culas, con muy pocas verduras, frutas y carnes
frescas.39 Se cree que, aú n en la Inglaterra previctoriana, la cerveza
representaba una considerable parte de la ingesta caló rica de una
persona promedio.40
Esto apunta a otra ventaja del alcohol para los pueblos premodernos:
su elevado aporte caló rico. Un gramo de alcohol puro tiene siete
calorías, frente a las nueve de la grasa y las cuatro de la proteína. Es
preocupante darse cuenta de que un modesto trago de 150 ml de vino
tinto tiene tantas calorías como una porció n de brownie de 12 cm2 o
una bola de helado pequeñ a (unas 130 calorías). En varios estudios se
ha calculado que, en ciertas culturas histó ricas e incluso
contemporá neas, la cerveza puede constituir hasta un tercio o má s de
la ingesta caló rica.41 Como sabe tristemente cualquiera que esté a
dieta, las bebidas alcohó licas tienen tanta densidad caló rica que hay
algo de verdad en el eslogan de la Guinness, esa venerable cerveza
negra: «Una comida en cada vaso». Como ocurre con muchos aspectos
de nuestra biología, lo que es un problema para los bebedores
modernos pudo ser un gran beneficio para nuestros antepasados,
siempre hambrientos y necesitados de nutrientes.
Hay otra categoría de teorías de la resaca que no se centran en la
volatilidad del alcohol o su capacidad de conservar las calorías o
aportar vitaminas, sino en sus propiedades antigé rmenes. Como
dijimos, el alcohol es antibacteriano, ya que lo producen las levaduras y
lo utilizan como arma contra las bacterias para aventajarlas en la
descomposició n de la fruta y los cereales. De ahí que el alcohol puro sea
un excelente desinfectante. Incluso en la forma consumida por los
humanos, má s diluida, parece conservar ciertas propiedades
antimicrobianas y antiparasitarias. Por eso no es desaconsejable beber
alcohol cuando comes sushi: maridar el pescado crudo con sake puede
ayudar a matar cualquier mal bicho que ronde por ahí.
Incluso las moscas de la fruta aprovechan el alcohol de ese modo. Ya
hemos señ alado que pueden ser unas auté nticas bebedoras, y su
alimentació n, basada en la fruta, las hace relativamente tolerantes al
alcohol, como las levaduras. Las moscas de la fruta hacen un genial
truco evolutivo cuando notan la presencia de avispas parasitoides.
Estas avispas son unos repulsivos depredadores que, sin ningú n
miramiento, depositan sus huevos dentro de los huevos de las moscas
de la fruta. En unas circunstancias normales, este huevo se desarrolla y
se convierte en una pequeñ a larva de avispa que, despué s, se alimenta
de las larvas de la mosca, las devora desde dentro y despué s sale a
buscar nuevas víctimas. En un entorno donde dichas avispas son una
amenaza, las moscas hembras buscan frutas con un alto contenido en
alcohol para poner sus huevos en ellas. El alcohol no les sienta muy
bien a sus propias larvas, y ralentiza su crecimiento, pero las moscas de
la fruta pequeñ as toleran el etanol mucho mejor que las sensibles
larvas de la avispa, que suelen morir. Sacrificar una parte de su
descendencia envenená ndola con alcohol es un precio pequeñ o que
pagar si al menos pueden sobrevivir algunas. La relativa tolerancia de
la mosca de la fruta al alcohol, potenciada en un principio por su
dependencia de la fruta para alimentarse, se convierte de este modo en
un arma contra un odiado enemigo.42
Por ú ltimo, el proceso de fermentació n de las bebidas alcohó licas
tambié n tiene un efecto desinfectante sobre el agua con la que se
elaboran. Durante buena parte de la historia de la humanidad, sobre
todo tras el surgimiento de la agricultura y la densa vida urbana, era
muy peligroso beber el agua de la que disponían. Es posible, por tanto,
que la fermentació n alcohó lica sirviese tambié n para hacer que el agua
contaminada fuese potable. En algunas comunidades sudamericanas,
la chicha (cerveza de maíz) sigue siendo una importante fuente de
hidratació n en las regiones que carecen de tratamiento de aguas.43
Tambié n se han citado varias propiedades medicinales para explicar
nuestro gusto por los intoxicantes de origen vegetal; muchos de ellos,
ademá s de hacernos ver extrañ as figuras de colores, dioses o animales
parlantes, son medicinas bastante eficaces contra los pará sitos.44

No sólo Twinkies y porno: más allá de las teorías de la


resaca y del pirateo
Cuando las personas se han preguntado en serio por los orígenes de
nuestro gusto por la intoxicació n, muy pocas han ido má s allá de este
tipo de relatos sobre los Twinkies y el porno. De entrada, no son
inverosímiles. Las teorías de la resaca, en particular, son intuitivamente
convincentes, porque hay algo de verdad en ellas: el alcohol sí realiza
todas esas funciones superú tiles. Su olor puede señ alizar recompensas
muy ventajosas en forma de fruta. Tiene valor nutricional, desinfecta y
sabe muy bien.
Pero, a fin de cuentas, todas producen al final una cierta insatisfacció n,
como media pinta tibia de cerveza ligera en una calurosa tarde
veraniega. Las teorías del pirateo chocan contra el firme muro del puro
y brutal coste del consumo de alcohol y otros intoxicantes. Las teorías
de la resaca, como la hipó tesis del mono borracho, han sido
cá lidamente recibidas por los primató logos y ecologistas, que señ alan
que los primates salvajes parecen evitar el tipo de fruta madura que da
lugar al etanol, y apuntan a los estudios que indican que los humanos
preferimos con creces la fruta en su punto de madurez (sin etanol) a la
fruta muy pasada45 (yo sí, desde luego). Otras teorías de la resaca se
topan con la mala suerte de que las funciones postuladas del alcohol u
otras drogas en el entorno de nuestros antepasados tambié n las podían
cumplir otras cosas que no te paralizaban buena parte del cerebro ni te
provocaban una aguda jaqueca al día siguiente.
Por ejemplo, se puede «ennoblecer» bioló gicamente un cereal como el
trigo, el mijo o la avena fermentá ndolo para producir gachas, una
prá ctica comú n en pequeñ as comunidades agrícolas en todo el mundo.
Las gachas fermentadas tambié n resuelven el problema del
almacenamiento. Por ejemplo, una costumbre irlandesa es convertir la
avena en unas gachas que fermentan durante semanas, solidificá ndose
poco a poco hasta adquirir la consistencia de una masa similar a la del
pan que se puede cortar en rebanadas y freír cuando sea necesario.
Está n riquísimas, sobre todo con tocino. Convertir cereales en gachas
es darles un uso má s eficiente en té rminos nutricionales que elaborar
cerveza con ellos. Las gachas de avena no te dará n un agradable
puntillo, ciertamente, pero eso nos hace preguntarnos por qué , para
empezar, somos vulnerables a ese pirateo del cerebro. Si el criterio al
que obedece es la conservació n de los alimentos, ¿por qué la evolució n
no hizo que las personas se pirrasen por las gachas, en vez de por la
cerveza? Estarían presumiblemente má s sanas que sus primos
bebedores de cerveza, y una cultura que se limitara só lo a las gachas
evitaría muchas conductas de riesgo, accidentes físicos, cantos
desafinados y resacas. Sin embargo, por lo que sabemos, en Irlanda las
gachas han sido histó ricamente un desayuno reconfortante para la
mañ ana siguiente, en vez de un sustituto para las sustancias causantes
de ese malestar.
O pensemos si no en la hipó tesis del agua contaminada: si tu agua está
infestada de bacterias, só lo tienes que hervirla. Por supuesto, la teoría
de los gé rmenes es bastante reciente, y aú n queda gente en el mundo
que no está al tanto de ella. Sin embargo, como han demostrado las
soluciones humanas a la mayoría de los problemas adaptativos, no
necesitamos saber nada sobre la correspondiente causalidad real para
resolver un problema a travé s de la prueba y el error. Las personas lo
hacen todo el tiempo. A las culturas se les da aú n mejor, ya que tienen
muy buena capacidad para «recordar», buscar soluciones a los
problemas y transmitirlas para el beneficio de los miembros de dichas
culturas o ayudar a la expansió n del propio grupo.46
Imaginemos una situació n donde varios grupos compiten por los
recursos en un paisaje lleno de ríos y lagos, pero infestados de
pató genos. No hace falta que nos preocupemos por los grupos que no
elaboran alcohol, ya que murieron mucho tiempo atrá s; como era de
esperar (para los observadores externos), má s o menos cuando el agua
empezó a ponerse mala. Los grupos sobrevivientes han descubierto el
alcohol y han desarrollado la prá ctica de beber só lo cerveza, que ha
depurado el agua a travé s de la fermentació n. Uno de los grupos, sin
embargo, descubre que beber el agua donde han hervido el pescado de
la cena los hace sentirse con má s energía a la mañ ana siguiente, con
menos diarrea, retortijones y demá s síntomas que conocemos bien
todos los que hemos bebido un agua que no debíamos. Algunas
personas empiezan a beber só lo esta «agua de pescado» má gica y
evitan la cerveza y el agua sin tratar. Se vuelven má s activas y sanas y
les van mejor las cosas que a quienes no la beben, de modo que este
grupo acaba creyendo que só lo el agua bendita por el Dios Pescado es
apta para el consumo humano, y que todas las demá s bebidas son
tabú es. El Clan del Dios Pescado empieza a superar a sus vecinos, los
bebedores de cerveza. É stos tambié n se han librado de las
enfermedades transmitidas por el agua; pero las resacas y el cansancio
tras sus largas veladas bebiendo alcohol los hacen llegar un poco má s
tarde a las pesquerías. Los bebedores de agua de pescado empiezan a
eliminar o asimilar poco a poco a los bebedores de cerveza; o los
grupos de bebedores de cerveza ven la luz y deciden convertirse a la
secta del Dios Pescado y renuncian a todas las demá s bebidas. Al cabo
de unas pocas generaciones, tras el descubrimiento del agua de
pescado, el consumo de alcohol ha sido completamente erradicado.
Tal vez la muestra histó rico-cultural má s evidente contra la idea de que
fue la necesidad de depurar el agua lo que impulsó el invento del
alcohol es el caso de China. En las esferas culturales chinas, se bebe té
desde siempre (bueno, al menos desde hace algunos milenios), y
durante mucho tiempo tambié n tuvieron unas estrictas normas
culturales contra la ingesta del agua sin tratar. Como es natural, no es
así como lo enmarcan: segú n las creencias de la medicina tradicional
china, beber agua fría dañ a el qi, o la energía, o el estó mago. Si
necesitas beber agua, debe ser «agua clara» (kaishui), hervida y tomada
tibia o al menos a temperatura ambiente. La teoría se centra en la
temperatura y su efecto sobre el qi, no en el peligro de los pató genos
transmitidos por el agua, pero su funció n es la misma: no bebas agua a
menos que esté hervida y se hayan matado todas sus porquerías.
Parece, pues, que las culturas chinas y las de su influencia —en
conjunto, una altísima proporció n de las personas que han vivido
jamá s en la Tierra— han resuelto el problema de los pató genos a travé s
del recurso de beber só lo té o agua hervida.
Y aun así tienen bebidas alcohó licas. A mares. Desde la é poca de la
dinastía Shang (1600-1046 a. C.) hasta el presente, el alcohol ha
dominado las reuniones rituales y sociales en el á mbito cultural chino
como en cualquier otra parte del mundo, si no má s. Esto no tendría
sentido si matar los pató genos en el agua o en el estó mago fuese la
funció n principal de las bebidas alcohó licas. Una vez que los chinos
descubrieron el té y adoptaron normas contra la ingesta de agua no
tratada, el consumo de alcohol debería haber ido en descenso hasta
desaparecer, ya que su funció n principal ha sido suplida por algo
mucho menos peligroso, costoso y fisioló gicamente nocivo. Que
lamentablemente siga existiendo el baijiu (alcohol blanco), un
espirituoso a base de sorgo con unos efectos tremebundos, nos
recuerda que no ha sido así. Tambié n es importante señ alar que, en
realidad, la hipó tesis del agua contaminada no encaja con otras normas
culturales que nos encontramos al echar un vistazo por el mundo. Hay
grupos que tienen cerveza o vino y suelen beber agua no tratada, o que
mezclan sus bebidas con ella.47 Nada de esto tendría sentido si la
principal funció n adaptativa del alcohol fuese ayudarnos a evitar los
dolores de tripa.
Dados los evidentes costes del consumo de alcohol, las diná micas
evolutivas culturales hacen pensar que se habrían descubierto y
aprovechado rá pidamente soluciones alternativas a los problemas del
agua contaminada, la falta de micronutrientes o la conservació n de los
alimentos. No es esto lo que ha sucedido, por decirlo suavemente.

Un auténtico misterio evolutivo: el enemigo

en la boca que se escabulle del cerebro


Se formulen como pirateos del cerebro o como resacas evolutivas, las
teorías existentes coinciden en considerar un error nuestro gusto por
la intoxicació n, y que los intoxicantes desempeñ an una escasa o nula
funció n en las sociedades humanas contemporá neas. ¿Necesitas
localizar regiones densas en calorías en tu entorno? Ve a un
supermercado. ¿Necesitas conservar tus alimentos? Guá rdalos en el
frigorífico. ¿Tienes problemas de lombrices al defecar? La mayoría de
los mé dicos te recetarían un antihelmíntico antes que una cajetilla de
cigarrillos. ¿El agua está contaminada? Simplemente hié rvela. Sin
embargo, la realidad sigue siendo que a la mayoría de la gente le gusta
beber y colocarse, resistié ndose a unas fuertes presiones selectivas
contrarias. Los grupos culturales han sido similarmente obstinados en
su perseverante entusiasmo por el alcohol y otras drogas.
Lo maravilloso de los enfoques evolutivos no es só lo que nos ayudan a
explicar aspectos desconcertantes de la conducta humana, sino que
tambié n nos permiten detectar la propia existencia de esos misterios.
Un ejemplo es la religió n. Soy historiador de la religió n por formació n, y
todo mi campo siempre ha dado por sentado —como base, como punto
de partida sin má s comentario— que los seres humanos, en todos los
lugares y é pocas, han creído en seres sobrenaturales, les han ofrendado
enormes cantidades de riqueza y han incurrido en grandes costes para
servirlos. La interminable lista de conductas dolorosas, costosas o
simplemente muy inoportunas que han inspirado las religiones del
mundo es alarmante, una vez que empiezas a pensar en ella. Extirparse
el prepucio, renunciar a los deliciosos y nutritivos mariscos y al cerdo,
ayunar, autoflagelarse, corear mantras, sentarse a escuchar durante
horas aburridos sermones con un traje incó modo en tu ú nico día libre,
atravesarte las mejillas con estacas de metal, interrumpir lo que esté s
haciendo para inclinarte en una direcció n concreta cinco veces diarias.
Nada de esto tiene ningú n sentido desde el punto de vista bioló gico. Es
al ponernos nuestras gafas darwinianas cuando vemos el cará cter
desconcertante de estas conductas.
Los humanos, en grupos, son igualmente pró digos en sus modos de
adoració n. En la China antigua, se enterraba una buena parte del PIB
junto con los muertos. Quienes visitan la tumba del primer emperador
Qin se maravillan con los detalles de cada soldado de terracota, los
carros completamente intactos y el asombroso espectá culo de todo un
ejé rcito dispuesto para proteger al emperador muerto. Rara vez, o
nunca, surge la pregunta de por qué alguien construiría algo así para
tamañ o desperdicio. Recordemos: todo esto fue construido con un
coste enorme y despué s se enterró sin má s, junto con una inquietante
cantidad de caballos y personas recié n sacrificados. Y China no es un
caso aparte. Pensemos en las pirá mides egipcias o aztecas, los templos
griegos o las catedrales cristianas. Podemos apostar que el edificio má s
grande, caro y lujoso de cualquier cultura premoderna está dedicado a
finalidades religiosas.
Visto desde una perspectiva evolutiva, todo esto es muy estú pido. Si
partimos, en cuanto científicos, de que los seres sobrenaturales a los
que supuestamente sirve no existen, en realidad, la conducta religiosa
es muy derrochadora y antiadaptativa. Puesto que no se cierne sobre
ella ningú n castigo sobrenatural, una persona que renuncia al dolor y al
riesgo de atravesarse las mejillas con estacas de metal, que dedica su
tiempo a actividades pragmá ticas, en vez de rezar a un ser inexistente,
y que disfruta de las proteínas y calorías dondequiera que las
encuentre, debería tener má s éxito y salud y, por tanto, procrear má s
descendientes que un creyente practicante. Puesto que ningú n
inexistente espíritu ancestral tiene el poder de castigar a los vivos, las
culturas que invirtieron su trabajo en mejorar las murallas de las
ciudades, construir canales de riego o entrenar a sus ejé rcitos en vez de
erigir monumentos inú tiles o enterrar ejé rcitos enteros de mentira
deberían haber superado a los grupos religiosos. Y, sin embargo, no es
esto lo que vemos en los registros histó ricos. A las culturas que
sobreviven, se expanden y engullen a otras les suele gustar el
despilfarro y el sacrificio de seres humanos en proporciones grotescas.
Como científicos, só lo podemos concluir que deben de estar influyendo
otras fuerzas adaptativas, como la necesidad de la identidad de grupo o
la cohesió n social.48
El consumo de intoxicantes debería desconcertarnos tanto como la
religió n, y se presta de manera similar a un aná lisis científico como es
debido. Sin embargo, como ocurre con las creencias y prá cticas
religiosas, la ubicuidad de la intoxicació n humana eclipsa el misterio
de su existencia. Só lo cuando analizamos el consumo de intoxicantes
desde la perspectiva del pensamiento evolutivo, se manifiesta con
nitidez el verdadero y extrañ o cará cter del fenó meno. Dados los costes
sociales del alcohol y otros intoxicantes químicos —maltrato
domé stico, broncas de borrachos, recursos desperdiciados, resacas e
inú tiles soldados y trabajadores—, ¿por qué la producció n y el
consumo de alcohol y otras sustancias similares mantuvieron su
centralidad en la vida social humana? Como es bien sabido, George
Washington venció a una fuerza muy superior de mercenarios
hessianos porque é stos quedaban indispuestos tras sus juergas con
alcohol. Sin embargo, no dejó de insistir en que los beneficios de un alto
consumo de alcohol para las organizaciones militares estaban
universalmente reconocidos y que no se debían poner en tela de juicio,
y aconsejó al Congreso que creara destilerías pú blicas para asegurar los
suministros de ron al nuevo ejé rcito de Estados Unidos.49 A pesar de
este extrañ o compromiso con el veneno líquido, a Estados Unidos y a
su ejé rcito les ha ido al final bastante bien.
Igual de sorprendente es el papel central que la producció n y el
consumo de intoxicantes desempeñ a en la vida cultural, desde la
Antigü edad a los tiempos modernos. En todo el mundo, allá donde
encuentres personas, verá s que gastan una descabellada cantidad de
tiempo, riqueza y esfuerzo con el ú nico fin de colocarse. Se calcula que,
en la antigua Sumeria, la producció n de cerveza —un pilar del ritual y la
vida cotidiana— se tragaba casi la mitad de la producció n total de
cereales.50 Buena parte de la mano de obra organizada del Imperio inca
se destinó a la producció n y distribució n de chicha, el intoxicante
derivado del maíz.51 Incluso los muertos de la Antigü edad estaban
obsesionados con encurdarse. Es difícil encontrar una cultura que no
despachara a sus muertos con copiosas cantidades de alcohol,
cannabis u otros intoxicantes. Las tumbas chinas de la dinastía Shang
estaban repletas de sofisticadas vasijas de vino de todas las formas y
tamañ os, de cerá mica y de bronce.52 Esto representaba una inversió n
cultural que hoy equivaldría a enterrar varios SUV Mercedes nuevos
con los maleteros llenos de Borgoñ a de reserva. Las é lites del Egipto
antiguo —los primeros esnobs del vino del mundo— eran enterradas
en unas tumbas llenas de tinajas donde se señ alaba cuidadosamente la
añ ada, la calidad y el nombre del productor de su contenido.53 Debido a
su centralidad en la vida humana, el poder econó mico y político se ha
basado a menudo en la capacidad de producir o suministrar
intoxicantes. El monopolio del emperador inca sobre la producció n de
la chicha simbolizaba y reforzaba su dominio político. Al principio del
período colonial en Australia, el poder dependía hasta tal punto del
control y la distribució n del ron que el primer edificio de Nueva Gales
del Sur fue un «depó sito seguro donde guardar las bebidas
espirituosas», donde se protegía el precioso líquido importado, que allí
tambié n hacía las veces de principal moneda de cambio.54
El maridaje de la civilizació n y la fermentació n ha sido, por tanto, un
tema recurrente en la historia de la humanidad. En nuestros mitos má s
antiguos se equipara beber con ser humanos en toda regla. Como
hemos visto, en la mitología sumeria se presenta el placer generado
por la cerveza como la clave para transformar al animalesco Enkidu en
un ser humano. En la mitología egipcia, Ra, el dios supremo, enfadado
por algo que la gente había hecho, ordena a Hathor, la feroz diosa con
cabeza de leó n, que destruya por completo a la humanidad. Despué s de
que ella proceda alegremente a arrasarlo todo, Ra se compadece de los
seres humanos y decide suspender la orden, pero Hathor lo desoye. Ra
só lo consigue que se retire tras engañ arla para que bebiera de un lago
de cerveza, teñ ido de rojo para asemejar la sangre humana. Ella se
emborracha y se queda dormida. Y así es como la cerveza «salvó a la
humanidad», observa Mark Forsyth.55
Tambié n se puede seguir el rastro de la expansió n de las culturas por el
olor del alcohol. Al referirse a los asentamientos en el viejo Oeste
estadounidense, Mark Twain calificó el whisky de «primer pionero de la
civilizació n», por delante del ferrocarril, el perió dico y los misioneros.56
Con mucho, los artefactos má s avanzados tecnoló gicamente y valiosos
que se encontraban en los primeros asentamientos europeos del
Nuevo Mundo eran los alambiques de cobre, importados a un gran
coste y cuyo valor superaba su peso en oro.57 Como ha explicado
Michael Pollan, Johnny Appleseed —al que la mitología estadounidense
presenta hoy como si su intenció n fuese obsequiar a los hambrientos
colonos con unas sanas manzanas llenas de vitaminas— era en
realidad el «Dionisio americano» que llevaba un muy necesitado
alcohol al viejo Oeste. Las manzanas de Johnny, muy demandadas por
los colonos estadounidenses, no estaban destinadas a la mesa, sino a la
producció n de sidra y applejack (aguardiente de manzana).58
La centralidad de la embriaguez continú a hasta hoy en día. En un hogar
tradicional de los Andes sudamericanos, por ejemplo, siguen
destacando los diversos cacharros necesarios para obtener chicha del
maíz, un proceso que requiere varios días y cuyo producto se estropea
enseguida59 (y con eso ya está todo dicho sobre la teoría de la
conservació n).60 Una mujer andina dedica buena parte de la jornada
laboral a mantener las provisiones; lo mismo ocurre con la cerveza de
mijo en Á frica, cuya producció n define los roles de gé nero y rige los
ritmos agrícolas y domé sticos.61 En las culturas de la kava de Oceanía,
la producció n de ese tubé rculo intoxicante monopoliza una inmensa
parte de la tierra arable y del trabajo agrícola, y su consumo domina los
actos sociales y rituales.62 En lo que respecta a las economías de
mercado, los hogares contemporá neos de todo el mundo declaran
oficialmente un gasto en alcohol y cigarrillos de al menos un tercio de
lo que invierten en comida; en algunos países (Irlanda, Repú blica
Checa), esta proporció n crece hasta la mitad o má s.63 Dada la
prevalencia de los mercados negros y los datos que no se declaran, el
gasto real podría ser bastante mayor. Esto debería dejarnos ató nitos.
Es mucho dinero para estar gastá ndolo en un error evolutivo.
Ademá s, si de errores se trata, é ste tiene muchos costes personales y
sociales, y tambié n es econó micamente caro. En Oceanía, el consumo
de kava tiene amplias consecuencias negativas para la salud, desde
resacas y dermatitis a graves dañ os hepá ticos. El alcohol es peor. Un
instituto de investigació n canadiense calculó que, en 2014, el coste
econó mico anual del alcohol —incluidos sus efectos sobre la salud y el
orden pú blico y la productividad econó mica— fue de 14.600 millones
de dó lares, que no es poco para un país del tamañ o de Canadá . Ese
có mputo incluye 14.800 muertes, 87.900 hospitalizaciones y 139.000
añ os de vida productiva perdidos.64 Los Centros para el Control y la
Prevenció n de Enfermedades de Estados Unidos (CDC, por sus siglas en
inglé s) calculan que, entre 2006 y 2010, el abuso del alcohol provocó
8.000 muertes anuales, 2,5 millones de añ os potenciales de vida
perdidos y dañ os econó micos por valor de 249.000 dó lares. En 2018,
en un artículo de la revista mé dica britá nica The Lancet que gozó de
mucha difusió n, se concluía que el consumo de alcohol se sitú a entre
los factores de riesgo má s graves para la salud humana en todo el
mundo, y se ha relacionado con casi el 10 por ciento de las muertes de
personas de entre 15 y 49 añ os a nivel mundial. «Es necesario revisar la
consideració n generalizada de los beneficios para la salud del alcohol,
sobre todo cuando unos mé todos mejores y los aná lisis siguen
demostrando lo mucho que contribuye el alcohol a las muertes y
discapacidades a nivel mundial. Nuestros resultados muestran que el
nivel de bebida más seguro es ninguno», era su conclusió n.65
Dados los peligros del consumo de intoxicantes, deberíamos
solidarizarnos con la aflicció n y confusió n del Casio de Shakespeare:
fue despedido por un enojado Otelo a causa de su embriaguez, despué s
de que el taimado Yago lo engatusara para que bebiera má s de la
cuenta:
Ah, tú, invisible espíritu del vino,
si no tienes nombre con que ser conocido,
te llamaremos diablo. [...]
¡Ah, Dios, que los hombres se metan un enemigo
en la boca que les robe los sesos!
¡Que nos transformemos en bestias
con gozo y alegría, fiesta y aplauso!66
¿Por qué envenenamos voluntariamente nuestro cerebro? Que sigamos
hacié ndolo de forma tan activa y entusiasta nos transforma en bestias,
a pesar de todos los costes que conlleva, y es un misterio aú n má s
sorprendente a la luz del tipo de criaturas que de verdad somos. A esas
otras cosas que subvierten nuestro cerebro —la pornografía y la
comida basura— se les da rienda suelta porque los seres humanos,
hasta la fecha, no tenemos preparadas unas defensas contra ellas. El
caso de los intoxicantes es distinto. A diferencia de otras especies, los
humanos tienen defensas gené ticas y culturales contra este «enemigo
en la boca» que «les roba los sesos». Merece la pena considerarlos con
cierto detalle.

Un misterio genético: somos simios

hechos para drogarnos


Muchos animales se emborrachan por accidente. Desde las moscas de
la fruta y las aves a los monos y los murcié lagos, a muchos animales les
atrae el alcohol, y a menudo para su grave perjuicio.67 Por ejemplo, en
mi familia se cuenta que unos parientes míos de Bolonia tenían como
mascota ilegal un lé mur que se volvió adicto al alcohol desinfectante;
una de ellos era comadrona y tenía grandes cantidades en casa. Un día,
la desgraciada criatura se metió en una bolsa llena de hisopos
empapados en alcohol, se agarró una curda y se cayó por el balcó n del
apartamento, en un ú ltimo piso. Hay historias parecidas de aves
borrachas que se rompen el cuello al estrellarse contra ventanas o que
se echan una siesta en jardines vigilados por gatos. Tal vez las historias
má s dramá ticas sean las de los elefantes borrachos que corren
enloquecidos y pisotean y destruyen todo a su paso.
Tampoco es extrañ o oír hablar de personas que corren la misma suerte
que el lé mur boloñ é s. Sin duda, ha caído muerto má s de un Homo
sapiens. Sin embargo, es importante entender que nosotros no estamos
limitados, como sí lo está n otros animales, a las incursiones
ocasionales en hisopos empapados en alcohol. De hecho, las dosis
concentradas de alcohol nos deben a nosotros su existencia.68 Y, hasta
ahora, que yo sepa, las comadronas boloñ esas nunca han sentido la
tentació n de emborracharse con alcohol desinfectante. Ellas, como
todo su entorno, está n rodeadas de cantidades de alcohol ilimitadas, en
mú ltiples formas y diversos grados de exquisitez. Dado ese acceso,
debería sorprendernos que sean tan pocas las personas que se caen
por el balcó n de sus apartamentos boloñ eses y se maten. Por la
exquisitez y potencia de los vinos tintos de la regió n, lo esperable sería
una lluvia constante de cadáveres amontoná ndose en los patios de toda
la provincia, sin hablar de la excelente grappa. Sin embargo, que yo
sepa, la de este desafortunado lé mur es la ú nica caída mortal
relacionada con el alcohol de la que se tiene constancia en Bolonia, al
menos en ese edificio de apartamentos. Imaginemos un mundo
habitado por miles de millones de lé mures o elefantes con pulgares
oponibles, un cerebro grande, tecnología y un suministro interminable
de bebidas alcohó licas de alta graduació n: el caos y las matanzas serían
de tal magnitud que só lo pensar en ello produce escalofríos; pero no
vivimos en ese mundo.
Esto se debe en parte a que nuestro particular linaje de simios parece
estar adaptado gené ticamente al procesamiento del alcohol y su rá pida
eliminació n del cuerpo. Las alcohol-deshidrogenasas (ADH) —que
producen muchos animales, sobre todo los que se alimentan en gran
medida de fruta— son una clase de enzimas ligadas al procesamiento
del etanol, la molé cula del alcohol. Un pequeñ o conjunto de primates,
entre ellos los humanos, posee una variante superpotenciada de las
ADH, llamada ADH4. En los animales que la poseen, esta enzima es la
primera línea de defensa contra el alcohol, ya que descompone
rá pidamente el etanol en sustancias químicas que el cuerpo pueda
utilizar enseguida o eliminar. Una teoría sostiene que esta variante de
enzima brindó una ventaja evolutiva crucial al antepasado africano de
los simios modernos (gorilas, chimpancé s y humanos). Este simio
ancestral había dejado de vivir en los á rboles para buscar su alimento
en el suelo, posiblemente como reacció n a la competencia de los
monos. La ADH4 le permitió hacer uso de una nueva y valiosa fuente de
alimento: la fruta caída y muy madura.69 Esto pone en entredicho
cualquier versió n demasiado simplista de la teoría del pirateo sobre el
consumo de intoxicantes.
El antropó logo evolutivo Ed Hagen y su equipo70 han mostrado
asimismo que, en lo que respecta a las drogas recreativas de origen
vegetal, como el cannabis o los alucinó genos, la teoría del pirateo
pierde fuerza ante los indicios de que los seres humanos se han
adaptado bioló gicamente a consumirlas.
Pensemos en el cannabis, por ejemplo. El THC, el componente del
cannabis que produce el colocó n, es en realidad una neurotoxina
amarga que la planta produce para evitar que se la coman. Todas las
drogas vegetales, incluidas la cafeína, la nicotina y la cocaína, son
amargas por una razó n. Su sabor astringente es un mensaje para los
herbívoros: atrá s, si te comes esto, te dolerá la tripa o te afectará a la
cabeza o probablemente ambas cosas. La mayoría de los herbívoros
son prudentes y evitan este tipo de vegetales. Sin embargo, los que son
especialmente tenaces —o que les gusta demasiado la coca—
desarrollan medidas defensivas y evolucionan para producir encimas
que desintoxiquen los intoxicantes. Es significativo que los humanos
parezcan haber heredado estas antiguas defensas de los mamíferos
ante las toxinas vegetales, lo que hace pensar que las drogas derivadas
de ellas, como el alcohol, no son un nuevo flagelo evolutivo, sino má s
bien un viejo amigo.71
Otra forma de decirlo es que somos animales hechos para drogarnos.
Esto hace menos plausible la teoría del pirateo y sugiere que el alcohol
y otros intoxicantes han sido, desde hace mucho tiempo, parte del
entorno adaptativo en el que hemos evolucionado, en vez de una
amenaza reciente e imprevista. Aun así, siguen quedando sobre la mesa
las teorías de la resaca. Puede que estemos bioló gicamente
preadaptados a tolerar los niveles de alcohol presentes en la fruta
pasada, relativamente bajos, o a procesar las toxinas de la hoja de coca,
pero esto tambié n nos deja indefensos una vez que el desarrollo de la
agricultura, las sociedades a gran escala, la tecnología y el comercio
ponen a nuestra disposició n potentes vinos, cervezas y licores
destilados, o nos tientan con la cocaína refinada o variantes de
cannabis con un nivel muy alto de THC. Los antiguos escitas, a pesar de
ser unos temibles guerreros, se habrían visto reducidos a tontos de
baba de haber tenido acceso a la Maui Wowie o la Bubba Kush que
puedo comprar en el dispensario de cannabis de mi barrio. Las teorías
de la resaca admiten ciertas adaptaciones antiguas a los intoxicantes,
que compartimos con otras especies, pero asumen que los ú nicos
cambios experimentados por el Homo sapiens en los ú ltimos nueve mil
añ os —y que nos catapultaron desde la vida de cazadores-recolectores
a pequeñ a escala a la de urbanitas globalizados— se produjeron
demasiado rá pido para que la evolució n gené tica igualara su ritmo.
Este supuesto no es muy cauteloso. Es comú n pensar que la evolució n
gené tica tarda mucho en actuar y que só lo produce adaptaciones en
escalas temporales del orden de cientos o miles de millones de añ os.
Dado que los humanos só lo llevan entre ocho mil y diez mil añ os
viviendo en grandes sociedades, esto significaría que no hemos
cambiado gené ticamente desde que é ramos cazadores-recolectores en
las llanuras africanas del Pleistoceno. Otra creencia comú n es que,
desde el surgimiento de las grandes sociedades y el invento de la
agricultura, los humanos se han desecho de los grilletes de los peligros
cotidianos para la supervivencia y, por tanto, se liberaron de las
presiones de la evolució n gené tica.
Ninguna de estas creencias es cierta. Por ejemplo, personas de culturas
que criaban ganado se adaptaron gené ticamente, en algú n momento en
los ú ltimos ocho mil añ os, a la digestió n de la leche en la edad adulta. La
meseta del Tíbet, con una elevació n media de 4.500 metros, es un
entorno increíblemente hostil. Sin embargo, entre doce mil y ocho mil
añ os atrá s, sus habitantes empezaron a desarrollar adaptaciones
gené ticas que los protegían de los bajos niveles de oxígeno que hay allí.
Asimismo, los pescadores del Sudeste Asiá tico que tienen que bucear
en el mar para obtener su alimento han desarrollado a lo largo de los
ú ltimos dos mil añ os la capacidad de aguantar la respiració n mucho
tiempo.72 Así que han pasado muchos añ os desde el surgimiento de la
agricultura para que evolucionaran las adaptaciones contra el abuso
del alcohol. Si las teorías de la resaca sobre el consumo humano de
intoxicantes fuesen ciertas, lo esperable sería que la evolució n gené tica
trabajase horas extra para eliminar nuestro gusto por drogarnos.
Tambié n cabría esperar que cualquier població n humana que hubiese
desarrollado una defensa contra este «enemigo en la boca» prosperara
mucho y, en consecuencia, los correspondientes genes se propagaran
rá pidamente a cualquier regió n del mundo donde hubiese una
disponibilidad de intoxicantes muy potentes.
Por supuesto, la evolució n gené tica puede ser a veces bastante
estú pida, como atestiguan las alternativas de la masturbació n y la
comida basura. Tambié n hay muchos problemas con los que la
evolució n, simplemente, no puede ayudarnos. Pensemos en la columna
vertebral humana. Es un diseñ o terrible para un organismo vertical y
bípedo, y por eso hay tantas personas aquejadas de lumbalgia. Sin
embargo, la evolució n no tiene el lujo de diseñ ar desde cero. Tiene que
hacer lo mejor que puede con lo que se le ha dado, un esquema corporal
diseñ ado para trepar y vivir en los á rboles, modificado y parcheado
gradualmente hasta que pudiera caminar erguido.73 La selecció n
natural no puede echar un vistazo antes de doblar una esquina, ni ver
má s allá de los valles adaptativos, y a menudo se queda atrapada en los
surcos de los caminos evolutivos elegidos en un principio por razones
que desde hace mucho tiempo son irrelevantes. Es teó ricamente
posible, pues, que nuestro gusto por el alcohol sea como nuestras
doloridas lumbares: un desafortunado ejemplo de có mo la evolució n
gené tica está tan constreñ ida por decisiones previas que, a todos los
efectos, tiene las manos atadas. Los bió logos evolutivos llaman a esto
«dependencia del camino». Tambié n sucede que la selecció n no puede
actuar sobre una mutació n que no existe. Así, quizá sea bioló gicamente
posible una cura para nuestro gusto por la intoxicació n y la ruleta de la
mutació n gené tica aú n no se haya detenido en ella. Esto sería un simple
problema de disponibilidad.
Al menos en lo que respecta a nuestro gusto por el alcohol, se pueden
descartar tanto la dependencia del camino como los problemas de
disponibilidad. Esto se debe a que ya existe una magnífica solució n a
este supuesto error evolutivo, a este pará sito de la mente humana, en el
acervo gé nico humano, y desde hace muchísimo tiempo.
Hemos hablado de la enzima ADH, la primera línea de defensa del
cuerpo contra venenos como el alcohol. La ADH toma la molé cula del
etanol, C2H6O, y la despoja de un par de á tomos de hidró geno (de ahí su
nombre, «alcohol deshidrogenasa»). La molé cula resultante, C2H4O, o
acetaldehído, sigue siendo bastante tó xica y, desde luego, no te
conviene tenerla flotando por ahí en el cuerpo. Aquí es donde se hace
cargo una segunda enzima hepá tica, las aldehído deshidrogenasas
(ALDH). Mediante un proceso de oxidació n —que consiste en añ adir un
á tomo de oxígeno extraído de una molé cula de agua al pasar—,
convierte el acetaldehído en á cido acé tico, una sustancia química
mucho menos peligrosa, y que se puede convertir con facilidad en agua
y dió xido de carbono y ser eliminada del cuerpo (figura 1.2).

Figura 1.2. Conversión que realizan las ADH y ALDH

del etanol en acetaldehído y luego en ácido acético

Las cosas se ponen feas cuando este segundo paso se retrasa. Si la ADH
está convirtiendo alegremente alcohol en acetaldehído, pero la ALDH
vaguea en su trabajo, el acetaldehído empieza a acumularse en el
cuerpo. Esto es malo. El cuerpo indica su desagrado y su alarma en
forma de rubor en la cara, urticaria, ná useas, palpitaciones y dificultad
para respirar. El mensaje para nosotros es: sea lo que sea lo que esté s
haciendo, para ahora mismo. El peor de los casos sería que la ADH
hiciese muy bien su trabajo y produjera montones y montones de
acetaldehído, pero que la ALDH rindiese mucho peor de lo normal y
dejara que esa sustancia tó xica se acumulara y empezara a extenderse
por todas partes, como un desventurado Charles Chaplin en la cadena
de montaje. Sorprendentemente —teniendo en cuenta que no existe un
vínculo directo entre los genes que codifican para estas dos enzimas—,
esta extrañ a pareja de ADH supereficiente y ALDH terriblemente vaga
está presente en algunas poblaciones humanas. Es má s comú n en los
asiá ticos orientales, y por eso a veces se llama «síndrome del rubor
asiá tico» a la afecció n que provoca. Al parecer, tambié n evolucionó de
forma independiente en algunas partes de Oriente Pró ximo y Europa.
El cuerpo no es estú pido. Los síntomas producidos por el exceso de
acetaldehído son tan desagradables que las personas que los
experimentan toman nota y aprenden enseguida a evitar meterse
grandes cantidades de alcohol en el cuerpo. De hecho, la reacció n del
rubor hace el consumo de alcohol tan aversivo que se utiliza un
fá rmaco capaz de inducirlo en personas gené ticamente normales para
tratar el alcoholismo.74 Los portadores del gen que codifica para esas
variantes de enzimas, así como mutaciones funcionalmente aná logas
que se encuentran en partes concentradas de poblaciones no asiá ticas,
se han librado, en efecto, del deseo de beber alcohol. Pueden beber con
moderació n, así que disfrutan de cualesquiera beneficios que brinde el
consumo moderado de alcohol: tratamiento antimicrobiano,
oligoelementos y vitaminas y calorías, si escasean. Sin embargo, el
dramá tico conjunto de síntomas desagradables que aparecen cuando
beben má s de lo que pueden manejar sus ineficientes enzimas ALDH
significa que está n protegidos de los excesos de las borracheras y del
alcoholismo. Así que se pueden comer su pastel sin riesgo de acabar
hundiendo la cara en é l. ¡Qué solució n tan estupenda para el problema
de la resaca! Es como si hubiera un gen que hiciera poco atractiva la
pornografía sin afectar al impulso del sexo reproductivo, o que hiciera
que los Twinkies supieran a cartó n y el bró coli como la ambrosía má s
deliciosa. Qué gran golpe maestro gené tico.
Esta panacea gené tica para el problema del alcohol lleva mucho tiempo
dando vueltas por el acervo gé nico humano, desde hace unos siete mil
o diez mil añ os, en el este de Asia. Curiosamente, su distribució n en el
este de Asia parece seguir el rastro del surgimiento y la difusió n de la
agricultura basada en el arroz. Esto puede indicar una reacció n a la
repentina disponibilidad del vino de arroz,75 pero algunas teorías
plantean que su funció n adaptativa original era la protecció n contra el
envenenamiento por hongos.76 Los cazadores-recolectores comen
verduras, frutas y carnes silvestres, y no son muy dados a almacenar
alimentos. Sin embargo, una vez que cuentas con el cultivo del arroz,
tienes grandes cantidades de granos que, si se guardan para má s tarde
en un entorno hú medo, son invadidos enseguida por los hongos.
Aunque es desagradable experimentar altas concentraciones de
acetaldehído en el cuerpo, tambié n son muy eficaces para eliminar las
infecciones por hongos. Por tanto, pudo ser que la reacció n del rubor
resultara rentable, por así decirlo, al permitir que los bebedores que lo
experimentaban tambié n consumieran arroz almacenado sin riesgos.
Otros observan que la forma ineficiente de ALDH parece proteger
contra la tuberculosis, y que pudo ser seleccionada por la evolució n por
el mayor riesgo de enfermedad una vez que las personas empezaron a
vivir en grupos grandes y densos gracias a la agricultura.77 En cualquier
caso —fungicida o medicina contra la tuberculosis—, el efecto
protector de un alto nivel de acetaldehído contra el alcoholismo sería
simplemente un grato efecto secundario.
Pero ¡qué gran efecto secundario! Si el consumo de alcohol fuese un
mero accidente contraproducente de nuestra historia evolutiva, cabría
esperar que los genes del «rubor asiá tico» se extendieran como la
pó lvora en cualquier lugar donde el consumo excesivo de alcohol fuese
un problema potencial. En otras palabras: en casi todo el mundo
civilizado. Dada la rapidez con que otras nuevas adaptaciones
gené ticas —como la tolerancia a la lactosa o el rendimiento en las
grandes alturas— se han apoderado de las regiones donde son ú tiles,
cualquiera capaz de leer este libro debería ruborizarse tras un par de
copas.78
Es obvio que no es é ste el caso. Los genes que producen esta reacció n
siguen confinados a una regió n relativamente pequeñ a del este de Asia,
y ni siquiera son universales allí. El alcance de las versiones que
evolucionaron de forma independiente en Oriente Pró ximo y Europa es
igualmente limitado.
Cuando la evolució n gené tica resuelve un problema grave, no tiene
reparos en compartirlo. Que haya tan pocos beneficiarios de la «cura»
milagrosa para nuestro gusto por emborracharnos hace muy
cuestionable cualquier teoría del error evolutivo.

Un misterio cultural: la prohibición que

no se impone en el mundo entero


En 1921, un erudito islá mico llamado Ahmad Ibn Fadlan fue enviado
por el califa de Bagdad en una misió n diplomá tica/religiosa a visitar a
los bulgá ricos del Volga. Acababan de convertirse al islam y vivían a las
orillas del río Volga, en lo que hoy es Rusia, y, al parecer, el califa temía
que hiciera falta pulir un poco sus conocimientos sobre su nueva
religió n.
En el camino, la embajada se encontró con un grupo de vikingos, e Ibn
Fadlan se quedó impresionado con su estatura y su físico, pero le
horrorizaron sus repugnantes há bitos personales, sus orgiá sticas
ceremonias fú nebres y su descontrol con la bebida. «Beben hidromiel
hasta aturdirse, noche y día. A menudo, sucede que uno de ellos muere
con la copa todavía en la mano», escribe.79
A los vikingos les iba mucho el alcohol. El nombre de su dios principal,
Odín, significa «el extasiado» o «el borracho», y se decía que subsistía
con nada má s que vino. Mark Forsyth observa la importancia de esto: si
bien muchas culturas tienen un dios del alcohol o de la borrachera, y así
reconocen al alcohol algú n papel en la sociedad, para los vikingos, el
dios principal y el dios del alcohol son el mismo: «Eso es porque el
alcohol y la embriaguez no necesitaban encontrar su lugar dentro de la
sociedad vikinga, ya que eran la sociedad vikinga. El alcohol era la
autoridad, el alcohol era la familia, la sabiduría, la poesía, el servicio
militar y el destino».80
Esto tuvo sus inconvenientes como estrategia cultural. Al lado de los
vikingos medievales, los chicos de las fraternidades modernas
parecerían abuelitas tomando té de hierbas. Como apunta Iain Gately, el
consumo excesivo de alcohol tuvo un papel tan central en su cultura
que «una sorprendente cantidad de sus hé roes y reyes murieron de
accidentes relacionados con el alcohol»,81 desde ahogarse en enormes
cubas de cerveza hasta ser masacrados por sus rivales mientras ellos
se revolcaban presas del estupor alcoholizado. Unos guerreros que
siempre iban bebidos y fuertemente armados tambié n representaban
una amenaza para los de su alrededor. El mayor elogio concedido al
legendario hé roe vikingo/anglosajó n Beowulf fue que «jamá s mataba a
sus amigos mientras estaba borracho». Como observa Forsyth, «esto
sin duda suponía una proeza, algo tan extraordinario como para
mencionarlo en un poema».82 Ademá s de estas desventajas, má s
dramá ticas y violentas, la sociedad vikinga tambié n tenía que soportar
los enormes costes materiales de la producció n de intoxicantes y las
consecuencias para la salud a largo plazo de beber en exceso, como el
cá ncer y los dañ os hepá ticos.
Los increíbles costes materiales del alcohol, las consecuencias para la
salud y el desorden social han sido los principales argumentos de los
activistas en contra de su consumo, de todas las tendencias y en todas
las é pocas. La literatura prohibicionista se remonta nada menos que a
la China del segundo milenio a. C. Un poema del Libro de las odas,
titulado «Cuando los invitados toman su asiento», da voz a un lamento
que le resultará muy familiar a cualquiera que haya celebrado una cena
y se haya alargado demasiado:
Cuando los invitados toman su asiento,
¡qué tranquilos están y qué decorosos son! [...]
Los que están borrachos se comportan mal;
los que no lo están sienten bochorno.
Una oda posterior advierte a los ú ltimos reyes de la dinastía Shang,
famosos por darle fuerte a la bebida: «El Cielo no os permitió daros el
gusto del vino / y seguir caminos contrarios a la virtud».83 Los
historiadores chinos tradicionales sostienen que fue precisamente su
desmedida afició n al alcohol y a las mujeres lo que condujo a la caída de
la dinastía. Al reflexionar sobre su comportamiento, un miembro de la
dinastía Zhou Occidental (1046-771 a. C.), sucesora de la Shang, se
sintió inspirado para pronunciar un discurso titulado «Contra el vino»
donde se lamentaba de su alcoholismo, su vicio sexual y el descuido de
sus deberes rituales. En vez del aroma de las fragancias y las
correspondientes ofrendas a los antepasados, en los ú ltimos añ os de la
dinastía Shang lo ú nico elevado al cielo fueron «las quejas del pueblo y
el nauseabundo hedor a alcohol de los funcionarios borrachos».84 El
Cielo no estaba contento y encomendó a las gentes de Zhou la
destrucció n de los Shang.
A China le preocupa el alcohol desde entonces.85 En sus mitos,
atribuían las políticas prohibicionistas a sus primeros reyes/sabios. Se
cuenta que el legendario Yu, el supuesto fundador de la dinastía Xia
(tradicionalmente datada en el período 2205-1766 a. C.), probó un
poco de vino, se deleitó con su sabor y desterró de inmediato a la mujer
que lo había preparado para é l. El vino debía prohibirse, dijo al parecer,
porque «algú n día destruiría el reino de alguien».86 China tambié n es
responsable de los que probablemente sean los primeros intentos de
prohibir por ley el alcohol como política pú blica. El discurso «Contra el
vino» va un paso má s allá del destierro, al declarar que cualquiera que
fuera sorprendido bebiendo vino debía ser ejecutado. Se desconocen
los orígenes de este documento, pero tenemos indicios de
proclamaciones similares a partir de objetos de bronce que sin duda
datan del período Zhou temprano,87 y hubo despué s otros gobernantes
chinos que emitieron constantes edictos contra la bebida.88
La Grecia antigua mezcló el aprecio por la utilidad social de la bebida
moderada con el desprecio por los borrachines y las rotundas
advertencias contra los peligros de los excesos alcohó licos. Uno de los
primeros dramaturgos pone varios consejos sobre las virtudes de la
moderació n y la sobriedad en boca del dios del vino, el mismísimo
Dionisio:
Só lo tres cílicas [copas] propongo para los hombres sensatos: una para la salud, la segunda para el
amor y el placer y la tercera para el sueñ o; cuando se han apurado éstas, los invitados prudentes se
marchan a casa. La cuarta cílica ya no es mía, sino que pertenece a la soberbia; la quinta, al griterío;
la sexta, a la jarana; la séptima, a los ojos amoratados; la octava, a los alguaciles; la novena, a la bilis,
y la décima, a la locura y al destrozo del mobiliario.89

Má s tarde, en Occidente, varias formas de cristianismo libraron una


larga guerra contra la bebida, a veces bajo el té rmino general de gula,
uno de los siete pecados capitales. Hoy, tendemos a pensar en la gula en
el sentido de comer demasiado, y claro que en el pecado entra comerse
una chuleta de cerdo má s de la cuenta. Sin embargo, beber en exceso no
só lo figuraba tradicionalmente en las diatribas moralistas contra los
vicios, sino que a menudo era su principal objeto de atenció n. «La lista
de los posibles efectos del pecado de la gula incluía la locuacidad, el
alborozo indecoroso, la pé rdida de la razó n, apostar en juegos de azar,
pensamientos impuros y malas palabras», señ ala una estudiosa de los
manuales de penitencia del siglo XV. «Estos vicios no parecían ser
resultado de comer en exceso», apostilla con ironía.90 Un cruzado
contra la bebida má s reciente, William Booth, fundador del Ejé rcito de
Salvació n, afirmó que «el problema con la bebida está en la raíz de todo.
Nueve dé cimas partes de la pobreza, la miseria, los vicios y la
delincuencia que tenemos brotan de esta venenosa raíz primaria.
Muchos de nuestros males sociales, que ensombrecen la tierra como
á rboles upas, menguarían y morirían de no ser regados
constantemente con aguardientes».91 Hoy vivimos en la feliz
ignorancia del peligro que representan los á rboles upas, autó ctonos del
Sudeste Asiá tico, y supuestamente tan venenosos que su mero olor
podría matar, pero el mensaje queda claro. Beber es malo.
Dados los evidentes costes de la intoxicació n, no sorprende que
muchos líderes políticos vean la abstemia como el secreto para el éxito
cultural. Por ejemplo, para Tomá š Masaryk, pensador checo de
principios del siglo XX y primer presidente de Checoslovaquia, la
abstemia era la clave de la liberació n del pueblo checo. En unas
declaraciones dirigidas a sus compatriotas, que bebían de lo lindo,
afirmó que «una nació n que bebe má s sucumbirá sin duda a la má s
sobria. El futuro de cada nació n, y en especial de una pequeñ a, depende
de [...] que deje de beber».92
Cualquiera que haya estado en esa parte del mundo puede atestiguar
que los checos no dejaron de beber. De hecho, aú n conservan el honor
de beber má s per cá pita que cualquier otra nacionalidad, y siempre
ocupan los puestos má s altos en consumo de alcohol general per cá pita
del mundo.93 Y, sin embargo, la Repú blica Checa, a pesar de su breve
sometimiento a la URSS, igual de bebedora, no ha sido borrada del
mapa. La prohibició n tampoco despegó en China; las mismas tumbas
de la dinastía Zhou que contienen trípodes de bronce donde se declara
la muerte a quienes consuman alcohol tambié n está n llenas hasta los
topes de caras y sofisticadas tinajas de vino, y nunca prosperó ningú n
intento de limitar el consumo de alcohol. Aun así, la cultura china ha
tenido un largo recorrido. A los alcoholizados vikingos, a los que Ibn
Fadlan despreciaba por considerarlos unos sucios borrachos, tambié n
les fue muy bien como grupo cultural. Dominaron y aterrorizaron
grandes á reas de Europa, descubrieron y colonizaron Islandia, fueron
los primeros europeos en llegar al Nuevo Mundo y acabaron
engendrando a buena parte de los europeos del norte modernos. No
parece que mantener una postura laxa respecto al alcohol ralentice
mucho a los grupos culturales.
Esto es todavía má s desconcertante que la no propagació n del gen del
rubor asiá tico en el mundo. Como entendió claramente Tomá š
Masaryk, una cultura que se pasa noches enteras consumiendo
neurotoxinas líquidas —creadas a expensas y en perjuicio de la
producció n de alimentos nutritivos— debería traducirse en una
enorme desventaja respecto a grupos culturales que evitan por
completo los intoxicantes.
Dichos grupos existen, y desde hace bastante tiempo. Tal vez el ejemplo
má s destacado es el mundo islá mico, que engendró a Ibn Fadlan. La
prohibició n no fue una característica del período inicial del islam, pero,
segú n un hadiz, o tradició n popular, fue la consecuencia de una cena
concreta donde los acompañ antes de Mahoma se emborracharon
demasiado para recitar correctamente sus oraciones. En cualquier
caso, hacia finales de la era profé tica, en el 632 d. C., se estableció la
prohibició n total del alcohol como ley islá mica. No se puede negar que,
en el juego evolutivo cultural, al islam le ha ido muy bien. Desde sus
orígenes entre las tribus nó madas de la península ará biga, el islam se
ha convertido en una de las grandes religiones del mundo y domina
vastas franjas del continente euroasiá tico y el sur y el sudeste de Asia.
No obstante, el islam sigue teniendo que codearse con religiones
abiertas al alcohol, como el cristianismo o el confucianismo —por no
hablar de los vikingos—, cuando las teorías del pirateo y de la resaca le
atribuirían una ventaja decisiva en el juego evolutivo cultural.
Para mayor desdoro de cualquier teoría no adaptativa del consumo de
intoxicantes, la situació n con respecto al islam es en la prá ctica mucho
má s complicada de lo que querría la teología. En primer lugar, se suele
interpretar que la prohibició n del jamr (o intoxicantes) só lo afecta a las
bebidas alcohó licas, o incluso só lo al alcohol fermentado a partir de
uvas o dá tiles, y a ningú n otro intoxicante. El má s destacado de estos
intoxicantes alternativos es el cannabis, y, por lo general, el hachís. Los
sufíes un tanto herejes eran especialmente aficionados a é l, pero
tambié n era muy tolerado por la població n general.94 Ademá s, a pesar
de la prohibició n teoló gica, las culturas islá micas han variado
histó ricamente en su rigurosidad a la hora de hacer cumplir la
prohibició n del alcohol. En la mayoría de las culturas islá micas, se ha
permitido el consumo del alcohol en los domicilios particulares, sobre
todo entre las é lites, y en algunos lugares y momentos incluso ha tenido
un destacado papel en la vida pú blica. Como observa un historiador, «a
lo largo de la historia, los gobernantes musulmanes y sus cortesanos
han consumido alcohol, a menudo en grandes cantidades y a veces a la
vista del pú blico; los ejemplos de musulmanes corrientes que se saltan
la prohibició n del alcohol de su religió n son demasiado numerosos
para contarlos [...]. La proscripció n islá mica del alcohol fue un proceso
gradual, casi a regañ adientes, que se manifiesta como algo relativo, a
pesar de su aparente cará cter absoluto, con resquicios que permiten
los subterfugios y dejando abierta la posibilidad de que a uno lo
absuelvan de su culpa».95 Merece la pena señ alar que el mundo
islá mico nos ha dado la palabra alcohol (del á rabe al-kohl) y los
primeros relatos sobre su destilació n, así como parte de nuestra mejor
poesía sobre el vino. El cé lebre Hafez de Shiraz, poeta del siglo XIV, llegó
a afirmar que beber vino era la esencia misma de ser humanos: «El
vino ha corrido por mis venas como la sangre. / Aprende a ser disoluto,
sé amable: esto es mucho mejor / que ser una bestia que no quiere
beber vino y no puede convertirse en hombre».96 Si la prohibició n del
alcohol fuese una killer app de la evolució n cultural, cabría esperar que
su implantació n fuese má s estricta.
Otra cultura abstemia que vale la pena mencionar es la Iglesia de
Jesucristo de los Santos de los Ú ltimos Días, coloquialmente conocida
como los mormones. Al igual que Mahoma, Joseph Smith, fundador del
mormonismo, llegó un poquito tarde al juego prohibicionista. El Libro
de Mormó n comparte el punto de vista general del cristianismo sobre
el vino como una sustancia sacramental, y presenta la intoxicació n, al
menos leve, como un genuino placer aprobado por Dios. En sus inicios,
la Iglesia mormona empleaba el vino en las reuniones religiosas, e
incluso mezclaba los banquetes y bailes regados con alcohol en el
propio templo. No fue hasta la revelació n de Joseph Smith de 1833,
llamada «Palabra de Sabiduría», cuando se les dijo a los mormones que
Dios no quería que consumieran alcohol, bebidas con cafeína o tabaco.
Se suprimió entonces el consumo del alcohol, pero poco a poco. La
abstemia no se convirtió en doctrina oficial de la iglesia hasta 1951.97
Es justo decir, no obstante, que la actual Iglesia mormona ha adoptado
la prohibició n con un impresionante fervor.
Los mormones, por tanto, parecen tomarse en serio que se eliminen de
nuestra vida las sustancias que nos piratean la mente, lo que a su vez
debería procurarles una enorme ventaja frente a otros grupos. Y la
historia de la religió n mormona es, de hecho, la de un considerable
éxito. Aunque en los ú ltimos añ os su tasa de crecimiento se ha
ralentizado un poco, sigue superando el ritmo de crecimiento de la
població n general, que es má s de lo que se puede decir de la mayoría de
las religiones.
Sin embargo, el fervor y la exhaustividad de la guerra de la Iglesia
mormona contra los psicoactivos debería darnos una pista sobre su
funció n real. La mezcla mormona de la prohibició n de la Coca-Cola y el
café con la del alcohol tiene poco sentido si lo que pretende es atajar el
coste de la intoxicació n. A diferencia del alcohol y otras drogas
intoxicantes, parecería que la cafeína tiene só lo beneficios positivos
para la fe individual y el éxito del grupo. La leyenda dice que el té surgió
entre los monjes budistas en Asia —por lo demá s abstemios— para
ayudarlos a mantener largos períodos de meditació n, y, sin café y
nicotina, es difícil saber cuá ntos miembros de Alcohó licos Anó nimos
serían capaces de aguantar una reunió n. De hecho, podría decirse que
la vida moderna se detendría de pronto sin cigarrillos, café y té .
Como ha sostenido el historiador de la religió n estadounidense Robert
Fuller, la prohibició n mormona de las sustancias psicoactivas parece
apuntar menos al problema específico del alcohol y má s a «una
estrategia para acentuar la diferencia respecto a otros grupos
religiosos».98 Se han aducido argumentos similares sobre la abstemia
islá mica, que pudo servir en su origen para distinguir al mundo
musulmá n temprano de las culturas del Mediterrá neo y Oriente
Pró ximo a su alrededor, aficionadas al vino.99 La prohibició n es una
drá stica declaració n cultural, que sirve como eficaz demarcador del
grupo, y un costoso alarde que inspira lealtad. En el caso de la Iglesia
mormona, su capacidad para distinguirse de otros mediante la
abstemia se ha combinado con otras creativas e impresionantes
prá cticas, como exigir una misió n de dos añ os a todos los devotos
varones y permitir el bautismo por poderes para antepasados
fallecidos mucho tiempo atrá s. Es probable que, má s que la prohibició n
del alcohol, sea este conjunto de innovaciones evolutivas culturales lo
que explique el relativo éxito de la religió n mormona.
Para resumir, si la intoxicació n tuviese efectos negativos generales
sobre los grupos culturales, esperaríamos que las normas contra ella
fuesen universales, sobre todo si tenemos en cuenta que la evolució n
cultural avanza mucho má s rá pido que la gené tica. Sin embargo, si las
prohibiciones del alcohol van camino de dominar el mundo, desde
luego se está n tomando su tiempo. ¿Có mo explicamos el fracaso de la
prohibició n en la China antigua o Estados Unidos, y que siga existiendo
Francia, por ejemplo? Los grupos que han prohibido oficialmente los
intoxicantes químicos a menudo hacen la vista gorda al consumo
privado o miran a otro lado cuando las é lites lo hacen en pú blico.
Muchos que se toman má s en serio prohibir la intoxicació n, como los
pentecostales o los sufíes, sustituyen los placeres de la bebida con
alguna forma de éxtasis no químico, como el don de lenguas o la danza
extá tica. Todo esto sugiere que la intoxicació n está desempeñ ando una
funció n crucial en nuestra sociedad. Esto la hizo resistir a los intentos
de eliminació n mediante decreto cultural y creó un vacío que llenar en
los raros casos donde sí se ha hecho desaparecer del todo.

¿Pepinillos para los antepasados?


Nuestros primeros registros escritos de la China antigua, los llamados
«huesos oraculares», que se remontan a la dinastía Shang, nos
permiten hacernos una idea de la vida ritual y religiosa en la China
primitiva. El jiu ( , «vino») —té rmino gené rico para referirse a una
cerveza derivada del mijo, pero tambié n a bebidas de uvas silvestres y
otras frutas— ocupa un lugar destacado y orgulloso en los sacrificios
rituales sagrados. De hecho, el historiador religioso Poo Mu-chou
observa que, a pesar de que tambié n se quemaban y ofrendaban
distintos alimentos a los dioses y antepasados, el vino era tan central
que su uso era sinó nimo de la propia ceremonia, y el cará cter que se
refiere a la ofrenda ritual (dian, ) parece representar una jarra de vino
colocada en un soporte.100 En un poema del Libro de los cantos, quizá el
má s antiguo de los documentos chinos que tenemos, se describe un
antiguo ritual Zhou celebrado con ocasió n de una abundante cosecha:
Hacemos vino y licor dulce
como ofrendas a los espíritus ancestrales de la tierra y los granos
junto con otros objetos de sacrificio,
para traer bendiciones para todos.101
La ceremonia se centra en el «vino y licor dulce», que parecen ser del
especial gusto de los espíritus ancestrales. Tambié n se hacen otras
ofrendas, presumiblemente alimentos, pero es difícil saberlo: só lo se
nos habla de la bebida y, despué s, ya se sabe: bla-bla-bla y otras cosas.
Esto es típico de la China primitiva, donde las celebraciones rituales y
los sacrificios a los espíritus se centraban exclusivamente en la ofrenda
de bebidas alcohó licas.102
La cultura china no es un caso atípico, en este aspecto. En todos los
lugares y é pocas, el alcohol y otros intoxicantes —kava, cannabis, setas
má gicas, tabaco mezclado con alucinó genos— tienden a ser la ofrenda
principal en los sacrificios a los antepasados y los dioses, así como el
centro de los rituales comunitarios, tanto los cotidianos como los
formales. Los artefactos má s espectaculares en las tumbas de las é lites
de la Edad de Hierro en Europa eran unos enormes recipientes para
beber,103 y los antepasados egipcios exigían ofrendas de vino a sus
descendientes. En la cena de Sé der, se deja una copa para Elías; al
parecer, le decepcionaría llegar y encontrarse só lo un seco pedazo de
matzá en su asiento. Como señ ala Griffith Edwards, autor de Alcohol: su
ambigua seducción social, los brindis sociales siempre se hacen con
bebidas alcohó licas, y parte de su efecto parece derivar de su esencia
embriagadora: «Con “¡A tu salud!” tenemos el ejemplo má s cotidiano y
generalizado de bebida ritual, con un toque de magia». Ademá s,
observa que «la necesidad del alcohol para este ritual es una
presuposició n muy antigua y extendida», y cita al periodista y escritor
victoriano Edward Spencer Mott: «¿Que expresemos nuestra alegría y
gratitud sinceras porque nos reine una gran reina brindando con agua
con gas sin burbujas? ¡Prohíbase tal acto!».104
Todo esto debería provocarnos má s desconcierto. Los banquetes y
rituales religiosos centrados en el kimchi y el yogur nos
proporcionarían todos los beneficios del alcohol planteados, sin
ninguno de los costes. Los espíritus estarían perfectamente felices con
unos buenos y nutritivos pepinillos, en vez de una bebida venenosa y
amarga. Sin embargo, ninguna cultura del planeta ofrece pepinillos a
los antepasados, y el mundo no ha visto aú n el auge de una
supercivilizació n abstemia basada en el kimchi. Esto es una
convincente señ al de que el alcohol tiene algo especial y de que su
funció n intoxicante va má s allá de lo que somos conscientes.
¿Cuá l podría ser esta funció n? No podemos responder esta pregunta
sin conocer los problemas para los cuales la intoxicació n representa
una solució n. Los humanos son el ú nico animal que se emborracha
adrede y metó dicamente. Tambié n somos muy atípicos en muchos
otros aspectos. Como veremos en el siguiente capítulo, los que vivimos
en civilizaciones basadas en la agricultura somos aú n má s extrañ os.
Con el fin de desentrañ ar el misterio evolutivo de nuestro gusto por la
intoxicació n, hemos de comprender las dificultades que só lo afrontan
los seres humanos, simios egoístas que se comportan, al menos en
apariencia, como insectos sociales altruistas.
Capítulo 2

Una puerta abierta a Dionisio

Si a un chimpancé se le permitiera concursar en el programa de


telerrealidad Supervivientes, lo esperable sería que arrasara a sus
rivales. No só lo literalmente —los chimpancé s adultos tienen unos
dientes enormes y son lo bastante fuertes para despedazar a una
persona—, sino tambié n en lo que respecta a las habilidades de
supervivencia. Los chimpancé s son listos, resistentes y resuelven los
problemas con mucha inteligencia. Si tuviera que apostar por el
superviviente má s probable de varias especies a las que soltaran con
paracaídas sobre una ignota tierra salvaje, lo haría por los chimpancé s.
Un humano ni siquiera llegaría a estar entre los cinco finalistas. La
esperanza de vida media de un humano lanzado a un entorno nuevo
donde esté solo es bastante corta.1 Sin embargo, lo cierto es que un
chimpancé que concurse en Supervivientes sería uno de los primeros
expulsados de la isla, al menos tras la «fusió n», cuando dos tribus
rivales se agrupan en una. Esto se debe a que los humanos contamos
con una importante ventaja: la mayor parte del tiempo nos
encontramos en una versió n a gran escala de la «fusió n», en la que
sobrevivir no depende principalmente de la fuerza o la inteligencia de
cada cual, sino de las habilidades sociales. Claro está que no te vendrá
mal ser fuerte, que se te dé bien encender fuegos o cazar las cosas al
vuelo, pero quienes llegan a la final de Supervivientes suelen
caracterizarse por desarrollar coaliciones, construir alianzas y ser unos
juiciosos manipuladores.2 Durante mucho tiempo, el principal reto
adaptativo para los humanos han sido otros humanos, no el entorno
físico. Saber có mo encontrar agua en el desierto es importante, pero es
muchísimo má s vital aprender a compartir esa agua con otros
humanos, negociar la divisió n del trabajo para transportarla al
campamento y percatarse de quié n es probable que intente robar tu
parte del agua en cuanto te despistes.
Esta observació n es fundamental para desentrañ ar el misterio de por
qué nos emborrachamos. La especie humana es la ú nica que se
emborracha adrede, sistemá ticamente y con regularidad. Dados los
costes, no tiene nada de extrañ o que esta conducta sea tan singular. Lo
sorprendente es por qué los humanos continú an hacié ndolo. Como
hemos visto, no parece que nuestro gusto por la intoxicació n sea un
accidente evolutivo, habida cuenta de su persistencia a pesar de las
contrapresiones y la existencia de «soluciones» gené ticas y culturales.
Ni las teorías del pirateo ni las de la resaca parecen explicaciones
satisfactorias. Y sigue faltando una respuesta a la pregunta de cuá les
son los beneficios de la intoxicació n.
Para ello, primero necesitamos saber en qué aspectos es difícil ser
humanos. Las especies surgen y sobreviven adaptá ndose a un «nicho
ecoló gico» concreto. Este té rmino alude en parte al lugar que ocupa
una especie en el ecosistema local, sea depredadora o presa, herbívora
o carnívora; pero fundamentalmente se utiliza referido al repertorio de
mé todos para ocupar un lugar, conseguir alimento y guarecerse,
esconderse o cazar y tratar con miembros de su misma especie o de
otras. Los cambios graduales que experimentan las poblaciones al
adaptarse a un nuevo nicho es uno de los procesos por los cuales
surgen las nuevas especies. Como los entornos de nicho estimulan la
especializació n, las cosas pueden acabar siendo bastante extrañ as.3
Pensemos en el tetra mexicano, un pececillo de agua dulce muy popular
entre los dueñ os de acuarios. Esta especie ha divergido de dos formas
muy distintas, ya que ciertas subpoblaciones han acabado viviendo
casi exclusivamente en cavernas subterrá neas, y no en los ríos en la
superficie. Los tetras de las cavernas se han adaptado paulatinamente a
este entorno oscuro torná ndose de color blanco y, lo que es má s
drá stico: perdiendo los ojos. El pigmento es muy ú til en las aguas que
reciben luz solar, donde ayuda a los peces a camuflarse en sus entornos.
Asimismo, los ojos y el sistema neuronal que necesitan para guiarse
salen muy a cuenta en el mundo de la superficie, donde son esenciales
para localizar a las presas e identificar a los depredadores. Sin
embargo, en el oscuro mundo de las cavernas, el pigmento y la visió n
no sirven para nada, así que la presió n adaptativa favoreció a los peces
que prescindían de esos rasgos fisioló gicamente caros y ya inú tiles. Los
tetras ciegos y blancos de las cavernas, a pesar de su extrañ o aspecto,
se han adaptado de maravilla a su nuevo y sombrío nicho ecoló gico,
donde persiguen a las presas a travé s del olor y el tacto. Sin embargo,
ya no hay vuelta atrá s: si arrojá semos un tetra a ese mundo de luz y de
color que es un río en la superficie, se quedaría como el dim sum al
instante. Puesto que se ha adaptado a la caverna, debe permanecer en
ella.
En lo que respecta a los primates, la situació n de los humanos es
similar a la del tetra de las cavernas. El Homo sapiens debe su
impresionante éxito a haberse adaptado a un nicho extremo e inusual,
muy distinto del que habitaron nuestros antepasados primates, y
nuestros parientes primates má s cercanos en la actualidad. Del mismo
modo que el tetra de las cavernas ya no puede sobrevivir fuera de ellas,
en el luminoso y aterrador mundo del río en la superficie, los humanos
han acabado dependiendo tanto de la cultura que ya no pueden vivir sin
ella.4
Por ejemplo, una de las tecnologías má s antiguas y bá sicas a las que
nos hemos adaptado como especie es el fuego. Como observa el
primató logo Richard Wrangham, el fuego nos sirve para muchas cosas,
y una de ellas, nada baladí, es cocinar verduras y carnes.5 Los alimentos
cocinados son má s fá ciles de comer y digerir, lo que significa que a los
primeros humanos o protohumanos que dominaron el fuego ya no les
hizo falta tener la mandíbula tan enorme, los dientes tan fuertes y el
aparato digestivo tan sofisticado que necesitan los chimpancé s, por
ejemplo, para procesar su dieta a base de frutas á speras y fibrosas y
carne cruda. Esto permitió a los humanos primitivos desviar recursos
fisioló gicos al fortalecimiento de otras partes de su anatomía, como el
cerebro, ávido de energía. Al igual que el tetra sin ojos, esta pé rdida nos
hace má s eficientes en nuestro nuevo entorno de alimentos cocinados
—y, por tanto, predigeridos—, pero tambié n má s dependientes del
fuego. Al adaptarnos al nicho ecoló gico que incluía el uso del fuego,
nuestro linaje de homínidos redujo su capacidad para sobrevivir só lo a
base de comida cruda (los comidistas contemporá neos amantes de lo
crudo todavía no se han enterado de esto).
Así, un rasgo de la «caverna» a la que se han adaptado los humanos es
que dispone de fuego, entre otras tecnologías culturales bá sicas.
Tambié n dispone de un lenguaje y una informació n cultural de increíble
valor que explica las mú ltiples adaptaciones humanas al dominio de las
lenguas y al aprendizaje de otras. Comparada con el entorno al que se
adaptó inicialmente nuestro linaje de primates, nuestra cueva está
abarrotada de desconocidos, de gente que no son familia nuestra, y con
la que en cierto modo tenemos que cooperar. Vivir ahí es muy exigente
en té rminos cognitivos; no só lo se necesita dominar un montó n de
tecnologías y normas artificiales y culturales, sino tambié n la
capacidad de producir nuevas.
Vivir en este nicho, por tanto, requiere de la creatividad individual y
colectiva, la cooperació n intensa, la tolerancia hacia los desconocidos y
las multitudes y un grado de apertura y confianza sin parangó n en
nuestros parientes primates má s cercanos. Comparados, por ejemplo,
con los chimpancé s, con su feroz individualismo y su implacable
competitividad, somos unos perritos bobos que no paran de menear la
cola. Nuestra docilidad es casi bochornosa, estamos
desesperadamente necesitados de afecto y contacto social y somos
muy vulnerables a que se aprovechen de nosotros. Como señ ala la
antropó loga y primató loga Sarah Blaffer Hrdy, es extraordinario que
cientos de personas se apiñ en codo con codo en un pequeñ o avió n, se
abrochen obedientemente los cinturones de seguridad, se coman sus
paquetitos de galletas rancias, vean películas, lean revistas y charlen
corté smente con sus compañ eros de asiento y desembarquen en fila al
llegar a su destino. Si metié ramos un parecido nú mero de chimpancé s
en un avió n, lo que tendríamos en la llegada al destino sería un largo
tubo de metal repleto de cadáveres desmembrados y ensangrentados.6
Los humanos son poderosos en grupos, precisamente porque como
individuos somos dé biles, tenemos un paté tico afá n de conectar unos
con otros y dependemos por completo del grupo para sobrevivir.
He comparado a los humanos con los tetras de las cavernas y los
perritos, pero a este respecto hay otra analogía má s pertinente: los
insectos sociales, como las hormigas o las abejas.7 Comparados con
otros primates, somos peculiarmente sociales y cooperativos; no só lo
nos sentamos con obediencia en los aviones, sino que, colectivamente,
construimos casas, nos especializamos en diferentes competencias y
nuestro rol concreto en el grupo determina nuestra vida.
Lograr este triplete es muy difícil para un primate, habida cuenta de
nuestra historia evolutiva reciente. Para las hormigas, la vida en el
hormiguero es pan comido; comparten los mismos genes, así que
sacrificarse por el bien comú n no es en verdad un sacrificio: si soy una
hormiga, el bien comú n es simplemente mi bien. En cambio, los
humanos son simios y evolucionaron para cooperar só lo hasta cierto
punto con sus parientes cercanos y quizá otros miembros de la tribu, y
está n muy alerta al riesgo de que otros los manipulen, los confundan o
se aprovechen de ellos. Y, aun así, marchamos en procesió n, nos
sentamos obedientes en fila, recitamos las lecciones, nos ajustamos a
las normas sociales y, a veces, sacrificamos la vida por el bien comú n
con un entusiasmo que haría a una hormiga soldado sonrojarse. Sin
duda, va a ser difícil intentar encajar una pieza cuadrada (los primates)
en un hueco redondo (los insectos sociales); pero, como veremos, la
intoxicació n puede ayudar a ello.

El nicho ecológico humano: creativo, cultural

y comunitario
Los pollos no son tan estú pidos como podrías pensar. Descienden del
gallo bankiva, una especie originaria del sudeste de Asia, y,
sorprendentemente, han sufrido pocos efectos negativos de tipo
cognitivo en su proceso de domesticació n. El pollo de granja típico es
má s o menos tan inteligente como su primo salvaje, capaz de operar
con nú meros simples y relaciones ló gicas, razonar sobre la causa y el
efecto, adoptar el punto de vista de otros y experimentar empatía.8
Sin embargo, estas impresionantes capacidades cognitivas son innatas.
Los pollos no son estú pidos, pero son inflexibles y aburridos: lo que
pueden hacer a las dos semanas de nacer es todo lo que será n capaces
de hacer jamá s. Y no tiene nada de extrañ o, ya que los pollos
pertenecen a la categoría de aves que los bió logos denominan
«precoces». Salen del huevo plenamente formados, con sus plumas, y
listos para empezar, con sus cabecitas ya equipadas con todo lo que
necesitan saber sobre el nicho ecoló gico, relativamente reducido, al
que está n adaptados. Esto significa que pueden ponerse manos a la
obra enseguida, por así decirlo, lo cual comporta unos evidentes
beneficios.
Otra especie de aves, las llamadas «altriciales», está n má s o menos
indefensas al nacer. Surgen de sus huevos sin plumas y ciegas,
incapaces de moverse o alimentarse por sí mismas, y la posibilidad de
volar es todavía una remota ilusió n. Son del todo incapaces de
sobrevivir sin una intensa inversió n parental, a menudo durante un
tiempo relativamente largo. El cuervo de Nueva Caledonia, por ejemplo,
necesita dos añ os enteros de cuidados antes de poder valerse
plenamente por sí mismo, y muchas veces se quedan con sus padres
durante cuatro añ os, gorroneá ndoles la comida y aprendiendo
habilidades. Puesto que los cuervos, por lo general, no llegan a vivir ni
veinte añ os, es llamativo lo largo que es este período en relació n con su
esperanza de vida.9
La estrategia del pollo parece, a priori, mucho mejor. ¿Por qué tener que
cargar, como especie, con crías indefensas y adolescentes pegajosos
que no paran de beberse la leche del frigorífico y van dejá ndose la ropa
sucia por ahí? Dadas las evidentes ventajas de salir del huevo listo para
enfrentarse al mundo, cuesta entender có mo o por qué evolucionó la
estrategia altricial, o por qué una especie que comenzó siendo altricial
no evolucionó para convertirse en precoz.
Sin embargo, llegar a la cumbre demasiado pronto tiene desventajas,
como han descubierto, a su pesar, muchos antiguos reyes y reinas de
los bailes en el instituto. A menudo, aquellos frikis canijos que jugaban
a Dungeons & Dragons y eran víctimas de acosos acaban siendo adultos
con un alto nivel de estudios, muy viajados y triunfadores. Asimismo,
los cuervos dé biles y pelados recié n salidos del cascaró n —a quienes
sus temibles compañ eros pollos encerrarían en una taquilla y les
robarían el dinero para el almuerzo— acaban convertidos en unos
animales asombrosamente creativos con una enorme flexibilidad
conductual.
Los cuervos de Nueva Caledonia pertenecen a la familia de los có rvidos,
igual que los cuervos grandes y los arrendajos. Los có rvidos pueden
fabricar herramientas cuya creació n requiere varios pasos
acumulativos (como ganchos cuidadosamente moldeados u hojas
cortadas de formas concretas), llevar esas herramientas consigo en sus
expediciones de forrajeo (lo que indica una previsió n y planificació n) y
usarlas para desalojar a los insectos de los lugares de difícil acceso.10
Tienen una memoria impresionante, como evidencia su capacidad para
esconder o mantener provisiones del alimento que les sobra en un gran
abanico geográ fico. Y tambié n algo quizá má s sorprendente: muestran
una asombrosa inteligencia social. Un có rvido al que otro esté
observando mientras almacena su alimento suele esperar a que el
posible ladró n se distraiga y volver despué s para esconder otra vez su
botín. Ademá s, cuando es observado por otro có rvido, finge esconder
comida, como piedrecitas que parezcan nueces, o guía a los posibles
espías a un objetivo imposible, muy alejado de la ubicació n real de su
alimento almacenado (a los pollos los ignoran, por motivos obvios). A
los cuervos les iría muy bien tras la «fusió n» en Supervivientes.
Una cuestió n fundamental es que los có rvidos son flexibles y creativos,
y modifican estas conductas complejas cuando las circunstancias son
otras. En el laboratorio, los có rvidos privados de sus materiales
normales para crear herramientas pueden fabricar ganchos a partir de
otros nuevos, como el alambre. Colocados en unas circunstancias en
que un alimento perecedero (grillos) se descomponía con má s rapidez
que en la naturaleza, aprendieron enseguida a almacenar y recuperar
cacahuetes, má s duraderos. Al igual que los monos y los simios, los
có rvidos pueden extraer reglas generales del aprendizaje de tareas
concretas y aplicarlas a situaciones aná logas, pero nuevas. Por ejemplo,
cuando se los premia con comida despué s de que picoteen un cuadrado
azul como respuesta a un estímulo azul, aprenden la regla general
«corresponder al estímulo» y la mantienen cuando los colores cambian
o incluso se sustituyen por figuras.11
Los có rvidos tambié n pueden resolver problemas nuevos que
requieren intuició n e imaginació n. En un experimento de laboratorio,12
por ejemplo, se pusieron varios cuervos delante de una pieza de carne
unida a una cuerda que colgaba de una percha. El ú nico modo de llegar
a la carne era tirar ligeramente de la cuerda con el pico, asentarla sobre
la percha, mantener sujeta la cuerda acumulada con la garra y despué s
repetir con cuidado el proceso entre seis y ocho veces.
Asombrosamente, un cuervo salvaje del experimento, tras estudiar con
detenimiento la situació n, resolvió esta tarea en el primer intento. Los
demá s cuervos del experimento la resolvieron al cabo de unos pocos
intentos.
Ante un trozo de comida colgado de una cuerda, un desgraciado pollo
se moriría de hambre. En general, las especies precoces, como los
pollos o las palomas, nunca son capaces de ir má s allá de un abanico de
conductas relativamente reducido. En el laboratorio pueden aprender
unas determinadas tareas a fuerza de repetirlas, pero no discernir la
regla general a la que é stas obedecen. Eso hace que los nuevos
problemas les provoquen un total desconcierto. Una paloma que haya
sido adiestrada para picotear un cuadrado azul cuando se le muestre
un cuadrado azul no tendrá la menor idea de qué hacer cuando los
colores cambien o se sustituyan por figuras. No puede formular el
concepto abstracto de «correspondencia». El apogeo de las especies
precoces es durante su juventud, cuando van pavoneá ndose sin miedo
por su zona de recreo, demasiado tranquilas y exitosas para tomarse la
molestia de coger los libros o ir a clase. Puede que no parezca una gran
estrategia a largo plazo, pero lo cierto es que depende del contexto.
Ambas estrategias —llegar pronto al apogeo o alcanzarlo tarde—
existen en el mundo porque cada una tiene sus ventajas, y no se puede
decidir cuá l es probablemente la mejor sin conocer el entorno en el que
se aplicará .
Como han observado la psicó loga del desarrollo Alison Gopnik y su
equipo, la inteligencia general, la flexibilidad conductual, la capacidad
para resolver problemas nuevos y la dependencia de aprender de los
demá s tienden a correlacionarse má s o menos con un prolongado
período de inmadurez indefensa.13 Esta relació n está presente en una
amplia variedad de animales, incluidas las aves y los mamíferos, lo que
hace pensar que obedece a una solució n evolutiva intermedia entre la
competencia reducida y la flexibilidad creativa. En otras palabras, las
especies, en conjunto, parecen apostar, o bien por el friki de instituto de
desarrollo tardío, o bien por la estrategia de la reina de instituto
precoz, y despué s ocupar los nichos ecoló gicos donde la estrategia que
han elegido da mejores resultados; o, al verse arrojados a un entorno
que requiere una estrategia u otra, se especializan en ella.
No debería sorprendernos que aquí los humanos seamos un caso
aparte, como en muchos otros á mbitos. Somos los frikis totales, los
patosos acosados, los mimados del profe del mundo animal. Como sabe
muy bien cualquiera que tenga hijos o nietos, somos, con mucha
diferencia, los má s indefensos de los mamíferos altriciales. Nuestros
retoñ os son por completo inú tiles, y acabarían pisoteados —en sentido
metafó rico y recto— por sus compañ eros chimpancé s o monos. A
cualquier persona que se le haya agotado la paciencia esperando en la
puerta de su casa a que su hija de cuatro añ os se abrochase los zapatos
se le puede perdonar que haya deseado alguna vez que los niñ os
humanos se pareciesen má s a los polluelos. Lo irritante no es só lo la
absoluta torpeza o la incapacidad para recordar los pasos
correspondientes. Los niñ os pequeñ os humanos está n en Babia: se
quedan a la mitad de abrocharse los zapatos, se olvidan de lo que se
supone que tienen que hacer y pasan a concentrarse en sacarse un
moco reseco de la nariz y en desabrocharse el zapato que ya habían
acertado a ponerse. Apartas la vista un momento para comprobar la
hora y, cuando vuelves a mirar, no só lo ves que no tiene los zapatos
puestos, sino que, sin ningú n motivo aparente, ahora ha decidido —
¡tachá n!— quitarse los pantalones.
Es posible que el desafortunado cará cter de nuestros retoñ os explique
otro hecho extraordinario sobre los humanos. Somos una de las pocas
especies en las que las hembras experimentan la menopausia —dejan
atrá s el ciclo reproductivo— cuando aú n les quedan muchos añ os de
vida. Es extrañ o que un organismo haga eso, a menos que pueda
maximizar su éxito reproductivo general renunciando al juego
reproductivo y que, en cambio, invierta su tiempo en echar una mano
con sus nietos y bisnietos. Esto, a su vez, só lo tiene sentido si lidiar con
los críos supone tal engorro que necesitan abuelas para sobrevivir. Y
así parece suceder en el caso de los humanos.14 Se necesita una aldea
para criar a nuestra progenie, singularmente dé bil, desconcentrada y
exasperante.
Los humanos han adoptado esa versió n extrema de la estrategia del
desarrollo tardío porque, como especie, hemos acabado habitando un
nicho ecoló gico extremo. Las principales exigencias que nos impone la
extrañ a y hacinada caverna a la que nos hemos adaptado se pueden
resumir con lo que llamaré las «tres C»: tenemos que ser creativos,
culturales y comunitarios. Las demandas de las tres C nos hacen ser —
como a las crías indefensas, ciegas y altriciales de los cuervos— unos
animales má s vulnerables que otros má s fuertes y menos complicados.
Por ejemplo, los tiburones. Jamá s deberías enfrentar a un ser humano
de cuatro añ os con un tiburó n de la misma edad. Pero lo cierto sigue
siendo que nuestros dé biles y gimoteadores niñ os crecen y se
convierten en unos relativos amos del universo: meten a los tiburones
en acuarios, se hacen sopas con sus aletas y, ahora, por desgracia, está n
llevá ndolos a su extinció n en muchas regiones del mundo.
No obstante, la transició n humana desde la vulnerabilidad extrema al
poder inmenso es un viaje plagado de dificultades. Es vital conocer el
cará cter de estas dificultades para desentrañ ar las posibles ventajas
adaptativas de la intoxicació n. Nos emborrachamos porque somos una
especie extrañ a, los torpes perdedores del mundo animal, y
necesitamos toda la ayuda que podamos conseguir. Veamos ahora las
tres C y por qué la infancia prolongada —o su equivalente químico—
podría ser de suma utilidad para una especie como la nuestra.

El animal creativo
A Edipo le cuesta mucho tomarse un descanso. El protagonista de
Edipo rey, la tragedia de Só focles, es abandonado a su suerte de niñ o y
desterrado de su ciudad natal, Corinto, porque un orá culo dice que está
condenado a matar a su padre y a casarse con su madre.
Asombrosamente, sobrevive, pero en su bú squeda de un nuevo lugar de
reposo llega a una encrucijada donde tiene un altercado con un
agresivo anciano; mata al hombre y a sus acompañ antes, cumpliendo
de este modo, sin ser consciente de ello, la primera parte de la profecía.
Aú n falta lo peor. Al intentar entrar en Tebas, la horrible Esfinge, que
está causando estragos en la ciudad, se abalanza sobre Edipo y
amenaza con matarlo a é l y a los ciudadanos de Tebas si no es capaz de
resolver un acertijo: «¿Qué camina sobre cuatro patas por la mañ ana,
dos patas al mediodía y tres al atardecer?».
La respuesta, por supuesto, es el ser humano, que gatea cuando es
bebé , despué s camina erguido y, por ú ltimo, necesita la ayuda de un
bastó n. Má s tarde, tras haberse convertido en rey de Tebas —y casarse
con su madre, debemos añ adir—, Edipo se enfrenta a otra crisis: una
terrible plaga. Algunos, como el adivino Tiresias, recurren a los dioses
para que los guíen, y esperan discernir el modo de proceder adecuado
siguiendo las pistas del vuelo de las aves u otros augurios. Edipo los
castiga y recuerda su encuentro con la Esfinge:
¿En qué fuiste tú un adivino infalible? ¿Có mo es que no dijiste alguna palabra que liberara a estos
ciudadanos cuando estaba aquí la perra cantora [la Esfinge]? Y, ciertamente, el enigma no era
propio de que lo discurriera cualquier persona que se presentara, sino que requería arte
adivinatoria que tú no mostraste tener, ni procedente de las aves ni conocida a partir de alguno de
los dioses. Y yo, Edipo, el que nada sabía, llegué y la hice callar consiguiéndolo por mi habilidad, y
no por haberlo aprendido de los pájaros.15

Lo que venció a la Esfinge no fue la magia ni la intervenció n divina, sino


el poder de la intuició n creativa humana.
Como señ ala el historiador cultural Johan Huizinga, los acertijos que se
han de resolver so pena de muerte son un elemento comú n en las
culturas míticas sagradas de todo el mundo. «En su contexto
mitoló gico o ritual, se trata casi siempre de lo que los filó logos
alemanes denominan Halsrätsel, o “acertijo capital”: o lo resuelves, o te
quedas sin cabeza. Lo que se arriesga es la vida del jugador», dice.16 La
universalidad de los acertijos de alto riesgo en la mitología humana
pone simbó licamente de relieve uno de los principales retos que nos
encontramos al adaptarnos a nuestro nicho ecoló gico: los humanos
necesitan ser creativos para sobrevivir.
Como especie, dependemos singularmente de los conocimientos e
inventos que dan lugar a las tecnologías culturales, desde los kayaks, los
arpones y las trampas para peces a las casas comunales.17 Tejimos
ropa, diseñ amos herramientas con mú ltiples piezas, construimos
refugios, procesamos y cocinamos nuestra comida. A la mayoría de las
especies, la naturaleza só lo les da lo que necesitan para salir adelante:
al leó n sus garras, a la gacela su velocidad. Los insectos que construyen
colmenas y los castores que construyen presas tambié n funcionan con
piloto automá tico. Sus artefactos podrían parecerse a primera vista a
los inventos humanos, pero en realidad son só lo una extensió n de su
genoma, no diferentes al ala de un pá jaro o el colmillo de un tiburó n.
Incluso el cuervo, que hace un gancho con un trozo de alambre, sigue
má s o menos un guion —«¿Gusano inaccesible? Necesito un
gancho»—, aunque su flexibilidad le permite fabricar su herramienta
con cualquier material del que disponga. Los humanos inventan cosas
nuevas de verdad, en el sentido de que las innovaciones culturales no
vienen dictadas por nuestro ADN. Ante el problema de los gusanos
inaccesibles, un cuervo que realmente fuese como los humanos no
perdería el tiempo con ganchos: inventaría una granja de gusanos a la
que ir y coger tantos como quiera. Los humanos transformamos el
mundo a travé s de nuestras tecnologías creativas y no podemos
sobrevivir sin ellas. Que los humanos dependemos totalmente de la
intuició n creativa es la auté ntica lecció n del encontronazo de Edipo con
la Esfinge.
Al reflexionar sobre el acertijo de la Esfinge, Huizinga, fallecido en
1945, no pudo valerse de la ciencia cognitiva moderna, pero entendía
muy bien ese reto psicoló gico. «La respuesta a una pregunta
enigmá tica no se halla mediante la reflexió n o el razonamiento ló gico.
Surge, de forma bastante literal, como solució n repentina; es como si se
aflojara la atadura que te amarra a quien hace la pregunta», afirmó .18
Ninguna cantidad de cadenas de pensamiento algorítmico o de fuerza
bruta puede darte la solució n a un acertijo: só lo necesitas relajar la
mente y se te aparecerá la respuesta en un destello de intuició n. Los
psicó logos se refieren a este proceso —cuyo fin es lograr el «efecto
eureka»— como «pensamiento lateral». Otra tarea que requiere
pensamiento lateral es la prueba de asociaciones remotas (PAR): te dan
tres palabras sin relació n aparente, como zorro, hombre y mirar, y te
piden que pienses una cuarta palabra que las una todas (vé ase la
solució n en la nota al pie).19 Asimismo, la tarea de usos alternativos
(TUA) requiere pensamiento creativo: al sujeto se le da un artefacto
comú n, como un clip, y se le pide que, con un límite de tiempo, idee
tantos nuevos usos como sea posible (mondadientes, pendiente,
anzuelo).
Las tareas de pensamiento lateral son bastante divertidas, como las de
resolver acertijos, y se pueden adaptar e idear entretenidos juegos.
Pero, como en el mito de Edipo, lo que explica nuestra capacidad para
resolverlos es aburridamente serio. Los humanos son como có rvidos
adultos con picos inú tiles y sin alas. El cuervo utiliza herramientas de
vez en cuando, si necesita llegar a alguna larva o a un recó ndito trozo de
comida. Sin embargo, incluso en las sociedades con menos avances
tecnoló gicos, los humanos está n totalmente indefensos sin las
herramientas y las ideas creativas que las generan. Necesitamos la
creatividad simplemente para funcionar.
El largo período de desarrollo de los humanos, nuestra prolongada
niñ ez, puede ser una respuesta a esta necesidad. Si necesitas ayuda con
la tarea de usos alternativos, llama a un niñ o pequeñ o. Es en las
pruebas de pensamiento lateral donde esa niñ a de cuatro añ os que se
distrae con una hormiga que pasa por el suelo, cuando debería estar
abrochá ndose el zapato, o que de pronto decide quitarse los pantalones
porque sí, se lucirá de verdad. A los niñ os se les da fatal la logística y la
planificació n, pero sus caó ticas cabecitas exploran los recovecos y
rendijas del espacio de posibilidades de forma tan rá pida e
impredecible que supera con creces a los adultos. Si observas a
cualquier niñ o pequeñ o, en cualquier momento del día, verá s que
probablemente esté realizando algo parecido a la tarea de usos
alternativos, como convertir un tubo de cartó n en un cohete espacial o
utilizar una vara larga como caballo.
De hecho, uno de los argumentos má s importantes de Gopnik es que la
flexibilidad cognitiva y la creatividad son un «elemento del diseñ o» de
los jó venes. Ella y su equipo revisaron los datos científicos que apuntan
a que, en lo que respecta al aprendizaje de nuevas tareas, los jó venes de
muchas especies superan con frecuencia a sus mayores.20 É ste es sin
duda el caso de los humanos. Uno de los experimentos de Gopnik se
basaba en un «detector de blickets»,21 un dispositivo del tamañ o de una
caja de zapatos que se enciende y reproduce mú sica al contacto con «lo
que signifique blicket». Se les pidió que colocaran una serie de objetos
de diversas formas en el dispositivo para averiguar cuá l de ellos poseía
esa indefinida característica. La suposició n por defecto en el caso de
los adultos fue que la propiedad blicket debía de corresponder a un solo
objeto, y lo hicieron casi tan bien como los niñ os pequeñ os en la
condició n «causa ú nica» cuando se daba tal caso. En la condició n
«causa doble», menos intuitiva, la caja só lo se iluminaba cuando se
colocaba a la vez una combinació n concreta de objetos; en estos
ensayos, uno tenía que entender que «blicket» no se refería, como
cabría esperar, a ningú n objeto ú nico, aislado. En esta condició n, los
niñ os de cuatro añ os ganaron con creces a los mayores.
Aproximadamente, el 90 por ciento de ellos logró identificar el blicket
de causa doble, frente a alrededor del 30 por ciento de los adultos, y el
desempeñ o empeora de forma gradual con la edad (figura 2.1).
¿Qué explica esta diferencia de rendimiento, así como su variació n a lo
largo del tiempo? Veamos este declive del rendimiento en relació n con
otra tendencia —procedente en este caso de la neurociencia del
desarrollo— en la figura 2.2, que muestra las densidades relativas de
materia gris y materia blanca en la corteza prefrontal humana.
Figura 2.1. Proporción de sujetos por edades que identificaron
correctamente un blicket en la condición «causa doble», donde un
blicket consiste en dos objetos distintos22
Figura 2.2. Rendimiento con éxito en la condición «causa doble no
intuitiva» por edad (arriba) comparado con el aumento de
densidad de materia blanca (abajo izquierda) y disminución de la
densidad de materia gris (abajo derecha) en la corteza frontal en el
transcurso del desarrollo23

Las líneas discontinuas representan a los sujetos masculinos y las continuas a los femeninos.

Aunque podríamos pensar que el cerebro madura por acumulació n, y


que se van amontonando las neuronas en una regió n determinada, en
realidad su madurez es resultado de la llamada «poda neuronal», que es
la eliminació n gradual de conexiones neuronales innecesarias. Una
regió n del cerebro ha madurado cuando se estabiliza con un sistema
firme y funcionalmente bien organizado. Un buen indicador de la poda
neuronal es la densidad relativa de materia gris frente a materia blanca
en una regió n determinada. La materia gris, la parte del cerebro rica en
neuronas que hace la mayor parte del trabajo computacional,
disminuye en densidad a medida que madura una regió n. Cuando la
densidad de la materia gris disminuye, aumenta la densidad de la
materia blanca —los axones mielínicos que transmiten la informació n
resultante del trabajo computacional realizado por la materia gris—, lo
que se traduce en una mayor eficiencia y velocidad, pero menor
flexibilidad. Para visualizarlo, podemos imaginarnos que una regió n
inmadura y rica en materia gris es un campo abierto, no urbanizado,
donde se puede vagar en muchas direcciones sin límites, pero no muy
eficiente. Para poder llegar a una esplé ndida zarzamora y recoger sus
frutos, tengo que abrirme paso entre la vegetació n y vadear ríos. La
sustitució n gradual de la materia gris por la materia blanca refleja el
desarrollo de este campo: cuando se construyen puentes y carreteras,
puedo moverme por ahí con má s facilidad y rapidez, pero ahora
tenderé a hacerlo só lo por esos caminos establecidos. La nueva
carretera asfaltada que conduce a la zarzamora es muy prá ctica para
recoger moras, pero al ir tan rá pido por ella me perderé las deliciosas
fresas salvajes con las que me habría tropezado entre los arbustos. Es
una solució n intermedia entre la flexibilidad y la eficiencia, entre el
descubrimiento y la consecució n de objetivos.
A medida que se desarrolla el cerebro, la densidad de la materia gris
disminuye y la blanca aumenta de modo lineal, y refleja esa mayor
madurez y eficiencia funcional. La parte de esta regió n que nos interesa
para nuestros propó sitos es la corteza prefrontal (CPF), base del
razonamiento abstracto, y lo que los psicó logos denominan «control
cognitivo»: la capacidad de mantener la concentració n en una tarea,
resistir las distracciones y tentaciones y regular las emociones. Como
podemos ver en la figura 2.2, a la corteza frontal —incluida la CPF— le
lleva mucho tiempo finalizar su proceso de poda neuronal. De hecho, la
CPF es la ú ltima regió n del cerebro que madura y no llega a su estado
adulto hasta los veintipocos añ os. Por eso, los añ os de adolescencia son
tan peligrosos: los adolescentes tienen sistemas de motivació n
similares a los adultos, las hormonas alborotadas y acceso a
tecnologías peligrosas, como los automó viles, pero un autocontrol
racional limitado.
La correlació n de las tendencias representadas en la figura 2.2 es muy
elocuente. A medida que las personas envejecen, vemos que disminuye
la densidad de la materia gris en la corteza frontal y que aumenta la
densidad de la materia blanca, lo que se traduce en un peor
rendimiento en las tareas de creatividad y pensamiento lateral. Cuanto
má s madura la corteza frontal, menos flexible se vuelve nuestra
cognició n. La CPF, si bien es clave para mantener la constancia en una
tarea y retrasar la recompensa, es una enemiga mortal de la
creatividad. Nos permite estar perfectamente concentrados, pero nos
impide ver posibilidades remotas. Tanto la creatividad como el
aprendizaje de nuevas asociaciones requieren un relajamiento del
control cognitivo que permita a la mente divagar.24 Un estudio con IRMf
y pianistas de jazz reveló que la transició n desde tocar escalas o
melodías escritas a improvisar libremente se reflejó en una regulació n
a la baja de la CPF.25 Existen má s indicios correlacionales que apuntan
en la misma direcció n. Por ejemplo, los adultos con un traumatismo
cró nico en la CPF se desempeñ an mejor en las tareas de pensamiento
lateral que los sujetos de control sanos. Y, gracias a los milagros de la
tecnología moderna, al menos un estudio aporta pruebas directas y
causales del papel negativo de la CPF en lo que respecta al pensamiento
lateral. Los investigadores pidieron a los participantes en su
experimento que realizaran una tarea de creatividad, midieron su
rendimiento y despué s les inhibieron temporalmente la CPF con un
potente estimulador magné tico transcraneal (no lo intentes en casa).26
Los participantes se desempeñ aron mejor tras dicha intervenció n.
Todos estos datos indican que los niñ os pequeñ os son muy creativos
porque sus CPF apenas se han desarrollado. No hay nada que vigile sus
pensamientos, lo cual tiene ventajas y desventajas. Tardar veinte
minutos en ponerte los zapatos es el precio que pagas por pensar sin
trabas.
Esto no significa que los adultos, con sus CPF estables y eficientes, sean
unos completos inú tiles en el á mbito de la creatividad y la innovació n.
Del mismo modo que los pianistas de jazz se dejan llevar un rato e
improvisan, los adultos pueden a veces relajar la vigilancia de sus CPF y
entregarse al juego. En este sentido, siguen siendo como niñ os, o al
menos pueden serlo. Como dijo Huizinga, el historiador cultural tan
interesado en los acertijos, lo que distingue a los seres humanos es
nuestro deseo de jugar. En este sentido, nos parecemos a los perros
domesticados.
Una de las razones por las cuales los perros nos despiertan tanta
ternura es que estos descendientes de los lobos poseen «neotenia», la
extensió n de las características juveniles a la edad adulta. Es decir, que
incluso cuando son adultos parecen lobatos y actú an como tales,
cachorros de rasgos redondos, con un intenso deseo de jugar y prestos
a confiar. Como señ ala el investigador del juego Stuart Brown, los seres
humanos adultos, por nuestro aspecto y cará cter juguetó n, somos en
esencia «los perros labradores del mundo de los primates».27
Parecemos y actuamos má s como las crías de chimpancé que como los
chimpancé s adultos. Las especies que poseen neotenia —como los
perros— tienden a ser má s flexibles, pero menos eficientes y menos
autosuficientes; las que presentan características maduras —como los
lobos— son tremendamente eficientes, pero rígidas. Del mismo modo
que un período de niñ ez prolongado tiende a predecir la flexibilidad
cognitiva, en una amplia variedad de especies parece haber una
correlació n entre el tamañ o del cerebro y la tendencia lú dica.28 Los
niñ os humanos, como los cachorros de perro, son por tanto
doblemente inmaduros: versiones jó venes de una especie que de por sí
conserva características juveniles.
Incluso de adultos nos sigue divirtiendo jugar, quizá no tanto como les
gustaría a nuestros hijos, pero mucho má s que a los lobos o
chimpancé s adultos. Esto resulta ú til ante el reto de la creatividad.
Como observa Brown, muchos inventos importantes —la má quina de
vapor, el avió n, el reloj, las armas de fuego— empezaron siendo
juguetes.29 Juguetear, idear cosas para entretener a nuestros hijos y
entretenernos nosotros puede ayudarnos a recuperar la creatividad
propia de la niñ ez. Incluso imaginarnos como niñ os parece ayudar. Un
estudio reveló que los estudiantes universitarios obtenían mejores
resultados en una prueba de creatividad cuando antes se les pedía que
pensaran en có mo habrían reaccionado ellos mismos a los siete añ os a
la noticia de que ese día no tendrían colegio. Evocar la construcció n de
fuertes improvisados o la ociosidad de lanzar piedrecitas a un río
parece liberar nuestra capacidad para el pensamiento lateral.30 El juego
tambié n es fundamental para el aprendizaje, lo que nos lleva a nuestra
segunda C: la cultura.

El animal cultural
La creatividad personal de los humanos es impresionante de por sí,
pero lo que la amplía enormemente y facilita de manera fundamental
es nuestra capacidad para atesorar los conocimientos del pasado y
desarrollar otros a partir de ellos mediante la transmisió n de la cultura
o de las innovaciones culturales que se conservan y se legan. Esto se
evidencia en las culturas modernas con altas tecnologías. El iPhone que
llevo en el bolsillo representa cientos de añ os de I+D acumulada, que
abarca desde sus principios operativos má s bá sicos a los materiales
con que está fabricado. Y, sobre todo, ningú n ser humano podría
esperar producir siquiera el componente má s bá sico de un iPhone, o de
cualquier tecnología cultural compleja, basá ndose estrictamente en sus
conocimientos o su creatividad. Las innovaciones son siempre, por
fuerza, graduales e incrementales, desarrolladas a partir de los
conocimientos acumulados de los humanos del pasado. Somos el
animal cultural por excelencia, y nuestra capacidad de compartir los
productos de nuestra creatividad personal y legarlos a las futuras
generaciones es la clave de nuestra dominancia ecoló gica.31
Ademá s, las culturas, en su conjunto, pueden averiguar soluciones a
problemas que, en principio, exceden la capacidad resolutiva de una
sola persona. Como sostienen el teó rico de la evolució n Michael
Muthukrishna y su equipo, hemos de pensar en nuestro cerebro no só lo
como un ó rgano aislado que tenemos en la cabeza, sino como parte de
una extensa red, como un nodo en un enorme «cerebro colectivo».32
Los progresos creativos suelen surgir en esta red a travé s de un
proceso mayor y má s eficaz de lo que podría producir una sola persona
cualquiera. «Las innovaciones, grandes o pequeñ as, no requieren
genios heroicos, como tampoco tus pensamientos dependen de una
neurona concreta. Má s bien, al igual que los pensamientos son una
propiedad emergente de las neuronas que se disparan en nuestras
redes neuronales, las innovaciones surgen como una consecuencia
emergente de la psicología de nuestra especie aplicada en el seno de
nuestras sociedades y sus redes. Nuestras sociedades y sus redes
funcionan como cerebros colectivos», escriben.33
Por poner un ejemplo con una tecnología relativamente sencilla de
có mo el cerebro colectivo resuelve un problema que excede la
capacidad del cerebro de un individuo, veamos el caso de la yuca (o
casava). Como explica el antropó logo Joseph Henrich,34 este tubé rculo
es un cultivo bá sico domesticado por primera vez en Amé rica, pero que
no se puede cocinar y comer sin má s, a diferencia de la patata. La
mayoría de las variedades contienen una sustancia amarga, una
defensa contra insectos y herbívoros, que provoca envenenamiento por
cianuro tras el consumo del tubé rculo. Por tanto, las culturas que a lo
largo de la historia han dependido de la yuca han elaborado un
sofisticado mé todo para procesar la raíz, que dura varios días y
consiste en trocearla, rallarla, dejarla en remojo, hervirla y esperar con
paciencia unos días antes de asarla y comerla. Los aná lisis químicos
modernos demuestran que este proceso reduce drá sticamente la
toxicidad de la yuca. Hasta hace muy poco no hemos sabido por qué la
yuca es peligrosa, y por qué deja de serlo si se procesa y lixivia. Sin
embargo, las culturas antiguas resolvieron el problema de liberar el
potencial alimenticio de la yuca hace milenios, a travé s de un proceso
ciego de prueba y error mezclado con memoria cultural. Los grupos
que lo hicieron bien, al principio por accidente —por ejemplo, dejando
la yuca en remojo varios días porque se habían olvidado de ella—,
prosperaron má s que aquellos que no cometieron este afortunado
error. Otros grupos empezaron a imitar a los má s exitosos. Con el
tiempo, la acumulació n de errores ú tiles o variaciones fortuitas dieron
lugar al conjunto de prá cticas culinarias que permitió consumir la yuca
sin riesgos.
Es importante tener en cuenta que ningú n individuo podría haber
averiguado esto por sí solo: el largo tiempo transcurrido entre que se
consume la yuca y se experimentan sus efectos negativos, ademá s de la
dificultad de organizar en su debido orden los diversos pasos
necesarios para desintoxicarla, hace muy improbable, si no del todo
imposible, que una persona pudiera haber aprendido sola a
desintoxicar la yuca. Ademá s, en casos como é ste, quienes se
benefician de la solució n cultural no suelen tener ni idea de có mo o por
qué funciona, ni les hace falta saberlo. Como señ ala Henrich, el proceso
de desintoxicació n de la yuca es «causalmente opaco» para cualquier
individuo determinado. Si crees que tienes que dejar en remojo la yuca
dos días porque tu madre te ha dicho que tus antepasados se enfadará n
si no lo haces, no habrá s entendido la causalidad, pero qué má s da: lo
importante es que has hecho que la yuca sea comestible.
Como tambié n observa Henrich, hay un experimento histó rico
concreto que pone de manifiesto el peligro de intentar improvisar a
falta de una memoria cultural tradicional. A principios del siglo XVII, los
portugueses, al darse cuenta de que la yuca era fá cil de cultivar y
producía cosechas impresionantes incluso en tierras marginales, la
importaron a Á frica desde Amé rica del Sur. Se extendió rá pidamente y
se convirtió en un importante cultivo bá sico en la regió n, y sigue
sié ndolo hoy. Sin embargo, a los portugueses se les olvidó importar
tambié n el conocimiento cultural de los indígenas de Amé rica del Sur
sobre có mo desintoxicar correctamente la yuca. Un dramá tico ejemplo
de la dificultad de reinventar la rueda, por así decirlo, son los cientos de
africanos que hoy en día, cientos de añ os despué s de la introducció n de
la yuca, siguen sufriendo problemas de salud derivados de la
intoxicació n por cianuro en pequeñ as dosis.35 La cuestió n, concluye
Henrich, es que «la evolució n cultural es a menudo mucho má s
inteligente que nosotros».
Un estudio antropoló gico de las culturas isleñ as en todo el Pacífico
mostró una correlació n positiva entre el tamañ o de una població n y su
conectividad con otras islas y el nú mero de herramientas —y su grado
de complejidad— que poseía una cultura. En las sociedades urbanas
modernas, el aumento de la densidad demográ fica conduce a una
mayor innovació n, que se puede medir por indicadores como las
nuevas patentes o la actividad en I+D per cá pita.36 La acumulació n
cultural no só lo permite el desarrollo gradual de la tecnología y el
conocimiento, sino que crea un círculo virtuoso donde los recursos
culturales existentes se convierten en materia prima para otros nuevos
inventos. Con el invento de la agricultura y el surgimiento de las
grandes civilizaciones, este círculo virtuoso se convirtió en un
hiperimpulsor. Esa puesta en comú n a lo largo de enormes imperios
unió a montones de etnias y ecosistemas, donde todos intercambiaron
materias primas, acervos culturales y tecnología. Este proceso de
evolució n cultural nos ha proporcionado automó viles, aviones,
ascensores rá pidos e internet.
La dependencia humana de la cultura es muy infrecuente en el mundo
animal. La mayoría de las especies se manejan en el mundo a travé s del
«aprendizaje asocial», en que cada animal calibra un problema y
formula una solució n. Nuestro pariente bioló gico má s cercano, el
chimpancé , depende casi totalmente del aprendizaje asocial. En
cambio, los humanos cruzamos en algú n punto una especie de Rubicó n
evolutivo.37 Las crecientes ventajas de la cultura acumulativa
empezaron a remodelar nuestro cerebro para que fuese cada vez má s
dependiente del «aprendizaje social», un proceso en que los individuos,
enfrentados a un problema, recurren a las soluciones que les brinda su
cultura. Para poder aprovechar esta informació n, los individuos tienen
que ser receptivos y confiar, y estar dispuestos a apoyarse en los
demá s, en vez de probar por su cuenta.
Muthukrishna y su equipo ejecutaron iteraciones de un modelo
computacional del mundo real donde variaron las condiciones iniciales
de una serie de pará metros bioló gicos y ambientales —como el
tamañ o del cerebro y del grupo, la duració n del período de juventud, la
estructura de apareamiento, la riqueza del entorno, etcé tera— y
observaron qué estrategias de aprendizaje predominaban. Como
muestra la figura 2.3, en la mayoría de las condiciones, la selecció n
favorece a los aprendices asociales, y algunos modelos producen una
dependencia moderada del aprendizaje social. Só lo en un reducido
abanico de condiciones —cuando los grupos crecen, el cerebro tiene
mayor tamañ o, el período de juventud se dilata y el conocimiento
cultural acumulativo se amplía y provee ventajas adaptativas—, vemos
un pico en los modelos que producen individuos con una dependencia
casi exclusiva del aprendizaje social.
Nó tese el inmenso valle entre los aprendizajes asocial y social que los
humanos llegaron a atravesar, así como el estrecho rincó n del espacio
adaptativo al que nos hemos visto empujados. Una vez que el
aprendizaje social tiene suficiente utilidad, una especie que tenga
acceso a é l se alejará inexorablemente del aprendizaje asocial y acabará
dependiendo por completo de la cultura.
Figura 2.3. Grado de aprendizaje social preponderante

en los diversos modelos38


El nú mero de los modelos se representa en el eje vertical.

La fuerza de la evolució n cultural acumulativa nos ha remodelado tan


drá sticamente como al tetra ciego de las cavernas. Una vez que lo
fiamos todo al aprendizaje cultural, no hubo un retorno al aprendizaje
asocial e individual. Se tiene una imagen de los innovadores o pioneros
humanos como personas aisladas y audaces que logran, por pura
fuerza de voluntad y perspicacia, arrancar soluciones a los enigmas que
presenta la naturaleza. Este ideal del genio solitario podría describir
muy bien a un chimpancé o un cuervo innovadores, pero es absurdo en
lo que respecta a los humanos. Los chimpancé s son fuertes,
independientes y listos; los seres humanos somos dé biles,
dependemos de los demá s y, solos, no somos ninguna lumbrera. Como
el tetra de las cavernas, nos hemos adaptado de formas complejas a la
vida en la caverna oscura y resguardada del aprendizaje social, pero
estaríamos ciegos e indefensos si nos arrojaran a un mundo sin cultura.
Nuestra dependencia de la cultura significa que nuestra mente necesita
ser receptiva a las demá s, para que podamos aprender de ellas. É ste es
otro á mbito donde la infancia prolongada es sin duda una adaptació n a
nuestro nicho ecoló gico. Los bebé s y los niñ os son las má quinas de
aprendizaje má s potentes del planeta. Como observa Alison Gopnik: «El
imperativo evolutivo para los bebé s es aprender todo lo que puedan lo
má s rá pido posible».39 Esto significa que su CPF subdesarrollada, como
dice ella, es una característica del diseñ o funcional, y no un defecto. Los
bebé s y los niñ os pequeñ os se distraen con facilidad, pero tambié n son
conscientes de un espectro mucho má s amplio de lo que sucede a su
alrededor, y prestan atenció n a detalles casuales que no llamarían la
atenció n a los adultos, má s concentrados y orientados a objetivos.40
Ademá s, que los niñ os esté n jugando sin cesar y trasteando con las
cosas tiene el efecto añ adido de permitirles aprender habilidades y
desarrollar un sentido de la estructura causal del mundo que los
rodea.41 La causalidad que necesitan entender no es só lo física, sino
tambié n social. Por ejemplo, a lo que má s le gustaba jugar a mi hija
cuando era muy pequeñ a era a las meriendas. Me sentaba en un círculo
con una colecció n de animales de peluche y me obligaba a ponerme una
tiara (que no me favorecía mucho). Como anfitriona, nos servía té
(imaginario), nos ofrecía pastas (imaginarias) e iniciaba una educada
conversació n (sin ningú n sentido). Cuando a ella y a sus compañ eros
de clase se los dejaba a su aire, «jugaban» tambié n a toda clase de
situaciones sociales: maestros y alumnos, mé dicos y pacientes, padres
e hijos.
Todos estos juegos en que se interpretan roles no son só lo por
diversió n, aunque los niñ os está n diseñ ados para divertirse con ellos.
Es un serio y crucial proceso de aprendizaje de la estructura causal del
mundo social que los rodea. El impulso de jugar y la disposició n a
empaparse de toda la informació n de las personas que los rodean es
una característica de la infancia diseñ ada para permitir que los niñ os
adquieran la cultura acumulada que necesitan para sobrevivir. Es
alucinante la mucha informació n que necesitan dominar los niñ os
humanos: su idioma o idiomas, así como con quié n hablar en qué
idioma; có mo vestirse, comer, cocinar, cazar, construir, flotar en el agua,
rastrear; las estructuras sociales, normas, tabú s, rituales y mitos
locales.
Como puede atestiguar cualquiera que haya intentado aprender un
idioma extranjero despué s de los trece añ os, má s o menos, la habilidad
de aprender se atrofia al llegar a la edad adulta. No só lo tenemos
problemas para aprender idiomas cuando ya hemos alcanzado la
madurez. Los adultos tienen problemas para aprender nuevas prá cticas
y normas sociales, y de hecho suelen resistirse a ello. Cuando, en Iowa,
se les ofreció a los lugareñ os comida china, pidieron tenedores en vez
de palillos y esperaban un dulzor similar al de su dieta habitual. Como
alcancé mi madurez fuera del contexto cultural britá nico, la Marmite42
siempre me parecerá repugnante. Los adultos suelen ser similarmente
pé simos para adquirir nuevas habilidades. Aprendí a jugar al tenis de
adulto, e incluso despué s de añ os de lecciones y de prá ctica me cuesta
mucho jugar de derecha correctamente. Mi hija aprendió a columpiarse
cuando era pequeñ a con una perfecció n natural, y pronto me dejará
agotado en la cancha.
Aquí, de nuevo, como ocurre con la disminució n de la creatividad,
podemos culpar a la CPF. Existe un conjunto de pruebas que nos
indican que las conductas complejas y las habilidades ya adquiridas se
rigen por sistemas implícitos y automá ticos, y que activar la CPF y el
control ejecutivo lo echa todo a perder. La mejor forma de sabotear a un
jugador de tenis profesional es pedirle que piense en có mo lo hace
mientras lo hace. Pedirle a un grupo de personas inmersas en una grata
y espontá nea charla que reflexionen sobre sus diná micas sociales les
chafará la fiesta. Esto se debe a que tener una CPF totalmente
desarrollada te hace relativamente impenetrable para los nuevos
conocimientos y habilidades. Y por eso la CPF tarda tanto en madurar y
la niñ ez se prolonga tanto en los seres humanos: la lista de cosas que
tenemos que aprender de quienes nos rodean es larguísima, así que
necesitamos seguir siendo flexibles y receptivos mientras sea posible.
Puesto que la evolució n nos ha moldeado para mantener una cierta
receptividad y dependencia del aprendizaje de los demá s, los humanos
tambié n tuvimos que aprender a jugar unos con otros, que es lo propio
de los perros labradores en el mundo de los primates. En comparació n
con otros primates, somos en efecto unos perros muy inocentones:
extrañ amente tolerantes con los desconocidos, abiertos a nuevas
experiencias y dispuestos a jugar. Esta apertura a los demá s, si bien es
necesaria para nuestro éxito, tambié n genera vulnerabilidad.
Necesitamos a los demá s como ningú n otro primate. Esto nos lleva a la
tercera C, nuestro intenso cará cter comunitario.

El animal comunitario
La vida surge de la cooperació n. El mundo bioló gico nos presenta un
deslumbrante caleidoscopio de unidades de cooperació n entrelazadas,
desde los genes hasta las cé lulas, los organismos y los grupos sociales.
Los cromosomas del cuerpo representan lo que se puede considerar
una «sociedad de genes»,43 una colecció n de segmentos de ADN que
dependen unos de otros con un destino comú n. Las cé lulas construidas
por estos cromosomas «se ponen de acuerdo», en sentido metafó rico,
para especializarse en diferentes tipos de tejidos y ó rganos, todo sin
dejar de cooperar para hacer que el organismo cuya suerte les ha sido
confiada consiga transmitir al menos la mitad de sus genes a la
siguiente generació n.44
Si hablamos de los organismos, estas unidades cooperantes pueden
probar suerte por su cuenta, y luchar con el mundo y otros organismos,
o formar equipos con otras unidades cooperantes. En este ú ltimo caso,
la cooperació n es a veces tan intensa que los grupos cooperativos
empiezan a parecer superorganismos y reproducen en la escala social
el mismo tipo de acuerdos de cooperació n que hace posible la
existencia de cada cuerpo.45 En el caso de los insectos sociales, como
las abejas y las hormigas, por ejemplo, cada uno se especializa
enseguida en distintas castas funcionales: obreros, soldados o reinas
reproductivas. Una hormiga obrera trabajará mecá nicamente y con
abnegació n para conseguir comida para las demá s, mientras que una
hormiga soldado se sacrificará de forma temeraria y sin reparos para
neutralizar a los intrusos. Lo ú nico que importa es que la reina
sobreviva para que los genes del grupo lleguen a la siguiente
generació n.
Los primates son má s egoístas. Por lo general, no los atrae nada la
autoesterilizació n ni la temeridad suicida. Sin embargo, como hemos
señ alado, los humanos —los insectos sociales del mundo de los
primates— son una excepció n. Nuestro grado de dependencia y
cooperació n mutua para lograr cosas que exceden nuestra capacidad
individual se parece un poco al de las abejas o las hormigas, con sus
impresionantes colmenas y sus complejas divisiones del trabajo. Pero
nuestra biología primate nos plantea un problema evolutivo: muy en el
fondo, seguimos siendo monos egoístas que se apuñ alan unos a otros
por la espalda. Una abeja reina nunca tiene que preocuparse por la
insubordinació n de una parte de sus sú bditos. Los gobernantes
humanos son envenenados o decapitados o simplemente expulsados
mediante el voto todo el tiempo, ya que nuestro conjunto de deseos
personales, nuestro ADN de chimpancé , asoma su cabeza
individualista.
La tensió n entre la necesidad de cooperar a gran escala y el egoísmo
personal, que obedece a nuestra parte primate, se manifiesta con
claridad en el tipo de dilemas intrínsecos de la cooperació n social.
Siempre que surge una tensió n entre el bien pú blico y los intereses
individuales, existe el peligro de «deserció n» (o «defecció n», como lo
llaman los economistas): una situació n donde un individuo egoísta se
beneficia del bien pú blico sin contribuir a é l. Esta tensió n recibe
muchos nombres, como «tragedia de los comunes» o «problema del
polizó n».46 ¿Las poblaciones de peces está n disminuyendo? Sería
mejor que todos aceptaran pescar menos, pero, en mar abierto, ¿có mo
vigilas que eso se cumpla? Nadie quiere ser el pringado que se quedó
en casa mientras sus rivales salieron y devoraron hasta el ú ltimo atú n
rojo. Así que el atú n rojo se extingue. ¿Utilizas la cocina en el trabajo
para calentarte o prepararte la comida? A falta de un calendario de
limpieza claramente definido y de obligado cumplimiento, dichos
espacios devienen enseguida en asquerosas e inutilizables fosas
sé pticas, a diferencia de los espacios controlados de forma privada.
Esto se debe a que nadie tiene un interé s personal en limpiarlos si los
demá s no hacen su parte: si cedo y le paso un trapo al fregadero, cada
vez má s pringoso, o acabo vaciando el lavavajillas, estoy permitiendo
que los demá s parasiten mis esfuerzos.
Este tipo de dificultades cooperativas impregnan el mundo social
humano en todas las escalas de interacció n. Obstaculizan los esfuerzos
mundiales para combatir el cambio climá tico, provocan la ruptura de
partidos políticos y consorcios econó micos47 y a menudo obligan a las
personas a tomar decisiones difíciles. Una de ellas es la base del
famoso experimento del dilema del prisionero, que ejemplifica
grá ficamente una variante del problema del polizó n. Imagina que te han
detenido y te han acusado de cometer un delito. El fiscal te dice que han
detenido a otro sospechoso del mismo delito, al que no conoces de
nada. Te ofrece un trato: si delatas a la otra persona, recibirá s una
amonestació n menor, un mes de cá rcel, mientras que la otra persona
tendrá que cumplir la pena íntegra, tres añ os. Si te niegas a hablar, se te
acusará de obstrucció n a la justicia y será s sentenciado a seis meses de
cá rcel. Tú sabes que, si los dos os acusá is mutuamente, ambos seré is
considerados có mplices del delito y sentenciados a dos añ os. No tienes
forma de comunicarte con el otro detenido.
Es ú til ver este dilema en una matriz de ventajas (tabla 2.1).
Lo que iría a favor del interé s general de ambos prisioneros sería
guardar silencio y aceptar una reducció n de la sentencia. Sin embargo,
no hay modo de asegurarse de que el otro prisionero vaya a cooperar.
Dado el peligro de que tú cooperes y la otra persona te traicione, la
ú nica estrategia racional es desertar, o acusar al otro. Esto produce un
resultado subó ptimo para ambos, pero es la ú nica estrategia segura.
Los individuos puramente racionales y que só lo miran por su interé s
no pueden ganar en el dilema del prisionero.

Tabla 2.1. Matriz de ventajas del dilema del prisionero


B guarda silencio (coopera) B acusa a A (deserta)
A guarda silencio (coopera) 6 meses para ambos 3 años para A,
1 mes para B
A acusa a B (deserta) 3 años para B,
2 años para ambos
1 mes para A
Afortunadamente, los seres humanos no son racionales, o al menos no
lo son de forma primaria.48 La mayoría de los teó ricos de la
cooperació n coinciden en que las personas suelen ser capaces de
cooperar ante un dilema del prisionero porque se sienten
emocionalmente comprometidas unas con otras. Cuando sentimos un
vínculo emocional con otra persona o un grupo, sea afecto, lealtad o
amistad, podemos confiar en los demá s, atajar el dilema y lograr así el
resultado ó ptimo para todos. En la vida real, ante un fiscal del distrito
que los tienta para que delaten a su coleguita, los miembros de las
bandas criminales saben callarse la boca y lograr una reducció n de la
sentencia. Esto no es só lo por temor al castigo («a los soplones,
moretones»), sino por algo má s importante relacionado con la lealtad
al grupo y la vergü enza íntima que conllevaría la deserció n. A nadie le
caen bien los soplones, y a nadie le gusta ser un sopló n.
De manera fundamental, la ú nica razó n por la que esto funciona es que
no tenemos un control del todo consciente sobre nuestras emociones.
Inventarme una excusa para mi incapacidad de madrugar el domingo y
ayudar a mi amigo a trasladar su sofá redunda exclusivamente en mi
beneficio en ese momento, pero me haría sentir culpable, así que salgo
a rastras de la cama, con toda la resaca, y cojo la furgoneta. Una crisis
de salud, un traspié profesional o el abrumador trauma de educar a los
hijos puede hacer que una relació n sea momentá neamente
desventajosa para uno de los miembros de la pareja, pero el amor
irracional sirve de pegamento que mantiene a las parejas unidas en la
dicha y en la adversidad. Las emociones sociales, cuando son genuinas,
nos permiten imponernos al egoísmo de nuestra mente cortoplacista y
calculadora, pero só lo porque no podemos controlarlas de forma
consciente. Si pudié ramos, nuestra mente consciente y racional las
acallaría cuando nos conviniese, y perderían su eficacia. Un amor o un
honor que se pudiesen desactivar a mi conveniencia no serían amor u
honor verdaderos.
Aquí, la enemiga vuelve a ser la corteza prefrontal, base del
pensamiento abstracto, la razó n instrumental y el control cognitivo.
Dos prisioneros a merced de sus CPF siempre acabará n pasando dos
añ os entre rejas. La ú nica manera de conseguir una sentencia reducida
es aturdir a la CPF con una emoció n irracional, como el honor o la
vergü enza. Dos capitanes Kirk pueden ganar ambos en el dilema del
prisionero; dos Mr. Spock se pudrirá n en la cá rcel.
Para entender có mo las emociones pueden ayudarnos a resolver los
dilemas de cooperació n, y por qué nuestra relativa incapacidad para
controlarlas de forma consciente en el momento es crucial para su
funció n social, nos serviremos de otra historia de la mitología griega
(en este capítulo recurriremos mucho a ella). Uno de los numerosos
peligros a los que se enfrenta el hé roe Odiseo en sus diversos viajes es
su paso cerca de la isla de las sirenas. Todos los marineros sensatos se
mantienen bien lejos de estas peligrosas criaturas, que utilizan su
seductor canto para atraer a los barcos a sus cardú menes y darse un
festín con los indefensos ná ufragos. Sin embargo, Odiseo nunca se
achanta ante una aventura. Este consumado hedonista está ansioso por
oír el canto de las sirenas, del que se dice que es inimaginablemente
bello. Tambié n es muy consciente de los peligros. Con su típica astucia,
da con una solució n, con un truco para impedir que «deserte» su futuro
yo y que se meta en problemas. Ordena a sus marineros que se taponen
los oídos con cera, para que no puedan oír la peligrosa tentació n, y que
despué s lo aten firmemente al má stil. De este modo, Odiseo puede oír a
las sirenas y, al mismo tiempo, impedirse saltar hacia su muerte, que
es, en el momento de oír el canto, lo que de verdad desea hacer.
Las maromas que atan a Odiseo al má stil son una ejemplificació n literal
de lo que podemos llamar «precompromiso». Como explica Robert
Frank, economista de la Universidad de Cornell, las emociones sociales
representan «las pasiones dentro de la razó n».49 El amor, el honor, la
vergü enza y la justa indignació n só lo parecen irracionales: en realidad,
lo que nos conviene a largo plazo es estar a merced de las emociones
incontrolables del momento, cuando la situació n lo exige. Como las
maromas que atan a Odiseo, las emociones só lo pueden funcionar
como estratagemas de compromiso, porque no podemos liberarnos de
ellas sin má s. Al enamorarnos o prometer nuestra sincera lealtad a un
grupo, nos estamos atando al má stil, nos estamos adhiriendo a
compromisos emocionales que nos impedirá n traicionar a los demá s
ante la inevitable llamada de la tentació n. É sta es una estrategia
notablemente efectiva y explica por qué tantas parejas mantienen su
compromiso, los jó venes estudiantes se ayudan unos a otros a
trasladar sus sofá s y los miembros de bandas criminales detenidos se
niegan indignados a delatar a nadie ante el fiscal.
La necesidad de la confianza en las relaciones humanas se evidencia
con el tipo de dilemas como el del prisionero. Tambié n es obvia en
otras relaciones no transaccionales impulsadas por el compromiso y la
interdependencia, típicamente, las relaciones entre padres e hijos, y
entre los enfermos y sus cuidadores.50 Lo que se suele pasar má s por
alto es hasta qué punto incluso interacciones que a priori parecen
puramente transaccionales só lo se pueden producir en un contexto de
confianza implícita. Cuando pago cuatro dó lares por un perrito caliente
en un puesto callejero, el intercambio del dinero por la salchicha se
basa en un conjunto de supuestos tan largo que sería imposible
enumerarlos de forma exhaustiva. El perrito caliente está debidamente
cocinado. No ha sido deliberadamente contaminado. Los billetes de
dó lar que entrego no son falsos. El perrito caliente contiene —al menos
en su mayor parte— ternera o cerdo, no carne de perro. Nada de esto se
explicita y, sin embargo, se da firmemente por garantizado. Tambié n
por esta razó n resulta escandaloso descubrir de vez en cuando una
vulneració n de la confianza en alguno de estos aspectos: «¡Carne de
perro en el puesto de perritos calientes del barrio!»; «¡Un padre pasa
dinero falso en el parque!». Los estridentes titulares de los tabloides no
hacen sino reforzar nuestra profunda confianza en estos supuestos
fundamentales de contexto, y la escasa frecuencia con que se vulneran.
En lo que respecta a la confianza y los vínculos de la comunidad, y la
creatividad y el aprendizaje cultural, los niñ os superan con creces a sus
mayores. Los niñ os llegan al mundo con una pura y casi desesperada
necesidad de trabar lazos y confiar en los miembros de su grupo
cultural. Esto lo puede ver cualquiera al que se le haya acercado una
locuaz niñ a de cuatro añ os en la zona de espera de un aeropuerto
abarrotado y haya sido sometido a una larga y acelerada presentació n
de la muñ eca que llevaba. En realidad, es esa entusiasta voluntad de los
niñ os de confiar en los demá s e interactuar con ellos, incluidos los
completos desconocidos, lo que hace las vulneraciones de la confianza
tan trá gicas y horripilantes. Asimismo, que un niñ o desconfíe es una
señ al de que hay graves problemas en su entorno.
En lo relativo a la confianza y la creatividad, el juego es importante. En
todo el mundo animal, el juego permite practicar habilidades adultas,
como la caza o la lucha, y brinda a los pequeñ os una oportunidad para
resolver estructuras jerá rquicas sociales. Sin embargo, les permite otra
cosa fundamental, que es practicar la confianza. Como ha observado
Marc Bekoff, experto en conducta animal, al jugar se suele mostrar una
vulnerabilidad deliberada —pensemos en un perro juguetó n que deja al
descubierto la barriga o el cuello—, así como señ ales de confianza.
Cuando los perros se agachan sobre sus patas delanteras para
saludarse en pú blico antes de pelearse jugando, se trata de una señ al de
confianza: si tú tambié n te agachas, hemos acordado entrar en un
mundo de juego donde no morderemos con fuerza, nuestros gruñ idos
no irá n en serio y nos impondremos el uno al otro por turnos.51 Aunque
los investigadores creyeron durante mucho tiempo que la funció n
principal del juego era practicar habilidades y entrenarse, esta funció n
socializadora y de desarrollo de la confianza parece má s fundamental.
Como observa Stuart Brown, «los gatos que no pueden jugar a pelearse
saben cazar lo justo. Lo que no saben hacer —lo que nunca aprenden a
hacer— es socializar. Los gatos y otros mamíferos, como las ratas, si se
ven gravemente privados de oportunidades de jugar, será n incapaces
de distinguir con claridad entre un amigo y un enemigo, confundirá n
las señ ales sociales y, o bien actuará n con una excesiva agresividad, o
se retirará n y evitará n má s patrones sociales normales».52
Como ocurre con otros rasgos propios de la infancia, los adultos
humanos siguen siendo juguetones y confiados, de un modo má s
parecido a los perros labradores que a los lobos o chimpancé s adultos.
Cuando un lobo o un chimpancé adulto te enseñ a los dientes, mejor
será que corras. A los humanos, incluso a los adultos, les va má s
perseguir balones que establecer su dominio. Nuestra buena
disposició n para jugar con nuestros amigos y conocidos, e incluso los
desconocidos, es extraordinaria, aunque la chá chara y los juegos de
palabras tienden a desplazar poco a poco a la lucha física. Cuando
bromeo con el vendedor de perritos calientes sobre su paté tica lealtad
a los Mets, como indica la gorra que lleva, nos parecemos mucho a dos
perros que juegan a pelearse en el parque: mis puñ etazos verbales son
un juego, sin ninguna intenció n de herir, y una charla bien llevada
establece una efímera, pero importante, confianza en medio de una
ajetreada metró poli. En cambio, si insultas al equipo de bé isbol
favorito de un chimpancé , es probable que pierdas un brazo. Que los
seres humanos conserven en la edad adulta la compleja y sofisticada
maquinaria cognitiva requerida para jugar, y que sigan disfrutando al
jugar con los demá s, refleja la profunda importancia de la confianza
para los asuntos humanos.
Recuperar la mente del niño
La inmadurez prolongada y conservar rasgos de la infancia en la
adultez se pueden considerar, por tanto, una parte de la reacció n
humana a las dificultades planteadas por las tres C. A lo largo de la
niñ ez y la adolescencia, experimentamos un largo período de
desarrollo, durante el cual nuestra mente salta como una pelota de
pimpó n de un pensamiento a otro. Estamos abiertos a absorber nueva
informació n, confiamos y se puede confiar en nosotros, aunque un
poco menos a medida que envejecemos. Sin embargo, para salir
adelante, incluso de adultos, en este rarísimo nicho ecoló gico que nos
hemos esculpido, tenemos que seguir siendo creativos, ser capaces de
absorber y transmitir la cultura, inspirar confianza a los demá s y
resolver dilemas de cooperació n que requieren compromiso. Como
especie, somos los perros labradores del mundo de los primates, y
conservamos rasgos de la infancia en la edad adulta.
Como se narra en infinitos mitos y cuentos infantiles, esa voluntad de
jugar —entre los primates, somos los ú nicos que experimentan ese
deseo— se acaba perdiendo. Disfrutamos cotorreando un poco con el
vendedor de perritos calientes, pero no nos enrollamos mucho, porque
llegamos tarde al trabajo. De adultos, el impulso infantil de irse por las
ramas, examinarse los mocos y jugar se subordina a la rutina
productiva. Levá ntate, vístete, ve a la oficina, trabaja, come, duerme y
vuelta otra vez. É ste es el á mbito de la CPF, el centro del control
ejecutivo, y no es casualidad que su madurez se corresponda con una
mayor capacidad para mantener la concentració n en las tareas, retrasar
la recompensa y subordinar las emociones y los deseos a la razó n
abstracta y la consecució n de objetivos prá cticos.
Y no podría ser de otro modo. La verdad sea dicha: por divertidos y
adorables que sean, los niñ os son completamente inú tiles. Si
estuviesen al cargo de las cosas estaríamos condenados. No se puede
confiar en que mi hija de trece añ os apague el horno despué s de usarlo,
se acuerde de pasear al perro o incluso de colgar las toallas mojadas, en
vez de dejarlas amontonadas en el suelo. Aun así, logra concentrarse y
hacer muchísimas cosas má s que cuando tenía cinco añ os. La CPF es
una maquinaria fisioló gicamente costosa, y la desarrollamos por una
razó n. La capacidad de mantenernos concentrados en las tareas,
reprimir las emociones y retrasar las recompensas es un rasgo humano
crucial. No podemos seguir siendo niñ os para siempre.
Por eso, no deberíamos darle demasiada importancia a la capacidad de
un niñ o de cuatro añ os para ganar en astucia a un adulto en la versió n
no intuitiva de la prueba de los blickets. Al reflexionar sobre su aparente
ventaja creativa, Alison Gopnik recurre a una analogía del mundo
empresarial:
Hay una especie de divisió n evolutiva del trabajo entre niñ os y adultos. Los niñ os son el
departamento de I+D de la especie humana, los teó ricos, los de las ideas geniales. Los adultos son
producció n y marketing. Ellos hacen los descubrimientos; nosotros los ponemos en práctica. Se les
ocurren miles de ideas nuevas, la mayoría inú tiles, y nosotros cogemos las tres o cuatro buenas y
las hacemos realidad.53

El problema de esta analogía es que, en realidad, se han concedido muy


pocas patentes a niñ os de cuatro añ os. Asimismo, es difícil encontrar
ejemplos de inventores adultos que tomen ideas prestadas
directamente de sus hijos.54 A veces, los adultos pueden extraer un uso
o inspiració n de la variació n aleatoria que introducen los niñ os cuando
trastean con las cosas, pero só lo porque está n en condiciones de
detectar la innovació n ú til, de encontrar utilidad a las innovaciones
té cnicas y progresos creativos, o de convertir ideas en productos. En su
mayor parte, se trata de una juventud potencial —un estado mental
propio de la niñ ez en un adulto funcional— que es clave para la
innovació n cultural.
Con el fin de lograr funcionar como insectos de colmena a pesar de ser
simios, los humanos adultos necesitan poder acceder a los rasgos de la
infancia, aunque sus CPF esté n plenamente desarrolladas. El objetivo es
recuperar só lo temporalmente la mente de un niñ o, no volver a serlo
otra vez. Necesitamos ser creativos y confiados, sin dejar de
abrocharnos los zapatos ni retrasarnos. Es significativo que un
elemento comú n, en distintas culturas y é pocas, sea el concepto de una
perfecció n espiritual o moral que, en cierto modo, conlleva recuperar la
mente del niñ o. En el Evangelio de san Mateo se afirma: «En verdad os
digo que, si no os convertís y os hacé is como niñ os, nunca entraré is en
el reino de los cielos». Uno de los textos daoístas chinos má s antiguos,
el Daodejing o Laozi, compara al sabio que ha alcanzado la perfecció n
con un infante, abierto y receptivo al mundo.55
Para responder a esa necesidad, los humanos han ideado varias
tecnologías culturales para mejorar la creatividad y la receptividad
infantil, de forma temporal pero eficaz, de los adultos funcionales. Las
prá cticas espirituales de todo tipo, como la meditació n y la oració n,
pueden ser eficaces para ello. Sin embargo, es mucho má s rá pido,
sencillo y, desde luego, popular, recurrir a sustancias químicas que
puedan revertir temporalmente el desarrollo y la madurez cognitiva.

La mente borracha
Como vimos en el experimento de creatividad descrito en este capítulo,
si queremos remedar la flexibilidad cognitiva de un niñ o, podríamos
conseguirlo apuntando un estimulador magné tico transcraneal a la CPF
para someterla. Sin embargo, hasta hace poco no se contaba con dichos
dispositivos. Tambié n son caros, no es fá cil transportarlos y, por lo
general, no procede llevá rselos a una fiesta. Lo que necesitamos es una
tecnología muy primitiva. Algo que desactive la CPF y nos haga sentir
alegres y relajados, pero só lo durante unas horas. Algo que pueda hacer
cualquiera, en cualquier parte, casi con cualquier cosa y de forma
razonablemente barata. Un punto extra si ademá s está rico, marida
bien con la comida y anima a bailar o a otras formas de sociabilidad
comunitaria.
El alcohol, por supuesto, encaja a la perfecció n con estos requisitos de
diseñ o. Que se produzca de forma natural en la fruta podrida significa
que una amplia variedad de especies puede descubrir fá cilmente sus
propiedades psicoactivas. ¡Y qué maravillosas propiedades! Ademá s de
lo fá cil que es descubrirlo, producirlo y consumirlo, otro factor que
contribuye al indiscutible estatus del alcohol como rey de los
intoxicantes son sus variados y complejos efectos sobre el cuerpo y la
mente humanos. Como observa Stephen Braun, el alcohol imita la
acció n de muchos otros fá rmacos y representa una especie de
«farmacia en una botella: un fá rmaco
estimulante/depresor/psicotró pico con efectos sobre casi todos los
circuitos o sistemas cerebrales». En este aspecto, es ú nico entre el
resto de las drogas que alteran los estados mentales. «Las sustancias
como la cocaína y el LSD actú an como bisturíes farmacoló gicos, y
alteran el funcionamiento de un solo circuito cerebral, o de unos pocos.
El alcohol es má s bien una granada de mano farmacoló gica. Afecta a
prá cticamente todo lo que la rodea», señ ala Braun.56
Esto puede deberse en parte a la facilidad con que el alcohol se
extiende por todo el sistema corporal y cerebral. El etanol, el principio
activo de las bebidas alcohó licas, se disuelve tanto en el agua como en
la grasa. Su solubilidad en el agua hace que é sta lo pueda transportar
con facilidad y que el torrente sanguíneo lo absorba rá pidamente; su
solubilidad en la grasa le permite atravesar las membranas celulares
lipídicas.57 Aunque se suele pensar en el alcohol como un depresor, en
realidad la historia es mucho má s complicada, como cabría esperar de
una granada de mano farmacoló gica.58
Para empezar, la ebriedad alcohó lica consta de dos fases. La fase
ascendente, cuando aumentan los niveles de alcohol en la sangre, se
caracteriza por la estimulació n y la euforia moderada, ya que el alcohol
facilita la liberació n de dopamina y serotonina. Aquí es donde el alcohol
imita el efecto de los estimulantes puros, como la cocaína o el MDMA.
Durante esta fase, el alcohol tambié n activa la liberació n de endorfinas.
En este sentido, se puede considerar como una versió n suave de la
morfina, con un efecto analgé sico, que mejora el estado de á nimo
general y reduce la ansiedad.59
En su fase descendente, cuando los niveles de alcohol en la sangre
alcanzan un pico y despué s empiezan a decaer, se produce el efecto
depresor. En lo que respecta a la inhibició n del funcionamiento
cerebral, el alcohol asesta un doble golpe depresor. Aumenta o exagera
la actividad del receptor GABAA, cuya funció n es inhibir la actividad
neuronal, y al mismo tiempo deprime la actividad de los receptores de
glutamato, que normalmente estimulan la actividad neuronal. De modo
que, en lo que respecta a la actividad cerebral, el alcohol da frenazos y al
mismo tiempo deja el pie en el acelerador. Este frenazo en seco
neuronal es lo que, sobre todo con unos altos niveles de alcohol en la
sangre, causa un efecto sedante.60
Los efectos depresores del alcohol parecen concentrarse en tres
regiones del cerebro: la CPF, el hipocampo y el cerebelo.61 El
hipocampo interviene en la memoria y el cerebelo, en las habilidades
motoras bá sicas. Que el alcohol apunte a ambos explica por qué una
persona bebida puede tropezarse y romper un jarró n al llegar a casa
tras una noche de parranda y tambié n que despué s, por la mañ ana, se
pregunte por qué está roto el jarró n.
Sin embargo, lo que má s nos interesa aquí es la regulació n a la baja de
la CPF y las regiones asociadas. Uno de los aliados cruciales de la CPF
en el control cognitivo es la corteza cingular anterior (CCA). La CCA
funciona como una especie de monitor de parque infantil, que vigila tu
desempeñ o en el mundo y busca errores u otras reacciones negativas
que indiquen que deba parar lo que esté s haciendo en ese momento.62
Cuando sales de casa para ir andando a la oficina una mañ ana de
invierno y empiezas a resbalar en el hielo, es la CCA la que se percata de
ese tambaleo y transmite una señ al a la CPF para que se haga cargo de
tu sistema motor, que normalmente funciona de modo automá tico.
Cuando la CPF toma el control, andas de forma torpe y forzada porque
los sistemas motores funcionan mejor cuando se los deja a su aire.
Tardas má s en llegar a la oficina, pero al menos no te habrá s caído de
bruces.
En el laboratorio, una forma de ver el equipo de la CCA y la CPF en
acció n es un paradigma experimental llamado «test de clasificació n de
cartas de Wisconsin». En esta tarea, a los participantes se les da una
baraja de cartas con mú ltiples figuras y símbolos en ellas, con distintos
nú meros y colores. Despué s, se les pide que seleccionen la carta que
«se corresponda» con una carta de estímulo que les muestra el
investigador. Si aciertan, reciben un comentario positivo, pero no má s
instrucciones. Es una versió n má s sofisticada de la tarea de unir
colores o formas utilizada en los experimentos con có rvidos o palomas,
y la verdad es que es muy irritante al principio, porque te dicen cuá ndo
aciertas, pero no tienes ni idea de cuá les podrían ser las normas que
determinan el acierto. No obstante, los participantes empiezan pronto
a cogerle el truco, porque el principio de correspondencia no es
arbitrario. La correspondencia podría basarse en igualar el nú mero de
objetos, o el color o el tipo, pero, en cualquier caso, la gente se
concentra en la regla correcta con sorprendente rapidez. Una vez que se
acomodan con la regla que han intuido —igualar las formas e ignorar el
nú mero y el color, pongamos— y empiezan a responder correctamente
por instinto, el pé rfido investigador cambia la regla sin avisarlos: de
pronto, el color importa y la forma no, así que las cartas que antes se
correspondían ahora son rechazadas. É ste es el equivalente en el
laboratorio de un tramo de acera cubierto de hielo cuyo tacto no es, de
pronto, el que cabría esperar. En los participantes neuroló gicamente
típicos, los nuevos errores provocados por el cambio de regla
transmiten a la CCA la señ al de que algo va mal. La CCA pide entonces a
la CPF que detenga la conducta anterior —igualar las cartas por la
forma—, que ralentice las reacciones y espere a que surja una nueva
regla. Una vez que se averigua la nueva regla, la CCA se siente
satisfecha, la CPF puede relajarse y el participante puede volver al
modo automá tico, igualar las cartas por su color, y tan contentos.
Ese cambio no se produce de inmediato. Durante algú n tiempo tras la
variació n de la regla, la gente persevera y sigue aplicando la misma
estrategia, ahora incorrecta, ante un comentario negativo. El tiempo
que tarda la gente en dejar de perseverar es una buena medida del
control cognitivo y la salud de la CPF: las personas que padecen un
traumatismo o dé ficit en la corteza prefrontal tardan un largo tiempo
en modificar la conducta ante un cambio de las circunstancias.63 Dicho
con otras palabras, siguen caminando como siempre a pesar de las
nuevas condiciones, cubiertas de hielo.
Es significativo que las personas ebrias se desempeñ en en esta tarea
como si sufriesen un traumatismo en la CPF. Se empecinan en seguir
haciendo lo mismo, a pesar de los comentarios negativos, lo cual no
sorprenderá a nadie que haya visto a alguien volviendo del bar en la
madrugada e intentando estú pida y repetidamente encajar la llave de
su casa en la puerta del vecino.64 Un excelente ejemplo de có mo los
variados efectos del alcohol se refuerzan unos a otros es que esa menor
capacidad para identificar los comentarios negativos se agrava por las
demá s explosiones que se desencadenan en el cerebro: se deprime el
procesamiento del miedo y otras emociones en la amígdala, de modo
que una persona ebria se vuelve relativamente insensible a cualquier
estímulo negativo que logre penetrar en ella;65 la atenció n se limita al
momento inmediato —la llamada «miopía alcohó lica»—,66 lo que
dificulta que influyan consideraciones abstractas o externas y prever
las consecuencias futuras; se reduce la velocidad de la memoria
operativa y el procesamiento cognitivo;67 disminuye la capacidad para
inhibir los impulsos, uno de los principales cometidos de la CPF;68 por
ú ltimo, una persona que experimente un aumento de los niveles de
serotonina y dopamina en la fase ascendente de la intoxicació n se
sentirá tan bien que, aunque su rezagado equipo de la CPF y la CCA
logre transmitirle una señ al de advertencia, dejará de preocuparle estar
causando estropicios.69 Aquí es donde esa persona que vuelve del bar,
ya frustrada, tira sus llaves inservibles y rompe una ventana para entrar
en «su» casa, para la consternació n de sus vecinos durmientes.
Ningú n otro intoxicante químico genera una sacudida tan general
como el alcohol, pero los má s populares tienen efectos similares sobre
la mente humana. El principio activo del cannabis, el THC, tiene sus
propias dianas en el cerebro (los receptores cannabinoides), de tal
modo que, al igual que el alcohol, aumenta los niveles de dopamina,
interfiere con la formació n de los recuerdos y merma las habilidades
motoras. Asimismo, la kava parece estimular la dopamina y reducir la
ansiedad, pero apenas afecta a las capacidades cognitivas superiores.
Los alucinó genos clá sicos, como el LSD y la psilocibina, actú an sobre
los receptores de serotonina y posiblemente los de dopamina, y nos
provocan un estado de á nimo positivo, aunque tambié n alteran
gravemente la «red neuronal por defecto» (RND) del cerebro. Al
parecer, la RND nos provee nuestro sentido bá sico del yo. Su alteració n
por medio de alucinó genos genera una radical fluidez cognitiva, una
borrosa frontera entre el yo y los otros y la ausencia de filtro sensorial
que caracteriza a la mente cuando está soñ ando y a la de los niñ os
pequeñ os.70
Tambié n merece la pena señ alar que hay diversas prá cticas no
químicas que pueden producir efectos cognitivos parecidos a los de la
intoxicació n alcohó lica. Por ejemplo, hacer ejercicio en exceso puede
producir el «subidó n del corredor» mediante la estimulació n de la
dopamina y la regulació n a la baja de la CPF, ya que cuando el cuerpo
está demasiado estresado desvía los recursos de la neocorteza,
hambrienta de energía, hacia los sistemas motores y circulatorios, má s
inmediatamente necesitados. El neurocientífico Arne Dietrich ha
afirmado que esta mezcla parece ser la responsable de la pé rdida de
sentido del yo y la euforia intensa propia de las «experiencias cumbre»
deportivas.71 Diversas tradiciones religiosas se han servido de este
truco. La danza sufí, el canto en grupo y los coros, la meditació n
prolongada en posturas dolorosas (con las piernas cruzadas, el rezo de
rodillas), la mortificació n personal (autoflagelació n, perforaciones) o
los ejercicios de respiració n intensa pueden provocar un tipo de
subidó n similar, al aumentar los niveles de dopamina y endorfinas y
desviar la energía de la CPF.
Aunque todo eso es un engorro. Dada la increíble cantidad de tiempo y
esfuerzo que requieren estas experiencias intensas, no es de extrañ ar
que la gente recurra a las drogas. Y, de todas las drogas, el alcohol es el
rey supremo. El cannabis tiene que ser fumado o ingerido, es difícil de
dosificar y tiene unos efectos impredecibles sobre el cuerpo y la
mente.72 La hierba vuelve extravertidas y ené rgicas a algunas personas,
e introvertidas, paranoides y apá ticas a otras. Las setas alucinó genas
pueden producir un intenso malestar estomacal, mucha desorientació n
y delirios, y exigirte que te abstraigas de la realidad durante un largo
período. Por eso, ninguna cultura fomenta el consumo de setas má gicas
como aperitivo antes de cenar o en los eventos sociales. Y, comparada
con las semillas del desierto, tremendamente tó xicas, o los enormes
sapos venenosos, la psilocibina es probablemente el alucinó geno
natural má s corriente y seguro, lo que tampoco es decir mucho.
El alcohol, en cambio, es en muchos aspectos la droga perfecta. Es fá cil
de dosificar y sus efectos cognitivos no varían entre diferentes
personas. Lo mejor de todo es que estos efectos crecen y decrecen de
forma predecible, y duran relativamente poco. Incluso mientras
aceptamos esa segunda copa del barman, nuestro hígado está
trabajando frené ticamente para descomponer el etanol de la primera
copa en algo que no sea tó xico para poder expulsarlo del cuerpo. De
modo que, dadas las desventajas de la mayoría de los intoxicantes
químicos no alcohó licos, y la increíble cantidad de tiempo, esfuerzo y
molestia que requieren los medios no químicos, no es de extrañ ar que
la mayoría de nosotros, casi siempre, hayamos optado por tomarnos
unas pintas de cerveza en vez de atravesarnos las mejillas con objetos
punzantes. Si queremos mejorar nuestro estado de á nimo y desactivar
temporalmente la CPF, una deliciosa neurotoxina líquida parece ser la
opció n má s rá pida y placentera.

La puerta abierta a Dionisio


La CPF es la parte má s nueva del cerebro en té rminos evolutivos y la
ú ltima en madurar en el desarrollo. Tambié n se podría decir que es lo
que nos hace humanos. Es difícil imaginar có mo sería la vida sin la
capacidad de controlar los impulsos, concentrarse en tareas de larga
duració n, razonar de forma abstracta, retrasar la recompensa, vigilar
nuestro propio funcionamiento y corregir errores.
Sin embargo, tambié n hemos visto que, cuando se trata de responder a
las exigencias de las tres C, a las dificultades concretas de ocupar el
nicho ecoló gico humano, la CPF es el enemigo. La intoxicació n es un
antídoto para el control cognitivo, una forma de incapacitar
temporalmente a esa adversaria de la creatividad, la apertura cultural y
los lazos con la comunidad.
Para concretar los relativos beneficios y costes de tener este
aguafiestas sobrio delante de nuestro cerebro, recurriremos de nuevo a
la mitología griega. En el panteó n griego, había dos dioses, Apolo y
Dionisio, que personificaban la tensió n entre el autocontrol y el
desenfreno.73 Apolo, el dios del sol, representa la racionalidad, el orden
y el autocontrol. En el arte, el estilo apolíneo se caracteriza por la
contenció n y la elegancia, por un equilibrio cuidadosamente diseñ ado.
Se adoraba a Apolo con ofrendas solemnes en templos específicos.
Dionisio es el dios del vino, la ebriedad, la fertilidad, la emocionalidad y
el caos. El arte dionisiaco se entrega al exceso, a la elevació n extá tica y
los estados alterados de la mente. Entre sus devotas, estaban las
mé nades, mujeres salvajes que se reunían en secreto en los bosques
por la noche para celebrar las bacanales originales, las fiestas con
alcohol y drogas parecidas a las raves contemporá neas, só lo que con
una vertiente má s oscura, con má s desnudez y, a veces, canibalismo.
Dionisio apela a las regiones má s antiguas y primitivas de nuestro
cerebro, a las dedicadas al sexo, las emociones, el movimiento y el
contacto físico. Apolo tiene su base natural en la corteza prefrontal. Es
la CPF la que hace que los seres humanos adultos actú en má s como
lobos adustos que como labradores juguetones. Guiá ndonos por ella,
nos volvemos muy eficientes en tareas especializadas y podemos ser
constantes en ellas, y no hacer caso del aburrimiento, las distracciones
y el cansancio. Es el origen de todo lo que le falta al niñ o de cuatro añ os
que se abrocha y desabrocha los zapatos, para la exasperació n, al
menos, del adulto que intenta no llegar tarde a la guardería y al trabajo.
La cafeína y la nicotina son amigas del lobo: le ayudan a concentrarse,
hacen desaparecer su cansancio y agudizan su atenció n. Estas
sustancias son las amigas y aliadas naturales de la CPF. Son las
herramientas de Apolo.
Si, no obstante, queremos darle cierta ventaja a nuestro cará cter
dionisiaco, necesitamos algo que ralentice o debilite la CPF, que nos
haga má s juguetones, creativos, emocionales y confiados. Necesitamos
liberarnos má s —uno de los nombres alternativos de Dionisio en latín
era Liber (el Libre)—. Necesitamos algo que, siendo adultos, nos
permita disfrutar de las maravillosas cualidades de la infancia y
aligerar nuestro orden y disciplina apolíneos con un poquito de caos o
relax dionisiaco.
Por esta razó n, claro está , Dionisio es tambié n el dios del vino. El
alcohol, acompañ ado idealmente de un poco de buena mú sica, baile u
otras formas de juego, sirve a la perfecció n para paralizar la CPF
durante unas horas. Tras un par de copas, la atenció n se limita só lo al
entorno inmediato. Divagas de forma impredecible, sintié ndote má s
libre de ir dondequiera que te lleve la conversació n. Está s contento y no
te preocupan las futuras consecuencias. Tus habilidades motoras son
penosas. Por otro lado, si hablas un segundo idioma, puede que de
pronto te sientas má s seguro al hablarlo, y con má s fluidez. Dicho con
otras palabras, vuelves a ser un niñ o, con todos los beneficios y costes
que conlleva inhibir la CPF. É sta es una solució n elegante y conveniente
al problema de có mo generar temporalmente el estado mental flexible
de un niñ o en una persona que posee el cuerpo, las capacidades y los
recursos de un adulto.
Permitir que el infantil Dionisio se imponga, al menos por un rato, ha
sido nuestra forma de responder a las dificultades intrínsecas de ser
humanos. La intoxicació n nos ayuda con las exigencias de nuestro
nicho ecoló gico al facilitarnos ser má s creativos, convivir con otros en
espacios reducidos, mantener el á nimo en los proyectos colectivos y
ser má s receptivos a conectar con los demá s y aprender de ellos.
Incluso Plató n, un devoto de Apolo casi monomaniaco, reconocía la
necesidad del tipo de rejuvenecimiento mental y espiritual que brinda
el alcohol: «El alma de los bebedores se enciende al rojo vivo, como
hierro refulgente, y se vuelve má s blanda y juvenil, de modo que a
cualquiera que posea la capacidad y la habilidad para moldearla y
educarla le resultará tan fá cil de manejar como cuando era joven».74 Y
emborracharnos tambié n nos ayuda con las exigencias comunitarias
de ser humanos, al hacernos al mismo tiempo má s confiados y
confiables.
Por esta razó n, el consumo de alcohol, a pesar de sus costes y los
problemas que acarrea despué s, no ha sido eliminado por la evolució n
gené tica o por decreto cultural. Sea de forma literal o espiritual,
necesitamos emborracharnos de vez en cuando. Apolo debe ser
subordinado a Dionisio; el lobo tiene que dejar paso al labrador; el
adulto necesita ceder su lugar al niñ o. En su obra seminal sobre la
intoxicació n química, Las puertas de la percepción, Aldous Huxley
observa sabiamente: «No podríamos prescindir del razonamiento
sistemá tico, como especie o como individuos. Pero tampoco
podríamos prescindir, si queremos mantener la cordura, de la
percepció n directa, cuanto menos sistemá tica mejor, de los mundos
interiores y exteriores en los que hemos nacido».75
Dicho con otras palabras, ser humanos requiere un cuidadoso acto de
equilibrio entre Apolo y Dionisio. Necesitamos poder abrocharnos los
zapatos, pero tambié n que de vez en cuando nos distraiga lo bello,
interesante o nuevo. Debido a las singulares dificultades adaptativas a
las que nos enfrentamos como especie, necesitamos una manera de
inyectar dosis controladas de caos en nuestra vida.76 Apolo, el adulto
sobrio, no puede estar al cargo todo el tiempo. Dionisio, como un
desventurado infante, quizá tenga problemas para ponerse los zapatos,
pero a veces logra tropezar con nuevas soluciones que Apolo jamá s
vería. Las tecnologías de intoxicació n, y de forma primordial el alcohol,
han sido a lo largo de la historia una de las formas de conseguir dejar
una puerta abierta a Dionisio. Y es ese Dionisio que bebe y baila en un
salvaje éxtasis el que nos liberó de nuestro cará cter de simios egoístas
el tiempo suficiente para llevarnos a rastras, entre tropiezos y risas, a la
civilizació n.
Capítulo 3

La intoxicació n, el éxtasis y los orígenes de la


civilizació n

En algú n momento del octavo milenio a. C., en el Creciente Fé rtil —una


franja semicircular de Oriente Pró ximo que abarca má s o menos lo que
hoy es Egipto y se extiende a lo largo de Siria hasta Irak e Irá n—,
algunos cazadores-recolectores muy listos empezaron a guardar las
semillas de granos y legumbres salvajes atípicamente productivos o
sabrosos y a volver a plantarlas en tierras despejadas. Volvieron en la
temporada siguiente y lo hicieron otra vez, y puede que tambié n fueran
de vez en cuando a desbrozar la tierra o regarla. Al final, este proceso de
selecció n dio lugar a unas versiones primitivas de los cultivos
modernos conocidos, una vegetació n lo suficientemente productiva
para mantener y recompensar a las poblaciones sedentarias que
pudieran contribuir con su trabajo y despejar la tierra, sembrar y
cuidar los campos y despué s quedarse cerca para cosechar sus frutos.
Voilà! Nació la agricultura. Algú n tiempo despué s, otros procesos
similares condujeron a las revoluciones agrícolas en otras regiones del
mundo, como la domesticació n del trigo, el mijo y el arroz en los valles
del río Amarillo y del río Yangtsé en China, y del maíz en Amé rica.
Una vez que los primeros agricultores empezaron a producir cultivos
de forma sistemá tica, comenzaron a tener excedentes. Se podían
almacenar y utilizar fuera de temporada, o como reserva ante una
futura mala cosecha. Sin embargo, en algú n momento, se dieron cuenta
de que si dejaban el grano machacado en remojo —tras desistir del
intento de hacer un pan, pongamos—, la mezcla se transformaba en
algo totalmente distinto. No tenía un olor agradable. Su sabor era un
poco raro, pero te acostumbrabas a é l e incluso llegaba a gustarte. Lo
mejor de todo era que te podías emborrachar. Así, la historia cuenta
que, algú n tiempo despué s de dominar la agricultura, los seres
humanos empezaron tambié n a disfrutar de los beneficios de la
cerveza, y que hubo procesos similares en todo el mundo que dieron
lugar a las bebidas alcohó licas derivadas de la uva, el mijo, el arroz y el
maíz. Por fin, la gente tenía algo rico con que acompañ ar su pan y su
queso. É sta es la historia que se suele contar sobre el origen de la
producció n del alcohol: un accidente, una consecuencia no prevista del
invento de la agricultura.
Sin embargo, en torno a la dé cada de 1950, esta historia empezó a ser
cuestionada por quienes defendían las teorías de «la cerveza antes que
el pan».1 Señ alaron que los grandes banquetes probablemente
animados con alcohol —que solían concitar a gentes de regiones
remotas durante varios días de mú sica, danzas, rituales, bebida y
sacrificios— empezaron mucho antes de la agricultura sedentaria. En
Gö bekli Tepe, un yacimiento que se encuentra en la actual Turquía y del
que hablaremos má s adelante, se juntaban los cazadores-recolectores,
entre los milenios X y XVIII a. C., para devorar gacelas, construir
estructuras circulares y erigir unos enormes pilares de caliza con forma
de T en los que tallaban unos misteriosos pictogramas y figuras de
animales, todo ello bien engrasado con cerveza, probablemente. Y esto
a pesar de que, en té rminos prá cticos, parece desaconsejable mezclarla
con la construcció n de una arquitectura monumental. Los pilares de
piedra erigidos en Gö bekli Tepe pesaban entre diez y veinte toneladas,
y había que trasladarlos a casi medio kiló metro desde la cantera, lo que
probablemente requería el arduo trabajo de unas quinientas personas.
Es fá cil pensar que cortar, arrastrar y levantar todo aquello era aú n má s
difícil si uno iba bebido o con resaca, por no hablar del problema de
que, a causa de la ebriedad, acabaras con los pies y los dedos
aplastados.
Y, aun así, en todo el mundo antiguo, vemos indicios similares de que
las primeras veces en que la gente se juntó para celebrar festines y
rituales y beber tuvieron lugar mucho antes de que a alguien se le
ocurriese la idea de plantar y cosechar cultivos. Los arqueó logos que
trabajan en el Creciente Fé rtil han señ alado que, en los yacimientos
má s antiguos conocidos, las herramientas concretas utilizadas y las
variedades de grano cultivadas eran má s adecuadas para elaborar
cerveza que pan. Hace poco se descubrieron indicios de elaboració n de
pan o cerveza en un yacimiento en el noreste de Jordania, que data de
hace catorce mil cuatrocientos añ os, unos cuatro mil añ os antes del
surgimiento de la agricultura.2 Dado que aú n faltaban milenios para
que el pan se convirtiese en un producto bá sico, muy probablemente lo
que motivó a estos cazadores-recolectores para instalarse y ponerse
manos a la obra fue producir el ingrediente líquido estrella de los
festines comunitarios y los rituales religiosos extá ticos.3 Tambié n cabe
apuntar que la receta má s antigua que existe en el mundo es para
elaborar cerveza —como parte de un mito del primer período sumerio
—, y que en las representaciones má s tempranas de las comilonas en
grupo se incluye la ingesta de alcohol.4 El dominio humano de la
fermentació n para producir alcohol es tan antiguo que ciertas cepas de
levadura relacionadas con el vino y el sake presentan indicios de haber
sido domesticadas hace doce mil añ os o má s.5
Vemos la misma pauta de producció n del alcohol previa a la agricultura
en otras partes del mundo. En Amé rica Central y del Sur, se cultivaba un
antepasado primitivo del maíz, llamado teosinte, hace casi nueve mil
añ os, mucho antes de que los agricultores lograran producir el propio
maíz. El teosinte es pé simo para hacer harina, pero excelente para
elaborar alcohol: es la base de la chicha, la bebida similar a la cerveza
que aú n se toma en toda Amé rica Central y del Sur. Se tienen indicios de
que la chicha estaba presente en los festines rituales ya en el siglo IX a.
C., y que su control y distribució n fue una parte fundamental de los
rituales y el poder estatales en el Imperio inca a partir del siglo III a. C.6
Probablemente, ocurrió lo mismo con las drogas que ocuparon el lugar
del alcohol en las regiones donde se carecía de é l. Algunos acadé micos,
hacié ndose eco del debate sobre si la cerveza fue antes que el pan, han
apuntado a los indicios de que, en Australia, el deseo de cultivar los
ingredientes para producir pituri impulsó el desarrollo de la agricultura
en determinadas regiones.7 Asimismo, es posible que el cultivo del
tabaco en Amé rica del Norte y del Sur, sobre todo en las regiones ajenas
a su há bitat natural, inspirara la manipulació n de otras especies
vegetales y, por consiguiente, los comienzos de la agricultura.8
Todo esto hace pensar que es bastante probable que fuese el deseo de
emborracharse o colocarse lo que dio lugar a la agricultura, y no a la
inversa. La agricultura es, por supuesto, la base de la civilizació n. Esto
significa que nuestro gusto por las neurotoxinas líquidas o fumables —
el medio má s prá ctico para desactivar la CPF— pudo ser un catalizador
de la vida agrícola sedentaria. Ademá s, los intoxicantes no só lo nos
atrajeron a la civilizació n, sino que, como veremos en este capítulo,
tambié n ayudaron a posibilitar que nosotros nos civilizá ramos. Al
hacer, al menos temporalmente, que los seres humanos fuesen má s
creativos, culturales y comunitarios —que vivié ramos como insectos
sociales, a pesar de nuestra naturaleza simia—, los intoxicantes fueron
la chispa que nos permitió formar verdaderos grupos a gran escala,
domesticar cada vez má s vegetales y animales, acumular nuevas
tecnologías y, por tanto, crear las civilizaciones en expansió n que nos
han convertido en la megafauna dominante en el planeta. Dicho de otro
modo, fue Dionisio, con su odre de vino y su seductora siringa, el que
fundó la civilizació n; Apolo só lo lo acompañ aba.
Uno de los muchos poderes que los griegos atribuían a Dionisio era el
de la metamorfosis. Podía convertirse en animal, y é l fue el dios que
concedió al malhadado rey Midas el poder de convertir en oro todo lo
que tocara. En cuanto dios de la intoxicació n, podía volver locos a los
cuerdos. O lo que es aú n má s impresionante: podía transformar a
primates concentrados en sus tareas, suspicaces, agresivos y
fieramente independientes en seres sociales relajados, creativos y
confiados. Echemos ahora un vistazo a có mo, en distintos lugares y
é pocas, los seres humanos han recurrido a Dionisio para que los ayude
a enfrentarse a los retos intrínsecos de ser simios creativos, culturales
y comunitarios.

Una visita de la musa: intoxicación y creatividad


Las orillas del Ganges oyeron del triunfo

del dios de la alegría, cuando desde el Indus

llegó el joven Baco conquistador de todo


despertando de su sueñ o a las naciones con el vino sagrado.
FRIEDRICH HÖ LDERLIN, «A nuestros grandes poetas»9
Un tema comú n en diferentes culturas y é pocas es el del alcohol como
musa. Como señ ala Da’an Pan, «en la cultura tradicional china [...] el
vino desempeñ a la paradó jica funció n de embriagar y facilitar la
imaginació n artística, y “abrir los ojos” a quienes lo beben a sus
momentos creativos ó ptimos [...] estar ebrio es estar inspirado».10 No
es infrecuente que los poetas chinos antiguos tuvieran series enteras
de poemas bajo el epígrafe de «Escrito mientras estaba borracho»,
incluido este de Zhang Yue (667-730):
Una vez ebrio, mi deleite no conoce límites.
Es aún mejor que antes de estar ebrio.
¡Mis movimientos, mis expresiones: todo se torna danza,
y cada palabra que sale de mi boca se convierte en un poema!11
Que recuerda a un antiguo dicho griego:
Si con agua lleno tus cráteras,
nunca escribirás nada sabio.
Pero el vino es el caballo del Parnaso
que lleva al bardo a las estrellas.12
El nombre de Kvasir, el dios anglosajó n de los bardos y la inspiració n,
deriva de la palabra empleada para referirse a la «cerveza fuerte». En la
mitología nó rdica, Kvasir es asesinado, y su sangre, mezclada con
alcohol para crear el «hidromiel de la inspiració n». «Cualquiera que
bebiera de esta poció n má gica podía despué s componer poesía y decir
sabias palabras», explica Iain Gately.13 Y, a pesar de su teó rico
compromiso con la prohibició n del alcohol, la mejor poesía persa fue
producida, y abiertamente ensalzada, gracias al poder revelador del
vino.
Como señ ala Marty Roth, estudioso de la literatura inglesa, si bien
algunos escritores modernos, desde Eugene O’Neill a Hemingway, han
negado explícitamente el papel del alcohol en su arte, «cuando este
descargo proviene de un bebedor consumado, es má s probable que sea
parte de un sistema de coartadas alcohó licas que una exposició n de los
hechos».14 En cualquier caso, es imposible ignorar que un
desmesurado porcentaje de escritores, poetas, artistas y mú sicos
tambié n son consumidores habituales de la inspiració n líquida,
dispuestos a soportar los costos físicos, y a veces econó micos y
personales, a cambio de una mente sin ataduras. «Me encoge el hígado,
¿verdad? [...] Me encurte los riñ ones, sí. Pero ¿có mo afecta a mi mente?
Tira el lastre por la borda para que el globo pueda elevarse», declara el
escritor ficticio, y alcohó lico, de Días sin huella, de Billy Wilder.15
Tambié n se puede echar mano de otros intoxicantes para que cumplan
esta funció n. En Vanuatu, una isla del Pacífico que tradicionalmente ha
recurrido a la kava en vez de al alcohol, cuando a los compositores se
les encarga crear una nueva canció n, se retiran al bosque a
comunicarse con sus antepasados, beber kava y esperar a que llegue la
inspiració n.16 El cannabis ha servido asimismo de musa durante
milenios, y avivado la imaginació n de místicos sufíes, poetas beat y
mú sicos de jazz.17 Y, por supuesto, el famoso «Kubla Khan» de
Coleridge fue producto de un intenso viaje de opio.
La ventaja del alcohol, la kava y el cannabis es que son relativamente
fá ciles de integrar en las vidas creativas y sociales normales. Los
psicodé licos como la psilocibina o la mescalina provocan una ruptura
má s drá stica con la realidad cotidiana. Por esta razó n, su consumo a lo
largo de la historia se ha limitado a los rituales ocasionales o a una
clase especializada, como los chamanes. El té rmino chamán lo utilizan
en general los estudiosos de la religió n para referirse a las personas
que median entre el mundo humano y el espiritual, y que derivan de
este ú ltimo diversos poderes, como la capacidad de curar
enfermedades, predecir el futuro y comunicarse con los animales y
dominarlos.18 En algunas de las tumbas má s antiguas descubiertas en
todo el mundo se han encontrado lo que parecen ser restos de figuras
chamá nicas, por la presencia de objetos rituales, imaginería animal y el
que es tal vez el rasgo de diagnó stico má s citado: intoxicantes
químicos y, en concreto, psicodé licos.
Las religiones chamá nicas son tan antiguas que hay quien afirma que
se pueden encontrar tambié n en otros linajes de homínidos extintos.
La llamada «tumba de flores», en una cueva del norte de Irak, y de hace
alrededor de sesenta mil añ os, contiene restos de un varó n neandertal
(Homo neanderthalensis) que en los primeros informes se describe
como un posible chamá n, basá ndose en unos restos de polen que
sugieren que se había tumbado a descansar en un lecho de flores con
una amplia variedad de drogas medicinales e intoxicantes.19 Al margen
de la probabilidad de que los neandertales se colocaran o se
comunicaran con los espíritus, los entierros humanos primitivos
apuntan al antiguo pedigrí de los trances y visiones chamá nicos
estimulados por el alcohol. Las vasijas de cerá mica de la cultura chavín,
en los Andes peruanos (1200-600 a. C.), que muestran un jaguar bajo un
cactus de San Pedro (mescalina), se asocian por lo general a un
contexto chamá nico. El cactus es la droga que facilita las visiones y
viajes del chamá n al otro mundo. En los Andes, una cueva funeraria que
data aproximadamente del 1000 d. C. parece ser la tumba de una figura
chamá nica, dada la presencia de abundante parafernalia ritual, tabletas
de rapé y un tubo para inhalarlo y una petaca con restos de cocaína,
sustancias químicas asociadas a la ayahuasca y posiblemente
psilocibina. Ninguna de estas sustancias es autó ctona de la regió n, lo
que indica que los intoxicantes eran parte de una consolidada y vasta
red de intercambios.
Una forma de considerar la funció n histó rica de los chamanes es como
artífices de ideas radicalmente creativas. Al volver de sus viajes
espirituales inducidos por los intoxicantes, se traían nuevas
intuiciones sobre qué hacía enfermar a fulano de tal, o qué hacer ante la
reciente sequía o la desaparició n de las presas de caza del lugar.
Aunque los chamanes solían atribuir el mé rito de estas ideas a los
espíritus, podríamos entenderlas como mensajes de las profundas
regiones del inconsciente, que pudieron salir a la superficie en un
cerebro cuya CPF había sido incapacitada. Gracias a la ciencia cognitiva
moderna, podemos inferir que esta antigua y ubicua relació n entre la
intoxicació n y la intuició n creativa no es una casualidad.
Hace tiempo que los psicó logos saben que la concentració n explícita en
el logro de objetivos o la preocupació n por futuras recompensas ajenas
a la tarea que nos ocupa inhiben el tipo de creatividad que conlleva el
pensamiento lateral. Esforzarse mucho para resolver la prueba de
asociaciones remotas (PAR) te hace rendir peor que si simplemente te
relajas y dejas espacio a tu mente para que dé con una palabra clave
que una las tres palabras de estímulo.20 Cuando se te pide que crees un
collage creativo con un montó n de papeles de colores y pegamento,
hará s algo má s aburrido y menos arriesgado si piensas que te van a
evaluar unos jueces externos.21 Aunque a las personas con una
reducida capacidad de control cognitivo les cuesta concentrar su
atenció n, parecen rendir mejor en la resolució n de problemas que
requieren creatividad y flexibilidad.22 Tanto los escritores
profesionales como los físicos dicen que sus ideas má s creativas —las
que producen el maravilloso momento «eureka»— se les ocurren
cuando dejan vagar su mente, o cuando divagan en un estado mental
desvinculado de la tarea que los ocupa o de los objetivos inmediatos.23
Como vimos antes, el problema aquí es la CPF, la sede de Apolo. Hemos
señ alado que los adultos cuya CPF presenta traumatismos, o que ha
sido temporalmente desactivada por un buen estimulador magné tico
transcraneal, rinden mejor en las tareas de creatividad. Tambié n ayuda
que la mente esté , en general, en un estado pasivo o relajado, lo que se
traduce en un alto nivel de la actividad de las ondas cerebrales alfa, una
señ al de regulació n a la baja de las regiones orientadas a objetivos y de
control descendente, como la CPF. En un estudio, los investigadores
utilizaron la té cnica de la biorretroalimentació n para aumentar la
actividad de las ondas alfa de un grupo de participantes.24 Se los
conectó a un monitor de electroencefalograma, se les mostró una
pantalla con una barra verde que indicaba su nivel de actividad alfa y se
les pidió que trataran de hacerla crecer todo lo posible. Para ayudarlos,
les dieron pistas que le sonará n a cualquiera que haya intentado
practicar la meditació n: relajar la mente, respirar a fondo y de forma
regular, dejar que los pensamientos y sentimientos fluyan con libertad,
sentir como el cuerpo se relaja y descansar en la postura. Al poco
tiempo, los participantes que lograban aumentar su actividad alfa
rendían mejor que sus pares en una tarea de pensamiento lateral.
En cuanto primates creativos, los seres humanos dependemos
crucialmente del pensamiento lateral. Necesitamos un flujo continuo
de nuevas ideas y la reorganizació n constante del conocimiento
existente. Los niñ os, con sus CPF subdesarrolladas, son unas
superestrellas en este aspecto. Pero, como hemos visto, lo que hace que
sean tan creativos tambié n hace que sus creaciones no sirvan para
nada, al menos desde el punto de vista pragmá tico de los adultos, que
se rigen por la consecució n de objetivos. Los extrañ os mundos
deformados de Lego, con vehículos hechos con piezas sobrantes de
aquí y allá y conducidos por muñ ecos tambié n de Lego con cabezas de
Barbie, o las colecciones de figuritas de superhé roes y muñ ecos de
peluche dispuestos para tomar té en una merienda formal, reflejan un
impresionante pensamiento rompedor. Pero lo que necesita la
sociedad ahora mismo son nuevas vacunas y baterías de iones de litio
má s eficientes. Si tu objetivo es maximizar una innovació n cultural que
se pueda implementar, tu persona ideal es alguien que tenga el cuerpo
de un adulto, pero, por un breve período, la mente de un niñ o. Alguien
con un control cognitivo regulado a la baja, una agudizada receptividad
a la experiencia y una mente dispuesta a vagar en direcciones
impredecibles. En otras palabras, un adulto borracho, emporrado o
puesto de tripi. Las sociedades han acabado asociando la intoxicació n
con la creatividad porque la intoxicació n química ha sido una
tecnología fundamental y muy extendida para llevar a cabo esta
transició n desde la adultez a la mentalidad infantil de manera
relativamente controlada.

Cachorros químicos: lobos convertidos

en labradores
Lev Tolstó i era un intransigente y acé rrimo defensor de afrontar la
realidad. Y, como era de prever, tenía una severa opinió n sobre el
consumo de intoxicantes. En su ensayo de 1890 titulado ¿Por qué los
hombres se aturden a sí mismos?, afirma que «la causa del consumo
mundial de hachís, opio, vino y tabaco no reside en el gusto, ni en
ningú n placer, recreo o dicha que puedan proporcionar, sino só lo en la
necesidad del hombre de esconderse de las exigencias de la
consciencia». Ahí queda eso.
Es cierto que los personajes de las novelas de Tolstó i consumen
intoxicantes para adormecer las dudas que les generan sus
transgresiones morales o sus disolutos estilos de vida. Y, sin embargo,
no es difícil encontrar defensas del alcohol como fuente de genuino
placer y consuelo en las tradiciones religiosas del mundo. Un antiguo
himno sumerio dedicado a la diosa de la cerveza dice:
¡Que el corazón de la cuba de fermentación sea nuestro corazón!
Lo que hace que tu corazón se sienta de maravilla
hace que nuestro corazón se sienta de maravilla.
Nuestro hígado está contento, nuestro corazón está feliz.
Habéis derramado una libación sobre el ladrillo del destino. [...]
Bebiendo cerveza, llena de dicha,
bebiendo licor, sintiéndome eufórica,
con felicidad en el corazón y el hígado contento.25
La dicha proporcionada por el alcohol suele ir aparejada a un estado de
evasió n mental, como le preocupaba a Tolstó i, pero, normalmente, no
es de la conciencia de lo que se huye, sino de las asperezas de la vida
cotidiana. Como leemos en el libro de los Proverbios: «Dadle
aguardiente al que está preparado para perecer, y vino a los
apesadumbrados. Que beban, y se olviden de su pobreza, y no se
acuerden má s de su desgracia».26 Los poetas no só lo encuentran
inspiració n en el fondo de la botella, sino tambié n consuelo emocional.
Escribe el poeta griego Alceo: «No permitamos que nuestros espíritus
cedan el paso al dolor. La mejor defensa posible es preparar abundante
vino y beberlo».27 El poeta chino Tao Yuanming afirma:
Una infinidad de penurias que se suceden unas a otras.
¿No es la vida humana extenuante?
¿Cómo puedo satisfacer [ , cheng] mis emociones?
Dejadme disfrutar del vino turbio.28
En el contexto de este poema, el verbo cheng quizá se traduzca mejor
como «satisfacer», pero lo que significa su raíz es «pesar en una
balanza» o «ajustar» o «armonizar un sistema». Al igual que la cita del
libro de los Proverbios, nos da una clara idea de que el alcohol se
utilizaba como herramienta para modular el estado de á nimo.
Si incluso los miembros de las é lites relativamente adineradas como
Tao Yuanming y Alceo sentían la necesidad de ahogar sus penas o
permitirse un instante de negació n de la realidad, imaginemos lo
intensa que ha sido la necesidad para la inmensa mayoría de las
personas que han vivido en las grandes sociedades del mundo,
trabajando a destajo en el campo, los talleres, las carreteras y la
construcció n, bregando cada día, mal alimentadas y sin haber
descansado lo suficiente. Para estas personas, tomarse dos o tres horas
de vacaciones de la realidad no es só lo un placer, sino quizá una
necesidad.
Reducir el estré s o la ansiedad ha sido la funció n social que con má s
frecuencia han atribuido al alcohol los antropó logos inclinados a
intentar explicar el consumo de intoxicantes.29 Tal vez el má s
destacado de los primeros defensores de este punto de vista fue
Donald Horton. En un estudio sobre el consumo de alcohol en
cincuenta y seis sociedades pequeñ as, publicado en 1943, Horton
afirmó que «la funció n primordial de las bebidas alcohó licas en todas
las sociedades es reducir la ansiedad».30 Propuso un modelo hidrá ulico
del consumo de alcohol y sostuvo que la tasa de consumo aumentaba a
la par que la escasez de alimentos durante la guerra, lo cual produce
ansiedad, hasta que surgen las nuevas ansiedades que genera beber en
exceso. Cualquier sociedad determinada acabará alcanzando un
equilibrio entre estos dos extremos.
Esta teoría de Horton concreta no ha envejecido bien. Aun así, la
capacidad del alcohol para levantar el á nimo general y aliviar la
ansiedad y el estré s sigue formando parte del nú cleo de las
explicaciones, tanto las populares como las científicas, del consumo de
intoxicantes.31 Lo que ha cambiado es que ahora se identifica la
probabilidad de que levantar el á nimo y reducir la ansiedad de las
personas cumpla una funció n social má s amplia: la de facilitar que los
humanos esté n mejor avenidos en los reducidos y jerá rquicos confines
de las grandes sociedades. Otras teorías antropoló gicas má s recientes
consideran el alcohol como una herramienta para facilitar la
solidaridad social, al permitir que los cazadores-recolectores
fieramente independientes se sacudan aquellos aspectos de su
naturaleza de chimpancé que sean una traba para llevar la vida de un
insecto social.32
Para entender que la reducció n del estré s tambié n es,
fundamentalmente, un problema social, nos puede servir el modelo de
las ratas. En un estudio en que se analizaba la relació n entre el estré s
de las ratas y su consumo de alcohol voluntario, se sometió a tres
grupos de ratas sanas, que jamá s habían probado el alcohol, a
diferentes cantidades de estré s.33 Se colocó un grupo de control en una
jaula normal, sin hacinamientos ni factores estresantes diarios. Un
grupo con estré s agudo se pasó seis horas diarias en una jaula
pequeñ ísima y hacinada donde apenas se podían mover, pero el resto
del tiempo lo pasaron en una jaula normal. Un tercer grupo con estré s
cró nico pasó toda la semana que duró el estudio en una jaula no tan
hacinada, pero incó moda. A todas las ratas se les dio acceso libre a la
comida y a dos fuentes de líquido: una botella que contenía só lo agua
corriente y otra que contenía agua corriente mezclada con bastante
etanol.
En comparació n con el grupo de control, los grupos con estré s agudo y
cró nico perdieron peso durante el estudio, una señ al de que estaban
muy nerviosas por sus circunstancias. Ambos grupos reaccionaron al
estré s dá ndose a la bebida: tras só lo un día de hacinamiento, su
consumo de alcohol fue considerablemente mayor que el del grupo de
control. Esto es interesante, pero quizá nada sorprendente. Es má s
revelador en qué se diferenciaron las conductas de los grupos con
estré s agudo y cró nico. El consumo de alcohol del grupo con estré s
agudo se mantuvo bastante estable, y al acabar la semana era má s o
menos el mismo que el del grupo de control, que al parecer tambié n
había desarrollado un interé s moderado en esta nueva bebida. En
cambio, las ratas con estré s cró nico se entregaron a la bebida con
pasió n, y su consumo de alcohol se disparó hasta unos niveles que
harían sonrojar a F. Scott Fitzgerald (figura 3.1).
Figura 3.1. Consumo de alcohol durante un día y siete días de las
ratas de los grupos de control, con estrés agudo y con estrés
crónico34
La conclusió n de los autores del estudio fue que puede ser fá cil
adaptarse a los factores estresantes temporales sin ayuda química,
mientras que el estré s prolongado incita el consumo sostenido del
líquido quitapenas en cantidades que deben aumentar con el tiempo
para no perder su efecto.
Parece un poco cruel hacerles esto a las ratas del estudio. Sin embargo,
cabría decir que la transició n de nuestra especie desde los pequeñ os
grupos de cazadores-recolectores —el estilo de vida que disfrutamos
durante la mayor parte de nuestra historia evolutiva, y que
compartimos con nuestros parientes má s cercanos y antepasados
inmediatos— a las comunidades agrícolas sedentarias supuso
asimismo una tremenda conmoció n.
Greg Wadley y Brian Hayden, recientes y destacados defensores de la
hipó tesis de la cerveza antes que el pan, sostienen que la transició n a la
agricultura en el Neolítico aumentó en gran medida la densidad
demográ fica y la desigualdad. Probablemente, los grupos de cazadores-
recolectores los formaban entre veinte y cuarenta personas que
vagaban en un amplio paisaje en busca de presas y vegetales. Los que
vivieran el revolucionario cambio de estilo de vida que tuvo su origen
en el Creciente Fé rtil, cuando los cazadores-recolectores nó madas
empezaron a establecerse en comunidades mucho mayores y
sedentarias, debieron de sentirse como ratas arrojadas a una jaula
diminuta y bastante mal abastecida. Sin duda, esto conllevó una
acusada disminució n de la calidad y variedad de los alimentos: se pasó
de una variopinta mezcla de carnes, verduras y frutas salvajes a una
dieta basada en el pan, saciante pero pobre en vitaminas, y otros
alimentos ricos en almidó n. Tambié n hubo un importante y continuo
aumento de la densidad demográ fica y la desigualdad. Como señ alan
Wadley y Hayden, incluso doce mil añ os atrá s, en las aldeas del
Creciente Fé rtil vivían entre doscientas y trescientas personas, y ya hay
indicios de la propiedad privada, desigualdad de la riqueza y
estratificació n social. Despué s, las cosas fueron rá pidamente a peor.
Varios estudios empíricos han revelado que los efectos del alcohol
sobre la reacció n al estré s son similares en los humanos y las ratas,
como cabe esperar tras nuestro repaso de los efectos fisioló gicos del
alcohol, descritos en el segundo capítulo. En un estudio clá sico,35 un
grupo de voluntarios varones de la comunidad de la Universidad de
Indiana fueron sometidos a unos factores estresantes posiblemente
má s intensos que el hacinamiento en una jaula: se les hizo mirar en un
cronó metro digital una cuenta atrá s de 360 a 0, momento en el que
recibían un doloroso electrochoque o tenían que pronunciar un
discurso improvisado, ante una cá mara, sobre «Qué me gusta y qué no
me gusta de mi aspecto físico». Este discurso era despué s puntuado
por un jurado que se basaba en el grado de franqueza y el nivel de
neurosis (al parecer, era mucho má s fá cil conseguir la aprobació n
humana en la dé cada de 1980). Su reacció n al estré s era continuamente
observada con algunas medidas implícitas, como el ritmo cardiaco y la
conductancia té rmica (que aumentan con el estré s), así como los
resultados explícitos de un «selector de ansiedad». A los participantes
se les había pedido que lo modularan para indicar su estado mental
consciente, desde el 1 («sumamente calmado») hasta el 10
(«sumamente tenso»). Tambié n se valoraron su presió n sanguínea, el
estado de á nimo declarado y la concentració n de alcohol en la sangre
(CAS) antes y despué s del experimento.
Para contrarrestar los «efectos de la expectativa» —los puntos de vista
culturales sobre có mo debería afectarte el alcohol—, los investigadores
utilizaron lo que se llama «ensayo controlado por placebo». A todo el
mundo se le sirvió una bebida con el aspecto y el sabor de un vodka con
tó nica y lima, pero a cada grupo le dijeron cosas distintas sobre lo que
beberían. Al primer grupo le dijeron que le estaban dando vodka con
tó nica, y así era; al segundo grupo le dijeron lo mismo, pero se le sirvió
tó nica sola (dada la graduació n de los có cteles empleados en el estudio,
no se podían distinguir por su sabor las bebidas con y sin alcohol). A un
tercer grupo le dijeron que le habían dado tó nica sola, pero en realidad
se le sirvió una bebida con vodka. Por ú ltimo, a un cuarto grupo le
dijeron que le habían dado un có ctel sin alcohol, y eso le sirvieron. Los
participantes que tomaron las dos versiones con alcohol (grupos
primero y tercero) acabaron con una CAS que rondaba el 0,09 por
ciento, ligeramente por encima de la tasa de alcoholemia permitida
para conducir. Durante el experimento, presentaron una menor
conductancia té rmica y mayores ritmos cardiacos, y sus niveles de
ansiedad declarados tambié n fueron má s bajos. Despué s del
experimento, su estado de á nimo declarado era mejor que el del grupo
de control. Significativamente, los efectos del alcohol se debieron por
completo a las propiedades farmacoló gicas del etanol: los participantes
del segundo grupo no mostraron efectos placebo, ni fisioló gicos ni
psicoló gicos.
Este estudio de la dé cada de 1980 ha sido corroborado desde entonces
por una ingente cantidad de literatura que demuestra el efecto
«atenuante de la reacció n al estré s» del alcohol.36 Los niveles
moderados de embriaguez reducen nuestra reacció n fisioló gica y
psicoló gica a muy diversos factores estresantes, tanto físicos (ruidos
muy altos, electrochoques), como sociales (hablar en pú blico,
conversaciones con desconocidos). Este efecto calmante se deriva del
complejo y amplio espectro de los efectos del alcohol sobre el cuerpo
humano, que comprende sus funciones estimulantes (má s energía,
ligera euforia) y las depresoras (relajació n, reducció n de la tensió n
muscular, miopía cognitiva).37
Volviendo a las ratas, el estré s debido al hacinamiento no es lo ú nico
que las hace beber. Tambié n reaccionan dá ndose a la botella tras
fracasar en las interacciones sociales. Los ratones subordinados que
fueron alojados con machos dominantes y territoriales bebieron
bastante má s alcohol que las ratas de control a las que se permitió vivir
plá cidamente a su aire, y tambié n creció su consumo de alcohol tras ser
hostigadas por los machos dominantes.38 Como Wadley y Hayden
apuntan lacó nicamente: «Es probable que el alto consumo de los
humanos se deba a situaciones similares». Podría darse perfectamente
el caso de que, como vimos en el primer capítulo, el «ennoblecimiento
bioló gico», a travé s de la fermentació n, de los granos pobres en
vitaminas y minerales fuese una bendició n para los agricultores
primitivos que intentaban subsistir con una alimentació n poco variada.
Sin embargo, fueron mucho má s importantes los efectos psicoló gicos,
«el corazó n feliz y el hígado contento», otorgados por la diosa de la
cerveza, que alivia el sufrimiento «derramando una libació n sobre el
ladrillo del destino».
Un maravilloso ejemplo de esta funció n social del alcohol lo presenta la
película El festín de Babette (1987). Trata sobre una pequeñ a y aislada
comunidad de adustos puritanos en una zona apartada en la costa
danesa. Llevan un estilo de vida austero, ascé tico y abstemio, de modo
que rehú yen el alcohol y otros intoxicantes. Sus principales alegrías son
las habituales ceremonias religiosas, moderadamente extá ticas —para
los daneses, al menos—, organizadas y presididas por su carismá tico
líder. Una vez que muere este líder, estas ceremonias se vuelven menos
cohesivas, y la comunidad empieza a fragmentarse. Se reavivan
antiguos agravios, se recuerdan desaires del pasado y los feligreses que
se juntan en la iglesia empiezan a parecerse má s a un montó n de
chimpancé s rencorosos que a unas abejas coordinadas en armonía. Lo
que acaba restableciendo la concordia en la comunidad es una noche
de bacanal, organizada por una forastera, Babette, una chef francesa
que tuvo que huir del París revolucionario. En el festín de Babette se
sirve una deslumbrante variedad de sofisticados y exó ticos platos, pero
es inevitable advertir que lo anima y riega un incesante vaivé n de
alcohol importado de primera categoría. En el transcurso de la noche,
las tensiones se relajan, se bromea y se recuperan las viejas amistades.
Es difícil pensar en un mejor retrato ficticio de la reducció n del estré s y
de los conflictos interpersonales aparejados a un aumento de la CAS
colectiva. Los humanos tienen muchas formas de ser una mente
colmena, pero el licor es sin duda la má s rá pida.
Por tanto, no es casualidad que, a pesar del afá n de las aerolíneas por
abaratar sus servicios —que pasaron de los almuerzos completos y
gratuitos de mi infancia a la actual tacañ ería de repartir bolsitas de
galletas a la clase turista—, una cosa que jamá s se abandonó fue la
disponibilidad del alcohol. Una de las formas cruciales en que los
humanos han conseguido no arrancarse una pierna unos a otros
cuando son apiñ ados en espacios pequeñ os, u obligados a trabajar
como subordinados de otros, es consumir la cantidad justa de un
intoxicante suave. Hoy en día tendemos a reservar la reducció n
química del estré s al té rmino de la jornada laboral, y relajarnos con un
par de copas en casa o en el bar. Nuestros antepasados, en cambio, se
atemperaban con unas cervezas bastante flojas comparadas con las de
hoy, y recurrían a su automedicació n durante toda la jornada laboral.
En cualquier caso, si aciertan quienes defienden que la cerveza fue
antes que el pan, el alcohol no só lo impulsó la creació n de la
civilizació n, al motivar a los primeros agricultores a establecerse y
producir grano para su fermentació n, sino que tambié n les
proporcionó una inestimable herramienta para lidiar con el estré s
psicoló gico que trajo consigo este cambio radical de estilo de vida.39

El apretón de manos químico: in vino veritas


En el capítulo anterior, hablamos sobre la ubicuidad, en los asuntos
humanos, de las relaciones basadas en la confianza, y de có mo el
compromiso emocional puede permitirnos resolver dilemas de
cooperació n de otro modo inextricables. Aprender a confiar en los
demá s es fundamental para el primate que vive en comunidad. Sin
embargo, una cosa que no dijimos es que las relaciones de
compromiso, a pesar de sus beneficios obvios, son vulnerables a una
singular forma de deserció n: la hipocresía. Si puedo fingir un
compromiso contigo —interpretando el numerito de atarme al má stil
como Odiseo, pero sin anudar las maromas—, puedo cosechar todos
los beneficios del compromiso sin pagar ninguno de los costes. En el
contexto del dilema del prisionero —el problema de cooperació n que
describimos en dicho capítulo—, a mí me caía una sentencia de só lo un
mes, mientras que tú te pudrías en la cá rcel tres añ os. Tú me ayudas a
trasladar mi sofá , pero yo sufro una misteriosa lesió n en la espalda, o
tengo los neumá ticos desinflados, cuando toca trasladar el tuyo.
Para poder disfrutar de los beneficios de ser sinceramente
comunitarios, por tanto, los humanos han aprendido a confiar, pero no
de forma indiscriminada. Esta necesidad ha impulsado el desarrollo de
diversas capacidades para evaluar la sinceridad y confiabilidad de los
demá s, lo que incluye saber interpretar sus expresiones microfaciales,
su tono de voz y su lenguaje corporal.40 La investigació n muestra que
calibramos y evaluamos la confiabilidad de los demá s casi al instante.
Un estudio reveló que los sujetos juzgaban la confiabilidad de los
rostros al cabo de cien milisegundos, y que esos juicios no cambiaron
ni siquiera cuando se les dio má s informació n o má s tiempo.41 Esta
tendencia a catalogar de inmediato a las personas como posibles
cooperadores, o lo contrario, se manifiesta en una fase muy temprana
del desarrollo; los niñ os de má s de tres añ os clasifican rá pida y
fá cilmente los rostros como «malos» o «buenos».42 Estas valoraciones
instintivas persisten entre las diferentes culturas y tienen un papel
sorprendentemente destacado incluso en los contextos formales, como
en las causas judiciales o las elecciones políticas, donde lo esperable
sería que las personas se rigieran por criterios má s abstractos y
racionales.
La valoració n de las primeras impresiones tambié n es importante en
los problemas de cooperació n negociadora en los juegos de bienes
pú blicos, como el dilema del prisionero. En un experimento,43 se
permitió que varias parejas de desconocidos interactuaran durante
treinta minutos antes de jugar una sola vez al dilema del prisionero en
que se ofrecía un incentivo para hacer trampas. Las parejas
cooperativas se tomaban mutuamente la medida y procedían a resolver
el dilema, obteniendo el mejor resultado general. Curiosamente, los
desertores tambié n podían detectar si sus socios eran propensos a la
deserció n, y dejaban de cooperar; hubo pocos casos de discordancia, en
que un desertor lograra aprovecharse de un cooperador. Este resultado
se ha reproducido con éxito muchas veces, y las predicciones correctas
parecen basarse en las pistas implícitas derivadas de las expresiones
faciales, el lenguaje corporal y el tono de voz.44
Cuando se trata de decidir si confiar o no en alguien, preferimos
basarnos en pistas como la expresió n emocional y el lenguaje corporal
sutil, porque, en té rminos relativos, son independientes del control
consciente. Sabemos, al menos implícitamente, que hemos de tener un
ojo puesto en la CPF, el lugar del cá lculo frío y el interé s propio, así que
somos, de forma intuitiva, má s propensos a basar nuestras
valoraciones de la confiabilidad en señ ales que escapen de su control.
Las emociones acceden directamente a nuestra cognició n caliente e
inconsciente. Tienden a surgir sin aviso y son muy difíciles de
controlar, como sabe bien cualquiera que intente disimular una sonrisa
natural o la cara de espanto.
La idea de que las expresiones emocionales faciales son sinceras y
difíciles de fingir se remonta hasta Charles Darwin en la literatura
moderna, aunque los pensadores de la China y la Grecia antiguas ya
eran conscientes de esta funció n comunicativa de las emociones.45 Las
personas pueden identificar y clasificar con rapidez y precisió n las
emociones que observan en las demá s,46 y es difícil evitar el filtraje en
las expresiones faciales o tonos de voz.47 Somos expertos en distinguir
las sonrisas genuinas y las risas espontá neas de las sonrisas y risas
forzadas. De hecho, en estos dos tipos de expresió n intervienen
diferentes sistemas musculares y vocales,48 y los primeros está n
mucho menos sujetos al control consciente. En los juegos de bienes
pú blicos de la vida real, las personas confían má s —arriesgan má s y,
por tanto, se benefician má s— cuando interactú an con socios que
sonríen de verdad, y no de manera forzada.49 Tras una deserció n, las
personas son má s propensas a perdonar y confiar en un socio
arrepentido que se sonroja, ya que el sonrojo es una típica reacció n
involuntaria.50
En un inquietante pero elegante estudio,51 la psicó loga Leanne ten
Brinke y su equipo codificaron una serie de vídeos, tomados de la vida
real, en los que aparecían una serie de personas que, de forma emotiva,
rogaban al pú blico informació n que pudiera ayudar a traer de vuelta a
un familiar perdido. En la mitad de los casos, estaban mintiendo, y
fueron condenadas má s tarde, sobre la base de una apabullante
cantidad de pruebas materiales, por haber asesinado al familiar en
cuestió n. Sin saber de qué personas se sabría despué s que habían
fingido su aflicció n, los participantes fueron capaces de señ alarlas
concentrá ndose en los grupos de mú sculos faciales que son difíciles de
controlar de forma consciente. En los asesinos, se activaban menos los
verdaderos «mú sculos de la pena» (corrugador superciliar, depresor
del á ngulo de la boca), y se activaban má s los mú sculos relacionados
con las sonrisas falsas (cigomá tico mayor) y los intentos conscientes
de parecer tristes (occipitofrontal).
Por tanto, el cerebro vincula la confiabilidad con la autenticidad y
espontaneidad percibidas en una señ al emocional.52 Esto tiene su
ló gica. Desconfiamos de las personas que parecen carecer de
emociones o fingirlas. Por utilizar nuestra analogía de Odiseo y las
sirenas, estas personas no se han atado al má stil, o lo han hecho con las
maromas aflojadas. El prejuicio contra Mr. Spock respecto al capitá n
Kirk lo han validado recientes trabajos experimentales que indican que
las personas cooperan má s en los juegos de bienes pú blicos cuando se
las obliga a decidir rá pidamente o se les dice que se fíen de su
intuició n.53 Decirles que reflexionen, u obligarlas a que se tomen su
tiempo para decidir, saca a la palestra al chivato racional y genera má s
trampas a costa del bien pú blico. Hay una buena razó n por la cual los
sistemas religiosos y é ticos, en todos los lugares y é pocas, han
vinculado la espontaneidad y la autenticidad con la confiabilidad moral
y el carisma social.54
Nuestra capacidad para deshacernos de los hipó critas es, por tanto,
una parte fundamental de la vida humana comunitaria, y se nos da
bastante bien identificar enseguida a los posibles socios. Así, parece
que los humanos han solucionado este peligro esencial en la vida
comunitaria —el riesgo de que los hipó critas parasiten el compromiso
— mediante un ingenioso truco evolutivo: prestar atenció n a las
señ ales emocionales inconscientes. Ú salas para tomarles la medida a
los posibles socios y alé jate sin má s de quienes te parezcan poco
fiables.
Por desgracia, la evolució n nunca descansa. Cuando los leones son má s
rá pidos y capaces de cazar a las gacelas, só lo las gacelas má s rá pidas
sobreviven, y poco a poco va creciendo la velocidad de las gacelas.
Ahora só lo los leones má s rá pidos logran atrapar a su presa, lo que
genera una nueva presió n para que los leones sean má s rá pidos, y así
sucesivamente. Se puede ver este tipo de carreras armamentísticas
evolutivas en todo el mundo bioló gico,55 y son típicamente el motor
que impulsa el desarrollo de rasgos extremos.
Uno de esos rasgos es precisamente la capacidad humana de detectar
la insinceridad. Aunque damos por sentado que sabemos distinguir si
el vendedor de perritos calientes resulta poco fiable, o si nuestro hijo
está mintiendo cuando dice que ha paseado al perro, a un chimpancé le
asombraría nuestra capacidad para adivinar los pensamientos ajenos;
le parecería cosa de magia. Los chimpancé s parecen capaces de emitir
señ ales muy bá sicas sobre su estado mental,56 pero nuestra capacidad
de transmitirnos unos a otros una variedad tan amplia de
pensamientos, emociones y rasgos de personalidad con un leve arqueo
de la ceja, el tono de voz o la contracció n de la boca no tiene parangó n
en el mundo animal. Posee todos los sellos distintivos de un rasgo
extremo propiciado por una carrera armamentística evolutiva.
Cuando vemos a los rapidísimos antílopes cruzar como flechas las
llanuras de Amé rica del Norte, deducimos que su velocidad obedece a
la presencia de depredadores casi igual de rá pidos; en el caso de los
antílopes norteamericanos, en realidad se trata de los «fantasmas» de
los depredadores, como los leones y los guepardos, que se extinguieron
en la regió n hace miles de añ os.57 Nuestra capacidad para detectar
mentiras, aparentemente sobrenatural, fue motivada asimismo por la
correspondiente capacidad para engañ ar. Los humanos somos unos
mentirosos de primera y llevamos milenios perfeccioná ndonos. Los
antílopes que hoy son má s rá pidos prosperan, al menos en parte,
porque pueden controlar voluntariamente los sistemas musculares que
por lo general no está n sujetos al control consciente. El actor y director
Woody Allen, por ejemplo, pertenece al reducido grupo de personas que
pueden controlar una serie de mú sculos de la frente y poner esa
expresió n, tan característica de é l, que viene a decir: «Sé que piensas
que he hecho algo malo o que soy un idiota, pero en realidad es que
só lo soy un incomprendido». Ser capaces de poner esa cara a capricho,
sobre todo cuando los demá s só lo pueden hacerlo de forma
espontá nea, resulta francamente ú til.58 Los políticos carismá ticos,
como Bill Clinton, parecen capaces de convencerse a sí mismos —de
manera temporal pero genuina— de que su interlocutor en cada
momento, quizá un pequeñ o empresario preocupado por los
impuestos, es la ú nica persona del mundo que les importa, y le dedican
su aparente atenció n plena, aunque una parte de su cerebro pueda
estar fijá ndose en un destacado donante que está al otro lado de la sala.
Existen algunos indicios de que los psicó patas, los má ximos desertores
sociales, son capaces de impedir los filtrajes emocionales genuinos,59
lo que contribuye a su espeluznante capacidad para mentir con toda la
frialdad.
En el lado del leó n, las pitonisas son seguramente la vanguardia de los
detectores de tramposos. Cuando te cogen la mano, te miran a los ojos
y te hacen preguntas, primero vagas y despué s cada vez má s precisas,
se está n aprovechando de sutiles expresiones y leves reacciones para
poder afinar el tiro: has perdido hace poco a un familiar y eres
terriblemente infeliz en el trabajo. Esto le parece magia a la gente
comú n, como tambié n se lo parecería a un chimpancé si viera a un
humano normal y corriente adivinar los pensamientos de otros. El
escritor de ciencia ficció n Arthur C. Clarke dijo una vez que cualquier
tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia
para los no iniciados. Lo mismo ocurre con los rasgos extremos que
son exacerbados por las desenfrenadas carreras armamentísticas
evolutivas.
Para nuestra historia sobre el alcohol, algo de fundamental importancia
es que las culturas no son espectadoras ajenas en esta competició n
entre tramposos y detectores de tramposos. Las culturas se benefician
cuando los individuos que forman parte de ellas son capaces de
resolver los dilemas del prisionero y otros problemas de cooperació n,
de modo que tienen su propio interé s en torcer discretamente la
balanza a favor de los detectores de tramposos. Lo hacen apuntando a
una rendija en la armadura del tramposo: hacer trampas o mentir
requiere control cognitivo. Cuando está s diciendo la verdad o
expresando una emoció n genuina, es fá cil y no requiere esfuerzo
parecer honrado o sincero; componer una mentira o fingir una
emoció n sí requiere esfuerzo y atenció n. Si quieres poné rselo má s
difícil a los mentirosos, un prometedor mé todo sería regularles a la
baja el control cognitivo y aprovechar esa debilidad. Lo ideal sería que
lo hicieses en cualquier ocasió n social importante donde hacer
trampas pueda ser un motivo de preocupació n, y de manera discreta.
No puedes usar estimuladores magné ticos transcraneales. Y un punto
extra si encima te lo pasas bien y haces que los demá s esté n má s
contentos y se concentren má s en las personas a su alrededor.
Ya te imaginas a dó nde quiero ir a parar con esto. Si he dedicado mucho
tiempo a la diná mica evolutiva del compromiso y la detecció n de los
tramposos es porque la amenaza que representan los hipó critas y los
falsos amigos es de tipo existencial para cualquier comunidad. Por eso,
ayudar a desenmascarar a los fingidores y solidificar así la confianza
interpersonal es una funció n fundamental que los intoxicantes han
cumplido en la civilizació n humana.60 Hay una muy buena razó n por la
cual, en sociedades tan distintas como las de Grecia y China en la
Antigü edad, la Europa medieval y las islas del Pacífico en la Prehistoria,
no hubo acto pú blico con personas potencialmente hostiles que no
incluyera una abundante cantidad de intoxicantes.
En un texto chino del siglo III a. C. descubierto hace poco, escrito en
tablillas de bambú , se leen estas evocadoras palabras: «La armonía
entre los Estados se propicia bebiendo vino».61 En la China antigua, no
se alcanzaba ningú n acuerdo político sin que antes los participantes
alteraran voluntariamente su cerebro con unas puntuales y precisas
dosis de neurotoxina líquida. El historiador romano Tá cito apuntó que,
en las tribus bá rbaras de Germania, todas las decisiones políticas o
militares debían someterse a la opinió n de la comunidad
emborrachada:
Es en sus banquetes donde deliberan sobre la reconciliació n de los enemigos, el establecimiento de
alianzas familiares, la elecció n de los jefes y, al final, incluso sobre la paz y la guerra, porque en
ninguna ocasió n está el ánimo más abierto para los pensamientos sinceros o más enardecido para
los más trascendentes. Gente nada astuta y sin doblez abre todavía más los secretos de su corazó n
por el ambiente relajado que proporciona el lugar; la mente de todos permanece franca y sin velos.
Se continú a al día siguiente [...]; deliberan cuando no saben fingir, deciden cuando no pueden
errar.62

A pesar de la condescendencia de Tá cito, que tacha de prá ctica


primitiva y bá rbara el consumo de alcohol a modo de suero de la
verdad, los griegos y los romanos de la Antigü edad tambié n hacían
mucho uso de dicha funció n. De hecho, si bien la idea de que la
embriaguez revela el «verdadero» yo es antigua y universal, quizá la
expresió n má s famosa que la plasma provenga del latín: in vino veritas
[en el vino está la verdad]. Este vínculo percibido entre la sinceridad y
la embriaguez se remonta a los griegos, para quienes mezclar «vino y
verdad» era una perogrullada. «Se consideraba altamente sospechosa
la sobriedad inapropiada. Algunas dotes, como la oratoria, só lo se
podían ejercer bajo los efectos del alcohol. Las personas sobrias eran
unas desalmadas: meditaban antes de hablar, y tenían mucho cuidado
con lo que decían, y, por tanto [...] en realidad les traía sin cuidado el
asunto del que hablaban», señ ala Iain Gately.63 Una frase de El banquete,
de Plató n, dice: «El vino y los niñ os son los que dicen la verdad», una
elocuente equiparació n del tipo de disfunció n de la CPF que comparten
los niñ os y los borrachos.
Dado que las palabras que se dicen en estado de embriaguez son
sinceras, se les ha concedido histó ricamente má s valor que a lo
transmitido por el taimado, controlado y calculador yo. En la Grecia
antigua, los juramentos hechos bajo los efectos del vino eran
considerados especialmente sagrados, fiables y convincentes.
Asimismo, los vikingos sentían una veneració n casi mística por los
juramentos hechos tras beber —mucho— de una «copa de la promesa»
sagrada; en la Inglaterra isabelina y de los Estuardos, se sospechaba de
los discursos pú blicos si no se acompañ aban de un brindis con
alcohol.64
Mi ejemplo favorito de la funció n propiciatoria de la verdad y la
confianza que desempeñ a el alcohol es ficticio, y es de la serie de
televisió n Juego de tronos. En el famoso episodio sobre la «boda roja»,
dos clanes rivales han superado sus diferencias, aparentemente, y
acceden a unirse contra su enemigo comú n. Como acostumbran a hacer
los humanos, se celebra y afianza este acuerdo de cooperació n con un
banquete bien surtido de alcohol. En pleno jolgorio, un sirviente
empieza a servirle má s vino a lord Bolton, un personaje muy poco de
fiar, pero é l tapa la copa con la mano. Cuando el que está a su lado,
borracho, le pregunta con incredulidad por qué no bebe, Bolton dice
secamente: «Nubla los sentidos», a lo que replica risueñ amente el
borracho: «¡De eso se trata!». En efecto, de eso se trata. Como sabe
cualquier seguidor de Juego de tronos, lord Bolton es un desertor típico
y mantiene la mente despejada para poder orquestar el asesinato a
sangre fría de todos sus «amigos» borrachos. La lecció n a aprender es:
no pierdas de vista al que no esté participando en los brindis.
El alcohol es la tecnología má s utilizada para sacar a relucir la verdad,
pero es elocuente que, en las regiones sin alcohol, otros intoxicantes
desempeñ en una idé ntica funció n. Los primeros exploradores
europeos en el Pacífico contaron que habían sido calurosamente
recibidos —y objeto de escrutinio para determinar si representaban
una amenaza— con banquetes donde la kava era la protagonista.65
Hasta la fecha, ningú n consejo de aldea fiyiano puede iniciar sus
deliberaciones hasta que todos los presentes esté n debidamente
colocados con kava. Asimismo, en las tribus de los bosques y las
Grandes Llanuras de Amé rica del Norte, los caciques rivales resolvían
las disputas y ponían fin a los conflictos ante el calumet o «pipa de la
paz», popularizada má s tarde en los westerns de Hollywood. Lo que se
omitía flagrantemente en estas recreaciones cinematográ ficas era el
intenso efecto intoxicante de la mezcla alucinó gena que fumaban. «Las
costumbres dictaban que, si el calumet era ofrecido y aceptado, el acto
de fumar hacía que cualquier compromiso adoptado fuese sagrado e
inviolable. Se creía que cualquiera que vulnerara este acuerdo nunca
podría escapar del castigo», señ ala el historiador de la religió n
americana Robert Fuller.66
El hecho de que, cuando el alcohol sale de la ecuació n, intervengan
otros intoxicantes químicos para desempeñ ar la misma funció n es un
só lido indicio contra cualquier teoría del pirateo o la resaca. A pesar de
carecer de las nociones de la neurociencia o la psicología social
modernas, las culturas, en todas las é pocas y lugares, han sabido
implícitamente que la mente del individuo —sobria, racional y
calculadora— es un obstá culo para la confianza social. Por eso es
comú n que emborracharse, y a veces mucho, fuese obligatorio en las
ocasiones sociales importantes, los acuerdos de negocios y los rituales
religiosos. Un poema de la China antigua, perteneciente al Libro de las
odas, dice:
Empapado yace el rocío;
hasta que salga el sol no se secará.
Largos son los tragos que bebemos por la noche;
hasta que estemos borrachos no nos iremos a casa.67
La festividad judía de Purim, que conmemora la victoria de Mardoqueo
sobre el genocida Amá n, manda asimismo que quienes la celebran se
emborrachen tanto que no puedan distinguir entre «maldito sea
Amá n» y «bendito sea Mardoqueo».
Del mismo modo que nos saludamos estrechá ndonos la mano para
mostrar que no llevamos un arma física, la intoxicació n comunitaria
nos permite desarmarnos cognitivamente en presencia de los demá s.
Al dé cimo brindis de licor de sorgo en un banquete chino, o a la ú ltima
ronda de vino en un simposio griego, o al final de Purim, los asistentes
han dejado sus CPF en la mesa, mostrando su indefensió n cognitiva.
É sta es la funció n social en la que pensaba Henry Kissinger cuando,
supuestamente, le dijo al dirigente chino Deng Xiaoping: «Creo que si
bebemos el suficiente moutai podremos solucionar cualquier cosa».68
Por tanto, la intoxicació n ha desempeñ ado la funció n vital de ayudar a
los humanos a superar los dilemas de cooperació n que impregnan la
vida social, en especial en las grandes sociedades. Para que los grupos
dejen atrá s las sospechas y las dudas, nuestra astuta mente consciente
ha de ser paralizada, al menos temporalmente, y una dosis saludable de
intoxicante químico es la manera má s rá pida, eficaz y agradable de
lograr ese objetivo.

Las vomitonas y la exaltación de la amistad


La sociabilidad gira en torno a la confianza. De modo que no es de
extrañ ar que los sueros de la verdad hayan servido siempre como
potente símbolo de cooperació n social y armonía. En la antigua
Mesopotamia, la singular forma de las cubas de cerveza simbolizaba las
interacciones sociales en general.69 Los rituales de la China primitiva,
ya fuesen para alcanzar la armonía entre la gente, o entre los vivos y sus
antepasados, se organizaban en torno al alcohol, cuya parafernalia
dominaban unos sofisticados recipientes de bronce para beber. El
alegre anuncio «¡Los espíritus está n borrachos!» en una oda antigua
festeja el amparo de los antepasados y el establecimiento de la armonía
entre los vivos y los muertos. Los banquetes y las sesiones de bebida,
en todos los lugares y é pocas, han hermanado a desconocidos, unido a
clanes en discordia, acabado con disputas y facilitado la creació n de
nuevos lazos sociales. Nuestra palabra del inglé s moderno bridal
[nupcial], por ejemplo, proviene del inglé s antiguo bryd ealu, la
«cerveza nupcial» que se intercambiaban los novios para sellar su
matrimonio y, sobre todo, el nuevo lazo entre sus familias.70
El antropó logo Dwight Heath, pionero del estudio de la funció n social
del alcohol, señ ala que siempre ha sido un factor fundamental para
crear lazos en situaciones en que se necesita que personas, de otro
modo aisladas, se lleven bien: los marineros en el puerto, los leñ adores
que acaban de salir del bosque, los vaqueros en la taberna.71 Industrial
Workers of the World [Trabajadores Industriales del Mundo] fue un
sindicato de principios del siglo XX que necesitaba resolver un grave
problema de bienes pú blicos: conseguir que trabajadores de etnias
diversas, suspicaces unos con otros, con diferentes oficios y bagajes
culturales, dejaran a un lado sus estrictos intereses personales y
formaran un frente unido en las negociaciones colectivas con los
propietarios capitalistas, donde se jugaban mucho. Recurrieron al alto
consumo de alcohol, la mú sica y los cantos, como se refleja en el apodo
por el que hoy se los conoce, los Wobblies [Tambaleantes], seguramente
porque iban de taberna en taberna dando tumbos.72 A estos
«tambaleantes» bebidos y cantarines, con su lema «Herir a uno es
herirnos a todos», les fue bastante bien: consiguieron unir a 150.000
trabajadores de diversos sectores y bastantes concesiones de los
patronos.
En muchas culturas, las borracheras é picas tambié n sirven a un
propó sito militar. Para las tribus medievales celtas, anglosajonas y
germanas, las grandes fiestas perió dicas con alcohol ayudaban a la
cohesió n interna y entre los guerreros y sus señ ores, y el intercambio
de alcohol era un potente símbolo de lealtad y compromiso.73 Antes
dijimos que George Washington, a pesar de haber derrotado a un
ejé rcito hessiano aprovechá ndose de que estaban borrachos,
consideraba que el alcohol era un componente tan importante del
esprit de corps del ejé rcito que instó al Congreso a establecer destilerías
pú blicas para mantener al flamante ejé rcito de Estados Unidos bien
surtido de bebida. Federico el Grande de Prusia escribió en 1777 una
diatriba contra el nuevo —y, a su juicio, peligroso— há bito de beber
café en vez de cerveza:
Es repugnante ver que aumenta la cantidad de café que consumen mis sú bditos, y la cantidad de
dinero que en consecuencia sale del país. Todo el mundo bebe café; y hay que impedirlo. Su
Majestad se crio con cerveza, y también sus antepasados y sus oficiales. Son muchas las batallas
que han librado y ganado los soldados nutridos con cerveza, y el rey no cree que se pueda confiar
en que los soldados que só lo beben café soporten las penurias si hubiera otra guerra.74

Tambié n se han consumido otros intoxicantes químicos para crear los


intensos vínculos sociales que necesitan los guerreros. Uno de los
primeros misioneros españ oles en el Nuevo Mundo se percató de que
algunos grupos indígenas consumían peyote antes de partir a la guerra:
«Les da coraje para el combate, ponié ndolos al abrigo del temor, de la
sed y del hambre».75 Es probable que fuesen sustancias psicodé licas lo
que propiciara el ardor guerrero de los legendarios berserkers de la
leyenda nó rdica;76 y los temibles asesinos de la antigua Persia —los
hashashiyyin (persa) o hashshāshīn (á rabe)— toman su nombre del
intoxicante que les confería su espíritu guerrero, el hachís.
Una pauta comú n en diferentes culturas es que la bebida se asocia má s
con los hombres que con las mujeres. En las culturas donde beben
tanto hombres como mujeres, son ellos los que tienden a beber
bastante má s. Es casi seguro que aquí influyen algunos factores
fisioló gicos.77 Los hombres, de media, son físicamente má s grandes y,
por tanto, necesitan má s alcohol que las mujeres para conseguir el
mismo efecto fisioló gico. Sin embargo, es probable que pese má s otro
factor: en las sociedades tradicionalmente patriarcales, los hombres
son los principales actores en la vida pú blica y política, y quienes má s a
menudo tienen que superar dilemas de cooperació n con desconocidos
potencialmente hostiles.78 En las sociedades indígenas
contemporá neas de los Andes, por ejemplo, el antropó logo Justin
Jennings escribió : «el consumo de alcohol se asocia má s a los hombres
que a las mujeres [...]. Aunque ambos sexos beben, la relació n de un
hombre con otro se afirma mediante el acto de beber. Su capacidad de
aguantar su licor lo señ ala como hombre, y es a travé s del alcohol como
“se sellan amistades y acuerdos y se confirman los
hermanamientos”».79
En la obra clá sica de la antropología escrita por Dwight Heath80 sobre
el apartado pueblo camba del Amazonas boliviano, se documenta có mo
los hombres consumen abundante alcohol, a menudo hasta perder la
consciencia, para potenciar su solidaridad social y superar conflictos
interpersonales. Los que vomitan juntos permanecen juntos.
Por eso, a los desconocidos se los suele recibir con abundantes
cantidades de alcohol. Superar con éxito una noche cargada de alcohol
es tal vez la mejor manera de ser aceptado en un nuevo entorno social.
El antropó logo William Madsen, tras realizar un trabajo de campo en el
México rural, enfadó a una multitud cuando lo vieron tomar fotos en
una de sus ceremonias religiosas. Acorralado contra la pared a punta de
machete por un grupo de hombres emborrachados con pulque, una
cerveza de agave tradicional, se libró só lo porque un anciano de una
aldea vecina, donde Madsen había estado, dijo: «Soltad a nuestro
amigo. No es un extrañ o. Ha bebido nuestro pulque». Los machetes
desaparecieron de inmediato, y todos se sentaron a beber pulque
juntos.81 Compartir la bebida amplía el círculo de pertenencia y
confianza. Es significativo que el Có digo de Hammurabi, quizá nuestro
documento jurídico má s antiguo, encomienda a los taberneros que
denuncien las conspiraciones tramadas al calor de unas pintas de
cerveza, so pena de muerte.82 El profundo poder de unió n del alcohol es
una herramienta que les viene muy bien a los aspirantes a rebeldes o
revolucionarios.
No compartir el alcohol, o no aceptar una copa ofrecida, es, por tanto,
un grave acto de rechazo u hostilidad. Puede incluso ocasionar el
castigo divino. Jennings da cuenta de un mito de principios del siglo XVII
sobre un dios peruano que puso a prueba la virtud de una comunidad
aparecié ndose en uno de sus banquetes encarnado en un forastero
pobre y hambriento. Só lo un hombre se percató de é l y lo acogió
ofrecié ndole bebida. Cuando por fin el dios se identificó y desató su ira
sobre los egoístas invitados del banquete, só lo se libró este hombre.83
Asimismo, negarse a aceptar una bebida ofrecida se considera a
menudo una grave ofensa. En los albores de la Alemania moderna, por
ejemplo, «rechazar una copa ofrecida como gesto de compañ erismo
era una afrenta al honor que podía llevar a los hombres de todos los
niveles de la sociedad alemana a sacar su espada, a menudo con
resultados fatales».84 Tambié n podía tener funestas consecuencias
rechazar un trago ofrecido en un saloon del salvaje Oeste americano.
Dada la intensidad y la autenticidad que se atribuyen a la confianza y
los lazos trabados con alcohol, renegar de una promesa sellada con
vino o cerveza es un tipo de traició n especialmente impactante. El
arqueó logo Piotr Michalowski pone un ejemplo muy desagradable de la
antigua Sumeria, narrado en una carta de queja dirigida a un rey que
seguía manteniendo relació n con una persona llamada Akin-Amar:
«¿Acaso no es ese hombre Akin-Amar mi enemigo, y enemigo de Su Majestad? ¿Por qué sigue
gozando del favor de Su Majestad? Una vez, ese hombre estaba con Su Majestad, y bebió de la copa
y la alzó (a modo de saludo). Su Majestad lo creyó uno más de sus hombres, lo vistió y le dio un
tocado [ceremonial]. Pero él se desdijo y defecó en la copa de la que había bebido. ¡Es hostil a Su
Majestad!». Es una imagen muy expresiva, desde luego. A uno no se le ocurre mayor insulto que
revertir simbó licamente el acto de beber por medio de la defecació n. Esto no es más que un atajo
metafó rico de la destrucció n de todo un sistema simbó lico establecido mediante complejas
ceremonias de bienvenida e intercambios de regalos semirritualizados.85

Es otra forma de revertir un brindis, sin duda. Akin-Amar pudo haber


ensuciado su lujoso tocado para mandar el mismo mensaje, pero lo
explicita mucho má s atentando contra el vínculo creado mediante el
acto de beber en comunidad.
En muchas sociedades, si no en todas, la embriaguez no só lo sirve para
crear lazos entre personas potencialmente hostiles, sino que tambié n
se considera un rito de paso colectivo, una prueba del cará cter de cada
cual. La capacidad de tolerar el alcohol es señ al de una mayor
confiabilidad general, o incluso de má s virtud moral. Una de mis frases
favoritas sobre Confucio, que encontré al final de un largo relato sobre
lo quisquilloso que era con todo lo que comía y bebía, es: «A lo ú nico
que no ponía límites era el vino».86 Que Confucio pudiera beber por
placer, pero nunca cayera en la indisciplina, es una muestra de su
sabiduría. Só crates era alabado por mantenerse despabilado a pesar de
participar, como cualquier ateniense de pro, en las maratones
alcohó licas pú blicas. «Beberá cualquier cantidad que se le ofrezca, y
aun así nunca estará ebrio», escribió Plató n.87 De hecho, para los
griegos, los simposios —noches en las que se bebía vino, dirigidas por
un «simposiarca» que marcaba el ritmo en el que se bebía— servían
para «poner a prueba a las personas, una piedra de toque del alma,
asequible e inocua comparada con poner a prueba a las personas en
situaciones donde un fallo moral podría provocar un dañ o grave».88
La sinó loga Sarah Mattice señ ala que la China y la Grecia antiguas
combinaban la exigencia de que los adultos bebieran —al menos los
varones— con la expectativa de que fuese una oportunidad para
mostrar contenció n y virtud en circunstancias poco propicias para ello.
En la China antigua, «a menudo se consideraba una ofensa que uno no
se emborrachara, pero, por otro lado, uno no podía trastabillar,
digamos, porque eso afectaba al mantenimiento de unas relaciones de
deferencia». En cuanto al simposio griego:
Bajo la direcció n de un simposiarca sobrio —que observaba el carácter de todos los participantes
—, a los ciudadanos se les daba la oportunidad de probarse a sí mismos ante el deseo de sucumbir a
los placeres, precisamente cuando menor autocontrol tienen. Al beber vino y estar presentes en
una situació n donde tiende a imponerse la impudicia, los ciudadanos pueden desarrollar
resistencia a la conducta inmoderada y, por tanto, su carácter. Además, como [...] los simposios
eran actos pú blicos, también brindaban la oportunidad de observar y poner a prueba la virtud de
los ciudadanos.89

Si participar en sesiones de bebida comunitarias merma tu capacidad


para mentir, aumenta tu sentido de conexió n con los demá s y te
permite poner a prueba tu cará cter latente, entonces es comprensible
por qué se suele sospechar de los abstemios. «Bebedor de agua» se
utilizaba como insulto en la Grecia antigua. Desde la Antigü edad,
abstenerse de participar en los frecuentes brindis rituales que salpican
los banquetes chinos tradicionales ha sido un acto de descortesía casi
inconcebible, que provocaba la inmediata expulsió n de la sociedad
civilizada. Este vínculo entre la bebida y la camaradería sigue siendo
muy fuerte en las culturas de todo el mundo. El antropó logo Gerald
Mars, en un estudio sobre la diná mica social de un grupo de
estibadores de Terranova, escribe: «Cuando en las primeras fases del
estudio de campo le pregunté a un grupo de estibadores por qué a un
hombre casado, joven, en buena forma y trabajador —cualidades todas
ellas bien consideradas en un compañ ero de trabajo— no lo veían
como a uno de los suyos, la respuesta fue que era un “tipo solitario”.
Cuando quise saber en qué aspectos lo era, me dijeron: “No bebe; a eso
me refiero con ‘solitario’”».90
Encontramos patrones similares en las culturas donde otros
intoxicantes han suplido la funció n del alcohol. En Fiyi, John Shaver y
Richard Sosis observaron que los hombres que má s kava bebían
adquirían prestigio en la comunidad, y los bebedores habituales
cooperaban má s estrechamente en los trabajos de horticultura
colectiva. Los hombres que padecían kanikani, una desagradable
enfermedad de la piel provocada por el consumo excesivo de kava, eran
respetados y considerados los verdaderos «hombres de la aldea», que
defendían los valores de la aldea y se adecuaban a las expectativas
sociales. Estos dos antropó logos plantean que los beneficios sociales y
reproductivos que recaen sobre estos hombres como resultado de su
prestigio basado en la kava deben de pesar má s que los considerables
costes fisioló gicos, má s obvios.91 Por el contrario, los hombres má s
moderados al beber, o que directamente rehuían las ceremonias de
kava, eran vistos con sospecha y excluidos de muchas actividades
comunitarias.
Las funciones sociales de la intoxicació n se resumen bien en las
reflexiones del clasicista Robin Osborne sobre el antiguo simposio
griego:
La intoxicació n no era algo que simplemente se tolerara en los demás por los placeres que
procuraba a uno mismo. La intoxicació n también revelaba a la verdadera persona, y unía al grupo.
Bajo los efectos del alcohol, [...] afrontaban la pregunta sobre cuál era su orden del mundo y qué
lugar ocupaban en él; los que luchaban —y morían— juntos establecían su confianza mutua
retándose a que el vino revelara quiénes eran y qué valoraban.92

Es en este contexto como se ha de entender tambié n la afirmació n de


Ralph Waldo Emerson sobre el papel de la humilde manzana en los
comienzos de la sociedad estadounidense: «Los hombres serían má s
solitarios, y tendrían menos amigos y apoyos, si la tierra produjera só lo
las ú tiles cosechas de maíz y patata [y] nos negara esta fruta decorativa
y social».93 Los manzanos en flor nos daban belleza; su fruto, sidra y
applejack. Por tanto, má s allá de la utilidad obvia del maíz y la patata,
muy respetables, Emerson observó una funció n má s sutil de la belleza y
la intoxicació n, igual de importante para nosotros, simios sociales, que
el pan y las patatas.

El éxtasis líquido y la mente colmena


La sobriedad disminuye, discrimina y dice no; la embriaguez expansiona, integra y dice sí. Es de
hecho la gran estimuladora de la funció n del Sí en el hombre. Lleva al creyente desde la periferia
fría de las cosas hasta su corazó n radiante. Lo convierte por un momento en uno con la verdad.
WILLIAM JAMES94

La palabra éxtasis proviene del griego ek-stasis, o, literalmente, «estar


fuera de sí mismo». Ademá s de posibilitar que individuos
potencialmente hostiles confíen unos en otros y se tengan mayor
simpatía, los niveles extremos de intoxicació n —sobre todo cuando se
combinan con la mú sica y el baile— pueden ser una herramienta para
borrar las distinciones entre el yo y el otro. Ese abandonarse que
produce la ebriedad sirve como señ al cultural para indicar que uno se
ha identificado plenamente con el grupo o ha sido absorbido por é l. Guy
Duke, al escribir sobre el consumo de chicha en las culturas
tradicionales de los Andes, observa:
En los Andes, la embriaguez en pú blico era un aspecto central de la vida religiosa y social [...]. La
intoxicació n era vista como un medio para conectar más profundamente con el plano espiritual, y
no se llevaba a cabo ningú n ritual sin que se incitara a los participantes a la intoxicació n [...]. La
finalidad era emborracharse tanto como fuese posible, y exhibir la ebriedad de uno como una señ al
de su inmersió n en la ceremonia [...]. No só lo se buscaba esa embriaguez en los rituales pú blicos,
sino que en muchos casos era obligatoria.95

En una muestra de 488 pequeñ as sociedades de las que existen relatos


antropoló gicos relevantes, Erika Bourguignon descubrió que el 89 por
ciento instituyó prá cticas rituales diseñ adas para producir estados de
disociació n o trance extá tico, típicamente mediante danzas, cantos y la
intoxicació n química colectiva.96
Hace mucho tiempo que la literatura antropoló gica viene dando cuenta
de la extendida funció n de los dos primeros, las danzas y los cantos,
para producir una comunió n extá tica.97 «Mientras el que danza se
pierde dentro del baile, al mismo tiempo que es absorbido dentro de la
comunidad unificada, encuentra un estado de placer en el que se siente
lleno de una energía má s alta de la que posee en un estado normal [...]
encontrá ndose al mismo tiempo en armonía completa y extá tica con
los demá s miembros de su comunidad», escribe Alfred Radcliffe-Brown
en un clá sico relato sobre una cultura de las islas Andamá n.98
Normalmente, la atenció n se ha puesto sobre todo en los efectos
psicoló gicos y fisioló gicos del ritmo, la sincronía y la repetitividad. Para
el padrino de la antropología de la religió n moderna, É mile Durkheim,
la mú sica, el ritual y la danza eran las tecnologías culturales
fundamentales utilizadas para crear la «efervescencia colectiva» que
unía a las culturas tradicionales. El influyente teó rico Roy Rappaport
afirmaba asimismo que «la generació n ritual de la communitas se basa
a menudo en un grado considerable en los tempos impuestos por el
ritual, en su repetitividad y, má s fundamentalmente, en el ritmo».99
Otros trabajos má s recientes sobre la ciencia cognitiva del ritual han
seguido esta línea donde los investigadores se han centrado en
componentes de los rituales como la sincronía física. Por ejemplo, un
estudio reveló que hacer bailar en sincronía a un grupo de personas
desconocidas entre sí elevaba su umbral de dolor —un buen indicador
de la activació n de las endorfinas—, y que despué s declaraban haber
experimentado sentimientos de proximidad social, a diferencia de
cuando se les hacía bailar de forma parcial o totalmente asíncrona. En
otros estudios, se ha descubierto que bailar claqué en sincronía con
otra persona aumenta la simpatía y confianza interpersonales, la
voluntad de ayudar y la sensació n de semejanza con el otro,100 y que
estos sentimientos de prosocialidad pueden ser bastante expansivos y
no limitarse al compañ ero de sincronía, sino tambié n a otras personas
que no participan en la actividad.101
Todo esto son hallazgos importantes. Sin embargo, es
sorprendentemente infrecuente que los teó ricos de la religió n o los
investigadores de la ciencia cognitiva admitan que, en muchos rituales
tradicionales —si no en todos—, los que bailan y cantan en sincronía
tambié n van puestos hasta las cejas. La vida ritual de las antiguas
culturas inca y maya, por ejemplo, giraba en torno a los actos pú blicos
que se servían del baile y la mú sica para unir a la comunidad y honrar a
los dioses; y tambié n comportaba un grado de embriaguez
desenfrenada que dejó estupefactos a los primeros misioneros.102
En el Egipto antiguo, el «Festival de la Borrachera» era una importante
festividad que conmemoraba la salvació n de la humanidad cuando la
feroz diosa Hathor se emborrachó tras ser engatusada para que
bebiera cerveza teñ ida de rojo, en vez de sangre humana. Tras algunos
preliminares ceremoniales, consistía bá sicamente en que todo el
mundo se encurdara en el Saló n de la Borrachera, participara en orgías
bendecidas por el rito y, al final, se quedara dormido. Como observa
Mark Forsyth: «Era una fiesta con un solo objetivo en mente: la
borrachera sagrada. Y para estar “sagradamente borracho”, tienes que
estarlo completamente».103 Por la mañ ana, bajaban a hurtadillas al
saló n una enorme imagen de la diosa y, despué s, todo el mundo se
despertaba de pronto, todavía borrachos, en medio de un estruendo de
tambores y panderetas para encontrarse con la gran diosa sobre ellos.
Puede que esto no fuera muy agradable, pero debía inspirar temor
reverencial. Como señ ala Forsyth, el objetivo era producir —haciendo
añ icos el yo normal, sobrio— un momento de «comunió n perfecta» con
la diosa y, por tanto, con la comunidad.
La eficacia con que el alcohol y otras sustancias desplazan al yo explica
por qué el éxtasis inducido por los intoxicantes es tan antiguo como el
propio ritual humano. Los recipientes de nuestra bebida alcohó lica
má s antigua documentada —un «grog neolítico, a base de hidromiel,
cerveza de arroz y vino de frutas»—, hallados en las tumbas de Jiahu
(7000-6000 a. C.), en el valle del río Amarillo, fueron «cuidadosamente
colocados cerca de la boca del difunto, quizá para que le resultara má s
fá cil beber en el má s allá »; sin duda, tambié n bebían de su contenido
los oficiantes y los asistentes al funeral.104 Los restos arqueoló gicos
má s impresionantes de la Edad del Bronce en China son unas enormes
y sofisticadas vasijas rituales diseñ adas para servir y beber alcohol. Las
tumbas del Neolítico tardío y la Edad del Bronce temprana está n
repletas de parafernalia para beber, instrumentos musicales y restos de
comida, lo que hace pensar que, desde los inicios de la historia china
documentada, se despachaba a los muertos con una bacanal salvaje
cuyo punto culminante llegaba cuando los presentes, borrachos como
cubas, lanzaban sus copas a la tumba.105
Parte de los indicios má s antiguos de la producció n de vino de uva en
Occidente, procedentes de un conjunto de cuevas en Armenia y que
datan del 4000 a. C., apuntan a que las primeras uvas domesticadas se
producían en bodegas/morgues: se hallaron huellas de pisadas, cubas
de fermentació n y cuencos para beber junto a un amplio cementerio,
con cuencos esparcidos dentro de las tumbas y entre ellas.106
Tenemos un indicio indirecto de la antigua relació n entre intoxicació n
química, ritual y éxtasis en un extraordinario fragmento de vasija del
Neolítico temprano (noveno milenio a. C.), hallado en un yacimiento en
la Turquía moderna, no muy lejos de Gö bekli Tepe. Muestra a dos
personas bailando alegremente, acompañ adas por una tortuga; los
estudiosos interpretan la presencia de un animal danzante como una
señ al de «estados alterados de conciencia» (figura 3.2).
Por lo que sabemos gracias a otros hallazgos arqueoló gicos de la
regió n, esta danza extá tica fue probablemente estimulada con ingentes
cantidades de alcohol.
Y, hablando de alucinaciones inducidas por la cerveza, sería una
negligencia no añ adir que tambié n se han utilizado diversos tipos de
psicodé licos vegetales como catalizadores de las experiencias
extá ticas colectivas. Al juntar a grupos diferentes, y posiblemente
rivales, para hacer intercambios y encontrar pareja, las pequeñ as
culturas del Amazonas han recurrido tradicionalmente al yajé, un
líquido que contiene una o má s sustancias alucinó genas, para inducir
trances colectivos de varios días acompañ ados de cantos y danzas. «El
principal objetivo de la experiencia total es demostrar el origen divino
de las normas que rigen las relaciones sociales», señ ala Robert
Fuller.107 El sentido colectivo se establecía mediante los colocones
colectivos.

Figura 3.2. Fragmento de vasija de Nevali Çori,

noveno milenio a. C.
Fotografía de Dick Osseman, utilizada con permiso: <https://pbase.com/dosseman>.

En un reciente estudio sobre los registros etnográ ficos mundiales


centrado en la mú sica, se halló una estrecha relació n entre las
menciones de las actuaciones musicales y el alcohol,108 una señ al de
que la sincronía y la armonía colectivas estimuladas por la mú sica
suelen verse ayudadas por unas saludables dosis de alcohol. Para este
estudio se empleó una base de datos centralizada de relatos
etnográ ficos de todo el mundo, creada y mantenida por el proyecto
Human Relations Area File (HRAF), donde se etiqueta cada etnografía
con ciertas palabras clave por temas, como «matrimonio» o
«canibalismo». Un estudio de esta base de datos realizado por una de
mis ayudantes de investigació n, Emily Pitek, reveló ademá s que, de las
140 culturas para las que se mencionan «prá cticas religiosas
extá ticas», en 100 (el 71 por ciento) tambié n se señ ala la presencia de
«bebidas alcohó licas», «bebida (social)», «embriaguez (prevalencia)»,
«drogas de recreo y no terapé uticas» o «drogas alucinó genas».109
En algunas culturas, lo que facilita las experiencias extá ticas colectivas
son los estimulantes puros. Por ejemplo, en la cultura fang de Gabó n, la
iboga, un estimulante autó ctono, permite a quienes la consumen bailar
ené rgicamente toda la noche, al crear un estado de «insomnio
eufó rico».110 Tambié n debe decirse que hay prá cticas extá ticas
culturales que rehú yen por completo los intoxicantes químicos. Las
misas pentecostales, por ejemplo, consisten en intensas y prolongadas
sesiones de canto y danza que pueden provocar el denominado «don de
lenguas» y otras expresiones de estar poseídos por el Espíritu Santo.
Como dijimos en el segundo capítulo, hay má s de una forma de engañ ar
a la corteza prefrontal: la actividad física intensa puede tener unos
efectos similares a los de un par de chupitos de whisky.
Sin embargo, como han sabido desde siempre los bailarines patosos y
los cantantes tímidos de todo el mundo y en todas las é pocas, es mucho
má s fá cil dejarte llevar de verdad y sentir la mú sica tras unos tragos de
coraje líquido. Por tanto, sorprende la escasa atenció n que la literatura
antropoló gica y científica sobre el éxtasis ritual y colectivo dedica al
papel de las drogas psicoactivas. Puede que esa infravaloració n de la
intoxicació n química sea un reflejo de la incomodidad puritana que
subyacía al discurso acadé mico. En un contexto científico moderno, sin
duda tambié n contribuye la conclusió n prá ctica de que es difícil
conseguir la aprobació n institucional para emborrachar a
participantes humanos en un estudio (por supuesto, este impedimento
refleja de por sí la actitud puritana de las juntas de revisió n). En
cualquier caso, la mayoría de los actuales trabajos acadé micos sobre la
«efervescencia colectiva» o la «mente colmena» son radicalmente
incompletos, y muestran una extrañ a falta de interé s en la naturaleza y
la funció n del líquido que se bebe entre el canto y el baile. Sin embargo,
la pura realidad es que las culturas de todo el mundo saben que el
mejor efecto siné rgico se consigue cuando se mezclan los efectos
psicoló gicos del ritmo y la repetició n con unas drogas potentes.
El antropó logo britá nico Robin Dunbar es una excepció n respecto al
típico desinteré s por la intoxicació n. Dunbar y su equipo consideran
que los efectos fisioló gicos del alcohol, en particular, son un
componente fundamental de los rituales sociales. En concreto, apuntan
a la liberació n de endorfinas provocada por la bebida, sobre todo
cuando se mezcla con mú sica, danza y ritual, como factor crucial que
permite a los humanos cooperar a una escala inalcanzable para
nuestros parientes monos o simios. En la mayoría de los mamíferos, las
endorfinas y otros opioides son estimulados de manera natural a
travé s de las relaciones sexuales, el embarazo, el nacimiento y la
lactancia, todos ellos importantes factores en los vínculos entre parejas
o entre madres e hijos. Sin embargo, los humanos han descubierto que
se puede consumir un líquido delicioso para ampliar el alcance de este
«pegamento neuroquímico».111 Lo esperable sería que a esta mezcla
adhesiva se le sumaran unos mayores niveles de serotonina, un efecto
má s del alcohol y otros intoxicantes. Ademá s de mejorar el estado de
á nimo de la persona, se ha demostrado que un mayor nivel de
serotonina limita la conducta egoísta en los juegos del dilema del
prisionero, mientras que su disminució n tiene el efecto contrario.112
Esta sinergia ha encontrado quizá su forma perfeccionada en la cultura
de la rave moderna, donde el potente chute de serotonina generado por
la intoxicació n con MDMA se combina con ritmos estimulantes y
repetitivos y la sincronía colectiva.113
Otros intoxicantes, como los psicodé licos, desestabilizan el sentido del
yo con má s potencia todavía que el alcohol, y borran por completo la
distinció n entre el yo y el otro, uniendo así a las personas y fomentando
la identidad colectiva.114 Su desventaja es que te dejan bastante
afectado mucho tiempo. Por eso, el consumo de psicodé licos suele
estar reservado a una clase especializada, como los chamanes, o
limitado a ceremonias importantes, pero relativamente infrecuentes. El
consumo ritual y perió dico de peyote en la cordillera Sierra Madre
Occidental de México, por ejemplo, tiene un origen antiguo, y su
indudable funció n social es descomponer totalmente el yo para que se
pueda fusionar con un todo armonioso. En un relato de mediados del
siglo XVI sobre la regió n, se describe uno de estos rituales comunitarios
con peyote: «Y se juntaban en un llano despué s de haberlo bebido,
donde bailaban y cantaban de noche y de día a su placer, y esto el
primer día, porque el siguiente lloraban todos mucho, y decían que se
limpiaban y lavaban los ojos y caras con sus lá grimas».115 Lo que se
estaba «limpiando» con el subidó n químico de la mescalina —el
principio activo del peyote— era el tipo de deseos egoístas y absurdos
sentimientos de agravio que impiden a los simios, con su desmesurada
CPF, abandonarse al grupo.
Estas ceremonias se siguen celebrando en las mismas regiones llanas
de las montañ as. Al acabar una ceremonia, como cuenta el antropó logo
Peter Furst, se exige a todos los presentes que reconozcan
pú blicamente cualquier transgresió n sexual que hayan cometido desde
su ú ltima confesió n. Esto es muy revelador: los celos y conflictos
sexuales por conseguir pareja son posiblemente las mayores fuerzas
centrípetas que provocan la escisió n o fragmentació n de los grupos.
Mientras cada persona nombra a sus anteriores amantes delante de sus
esposas o parejas actuales, «no se permite ninguna muestra de celos,
dolor, rencor o incluso enfado; ademá s, a nadie se le permite albergar
dichos sentimientos “en su corazó n”». Los participantes quedan
«purgados» de transgresiones, purificadas mediante el ritual, lo que
guarda un parecido con la religió n cató lica.116 É sta es una manera
extraordinariamente efectiva de prevenir un conflicto antes de que se
produzca.
Las sustancias psicodé licas utilizadas en este tipo de contextos rituales
son una herramienta tan eficaz para desarmar las defensas
individuales y aglutinar al grupo que la ceremonia del peyote se ha
extendido a otros colectivos indígenas americanos que necesitaban
contrarrestar la pé rdida de identidad cultural. Como observa Robert
Fuller, antes de 1890 la ceremonia del peyote era poco habitual al norte
del Río Bravo. Despué s de 1890, cuando las culturas tribales
tradicionales se vieron sometidas a cada vez má s presió n —al ser
despojadas de sus identidades y empujadas a las reservas—,
recurrieron a una variedad del ritual del peyote, la llamada «danza de
los espíritus», como herramienta para forjar una nueva identidad de
grupo.117 Este peyotismo «americanizado» sigue siendo una tradició n
religiosa muy viva en el sudeste, y ha tenido que reivindicar sus
derechos al consumo ritual de intoxicantes químicos frente al puritano
Gobierno federal.
«¡É xtasis!», escribió Gordon Wasson, un aficionado a las setas famoso
por defender que el antiguo soma vé dico se derivaba de la seta
venenosa Amanita muscaria, o «falsa oronja». «En el lenguaje comú n, el
éxtasis es divertido. Pero el éxtasis no es divertido. El alma misma
queda capturada y se agita hasta estremecerse. En el fondo, ¿quié n
escogería sentir un temor reverencial en estado puro? Los ignorantes,
los vulgares hacen un mal uso del té rmino: debemos recuperar su
significado pleno y aterrador».118
A las personas las aterra el verdadero éxtasis porque destruye los
límites del yo. Para un simio, esto es pavoroso y desconcertante; para
una abeja o una hormiga, es su pan de cada día. El éxtasis que produce
la intoxicació n química no só lo causa placer físico y mental, sino que
tambié n obra una transformació n fundamental para alcanzar la
cohesió n del grupo. Si, por ejemplo, consideramos que el alcohol
deshabilita las barreras negativas a la cooperació n (mentir, sospechar,
hacer trampas), tambié n tenemos que ver su papel positivo en el
desarrollo de los vínculos emocionales, parecidos a los de pareja, entre
los miembros del grupo mediante la estimulació n de las endorfinas y la
serotonina. Los estados de éxtasis químico son un bisturí que desarma
al yo, y tambié n el pegamento que aglutina a los simios suspicaces y
egoístas en la mente colmena cultural.

Poder político y solidaridad social


Hemos citado varias veces el que posiblemente sea el yacimiento ritual
é pico má s antiguo del mundo: los recintos de piedra y los misteriosos y
monumentales pilares erigidos en Gö bekli Tepe (figura 3.3).
Figura 3.3. Imágenes de Göbekli Tepe

Klaus Schmidt/DAI; Irmgard Wagner/DAI.

Con má s de once mil añ os de antigü edad, Gö bekli Tepe debió de ser


construido por cazadores-recolectores, ya que es anterior al
surgimiento de la agricultura sedentaria. Su descubrimiento hace dos
dé cadas supuso, por tanto, una importante prueba que refutaba el
tradicional punto de vista de que ciertos rasgos clave de la civilizació n
—la arquitectura monumental, religiones complejas basadas en los
rituales y la producció n de alcohol— só lo pudieron ser desarrollados
una vez que los humanos se hubieron asentado y accedieron a los
recursos facilitados por la revolució n agrícola. Para quienes defienden
la teoría de la cerveza antes que el pan, este yacimiento —con sus
cuencas de piedra con capacidad para hasta 150 litros de líquido, los
restos esparcidos de recipientes para beber y los indicios de copiosos
festines con animales salvajes— atestigua que lo que movió a los
humanos de la Antigü edad a formar grupos grandes fue, en primera
instancia, su interé s por la intoxicació n y el ritual, y que la agricultura
surgió despué s. Es significativo que en Gö bekli Tepe no haya silos de
granos u otros lugares para almacenar alimentos. «La producció n no
era para su almacenaje, sino para el consumo inmediato», señ alan el
arqueó logo Oliver Dietrich y su equipo.119 Dicho con otras palabras, en
este lugar se juntaba de vez en cuando un gran nú mero de personas
para darse unos festines é picos, acompañ ados de interpretaciones
teatrales rituales,120 todo ello probablemente animado con generosas
cantidades de alcohol.121
La bebida cumplía mú ltiples funciones. El atractivo de la comida y la
bebida atraía a cazadores-recolectores muy dispersos a lo largo y
ancho de la geografía, y daba lugar al tipo de mano de obra que podía
mover, tallar y erigir enormes pilares de 16 toneladas. La arquitectura
monumental, a su vez, podía conferir a sus organizadores una
autoridad y un poder enormes, mientras que los rituales estimulados
con intoxicantes que se celebraban entre estos pilares creaban un
sentido de cohesió n religiosa e ideoló gica. Los perió dicos festines
regados con alcohol, despué s de los cuales los participantes volvían a
dispersarse hasta la siguiente ceremonia, servían así como una especie
de «pegamento» que aglutinaba la cultura que engendraron Gö bekli
Tepe y otros lugares en el llamado «Triá ngulo Dorado», donde nacieron
la agricultura y la civilizació n.
Vemos una conexió n similar entre la producció n de alcohol a gran
escala y centralizada y los comienzos de la unidad política e ideoló gica
en otras regiones del mundo donde surgieron grandes civilizaciones de
forma independiente. Hemos visto que, al parecer, los gobernantes de
las culturas Erlitou y Shang en el valle del río Amarillo de China
derivaban su poder de los rituales estimulados con cervezas y vinos de
frutas diversos, mientras que la estandarizació n y la producció n a gran
escala de la chicha fue una herramienta fundamental empleada por los
incas de los Andes sudamericanos para consolidar su imperio. Como
escribe Guy Duke:
La akha mama, el nombre del agente fermentador utilizado para empezar los lotes de chicha,
también era uno de los nombres que recibía Cuzco, la capital inca [...]. Este nombre alternativo tan
simbó lico indica la importancia de la chicha para los incas en diferentes niveles. En un nivel,
muestra la centralidad que los incas conferían a la chicha para el propio proceso de gobernar: sin
Cuzco, no habría incas, y sin chicha, no habría Cuzco. Además, al dar a entender que la chicha tuvo
su origen, o nacimiento, en Cuzco, el Imperio inca se apropió de la chicha y su poder social como
medio para establecer su legitimidad en todos los Andes: quien controla la chicha controla los
Andes.122

La funció n política del alcohol es prá ctica y tambié n simbó lica. Quien
controlase la producció n de la cerveza en Gö bekli Tepe controlaba la
mano de obra que atraía y sin duda extrajo beneficios prá cticos del
sistema ideoló gico creado, reforzado y difundido por los consiguientes
festines religiosos con alcohol. Asimismo, los emperadores incas se
servían de las promesas de comida y chicha para atraer el inmenso
nú mero de trabajadores que necesitaban para atender sus maizales y
construir su propia arquitectura monumental. Esta dependencia que
los primeros gobernantes chinos tenían de la mano de obra
recompensada con alcohol se refleja en un antiguo poema del Libro de
las odas, que dice:
En el sur está el barbo,
y entre las multitudes, son metidos en cestas.
El anfitrión tiene vino,
con el que sus admirables invitados se dan un festín.123
Hasta hoy, en todo el mundo, en los grandes proyectos comunitarios
que dependen del trabajo no remunerado, como la construcció n de
edificios o el mantenimiento de canales o vías de riego, se suele
compensar a los trabajadores con copiosos banquetes regados con
abundante alcohol o festines financiados por las autoridades o los
patronos del lugar.124 Paul Doughty señ ala que la prá ctica del «trabajo
festivo» en el Perú contemporá neo, donde se celebran fiestas de trabajo
voluntario con abundantes dosis de alcohol y mú sica, sigue siendo la
ú nica manera de llevar a cabo grandes proyectos a falta de un sistema
bien desarrollado de trabajo asalariado formal. En las sociedades
industriales, donde tenemos sindicatos y jornadas de 9.00 a 17.00
horas, salarios fijos y atenció n mé dica, se desaconseja beber en el
trabajo. En las sociedades preindustriales, facilitar que se beba en el
trabajo es la ú nica manera de sacar el trabajo adelante.
La capacidad de abastecer de alcohol a un gran nú mero de personas,
así como de la comida y el entretenimiento que suelen acompañ arlo, se
suele limitar a las é lites locales. Los festines alcoholizados, por tanto,
eran tambié n una forma de anunciar, simbolizar y reforzar el estatus
social. Sobre todo en el caso del alcohol, porque, a diferencia de otros
productos bá sicos má s mundanos como el pan o el arroz, es en esencia
un producto de lujo. La fermentació n de granos y frutas para elaborar
cervezas y vinos contribuye a la concentració n de la riqueza, ya que
maximiza las calorías y las vitaminas y, al mismo tiempo, comprime
recursos bioló gicos voluminosos y dispersos en pequeñ os envases
transportables y normalmente almacenables.125 Incluso hoy en día, el
que pone el grifo de cerveza en las fiestas de las fraternidades
universitarias cosecha cierto grado de prestigio y autoridad. Esto no es
má s que un ligero y remoto eco del poder ejercido por los
organizadores de los festines en Gö bekli Tepe hace má s de once mil
añ os, o de los primeros gobernantes de las culturas Erlitou y Shang en
el Neolítico tardío y principios de la Edad del Bronce en China, que
presidían los rituales é picos con alcohol.
Merece la pena señ alar que, en algunas partes de la Europa de la Edad
del Hierro, eran las tumbas de las é lites femeninas, en vez de las
masculinas, las que contenían grandes y valiosos recipientes para
servir hidromiel y vino. Por ejemplo, la lujosa tumba de una mujer de la
é lite, enterrada en Vix (Francia) en torno al 500 a. C, contenía un carro,
joyería de oro y otros artículos de lujo, entre ellos una amplia variedad
de recipientes para servir alcohol importados de Grecia. Sin embargo,
el objeto má s espectacular era una enorme crá tera (una vasija de
bronce para vino) de má s de 150 centímetros de alto y con capacidad
para unos 1.360 litros de líquido, que al parecer fue creada en Corinto
(Grecia) en torno al 600 a. C. y transportada a Vix por piezas. Ese objeto
tan grande y valioso, una antigü edad exó tica llevada desde tan lejos a
un costo enorme, debió de servir como potente símbolo de poder y,
probablemente, ocupaba un lugar destacado en las ceremonias rituales
formales. Michael Enright sostiene que este tipo de entierros podrían
reflejar un sistema religioso donde eran las mujeres las que
controlaban el acceso al alcohol, posiblemente en su calidad de
sacerdotisas, con el cometido de unir a los hombres y fomentar la
cohesió n de los grupos de guerreros.126
En las sociedades tradicionales, el consumo ceremonial del alcohol
tambié n conllevaba un complejo protocolo y un boato que servían para
acentuar el rango y la jerarquía social.127 Desde Sumeria y la China
antigua, las ceremonias para beber tenían un cará cter muy ritual y eran
concienzudamente dirigidas por los gobernantes y los especialistas
religiosos, haciendo hincapié en el estatus y el rango. En la mayoría de
las sociedades africanas, el acceso al alcohol lo han controlado
tradicionalmente las é lites y, a menudo, han restringido su consumo. Se
hacían excepciones en algunos rituales pú blicos puntuales, donde se
compartía el alcohol con los plebeyos, pero sin dejar de exhibir las
diferencias de rango y el prestigio de los gobernantes.128 Las é lites, por
ejemplo, solían ser las primeras en beber —y de la cerveza o el vino de
mayor calidad— para despué s repartir el alcohol a las masas, dirigidas
por sus representantes. Incluso en otras sociedades má s igualitarias, la
producció n de intoxicantes como el vino de palma confiere estatus a la
persona que lo elabora o lo compra. Se comparte mucho en las
celebraciones comunitarias, pero de un modo que permite al anfitrió n
exhibir sus contactos sociales y su gratitud hacia aquellos a los que
está ofreciendo el vino, y que tambié n le procura un honor particular y
refuerza las diferencias de estatus locales.129 Otros intoxicantes, como
la kava, se utilizan de manera similar. En una ceremonia de kava
tradicional en Fiyi, por ejemplo, los hombres —só lo participan
hombres— se sientan formando un círculo estrictamente dictado por
rangos, y todos beben en el orden correspondiente y mantienen su
copa orientada hacia el cacique, que se sienta en lo alto del espacio
ritual.130 Al integrar el consumo de intoxicantes en un contexto ritual,
las culturas no só lo unen a las personas, sino que tambié n recalcan cuá l
es su posició n en el esquema general de las cosas.

Selección de grupo cultural


Buena parte de la literatura antropoló gica sobre el alcohol pone de
relieve el poder simbó lico y político que confiere el control de su
producció n y distribució n, así como las formas altamente rituales en
que se consume. Sin duda, es importante tener presente que el alcohol
no es só lo una sustancia química psicoactiva, sino que sirve ademá s
como portador de significado cultural. Sin embargo, el origen del
significado cultural asociado a los intoxicantes se basa en sus efectos
fisioló gicos. No deberíamos pasar por alto la llamativa ausencia de
superculturas basadas en el kimchi o el yogur. La vasija de bronce con
capacidad para 1.360 litros enterrada con la sacerdotisa de Vix fue
creada para contener alcohol, no gachas de avena; las cubas de
fermentació n y las cuencas de almacenaje en Gö bekli Tepe no eran para
hacer pan de masa madre. Las é lites Shang extá ticas lanzaban copas de
vino a las tumbas de sus familiares difuntos, no cuencos de mijo. Los
intoxicantes han adquirido un gran significado simbó lico porque nos
intoxican. Es precisamente la eficacia farmacoló gica del alcohol lo que
permitió catalizar el ascenso de las civilizaciones de masas. Ante esto,
no es de extrañ ar que las culturas de todo el mundo acabaran
imbuyendo el alcohol —el gran facilitador de la civilizació n— de una
importancia simbó lica. Antes de la civilizació n, la intoxicació n.
Esta funció n crucial del alcohol y otros intoxicantes está gozando de
creciente aceptació n en la comunidad antropoló gica.131 Los defensores
de la teoría de la cerveza antes que el pan subrayan con acierto que la
mayor cohesió n y escala de las culturas consumidoras de intoxicantes
les brindó una ventaja ú nica en la competencia con otros grupos al
permitirles cooperar con má s efectividad en el trabajo, la producció n
de alimentos y la guerra.132 Así, la inexorable presió n de la selecció n
cultural de grupo fomentó y diseminó el consumo cultural de
intoxicantes conforme lo observado en los registros histó ricos, lo que
es absolutamente incompatible con cualquier teoría del pirateo o la
resaca sobre la intoxicació n.
Existe una muy buena razó n por la que nos hemos emborrachado a lo
largo de la historia. No es casualidad que, en la salvaje competencia de
los grupos culturales de la cual surgieron las civilizaciones, fuesen los
borrachos, los fumados y los colocados los que salieran triunfantes. En
todos los aspectos resumidos antes, los intoxicantes —y, por encima de
todos, el alcohol— parecen haber sido la herramienta química que
permitió a los humanos escapar de los confines impuestos por nuestra
naturaleza de simios y crear niveles sociales de cooperació n de modo
similar a los insectos. Hemos visto que la ciencia moderna ha
corroborado los enfoques tradicionales sobre los beneficios
funcionales del consumo de alcohol. Al potenciar la creatividad, reducir
el estré s, facilitar el contacto social, aumentar la confianza, fomentar la
unió n, crear una identidad de grupo y reforzar los roles sociales y la
jerarquía, los intoxicantes han cumplido una funció n vital: permitir a
los cazadores-recolectores humanos iniciar una vida de colmena en las
aldeas, pueblos y ciudades agrícolas. Este proceso amplió
paulatinamente el alcance de la cooperació n humana y acabó dando
lugar a la civilizació n moderna tal como la conocemos.
No obstante, se podría decir que esto só lo tiene un interé s histó rico. Es
ciertamente posible que ya no necesitemos que los intoxicantes nos
sigan haciendo todo este trabajo. Por ejemplo, ahora disponemos de
otras formas de reducir el estré s y mejorar el estado de á nimo: la
televisió n e internet, o los antidepresivos, podrían servir igual de bien
que unas pintas de cerveza, en ese aspecto. Tal vez sean incluso
mejores. Los sistemas bancarios modernos y un fuerte Estado de
derecho nos hacen depender menos de los apretones de mano y de
tener que fiarnos de los ademanes de la gente. Ahora se pueden
financiar grandes proyectos pú blicos con el dinero de los
contribuyentes y que sean ejecutados por profesionales capacitados y
sobrios a cambio de un salario y beneficios sociales. Y puede que, en un
mundo globalizado, nos convenga dejar atrá s la consolidació n y
monopolizació n del poder por parte de las é lites nacionalistas.
É stas son todas observaciones razonables. Las nuevas tecnologías,
unos fá rmacos menos nocivos y má s específicos y las instituciones
modernas tienen formas de proveer muchos de los beneficios
funcionales que histó ricamente han proporcionado los intoxicantes,
pero sin la parte desagradable. Sostendré , no obstante, que no hemos
superado del todo nuestra necesidad de éxtasis químico. El alcohol y
otros intoxicantes pueden y deben seguir cumpliendo una funció n en
nuestro mundo moderno. De hecho, en algunos aspectos los
necesitamos má s que nunca. Hay un argumento de peso para afirmar
que la intoxicació n química no ha agotado su funció n, y numerosas
razones por las que deberíamos seguir emborrachá ndonos.
Capítulo 4

La intoxicació n en el mundo moderno

Atrapados entre los confines de las teorías del pirateo o de la resaca


sobre la intoxicació n, es difícil argumentar por qué deberíamos seguir
emborrachá ndonos o colocá ndonos. Eso no le ha impedido a la gente
seguir intentá ndolo. Puesto que rara vez se acepta el placer per se como
razonamiento pú blicamente defendible, los partidarios del consumo de
alcohol han solido centrarse en sus presuntos beneficios para la salud.
¡El vino baja el colesterol! ¡Es bueno para el corazó n!
La literatura científica sobre los beneficios para la salud del consumo
de alcohol es, en realidad, contradictoria y confusa. Esto se refleja en
las políticas de los Gobiernos modernos, que han oscilado entre la
condena total del alcohol y las recomendaciones de un consumo
moderado. En 1991, por ejemplo, el Gobierno de Estados Unidos, en sus
recomendaciones dieté ticas oficiales, declaró que las bebidas
alcohó licas no tenían «beneficios netos para la salud» y que no
aconsejaba su consumo, en ninguna cantidad. En 1996, las cosas
habían cambiado, y el Comité Federal de Salud de Estados Unidos
reconoció , por primera vez, que el consumo moderado de alcohol
podría comportar algunos beneficios para la salud.
Mucha gente conoce la llamada «paradoja francesa», divulgada a
bombo y platillo por la industria vinícola. A pesar de la esperable
catá strofe cardiaca que es la cocina tradicional francesa, muy basada
en la mantequilla, la leche y el foie-gras, la tasa de cardiopatías de los
franceses es sorprendentemente baja. Se venía a decir que el secreto, al
menos en parte, residía en la cantidad de vino —en especial tinto—
que bebían los franceses, que supuestamente compensaba los altos
niveles de grasa saturada. Aunque se han discutido algunos detalles de
la paradoja francesa, los estudios sí apuntan a que la ingesta moderada
de cualquier alcohol reduce el riesgo de enfermedades coronarias1 al
aumentar los niveles de lipoproteínas de alta densidad, o colesterol
«bueno». Tambié n existen indicios de que el consumo moderado de
alcohol comporta beneficios cognitivos a largo plazo, entre ellos un
mejor rendimiento en tareas de memoria o de fluidez semá ntica, así
como un menor riesgo de depresió n.2
Esa feliz idea de que los mé dicos prescribiesen dos copas de vino con la
cena se hizo añ icos cuando la prestigiosa revista mé dica The Lancet
publicó en 2018 el artículo citado en la introducció n de este libro.
Aunque en é l se admitía que el consumo moderado de alcohol, en
efecto, puede proveer ciertos beneficios modestos para la salud,
matizaba que eran muy pequeñ os en comparació n con los enormes
costes que conlleva en forma de accidentes, dañ os hepá ticos y otras
causas de muerte prematura. Su conclusió n era que el nivel de
consumo de alcohol má s seguro era ninguno. En julio de 2020, se
informó de que la siguiente actualizació n de las recomendaciones
dieté ticas para los estadounidenses del Gobierno del país supondría un
brusco giro hacia la abstemia, con el consejo de limitar el consumo a
una copa al día, tacañ amente definida como 350 mililitros de cerveza,
150 de vino o 45 de licor destilado.3 Esto va en consonancia con la
tendencia de los Gobiernos de todo el mundo a emitir unas sugerencias
má s severas sobre el consumo de alcohol.
La adopció n de esas recomendaciones suscita tanto los aplausos de los
activistas contra el alcohol como la indignació n y el rechinar de dientes
de los aficionados a beber. Entre los primeros está n los
neoprohibicionistas, como la periodista Olga Khazan, que sostiene que
el alcohol debería ser tratado en pie de igualdad con otras drogas (en
su mayoría ilegales): «Má s allá de su sabor y de la sensació n que
produce, se pueden decir muy pocas cosas buenas de los efectos de la
bebida para la salud. El alcohol es la ú nica droga casi universalmente
aceptada en los actos sociales que mata de forma rutinaria a la gente».4
Entre los defensores del alcohol, algunos discuten las estadísticas
empleadas en el estudio de The Lancet, o aducen que las autoridades
está n restando importancia a la salud coronaria o a las propiedades
digestivas del alcohol.
Para nuestros fines, lo má s destacable es que todo este alboroto sirve
como ejemplo perfecto de que, al pasar por alto los beneficios
funcionales y sociales del alcohol, se puede distorsionar gravemente el
debate pú blico sobre el tema. No hay necesidad de discutir por unos
má rgenes nimios en los niveles de colesterol bueno. Lo má s importante
que dejan de hacer los neoprohibicionistas y las autoridades sanitarias
que se decantan por la abstemia es sopesar los evidentes costes
fisioló gicos y psicoló gicos del alcohol con su venerable funció n auxiliar
de la creatividad, la alegría y la solidaridad social. Una vez que
admitimos los beneficios funcionales de la intoxicació n —su papel al
ayudar a los humanos a adaptarnos a nuestro nicho ecoló gico extremo
—, resulta difícil sostener el argumento de que deberíamos intentar
conseguir un mundo abstemio.
En el tercer capítulo, vimos que el alcohol y otros intoxicantes
químicos catalizaron el surgimiento de la civilizació n misma y
contribuyeron a é l. En el quinto capítulo, indagaremos sobre los
peligros que representan el alcohol y la conducta alcohó lica para las
personas y la sociedad, en especial en un mundo inundado de licores
destilados y desprovisto de los controles sociales tradicionales. Sin
embargo, aquí me gustaría argumentar que el alcohol y otros
intoxicantes no han perdido su utilidad. Las dificultades que acarrea
ser simios creativos, culturales y comunitarios no han desaparecido
só lo porque ahora tengamos charlas TED, Zoom y —al menos en
Canadá — atenció n mé dica universal. Sigue siendo difícil ser humanos.
Esto significa que, a pesar de los inevitables problemas que provoca a
su paso, seguimos necesitando que Dionisio tenga un papel en nuestra
vida.

Salas de whisky, tabernas y el pico de Ballmer


Hemos visto que la ciencia cognitiva y la psicología contemporá neas
indican que el vínculo entre la intoxicació n y la creatividad no es
ningú n mito. Las personas con un control cognitivo reducido, incluidos
los niñ os, se desempeñ an mejor en las tareas de pensamiento lateral,
como la prueba de asociaciones remotas (PAR), donde debes dar con
una cuarta palabra (por ejemplo, fosa) que agrupe un conjunto de
palabras presentadas sin mayor relació n (castillo, nariz, alquitrán). Las
personas privadas temporalmente de su capacidad de control cognitivo
—por ejemplo, tras desactivar su CPF con un estimulador magné tico
transcraneal— tambié n rendían mejor. Dada la relació n entre un menor
control cognitivo y el pensamiento creativo, lo esperable sería que la
intoxicació n, en dosis pequeñ as o moderadas, aumentara la creatividad
personal.
Y eso es, en efecto, lo que nos encontramos. El primer estudio en medir
directamente el efecto del alcohol sobre el pensamiento creativo,
titulado «Uncorking the Muse: Alcohol intoxication facilitates creative
problem solving» [Descorchar la musa: la intoxicació n del alcohol
facilita la resolució n de problemas creativos], fue publicado en 2012
por Andrew Jarosz y su equipo.5 Los participantes en el experimento
fueron llevados al laboratorio y pesados, se les sirvió unos bagels para
llenarles un poco el estó mago y despué s se les pidió que completaran
una tarea de capacidad de memoria de trabajo, una medició n de la
funció n ejecutiva que se suele utilizar. Esto servía como punto de
referencia previo a la intoxicació n de sus capacidades de control
cognitivo. Despué s, llegó el alcohol: una serie de có cteles de vodka y
ará ndanos en un período de diez minutos, durante el cual los
participantes se distrajeron viendo la película de dibujos animados
Ratatouille. La dosis de alcohol fue ajustada en funció n de sus pesos
para que su concentració n de alcohol en la sangre (CAS) rondara el
0,07-0,08 por ciento al acabar. Es decir, entonados, pero no borrachos,
que es cuando la mayoría de las jurisdicciones prohíben conducir.
Mientras les llegaban las bebidas, completaron una serie de tareas de
distracció n. Una vez que la intoxicació n alcanzó su pico, se les asignó a
los participantes una segunda tarea de control cognitivo, se midió su
CAS y se les pidió completar un conjunto de ejercicios de PAR. Tambié n
tenían que decir si habían averiguado la solució n de estas ú ltimas
pruebas mediante un razonamiento cuidadoso y por pasos o si,
simplemente, se les había ocurrido de pronto. Un grupo de control
sobrio se saltó la parte de los bagels y las bebidas, pero vio la misma
película de las ratas y realizó las mismas tareas.
Puesto que todos los participantes, los ebrios y los sobrios, habían
completado una tarea de memoria de trabajo antes de empezar a beber,
se podía comparar a los ebrios con sus pares sobrios, con similares
niveles de funció n ejecutiva. Como se esperaba, una vez que el grupo
ebrio empezó a beber, é ste se desempeñ ó peor en la segunda tarea de
la funció n ejecutiva: el alcohol había hecho su trabajo y había
desactivado temporalmente sus CPF. Sin embargo, los ebrios superaron
con creces a los sobrios de control en la tarea de las PAR, y resolvieron
má s y con mayor rapidez. Tambié n eran má s propensos a declarar que
habían resuelto las pruebas en momentos de inspiració n, y que la
respuesta había surgido de pronto en su cabeza.
Esto es só lo un estudio, con un nú mero bastante pequeñ o de
participantes. No obstante, sumado al conjunto de trabajos, mucho
mayor, que vinculan un menor control cognitivo con un mejor
pensamiento lateral, sí refuerza los puntos de vista antiguos y
transculturales sobre el alcohol y la creatividad. Podemos añ adirle otro
estudio sobre el alcohol, titulado «Lost in the sauce»6 (como mínimo, el
alcohol aumenta la creatividad para titular los estudios),7 que aporta
unos só lidos indicios indirectos del papel del alcohol como musa.
Michael Sayette y su equipo pidieron a los participantes que bebieran
un có ctel, o bien con alcohol, o bien sin alcohol, y despué s realizaran
una tarea donde tenían que leer fragmentos de Guerra y paz y pulsar un
botó n «D» siempre que se dieran cuenta de que estaban distraídos o su
mente divagaba. Ademá s, los investigadores averiguaban cada pocos
minutos si estaban divagando: «¿Con qué te has distraído?», aparecía
en la pantalla. Los participantes ligeramente ebrios se amodorraban
con má s frecuencia y tambié n eran menos propensos a darse cuenta de
que estaban divagando. Como dijimos antes, existe un só lido conjunto
de indicios de que la divagació n y la creatividad van de la mano, de
modo que facilitar lo primero debería estimular lo segundo. Una mente
no anclada a la tarea que tiene entre manos y que vaga con libertad, sin
siquiera ser consciente de ello, es una mente lista para producir ideas
creativas.
Despué s de presentar estos estudios en una charla en un campus de
Google hace algunos añ os, mis entusiasmados anfitriones me llevaron
de inmediato a su impresionante sala de whisky. Allí es donde los
programadores se retiran a echarse un traguito de inspiració n líquida
cuando su creatividad se topa con un muro. Tambié n me explicaron en
esta visita el concepto del pico de Ballmer (figura 4.1). Atribuido, tal
vez de forma apó crifa, a Steve Ballmer, antiguo consejero delegado de
Microsoft, se trata del muy alto pero estrecho pico de la curva que
describe tu nivel de habilidad para programar en funció n de tu
concentració n de alcohol en la sangre (CAS).
Circulan las leyendas de programadores que, como buenos ingenieros,
se conectan a una bomba de infusió n de alcohol para mantenerse en el
punto ó ptimo de CAS. Aunque Randall Munroe, el creador de la viñ eta
de xkcd, bromea sobre lo desaconsejable que es meter a un equipo de
programadores en una sala llena de whisky, esto es precisamente lo que
Google hace a menudo. Esto nos lleva a nuestro segundo punto sobre el
alcohol y la creatividad: el estímulo de la creatividad que provee el
alcohol se amplía y mejora cuando la gente bebe en grupo. La sala de
whisky de Google es, en esencia, un espacio comunitario, con
numerosos asientos dispuestos para que los grupos se reú nan de
forma informal, y no un sitio para beber a solas. Los programadores
con los que hablé dijeron que lo utilizaban sobre todo por equipos,
como lugar para alejarse de las pantallas, relajar la mente y dejar que se
les ocurran nuevas soluciones cuando se enfrentan a problemas
aparentemente irresolubles. Los espacios que permiten la
comunicació n y un fá cil acceso al alcohol pueden ser eficaces
incubadoras de creatividad colectiva.

Figura 4.1. xkcd sobre el pico de Ballmer (<xkcd.com>)


Traducción: Habilidad para programar – Concentració n de alcohol en sangre (%) / El llamado pico
de Ballmer fue descubierto por Microsoft a finales de la década de 1980. Se desconoce la causa,
pero por lo que sea, una CAS del 0,129-0,138 % te da una habilidad para programar sobrehumana. /
Pero es un efecto delicado, que hay que medir cuidadosamente: no sirve darle a un equipo de
programadores whisky para un añ o entero y decirle que se ponga manos a la obra. / ¿Ha pasado
alguna vez...? ¿Os acordáis de Windows ME? ¡Lo sabía!

Una sala de whisky llena de pufs y futbolines es justo ese tipo de


espacio. Como tambié n lo es prá cticamente cualquier saló n tradicional
y de banquetes, pub o bar. La disposició n del típico establecimiento de
bebidas moderno, con una distribució n de los asientos que permita
que la gente coma y beba có modamente en grupos de varios tamañ os,
está diseñ ada a la perfecció n para catalizar la creatividad colectiva. Al
regular a la baja nuestro control cognitivo y levantarnos el á nimo y el
nivel de energía, el alcohol no só lo abre la mente a los destellos
creativos, sino que tambié n baja las barreras para comunicar esos
destellos a los demá s. Las ideas «estú pidas» parecen menos estú pidas
despué s de la segunda copa; a la tercera, tu superior parece menos
intimidante. El alcohol hace que se asuman mayores riesgos generales.
En el quinto capítulo, hablaremos de las repercusiones negativas que
esto puede tener en relació n con el sexo y el manejo de maquinaria
pesada, pero, en el mundo de las ideas, abrirse al riesgo es una cosa
positiva. En cualquier caso, hay bastantes pruebas anecdó ticas de que,
al liberar la mente de cada cual, facilitar la transmisió n de ideas entre
las personas y atenuar el sentido del ridículo y la inhibició n, el
consumo de alcohol colectivo es un motor clave de la innovació n
cultural.
Iain Gately señ ala que, en la antigua Persia, no se tomaba ninguna
decisió n sin haberla tratado con alcohol, aunque luego no se ejecutara
hasta ser revisada con la sobriedad del día siguiente. Por el contrario,
ninguna decisió n sobria se llevaba a la prá ctica sin haber sido antes
considerada por el grupo en estado de embriaguez.8 Desde la China y la
Grecia antiguas hasta el Silicon Valley de nuestros días, el pensamiento
comunitario y la bebida en grupo siempre han ido de la mano. Gately
tambié n ha afirmado que, má s recientemente, el «comercio del agua»
—las infames sesiones alcohó licas, despué s del trabajo, pero
obligatorias, sufridas por los salarymen (oficinistas) japoneses (casi
todos hombres)— fue un motor clave de la innovació n industrial
japonesa en las dé cadas de 1970 y 1980. Una de sus funciones era
suspender las normas de la jerarquía social con el fin de que las ideas
fluyeran entre los empleados de menor rango y sus superiores. «El
alcohol fue el engrasante que permitió la buena marcha de la má quina
empresarial japonesa. Mientras que la gerontocracia exigía y recibía
respeto por su edad en la mesa de trabajo, despué s, fuera de la oficina y
con una copa, dejaban hablar a sus jó venes turcos», apunta Gately.9 El
antropó logo Philip Lalander documenta una diná mica similar entre los
jó venes buró cratas suecos en la dé cada de 1990, a los que las
perió dicas sesiones cargadas de bebida les permitían escapar de las
normas del lugar de trabajo, burlarse de la jerarquía social y expresar
las opiniones subversivas o los deseos reprimidos; todo en un contexto
sin riesgos, donde todos está n igual de indefensos, con sus CPF
ahogadas en vodka.10
La gente dice un montó n de cosas estú pidas cuando está borracha. Sin
embargo, las que son nuevas o innovadoras tienden a flotar a la
superficie del torrente de ideas que van y vienen en un grupo cuando
todos está n relajados y contentos, con las defensas bajas y abiertos a
las intuiciones creativas. Una de las ideologías políticas má s
importantes de los tiempos modernos, el comunismo, fue fraguada por
Friedrich Engels y Karl Marx durante «diez días empapados de
cerveza»11 en París en 1884; no es de extrañ ar que los salones de París,
bien surtidos de alcohol, fuesen un caldo de cultivo de la innovació n
intelectual y artística. Las tabernas del viejo Oeste cumplieron una
funció n similar en los Estados Unidos de antes de la ley seca. Como
escribió el novelista Jack London:
Siempre que los hombres se juntaban para intercambiar ideas, reír y fanfarronear y retarse, para
relajarse, para olvidarse del duro y aburrido trabajo de noches y días tediosos, lo hacían con
alcohol. La taberna era el lugar de congregació n. Los hombres se juntaban allí como los
antepasados primitivos se juntaban en torno al fuego.12

Y nunca deberíamos olvidarnos de que nuestra palabra simposio, el


té rmino por excelencia para referirnos a los foros dedicados al
intercambio acadé mico y la innovació n intelectual, aludía
originalmente a la cumbre de la sociabilidad de la Grecia antigua, las
fiestas donde se bebía vino.
Es difícil encontrar datos sistemá ticos sobre el alcohol y la innovació n
cultural, pero un reciente documento de trabajo del economista
Michael Andrews, «Bar talk: Informal social interactions, alcohol
prohibition, and invention» [Charlas de bar: interacciones sociales
informales, prohibició n del alcohol e invenció n], es un intento
fascinante en esta direcció n. Andrews comienza reseñ ando la literatura
de la economía sobre la «invenció n colectiva»,13 que documenta có mo
las interacciones sociales informales y fortuitas pueden impulsar la
innovació n y el crecimiento. É sta es una razó n bastante obvia por la
cual las á reas urbanas densas, y en particular aquellas donde se
mezclan sectores industriales e instituciones acadé micas, tienden a ser
fuentes de nuevas ideas.14 Andrews cita una observació n del venerable
economista Alfred Marshall, quien en 1890 señ aló que, cuando las
personas y las empresas se juntan en los densos centros urbanos:
[l]os misterios de la industria dejan de serlo; por así decirlo, están en el aire, y los niñ os aprenden
muchos de ellos de forma inconsciente. Se valora correctamente el buen trabajo, y se tratan
enseguida los méritos de los inventos y mejoras en la maquinaria, los procesos y la organizació n
general de las empresas: si un hombre lanza una nueva idea, los demás la toman y la mezclan con
sus propias sugerencias; y se convierte así en fuente de otras nuevas ideas.15

«Pero ¿có mo llegan las ideas al aire y se propagan entre una persona y
otra? —se pregunta Andrews en este documento—. Richard Roberts,
fabricante e inventor de má quinas herramienta del siglo XIX, dijo que,
en vez de circular por el aire, las ideas se transmiten por el grifo:
“Ningú n oficio se puede mantener en secreto mucho tiempo: media
pinta de cerveza obrará milagros al respecto”».16 Andrews apunta que
hay cada vez má s literatura sobre la importancia de los bares como
lugares de reunió n para las personas creativas, y añ ade abundantes
ejemplos de inventos o nuevas tecnologías que eclosionaron en
tabernas, cafeterías (que sirvieran alcohol) y bares.17
No contento con estas pruebas anecdó ticas, Andrews decidió recurrir a
un ú til experimento natural para probar la idea de que el consumo de
alcohol comunitario es un motor de la innovació n: la ley seca
estadounidense. Aunque ahora tendemos a pensar en la ley seca como
un acontecimiento aislado, impuesto por el Gobierno de Estados
Unidos en 1920, la trayectoria del movimiento prohibicionista en el
país era mucho má s larga; las prohibiciones de la producció n y el
consumo de alcohol a nivel municipal y condal se remontan a los
principios de la dé cada de 1800. Merece la pena señ alar que el acopio
de bebidas antes de que entrara en vigor la ley seca, la destilació n
casera y un activo mercado negro hicieron que la prohibició n nunca
llegara a acabar con la bebida. Con lo que sí acabó , allí donde se
promulgó , fue con la bebida en sociedad, al erradicar las tabernas y
obligar a los bebedores a aislarse en sus casas o en pequeñ as reuniones
privadas.
Andrews aprovechó las variaciones entre los condados
estadounidenses al aplicar restricciones al alcohol para estudiar el
efecto de la prohibició n sobre un excelente indicador de la innovació n:
la tasa de nuevas patentes registradas, cuyos datos tambié n podía
obtener a nivel condal. Partiendo de la prohibició n a nivel estatal,
comparó los condados invariablemente «secos» durante un largo
período de tiempo con los condados donde antes se permitía beber,
pero que de pronto se vieron obligados a cerrar sus tabernas y otros
establecimientos pú blicos donde se servían bebidas. Descubrió que, en
los condados donde antes se permitía la bebida, la prohibició n redujo
el nú mero de nuevas patentes el 15 por ciento anual respecto a los
condados que ya eran secos antes. Sin embargo, al cabo de tres añ os de
prohibició n, esa distancia se fue acortando. Andrews conjetura que el
posterior repunte de la innovació n pudo deberse a la gradual
proliferació n de bares clandestinos y otros espacios ilegales donde se
bebía en sociedad, como sustitutos de las tabernas.
Soy profesor, no inventor, ni artista ni empresario, pero hay razones de
peso para creer que la sociabilidad facilitada por el alcohol cumple una
funció n similarmente decisiva en la innovació n acadé mica. En mis
seminarios de posgrado en la dé cada de 1990, al acabar, muchas veces
salíamos pitando todos, alumnos y profesores, al bar del campus,
donde se retomaba el debate iniciado en el aula con jarras de cerveza y
aperitivos y, a menudo, tras un par de pintas, tomaba unas inesperadas
y creativas direcciones. En una de esas ocasiones, presencié una
impactante demostració n del papel de las tabernas de hoy en día como
impulsoras de la innovació n. Al cabo de unos añ os de empezar en la
Universidad de Columbia Britá nica, extrañ amente desprovista de
establecimientos informales donde beber, abrió por fin un bar grande y
acogedor. Su ubicació n era perfecta: junto a la parada de autobú s, un
lugar ideal para juntarse al final de la jornada antes de irse a casa, y a
algunos nos inspiró la idea de instituir una quedada semanal los
viernes por la tarde. É ramos un grupo intelectualmente diverso, y no
había ningú n orden del día, aparte de tomar unas copas y aperitivos y
charlar. Sin embargo, durante los dos añ os siguientes, las ideas y las
relaciones de cooperació n generadas en aquellas charlas de bar se
tradujeron en la creació n de un nuevo centro en la Universidad de
Columbia Britá nica, una beca federal de tres millones de dó lares, un
artículo acadé mico premiado, un montó n de estudios de gran
repercusió n y un nuevo y enorme proyecto de base de datos. Es
imposible que estas conversaciones hubiesen tenido su catalizador en
un nuevo Starbucks o un establecimiento que sirviera té de burbujas:
necesitá bamos un bar. Por esta precisa razó n, en las universidades de
Oxford se da comienzo oficial a las tardes de charlas y debates con la
expresió n latina nunc est bibendum [ahora es el momento de beber].18
Hablaremos en el quinto capítulo sobre el lado oscuro de la
sociabilidad basada en el alcohol. En los ú ltimos añ os, la muy
postergada conversació n sobre las consecuencias negativas, y a veces
delictivas, de mezclar el trabajo con la bebida ha pasado a un primer
plano en la conciencia pú blica. Esto es sin duda positivo. Tras una
amplia y ponderada reflexió n sobre las ventajas y los inconvenientes
relevantes, podríamos llegar perfectamente a la conclusió n de que los
estudiantes de posgrado nunca deberían mezclarse en el bar con sus
profesores, o que no debería servirse alcohol en los eventos
profesionales. Pero en esas discusiones se han de tener en cuenta no
só lo los costes má s evidentes de mezclar trabajo y bebida, sino
tambié n los beneficios que perderíamos. Con una suave regulació n a la
baja de sus CPF, los estudiantes hablan con má s libertad, crean vínculos
intelectuales entre sí y son testigos de có mo sus mentores resuelven
las cosas sobre la marcha, parcial y temporalmente liberados de los
grilletes de las jerarquías acadé micas. Los colegas plantean ideas que
de otro modo jamá s borbotearían en su consciencia, y se aventuran a
salir de sus zonas de confort intelectual, borrando así unas fronteras
entre disciplinas que a menudo necesitan urgentemente que se crucen.
Este libro fue escrito en medio de la pandemia de COVID-19.
Tardaremos añ os en saber de qué diversas formas la innovació n se ha
visto negativamente afectada por esta crisis. Los factores má s
dramá ticos y evidentes, como el estré s de cuidar a los seres queridos
enfermos o la teleeducació n de los niñ os, reducen drá sticamente la
productividad y la capacidad de concentració n. Quizá sea menos obvio
có mo ha cambiado la forma de hablar y pensar de las personas tras la
repentina transició n general de las reuniones presenciales a las
conferencias por Zoom y Google Hanghouts. Las charlas de muy
diversos temas alrededor de unas cervezas, que se alargan hasta un par
de horas, han sido sustituidas por las videoconferencias, má s cortas y
centradas en un orden del día con puntos muy concretos. En este medio
artificial, a la gente le cuesta interrumpir a los demá s con naturalidad, o
cambiar suavemente de tema o de turno de palabra. É ste es un aspecto
en el que la crisis de la COVID-19, como la ley seca estadounidense,
puede brindar un excelente ejemplo natural para demostrar que las
reuniones presenciales, muchas veces con alcohol, mejoran tanto la
creatividad individual como la del grupo.

La verdad es el color azul: los chamanes modernos y las


microdosis
El alcohol ha dominado nuestra historia por una buena razó n. Es, de
lejos, el intoxicante má s extendido, popular, fá cil de consumir, flexible y
multiusos conocido por la humanidad. Sin embargo, de cara al futuro,
merece la pena concentrarse exclusivamente, por un momento, en las
sustancias alucinó genas o psicodé licas. Tal como se consumían
tradicionalmente, eran muy difíciles de integrar en la vida cotidiana. La
increíble desconexió n de la realidad que producen no só lo limita su
utilidad social, sino que tambié n suscita dudas sobre la validez de las
ideas que producen. No obstante, algunos ajustes modernos al modo de
consumir psicodé licos podrían hacerlos má s có modos y ú tiles.
Confieso que hice algunas incursiones en las drogas psicodé licas
cuando era joven, normalmente en ciertos lugares de extraordinaria
belleza natural, cerca de mi casa en el Á rea de la Bahía de San Francisco;
en concreto, la parte oeste del monte Tamalpais y la playa Limantour,
en la Costa Nacional de Point Reyes. Solía llevarme una libreta para
anotar mis pensamientos y «destellos creativos». Durante una
experiencia particularmente é pica, me embargó la convicció n de que la
respuesta a todas las preguntas de la vida, la clave para comprender
toda la realidad, residía en entender que la verdad era el color azul. A lo
largo de veinte pá ginas, me dediqué a argumentar de forma meticulosa
y tajante esta afirmació n, acompañ á ndola de varios diagramas y
ecuaciones matemá ticas. Recuerdo que pensé que el programa de
posgrado de mi universidad se vería obligado, tras la publicació n de
este tratado, no só lo a concederme de inmediato mi doctorado, sino
tambié n a nombrarme profesor titular.
Como cabría esperar de semejante argumento central, el ensayo
parecía menos trascendental a la mañ ana siguiente. Pocos añ os
despué s, me topé con un relato de William James, el gran pionero de la
psicología, sobre un viaje de ó xido nitroso que había experimentado.
Tambié n é l se convenció durante la experiencia de que había
descubierto el secreto del universo, pero, al leer sus notas a la mañ ana
siguiente, se encontró só lo esto:
Higamus, hogamus,
la mujer es monógama.
Hagamus, higamus,
el hombre es polígamo.19
En efecto. El epigrama de James no llegó a descorrer el teló n de la vida
cotidiana para revelar los contornos de la verdadera realidad. Resultó
que «La verdad es el color azul» tampoco me hizo ganar a mí la fama
inmediata y el éxito profesional, y sigue languideciendo iné dito hasta
hoy.
No obstante, lo que sí me traje de esos viajes fueron nuevas e
importantes intuiciones sobre mi vida personal, mi pasado y a dó nde
me dirigía en el futuro. Estas ideas coherentes solían cristalizar
lentamente, muy al final del viaje o incluso el día siguiente, como
fragmentos de cristal que se posaban formando el motivo de un
mosaico reconocible. James tambié n volvió a analizar el valor a largo
plazo de los viajes psicodé licos y señ aló que «pueden determinar
actitudes, aunque no sean de fá cil formulació n, y asimismo pueden
descubrir una regió n, aunque no proporcionen un mapa. En cualquier
caso, impiden nuestro prematuro cierre de cuentas con la realidad».20
Aldous Huxley, al reflexionar sobre un atípico arreglo floral durante un
viaje de mescalina, sintió que había podido atisbar «lo que Adá n había
contemplado la mañ ana de su creació n: el milagro, momento a
momento, de la existencia desnuda».
Ser arrancados de raíz de la percepció n ordinaria y ver durante unas horas sin tiempo el mundo
exterior e interior, no como se le aparece a un animal obsesionado por la supervivencia o a un ser
humano obsesionado por palabras y nociones, sino como es percibido, directa e
incondicionalmente, por la Mente Libre, es una experiencia de inestimable valor para cualquiera, y
en especial para el intelectual.21

Es esta idea de verse «arrancados de raíz de la percepció n ordinaria»,


la de abrirse a nuevos universos de pensamientos, lo que constituye el
don especial de los psicodé licos fuertes. Ya hemos dicho que los
chamanes llevan milenios consumié ndolos para traerse respuestas e
intuiciones del á mbito espiritual. En el contexto moderno, podríamos
considerar el «mundo espiritual» como el paisaje del cerebro humano
ricamente diverso, fragmentado, en tecnicolor, no lineal y radicalmente
liberado del control cognitivo. Los psicodé licos son unos eficaces
agentes desesquematizadores, o inductores de entropía, que alteran el
trá fico neuronal, normalmente dirigido en orden por la CPF. Retirar al
vigilante del patio de recreo permite la comunicació n cruzada, confusa
y promiscua entre las regiones cerebrales que, en circunstancias
normales, se comunicarían a travé s de unos canales cuidadosamente
regulados.22 El resultado es, sobre todo, la desorientació n espacial, una
percepció n muy confusa y el absurdo conceptual. Pero el cerebro, aun
totalmente perturbado, encuentra a veces el modo de restablecerse con
una configuració n distinta, lo que resulta muy ú til.
Cuando se intenta explicar el auge de Silicon Valley, donde eclosionaron
las ideas y los inventos que han transformado por completo el mundo
moderno, los analistas suelen citar la presencia de la Universidad de
Stanford, o su clima templado, capaz de atraer a las gentes brillantes de
todo el mundo. Se suele citar menos, aunque seguramente sea igual de
importante, su proximidad con el epicentro psicodé lico de Estados
Unidos, San Francisco. Como han documentado los escritores John
Markoff y Michael Pollan, los psicodé licos —principalmente el LSD
farmacé utico que proveía un enigmá tico y extravagante personaje
llamado Al Hubbard— tuvieron un papel central en los albores de
Silicon Valley.23 A Ampex, una innovadora fabricante de sistemas de
almacenamiento, hoy casi olvidada, con sede en Silicon Valley, se la ha
llamado la «primera empresa psicodé lica del mundo», debido a los
talleres semanales y los retiros que organizaba en torno al consumo de
LSD en la dé cada de 1960. El LSD fue decisivo en los procesos de diseñ o
creativo que dieron lugar a los circuitos integrados, y el fundador de
Apple, Steve Jobs, afirmó que, entre sus experiencias vitales má s
importantes, figuraban sus experimentos con el LSD.24 La sinergia
entre la cultura hippie de San Francisco, basada en las drogas, y la
innovació n de Silicon Valley se ha reproducido en otros lugares de todo
el mundo, desde Berlín a Pekín, donde las culturas underground o
bohemias, muy cargadas de intoxicantes, se han codeado con aquellos
sectores industriales que dependen má s de las ideas creativas que de la
fuerza manufacturera.25
Un ajuste moderno al consumo de alucinó genos —tendencia de la que
fue pionera, como cabía esperar, Silicon Valley— está facilitando su
integració n en la vida cotidiana mediante la prá ctica de las
«microdosis».26 Consiste en tomar cantidades frecuentes, pero
pequeñ as, de LSD depurado o psilocibina, en torno a una dé cima parte
de la dosis normal, para provocar colocones suaves, pero sostenibles.
La periodista Emma Hogan ha documentado la extendida prá ctica de
las microdosis entre los profesionales del conocimiento en el Á rea de la
Bahía de San Francisco.27 Uno de los entrevistados, «Nathan», atribuye
el aumento de su productividad a las microdosis de LSD, al darle una
ventaja creativa y conseguir má s impacto en las reuniones para captar
inversores. «Es como mi pequeñ o capricho. Mi vitamina secreta. Es
como comer espinacas y ser Popeye», le dijo. Hogan cita una
observació n de Tim Ferriss, inversor á ngel y escritor: «Los
milmillonarios que conozco, casi sin excepció n, consumen
alucinó genos con frecuencia».28
Estos testimonios anecdó ticos de que las microdosis aumentan la
creatividad han sido avalados por los resultados de varios estudios
preliminares. En un estudio reciente donde se encuestó online a los
participantes,29 se comparó el desempeñ o de quienes se declaraban
consumidores de microdosis con el de personas que jamá s las habían
tomado en la tarea de usos alternativos (TUA). Se descubrió que los
consumidores de microdosis generaban respuestas clasificadas como
má s atípicas, inesperadas e inteligentes que sus pares no
consumidores. Otro estudio realizado con consumidores de microdosis
holandeses en un entorno natural30 reveló que administrar una
microdosis de setas psicodé licas mejoraba el desempeñ o en dos
mediciones de la creatividad. Los investigadores responsables de
ambos estudios reconocieron sus respectivas limitaciones: los
primeros se basaron al principio en la correlació n y en lo declarado por
los voluntarios online, y a los segundos les faltó un grupo de control de
no consumidores o de control con placebo. No obstante, los dos casos
nos llevan má s allá de los simples indicios anecdó ticos. Sabremos má s
con los estudios aleatorizados y los ensayos controlados por placebo
en el laboratorio, de los cuales hay varios ya previstos o en curso.
La ciencia moderna nos ha dado la capacidad de depurar los principios
activos de los psicodé licos tradicionales y administrarlos en dosis
precisas. Si esto hace que por fin estas drogas sean má s aptas para el
consumo cotidiano, podrían tener unas considerables ventajas frente al
alcohol. A pesar de las escabrosas noticias en la dé cada de 1960 sobre
la demencia provocada por el LSD, o sobre adolescentes colocados que
saltaban de los tejados, se considera que las drogas psicodé licas son
má s seguras, en la mayoría de los aspectos, que el alcohol o el cannabis.
No son adictivas, afectan a ciertas partes concretas del cerebro —en
vez de causar estragos en todo el sistema cerebral y corporal— y no
consta que tengan efectos secundarios. En una sesió n informativa en
2009,31 el principal asesor sobre drogas del Reino Unido, David Nutt,
calificó el LSD —junto con el cannabis y el MDMA— de droga menos
peligrosa que el alcohol y el tabaco, aunque despué s fue obligado a
dimitir por la polé mica que desató .
En cuanto especie creativa y cultural, necesitamos toda la innovació n
que podamos conseguir. La reorganizació n neuronal que provocan los
psicodé licos en el cerebro de las personas podría tener importantes
efectos sobre la creatividad del grupo. Como dice Michael Pollan: «La
entropía en el cerebro es una especie de variació n de la evolució n:
proporciona una mayor diversidad de materias primas a partir de las
cuales la selecció n puede operar a continuació n para resolver
problemas de formas novedosas».32 El popular relato de Pollan sobre
las drogas psicodé licas estaba en parte inspirado en el trabajo de
Giorgio Samorini, que ha sostenido asimismo que los intoxicantes
químicos han tenido un papel fundamental, sobre todo en una é poca de
cambios rá pidos, como «factor de desesquematizació n» que aumenta
la diversidad cognitiva y conductual en muchas poblaciones animales,
incluida la humana.33
Con su peculiar estilo, Timothy Leary, el gurú del LSD de la dé cada de
1960, afirmó una vez:
Encender significa entrar en contacto con las energías y los saberes antiguos integrados en tu
sistema nervioso. Procuran un placer y una revelació n indescriptibles. Sintonizar significa
aprehender y transmitir estas nuevas perspectivas en una danza armoniosa con el mundo exterior.
Abandonar significa salirse del juego tribal [...]. En cada generació n de la historia humana, ha
habido hombres [sic] juiciosos que se han encendido y han abandonado el juego tribal, y han
estimulado así el avance a trompicones del conjunto de la sociedad.34

«Juego tribal» es una excelente síntesis de los imperativos de nuestra


naturaleza primate, egoísta y estrictamente orientada a alcanzar
objetivos. Se puede considerar, por tanto, que el famoso lema de Leary,
«Enciende, sintoniza, abandona», nos anima a parecernos menos a los
chimpancé s y a hacer uso de nuestra capacidad para ser primates
creativos, culturales y comunitarios. Dejando a un lado el sexismo y las
supercherías del lenguaje de la nueva era sobre «energías y saberes
antiguos», no podríamos encontrar una mejor expresió n de có mo han
ayudado estos potentes desesquematizadores cerebrales a acelerar el
ritmo de la evolució n cultural a lo largo de la historia. En especial por la
eficacia y la facilidad de consumo que la ciencia moderna ha hecho
posibles, deberían seguir teniendo un papel similar en el mundo de hoy.

Por qué Skype no ha acabado con los viajes

de negocios
En 1889, Julio Verne predijo que el «fonotelefoto» —un exclusivo
dispositivo de videoconferencias, cuyo uso comú n concebía para el añ o
2889 (!)— haría innecesarios los viajes de negocios.35 No tuvimos que
esperar mil añ os. La videoconferencia se materializó como tecnología
en 1968 con el Picturephone de AT&T. La llegada de Skype y otras
tecnologías de videoconferencia a mediados de la dé cada de 2000 llevó
el fonotelefoto a todos los hogares con una conexió n digna a internet.
Cada avance nuevo en las teleconferencias se acompañ a de nuevas
predicciones sobre el fin de los viajes de negocios. Sin embargo, la
realidad sigue siendo que, al menos hasta que estalló la pandemia
mundial de COVID-19 en 2020, los viajes de negocios no han dejado de
aumentar. Dado el costo, el engorro y los costes fisioló gicos de viajar,
sobre todo entre zonas horarias muy distantes, resulta
verdaderamente desconcertante. ¿Por qué volar de Nueva York a
Shanghá i para reunirse con un posible socio de negocios, cuando
podrías simplemente llamarlo por telé fono o por Zoom?
Diría que el misterio de los viajes de negocios guarda una relació n
fundamental con el misterio de que nos guste emborracharnos.
Ninguno de los dos tiene un sentido prá ctico hasta que discernimos los
problemas de cooperació n a los que responden. Para las transacciones
sencillas, de larga distancia y que no entrañ an mucho riesgo, como
comprar un libro o una sudadera por internet, me conformo con los
mecanismos de seguridad de eBay o Amazon en caso de que mi
contraparte no sea de fiar. En cambio, si emprendo un complejo
negocio a largo plazo con una empresa en Shanghá i, en que se
multiplican por mil las consecuencias de las meteduras de pata, las
chapuzas y puñ aladas por la espalda o del simple fraude, necesito saber
que las personas con las que estoy tratando son de fiar. Sí, ambas
partes firmaremos un contrato, pero en la holgada trama de los
contratos má s exhaustivos y explícitos sigue habiendo margen para
mú ltiples grados de libertad. Para cualquier cosa má s compleja que la
compra puntual de botones o cremalleras, voy a querer saber con quié n
me la estoy jugando.
Uno de los mecanismos má s efectivos que los humanos han inventado
para valorar la fiabilidad de un posible nuevo colaborador son los
dilatados banquetes con alcohol. Como hemos visto, desde la China y la
Grecia antiguas a Oceanía, jamá s se concluía ninguna negociació n, ni se
firmaba ningú n tratado, sin copiosas cantidades de intoxicantes
químicos. En el mundo moderno, con todas las tecnologías de
comunicació n remota a nuestra disposició n, debería sorprendernos la
frecuencia con que necesitamos una sesió n de bebida a la buena y vieja
usanza, en persona, para sentirnos có modos firmando sobre la línea de
puntos.
No es un deseo absurdo: como hemos visto, una persona con la CPF
incapacitada es má s fiable. Hemos explicado que deprimir la funció n
de la CPF hace que a una persona le cueste má s mentir. Y —quizá esto
sorprenda— tiene el efecto contrario sobre la detecció n de mentiras.36
En efecto, nos cuesta má s valorar debidamente la fiabilidad de una
afirmació n cuando só lo nos concentramos en hacerlo. Se nos da mejor
detectar mentiras cuando estamos distraídos con otros estímulos —
por ejemplo, intentar captar la atenció n del barman o saborear un
aperitivo— y despué s se nos pregunta si la persona con la que
hablá bamos estaba siendo sincera. Nuestro yo inconsciente es mejor
detector de mentiras que «nosotros», y como mejor funciona es
mandando a su cuarto a la mente por un rato. La antigua intuició n de
que el alcohol revela el «verdadero yo» no es mera sabiduría popular. La
reducció n del control cognitivo provoca desinhibició n, un estado en
que se liberan las tendencias dominantes que, en la circunstancia
contraria, serían refrenadas por la CPF. Sin unas nítidas pistas
situacionales, la gente se vuelve má s agresiva cuando está bebida si en
general tiene una predisposició n a la agresividad.37 Podrías parecer
amable por telé fono, pero, antes de confiar de verdad en ti, me
convendría volver a evaluarte, en persona, tras una segunda copa de
chablis.
La utilidad del consumo de intoxicantes cara a cara no se limita al
mundo de los negocios. Una alianza de intercambio de informació n
entre las agencias de espionaje europeas, creada en la dé cada de 1970 y
que aú n goza de buena salud, llegó a referirse a ello como el
«Maximator». Se trata de la marca de una fuerte doppelbock que se
servía en el pub de las afueras de Mú nich donde acabó surgiendo la
iniciativa tras unas rondas de cerveza.38 Es difícil imaginarse a los
espías de Dinamarca, Alemania y los Países Bajos dejando atrá s sus
mutuas sospechas y confiá ndose informació n clasificada mientras se
toman un café con pastas. Presumiblemente, las birras iban a cuenta de
sus Gobiernos, ya que los Gobiernos e instituciones europeas tendían a
considerar el alcohol una parte integral de la sociabilidad humana
normal.
Para fraguar la colaboració n acadé mica internacional iniciada en la
Universidad de Columbia Britá nica que cité antes, hubo má s escollos:
en lo relativo al alcohol, los canadienses son casi tan puritanos como
los estadounidenses, y sus normas federales prohíben gastar los fondos
de las subvenciones en alcohol. A mi juicio, esto presenta una
importante barrera al progreso científico.39 Ante la tarea de formar una
asociació n entre diferentes países y disciplinas, mis colegas y yo só lo
veíamos una solució n: tuvimos que apoquinar nosotros mismos para
contar con un fondo exclusivo para alcohol. Como llevo má s o menos
una dé cada dirigiendo este tipo de grandes proyectos internacionales,
puedo decir con algo de certeza que es casi imposible conseguir que
grupos de investigació n potencialmente rivales cooperen sin socializar
en persona, con buena comida y unas sensatas dosis de neurotoxina
líquida.
Tambié n se deberían tener en cuenta las funciones positivas de la
socializació n en persona, alcohol mediante, en el actual y acalorado
debate sobre los viajes profesionales y su impacto en las emisiones de
dió xido de carbono. Algunos activistas climá ticos han empezado hace
poco a presionar para que se acabe con las conferencias presenciales,
arguyendo —con acierto— que es una enorme fuente de emisiones de
gases invernadero y —menos convincentemente— que las
interacciones en persona se pueden sustituir sin má s por las virtuales.
Es cierto que, en unos tiempos en que unas conexiones a internet
rapidísimas y relativamente ubicuas hacen de la teleconferencia una
opció n viable para los acadé micos y otros profesionales, parecería un
derroche volar miles de kiló metros para sentarse en una sala a
escuchar una conferencia o reunirse alrededor de una mesa. Si esas
conferencias consistieran só lo en un intercambio de informació n
abstracta, sí parece haber formas má s eficientes de llevarlo a cabo. Lo
que falta en estos debates es una correcta apreciació n del abanico
completo de razones que tienen las personas para asistir a las
conferencias.
Sí, la investigació n de vanguardia que se transmite en las
conversaciones formales es importante, aunque ahora una parte del
pú blico tuitea en directo el meollo de muchas de estas presentaciones.
Quizá sea igual de importante la socializació n, y que facilitarla no sea
un frívolo desperdicio del dinero de los contribuyentes o una tragedia
sin paliativos para el planeta. Un inigualable beneficio intelectual de las
conferencias presenciales acadé micas o profesionales es el
establecimiento de contactos, las tormentas de ideas y el
perfeccionamiento de los enfoques durante las comidas, las pausas
para el café y, sobre todo, en los espacios informales, cuando la jornada
toca a su fin y los intoxicantes hacen acto de presencia. La innovació n
es la savia de las economías modernas y está en el nú cleo del progreso
econó mico. Las teleconferencias son racionales, baratas y respetuosas
con el medioambiente —por no hablar de su vital ayuda durante la
crisis de la COVID-19, cuando escribo esto—, pero ni siquiera una
prolongada sesió n de Zoom conllevará que los participantes se
emborrachen y esbocen un nuevo diseñ o de ensayo en una servilleta de
có ctel.
Las «horas felices» por videoconferencia se han vuelto muy populares
como intento de recapturar la energía y la diná mica de las reales. Sin
embargo, las personas físicamente aisladas que se preparan sus
propios martinis, en diferentes continentes y zonas horarias, tienen
que soportar fallos té cnicos, una mala calidad del audio e, incluso con la
mejor conexió n a internet, los sutiles pero corrosivos retardos que
dificultan las interrupciones o cambiar de tema en el momento
oportuno. Incluso la mejor videoconferencia es una mediocre sustituta
del zumbido visceral de la química interpersonal, catalizado por los
intoxicantes químicos, que surge de socializar en persona en bares y
cafeterías. Ninguna tecnología que poseamos ahora puede sustituir la
experiencia compartida de la mú sica, la charla animada, la
conversació n sincronizada sin esfuerzos, unos niveles má s altos de
endorfinas y una menor inhibició n. La cultura que produjo Gö bekli
Tepe jamá s habría levantado el vuelo si aquellas ceremonias
destinadas a inspirar temor reverencial se hubiesen concebido só lo
para ser retransmitidas por internet. Se ha de tener en cuenta esto al
considerar qué se pierde y qué se gana en un mundo donde la
interacció n humana tiene lugar, cada vez má s, a travé s de nuestras
pantallas de ordenador.
En un editorial40 publicado en los primeros meses de 2020, cuando la
pandemia de COVID-19 llevó a los Gobiernos a paralizar mú ltiples
sectores de la vida pú blica, se afirmaba que la economía
poscoronavirus será mucho má s pequeñ a y menos productiva. «En un
mundo donde la oficina está abierta, pero no el bar, las diferencias
cualitativas en có mo se experimenta la vida será n al menos tan
significativas como la caída en la producció n». Sin duda ha sido así,
pero es igual de importante señ alar que la ausencia de bares ha tenido
un efecto directo en la experimentació n cualitativa de la vida y tambié n
en la productividad. Por ejemplo, me atrevería a predecir que,
descontando otros factores, las innovaciones o nuevas patentes en un
campo dado durante un par de añ os despué s de la cancelació n de una
conferencia anual presencial se reducirá n cuando se comparen con el
valor basal, y que despué s volverá n a aumentar tras el restablecimiento
de la socializació n y las copas en persona. Si los bares y cafeterías son
crisoles de innovació n, deberíamos ver có mo su reemplazo por
esté riles teleconferencias causa el mismo estancamiento en la
creatividad colectiva que siguió a la imposició n de la ley seca a
principios del siglo XX en Estados Unidos.41
Las personas que trabajan desde casa e interactú an con sus
compañ eros só lo por videochat, correo electró nico y mensajes de texto
no só lo se han sentido má s aisladas y desconectadas, sino que tambié n
han experimentado menos intuiciones creativas, al faltarles el estímulo
de unas conversaciones dispersas, impredecibles y, por tanto,
potencialmente innovadoras. Las reuniones por vídeo son
probablemente má s eficientes; pero la eficiencia, el valor central de
Apolo, es enemiga de la innovació n revolucionaria. El bar no só lo nos
hace sentir mejor: utilizado de la forma adecuada, tambié n nos hace
trabajar mejor en el largo plazo.
La forma má s efectiva y exhaustiva de apartar a un lado aquellos
aspectos de nuestra naturaleza de chimpancé o de lobo que nos
mantienen concentrados y aislados unos de otros —la orientació n a los
objetivos, el autocontrol y el egoísmo— es juntar a las personas,
rodearlas de distracciones multisensoriales y permitirles que, de forma
gradual pero constante, regulen a la baja sus CPF con intoxicantes. Sería
maravilloso que Zoom añ adiera la posibilidad de sincronizar tus luces y
tu mú sica con la oficina domé stica de tu posible socio de negocios,
mientras a los dos os aplican simultá neamente un estimulador
magné tico transcraneal. Sin embargo, mientras esperamos a que el
equipo de desarrollo de Zoom implemente esta actualizació n, el alcohol
a la buena y vieja usanza, consumido en un entorno relajado, cara a
cara, sigue siendo nuestra tecnología cultural má s simple y efectiva.

Las fiestas de empresa: sus ventajas, y no sólo

sus inconvenientes
Centrarnos en la antigua funció n social de la intoxicació n tambié n
puede ayudarnos a aclarar nuestras ideas sobre otros aspectos de la
vida profesional. Pensemos, por ejemplo, en los debates sobre las
fiestas de empresa. Ante las posibles consecuencias de conductas
inmorales o incluso delictivas en los actos sociales de la empresa
donde se bebe alcohol, las compañ ías han prohibido servirlo en dichos
actos, o al menos han considerado hacerlo. Los barriles de cerveza, el
vino de cortesía y la barra de có cteles está n siendo sustituidos por el
agua con gas y los batidos con espirulina. Se rechazan totalmente las
reuniones sociales y se prefieren los ejercicios de desarrollo de equipo,
como las salas de escape o las batallas lá ser.
El razonamiento de costo-beneficio que mueve a estas decisiones ve,
por un lado, los costes econó micos, personales y quizá judiciales, no
menores, de no só lo permitir, sino facilitar activamente que los
empleados se emborrachen. Despué s los sopesan frente a... ¿qué ? ¿Só lo
un poco de diversió n? Cuando los cá lculos se plantean de esta manera
—la diversió n frente a unos costes concretos y cuantificables—,
siempre saldrá perdiendo la diversió n.
Pertrechados con nuestro aná lisis evolutivo de la intoxicació n, una
forma de proceder má s ajustada a la realidad sería sopesar los
innegables y visibles costes del consumo del alcohol frente a sus
beneficios, má s difíciles de percibir. Existe una razó n por la cual hay
empresas de gran éxito, como Google, que siguen permitiendo que el
alcohol cumpla una funció n en su vida institucional. Como hemos visto,
el alcohol facilita la creatividad, tanto la individual como la colectiva.
Puede ayudar a superar los problemas de confianza y permitir un
intercambio de ideas má s libre. Tambié n ocurre que las fiestas de
empresa sí generan espíritu corporativo y cohesió n de grupo, o al
menos pueden hacerlo. La película Fiesta de Navidad en la oficina
(2016), bastante divertida, trata de un inversor de alto nivel que es
reacio a invertir en una compañ ía tecnoló gica por su falta de cultura
cohesionadora, y el remedio que se propone es la citada fiesta (aviso de
spoiler: funciona). Si bien meter renos vivos en la oficina, aguardiente
en el dispensador de agua y cocaína en la má quina de nieve
probablemente es excesivo, son ejemplos de có mo aceptar los
beneficios de la intoxicació n puede ayudar a inclinar la balanza a favor
de la diversió n y revelar los verdaderos costes que genera llevarse la
fiesta fuera de la empresa.
En un pionero e influyente repaso de los efectos positivos del consumo
moderado de alcohol, la psicó loga clínica Cynthia Baum-Baicker
concluyó , en consonancia con lo que hemos visto en capítulos
anteriores, que sus principales beneficios son unos menores niveles de
estré s, tanto fisioló gico como declarado, y un mejor estado de á nimo.42
Esta conclusió n se refleja en unos mayores niveles de felicidad, euforia
y cordialidad, y unos menores niveles de tensió n, depresió n y timidez
que declaran los sujetos emborrachados en el laboratorio.43 En los
estudios, los adultos y estudiantes universitarios declaran consumir
alcohol con frecuencia para superar fobias sociales, o como «atajo a los
sentimientos de semejanza, inclusió n y pertenencia»,44 lo cual
concuerda con los trabajos clá sicos de la antropología que documentan
el consumo de alcohol en todo el mundo para reducir el estré s en las
situaciones sociales.45
Para la persona que está a punto de terminarse su segundo vino gratis,
es estupendo estar má s animada y menos estresada, pero ¿redunda
esto en la unió n del grupo, en realidad? Las personas son má s ruidosas
y habladoras con una CAS del 0,08 por ciento, pero ¿de verdad está n
conectando con los demá s o só lo disfrutando del sonido de sus propias
voces? Los trabajos de laboratorio donde se analiza directamente el
efecto de la intoxicació n alcohó lica sobre los vínculos sociales son aú n
escasos,46 pero los datos preliminares respaldan la idea de que los
efectos individuales del alcohol sobre el á nimo y la ansiedad son
beneficiosos tanto para el grupo como para la persona. Por ejemplo, el
psicó logo Michael Sayette y su equipo realizaron un estudio en 2012
que consistía en juntar a cientos de personas, todas ellas bebedoras
sociales y desconocidas entre sí, en tríadas sociales y pedirles que
mantuvieran una charla informal alrededor de unas copas durante
media hora antes de completar varias tareas.47 Aunque las tareas eran
la supuesta finalidad del estudio, lo que en realidad interesaba a los
investigadores eran las conversaciones iniciales, que grabaron en vídeo
y analizaron. A los participantes del grupo con alcohol se les sirvió una
serie de có cteles de vodka y ará ndanos, mientras que el grupo
controlado con placebo tomó có cteles sin alcohol en un vaso
embadurnado con una pizca de vodka para convencerlos de que
estaban bebiendo alcohol. A un tercer grupo se le sirvió simplemente
zumo de ará ndanos.
Se pidió a una serie de personas, desconocedoras de las hipó tesis y las
condiciones del experimento, que valoraran las expresiones faciales de
los participantes, así como los patrones lingü ísticos de los grupos
durante las conversaciones informales. Se consideró que se había
logrado conectar cuando los tres participantes mostraban
simultá neamente sonrisas de Duchenne, o espontá neas (como en la
figura 4.2), distinguibles de las sonrisas intencionadas. Los turnos de
palabra equitativos y secuenciales se interpretaron asimismo como
señ al de una diná mica de grupo positiva.
A los propios participantes se les pidió tambié n, al final del
experimento, que calificaran el nivel de conexió n de su grupo
expresando su grado de acuerdo o desacuerdo con sentencias como:
«Me gusta este grupo» o «A los miembros de este grupo les interesa lo
que tengo que decir». En un trabajo anterior, se había establecido que
las respuestas a esta «escala de refuerzo del grupo percibido» (PGRS,
por sus siglas en inglé s)48 se correlacionaban con las medidas no
verbales de conexió n social.
Figura 4.2. Sujetos que muestran simultáneamente

una sonrisa de Duchenne, o espontánea49


Los resultados eran claros. «El consumo de alcohol potenció las
conductas individuales y de grupo asociadas con el afecto positivo,
redujo las conductas individuales asociadas con el afecto negativo y
aumentó los niveles de conexió n declarados», fue la conclusió n de los
autores. Un posterior aná lisis de la diná mica social reflejada en los
vídeos reveló que la intoxicació n estimuló el «contagio» de las sonrisas
y del afecto positivo: era má s probable que las sonrisas espontá neas
que surgían en los grupos con alcohol se extendieran a los demá s, en
vez de ser ignoradas sin má s. Este efecto contagio fue particularmente
intenso en los grupos con predominancia de varones, en que las
sonrisas en los grupos controlados con placebo y de control tendían a
no ser correspondidas.50 Y lo que es fundamental: lo que propició este
impacto positivo sobre la conexió n de grupo fueron los efectos
farmacoló gicos del alcohol; el grupo controlado con placebo era similar
al de control, y los dos difirieron considerablemente del grupo con
alcohol en todas las mediciones. La conclusió n de un reciente resumen
de la investigació n acerca del efecto del alcohol sobre la cohesió n y la
intimidad social es que «puede aumentar el sinceramiento y disminuir
la ansiedad social, y eleva sistemá ticamente la extraversió n, incluida la
faceta de gregarismo. Ademá s, la investigació n ha revelado que el
alcohol puede aumentar la felicidad y la sociabilidad, la disposició n a
ayudar, la generosidad y los lazos sociales, y reducir las reacciones
emocionales negativas a los factores estresantes sociales».51
Todo esto indica que sustituir los có cteles con alcohol por otros sin
alcohol en la fiesta de empresa anual frustrará la precisa finalidad de
celebrar dichos eventos. Aunque leer los datos de tres estudiantes
universitarios que se sonríen mutuamente en una mesa de formica en
el laboratorio no es tan impactante o entretenido como ver al actor T. J.
Miller lanzá ndose por unas escaleras hasta arriba de cocaína y vestido
de Santa Claus, este estudio nos provee datos empíricos de las
funciones sociales positivas de las fiestas de empresa, ademá s de sus
costes má s obvios. Y, sobre todo, como revela este estudio, es
importante señ alar que es el simple etanol, y no só lo el entorno o las
expectativas culturales, el que está haciendo ese trabajo.

Larga vida a los bares


Hemos hablado de có mo el alcohol ayuda a la creatividad del grupo o a
desarmar desde el punto de vista cognitivo a personas potencialmente
hostiles en el contexto político, empresarial o acadé mico. Su papel es
igual de omnipresente, por supuesto, en toda clase de ocasiones
informales, cotidianas y sociales. En un antiguo texto chino, se expresó
con una frase muy citada: «No hay encuentro en una ocasió n feliz que
pueda prescindir del vino»;52 y, có mo no, el simposio celebrado en
torno al vino era el modelo de sociabilidad de la Grecia antigua. El saló n
de hidromiel era el centro de las comunidades en las culturas
anglosajonas medievales, y sigue sié ndolo hoy, en forma de cervecerías
o bares.53 En la Amé rica colonial, cada ciudad tenía su taberna, que
normalmente era uno de los primeros edificios que se construían, al
lado de la iglesia o espacio de culto.54 Desde el salon en Francia y el
kabak en los albores de la Rusia moderna55 hasta el saloon del salvaje
Oeste americano, la leve disociació n de la realidad causada por el
alcohol y la socializació n informal y relajada han sido inseparables.56
Los lectores britá nicos probablemente sostendrá n que la bebida en
sociedad ha alcanzado la cumbre de la evolució n cultural con el pub o
bar. En una publicació n de 1943 titulada The Pub and the People, un
grupo de antropó logos y soció logos aporta una amena y
desconcertante relació n, digna de Borges, de las diversas actividades
observadas en los cerca de trescientos pubs de Bolton (referida como
«Worktown»), una ciudad al norte de Inglaterra dedicada a la
fabricació n textil.
É stas son las cosas que hace la gente en los pubs:
SENTARSE O ESTAR DE PIE
BEBER
HABLAR sobre apuestas, deportes, trabajo, gente, bebidas, el tiempo, política, cotilleos
FUMAR
ESCUPIR
Muchos JUEGAN
a las cartas
al dominó
a los dardos
a los tejos
Muchos APUESTAN
reciben y
pagan pérdidas y ganancias
LA GENTE CANTA Y ESCUCHA CANTAR: TOCAN EL PIANO Y ESCUCHAN TOCARLO
ESTAS SON LAS COSAS QUE A MENUDO TIENEN RELACIÓ N CON LOS PUBS...
... bodas y funerales
disputas y peleas
bolos, pesca y pícnics
sindicatos
sociedades secretas. [Las fraternidades] Odd Fellows y Buff
procesiones religiosas
sexo
buscar trabajo
delincuencia y prostitució n
exhibiciones caninas
carreras de palomas
LA GENTE VENDE Y COMPRA
cordones, pasteles calientes, morcillas, linimentos...
Todas estas cosas no pasan en la misma noche, o en los mismos pubs.
Pero en una noche normal en un pub normal habrá muchas de ellas.57
Como apunta Griffith Edwards, este estudio «mostraba el pub como
institució n entendida con sus mú ltiples funciones y simbolismos, en
vez de só lo un espacio donde se vendía y consumía alcohol». El pub,
como el café francé s, es un local muy variopinto que acoge a las familias
y las personas mayores, grupos de amigos borrachos, escritores
solitarios y parejas romá nticas. Que todo ese hablar, comer, jugar a los
dardos y hacer carreras de palomas sean todas actividades engrasadas
con alcohol, de forma suave pero constante, es la clave de la capacidad
del pub como nú cleo de interacció n social fortuita, informal y
espontá nea. Te puedes meter en una bronca o pelea, pero tambié n
unirte a una sociedad secreta o comprar un bonito juego de cordones.
Só lo mantente alejado de los escupitajos.
Existe una iniciativa de investigació n sobre el papel del pub en la
cultura britá nica moderna dirigida por el antropó logo Robin Dunbar,
uno de los acadé micos contemporá neos má s activos que analizan la
contribució n del alcohol a la sociabilidad humana. Uno de los hallazgos
del equipo, a partir de los datos sobre los usos del pub en Gran Bretañ a,
fue que las personas que vivían en un barrio que contaba con pub y lo
frecuentaban:
... tenían más amigos íntimos, se sentían más felices, estaban más satisfechas con su vida, estaban
más integradas en sus comunidades y confiaban más en las personas de su alrededor. A las que
nunca bebían les iba invariablemente peor en todos estos criterios, mientras que a las asiduas de un
local les iba mejor que a los bebedores habituales sin un local que visitar con regularidad. Un
análisis más detallado mostró que la clave era la frecuencia de las visitas a los pubs: parecía que
quienes visitaban el mismo pub con más frecuencia se relacionaban más con su comunidad,
confiaban más en ella y, en consecuencia, tenían más amigos.58

Otro estudio realizado en el Reino Unido con una muestra de dos mil
adultos,59 centrado en los há bitos alimentarios comunitarios, reveló
que había cuatro variantes que influían considerablemente en los
sentimientos de proximidad con el resto de los comensales declarados
por los sujetos: el nú mero de comensales (unos cuatro, incluida la
persona que responde, parecía el ó ptimo), la presencia de risas, la
presencia de reminiscencias y el consumo de alcohol.
Como dijimos en el tercer capítulo, Dunbar atribuye este efecto de
unió n a las endorfinas, que el alcohol y la risa estimulan de forma
independiente. Aquí se aprecia una especie de círculo virtuoso, pues el
alcohol no só lo desencadena la liberació n de endorfinas, sino que, al
bajar las barreras para reír, cantar y bailar, y tal vez conductas má s
arriesgadas, tambié n fomenta actos que ayudan a aumentar aú n má s
los niveles de endorfinas. Es el potenciador social ideal. Al reflexionar
sobre el singular cará cter social del alcohol, comparado con otras
drogas como el cannabis y los psicodé licos, Dunbar y Kimberley
Hockings concluyen:
Lo que distingue al alcohol es su consumo en contextos sociales, en vez de para propiciar
experiencias cuasi religiosas o por puro placer hedonista y solitario [...]. Abre los poros sociales, lo
que permite una interacció n social más relajada, calma los nervios y crea un sentido de
comunidad.60

Esa apertura de los «poros sociales» tiene muchos efectos sociales


colaterales, má s allá del relax de las personas y los lazos del grupo.
Cuando los espacios dedicados a la socializació n con alcohol
desaparecen o decaen, las sociedades no só lo pierden sus centros de
unió n comunitaria y alegría, sino tambié n unos canales para el
intercambio y la comunicació n sincera. En junio de 2018, el inminente
cierre del Gay Hussar, un venerable y famoso restaurante y local de
copas en el Soho de Londres, donde se mezclaban políticos, periodistas
y dirigentes sindicales, dio pie a un artículo del periodista Adrian
Wooldridge donde se lamentaba de la desaparició n general de los
«almuerzos líquidos» de la política britá nica.61 Subraya de forma
excelente lo que se pierde al drenar poco a poco la vida pú blica de los
efectos del alcohol:
La razó n más triste es el ascenso de una clase política profesional. La bebida ofrecía un nexo entre
la política y la sociedad. El Partido Laborista reclutaba diputados y activistas de los clubes de
obreros, que en su mayoría existían para proporcionar bebida barata a los trabajadores. Los
ministros solían bajar la guardia cuando arrasaban sus muebles bar con sus funcionarios y
asesores. Hoy, tanto los laboristas como los tories reclutan a sus diputados en los think-tanks, y los
ministros están con la guardia alta en todo momento. El declive de la bebida política ha roto otro
vínculo más entre la élite política y el pueblo al que se supone que la primera debe servir.

Volveremos má s tarde a un efecto nocivo de establecer contactos


profesionales alrededor del alcohol: el refuerzo de los viejos clubes de
caballeros y la exclusió n de las personas ajenas a ellos. Sin embargo, es
importante señ alar que la desaparició n de los espacios informales
donde la gente puede reunirse, mezclarse y beber representa una
pé rdida de comunidad, de sinceridad y de desarrollo de las relaciones,
con posibles consecuencias negativas políticas y sociales.
En una importante reseñ a de la literatura empírica sobre los beneficios
psicoló gicos del consumo moderado de alcohol, los investigadores de
las adicciones Stanton Peele y Archie Brodsky concluyen:
Se ha descubierto que, en mayor medida que los abstemios o los bebedores habituales, los
bebedores moderados experimentan una sensació n de bienestar psicoló gico, físico y social: un
mejor estado de ánimo; un estrés reducido (en algunas circunstancias); una menor psicopatología
y, en particular, menor depresió n; una mayor sociabilidad y participació n social, e ingresos más
altos y menos absentismo laboral o discapacidad. Las personas mayores suelen tener niveles más
altos de implicació n y actividad en asociació n con la bebida moderada, y suelen presentar una
funció n cognitiva superior a la media tras un largo tiempo de consumo moderado de alcohol.62

Dicho con otras palabras: ve al bar y tó mate un par de pintas. Si lo


sumamos todo —los dañ os hepá ticos, las calorías y todo eso—, contar
con un lugar para beber en sociedad es bueno para ti, y esto no tiene
nada que ver con ninguna paradoja francesa o limitado beneficio para
la salud. Beber en sociedad con moderació n une a las personas, las
mantiene conectadas con sus comunidades y engrasa el intercambio de
informació n y el establecimiento de contactos. A nosotros, simios
sociales, nos resulta muy difícil prescindir de ello, tanto a nivel
personal como comunitario.

La belleza está en el ojo del que bebe: sexo, amistad e


intimidad
El escritor Adam Rogers aporta una maravillosa descripció n de la suave
pero insistente aparició n de los síntomas de embriaguez, «el
hormigueo cá lido, creciente, esa ligera sensació n de que tu cerebro
sigue mirando algo cuando ya has apartado la vista. Quizá te sientas
má s seguro de ti mismo, má s feliz. Antes estabas tenso; ahora está s
relajado. Tus amigos tienen mejor aspecto. Tomar otra copa parece una
idea aú n mejor».63 Como decíamos antes, el alcohol puede potenciar y
facilitar todo tipo de interacciones sociales. Merece la pena pasar ahora
a su funció n facilitadora de unas facetas de la vida social má s
personales: el sexo y la intimidad.
Entre las diversas teorías sobre el consumo de alcohol difundidas en
los círculos antropoló gicos durante siglos, quizá la má s idiosincrá sica
sea la de un tal H. H. Hart, que en un artículo de 193064 planteaba que la
intoxicació n alcohó lica era una sustituta del placer sexual, al reducir la
libido. Hable por usted, monsieur Hart. La conjunció n del alcohol y el
sexo es tan antigua como el propio alcohol. Señ alamos en la
introducció n que la unió n de la cerveza y el sexo fue la catalizadora del
amansamiento del hombre salvaje, Enkidu, en el antiguo mito sumerio.
En los sellos cilíndricos de Mesopotamia de principios del tercer
milenio a. C., se representan con frecuencia actos sexuales que
acompañ an al consumo de cerveza. Piotr Michalowski ha observado
que, al igual que el Cantar de los Cantares de la Biblia declara que el
amor es má s dulce que el vino, la antigua poesía sumeria ensalza el
gozo sexual de una diosa, del que dice que es «dulce como la cerveza».
En una obra de teatro de la Grecia antigua, Báquides (adoradoras de
Baco), un pastor explica que la finalidad de los rituales dionisiacos es
facilitar numerosos placeres, y de forma primordial el del amor:
Sus poderes [de Dionisio] son múltiples;
pero, sobre todo, según cuentan, dio a los hombres la viña
para curar sus penas; y, sin vino, no nos quedaría
el amor ni ningún otro placer.65
En El banquete de Plató n, Só crates prescribe el vino para hacer el amor.
«El vino humedece el alma y adormece las penas, y despierta
sentimientos de generosidad», dice, pero debe consumirse con
moderació n para que uno pueda «llegar al jugueteo».66
Este vínculo entre el alcohol y el amor, el vino y el coqueteo juguetó n,
sigue siendo muy visible hoy en día. Hay una gran cantidad de
literatura sobre las actitudes explícitas e implícitas que atañ en al
alcohol y el sexo, el punto de vista comú n en diferentes culturas de que
el alcohol, mediante sus efectos desinhibidores, facilita la conducta
sexual y mejora la experiencia sexual.67 La expectativa tambié n influye:
la asociació n del alcohol y el sexo en la publicidad y los medios de
comunicació n activa una conexió n cultural en la cabeza de las
personas, al margen de cualesquiera efectos psicoló gicos que pueda
tener el etanol en sí. Sin embargo, la llegada de los ensayos controlados
por placebo ha permitido a los investigadores separar los efectos de la
expectativa y los farmacoló gicos, y mostrar que estos ú ltimos son
tambié n muy potentes. De hecho, en algunos estudios se registraron
los efectos má s potentes cuando a los participantes se les hizo creer
falsamente que no estaban bebiendo alcohol.68
La antigua y extendida idea de que el alcohol es afrodisiaco se basa en
varios de estos efectos psicoactivos bá sicos. Su propiedad estimulante
no se limita al estado de á nimo general: el chute de dopamina que
proporciona el alcohol aumenta de forma directa el deseo sexual de
varones y hembras, desde las moscas de la fruta a los seres humanos.69
Iró nicamente, tiene un efecto simultá neo —que le da muy mala fama—
de afectar al rendimiento sexual, reducir la excitació n genital y retrasar
el orgasmo, tanto en hombres como en mujeres. (Si tienes curiosidad
por saber có mo miden los investigadores la excitació n física, busca en
Google «pletismó grafo peneano» o «fotopletismografía vaginal».) Por
tanto, hay algunos datos empíricos serios que respaldan la famosa
má xima de Shakespeare de que beber «provoca el deseo, pero impide
la ejecució n».70
La idea de que la embriaguez nos hace percibir a los demá s como má s
atractivos tambié n es antigua. Se puede seguir su rastro hasta
Aristó teles, que señ aló que «un hombre bebido puede incluso sentir el
impulso de besar a personas que, por su aspecto o edad, nadie besaría
estando sobrio».71 Tambié n la respalda la literatura experimental. En el
laboratorio y otros entornos má s naturales, como los bares o las fiestas
universitarias, los participantes heterosexuales con un nivel moderado
de embriaguez (en torno al 0,08 por ciento de CAS) puntú an má s alto el
atractivo de los miembros del sexo opuesto que el grupo de control
sobrio, un efecto presente tanto en hombres como mujeres.72 Los
sujetos a los que se les administró alcohol en vez de un placebo
puntú an má s alto el atractivo de fotos de contenido sexual y deciden
mirarlas má s tiempo.73 Curiosamente, el efecto es má s pronunciado en
las mujeres, cuya inhibició n quizá sea mayor a causa de las normas
culturales, y que el alcohol contribuye a regular a la baja.74 Como
resume el mú sico y satírico Kinky Friedman: «La belleza está en el ojo
del que bebe».75
Es un poco menos conocido que a esta tendencia que provoca el
alcohol —ver a los demá s má s atractivos y sentir menos inhibició n
ante el sexo— se le suma que una leve embriaguez tambié n lo hace a
uno má s atractivo. Cuando está s bebido, los demá s te ven físicamente
má s atractivo. Las fotos de personas ligeramente embriagadas son
puntuadas como má s atractivas que otras fotos de esas mismas
personas cuando está n sobrias.76 Lo podemos ver en la figura 4.3, má s
abajo. Estas imá genes forman parte de un maravilloso proyecto del
fotó grafo brasileñ o Marcos Alberti. Como é l explica:
La primera fotografía fue tomada al instante de que nuestros invitados llegaran al estudio, con el
fin de plasmar el estrés y el cansancio tras una jornada entera de trabajo y sufrir el tráfico en hora
punta para llegar aquí. Só lo entonces llegó el momento de divertirse y pudo empezar mi proyecto.
Después de cada copa de vino, foto; nada sofisticado, un rostro y una pared, tres veces. Gente de
toda condició n social, del mundo de la mú sica, el arte, la moda, la danza, la arquitectura y la
publicidad, se juntó un par de noches y, al acabar la tercera copa, surgieron varias sonrisas y se
contaron muchas historias.

Figura 4.3. Sujetos retratados después de una, dos

y tres copas de vino77


Cortesía de Marcos Alberti, The Wine Project: <http://www.masmorrastudio.com/wine-project>.

Estas fotos ejemplifican un aspecto de los efectos acentuadores del


atractivo que produce el alcohol: el tenso trabajo del yo es poco a poco
sustituido por alguien infinitamente má s relajado, seguro de sí mismo,
natural y contento.
A este efecto se le suma que uno, en sus adentros, se siente má s
atractivo cuando está ebrio —al margen de que exteriormente puedas
tener el guapo subido—, fruto de lo que a veces se llama «efecto de
autoengrandecimiento». Los participantes bebidos puntú an má s alto
su propio atractivo que los observadores externos y, cuanto má s beben,
má s atractivos se sienten.78 Esto se debe al cambio del estado de
á nimo y a la deficiencia cognitiva. La dopamina nos hace sentir bien:
expansivos, seguros de nosotros mismos y amistosos. La miopía
cognitiva inducida por el alcohol reduce al mismo tiempo la
autoconciencia.79 Este doble efecto hace má s probable que, por
ejemplo, en un cuestionario sobre personalidad, exageres al puntuarte
en cualidades que, en otras circunstancias, sentirías que te faltan. Si te
preocupa no ser tan inteligente o ingenioso como tus colegas, un par de
copas te convertirá n en un có mico genial, al menos a tus ojos.80 Todo
esto es maravillosamente satirizado en una observació n del antiguo
filó sofo griego Filó strato: «El río [de vino] hace a los hombres ricos,
dominantes en la asamblea, dadivosos con los amigos, guapos y [...]
altos; porque, cuando un hombre ha bebido hasta hartarse, pueden
juntar estas cualidades y apropiá rselas en su cabeza».81
Como veremos en el siguiente capítulo, la mezcla de deseo sexual
acentuado, percepció n social distorsionada y miopía cognitiva puede
producir un có ctel venenoso e impulsar conductas muy negativas,
desde unas malas decisiones sexuales al acoso sexual y el maltrato. Y
esto ocurre sobre todo cuando se dispara la CAS con licores destilados
relativamente nuevos —desde el punto de vista evolutivo—, en
ausencia de una regulació n social o en el caso de los jó venes, a cuyas
CPF, aú n no desarrolladas del todo, no les conviene nada que encima
sean reguladas a la baja. La cuestió n aquí es só lo que, cuando son
adultos quienes lo consumen con moderació n y con su consentimiento,
el alcohol es una ú til herramienta para engañ ar a la mente y propiciar la
intimidad.
Es difícil imaginarse una mejor solució n cultural que un par de copas
de vino durante la comida para conseguir que una pareja romá ntica
nerviosa, en sus primeros pasos, supere la incomodidad o la ansiedad
iniciales. Las bebidas al final de la jornada, o al comienzo del fin de
semana —a lo que Christian Mü ller y Gunter Schumann, investigadores
de las adicciones, se refieren secamente como «una transició n [...]
“programada” y dependiente del momento, desde los microentornos
profesionales a los privados»—,82 podrían ayudar a las personas sin
pareja a conocer posibles compañ eros sentimentales, y a las parejas
consolidadas a pasar del «modo lobo», orientado a las tareas, a la
intimidad relajada propia del perro labrador. Por eso se asocian el
champá n o el vino con las ocasiones romá nticas, como las bodas y el
Día de San Valentín. Por alguna razó n, una imagen televisiva que se me
quedó grabada de mi juventud en South Jersey fue la de unos
empalagosos anuncios de escapadas romá nticas a las montañ as
Pocono de Pensilvania, que inevitablemente incluían unos enormes
jacuzzis con forma de corazó n, una cubitera con champá n y dos copas.
Es una representació n cursi, pero certera, de una tecnología cultural
efectiva.
Volviendo a la figura 4.3, tambié n merece la pena señ alar que los
participantes en el proyecto de Alberti no llegaban a su estudio para
tener una cita a ciegas, sino que eran amigos y compañ eros. Esto pone
de relieve que un mejor estado de á nimo y la miopía cognitiva pueden
ser herramientas para facilitar todo tipo de intimidad, no só lo entre
parejas sexuales o potencialmente sexuales. Mi poeta chino favorito,
Tao Yuanming, tiene unos versos en los que habla del reencuentro con
un querido amigo al que hace mucho que no ve: «Sin decir una palabra,
nuestros corazones estaban borrachos; y no por compartir una copa de
vino». Como observa Michael Ing: «Para Tao, la amistad es
embriagadora, y los verdaderos amigos se entienden mutuamente sin
decir una palabra. La amistad, como [el vino], anula las limitaciones del
yo y del tiempo. Anima a que unos se concentren en los otros y agudiza
la conciencia de ese otro yo, má s comunitario».83 Aunque el propio Tao
atribuye su embriaguez a la amistad, y no al vino, es importante
entender que este descargo explícito es un ardid poé tico para dirigir
nuestra atenció n a la sustancia que en realidad facilitó este encuentro
de los corazones.
En todo el mundo, los encuestados a los que se les preguntó por sus
motivos para beber citaron la «mejora social» en lo alto de sus listas.84
Con su chute de dopamina y la miopía cognitiva, el alcohol relaja las
inhibiciones y la ansiedad social. Esto produce no só lo má s locuacidad,
sino tambié n una tendencia a girar hacia temas privados o íntimos.85
En la foto n.o 1, las personas fotografiadas por Alberti se está n quejando
del trá fico o contando su día en el trabajo; en la foto n.o 4, está n
expresando sus esperanzas y aspiraciones profundas, lamentá ndose de
relaciones fracasadas o flirteando unos con otros.
Ciertas investigaciones apuntan a que el consumo instrumental del
alcohol podría ser de especial importancia para los introvertidos o
quienes padecen fobias sociales, que consumen alcohol
estraté gicamente para obrar un «cambio de personalidad autoinducido
y temporal»,86 y transformarse así en extravertidos el tiempo
suficiente para superar un có ctel de bienvenida o una cena de gala87
(los lectores introvertidos quizá ya conocieran este truco concreto). El
alcohol tambié n facilita la percepció n de emociones positivas en los
rostros y mejora la empatía, un efecto má s pronunciado en aquellas
personas que tienden a inhibirse o a ser poco empá ticas.88 Varios
estudios epidemioló gicos a gran escala muestran que el consumo de
alcohol moderado, a diferencia de la abstemia y el consumo habitual, se
asocia a unas amistades má s íntimas y a un mejor apoyo familiar.89 El
engrase social que provee el alcohol no só lo es fundamental para
ayudar a los primates egoístas a resolver sus dilemas de cooperació n e
innovar, sino tambié n para trabar y mantener unos estrechos lazos
personales.

Efervescencia colectiva: chupitos de tequila

y la fiesta del Burning Man


Hasta ahora, hemos analizado los efectos sociales de la CAS cuando
ronda el 0,08 por ciento, que se alcanza con algunas copas de cerveza y
vino consumidas tranquilamente con algú n piscolabis. ¿Qué sucede, sin
embargo, cuando se saca la botella de tequila? El paisaje social se
vuelve inestable cuando la CAS supera el 0,08-0,10 por ciento, pero hay
indicios de que el exceso, al menos ocasional y en el momento
oportuno, puede a veces tener utilidad social.
Por ejemplo, hay pocas organizaciones tan enfocadas en los resultados
como los Navy Seals de Estados Unidos. Así, merece la pena señ alar que
a los comandantes de los Navy Seals les resulta muy ú til, en ocasiones
puntuales, introducir grandes cantidades de alcohol en sus procesos de
formació n para generar espíritu de equipo en sus escuadrones. Como
cuentan Jamie Wheal y Steven Kotler en su libro Robar el fuego, el
fundador del Sexto Equipo SEAL, Richard Marcinko, termina las
extenuantes prá cticas en el campo de entrenamiento con una «té cnica
de unió n avalada por el tiempo: la borrachera». Y añ aden: «Antes del
despliegue, llevaba a su equipo de juerga a un bar de Virginia Beach. En
caso de que hubiese tensiones entre los miembros, invariablemente
afloraban despué s de unos tragos. Por la mañ ana, los hombres podían
tener resaca, pero estaban unidos y listos para funcionar como una
unidad perfecta».90 Esta creencia en el poder de las curdas ocasionales
concuerda con los datos obtenidos de encuestas a estudiantes
universitarios que muestran que quienes experimentaban grandes
borracheras puntuales tenían lazos sociales má s profundos, medidos
por una intimidad y sinceramiento mayores con sus amigos y parejas,
que quienes siempre bebían con moderació n o los que se
emborrachaban con frecuencia. Como indicaban los autores: «Parece
que la observació n de Disraeli de que “la moderació n tambié n es un
exceso” sirve como marco adecuado para los presentes resultados».91
Tal vez la borrachera má s é pica que uno pueda imaginar sea la fiesta
del Burning Man que se celebra durante un fin de semana al añ o en el
desierto Black Rock, al oeste de Nevada. El Burning Man es
probablemente lo má s cercano que experimentará una persona a las
antiguas juergas dionisiacas; un vivificante y frené tico caos de calor y
polvo, arte y sexo, mú sica y baile, vehículos mutantes y atuendos
disparatados, activismo social y experimentos de vida colectiva, todo
impulsado por unas impresionantes cantidades de alcohol,
psicodé licos y estimulantes e intensificado por una considerable falta
de sueñ o. Como apunta el soció logo Fred Turner, ir al Burning Man se
ha convertido en una especie de rito de paso para los trabajadores de la
tecnología y la informació n de Silicon Valley. En 1999, los fundadores
de Google, Larry Page y Sergey Brin, incorporaron el logotipo del
Burning Man en la pá gina de inicio de Google para anunciar al mundo
que ellos —junto con muchos de sus empleados— se dirigían al
festival, y el consejero delegado, Eric Schmidt, fue contratado
supuestamente porque é l tambié n era un asiduo. La experiencia
colectiva de la intensidad y la incomodidad física del Burning Man se
considera en Silicon Valley una forma de generar cohesió n y cultura
interna. Como señ ala Turner:
Larry Harvey [uno de los fundadores del evento original del Burning Man en San Francisco]
explicó que el mundo fuera de Black Rock City «se basaba en separar a la gente con el fin de
mercantilizarla». En el Burning Man, sostenía, los participantes se encontraban con la
«inmediatez» del arte y, a través de él, con un extático sentido de comunidad. En ese aspecto, daba
a entender que el Burning Man ofrecía a sus participantes el sentimiento de «efervescencia» que,
segú n afirmó Durkheim hace mucho tiempo, formaba la base del sentimiento religioso.
Congregados en el desierto, los participantes del festival podían sentir una electrizante sensació n
de transformació n personal y colectiva.92

Varias compañ ías incluso han probado a crear versiones má s reducidas


del Burning Man en sus propios lugares de retiro, con el objetivo de
capturar ese mismo sentido de «fluidez de grupo». Segú n informa
Emma Hogan: «Un consejero delegado de una pequeñ a compañ ía
[tecnoló gica] emergente explica que, en una escapada con su empresa,
todo el mundo tomó setas alucinó genas. Les permitió “bajar las
barreras que solían existir en la oficina” y sincerarse, y ayudó a
desarrollar la “cultura” de la compañ ía».93
Por supuesto, la necesidad de la experiencia extá tica y la unió n del
grupo se extiende mucho má s allá del mundo empresarial. La alusió n
de Larry Harvey a la intenció n de la sociedad moderna de «separar a las
personas para mercantilizarlas» recuerda a una mordaz observació n de
la escritora Barbara Ehrenreich, que decía que los misioneros enviados
a Sudá frica se concentraron a propó sito en reprimir las danzas
tradicionales como medio para el «debilitamiento de las relaciones
comunales entre miembros de una tribu», con el objetivo de permitir
—añ adía con sarcasmo—«la entrada de la estimulante brisa de la sana
competencia individualista».94 Como hemos dicho, muchos estudiosos
de los rituales y la religió n han subrayado el papel de las «té cnicas de
éxtasis» (Mircea Eliade) para unir a las personas, o han caracterizado la
danza en grupo como la «biotecnología de la formació n de grupos»
(Robin Dunbar). Como señ ala Ehrenreich, la danza en grupo es una de
las escenas má s antiguas centradas en los seres humanos encontradas
en el arte prehistó rico de todo el mundo, y es desconcertante que se
piense que esas danzas extá ticas son una «pé rdida de energía
gratuita», frente a otras actividades prá cticas y esenciales como cazar,
recolectar, cocinar o confeccionar prendas.95 Si ha persistido como
prá ctica humana universal y bá sica durante tanto tiempo, debe de ser
rentable per se, digamos, en té rminos evolutivos.
Parte de esa rentabilidad tiene que ver con la salud psicoló gica del
individuo, con la necesidad que tenemos de «tomarnos unas
vacaciones del yo», como explicaremos en la siguiente secció n. No
obstante, una importante funció n de esa alegría es sin duda la creació n
de una identidad de grupo, tan esencial como el agua y el alimento para
nuestra especie hipersocial y vulnerable. Como han apuntado el
psicó logo Jonathan Haidt y su equipo, la sincronía y el ritmo colectivos
ayudan a fomentar la sensació n de ser parte de una «mente colmena»
que los humanos, primates sin par, hemos acabado anhelando. El deseo
de experiencias extá ticas evolucionó y sobrevivió porque era
adaptativo para los humanos: los que danzaban juntos trabajaban
juntos y luchaban juntos, y aprendieron a confiar y a ser confiables.96
Es cierto que, en el mundo industrial, las instituciones modernas y el
Estado de derecho han reemplazado en su mayor parte el ritual
religioso y la unió n extá tica como tecnologías culturales para asegurar
la cooperació n. No obstante, este devenir de los acontecimientos,
relativamente reciente, no elimina de inmediato ese impulso tan
profundo y bá sico de nuestros sistemas motivacionales. La gente vota
y paga impuestos, pero sigue queriendo bailar.
¿Necesitamos emborracharnos para bailar? Las obras clá sicas sobre la
antropología del ritual y la religió n tienden a ser displicentes con la
intoxicació n química. Por ejemplo, en su famosa descripció n de la
efervescencia colectiva, É mile Durkheim empieza su lista de conductas
propiciatorias de la experiencia extá tica con «gritos, canciones,
mú sica, movimientos violentos y bailes». No es sino al final cuando
añ ade: «La bú squeda de excitantes que estimulen el nivel vital, etc.».97
É sta es una extrañ a y vaga referencia reservada a, presumiblemente, el
alcohol y otras drogas. En su trascendental —y magnífica— obra Ritual
y religión en la formación de la humanidad, Roy Rappaport menciona
muy pocas veces, de pasada, la «ingesta de drogas» y, por lo general, al
final de una larga lista de otras características del ritual, al parecer má s
importantes, como «la extensió n [...], el tempo, el unísono, la densidad
de la representació n simbó lica, icó nica e indexada, la carga sensorial, lo
extrañ o [...] o el dolor».98 Esta curiosa renuencia de los antropó logos y
los historiadores de la religió n a prestar atenció n al consumo de
intoxicantes químicos nos dificulta evaluar su grado de importancia
para el éxtasis colectivo. En este aspecto, investigar los actos sociales
modernos nos puede servir para desmenuzar las contribuciones
relativas de las diversas té cnicas, sobre todo porque es difícil obtener
el permiso para emborrachar o drogar con LSD a sujetos humanos en el
laboratorio.
Si nos fijamos en las listas de té cnicas para alcanzar la unió n extá tica
que enumeran Durkheim y Rappaport, no só lo parecen encajar
bastante bien con el Burning Man, sino tambié n con cualquier serie de
eventos pú blicos que se celebran perió dicamente en todo el mundo,
como los festivales musicales, las reuniones chamá nicas modernas y
las raves. Aunque se da por supuesto el consumo de intoxicantes como
ingrediente de estos eventos, se desconoce todavía hasta qué punto las
drogas son las responsables per se de producir la efervescencia
durkheimiana y la unió n colectiva. Un reciente estudio sobre actos
pú blicos multitudinarios de varios días de duració n en Estados Unidos
y el Reino Unido —en concreto, festivales y conciertos al aire libre
donde se mezclan mú sica, baile, sincronía y drogas a montones— fue
un primer paso para desligar estos factores. Los investigadores fueron
a cada lugar y entrevistaron a unos mil doscientos asistentes sobre el
cará cter y la calidad de sus experiencias, y tambié n sobre su consumo
reciente de drogas psicoactivas. Hallaron una correlació n entre el
consumo de drogas —y en particular de psicodé licos y
benzodiacepinas, como el Valium— y una mayor propensió n a asociar
el evento a un estado de á nimo positivo, una conexió n social activa y
una experiencia transformadora.99 Bailar y cantar estaba muy bien,
pero lo que parecía catalizar la transformació n y la unió n eran las
drogas. Este estudio aporta indicios muy preliminares sobre la funció n
crucial, y demasiadas veces soslayada, que cumplen los intoxicantes
químicos para satisfacer la necesidad bá sica humana del éxtasis.
En los mencionados estudios internacionales sobre el consumo de
alcohol, la mejora social tiende a ser la motivació n para beber que se
cita con má s frecuencia. Lo que le sigue, a muy poca distancia, es algo
que los investigadores denominan, de forma bastante anodina,
«automejora (interna y de emociones positivas)». Es decir:
divertirse.100 Teniendo esto en cuenta, concluyamos nuestro aná lisis de
la contribució n de la intoxicació n a la vida contemporá nea hablando de
dos bienes fundamentales que se suelen marginar en el discurso
puritano acadé mico y pú blico: el éxtasis y el placer.

El éxtasis: unas vacaciones del yo


El hombre sensato ha de emborracharse.
LORD BYRON101

Buena parte de este libro está dedicada a las funciones individuales y


sociales de la intoxicació n moderada. Sin embargo, como dice el
escritor Stuart Walton: «La moderació n no es, pues, un ideal que
encuentre un gran acomodo dentro del campo de la intoxicació n. De
hecho, la intoxicació n es en sí misma la oportunidad de escapar
temporalmente de la moderació n a la que está hipotecada
necesariamente el resto de la vida».102 Esto coincide con el punto de
vista de ese gran defensor de Dionisio frente al control apolíneo,
Friedrich Nietzsche,103 que señ aló que el propó sito de la orgeia
dionisiaca —las juergas durante toda la noche, animadas con alcohol y
baile, que nos dieron nuestra palabra orgía— era procurar una
liberació n del «horror de la existencia personal» hacia el «éxtasis
delicioso» y la «sensació n mística de unidad».
Bajo el embrujo de lo dionisiaco no só lo se cierra de nuevo la alianza entre los hombres, también la
naturaleza enajenada, hostil o subyugada celebra nuevamente su fiesta de reconciliació n con su
hijo perdido, el hombre. [...] Ahora el esclavo es hombre libre, ahora todos rompen las rígidas y
hostiles delimitaciones que la penuria, la arbitrariedad o la «descarada moda» han establecido
entre los hombres. Ahora, en el evangelio de la armonía entre los mundos, cada cual se siente no
só lo unido, reconciliado, fundido con su pró jimo, sino uno con él, como si el velo de Maya se
hubiera desgarrado y tremolara hecho jirones ante el misterioso Uno primordial.104

Para este acó lito de Dionisio y afirmador de la vida, el placer sensual es


«libre para los corazones libres, la felicidad del jardín terrenal, un
desborde de gratitud» y «el gran reconstituyente y vino de los vinos
respetuosamente conservado».105
Otro elocuente defensor de la unidad ebria y extá tica con el universo
fue el poeta chino Liu Ling (c. 221-300 d. C.). Liu fue un notorio bebedor
que despreciaba todo lo que tuviera que ver con la moderació n. Al
parecer, durante una de sus melopeas, se quedó en pelota picada en una
habitació n de su casa a la vista de la calle, suscitando las regañ inas de
los transeú ntes. Se cuenta que les gritó : «Para mí, el Cielo y la Tierra
son las vigas y el tejado de mi casa; esta habitació n no es má s que los
pantalones con que me visto. ¿Qué está n haciendo ustedes, caballeros,
dentro de mis pantalones?».106 Abunda en este tema en su famosa
«Celebració n del poder del vino»:
Hubo un Gran Hombre:
para él, todo el Cielo y la Tierra abarcaban un día,
infinitos siglos que transcurrían en un instante.
El Sol y la Luna eran su puerta y su ventana [...].
Desbordaba felicidad.
A veces estaba borracho,
y a veces recobraba la sobriedad.
Escucha en un silencio tal que no podía oír el ruido del trueno;
mira tan de cerca que podía ver la mole del monte Tai.
No se daba cuenta del frío o del calor que le cortaba la piel,
ni sentía emoción alguna de interés o deseo.
Mira hacia abajo, a la abundancia de la infinidad de cosas,
como la lemna que flota en los ríos Jiang y Han.107
Como observa Michael Ing, para los poetas y escritores de la China
antigua, el vino tomado en este tipo de excesos «es una bebida sagrada
que inmortaliza y santifica a quienes lo consumen» al eliminar los
grilletes del yo y permitir una comunió n con el universo, como un
todo.108
No tenemos que compartir estas refinadas ambiciones metafísicas
para entender el atractivo de la intoxicació n extá tica. La necesidad del
éxtasis, como el deseo de jugar, es bá sica para los seres humanos, y
parece algo en comú n con otras especies. Muchos animales juegan, y se
ha observado que bastantes de ellos pierden totalmente la cabeza
cuando está n drogados. Desde los delfines que se pillan un colocó n con
las toxinas de los peces globo hasta los lé mures que flipan con los
ciempié s tó xicos,109 la omnipresencia del consumo de intoxicantes
químicos en el mundo animal ha llevado al psicó logo Ronald Siegel a
afirmar que la «intoxicació n es el cuarto impulso» despué s de la
comida, el sexo y dormir.110
Sin embargo, los seres humanos estamos aú n má s necesitados de
éxtasis que la mayoría. Nos aqueja una dolencia que, hasta donde
sabemos, no compartimos con ninguna otra especie: la autoconciencia
consciente. Como observó una vez Albert Camus en sus reflexiones
sobre el cará cter sisífeo de la existencia humana: «Si yo fuese un gato
entre los animales, esta vida tendría un sentido o má s bien este
problema no tendría sentido, pues yo no formaría parte de este mundo.
Yo sería este mundo al que me opongo ahora con toda mi
conciencia».111 Una de las funciones primordiales del alcohol y otros
intoxicantes químicos es abolir, al menos temporalmente, lo que el
psicó logo social Mark Leary ha llamado «la maldició n del yo», nuestro
comentarista deportivo interno que, concentrado en el objetivo y
propenso a la ansiedad, siempre se interpone en nuestra capacidad de
simplemente ser y disfrutar del mundo. «Si el yo humano viniese con un
botó n de silenciado o apagado, no sería la maldició n para la felicidad
que es», escribe Leary.112 El yo humano, en efecto, no trae incorporado
un botó n de silenciado, y precisamente por eso nos damos a la botella o
a los porros. «Gastamos actualmente en bebidas y tabaco má s de lo que
gastamos en educació n. El afá n de escapar de nosotros mismos y del
ambiente se halla en la mayoría de nosotros casi todo el tiempo»,
observa Aldous Huxley.113 Este afá n encuentra su vá lvula de escape en
las prá cticas espirituales, como la oració n, la meditació n o el yoga, y
tambié n en nuestro impulso por emborracharnos y colocarnos.
En Una historia de la alegría, Barbara Ehrenreich sostiene que los
rituales colectivos y extá ticos han servido tradicionalmente para
inyectar dosis regulares de este vital elemento dionisiaco en la vida
cotidiana de las personas. Desde los propios festivales dionisiacos de la
Grecia antigua hasta los carnavales de la Europa medieval y los
primeros actos pú blicos de revivalismo religioso en Amé rica, han
proporcionado un espacio liminar donde la gente podía alcanzar un
grado de éxtasis incompatible con la rutina diaria, algo que iba mucho
má s allá del tranquilo alterne en los bares o los simposios. Como
hemos visto, esos espacios siguen existiendo en forma de festival,
como el Burning Man, y en la dispersa continuació n de los carnavales
en el mundo moderno, como el Mardi Gras de Nueva Orleans. Tambié n
sobreviven, de modo menos formal, en las raves de toda clase, como el
doof australiano moderno, que se celebra en un lugar aislado, al aire
libre, con largas sesiones de ené rgico baile, mú sica inductora del trance
y unas saludables dosis de alcohol, LSD y MDMA.
Las drogas psicodé licas, a menudo las favoritas en este tipo de eventos,
son capaces de producir unas experiencias increíblemente potentes de
dicha y arrobamiento. Suele ocurrir que escuchar a otros hablar de sus
viajes alucinó genos es tan tedioso e inú til como escuchar lo que
soñ aron la noche anterior (o leer un tratado de veinte pá ginas sobre
por qué la verdad es el color azul). Pero sí hay algunos testimonios de
primera mano que logran transmitir, en la medida que lo permite el
insuficiente medio de la palabra, parte de la magia de una experiencia
psicodé lica. Alexander Shulgin, pionero de la investigació n de las
drogas psicodé licas sinté ticas, explica su experiencia con 120 gramos
de MDMA puro:
Sentía que quería regresar, pero sabía que no había vuelta atrás. Luego el miedo empezó a
desaparecer e intenté dar pasitos de bebé, como si diera los primeros pasos después de haber
nacido de nuevo. El montó n de leñ a es tan bonito que casi no puedo resistir la alegría que me
produce. Me da miedo darme la vuelta y mirar a las montañ as, por temor a que me abrumen. Pero
las he mirado, y estoy estupefacto. Todo el mundo debería experimentar un estado de profundidad
así. Me siento completamente en paz. Llevo toda la vida intentando llegar aquí, y creo que he
llegado a casa. He alcanzado la plenitud.114

A diferencia de mi desafortunado ensayo sobre el color azul, que desde


luego no revolucionó el paisaje intelectual de la filosofía occidental
moderna, las percepciones derivadas de las experiencias extá ticas
ayudadas de las sustancias químicas pueden tener efectos duraderos
sobre la vida cotidiana. Por ejemplo, hay buenos datos empíricos sobre
las experiencias psicodé licas y los efectos positivos para la salud
mental a largo plazo. Empezando por el famoso experimento del
Viernes Santo —en que un puritano grupo de estudiantes de teología
flipó con 30 miligramos de psilocibina purificada y despué s fue
observado durante veinticinco añ os—, hay cada vez má s hallazgos
científicos que apuntan a que incluso una sola experiencia intensa del
éxtasis químico puede brindar beneficios duraderos, aliviar la
depresió n y facilitar la apertura a la experiencia, a la apreciació n
esté tica del mundo, la compasió n y la conducta altruista.115 Un estudio
reveló que el 67 por ciento de los sujetos que habían tomado una dosis
de psilocibina purificada lo consideraban la experiencia má s
significativa de su vida, o una de las cinco primeras; muchos de ellos lo
compararon con el nacimiento de su primer hijo o con la muerte de un
familiar.116
Este tipo de investigaciones, así como las venerables prá cticas
chamá nicas, ha inspirado el actual consumo de psicodé licos
tradicionales como la ayahuasca, la psilocibina y la mescalina para
curar adicciones, trastornos compulsivos-obsesivos, depresiones
graves y la ansiedad ante la muerte.117 Parte de este renovado interé s
en las té cnicas de sanació n tradicionales puede parecer una moda
irritante o superficial: abundan los cazadores de experiencias
espirituales que incordian a los lugareñ os y se plantan en la selva
amazó nica exigiendo que algú n chamá n les dé un poco de ayahuasca, y
ahora incluso hay empresas que ofrecen servicios de «turismo
psicodé lico».118 Aú n se está n recopilando datos a gran escala,
principalmente longitudinales, sobre este tipo de tratamientos, pero en
al menos un estudio sobre el consumo de ayahuasca para curar la
adicció n se hallaron importantes efectos positivos. No obstante, se
advertía que la eficacia del tratamiento se derivaba de consumir la
droga en un contexto ritual tradicional y simbó lico.119 Esto parece
ló gico a la luz de la literatura empírica y de la sabiduría popular de los
consumidores experimentados, que indican que el marco conceptual
(«actitud») y el medio inmediato («entorno») son muy importantes
para conformar el contenido y la valencia emocional de los viajes
psicodé licos.
En la dé cada de 1960, el antropó logo Douglas Sharon exploró las
prá cticas estimuladas con mescalina en Perú guiado por un curandero
del lugar, que le explicó el poder de las drogas psicodé licas con unas
palabras que ya deberían resultarnos familiares:
El subconsciente es una parte superior [del hombre] [...], una especie de bolsa donde el individuo
ha almacenado todos sus recuerdos, todos sus valores [...]. Uno debe tratar [...] de hacer que el
individuo «salte por encima» de su mente consciente. É sa es la tarea principal del curanderismo.
Por medio de las plantas mágicas y de los cantos y de la bú squeda de las raíces del problema, el
subconsciente del individuo se abre como una flor y libera estos bloqueos. Por sí mismo cuenta las
cosas. Una manera muy práctica [...] que era conocida por los antiguos [de Perú ].120

Conseguir que la persona aquejada «salte por encima» de su mente


consciente es una manera de describir el efecto de regular a la baja la
CPF. Como las ratas hacinadas en jaulas de los experimentos, los seres
humanos viven apiñ ados en la civilizació n, codeá ndose
constantemente con desconocidos, de un modo que, en esencia,
contraviene nuestra naturaleza de chimpancé s. Retrasamos las
recompensas, aceptamos acuerdos complejos por debajo de lo ó ptimo,
pasamos largas jornadas en trabajos aburridos y soportamos tediosas
reuniones. Tenemos una especial necesidad de abrir nuestro
inconsciente «como una flor», al menos de vez en cuando.
Algo se pierde en el mundo cuando nunca se deja un margen para que el
yo se diluya, al menos temporalmente. Las prá cticas tradicionales
estimuladas con psicodé licos han sido una forma de facilitarlo. Como
sostiene Ehrenreich, los festivales y carnavales perió dicos han sido
otra. Una de las preocupaciones que expresa en su libro es que, bajo la
perniciosa influencia de Apolo, estas oportunidades para que la
persona y el grupo experimenten el placer extá tico está n siendo
desplazadas de nuestra vida en nombre de la eficiencia, la salud o la
moral. El severo lobo ha sido muy eficaz en su trabajo de mantener a
raya al perro labrador. Este punto de vista lo han repetido quienes han
detectado que, en los ú ltimos dos siglos, el individualismo pasivo y
aislado ha ido sustituyendo poco a poco a la unió n colectiva en la vida
religiosa. Como observa Stuart Walton sobre las variadas formas del
cristianismo post-Movimiento para la Templanza:
Pasar la tarde meditando sobre la Biblia, tallando un trozo de madera o hilando en un telar era
preferible a beber alcohol en grupo. De este modo, la campañ a contra la intoxicació n consiguió
atomizar a los individuos, una táctica que en el siglo XX reforzaron muchas tentativas para
controlar el ocio de masas, animándolas a unirse só lo con el fin de contemplar con ordenada
pasividad determinado espectáculo, ya fuera en el cine, la sala de conciertos o el campo de fú tbol,
y evitando así que la intoxicació n los congregase en reuniones dinámicas e interactivas.121
Donde antes nos reuníamos perió dicamente en extá ticos festivales
multitudinarios, o al menos con frecuencia en los bares para
chismorrear o jugar a algo, las disciplinas de la vida moderna han
canalizado demasiadas veces nuestro limitado tiempo de ocio hacia las
actividades aisladas, confinadas al hogar, como ver la televisió n o jugar
a los videojuegos. La llegada de internet só lo lo ha empeorado, y la
adicció n a las redes sociales y el chorro constante de correos
electró nicos y mensajes de texto hacen que no nos movamos del sofá , o
nos quedemos tumbados en la cama, pegados a nuestras pantallas.
Donde, a mi juicio, se plasma mejor el atractivo de lo salvaje y lo
sagrado, el subidó n del éxtasis y el poder, es en «Kubla Khan», de
Coleridge:
Y todos deberían gritar: ¡cuidado!
¡Cuidado con sus ojos fulgurantes, con su cabello al viento!
Tejed tres veces un círculo en torno a él,
y cerrad los ojos con terror sagrado,
pues él ya se ha alimentado de rocío de miel,
y ha bebido la leche del Paraíso.122
El éxtasis, personificado, parece tener poco que ver con las calles sin
salida de las periferias urbanas y los salones domé sticos bañ ados por
el constante resplandor del televisor o el parpadeo de las pequeñ as
pantallas de los telé fonos mó viles. Ahí no queda mucho margen para el
terror sagrado o para beber la leche del Paraíso. Es una lá stima, y no
só lo porque la leche del Paraíso pueda mejorar nuestros niveles de
colesterol «bueno» o purificar nuestra agua. Somos simios creativos y
tambié n culturales y comunitarios. Se podría añ adir una cuarta C, por si
acaso: los humanos tambié n son simios conscientes. Un ser consciente
de sí mismo, cuya maldició n del yo lo excluye del indiscriminado fluir
de la experiencia animal, necesita liberarse. Esto nos lleva al tema final
del capítulo: una defensa del placer como fin en sí mismo.

Es sólo rock and roll: una defensa del cuerpo hedonista


Demonizado desde principios de la era moderna hasta bien entrado el
siglo XX como la «raíz primaria venenosa» de todos los males,123 el
alcohol recuperó cierta respetabilidad utilitarista gracias a las
investigaciones que apuntan a que el consumo moderado de alcohol —
una o dos copas al día— podría reducir el riesgo de cardiopatías,
diabetes o infartos. Sin embargo, como hemos dicho, a los mé dicos en
ejercicio nunca los ha impresionado demasiado este conjunto de
estudios, y se han resistido activamente a recomendar beber con
moderació n del mismo modo que recomiendan, por ejemplo, hacer
ejercicio con regularidad. La defensa del alcohol basada en los
beneficios para la salud sufrió un durísimo golpe con la publicació n en
2018 del artículo de The Lancet que atormenta nuestras discusiones:
un terrible documento cuya conclusió n definitiva era que el ú nico nivel
seguro de consumo de alcohol era ninguno.
Como decíamos antes, las respuestas al estudio de The Lancet oscilaron
desde los predecibles «yo ya lo dije» de los abstemios a la puesta en
entredicho de la metodología para tratar de salvaguardar algunos
beneficios del alcohol para la salud. En este capítulo, se toma una vía
alternativa: descubrir o señ alar las diversas formas en que el alcohol
sigue cumpliendo importantes funciones individuales y sociales, cuya
utilidad se debe sopesar frente a los riesgos para la salud, má s
evidentes. Sin embargo, hay otros defensores del consumo de alcohol
que no tienen interé s en hablar de los costes y los beneficios, de
sopesar unos frente a otros. Podríamos llamarlo la postura «Es só lo
rock and roll (pero me gusta)».124 Quizá el alcohol sea malo para uno,
quizá perjudique a la sociedad, pero me gusta, me hace sentir bien.
Ademá s, quienes adoptan esta postura suelen añ adir que hay muchas
cosas que no son buenas para uno, pero que sigues hacié ndolas de
todos modos porque son divertidas.
En cuanto hedonista filosó fico, apoyo totalmente a los defensores del
rock and roll. Es cierto que, en nuestra actual é poca de
neoprohibicionismo y los vahídos generales ante sus riesgos, tenemos
la urgente necesidad de ser francos sobre el simple placer de sentirse
bien. Cuando defendemos las funciones del consumo de intoxicantes,
no debemos perder nunca de vista una de sus mayores contribuciones
a la vida humana: el puro placer hedonista. Como observa Stuart
Walton en su brillante y endiabladamente divertida historia cultural de
la intoxicació n, Colocados: «El estrato sedimentario de disculpas y
tímidos eufemismos que subyace a cualquier conversació n acerca del
alcohol como intoxicante se asentó en el siglo XIX y ni siquiera las
revoluciones liberales de la dé cada de 1960 han sido capaces de
desplazarlo».125 Merece la pena citar su diatriba contra el tufillo de
hipocresía victoriana que parece acompañ ar invariablemente
cualquier debate sobre el alcohol:
El editorial histérico de un tabloide que exigía a los fabricantes de bebidas alcohó licas el pago de
los gastos médicos de los enfermos de cirrosis tal vez sea la mú sica ambiental de la nueva
represió n, pero ¿có mo reaccionar ante este comentario perteneciente a la introducció n de una
monumental historia de la vinicultura escrita por Hugh Johnson, uno de sus más elegantes
cronistas? «Lo que primero llamó la atenció n de nuestros antepasados no fue el sutil bouquet del
vino ni el regusto a violetas y frambuesas, sino, me temo, su efecto». Efectivamente, pero ¿a qué
viene ese tono lastimero? ¿Qué hay de «temible» en reconocer que el vino contiene alcohol, que
nuestros antepasados se sintieron atraídos por él porque la primera experiencia de embriaguez no
tenía parangó n en el mundo fenoménico? ¿Qué otra cosa, sobre todas las demás, tiene que atrae al
enó filo de mañ ana si no es que le ha parecido una manera agradable de intoxicarse hoy? ¿Acaso no
podemos decir esto en voz alta, como adultos cuyas vidas estuvieran ya ahítas de experiencias
sensoriales?

Su conclusió n es que no podemos: «En muchos sentidos, hoy es má s


fá cil ser sinceros acerca de nuestras costumbres sexuales que hablar de
los intoxicantes que tomamos [... y se] está consiguiendo que la
vergü enza nos impida expresar nuestra opinió n».126 Es hora de volver
a ser capaces de expresarla. Si bien es socialmente aceptable que
hablemos en té rminos puramente esté ticos sobre nuestro interé s en el
vino de calidad, la cerveza artesanal o el cannabis de marca, sigue
incomodá ndonos hablar de nuestra necesidad del placer encarnado
como fin en sí mismo, en vez de como un efecto secundario de otras
á reas de conocimiento má s respetables y abstractas. É ste es un
complejo que tenemos que superar.
La gente se masturba, y le gusta colocarse. Tenemos que ser igual de
perspicaces y poco remilgados al hablar de lo segundo como de lo
primero. El antropó logo Dwight Heath se lamenta así: «Una curiosidad
fundamental sobre la mayor parte de lo escrito acerca de las bebidas
alcohó licas, sobre todo por los científicos, profesionales sanitarios y
otros investigadores, es lo poco que se reconoce que la mayoría de la
gente que bebe lo hace porque le resulta placentero y agradable».127 En
su historia literaria de la bebida, Marty Roth atribuye esta extrañ a
laguna —que tambié n hemos observado en la antropología y la ciencia
cognitiva del ritual— a un cambio en nuestro punto de vista sobre el
alcohol que podría remontarse a mediados del siglo XIX. El alcohol, una
sustancia que antes se asumía como componente de la buena vida,
«que elevaba y liberaba», se acabó viendo ú nicamente a travé s de la
lente medicalizada de la adicció n y sus impactos en la salud pú blica.
Cita un ensayo del filó sofo José Ortega y Gasset sobre las pinturas de
bacanales de Tiziano y Velá zquez:
Antes, mucho antes de que el vino fuera un problema administrativo, fue el vino un dios. [...] La
solució n que mi edad ofrece al tema del vino es el síntoma de su prosaísmo, de su hipertrofia
administrativa, de su enfermizo prurito por la previsió n y el burgués acomodo, de su total carencia
de esfuerzo heroico. ¿Quién tiene hoy mirada tan penetrante para ver a través del alcoholismo —
una montañ a de papeles impresos cargados de estadísticas— esta simple imagen de unos
pámpanos lascivos retorciéndose y unos anchos racimos que el sol traspasa con sus saetas de oro?
128

Naturalmente, resulta iró nico que este libro, aunque defiende el poder
de Dionisio, lo haya hecho en su mayor parte incliná ndose ante Apolo,
el aburrido dios de la «hipertrofia administrativa». Hemos dedicado
gran parte de nuestro aná lisis a los beneficios y usos prá cticos del
alcohol y otros intoxicantes. Es importante no olvidarse del significado,
má s profundo, de unas imá genes sencillas pero impactantes, como la
escena retratada en La bacanal de los andrios (1523-1526), de Tiziano,
que adorna la portada de este libro. Así se queja Stuart Walton del
vaivé n de los debates sobre temas como los beneficios de beber vino
para la salud:
Lo que no se tiene en cuenta es que la intoxicació n es su propia justificació n. Pasamos por alto el
efecto perjudicial que la bebida puede ejercer acumulativamente sobre nuestro hígado en la misma
medida en que nos puede parecer tranquilizador, pero nada más, saber que, al contacto con el
alcohol, el colesterol de baja densidad disminuye. Con independencia de los otros procesos
fisioló gicos que se produzcan mientras bebemos, nuestro cerebro presenta síntomas de
intoxicació n, y el placer, la satisfacció n y el alivio que ésta proporciona fueron las razones de que,
en primer lugar, hurgáramos en el cajó n en busca del sacacorchos.129

Sin embargo, la cautela morbosa y la alergia al placer no han afligido


ú nicamente a nuestra é poca moderna. Apolo lleva con nosotros desde
el principio. El peligro de que, por un excesivo funcionalismo apolíneo,
perdamos nuestra simpatía por Dionisio se ejemplifica bien en el
aná lisis de un texto de la Grecia antigua, que data de los primeros siglos
de la era comú n,130 a cargo del filó sofo Jan Szaif. En é l, se describe la
conducta de la persona virtuosa, que prefiere «dedicarse a actos nobles
y al estudio de las cosas buenas/nobles». Debido a su cará cter social, la
persona virtuosa «tambié n se casará , engendrará hijos, se implicará en
los asuntos civiles, se enamorará al estilo del amor sereno (eros) y se
emborrachará en el contexto de los actos sociales, aunque no de
manera primordial». É sta es una expresió n extrañ a. ¿Qué podría
significar emborracharse, pero no «de manera primordial»? Explica
Szaif:
Tal como se emplea en este fragmento, el término indica que la actividad en cuestió n no ha sido
elegida porque la persona virtuosa la considere deseable como tal, sino debido a las circunstancias
o a ciertas necesidades hipotéticas. En este caso específico, la persona virtuosa bebe no porque la
embriaguez la atraiga, sino porque es condigna a otra cosa que le importa, a saber, ciertas
actividades sociales deseables que conllevan beber en exceso. Sin embargo, las personas virtuosas
no tomarán parte en estas actividades só lo para emborracharse, sino con el fin de participar en la
vida comunitaria, como forma de satisfacer su naturaleza social.131

Podemos aplaudir esta actitud. La mayor parte de este libro se ha


concentrado precisamente en este proyecto de desentrañ amiento del
papel funcional del alcohol en la vida cultural humana. Somos una
especie rara y paté tica, simios que intentan abrirse paso en las
sociedades organizadas a una escala que no podemos gestionar por
nuestra falta de equipamiento gené tico para ello. El descubrimiento de
una neurotoxina líquida que nos ayuda a ser má s creativos, a estar má s
conectados culturalmente y a confiar en la comunidad fue una fase
fundamental en nuestra evolució n, y necesitamos profundizar el
conocimiento de có mo los intoxicantes nos siguen sirviendo hoy en
día. Pero no perdamos nunca de vista que beber, o fumar, o los
ocasionales viajes con setas, es, primordial y atávicamente, divertido.
Que refuljan nuestros ojos, bebamos la leche del Paraíso. Que no nos dé
miedo emborracharnos «de manera primordial», porque eso es lo que
nos reconecta con el fluir de la experiencia que otros animales
simplemente dan por supuesto.

Es la hora de embriagarse
Sir David Spiegelhalter, profesor de la cá tedra Winston de Percepció n
Pú blica del Riesgo de la Universidad de Cambridge, cuestionó las
conclusiones de los autores del artículo de The Lancet y señ aló que los
datos mostraban só lo un nivel de perjuicio muy bajo para los
bebedores moderados: «Dado el placer presumiblemente asociado a
beber con moderació n, no parece que afirmar que no hay ningú n nivel
“seguro” se pueda considerar un argumento a favor de la abstemia. No
hay ningú n nivel seguro de conducció n, pero los Gobiernos no
recomiendan a la gente que evite conducir. Pensá ndolo un poco,
tampoco hay ningú n nivel seguro de vivir, pero nadie recomendaría que
nos abstuvié ramos de ello».132
Era una muestra del mejor humor seco britá nico. No obstante, debe
decirse que el Gobierno no desaconseja la conducció n a la gente porque
conducir comporta beneficios claros y observables, que podemos
sopesar frente a los costes, igual de evidentes. Vivir es inevitable: ahí
siguen dando guerra, inexplicablemente, The Rolling Stones. El alcohol,
en cambio, carece de defensa frente a los buró cratas, mé dicos y
legisladores, en gran parte porque no hemos hecho el trabajo de
desvelar la ló gica evolutiva de su papel como rey de los intoxicantes y
desentrañ ar sus continuos beneficios para el individuo y las
sociedades. El placer como fin en sí mismo se considera muy pocas
veces, por desgracia, suficiente pretexto para la intoxicació n.
Los psicó logos Christian Mü ller y Gunter Schumann plantean dos
cuestiones importantes en su reseñ a sobre la «instrumentalizació n de
las drogas», o el consumo racional y estraté gico de intoxicantes
químicos para alcanzar resultados específicos y deseables.133 La
primera es que, a pesar de las justificables preocupaciones por el
alcoholismo y la drogadicció n, la inmensa mayoría de los
consumidores de drogas psicoactivas, en todos los lugares y é pocas, no
son adictos, y su riesgo de desarrollar una adicció n es muy bajo.134 La
mayoría de la gente consume intoxicantes simplemente como
herramientas para generar cambios psicoló gicos deseados a corto
plazo, del mismo modo que toman café para espabilarse y
concentrarse, o ven un programa de televisió n absurdo por la noche
para relajarse tras una dura jornada de trabajo. Los autores afirman
tambié n que las sociedades modernas e industriales conllevan una
mayor densidad y variedad de «microentornos» sociales, a los cuales
han de adaptarse las personas constantemente, que las sociedades
agrícolas o preagrícolas. Trabajamos desde casa, colaboramos online,
hacemos contactos en comidas y eventos, encajamos un rato para
hacer ejercicio o estar con nuestros hijos entre una teleconferencia y
una sesió n de tormenta de ideas con el equipo. Por tanto, las sustancias
psicoactivas —no só lo los estimulantes puros, como el café y la
nicotina, sino los intoxicantes como el alcohol y el cannabis— podrían
ser ahora todavía má s importantes para nosotros de lo que han sido
histó ricamente. Los intoxicantes químicos pudieron haber atraído a
los primeros cazadores-recolectores a la vida agrícola, y despué s servir
como herramienta fundamental para poder adaptarse a ella. A pesar de
las demá s herramientas que tenemos hoy a nuestra disposició n, los
descendientes de los primeros simios domesticados quizá
necesitemos má s que nunca la ayuda química.
Diría que una razó n por la que nos cuesta valorar debidamente los
beneficios derivados de los intoxicantes químicos es un falso pero
arraigado dualismo entre mente y cuerpo que influye en nuestro juicio.
No nos parece un problema que la gente altere su estado de á nimo
viendo banalidades en televisió n, o que salga a correr, pero nos
incomoda que su truco psicoactivo consista en un sacacorchos y una
botella fría de chardonnay. Una persona que medita durante una hora y
consigue reducir su estré s el x por ciento y mejorar su á nimo el y por
ciento es vista con mucho mejores ojos que una que dedique esa
misma hora a conseguir los mismos resultados pimplá ndose un par de
pintas. Parte de estas divergencias se pueden explicar por las
potenciales consecuencias negativas que van aparejadas al consumo de
alcohol —posibles adicciones, un montó n de calorías, dañ os hepá ticos
—, pero eso es só lo parte de la historia.
El prejuicio contra la intoxicació n química no só lo está profundamente
arraigado en nuestra conciencia popular, sino tambié n en el
tratamiento acadé mico de la religió n y el ritual. Ya hemos señ alado que
la inmensa mayoría de la literatura sobre la unió n ritual y la
efervescencia colectiva se centra ú nicamente en las saludables
prá cticas de bailar y cantar; pero guarda un extrañ o —y puritano,
cabría decir— silencio respecto a las de beber, fumar e ingerir, igual de
extendidas. Mircea Eliade, en su trascendental estudio comparativo del
chamanismo, tachó las experiencias chamá nicas inducidas por las
drogas de «mé todo mecá nico y corrupto de reproducir el “éxtasis”» y
de vulgar «pseudotrance».135 Asimismo, las referencias a la
intoxicació n química en la poesía y la literatura son disimuladas a
menudo como simples metá foras. Como observa con agudeza Marty
Roth: «En los comentarios sobre la poesía persa, la intoxicació n se
vaporiza y convierte en alegoría, y es transformada en éxtasis religioso
antes de haber podido mojarse los labios».136
La defensa que hace Aldous Huxley de la experiencia espiritual
inducida químicamente es, en este contexto, muy oportuna, y puede
ayudarnos a pensar con má s claridad sobre el tema:
Aquellos a quienes los ofende la idea de que tragarse una píldora pueda contribuir a una verdadera
experiencia religiosa deberían recordar que todas las mortificaciones típicas —el ayuno, la vigilia
voluntaria y la autotortura— que les infligen los ascetas de todas las religiones con la finalidad de
hacer méritos también son, como las drogas que alteran la mente, eficaces estratagemas para
alterar la química del cuerpo en general y del sistema nervioso en particular.137
Dios [se podría insistir] es un espíritu y debe ser adorado en espíritu. Por tanto, una experiencia
químicamente condicionada no puede ser una experiencia de lo divino. Pero, de algú n modo u otro,
todas nuestras experiencias son químicamente condicionadas, y si imaginamos que algunas de ellas
son puramente «espirituales», puramente «intelectuales» y puramente «estéticas», es só lo porque
nunca nos hemos molestado en investigar el entorno químico interno en el momento en que se
producen.138

Ciertamente. Reconocer que todas nuestras experiencias son


químicamente condicionadas podría ayudarnos a ser un poco menos
engreídos por habernos pasado la tarde meditando o rezando, en vez
de tomando un vino en compañ ía de los amigos o rodeados de las
delicias de un jardín. Es nuestro dualismo mente-cuerpo, tan
profundamente arraigado y a menudo tan invisible, el que nos hace
denigrar de forma sistemá tica —e injusta— el papel de la intoxicació n
química en cualquier concepto de buena vida.
Tao Yuanming compuso una gran cantidad de evocadores versos sobre
la belleza de la naturaleza, los placeres de la vida rural y —no por
casualidad— el poder del vino. Su serie de poemas sobre el tema del
regreso al hogar incluye estos versos:
Con los niños de la mano, entro en casa,
donde me espera una jarra de vino.
Tomo la jarra y una copa, y me sirvo;
miro de reojo los árboles del jardín y se me alegra la cara.139
Como señ ala el estudioso de la literatura Charles Kwong, el vino es
caracterizado aquí, y en otras partes de la obra de Tao Yuanming, como
algo inextricablemente entrelazado con un concepto de buena vida:
Disfrutado en casa, en medio del placer compensatorio de la familia y la naturaleza, a veces en
compañ ía de otros campesinos, el vino es saboreado junto con el trabajo extenuante, el ocio bien
merecido, la alegría doméstica y el afecto amable. Resplandeciente en la luz primitiva del atardecer
y con una esclarecedora sensació n de naturalidad, el vino va mucho más allá de sus propiedades
materiales; ha trascendido con creces sus propiedades materiales; se integra en una gratificante
vida de autodescubrimiento y realizació n personal, en un espíritu de simplicidad rú stica que vive
en la paz existencial.140

Tiene su ló gica intuitiva, tanto en la China antigua como en el mundo


moderno, decir que el vino «trasciende con creces sus propiedades
materiales» para ser parte de un estilo de vida gratificante y espiritual.
No obstante, resulta ú til dejar a un lado nuestro dualismo intuitivo por
un instante y entender que el cá lido rubor que recorre el sistema
nervioso del poeta cuando las primeras molé culas de etanol se ponen a
trabajar con sus neurotransmisores cerebrales; sus expectativas
culturales sobre el solaz que le brinda un trago de un vino local que
lleva tiempo deseando, y el placer de reencontrarse con su familia, sus
vecinos y su jardín son todas facetas diferentes de una ú nica realidad
física. Hagamos como Tao Yuanming y ensalcé moslas todas por igual.
Dado el título de este capítulo, lo suyo sería terminarlo con la famosa
oda de Charles Baudelaire a la intoxicació n: «Embriagaos»:
Hay que estar siempre ebrio. Nada más: ésa es toda la cuestió n. Para no sentir el peso horrible del
tiempo, que os quiebra la espalda y os inclina hacia el suelo, tenéis que embriagaros sin parar.
¿De qué? De vino, de poesía o de virtud, como queráis. Pero embriagaos.
Y, si alguna vez, en las escaleras de un palacio, en la verde hierba de una zanja, en la soledad
sombría de vuestro cuarto, os despertáis, porque ha disminuido o ha desaparecido vuestra
embriaguez, preguntad al viento, a las olas, a las estrellas, a los pájaros, al reloj, a todo lo que huye,
a todo lo que gime, a todo lo que gira, a todo lo que canta, a todo lo que habla, preguntadle qué
horas; y el viento, las olas, las estrellas, los pájaros, el reloj os contestarán: «¡Es la hora de
embriagarse!». Para no ser los esclavos martirizados del tiempo, embriagaos; embriagaos sin cesar.
De vino, de poesía o de virtud, como queráis.141

Necesitamos emborracharnos, pero ¿de qué ? ¿Qué faceta de la realidad


material debería permitirnos transportarnos lejos de nosotros
mismos? Es difícil negar que los humanos, para funcionar y prosperar,
necesitamos cierto grado de intoxicació n en nuestra vida.
Sin embargo, es bastante posible que algunas veces la meditació n, la
poesía o la virtud sean mejores opciones que el vino, la cerveza o el
whisky. En cualquier defensa de la intoxicació n química, el chute físico
de etanol que alcanza la frontera del cerebro, tambié n se deben
reconocer los aspectos caó ticos y peligrosos de los excesos
bacaná licos. De modo que pasemos ahora a considerar una serie de
graves preocupaciones —algunas antiguas, otras nuevas— respecto a
permitir que las sustancias químicas que bebemos, ingerimos o
fumamos regulen a la baja nuestra CPF. Puede que Dionisio nos haya
conducido, al son de sus flautas, a la civilizació n; pero, si no tenemos
cuidado, tambié n puede convertirnos en animales.
Capítulo 5

El lado oscuro de Dionisio

El vino fue primordial para la diplomacia y la religió n de la China


antigua, y la base fundamental de la comunidad entre las personas de
este mundo y entre este mundo y el siguiente. Sin embargo, al mismo
tiempo, el alcohol tambié n era considerado una de las amenazas
paradigmá ticas para este buen orden.1 Se solía retratar a los malvados
y ú ltimos gobernantes de cualquier ré gimen caído como unos
borrachos mujeriegos que desatendían los asuntos del Estado y el
bienestar de su pueblo para entregarse al libertinaje con sus
concubinas en lagos artificiales llenos de alcohol. Estas historias tienen
su analogía moderna en los corruptos funcionarios del Partido
Comunista de China, de los que a menudo se descubre que tienen
varias amantes y que se bañ an en ríos de burdeos premier cru.
Asimismo, nos encontramos con posturas ambivalentes sobre el
alcohol allá donde veamos gente bebiendo. Dionisio era el dios del vino
de la Grecia antigua, pero tambié n del caos y el desorden. Sus adeptos
alcanzaban estados exaltados de comunió n con el dios, pero, si te
topabas con ellos en los bosques, podían abalanzarse sobre ti y
descuartizarte. En las diversas literaturas del mundo antiguo, desde
China, Egipto y Mesopotamia a la Biblia hebrea y el Nuevo Testamento,
nos encontramos advertencias sobre los peligros de beber, sobre todo
cuando se cae en el exceso. Cuando Noé salió de su arca tras el diluvio
con su familia y los animales que transportaba, lo primero que hizo fue
construir un altar y rendir sacrificio a Dios como agradecimiento. Una
vez atendidas las obligaciones religiosas, lo que hizo inmediatamente
despué s fue plantar un viñ edo y cosechar parte de sus frutos (cabe
presumir que plantó variedades de pronta maduració n). Lo tercero que
hizo fue agarrarse tal cogorza que se quedó dormido desnudo, lo que
abochornó bastante a sus hijos; tras un torpe intento de remediar la
situació n, Noé se despertó por fin y, enfadado, lanzó una maldició n que
condenaría eternamente a todo un linaje de sus descendientes.2
Conseguir vino es una prioridad urgente, pero consumirlo puede
precipitar la catá strofe. Un emperador azteca, en una proclama con
motivo de su ascenso al trono, advirtió asimismo de los peligros del
pulque:
Principalmente, lo que os ordeno es que evitéis la embriaguez, que no toméis pulque, porque es
como el beleñ o que aparta al hombre de su razó n... Son el pulque y la embriaguez la causa de todas
las discordias, los desacuerdos, de todas las revueltas y los disturbios en los pueblos y reinos; es
como un torbellino que altera y perturba todo; es como una tormenta infernal que trae todos los
males posibles.3

Dwight Heath señ ala que, en las culturas de todo el mundo, beber
alcohol va inevitablemente unido al nerviosismo y al concomitante
deseo de regular o controlar su consumo. El alcohol no só lo está
universalmente sujeto a normas y reglamentos especiales, sino que
ademá s inspira emociones muy intensas. «Que las opiniones
predominantes sobre [el alcohol] sean positivas, negativas o ambiguas
varía entre una cultura y otra, pero la indiferencia es rara, y las
opiniones son mucho má s tajantes en relació n con el alcohol que con
otras cosas».4 Heath comienza su trascendental monografía del añ o
2000 sobre el alcohol y la cultura con la siguiente dedicatoria, que
plasma de maravilla el cará cter Jekyll/Hyde de los efectos de la
molé cula de etanol en el cerebro humano:
ETOH, también conocido como etanol, alcohol o C2H5OH
alimento, complemento para la comida, y veneno,
abre el apetito y ayuda a la digestió n,
tó nico, medicina y droga nociva,
elixir, poció n o «instrumento del demonio»,
vigorizante o sedativo,
sacramento o abominació n,
afrodisiaco o antieró tico,
euforizante o depresor,
auxiliar de la sociabilidad o lugar de retiro,
estimulante o relajante,
néctar delicioso o brebaje inmundo,
exculpatorio o agravante, en lo que respecta a la culpa,
regalo de los dioses o maldició n,
analgésico y anestésico, desinhibe o noquea,
etc., etc.5
Hay buenos motivos para ver la intoxicació n como un dios de dos
caras. Hemos explicado que los efectos del alcohol, el rey de los
intoxicantes, se desarrollan en dos fases: al principio tiene un efecto
estimulante y genera un estado positivo y vigorizante, pero despué s se
transforma en un depresor. Los fragmentos neuronales
desestabilizados por esta granada de mano farmacoló gica pueden
provocar toda clase de conductas: desde los alegres y extravertidos que
se deshacen en elogios hasta los airados y beligerantes soció patas. Nos
hemos extendido bastante a propó sito de las funciones positivas del
alcohol en el á mbito personal y el social. Sin embargo, hemos
mantenido un relativo silencio respecto al papel protagonista del
consumo de alcohol entre los factores de riesgo de mortalidad. La
Organizació n Mundial de la Salud informó de que, en 2016, habían
muerto má s de tres millones de personas debido al abuso del alcohol.6
Segú n las estimaciones de los Institutos Nacionales de Salud de
Estados Unidos, el alcohol es la tercera causa de muerte evitable, por
detrá s del tabaquismo y la falta de ejercicio.7 Cualquier historia sobre
có mo el alcohol unió a los suspicaces simios para formar civilizaciones
creativas, culturales y comunitarias estaría incompleta sin una
reflexió n sobre el lado oscuro de Dionisio.

El misterio del alcoholismo


El alcoholismo es una lacra humana antigua y, probablemente, la
desventaja má s incapacitante del alcohol, si hablamos de la gran
cantidad de perjuicios que provoca a los propios alcohó licos, a las
personas de su entorno y a la sociedad en general. En una antigua carta
egipcia, escrita por un profesor a su exalumno...
... el profesor escribe que se ha enterado de que su exalumno está descuidando sus estudios y que
va de taberna en taberna. Huele tanto a cerveza que los hombres se apartan de él asustados, y que
es como un remo roto, incapaz de mantener el rumbo; que es como un templo sin dios, como una
casa sin pan. El profesor acaba expresándole su esperanza de que el estudiante entienda que el
vino es una abominació n y que acabe renegando de la bebida.8

Da la impresió n de que el estudiante egipcio padece el clá sico caso de


trastorno por consumo de alcohol (TCA), el té rmino mé dico está ndar
para referirse al alcoholismo. La angustia y la impotencia que sentía su
antiguo profesor le resultará n familiares a cualquiera que haya tenido
que lidiar con un amigo o una pareja que lucha —y pierde— una batalla
contra esta enfermedad. Hoy en día, se calcula que las tasas de
alcoholismo oscilan entre el 1,5 y el 5 por ciento de la població n
general, las cuales varían mucho de un país a otro (vé ase la figura 5.1).

Figura 5.1. Tasas de alcoholismo mundiales

De Our World in Data: <https://ourworldindata.org/ alcohol -consumption>.

En Estados Unidos, se ha informado de que 15,1 millones de adultos


padecen diversos grados de alcoholismo, que conduce a 88.000
muertes anuales y un costo de 249.000 millones de dó lares para la
economía. El 10 por ciento de los niñ os, como mínimo, viven en
hogares donde al menos un progenitor tiene problemas con el alcohol.
Má s allá de los costes y el sufrimiento evidentes que provoca cuando es
grave, hay otras formas de alcoholismo que pueden perjudicar nuestro
bienestar general. En una encuesta realizada a adultos estadounideses,
casi el 30 por ciento de los encuestados (y el 36 por ciento de los
hombres) declararon haber experimentado formas «leves» de
trastornos por consumo de alcohol, que se caracterizaron, por ejemplo,
por incidentes reiterados de consumo mayor del previsto, o por la
incapacidad de reducir el consumo de alcohol a pesar del deseo de
hacerlo.9 Un peligro aú n má s sutil es que los bebedores pueden acabar
desarrollando dependencia del alcohol no para alcanzar un estado
alterado, sino só lo para mantener un estado bá sico de felicidad.
Algunos investigadores de las adicciones creen que los consumidores
frecuentes de alcohol se adaptan neuroló gicamente a é l, de modo que
acaban dependiendo del consumo continuo para sentirse «normal». El
consumo habitual de drogas puede generar una situació n en la que la
homeostasis, la capacidad de mantener la estabilidad fisioló gica del
estado de á nimo o el afecto, se reajuste y se establezca en un punto
patoló gico o perjudicial.10
Desde un punto de vista evolutivo, nuestra vulnerabilidad a la
dependencia y el abuso del alcohol resulta un misterio. Dado que el
alcohol ha sido un rasgo comú n de las culturas humanas durante
milenios, y que la mayoría de la gente puede beber alcohol con
moderació n, ¿por qué existe el alcoholismo? En buena medida, la
tendencia al alcoholismo es hereditaria; algunos acadé micos calculan
que la contribució n gené tica a la probabilidad de que una persona
desarrolle el trastorno llega a alcanzar el 60 por ciento.11 Aú n no se han
identificado los genes concretos, pero los candidatos probables son los
que codifican para los receptores de dopamina, en especial porque las
personas adictas al alcohol suelen ser má s susceptibles a otros tipos de
adicciones. Al parecer, aquellas que son propensas al abuso del alcohol
experimentan un mayor refuerzo de los efectos eufó ricos iniciales del
alcohol y, tambié n, una sensibilidad atenuada ante los severos efectos
de la curva descendente de la CAS.12 Otra línea de investigació n sobre el
alcoholismo, dirigida por el investigador de las adicciones Markus
Heilig, se ha centrado en los genes relacionados con el funcionamiento
del neurotransmisor GABA en la amígdala, un nú cleo de estimulació n
emocional y procesamiento del miedo. Tanto en ratas como en
humanos alcohó licos dependientes, la actividad de la GABA en la
amígdala es atípicamente baja, lo que hace pensar que una incapacidad
de origen gené tico para lidiar con la estimulació n negativa o el estré s
podría contribuir al alcoholismo.13
Al margen de cuá l sea la causa subyacente, lo cierto sigue siendo que
hasta el 15 por ciento de la població n humana podría ser vulnerable al
alcoholismo grave, aunque eso no significa que todas estas personas
acaben siendo efectivamente alcohó licas. Dada la larga convivencia de
los seres humanos y el alcohol, esto resulta muy incomprensible. El
alcoholismo es profundamente dañ ino y antiadaptativo. ¿Por qué los
genes que lo causaron no fueron eliminados del acervo gé nico
humano? Cabría pensar que, en cualquier parte del mundo con acceso
al alcohol, habría una fuerte presió n selectiva contra ellos. Otra parte
del misterio es lo mucho que varían las culturas en sus tasas de
alcoholismo, como se ilustra en la figura 5.1. ¿Por qué Italia está casi en
el mínimo nivel mundial, a pesar de lo extendido que está —tanto entre
los humanos como entre los lé mures— el consumo de bebidas
alcohó licas increíblemente deliciosas, mientras que Rusia está en lo
má s alto?
La respuesta a esta pregunta sobre la variació n cultural podría ser, de
hecho, la clave para desentrañ ar el misterio general del alcoholismo. En
lo que respecta a la variació n cultural en Europa, Italia es un clá sico
ejemplo de lo que a veces se llama la «cultura de la bebida del sur».14 En
el sur de Europa, el alcohol —principalmente el vino, pero tambié n la
cerveza— es parte de la vida cotidiana y está tan integrado en la cocina
que la hora de la comida sería inimaginable sin é l. A los niñ os se los
introduce en unos há bitos de bebida moderados y saludables desde
muy pronto. En Italia, por ejemplo, les dan a niñ os de muy corta edad
vasos de vino con bastante agua, una mezcla menos diluida a medida
que crecen. Por lo general, las personas no beben en cualquier parte,
sino en la mesa durante la comida o la cena, y no está bien visto beber
hasta el punto de la embriaguez manifiesta. Los licores destilados no
les son ajenos, pero suelen consumirlos en cantidades muy pequeñ as
antes o despué s de la comida, como aperitivo o digestivo. El consumo
de alcohol general per cá pita tiende a ser bastante alto en estos países,
pero las tasas de alcoholismo y de trastornos relacionados con el
alcohol son bajas.
Aunque se ubica físicamente en el este de Europa, Rusia es, por
ejemplo, una típica cultura de la bebida del norte, como lo son otros
países europeos: Alemania, Países Bajos y los países escandinavos. En
té rminos histó ricos, estas culturas no beben tanto en casa o con las
comidas. Se tiende a prohibir estrictamente el consumo de alcohol a los
niñ os, que acaban considerá ndola una sustancia para adultos y, en
cierto modo, tabú . Beber, como actividad principal al margen de las
comidas, es má s comú n. Se suelen mezclar los espirituosos destilados
con cerveza o vino, o incluso sustituirlos directamente. En las culturas
de la bebida del norte, se bebe con menos frecuencia, pero hay má s
propensió n al exceso las veces que se hace. La embriaguez en pú blico
no es rara, y en algunos casos se considera un emblema de honor u
hombría. Ademá s, beber a solas, fuera de la mesa y de los contextos
sociales, no está tan estigmatizado como en el sur.
En el primer capítulo, dijimos que las teorías del pirateo y de la resaca
ven el alcohol como un puro vicio, al menos desde que los humanos
descubrimos la agricultura, las civilizaciones sedentarias y có mo
almacenar cantidades casi ilimitadas de cerveza y vino. De modo que el
gusto por el alcohol —y en especial el ansia excesiva y nociva que
experimentan los alcohó licos— debería haber sido objeto de una
fuerte presió n selectiva a lo largo de los ú ltimos milenios. Sin embargo,
tambié n vemos lo extrañ o que es que las «soluciones» gené ticas para el
«problema» del alcohol —como la combinació n gené tica que da lugar al
«rubor asiá tico»— no se hayan extendido má s allá de regiones
concretas del sur de Asia y Oriente Pró ximo. Esto hace pensar que, al
menos en los ú ltimos milenios, los beneficios de poder beber, y a veces
de beber en exceso, han superado histó ricamente a los costes.
Es del todo posible, no obstante, que este cá lculo haya cambiado hace
muy poco tiempo. En los ú ltimos siglos —un abrir y cerrar de ojos en la
cronología evolutiva—, ha habido dos importantes innovaciones en el
modo de producir y consumir alcohol. La primera fue el surgimiento de
los licores destilados. La segunda fue un conjunto de cambios en el
estilo de vida y la economía que posibilitaron que una gran parte de la
població n humana pudiera beber a solas o, al menos, completamente al
margen del control social y ritual. A falta de unas medidas correctivas
apropiadas, estas dos innovaciones, la destilació n y el aislamiento,
pueden alterar el cá lculo costo-beneficio del consumo de alcohol.
Aun así, los factores culturales moderan en gran medida el grado de
este nuevo riesgo. Las normas culturales siempre han servido para
mitigar los peligros del alcohol y, a lo largo de la historia, las sociedades
que han desarrollado normas culturales efectivas para moderar y
regular el alcohol han estado en mejores condiciones para cosechar los
beneficios de su consumo y, al mismo tiempo, minimizar sus costes.
Por tanto, probablemente no sea una casualidad que las tasas má s
bajas de alcoholismo en la Europa moderna sean las de Italia y Españ a,
y las má s altas, las del norte y el este de Europa. (Los inmigrantes
tambié n se traen consigo sus culturas de la bebida: los
italoestadounidenses, por ejemplo, tienen unas tasas de alcoholismo
má s bajas que la media nacional.)15 Las culturas de la bebida del sur
brindan a aquellas personas con una propensió n gené tica al
alcoholismo una protecció n efectiva frente a estos nuevos problemas,
lo cual podría ayudarnos a entender la viabilidad de los genes del
alcoholismo en los ú ltimos milenios. Estas culturas exponen a los
alcohó licos en potencia a toda la fuerza de la destilació n y el
aislamiento, haciendo que los genes del alcoholismo sean mucho má s
nocivos de lo que han sido a lo largo de la historia. Podemos extraer
algunas lecciones importantes sobre có mo amansar o domesticar a
Dionisio, sobre todo porque la actitud del norte ante la bebida,
relativamente indefensa, tiene su apogeo en Estados Unidos, y es la
cultura estadounidense la que, a su vez, lleva estableciendo la norma
para buena parte del mundo desde mediados del siglo XX.
Hablemos ahora de la doble maldició n de la destilació n y el
aislamiento, y de có mo é stos han aumentado radicalmente los peligros
que el alcohol ha entrañ ado siempre para los seres humanos.

El problema del licor: una disparidad evolutiva


Durante casi toda nuestra larga historia con el alcohol, la bebida en
cuestió n ha adoptado normalmente la forma de cerveza o de vino.
Estas cervezas y vinos, a su vez, solían tener una graduació n alcohó lica
aproximada de entre 2° y 4°. Con las té cnicas de fermentació n
modernas, que se basan en unas levaduras hipereficientes y
especialmente tolerantes al alcohol, se pueden producir cervezas y
vinos má s fuertes: de media, la graduació n de las cervezas
contemporá neas es de 4,5°, y la de los vinos, de 11,6°.16 Sin embargo,
cualquier proceso de fermentació n natural se ve limitado por la
tolerancia al alcohol de la levadura: en algú n momento, su propio
subproducto acaba matando incluso a las cepas má s resistentes, lo que
detiene la fermentació n. A lo má s lejos que han podido llegar los
humanos con este proceso es a alrededor de 16°. É sta es la graduació n
que tiene el contundente shiraz australiano, elaborado con uvas ricas
en azú car (por cortesía del cá lido clima de Australia) y unas levaduras
muy tolerantes al etanol. Cualquiera que haya abierto alguna de estas
bombas sabe qué rá faga de vapores alcohó licos brota de una botella
recié n abierta. En la rivalidad entre neozelandeses y australianos, yo
me sitú o firmemente del lado de los neozelandeses, ya que prefiero,
con mucho, los vinos que produce el clima fresco neozelandé s, má s
elegantes y refinados, pero hay que reconocerles a los australianos el
mé rito de haber llevado a la uva vinícola, sin ninguna piedad, a su límite
alcohó lico absoluto.
No debería sorprendernos que unos simios superlistos y ansiosos por
conseguir alcohol acabaran hallando el modo de resolver el inoportuno
problema de que una levadura debilucha tire la toalla a los 16°. Un
mé todo para sortear las limitaciones naturales de la levadura es la
llamada «congelació n fraccionada». Se basa en que el punto de
congelació n del agua es 0 °C, mientras que el etanol debe estar un poco
má s frío: a −114 °C. Las mezclas de alcohol y agua se congelará n en
algú n punto intermedio, y por eso los anticongelantes para los motores
contenían al principio metanol, un pariente químico cercano del etanol.
Si a una cerveza le añ ades agua muy fría, se acabará n formando
pedazos de hielo a medida que se enfríe la mezcla. Dada la naturaleza
de las mezclas de agua y etanol, los trozos que se congelan no son agua
pura, sino una combinació n de etanol y agua, lo que significa que la
congelació n fraccionada no puede separar completamente el etanol del
agua en que é ste se disuelve. Como la lechada que queda debajo es
ligeramente má s rica en alcohol que los trozos de hielo que se retiran,
si este proceso se repite varias veces, se puede conseguir una bebida
alcohó lica má s fuerte. Las cervezas eisbock elaboradas con este mé todo
pueden alcanzar una graduació n de 12°. En el viejo Oeste americano,
los frutos de los á rboles de Johnny Appleseed se solían convertir en
applejack, un potente licor elaborado a partir de la congelació n
fraccionada de la sidra de manzana, que por lo general alcanzaba los
20°.
Como es natural, antes de los tiempos modernos, este proceso se
limitaba a las regiones del mundo con inviernos muy fríos. Para
conseguir un applejack de 20°, por ejemplo, tenías que empezar con
una sidra que fuese ya bastante fuerte y despué s enfriarla hasta los −10
°C. Ademá s, la congelació n fraccionada es un proceso intrínsecamente
rudimentario. Debido a que el agua y el etanol siempre permanecen
mezclados, los trozos de hielo retirado contienen un porcentaje cada
vez mayor de etanol, de modo que la fuerza que pueda alcanzar el
producto final será limitada. Otro problema importante es que la
mezcla que queda despué s de retirar los trozos de hielo no só lo es rica
en etanol, sino tambié n en muchas otras inmundicias, como otras
formas de alcohol y molé culas orgá nicas que, o bien son tó xicas, o bien
saben repugnantes, o ambas cosas. Los desesperados pioneros
estadounidenses estaban dispuestos a tolerar estos nocivos mejunjes,
pero hay una buena razó n por la que ya no se ven licores elaborados
por congelació n fraccionada en las cartas de los restaurantes
contemporá neos.
En té rminos generales, pues, la congelació n fraccionada es un proceso
limitado geográ ficamente, ineficiente y rudimentario para potenciar el
contenido en alcohol. El verdadero mé todo decisivo, si quieres
emborracharte del todo y vas con prisa, es la destilació n. La destilació n
es elegante y simple, al menos como concepto. Tomas tu mezcla de
agua y etanol y la calientas, en vez de enfriarla. El agua y el etanol son
relativamente volá tiles, lo que significa que se evaporan mucho antes
que los demá s componentes de una cerveza o un vino. (Por eso destilar
el agua es una buena forma de depurarla para que sea potable: se
hierve agua contaminada y el H2O, evaporado, se puede recoger
entonces sin los gé rmenes y otras molé culas orgá nicas no deseadas.)
Para los que quieran una dosis de alcohol muy concentrada, ayuda que
el etanol sea aú n má s volá til que el agua, ya que su punto de ebullició n
es 78,3 °C, en vez de los 100 °C del agua. Esto significa que, si calientas
cerveza o vino, el etanol se evaporará primero. Si puedes idear alguna
forma de capturar el vapor alcohó lico y enfriarlo de nuevo para
convertirlo en líquido, voilà: te has procurado un alcohol má s o menos
puro. Ahora, a por los vasos de chupito.
El problema es que, en la prá ctica, es endiabladamente difícil que el
proceso de destilació n salga bien. Como apunta Adam Rogers, la
destilació n «requiere la capacidad de hervir un líquido y recoger bien
los vapores resultantes, lo que parece sencillo. Sin embargo, antes
tienes que saber hacer muchas otras cosas. Tienes que poder controlar
el fuego, trabajar el metal, calentar cosas y enfriarlas y hacer
recipientes hermé ticos y presurizados».17 Tienes que poder controlar
con precisió n la temperatura de varios líquidos y vapores, y saber en
qué momento del proceso de calentamiento el vapor generado es
etanol, en vez de otra cosa que no quieras. Ademá s de ser difícil
té cnicamente, la destilació n es peligrosa. Las explosiones de
alambiques y las escaldaduras eran, en la é poca de la ley seca, el
equivalente de los accidentes en los laboratorios de metanfetaminas de
hoy.
Aun así, somos una especie de simios muy decidida y resolutiva. Los
principios de la destilació n del alcohol, y tambié n de la destilació n para
depurar el agua, fueron explicados por Aristó teles, y hay quien sostiene
que en la Antigü edad ya se practicaba la destilació n de forma
experimental en China, India, Egipto, Mesopotamia y Grecia.18 En los
textos de la Edad Media, leemos sobre alambiques en Persia y la
dinastía Tang (618-907) de China. Los primeros nos dieron la palabra
alcohol, del té rmino persa para referirse al etanol: al’kohl’l o «má scara»
del vino.19 Los segundos produjeron textos donde se hablaba del
shaojiu o «vino cocinado/destilado», y las copas para los banquetes
empezaron a ser má s pequeñ as a partir de este período, lo que refleja
quizá que las é lites dejaron de beber cerveza y vino y se pasaron a los
licores destilados.20 Sin embargo, el consumo de licores destilados no
estuvo muy extendido hasta una é poca relativamente reciente, quizá en
el siglo XIII en China y en los siglos XVI-XVIII en Europa.
Este dato es muy importante para la historia que venimos explicando.
Si el alcohol ha sido un factor fundamental para ayudar a catalizar la
civilizació n, la creatividad y la cooperació n humana, durante la mayor
parte de sus má s de nueve mil añ os de historia ha sido en forma de
cerveza y vino con graduaciones comparativamente bajas. Si el vino
representa un salto en el contenido alcohó lico (11°) con respecto a
algunas uvas maduras caídas de la vid (3°), el brandy que se destila a
partir de ese vino (40°-60°) es un salto cuá ntico. A los griegos de la
Antigü edad los preocupaban mucho los peligros de beber vino sin
diluir, una prá ctica barbá rica que creían que conducía inevitablemente
a la violencia y el caos. Se habrían quedado absolutamente
horrorizados ante el potencial de caos que contiene una botella de
brandy.
Los licores destilados no só lo son mucho má s fuertes que las bebidas
fermentadas de forma natural, sino que ademá s se conservan muy bien,
y son fá ciles de empaquetar y transportar. El historiador Daniel Smail
sostiene que uno de los hitos fundamentales que marcaron el comienzo
de lo que consideramos «modernidad» fue cuando varios intoxicantes
químicos, antes privativos de algunas partes del mundo —la cafeína en
Á frica, la nicotina en Amé rica, el opio en Asia Central—, «entraron
todos en un nuevo marco [mundial]».21 Una característica destacada de
esta nueva red mundial fue el comercio de ron, ginebra y otros
espirituosos destilados, que mantenían su fuerza y potabilidad durante
dé cadas y se podían enviar fá cilmente por barco a cualquier rincó n del
planeta. La llegada de la destilació n, por tanto, cambió radicalmente el
alcance del consumo de alcohol. La destilació n es lo que hace posible
que casi cualquiera, en cualquier parte del mundo industrializado, se
acerque a la tienda de la esquina y salga unos minutos despué s, tras
pagar só lo unos pocos dó lares, con una cantidad descabellada de
alcohol empaquetada en una bolsita de papel de estraza. Un par de
botellas de vodka contienen una dosis de etanol equivalente a una
carretada de cerveza premoderna. La disponibilidad de unos
intoxicantes tan sumamente concentrados no tiene parangó n en
nuestra historia evolutiva, y no es el mejor devenir de los
acontecimientos para los alcohó licos en potencia.
El licor tambié n distorsiona gravemente la bebida en sociedad, porque
te emborracha mucho y muy rá pido. Lo que los alemanes llaman
Schwips, el agradable puntillo en las ocasiones sociales, define el estado
mental desde que se toman los primeros sorbos de una copa hasta que
se alcanza alrededor del 0,08 por ciento de CAS, el punto donde, segú n
las leyes de la mayoría de las jurisdicciones, está s borracho. La gente
que bebe cerveza o vino en las ocasiones sociales, sobre todo durante
la comida, rara vez excede el 0,08 por ciento, má s o menos. Esto está
bien, porque despué s de ahí las cosas van cuesta abajo. Con una CAS del
0,10 por ciento, uno está bastante borracho, y el má ximo que alcanza la
mayoría de la gente es el 0,30 por ciento, incluso en una loca noche de
desenfreno. É ste es el punto donde los efectos depresores del alcohol
empiezan a reemplazar todo lo demá s, y se caracteriza por los
problemas de dicció n y la dificultad para andar de los bebedores que
deberían irse a casa. La mayoría de la gente cae tumbada con el 0,40
por ciento, lo que en realidad es una bendició n, porque exceder ese
nivel puede provocar una depresió n fisioló gica tan intensa que podría
paralizar las funciones respiratoria y cardiaca.
Es muy difícil desmayarse bebiendo vino o cerveza; es casi imposible
matarse. Sin embargo, una vez que se añ aden licores destilados a la
mezcla, todo es posible. Da miedo la rapidez con que uno puede
ponerse peligrosamente borracho con ginebra o vodka. A diferencia de
la cerveza o el vino, la velocidad y la fuerza con que afectan al sistema
nervioso dificultan la integració n armoniosa de los licores en las
ocasiones sociales o las comidas. La gente que va de chupitos de vodka
cruza en un tren expreso el punto ó ptimo del Schwips social (0,08 por
ciento de CAS) desde la sobriedad completa a los balbuceos y la grave
desorientació n. Para quienes tienen tendencias alcohó licas, los licores
destilados son la ruta má s rá pida y segura a la dependencia.
A pesar de las antiguas advertencias sobre los peligros de la
embriaguez y el desorden, en realidad nuestras ú nicas epidemias
relacionadas con el alcohol han sido comparativamente recientes,
porque han sido motivadas por los licores. En la Gran Bretañ a del siglo
XVIII, por ejemplo, la sú bita disponibilidad de grandes cantidades de
espirituosos baratos condujo a la «manía de la ginebra» (gin craze) que
causó estragos en Londres y produjo un fuerte aumento de la
delincuencia, la prostitució n, la pobreza, el maltrato infantil y la
mortalidad prematura.22 La esperanza de vida disminuyó
enormemente en Rusia tras la desaparició n de la Unió n Sovié tica en
1991. Cuando se llevaron a cabo las reformas integrales del mercado y
el Estado prohibió el monopolio del alcohol, el precio del vodka cayó en
picado en comparació n con otros productos. Entre 1992 y 1994, la
esperanza de vida de las rusas se redujo en 3,3 añ os, y nada menos que
6,1 añ os en el caso de los hombres; estudios posteriores apuntan a que
este incremento de las tasas de mortalidad se debió a un enorme
aumento del consumo de vodka.23
A pesar de los muchos beneficios funcionales del alcohol, la destilació n
eleva radicalmente su peligro para las personas y las sociedades. Y es
una amenaza nueva. A veces nos cuesta pensar en escalas temporales
evolutivas, y quizá el añ o 1500 d. C. parezca muy lejano. De modo que,
para poder hacernos una idea visual de lo reciente que es el desarrollo
de la destilació n, la figura 5.2 indica cuá ndo, en la larga historia de la
adaptació n al alcohol de nuestro linaje de primates, entra en escena la
destilació n.

Figura 5.2.
Cronología que indica cuándo se adaptaron nuestros primeros antepasados primates a las frutas
con contenido alcohó lico (hace diez millones de añ os), el surgimiento de los humanos modernos
(hace doscientos mil añ os), los indicios indirectos de producció n de cerveza y vino (hace doce mil
añ os), los indicios directos de producció n de cerveza y vino (hace nueve mil añ os) y la
disponibilidad general de licores destilados (hace quinientos añ os).
Aunque el siglo XVI pueda parecer historia de la Antigü edad, en realidad
fue ayer, en té rminos evolutivos. La destilació n no es só lo un peligro
nuevo, sino que tambié n facilita un riesgo adicional: beber fuera de los
contextos sociales. Ahora pensemos de nuevo en la bomba de alcohol
puro que contiene el licor de la tienda de la esquina, y tambié n en el
riesgo de poder irte a casa solo con ella.

Aislamiento: el peligro de beber a solas


Si alguna vez te has quejado de lo mucho que se tarda en pedir una copa
en un bar abarrotado un viernes por la noche, deberías dar gracias de
no estar viviendo en la China antigua. En un antiguo texto chino se
describe el comienzo del ritual del vino de la siguiente manera:
El anfitrió n y el invitado se saludan tres veces. Cuando llegan a los escalones, vuelven a hacerse
otros tres gestos de salutació n. Después sube el anfitrió n. El invitado también sube. El anfitrió n se
detiene bajo el dintel, de cara al norte, y saluda dos veces. El invitado sube desde el lado oeste de
los escalones, se detiene bajo el dintel, de cara al norte, y devuelve el saludo. El anfitrió n se sienta y
toma la copa [de vino] de la bandeja y baja a limpiarla. El invitado sigue al anfitrió n. El anfitrió n se
sienta otra vez y pronuncia sus palabras de cortesía, y el invitado responde.24

Como señ ala el sinó logo Poo Mu-chou: «La ceremonia en sí estaba
concebida para celebrar la amistad de los participantes con la ayuda
del vino, aunque no se llegaba a beber hasta despué s de este largo
procedimiento». Incluso despué s de acabar este ballet preliminar de
salutaciones, cortesías y limpieza ritual de las copas, el bebedor de la
China antigua seguía sin poder beber a su capricho: uno no bebe hasta
que se haga un brindis formal, y el ritual tambié n dicta estrictamente
quié n tiene el derecho o la responsabilidad de hacer el brindis.
Esto significa que el anfitrió n de un banquete tradicional con vino, al
ajustar la frecuencia de los brindis, podía regular el nivel de ebriedad de
su invitado. Si la conversació n y los á nimos decaen, la frecuencia de los
brindis aumenta; si las cosas empiezan a descontrolarse, es el
momento de centrarse en el plato de verduras. Para los chinos de la
Antigü edad, el ritual del banquete con vino servía como metá fora
bá sica del gobierno en general, por la elegancia con que dominaba una
potencial fuente de caos social —el alcohol— mediante el orden ritual y
la restricció n y regulació n de su consumo.25 Como explica el antiguo
historiador chino Sima Qian:
Cebar a los cerdos y hacer vino [para un banquete] no conduce por sí solo al desastre. Pero los
pleitos son cada vez más frecuentes, y es servir vino lo que produce el desastre. Así, los antiguos
reyes llevaban a cabo los rituales de la bebida teniendo esto presente. El ritual de ofrecer vino y las
cien reverencias del anfitrió n y del invitado permiten que la gente beba todo el día sin
emborracharse nunca. É sta fue la medida adoptada por los antiguos reyes para mantener a raya los
desastres causados por el vino. El vino y los festines se utilizaban para generar una felicidad
compartida; la mú sica, para hacer una demostració n de virtud, y los ritos, para prevenir los
excesos.26

Las estrategias culturales para «prevenir los excesos» en lo que


respecta a beber está n tan extendidas como el propio alcohol. En la
Antigü edad, desde Sumeria y Egipto hasta Grecia, Roma y China, a la
bebida se le otorga siempre un cará cter social, o regulado por la
sociedad, en las representaciones escritas o pictó ricas. El anfitrió n del
simposio griego, por ejemplo, no só lo controlaba los tiempos y el orden
de los brindis, sino tambié n la proporció n entre agua y vino que se
servía, aumentá ndola o rebajá ndola segú n se considerase necesario.
Este tipo de regulació n social tambié n es una característica de muchas
culturas contemporá neas. El pueblo tohono o’odham (pá pagos), que
vive en el desierto de Sonora, elaboraba de forma domé stica una
bebida alcohó lica a base de jugo de cactus fermentado, pero «ninguna
familia puede beberse su propio licor, no sea que se prenda fuego la
casa, [aunque] pueden beber en otras casas», un tabú que, a todos los
efectos, convierte el consumo en un acto pú blico y, por tanto, sujeto al
control social.27 En los hogares tradicionales de Georgia, quien preside
la mesa, el tamadá, controla el consumo de alcohol de manera muy
parecida a los maestros de banquete chinos o los anfitriones de los
simposios griegos, y espacia juiciosamente los brindis, ademá s de
tener la autoridad de poner té rmino al acto cuando es obvio que todo el
mundo ha bebido ya suficiente.28 En Japó n, en ciertos rituales
sintoístas, se exigía que los participantes se embriagaran, pero el grupo
vigilaba cuidadosamente los niveles de ebriedad, y aquellos que se
entusiasmaban demasiado con el ritual de la bebida eran corté smente
acompañ ados a casa.29
Esta estrategia es eficaz porque, en la mayoría de las sociedades y
durante la mayor parte de la historia de la humanidad, el consumo de
intoxicantes químicos, sobre todo el alcohol, ha sido
fundamentalmente un acto social. En la inmensa mayoría de las
sociedades, nadie bebe a solas. La bebida es comunitaria y está muy
regulada por los rituales formales e informales. Como concluye Dwight
Heath en su estudio del consumo del alcohol en diferentes culturas, es
algo prá cticamente inaudito en la mayoría de las sociedades.30 En la
medida en que se consuman intoxicantes a solas, será generalmente
objeto de condena o de sospecha. El antropó logo Paul Doughty cuenta
que, en las comunidades mestizas de las zonas montañ osas de Perú ,
«beber es un acto social y parte de casi todas las ocasiones sociales.
Los que beben a solas son considerados unos degenerados; en el mejor
de los casos, personas desgraciadas y, en el peor, hostiles o frías
(“secas”)».31 En Oceanía, «“beber kava solo” es una expresió n
idiomá tica para referirse a la brujería»: nadie que beba solo puede
estar tramando nada bueno.32 Incluso en Estados Unidos, que alberga
la que es tal vez la cultura de la bebida má s individualizada y
fragmentaria del mundo, beber a solas comporta cierto estigma. No en
vano, el éxito musical de 1985 «I Drink Alone» habla de una borrachera
descontrolada y solitaria a base de licores destilados, y es del mismo
cantante, George Thorogood, que nos dio «Bad to the Bone».
En este sentido, es revelador que la kava, integrada con facilidad en la
vida social de las culturas que la han consumido tradicionalmente, haya
adquirido en los ú ltimos tiempos, al ser exportada a otras regiones, el
cariz de una droga peligrosa de la que se abusa demasiado. Por
ejemplo, el consumo entre las poblaciones indígenas australianas —
donde la kava no ha sido parte de su historia— es hasta cincuenta
veces la cantidad que se bebe en las culturas de las islas del Pacífico,
donde tuvo su origen la domesticació n de la kava. Esto ha dado lugar a
enormes problemas personales y sociales. Los investigadores
atribuyen esta disparidad a la extracció n de la kava de su contexto
ritual y social, sin ciertas e importantes restricciones al consumo
personal.33
Es evidente que los rituales o ceremonias formales regulan el consumo
personal de intoxicantes. Quizá sea menos obvio que, incluso en las
quedadas informales, y, de hecho, en cualquier tipo de ocasió n en que
se beba en pú blico, existe cierto grado de vigilancia y control social. Un
etnó grafo que estudió en Noruega a un grupo de veinteañ eros señ ala
que, incluso en las muy caó ticas fiestas donde los jó venes noruegos se
tragan unas escandalosas cantidades de alcohol, se pone un acento, al
menos implícito, «en que el consumo de alcohol saludable se basa en el
concepto de colectividad y la responsabilidad del grupo respecto al
consumo individual». Cuando una persona de un grupo de amigos
empezaba a beber a solas en casa antes de que empezara la fiesta, se
consideraba un síntoma problemá tico y motivo de intervenció n.34 En
las fiestas, estaba mal visto retirar las botellas vacías o rellenarlas, en
vez de dejar que se acumularan delante de cada bebedor, para que
todos pudieran hacerse una idea inmediata y precisa de cuá nto había
bebido cada uno. Se observó que los amigos que acumulaban muy
pronto demasiadas botellas vacías se ajustaban inconscientemente y
ralentizaban su consumo para adaptarse al ritmo del grupo.
Este fenó meno, a veces llamado «beber a la par», se ha observado con
frecuencia en contextos culturales en todo el mundo y se puede
reproducir en el laboratorio.35 Sin embargo, como a veces las personas,
para ponerse «a la par», tienen que aumentar su consumo para
adecuarlo al de los demá s, esto puede hacer que se beba má s. Y es
cierto que, en sus formas patoló gicas —como las novatadas de las
fraternidades—, puede tener terribles consecuencias. No obstante, las
culturas diseñ adas exclusivamente por jó venes apartados de sus
familias y comunidades son bastante raras, má s allá del contexto
universitario o de El señor de las moscas. La mayoría de las culturas
establecen unos límites razonables al consumo de alcohol, y la cuestió n
fundamental es que las personas se embriaguen bajo el control social
cuando beben en grupo, incluso en las ocasiones muy informales.
La investigació n en el laboratorio tambié n muestra que las personas
que beben en contextos sociales declaran unos mayores niveles de
«á nimo positivo, euforia y cordialidad», mientras que los sujetos a los
que se les hace beber aislados declaran unos niveles má s altos de
depresió n, tristeza y emociones negativas.36 Beber en grupo tambié n
parece proteger del aumento de las conductas de riesgo inducidas por
el alcohol que trataremos má s adelante; la opinió n colectiva del grupo
parece contrarrestar los sesgos ocasionados por la miopía cognitiva
derivada del consumo de alcohol.37 Como señ ala un equipo de
investigació n, la vigilancia del grupo cuando se bebe en sociedad
significa que «los bebedores pueden estar relativamente protegidos
cuando está n con un grupo. Pueden “guardarse las espaldas unos a
otros”. En cambio, los que beben a solas pueden verse en unas
circunstancias má s impredecibles y vulnerables».38 De nuevo, este
proceso puede torcerse gravemente en una fraternidad dañ ina y otras
culturas de la novatada, pero en general sirve para reducir y normalizar
el consumo de alcohol.
En nuestro mundo moderno, se bebe con demasiada frecuencia en un
vacío social.39 Esto sucede sobre todo en las comunidades suburbanas,
donde las personas recorren trayectos largos desde casa al trabajo,
atrapadas en sus vehículos. Los habitantes de las afueras tambié n
suelen carecer de espacios cercanos para beber en sociedad, donde
puedan reanudar una conversació n iniciada antes o relajarse con otros
asiduos entre el trabajo y la cena. Cada vez se bebe má s en los
domicilios privados, al margen del control o la observació n sociales.
Pimplarse varias cervezas fuertes o vodkas con tó nica delante del
televisor, aunque sea con la familia rondando por ahí, es una ruptura
radical con las costumbres tradicionales de beber, basadas en las
comidas en comunidad y los brindis pautados de forma ritual. Esto
recuerda má s bien a aquellos tubos por los que daban alcohol sin parar
a las ratas hacinadas en los experimentos sobre el estré s y el alcohol. El
suministro individualizado y a demanda de aguardientes es tan
antinatural para los humanos como lo es para las ratas.

Destilación y aislamiento: la doble maldición

de la modernidad
La disponibilidad general de licores destilados y el auge de la bebida en
solitario son fenó menos relativamente recientes y pueden trastocar el
equilibrio del alcohol sobre el filo de la navaja: entre su utilidad y su
nocividad. Las grandes epidemias de abuso del alcohol obedecen
invariablemente a una de estas dos maldiciones de la modernidad, o a
ambas; los licores destilados son especialmente dañ inos cuando su
disponibilidad coincide con una ruptura del orden social o de las reglas
dictadas por los rituales. Podemos ver el efecto de ambas fuerzas en la
epidemia rusa de consumo de vodka que siguió a la ruptura de la Unió n
Sovié tica, y tambié n en el problema de alcoholismo que aqueja a las
poblaciones nativas americanas. La historiadora Rebecca Earle ha
escrito largo y tendido sobre el prejuicio de los «indios borrachos» en
las colonias españ olas en Amé rica, un cliché exagerado y aprovechado
por los misioneros y los colonos para justificar la opresió n y las
expropiaciones a las que sometieron a las poblaciones nativas. No
obstante, como indica Earle, el alcohol fue má s problemá tico para las
comunidades indígenas en la é poca poscolonial y, al parecer, la
principal causa fue nuestra doble maldició n. É sta era una é poca
caracterizada por una ruptura en los rituales religiosos, los
mecanismos sociales regulatorios que antes habían permitido a varias
culturas sudamericanas incorporar sin riesgos las bebidas alcohó licas,
como la chicha o el pulque, a sus vidas cotidianas. Tambié n incluyó la
introducció n de los licores destilados, que pegaban mucho má s fuerte
que las bebidas fermentadas de los indígenas.40
En este contexto, no debería sorprendernos que Rusia, que encabeza
las tasas de alcoholismo mundiales, continú e caracterizá ndose por una
cierta fractura de su orden social unida a su gusto casi exclusivo por los
licores destilados. Si echamos un vistazo a la figura 5.1, veremos que
los estadounidenses tampoco van muy a la zaga en sus tasas de
alcoholismo. Es probable que esto se pueda atribuir, al menos en parte,
al altísimo individualismo y a los estilos de vida suburbanos y
dispersos que caracterizan al país, al menos comparado con los países
europeos. Estados Unidos es uno de los pocos lugares del mundo
industrializado donde es raro contar con un bar o cafetería en el barrio,
pero sí hay tiendas donde se pueden comprar cigarrillos, armas de
fuego, snacks de carne Slim Jim y el suficiente alcohol para inmovilizar a
un elefante sin tener que abandonar la comodidad del SUV. Este estilo
de vida no tiene precedentes en la historia, y puede que no estemos
evolutivamente bien equipados para é l, sea en té rminos gené ticos o
culturales.
Hemos señ alado antes que el alcoholismo es en gran medida
hereditario, y se plantea la pregunta de por qué los genes que
predisponen a uno al alcoholismo han permanecido en el acervo
gé nico. Una posibilidad es que, antes del surgimiento de la destilació n y
de la bebida en privado y sin reglas, los beneficios sociales del gusto
humano por el alcohol superaban a los peligros del alcoholismo, pero
estos cá lculos han cambiado desde entonces. En un mundo inundado
de potentes espirituosos destilados, y donde cada vez se bebe má s en
la intimidad del hogar, puede que, en efecto, el alcohol sea má s
peligroso que ú til. Es bastante posible que, simplemente, los licores
destilados constituyan una amenaza tan nueva que a la evolució n
gené tica no le haya dado tiempo a alcanzarlos.
En el primer capítulo, deseché las teorías de la «resaca» que sostienen
que el alcohol pudo haber sido adaptativo en nuestro pasado evolutivo
remoto, pero que se volvió antiadaptativo en cuanto los humanos
inventaron la agricultura y pudieron producir cerveza y vino en grandes
cantidades. Pero, al identificar los peligros nuevos de la destilació n y el
aislamiento, estoy abriendo la puerta a una teoría de la resaca
modificada: la euforia adaptativa que brindaba el alcohol se convirtió
en una dolorosa jaqueca en tiempos mucho má s recientes, en los
ú ltimos siglos, má s o menos. De ser así, se podría predecir que los
genes que contribuyen al «síndrome del rubor asiá tico», y que protegen
del alcoholismo, empezará n a proliferar má s allá de su limitado á mbito
geográ fico. En este contexto, merece la pena señ alar que el este de Asia
no só lo es donde se concentra la mayor parte de estos genes, sino que
le lleva entre trescientos y cuatrocientos añ os de delantera al resto del
mundo en lo relativo a la destilació n como prá ctica extendida.
Un cambio rá pido y radical en nuestro entorno adaptativo tambié n
sería una obvia situació n donde la evolució n cultural podría pasar a la
pronta acció n. Los problemas que plantean la destilació n y el
aislamiento podrían requerir que revisemos a fondo nuestros mé todos
culturales para manejarnos con la droga má s popular del mundo. En
este aspecto, las culturas de la bebida en el sur, que parecen haber
lidiado relativamente bien con ambas amenazas, pueden servir de
modelo. Resumiremos algunas de las ú tiles características de estas
culturas de la bebida al final de este capítulo.
No obstante, antes de eso, nos toca centrar nuestra discusió n en
algunas otras formas en que las cosas pueden descarrilarse mucho —
descontando el alcoholismo puro y duro— cuando la intoxicació n está
dé bilmente regulada. El tema de los costes que el alcohol impone a las
personas y sociedades ya salió a colació n en los argumentos contra las
teorías del pirateo o de la resaca. Al sopesar cuá l debería ser nuestro
parecer respecto al valor adaptativo del alcohol en el mundo moderno,
es importante analizarlos con má s detalle, así como abundar en las
oscuras entrañ as de las funciones adaptativas tratadas en los capítulos
tercero y cuarto.

Alcoholemia al volante, peleas de bar y enfermedades


venéreas
Cuando se habla de los costes del consumo de alcohol, suelen surgir
expresiones como «contribuciones a la mortalidad», «muertes
relacionadas con el alcohol» y «dañ os relacionados con el alcohol».
Estos té rminos normativos formidablemente indefinidos se refieren a
unas consecuencias que van má s allá de destrozarse el hígado. El
alcohol dañ a el cuerpo, desde luego, sobre todo tomado en exceso, pero
los perjuicios relacionados con el alcohol incluyen «una amplia gama
de consecuencias negativas, como pé rdidas de productividad,
violencia, traumatismos, fracasos acadé micos, embarazos no
deseados, enfermedades de transmisió n sexual, dolencias
cardiovasculares, cá ncer, etc.».41 Quizá la consecuencia conductual
negativa má s obvia del abuso del alcohol sea conducir bajo sus
efectos,42 pero la OMS vincula el alcohol con una amplia variedad de
muertes, como las causadas por dañ os hepá ticos, el cá ncer, la
autoagresió n, los accidentes laborales, las intoxicaciones, las caídas y
las que entran en la holgada categoría de «otros traumatismos
involuntarios» (vé ase la tabla 5.1).
Tabla 5.1. Fracciones atribuibles al consumo de alcohol (FAA) en
determinadas causas de muerte, enfermedades

y traumatismos a nivel mundial en 201643


Causa Total de Total de años de vida ajustados en función de la
muertes
discapacidad a nivel mundial
a nivel
mundial
Causa Total de Total de años de vida ajustados en función de la
muertes
discapacidad a nivel mundial
a nivel
mundial
Trastornos por consumo 100 % 100 %
de alcohol
Cirrosis hepática 48 % 49 %
Afecciones de la faringe 31 % 31 %
Traumatismos causados 27 % 27 %
por el tránsito
Labios y cavidad bucal 26 % 26 %
Pancreatitis 26 % 28 %
Cáncer de laringe 22 % 22 %
Tuberculosis 20 % 21 %
Autoagresión 18 % 19 %
Violencia interpersonal 18 % 18 %
Cáncer de esófago 17 % 17 %
Exposición a fuerzas 14 % 15 %
mecánicas
Otros traumatismos 14 % 13 %
involuntarios
Epilepsia 13 % 10 %
Intoxicaciones 12 % 10 %
Ahogamiento 12 % 10 %
Caídas 11 % 15 %
Cáncer de colon y de recto 11 % 11 %
Fuego, calor y sustancias 11 % 11 %
calientes
Cáncer de hígado 10 % 10 %
Accidente 9% 10 %
cerebrovascular
hemorrágico
Cardiopatía hipertensiva 7% 8%
Miocardiopatía, 7% 8%
miocarditis, endocarditis
Cáncer de mama 5% 5%
Infección respiratoria de 3% 2%
las vías bajas
Infección por el VIH/sida 3% 3%
Cardiopatía isquémica 3% 2%
Accidente −1 % −1 %
cerebrovascular
isquémico
Diabetes sacarina −2 % −2 %
Nota: En el caso del accidente cerebrovascular isquémico y la diabetes sacarina, las FAA fueron
negativas, lo que significa que, en términos generales, el consumo de alcohol tiene un efecto
beneficioso sobre estas enfermedades.

Las traumá ticas consecuencias para la salud provocadas por el alto


consumo de alcohol, así como la desgracia y el sufrimiento que infligen
al mundo los conductores borrachos, han sido exhaustivamente
tratadas y no es necesario abundar en ellas aquí.44 Estos costes
trá gicos, por sí solos, pesan mucho en el lado negativo de la balanza
cuando evaluamos el papel del alcohol en la sociedad humana. De las
muchas otras consecuencias negativas atribuibles a la bebida, merece
la pena centrarse aquí en dos que se destacan: la agresió n y la asunció n
general de riesgos.
El alcohol es la ú nica droga, aparte de los estimulantes puros como la
metanfetamina, de la que se ha constatado que aumenta la agresió n
física y la violencia.45 El cannabis, la kava, el MDMA y los psicodé licos
producen colocones, o bien suaves, o bien introvertidos. Cuando el
efecto estimulante del alcohol se suma a la miopía cognitiva y la
pé rdida de la funció n ejecutiva, puede inducir una conducta agresiva o
violenta, sobre todo en personas con niveles de control cognitivo de
por sí bajos.46 Se ha escrito que las culturas siempre han sido
acertadamente cautelosas respecto a mezclar el alcohol con las
multitudes, sobre todo en situaciones propensas a despertar
emociones fuertes, como los eventos deportivos. Un clasicista griego
da cuenta de una inscripció n del siglo V a. C. en el estadio de Delfos que
prohíbe a los espectadores llevar vino al anfiteatro, y añ ade que hoy se
siguen colgando advertencias similares en las puertas de los campos de
fú tbol de las universidades de Harvard y Metodista del Sur.47 Como
sabe cualquier hincha del fú tbol europeo, si añ adimos alcohol a la
mezcla de las grandes multitudes, las emociones fuertes y las intensas
rivalidades de equipo, tenemos la receta de la violencia y el vandalismo
general.
Ademá s de bajar las barreras a la agresividad, el dé ficit de control
cognitivo que provoca el alcohol aumenta la asunció n general de
riesgos. En un estudio,48 los investigadores midieron la capacidad de
cuatro grupos de sujetos (uno controlado con placebo y tres a los que
se les indujeron mayores niveles de intoxicació n con un ginger-ale con
alcohol) de sopesar intuitivamente, mediante una serie de juegos, la
opció n de obtener unas pequeñ as ganancias seguras frente a una
alternativa má s tentadora, pero arriesgada y, en ú ltima instancia, má s
costosa. Se les asignó una pequeñ a cantidad para empezar (seis
dó lares) en cada prueba y se les pidió varias veces que eligieran entre
dos opciones de liquidació n, etiquetadas como «C» y «A». C era la
opció n segura: tras clicar en ella se obtenía invariablemente una
ganancia de 0,01 dó lares. Estar sentado delante de un ordenador
clicando repetidas veces C era una experiencia bastante aburrida, pero
sus resultados eran predecibles y fructíferos en cuanto al dinero
contante y sonante que los participantes podrían llevarse a casa. La
opció n arriesgada (A) procuraba má s emoció n, ya que generaba al azar
ganancias o costes que oscilaban entre 0,25 dó lares y 1 dó lar, pero
estaba diseñ ada para ser má s costosa en general. Elegir A era má s
emocionante, pero el sujeto salía peor parado econó micamente al final
del experimento.
La figura 5.3 muestra có mo cambiaron las respuestas arriesgadas
frente a las seguras entre la sesió n inicial, antes de la dosis, y la
segunda sesió n, cuando los participantes a los que se les había
administrado alcohol alcanzaron su punto má ximo de CAS.
Los participantes del grupo controlado con placebo y los que
recibieron dosis dé biles de alcohol —que apenas alcanzaron el 0,2 por
ciento de CAS— aprendieron enseguida a evitar la opció n arriesgada,
redujeron las veces en que la elegían y acabaron con má s ganancias que
los que habían alcanzado CAS ligeramente superiores al 0,4 y el 0,08
por ciento. La incapacidad de resistirse a la emocionante pero costosa
opció n aumentó radicalmente a la par que el CAS. No debería
sorprendernos que la tarea relacionada con el riesgo utilizada en estos
experimentos sea una variació n de la empleada para estudiar a los
pacientes con dañ os en la CPF, y que esta població n presente el mismo
patró n de atracció n hacia las opciones má s tentadoras, pero en
definitiva menos provechosas.
Figura 5.3. Cambio en las reacciones arriesgadas frente a las
seguras de la primera sesión (antes de la dosis) a la segunda (pico
del efecto del alcohol) en cuatro condiciones, desde la controlada
con placebo (0,00) a la de 0,08 por ciento de CAS49
El cambio se calculó restando un nú mero de opciones arriesgadas en la segunda sesió n y el mismo
nú mero en la primera.
La relativa insensibilidad que produce el alcohol ante las respuestas
negativas o las consecuencias a largo plazo puede dar lugar a muchas
conductas peligrosas, desde conducir en estado de embriaguez al sexo
sin protecció n. Esto ú ltimo nos lleva al lado oscuro de las propiedades
afrodisiacas del alcohol.

Las «gafas cerveceras» y la violencia contra

las mujeres
Uno de los sucesos má s inquietantes que se narran en el libro del
Gé nesis —y ya es decir— es cuando las hijas de Lot lo emborrachan
hasta dejarlo casi inconsciente para que é l las seduzca y las deje
embarazadas (Gé nesis, 19-33). É sta es só lo la primera de una larga
lista de caracterizaciones literarias del alcohol como droga para la
violació n.50 En el capítulo cuarto, hablamos del papel del alcohol para
facilitar la intimidad, al permitir que personas que no se conocen se
sinceren mutuamente y que las parejas romá nticas superen la
incomodidad o las inhibiciones que las estorban. Ahora debemos
equilibrar lo expuesto y señ alar que el alcohol, sobre todo tomado en
exceso, tambié n puede distorsionar y perjudicar peligrosamente la
conducta romá ntica y sexual. «El consumo de alcohol para relajar las
inhibiciones sexuales o intensificar los sentimientos romá nticos y
sexuales no suele ser un problema; es una delicia —admiten los
autores de una reseñ a acerca de los efectos del alcohol sobre la
conducta sexual—. No obstante, debe decirse que el alcohol tambié n ha
influido en numerosas consecuencias sexuales problemá ticas, como
embarazos no deseados, disfunció n sexual, agresió n sexual y
enfermedades de transmisió n sexual (incluido el VIH/sida)».51
En inglé s, a veces se utiliza el té rmino beer goggles [gafas cerveceras]
para referirse có micamente al efecto potenciador del alcohol sobre la
percepció n del atractivo de los demá s, del que hablamos en el cuarto
capítulo. Sin embargo, tambié n puede dar lugar a conductas
potencialmente muy peligrosas. Analizar en el laboratorio los efectos
de estas gafas cerveceras sobre el cortejo sexual humano de forma
directa plantea algunos problemas é ticos, pero, como hemos dicho, las
moscas de la fruta son un modelo bastante representativo de los
humanos en lo que respecta a los efectos cognitivos y conductuales del
alcohol. Los estudios han revelado que, cuando las moscas de la fruta
machos se emborrachan, se lanzan a por todo lo que haya en su
entorno, incluidas otras moscas machos —aunque no es una conducta
típica—; sus niveles de excitació n sexual son mayores y discriminan
menos.52 Bajo los efectos del alcohol, las moscas hembras eligen con
menos escrú pulos y rebajan sus preferencias para aparearse.53 Lo que
podríamos llamar «má scara etílica» (el efecto de que las personas se
sientan má s atractivas cuando han bebido) tambié n tiene un evidente
lado oscuro. Los estudios han demostrado que los hombres ebrios y
heterosexuales son má s propensos a interpretar incorrectamente la
conducta femenina como una insinuació n sexual.54 Significativamente,
este sesgo presentó una manifiesta especificidad: en un estudio, los
hombres mostraron una capacidad reducida de distinguir entre la
cordialidad general y el interé s sexual y, al mismo tiempo, fueron
incapaces de procesar correctamente otras señ ales relevantes, por
ejemplo, si las mujeres vestían de forma provocativa o no.55
Un estudio reciente tambié n reveló que el alcohol hace que los
hombres miren a las mujeres con unos ojos má s cosificadores en
comparació n con los del grupo de control sobrio, lo que hace que se
fijen má s en el cuerpo de las mujeres que en su cara.56 Los autores de
este estudio, que citan la letra de Blame It (On the Alcohol) [É chale la
culpa al alcohol] a modo de epígrafe, observan que «la mirada
cosificadora de las mujeres lleva a quienes la adoptan a
deshumanizarlas, sentando potencialmente las bases para muchas
consecuencias negativas, como la violencia sexual y la discriminació n
por gé nero en el lugar de trabajo».57 Hay otro hallazgo probablemente
relacionado, y muy perturbador, que procede de un estudio en que a un
grupo de hombres se les mostraron vídeos pornográ ficos (ficticios) de
sexo consentido o de violaciones y se les midieron sus niveles de
excitació n fisioló gica. Los hombres sobrios se excitaban má s con las
imá genes de sexo consentido, mientras que los ebrios se excitaban con
ambos. La disposició n declarada de los hombres a comportarse de
formas que serían constitutivas de violació n tambié n aumentaba a la
par que el CAS. Por tanto, no debería extrañ arnos que, cuando se
produce una agresió n sexual, sea muy comú n encontrar alcohol en la
mezcla. Segú n varios estudios realizados con violadores condenados,
entre el 40 y el 63 por ciento estaban borrachos cuando delinquieron.58
El consumo excesivo de alcohol tambié n es un insufrible factor central
en las agresiones sexuales en los campus universitarios y, en el mundo
en general, predictivo del maltrato de la pareja.59
Es fá cil extraer de ello la conclusió n de que nunca deberían mezclarse
el alcohol, los hombres y las mujeres. Es casi seguro que juntar grupos
numerosos de jó venes —cuya CPF parte en inferioridad de condiciones
— en casas o fiestas de las fraternidades con mú sica, baile e ingentes
cantidades de licores destilados servidos en vasos de plá stico rojos y
opacos traerá problemas. Un aná lisis de los atestados policiales revela
que en el 72 por ciento de los casos de agresió n sexual, el agresor, la
víctima o ambos estaban borrachos, y el alcohol es un importante
factor en las agresiones sexuales en que la víctima conoce al agresor.60
Intensificar el deseo sexual, reducir las inhibiciones, trastocar la
valoració n del riesgo e inducir una debilitante miopía cognitiva es un
có ctel potencialmente tó xico y peligroso. Pero la moraleja al conocer
este particular lado oscuro de Dionisio es complicada. Las facetas de
Mr. Hyde documentadas aquí conviven con las funciones propias del Dr.
Jekyll, má s positivas, documentadas en los capítulos anteriores, como
fomentar la unió n del grupo y aumentar la confianza. Tambié n se
podría decir que el vínculo entre el alcohol y la violencia contra las
mujeres obedece a unas normas sociales patriarcales o misó ginas, y no
a la molé cula del etanol en sí. El alcohol desinhibe, pero no produce per
se las tendencias conductuales que despué s se desencadenan. En
cualquier caso, en lo tocante al alcohol y el sexo, no podríamos tener un
mejor ejemplo del cará cter já nico del alcohol, su estatus de «elixir,
poció n o “instrumento del demonio”», como dice Heath.
Pasemos ahora a otra desventaja de la funció n del alcohol como
facilitador de la sociabilidad, menos devastadora en el corto plazo, pero
aun así dañ ina: que la unió n y la conexió n puedan conducir a la
perpetuació n de las camarillas y los grupos cerrados.
Absténganse personas ajenas y abstemias:

el refuerzo de los clubes de caballeros


Como hemos visto, los investigadores han afirmado a menudo que las
sesiones de bebida, má s o menos obligatorias, despué s del trabajo
infligidas a los salarymen japoneses —casi exclusivamente hombres—
pueden haber sido un importante factor en la disipació n de las
jerarquías y haber permitido que las escleró ticas empresas japonesas
empezaran a innovar en las dé cadas de 1980 y 1990. Un observador
llega casi al lirismo recreá ndose en este tema. A diferencia del mundo
sin alcohol durante las horas de oficina, la escena despué s del trabajo
es la siguiente:
[U]n mundo más íntimo, crepuscular, en su «hora feliz», iluminado por las luces de neó n y las
sonrisas pintadas de las camareras, más o menos atractivas, cuyo trabajo es murmurar dulzuras y
rellenar las copas de sus clientes mientras les alaban sus actuaciones —de las que a menudo sería
preferible no hacer comentarios— en el karaoke. A este mundo se lo conoce, de forma un tanto
poética, como el «comercio del agua» (mizu shōbai) y se dice que provee la calidez informal que
permite llevar a término los acuerdos de negocios formales.61

Este relato de color de rosa, lamentablemente, omite los comentarios y


tocamientos no deseados que soportan estas «camareras má s o menos
atractivas», o có mo el sistema entero sirve para reforzar unas normas
de gé nero opresivas, una cultura del acoso sexual y una bajísima tasa
de participació n de la mujer en la fuerza laboral japonesa.
Los banquetes de empresa chinos pueden ser asimismo una
experiencia espantosa para las mujeres. En un perspicaz y jocoso
artículo de opinió n, la escritora Yan Ge narra sus desventuras en los
alcoholizados círculos profesionales de Chengdú , su ciudad natal.62
Creyendo que había sido invitada a una cena informal, en su lugar se
vio en medio de un banquete formal en toda regla; se desplomó en el
asiento junto a quien parecía ser el anfitrió n y se dio cuenta, para su
horror, de que podría estar en el lugar tradicionalmente reservado para
«la chica». Como explica, esto se refiere a «la joven instalada allí para
entretener a los hombres importantes de mediana edad. Quienes
ocupan ese asiento pueden esperar recibir: una disparatada cantidad
de bocanadas de humo de tabaco; las miradas críticas de los hombres y
las mujeres en la mesa; inagotables rondas de baijiu [licor de sorgo], y,
de vez en cuando, un apretó n en el hombro o una mano en la espalda».
Yan explica el peaje fisioló gico que impone la principal actividad en
estos eventos, la marató n alcohó lica, y có mo tiende a reforzar los roles
de gé nero tradicionales y ser especialmente insoportable para las
mujeres, de las cuales se espera que flirteen y entretengan a sus colegas
masculinos de má s edad. Su conclusió n sobre el sentido de los
banquetes de empresa chinos da en el clavo:
El objetivo ú ltimo de un banquete es conseguir que los comensales se emborrachen. Só lo de este
modo pueden conectar y hacerse amigos, darse apretones en el hombro unos a otros y contar
chistes verdes. Cuando se tuercen, se puede poner feo: que se armen broncas y se abuse de las
mujeres por diversió n. Pero cuando la cosa va bien, se perdonan los errores; los comensales sudan,
devoran, empinan el codo y cantan juntos y, después, só lo después, se harán los negocios.

Esto engloba muy bien las funciones positivas descritas en los


capítulos tercero y cuarto y los problemas que nos atañ en aquí. Una
CPF muy perjudicada puede despejar el camino a la confianza, el
perdó n y la generosidad; tambié n puede abrir las compuertas a la
hostilidad y la misoginia.
Aunque el pub de la Universidad de Columbia Britá nica donde tuvo su
comienzo nuestro gran consorcio de investigació n brindaba un
ambiente má s saludable que el de un bar de camareras japoné s o el
típico banquete chino, cabe señ alar que los asistentes a nuestra
«concentració n» de los viernes, como lo acabamos llamando, eran casi
exclusivamente hombres. Podíamos regular suavemente a la baja
nuestra CPF y lanzarnos a una tormenta de ideas creativas alrededor de
unas pintas porque nuestras esposas accedían a recoger a los niñ os los
viernes, y a no enfadarse demasiado si nos presentá bamos a la cena un
poco tarde, o achispados, o ambas cosas. Nuestras colegas eran
bienvenidas; de hecho, las animá bamos a unirse, y algunas veces lo
hacían, pero normalmente esas quedadas estaban tan dominadas por
los hombres como el comercio del agua japoné s. Es probable que esto,
a su vez, se deba a que las injustas normas de gé nero hacen que, de
forma consciente o no, sea aceptable que los hombres eludan su
obligació n de recoger a los hijos porque está n en el bar, pero no tanto
que lo hagan las mujeres. No elegimos el momento y el lugar con la
intenció n de crear un ambiente hostil para las mujeres, pero es muy
posible que lo hicié ramos sin darnos cuenta.
La forma correcta de pensar sobre esto no es evidente a priori. Dadas
las demostrables ventajas de este tipo de tormentas de ideas
engrasadas con alcohol, parece contraproducente dictar que nunca
deberían tener lugar. Aun así, se corre el riesgo de incurrir en la
exclusió n y la desigualdad si esta forma de socializació n se lleva a cabo
en espacios poco hospitalarios para las mujeres, incluso si só lo los
perciben como tales. Es elocuente que el estudio sobre la ley seca y las
patentes citado en el cuarto capítulo revelara que, tras la entrada en
vigor de la ley, disminuyeron las solicitudes de patentes entre los
hombres, pero no entre las mujeres. El autor del estudio lo considera
un indicio má s de que ese declive se debió a no poder beber en
comunidad, porque, en los Estados Unidos de la dé cada de 1930, eran
sobre todo los hombres los que se juntaban en la taberna a beber e
intercambiar ideas. Sin embargo, tambié n apunta a una de las cosas
fundamentales que nos deberían preocupar sobre la funció n social del
bar o de la sala de whisky: son espacios tradicionalmente dominados
por los hombres. Mientras el reparto entre hombres y mujeres de las
obligaciones del cuidado de los hijos siga siendo desigual —en la
mayoría de las sociedades industriales ha mejorado desde la dé cada de
1950, pero aú n se sitú a muy por debajo del 50-50 por ciento—, la
capacidad de las mujeres de unirse a estas redes y, por tanto, de
beneficiarse de ellas, estará en desventaja. Estos sesgos de gé nero en
las proporciones hacen má s probable que estos encuentros acaben
facilitando el acoso y la agresió n sexual, que a su vez pueden reforzar
aú n má s el sesgo de gé nero.
En el capítulo anterior, citamos una columna cuyo autor se lamentaba
de la desaparició n del restaurante Gay Hussar, un lugar de copas del
Soho londinense donde se mezclaban políticos, escritores y activistas.
El artículo pone de manifiesto con brillantez lo que se pierde a medida
que se va privando poco a poco a la vida pú blica de los efectos de la
bebida. Sin embargo, cuando empieza diciendo que «para los
periodistas políticos de una cierta edad, es imposible leer acerca del
inminente cierre de Gay Hussar [...] sin que los inunde la nostalgia», es
inevitable suponer que la inmensa mayoría de estos «periodistas
políticos de una cierta edad», si no todos, son hombres blancos.
Aunque la intoxicació n une personas sin relació n previa, los lazos que
crea pueden ser profundamente tribales. La desinhibició n conduce a la
sinceridad y la locuacidad; sin embargo, no deja de tener sus ventajas
que las personas con prejuicios o puntos de vista sexistas se callen la
boca. Socializar bajo la mirada vigilante de una CPF plenamente
funcional puede ser un poco aburrido, pero la capacidad para el
razonamiento abstracto permanece intacta, lo que podría permitir que
las personas se basen menos en los sesgos implícitos y má s en las
cualidades objetivas y en las metas comunes y abstractas. Al fin y al
cabo, puede que contar con una «clase política profesional» tenga sus
ventajas, a pesar de las quejas del columnista.
La socializació n estimulada por el alcohol tambié n sitú a en desventaja
a las personas que, por el motivo que sea, no beben. Los que se
emborrachan juntos acaban confiando unos en otros, por todas las
buenas razones documentadas en los capítulos tercero y cuarto. Por
eso se desconfía de quienes no participan en ello. Un etnó grafo que
estudiaba la cultura de la bebida irlandesa y realizó dicho «trabajo de
campo» en varios pubs de Irlanda explica que la aceptació n social se
basaba en beber, y en beber mucho:
En cierto momento de mi investigació n de doctorado, pensé que era prudente dejar «la bebida», y
cuando estaba en un bar pedía «agua con gas y lima». Mis anotaciones de campo mejoraron
radicalmente, pero con un consiguiente deterioro de las relaciones sociales. Algunos informantes
clave que se habían acostumbrado a compartir informació n conmigo en los bares se preguntaban
simplemente por qué me había quitado de la bebida y sospechaban de mis motivos. Suelo decirme
a mí mismo que, por el bien de la ciencia, tuve que volver a la cerveza tras una pausa de tres meses,
después de lo cual se restablecieron las relaciones que habían peligrado.63

Es comprensible que, en medio de un grupo de personas que proceden


a desarmar sus cabezas y dejar la CPF en la mesa, se le haga el vacío a la
ú nica que bebe agua con gas y lima. En el ejemplo de Juego de tronos
citado antes, lord Bolton se abstiene de beber porque quiere mantener
la CPF en perfecto funcionamiento para poder dirigir la emboscada y la
cruel matanza de los comensales borrachos. Pero ¿y si só lo quisiera
mantenerse sobrio para poder tomar notas de campo claras y acabar
su tesis? ¿Y si fuese un alcohó lico en proceso de recuperació n, o
musulmá n, o mormó n, o le tocase conducir, o alguien sin pareja que
tiene que madrugar, con la cabeza despejada, para llevar a sus hijos al
colegio?
En un ú til artículo sobre el papel del alcohol en la industria tecnoló gica,
Kara Sowles, responsable de redes sociales en una empresa tecnoló gica
de Portland (Oregó n), expone los problemas de inclusividad que surgen
cuando el alcohol impregna la cultura laboral, y merece una cita larga:
En el sector tecnoló gico, el alcohol es la moneda de cambio. Se utiliza para conseguir más
asistencia a los eventos, para sobornar a los participantes, para recompensar a los empleados y a
los miembros de la comunidad. Se llevan a cabo entrevistas informales en los bares, para ver si los
posibles empleados son simpáticos en un contexto social, o si pueden aguantar el tipo tras beber
mucho con los clientes. Los compañ eros de trabajo se congregan en los bares para trabar lazos y
olvidarse de las frustraciones del día. El buen rendimiento se recompensa con un whisky en
compañ ía, con fiestas con tequila, abriendo los grifos de la empresa. Bebemos para decir gracias,
para cerrar acuerdos, en las despedidas, para hacer amigos nuevos, para despotricar.
Só lo que... no todos bebemos...
Existe el mito de que son contadas las personas que no beben, porque só lo los abstemios rechazan
el alcohol, y que esos casos son raros (no lo somos). Este mito ignora la multitud de razones por las
cuales la gente evita el alcohol. Hay personas que podrían no beber porque están embarazadas y,
en muchos casos, la cultura de la bebida las hace arriesgarse a revelar su embarazo y que eso dé
lugar a una discriminació n profesional. Hay cada vez más empleados del sector tecnoló gico que no
tienen la edad mínima legal para beber, dado el fetichismo del sector por la juventud y su
descontrolado uso y abuso de los becarios. Podrían estar tomando medicamentos incompatibles
con el alcohol, y preguntarles por qué no beben los hace arriesgarse a revelar su historial médico.
Podrían ser alcohó licos en proceso de recuperació n que intentan evitar el alcohol en un sector que
lo coloca en todas partes sin abordar los problemas de alcoholismo o sin proporcionar una ayuda
adecuada. ¿Y qué pasa con los que les toca conducir, o que simplemente están a punto de coger el
coche para irse a casa? En la ilusió n de que «todo el mundo bebe» no cabe la seguridad vial.
Las personas podrían no beber porque se sienten inseguras, lo cual es comprensible en un espacio
donde todos los demás están cada vez más borrachos, el acoso es comú n y se suele utilizar el
alcohol para facilitar el acoso sexual. Podrían no beber alcohol por motivos religiosos, y, al
preguntarles por qué no beben, les estás pidiendo que revelen qué religió n profesan. Quizá
empiezan a trabajar muy pronto a la mañ ana siguiente, o tienen intolerancia al gluten y só lo les
estás sirviendo cerveza. Podrían ser de verdad abstemias y no beber nunca alcohol. O,
simplemente, podrían no tener ganas de beber alcohol esa noche.64

Ya hemos hablado de la dependencia de las culturas creativas, como el


sector tecnoló gico, del alcohol y otros intoxicantes. Esto es ú til para
estimular la innovació n individual y colectiva y facilitar la creació n de
lazos. No obstante, como observa Sowles, tambié n tiene costes. Muchas
de las personas del sector tecnoló gico a las que ha entrevistado dicen
que el papel central del alcohol las ha hecho sentir presionadas para
cambiar sus pautas de bebida, y que eso las ha incomodado, o las ha
expuesto al ostracismo y la exclusió n social. La unió n del grupo, por
definició n, hace que al instante haya personas ajenas.
Esos alegres lazos que se crean bajo los efectos del alcohol son una
fuerza poderosa, pero seguramente explican la persistencia de los
clubes de caballeros en las instituciones modernas. Cuando se negocian
acuerdos entre copas y cigarrillos a altas horas de la noche, se deja
fuera del círculo a las mujeres y a hombres de menos edad, que cargan
con una desproporcionada parte del cuidado de los hijos y las tareas
domé sticas, lo cual les dificulta asistir a dichas sesiones. Lo mismo
sucede cuando se intercambian conocimientos y colaboraciones
acadé micas bebiendo de madrugada en el bar de un hotel de congresos,
cosa que las mujeres podrían querer evitar como la peste. Las actitudes
culturales tó xicas son má s responsables del acoso sexual durante una
borrachera que el propio alcohol, pero esto es irrelevante para las
posibles víctimas, que simplemente desean no salir perjudicadas. Esto
significa que, siempre que se integra el consumo de alcohol en el
entorno profesional, se acaba marginando a las personas que no
pueden o no quieren beber, o que no se sienten seguras alrededor de
colegas o superiores borrachos. Esto es manifiestamente injusto y
ayuda a perpetuar las jerarquías existentes. Tanto las sociedades en su
conjunto como cada organizació n tienen que equilibrar la tensió n entre
la creació n de lazos y la inclusió n, o entre la lealtad y la justicia, de
formas que afectará n a su punto de vista sobre el alcohol.
La eliminació n de los espacios informales empapados en alcohol para
que las personas se mezclen y se reú nan sí representa una pé rdida de la
comunicació n y de un canal para la comunicació n sincera. Pero cabe
decir que tambié n da lugar a una mayor salud hepá tica, una menor
obesidad y a un ambiente má s hospitalario para las mujeres, los no
bebedores y las minorías infrarrepresentadas. Esta tensió n no tiene
una solució n sencilla. La estrategia má s segura es la prohibició n sin
má s, que es má s o menos la que está n adoptando actualmente, al
menos en teoría, la mayoría de las empresas y otros tipos de
organizaciones. Sin embargo, eso tambié n conlleva un coste, ya que te
privas de los beneficios de la creatividad y de la cohesió n del grupo.
Para acertar en ese equilibrio, es necesario tener claros los dos lados
de la ecuació n.

¿Consuelo o discordia? El refuerzo de las malas relaciones


Los primeros trabajos de campo del antropó logo Dwight Heath sobre el
alcohol y la cultura se centraron en el pueblo camba, un grupo aislado
que vive cerca del nacimiento del Amazonas en el este de Bolivia, con el
que Heath interactuó en el transcurso de varias dé cadas. Aunque
fueron sus experiencias con el pueblo camba lo que inspiró el punto de
vista de Heath sobre la importancia del alcohol para la sociabilidad
humana, tambié n era una historia con moraleja sobre có mo la unió n
alcohó lica podría obstaculizar unas conexiones má s profundas o sanas.
Cuando se lo encontró en la dé cada de 1950, el pueblo camba vivía de
forma aislada, sobrevivía por su cuenta a duras penas y cada familia
vivía en chozas aisladas. Se juntaban só lo los fines de semana y los días
festivos para beber, hasta unos niveles casi grotescos: se sentaban en
silencio formando un círculo y tomaban chupitos de un alcohol
rabiosamente fuerte (89°) y bastante corrosivo, un producto derivado
de la industria azucarera local, que normalmente se utilizaba como
combustible para cocinar. Bebían esta sustancia maligna hasta caer
tumbados, y si se despertaban mientras aú n se seguía bebiendo, se
reincorporaban a la ceremonia. Heath, en aquel momento, interpretó
este intenso nivel de bebida como un intento especialmente drá stico
de fraguar un cierto sentido de cohesió n de grupo en una sociedad por
lo demá s no cohesionada y atomizada.
En las dé cadas de 1960 y 1970, las carreteras asfaltadas y los
ferrocarriles conectaron el territorio de los cambas con otras regiones
de mayor densidad demográ fica y, má s o menos en la misma é poca, las
reformas agrarias empezaron a dividir las grandes haciendas
azucareras que antes habían dominado la regió n. Inspirado por este
revolucionario movimiento de liberació n, el pueblo camba empezó a
formar sindicatos de agricultores locales, que cooperaban unos con
otros de forma mucho má s frecuente y cercana. Heath descubrió que
este nuevo sentido de solidaridad social y compromiso con una causa
colectiva condujo a un acusado descenso de las borracheras. Sin
embargo, una serie de acontecimientos posteriores hizo que los
cambas volvieran a sus viejas costumbres. Esa mayor conectividad con
el mundo exterior ocasionó la llegada de nuevos inmigrantes, que
empezaron a dominar la actividad econó mica, y nuevas prá cticas
agrícolas e industriales, como la ganadería y la producció n de cocaína
de los narcotraficantes del lugar, que destruyeron la ecología de la selva
tropical y contaminaron los canales de la zona. Un golpe militar se
saldó con la muerte o el exilio de los líderes de los agricultores y la
abolició n de los sindicatos. «Despojados del sentido de interrelació n
social del que habían disfrutado con los sindicatos, y despué s asolados
por los desconcertantes y perjudiciales cambios en todos los aspectos
de su vida cotidiana», observó Heath, los cambas restantes
«reanudaron su antigua pauta de beber mucho en ocasiones
puntuales».65 Aunque la vuelta a la bebida excesiva pudo tal vez aliviar
el dolor psicoló gico y la anomia que de nuevo padecían los cambas, es
posible que tambié n fuese un obstá culo para recuperar el sentido de
comunidad, má s sano y productivo, del que gozaron
momentá neamente durante el movimiento de liberació n.
El alcohol puede tener asimismo un doble filo en lo que respecta a las
relaciones personales en las sociedades industriales. Los datos
demoscó picos indican que las parejas casadas que beben juntas, y
cantidades similares, declaran unos mayores niveles de satisfacció n
conyugal y presentan unas menores tasas de divorcio.66 Los estudios
tambié n han mostrado que beber juntos, en vez de por separado, tiene
efectos positivos sobre las interacciones de la pareja al día siguiente.67
Uno de los aspectos en los que cabría esperar cierta utilidad de un
consumo de alcohol moderado es la resolució n de conflictos o
tensiones, unida a una mayor sinceridad, la atenció n al momento
presente y un mejor estado de á nimo, lo que facilita que se planteen y
procesen emociones difíciles o inquietudes profundas.
No obstante, un posible motivo de preocupació n es que las parejas
puedan utilizar el alcohol como muleta, en vez de como instrumento
coadyuvante. Esta preocupació n la reafirma un estudio de Catherine
Fairbairn y Maria Testa, que descubrieron que las parejas romá nticas
que alcanzaban en torno al 0,80 por ciento de CAS tenían mejores
experiencias y se trataban mutuamente con má s generosidad y
empatía durante una tarea de resolució n de conflictos. Sin embargo,
esto só lo ocurría cuando las parejas, estando sobrias, habían declarado
una mala calidad de la relació n: las interacciones de las parejas que
habían declarado una buena calidad de la relació n eran similarmente
positivas, al margen de si estaban sobrias o ebrias. Tras obtener este
resultado y reseñ ar la literatura previa sobre el tema, las autoras
llegaron a la conclusió n de que «las parejas insatisfechas podrían beber
má s porque experimentan un mayor refuerzo con el alcohol o, por
decirlo de forma sencilla, porque le sacan má s partido a la bebida».68
Esta diná mica podría provocar el riesgo de que las parejas
insatisfechas desarrollen una dependencia del alcohol. Las autoras
señ alan que, al tratar a las parejas que reconocen sus problemas con la
bebida, las terapias má s eficaces apuntan a aumentar la calidad y la
intimidad de la relació n, lo cual parece lograr reducir la dependencia
del alcohol.69 La conexió n química temporal que proporciona el alcohol
puede insensibilizar o entumecer a las parejas casadas insatisfechas
con su relació n e impedirles hacer el trabajo necesario para crear unos
lazos má s profundos y auté nticos.

Emborracharse con el cielo: más allá del alcohol


Dadas estas graves preocupaciones sobre el consumo personal y social
del alcohol, merece la pena reflexionar sobre las formas en las que
podríamos ir má s allá de la bebida y servirnos de sus funciones
mediante otras prá cticas. Deberíamos recordar que el toque de
intoxicació n que hace la vida humana posible, que ha permitido a
nuestra especie resolver los problemas que acarrea ser el simio
creativo, cultural y comunitario, no tiene por qué ser química; o, al
menos, no tiene por qué adoptar la forma de una sustancia química
ingerida. En el segundo capítulo dijimos que se pueden conseguir
muchos de los efectos del alcohol y otros intoxicantes —un mejor
estado de á nimo, la pé rdida del sentido del yo y un menor control
cognitivo— sin recurrir al consumo de drogas.
En el Nuevo Testamento, los transeú ntes se quedan asombrados ante el
don de lenguas de los cristianos y afirman que deben de estar
borrachos. El apó stol san Pedro los saca de su error: «Estas personas
no está n bebidas, como suponé is. ¡Son só lo las nueve de la mañ ana!».70
De hecho, el apó stol san Pablo regañ a en una ocasió n a los efesios que,
al parecer, se estaban pasando con la bebida, y les dice: «No os
embriagué is con vino, [...] llenaos má s bien del Espíritu».71 Nos llega
una historia similar de un texto taoísta de la China antigua, el Zhuangzi,
llamado así por su supuesto autor. «Cuando un hombre cae de una
carreta, no muere, ni siquiera cuando el carro va rá pido», observa
Zhuangzi.
Tiene los mismos huesos y tendones que los demás; sin embargo, no resulta herido como ellos. No
era consciente de que iba montado en el carro, ni tampoco de que se había caído. Ni la vida ni la
muerte, ni la alarma ni el terror pueden penetrarle el pecho, y por eso puede tropezar con las cosas
sin miedo. Esto es porque su espíritu está intacto.72

El objetivo de Zhuangzi como maestro religioso es ayudar a las


personas a zafarse de la mente consciente: de haber podido servirse de
la neurociencia cognitiva moderna, habría identificado má s
concretamente al enemigo como la CPF. A su juicio, debilitar el control
de la mente te permite relajarte y entrar en un estado de «acció n sin
esfuerzo», y reaccionar así a los mundos físico y social de forma
espontá nea y auté ntica, con tu espíritu «intacto».73 Para Zhuangzi, ese
borracho que es llevado a casa en carreta desde la fiesta representa,
como mínimo, una versió n de la completitud deseada del ser. El
borracho, tras haber perdido el sentido del yo, y presa de una alta
miopía cognitiva, es libre de la vigilancia del yo, no se enrigidece al ver
que va a dar contra el suelo y, por tanto, sale ileso de un accidente que
habría matado a una persona sobria. No obstante, el sentido general
del texto evidencia que la intoxicació n etílica es só lo una metá fora de
un estado espiritual má s profundo y duradero. Zhuangzi quiere que nos
emborrachemos con el Cielo, no con alcohol. «Si uno puede estar tan
entero mediante el vino, ¡cuá nto má s entero puede estar mediante el
Cielo! El sabio se esconde en el Cielo y, por tanto, nada puede hacerle
dañ o».
Hemos hablado del extendido consumo de intoxicantes químicos en las
tradiciones religiosas en distintos lugares y é pocas. Llegado este punto,
tambié n merece la pena volver al asunto de los mé todos no
farmacoló gicos que é stas han desarrollado para alcanzar estados
mentales extá ticos. Es evidente que los rituales sobrios que incluyen
danzas —sobre todo si son prolongadas y vigorosas, idealmente
mezcladas con mú sica hipnó tica y sensorial o la falta de sueñ o—
pueden proporcionar muchos de los beneficios psicoló gicos y sociales
de los rituales colectivos extá ticos estimulados por las drogas. Por
supuesto, no debemos considerar estas prá cticas como no químicas, en
el sentido de que son parte de la cadena de causalidad física en la
misma medida que una copa de vino o un tripi de LSD. Como dice
nuestro defensor de las sustancias químicas «hasta el final», Aldous
Huxley:
En el canto del curandero, del exorcista, del hechicero, en la interminable entonació n de salmos o
sutras de los monjes cristianos y budistas, en los gritos y alaridos, hora tras hora, de los
revivalistas, en todas las diversas creencias teoló gicas y convenciones estéticas, la intenció n psico-
químico-fisioló gica permanece constante. Aumentar la concentració n de CO2 en los pulmones y la
sangre y disminuir así la eficiencia de la válvula reductora del cerebro, hasta que admita material
bioló gicamente inú til de la Mente Libre, ha sido, en todo momento, aunque los que gritaban,
cantaban y farfullaban no lo supieran, el objetivo real y el sentido de los hechizos, encantamientos,
letanías, salmos y sutras.74
La «vá lvula reductora del cerebro» de la que habla Huxley es, por
supuesto, la CPF, el centro del control y el enfoque racional. Su
argumento es que, a pesar de la diversidad de los puntos de vista
teoló gicos en que se basan, el objetivo fisioló gico de todas estas
prá cticas religiosas es idé ntico: reducir la actividad de la CPF y
aumentar los niveles de endorfinas y otras hormonas que nos hacen
sentir bien, permitiendo así que el yo de cada persona se abra a la
Mente Libre.
Si Huxley está en lo cierto, deberíamos encontrarnos con que las
prá cticas religiosas no farmacoló gicas tienen los mismos efectos sobre
el sistema cuerpo/cerebro que el alcohol y otros intoxicantes. Y esto es,
de hecho, lo que vemos en los escasos estudios relevantes de los que
disponemos. Tal vez el má s interesante es un estudio con neuroimagen
del fenó meno del don de lenguas, o «glosolalia».75 Se llevó a cabo con
mujeres pentecostalistas que decían haber experimentado durante
añ os episodios frecuentes, diarios, del fenó meno del don de lenguas. En
el laboratorio, se les realizó un escaneo cerebral, o bien durante uno de
estos episodios, o bien entonando cá nticos evangé licos relativamente
melodiosos, acompañ ados con mú sica y un suave movimiento. En
comparació n con el grupo que cantaba, estas mujeres mostraron «una
menor actividad de la corteza prefrontal durante el estado de
glosolalia». Dicho con otras palabras: al parecer, estas pentecostalistas
habían utilizado la glosolalia inducida por la oració n para noquearse la
CPF con la misma eficacia que si se hubiesen tomado algunas copas de
chardonnay. Aquí podemos ver una conexió n directa entre estas
mujeres y los cristianos de la Antigü edad defendidos por san Pedro: se
habían emborrachado con el espíritu, no con vino.
Otro interesante estudio sobre los rituales demostró que era posible
inducir «experiencias de tipo chamá nico» (por ejemplo, la disociació n
del cuerpo, las experiencias cercanas a la muerte) simplemente con un
sonido de tambores monó tono, sobre todo en las personas moderada o
altamente hipnotizables.76 En la dé cada de 1970, el psiquiatra y
espiritualista Stanislav Grof desarrolló una té cnica llamada
«respiració n holotró pica» que consiste en privar al cerebro de oxígeno
mediante la hiperventilació n e inducir así experiencias similares a las
que produce el LSD.77 En un repaso de los «estados hipnagó gicos»
inducidos por medios no químicos, o episodios de disociació n de la
realidad entre el sueñ o y la vigilia, el psicó logo Dieter Vaitl y su
equipo78 enumeran diversas té cnicas mediante las cuales se pueden
inducir dichos estados, como unas temperaturas extremas, la inanició n
y el ayuno, la actividad sexual y el orgasmo, ejercicios respiratorios, la
privació n de los sentidos o su sobrecarga, el trance inducido por el
ritmo (los tambores y la danza), la relajació n y la meditació n, la
hipnosis y la biorretroalimentació n.
Todo esto le sonará mucho a cualquier estudiante de historia de las
religiones y de religió n comparada. En la tradició n sufí, por ejemplo, los
llamados «giros derviches» consisten en una agotadora danza al son de
una mú sica hipnó tica para producir el éxtasis religioso.79 El
cristianismo revivalista que tuvo lugar en Estados Unidos a finales del
siglo XVIII y principios del XIX se caracterizó por la celebració n de
grandes actos, sin alcohol, que incluían prá cticas extá ticas y de
efervescencia colectiva. Por ejemplo, el Avivamiento de Cane Ridge,
celebrado en Kentucky en agosto de 1801 —y al que el analista cultural
Harold Bloom se refirió como «el primer Woodstock»— fue un gran
encuentro campestre que concitó entre diez y veinte mil personas en el
transcurso de un fin de semana. Había mú ltiples escenarios y
predicadores, danzas y cantos, ademá s de «ejercicios» religiosos tales
como «caerse», «sacudirse», «ladrar» y «correr», todo ello con la ayuda
de la ingesta de intoxicantes químicos.80 Una parte de la cultura de los
cazadores-recolectores !kung, en el sur de Á frica, consiste en charlar
junto al fuego, donde se crean unos vínculos muy intensos, y en
provocar trances sanadores mediante los cantos rituales y la privació n
del sueñ o, de nuevo, sin alcohol ni otros intoxicantes químicos.81
Así, las tradiciones religiosas, en todo el mundo y a lo largo de la
historia, han podido adquirir unas prá cticas que pueden producir
muchos de los beneficios personales y sociales de la intoxicació n
química, pero sin las toxinas. Dados los diversos costes y dañ os que
conllevan las sustancias químicas como el alcohol, cabría preguntarse
por qué los sustitutos no tó xicos no las han desplazado por completo.
Sin embargo, como señ alamos en el segundo capítulo, es probable que
esto se deba a que dichas prá cticas alternativas son físicamente
agotadoras, a menudo difíciles o dolorosas y requieren muchísimo
tiempo. Dado un objetivo social —pongamos, sentirnos un poco
eufó ricos, abrirnos a los amigos y conectar má s con ellos— y una gama
de té cnicas para llevarme hasta é l, quizá lo racional sería preferir una
sesió n de bebida de dos o tres horas a un ritual que dura todo el día y
conlleva un intenso esfuerzo físico, dolor físico o ambas cosas. Las
perspectivas que ofrece un viaje de setas de cinco horas pueden ser tan
ú tiles como las que extraigo de mi inconsciente en un retiro silencioso
de tres días. Ademá s, pasar la noche en vela, perforá ndote las mejillas
con estacas afiladas o danzar y meditar durante todo el día, en vez de
dedicarlo a la cosecha, impone sus propios costes, tanto a las personas
como a las culturas.
Los humanos hemos inventado una amplia variedad de mé todos para
regular a la baja la CPF y el estado de á nimo al alza y ayudar a las
personas a ser má s creativas y abrirse má s, y todos tienen sus costes y
beneficios particulares. Que algunas culturas concretas se hayan
decidido por unas té cnicas que no conllevan la ingesta de intoxicantes
químicos puede ser fruto del azar, debido a las variaciones culturales
aleatorias, u obedecer a soluciones intermedias específicas de cada
lugar en funció n de los costes y beneficios relativos de diversos
mé todos.
Dicho esto, si los costes de cualquier té cnica en particular aumentan, o
si se descubre que sus resultados se pueden obtener por medios
menos costosos, lo esperable sería que esa té cnica fuese desplazada
poco a poco. Por ejemplo, Gil Raz, historiador de la religió n china,
observa que, en una determinada secta taoísta, la prá ctica de consumir
hierbas psicodé licas para alcanzar la percepció n extá tica y la comunió n
con lo sagrado fue poco a poco reemplazada por la meditació n guiada y
unas complejas té cnicas de respiració n, que podían producir unos
resultados espirituales similares sin efectos secundarios
potencialmente peligrosos.82 Asimismo, si es cierto que la destilació n y
el aislamiento han intensificado los peligros potenciales del consumo
de alcohol, esto podría suponer una nueva ventaja competitiva para los
grupos culturales que lo evitan. Es del todo posible que el relativo éxito,
en los ú ltimos siglos, del islam, el mormonismo y otras formas de
cristianismo que rechazan el alcohol haya obedecido, al menos en
parte, a esta diná mica.
Domesticar a Dionisio
Mientras esperamos a que las formas de religiosidad abstemias se
impongan en el mundo entero y al reemplazo general de los bares y los
pubs por cabinas de respiració n holotró picas, el alcohol y otras drogas
relacionadas seguirá n siendo nuestro mé todo preferido para
regularnos a la baja la corteza prefrontal y potenciar nuestra
creatividad, nuestra apertura cultural y nuestro sentimiento de
comunidad. Dionisio es innegablemente peligroso. Puede convertirte
en un animal, u otorgarte un don que, como el toque dorado de Midas,
resulta ser una maldició n. Si consideramos los peligros y los costes que
supone permitir que la intoxicació n química tenga un papel en nuestra
vida, la prudencia dictaría que pensá semos en có mo mitigar los
riesgos. Se pueden escribir libros enteros, y se han escrito, sobre este
preciso tema.83 Ahora quisiera acabar este capítulo con algunas
moralejas que se desprenden fá cilmente de nuestras disquisiciones.

Bares sobrios: una forma de conseguir el efecto placebo


Ruby Warrington, una periodista que se alarmó al ver los dañ os que le
estaba causando a su salud y su cabeza la bebida en el contexto de su
trabajo, ha organizado un movimiento para fomentar lo que llama la
«curiosidad sobria», que organiza eventos y retiros. Warrington forma
parte de un movimiento mayor así descrito:
[U]na nueva generació n de cruzados en pos de una especie de templanza temporal, cuya postura
ante el garrafó n se sitú a entre la de Carrie Nation y la de Carrie Bradshaw.84 Para ellos, la sobriedad
es algo más —y mejor— que una práctica que só lo atañ e a quienes se les ha diagnosticado una
adicció n al alcohol. Ahora se puede convertir también en algo cool y sano que probar, algo como
hacerse vegano o ir a una clase de yoga iyengar.85

Este movimiento ha dado lugar a los «bares sobrios», como el Getaway


de Brooklyn, donde la gente puede alternar en un ambiente parecido al
de un bar y beber deliciosos e interesantes có cteles sin alcohol. Una
forma de ver los bares sobrios es como un mé todo para conseguir los
efectos de la intoxicació n, pero sin la parte tó xica.
Hemos hablado de los efectos de la expectativa que rodean al consumo
de alcohol. Si bebes algo con la expectativa de que vas a emborracharte,
a menudo hace que te emborraches un poco, aunque só lo se trate de
agua con sabores. Esto guarda relació n con el famoso efecto placebo de
la medicina: los pacientes a los que se les administra una píldora de
azú car y se les dice que es una potente medicina suelen notar una
mejoría en su salud. Y lo que es má s relevante para el fenó meno de los
bares sobrios: simplemente pensar en el alcohol, despué s de que te
ceben con palabras clave relacionadas con é l, o que te muestren
anuncios publicitarios de bebidas, puede hacer que te sientas un poco
bebido y te comportes como tal.86 De modo que, entre la clientela de un
bar sobrio, a pesar de saber que les está n sirviendo có cteles sin
alcohol, se dan igualmente las señ ales que propicia el alcohol. Así,
sentarte en un entorno similar al de un bar, con una iluminació n tenue y
mú sica, mientras te sirven bebidas que por su aspecto y su sabor se
parecen mucho a los có cteles con alcohol, puede proporcionarte
muchos de los beneficios sociales de la ebriedad, si no todos, pero sin
los costes. Un equipo de investigadores se sirvió de los efectos de la
expectativa para demostrar a los bebedores universitarios en riesgo
que podían divertirse igual en un entorno donde creyeran estar
emborrachá ndose que en uno donde de verdad les sirvieran bebidas
con alcohol, lo que a su vez los ayudó a practicar sus habilidades
sociales sin necesidad del alcohol.87
La eficacia de este efecto ha llevado a algunos analistas a extraer la
conclusió n de que todos los efectos psicoló gicos y conductuales del
alcohol son producto de las expectativas culturales. Esto ocurre sobre
todo en campos como la antropología cultural, cuyos modelos teó ricos
dominantes consideran que la experiencia humana es, de cabo a rabo,
un constructo social.88 Sin embargo, como dijimos antes, son los
efectos farmacoló gicos del etanol los que en gran medida condicionan
y motivan las expectativas culturales sobre el alcohol. No es una mera
casualidad que similares expectativas culturales, en todas las é pocas y
lugares, esté n vinculadas con el alcohol. La ebriedad se conceptualiza
en la China, el Egipto y la Grecia de la Antigü edad de formas muy
parecidas porque es el resultado del mismo chute químico que afecta a
los mismos tipos de sistemas cuerpo/cerebro. Tambié n se ha
evidenciado, desde la aparició n de los ensayos controlados por
placebo, que los efectos de la expectativa no son tan potentes como
algunas investigaciones iniciales parecían indicar. La capacidad de
discernir los resultados de pensar que se bebe alcohol, cuando en
realidad no se está bebiendo, y de pensar que no se bebe, cuando en
realidad sí, ha demostrado que muchas consecuencias psicoló gicas y
conductuales obedecen a los efectos farmacoló gicos del alcohol.89
Esto hace pensar que la capacidad de los bares sobrios para potenciar
la sociabilidad —má s allá de que las personas esté n físicamente unas
con otras en un entorno que invita a relajarse y conversar— es
limitada. La eficacia de los bares sobrios se deriva, y por tanto depende,
de la existencia de los bares «de verdad» que sirven có cteles con
alcohol que sí elevan tus niveles de CAS. En un mundo donde só lo
existieran las cervezas «sin» y los zumos, el concepto cultural del
alcohol iría perdiendo poco a poco su fuerza.

Beber con conciencia


En su ú til y divertido libro Mindful drinking, Rosamund Dean observa
una cuestió n importante: bebemos casi siempre «sin pensar», en el
sentido de que acostumbramos a servirnos una copa de vino al final de
la jornada o aceptamos una segunda copa que nos ofrecen en un có ctel
sin pensar en si de verdad queremos tomarla. Só lo pararnos un
momento a decidir, de forma consciente, si queremos esa copa o no
puede ayudar mucho a moderar el consumo. Dean aporta un prá ctico
conjunto de principios para quienes quieran mejorar sus há bitos de
bebida, lo que ella denomina «el Plan», que se basa en la vigilancia
consciente de tu ingesta de alcohol y en beber só lo cuando puedas
saborearlo y disfrutarlo.
Ademá s de adoptar una actitud general de moderació n y conciencia
plena, hay algunos trucos sencillos que podemos emplear para
mantener el consumo de alcohol dentro de unos límites modestos. Uno
de mis favoritos es de la Grecia antigua; allí, como señ ala el clasicista
James Davidson, las copas de vino eran bastante chatas a propó sito; de
ese modo era necesario un buen control motor para no derramarlas.90
Esto, a su vez, sirvió para limitar indirectamente el consumo de vino
una vez que la CAS alcanzaba cierto punto. Así, al igual que se sirve la
comida en platos má s pequeñ os para no comer má s de lo necesario,
reducir el tamañ o de las copas ayudó a las personas a regular su
consumo. Tambié n ayuda alternar las copas con rondas de agua con gas
u otras bebidas sin alcohol cuando se sale a beber o se bebe en casa.
Respecto a beber en el lugar de trabajo o en contextos profesionales,
hay algunos obvios y razonables límites que se pueden establecer: nada
de bares completamente abiertos, vales de bebidas para los empleados
y fijar un má ximo de copas. En la mayoría de las organizaciones ya
existen este tipo de directrices, aunque algunas no las llevaron a la
prá ctica hasta que la bebida en el contexto laboral se hubo
descontrolado por completo. Necesitas saber que tu empresa tiene un
problema mucho antes de que te encuentres cigarrillos, latas de
cerveza y condones usados en las escaleras de la oficina, que es lo que
hizo falta para que una empresa tecnoló gica modificara por fin sus
normas para el lugar de trabajo.91

Cuidado con los licores, y no bebas a solas


Somos simios hechos para beber, pero no vodka. Tampoco estamos
muy bien equipados para controlar la bebida sin la ayuda social. Los
espirituosos son mucho má s fuertes y peligrosos que la cerveza y el
vino, y siempre se deberían tratar como una droga aparte, y regularse
en consonancia. Los menores de veinticinco añ os deberían evitarla.
Probablemente tambié n deberían evitarla los mayores de veinticinco,
pero, al menos, su CPF está desarrollada del todo, así que podrían tener
ventaja a la hora de tomar decisiones razonadas sobre qué hacer con su
sistema cuerpo/cerebro. En cualquier caso, la prohibició n de los
aguardientes en los campus universitarios, adoptada por muchas
instituciones, parece una norma bastante inteligente. Tambié n es muy
razonable aplicar a los licores un gravamen mucho má s alto que a la
cerveza y el vino, y limitar su venta.
En la Grecia antigua, la funció n del maestro de brindis, o simposiarca,
era fundamental y muy respetada. Se necesitaba esta figura para
valorar los niveles de ebriedad de los participantes, pautar el ritmo de
la bebida y mandar a casa a los que se hubiesen pasado de la raya. En el
mundo moderno, ese papel lo podrían desempeñ ar los bá rmanes y
camareros, sobre todo con las personas que beben solas en los bares.
Se pueden hacer algunas reformas estructurales concretas para
permitir que estos simposiarcas modernos hagan su trabajo con má s
eficacia. En Estados Unidos, por ejemplo, a quienes sirven alcohol se les
debería pagar el salario base real, como en Europa y Asia. Esto ayudaría
a limitar la tensió n entre su papel como vigilantes sociales —el cual
requiere que regulen el ritmo de la bebida, que dejen de servir a los
clientes demasiado ebrios y requisarles las llaves del coche— y su
actual dependencia de las propinas, que los penaliza si no acceden a
todos los caprichos de los clientes. Me pasé mis añ os de estudiante en
la universidad y el doctorado trabajando en restaurantes, bares y
locales nocturnos en San Francisco. Como camarero, los restaurantes y
los bares me pagaban só lo un «salario mínimo alternativo», inferior a
los 2 dó lares la hora, por lo que dependía completamente de las
propinas para sobrevivir. Esto creaba un sistema de incentivos
perverso. Me acuerdo de muchas noches en que me parecía que alguna
mesa o algú n cliente habían bebido má s que suficiente y me venció el
temor de quedarme sin propina si dejaba de servirles. El alcohol es
tambié n una manera muy fá cil de que la cuenta vaya creciendo de
modo que, al pagar al final, el porcentaje de la propina sea mayor. Mi
predicció n sería que una inversió n modesta en subir el salario a los
bá rmanes y camareros reduciría de inmediato las muertes en la
carretera por un exceso de alcoholemia, las broncas en pú blico y
muchas otras desgracias.
Un barman bien capacitado y juicioso no sirve de nada, claro está , para
los que beben en casa. Muchos hogares está n tan bien abastecidos de
vino, cerveza y espirituosos que uno puede, como las ratas en el
estudio del estré s, mamar alcohol casi sin límites, salvo por los
badenes, quizá , que nos hacen sentir culpables por tener que
descorchar una segunda botella. La hipnoterapeuta Georgia Foster
dirige un consultorio en el Reino Unido cuyo objetivo es ayudar a los
clientes, en su mayoría mujeres de alrededor de treinta y cuarenta
añ os, a gestionar sus há bitos de bebida. Foster explica lo peligroso que
es beber en casa y celebrar «fiestas para uno»: «Cuando te encuentras
en tu propio entorno, y no hay nadie que te vigile y no debes conducir a
ningú n lugar, la copa de vino tiende a convertirse en dos, luego tres,
luego la botella se acaba y abres la segunda. Puede ser una pendiente
muy resbaladiza».92
De nuevo, no estamos bien adaptados, en té rminos evolutivos, para
consumir alcohol sin riesgos fuera del contexto tradicional de los
rituales y los controles sociales. Una posible solució n sería decidir
beber só lo en pú blico, con otras personas, bajo el ojo vigilante de tu
barman. O, si se consume en casa, con la familia, en las comidas,
limitarse a beber só lo en la mesa, como se hace en las culturas de la
bebida del sur, por ejemplo, Italia o Españ a. Para los que viven solos,
ahora es posible beber en sociedad de forma virtual a travé s de varias
aplicaciones que permiten a cualquier propietario de un smartphone
acceder a la retroalimentació n social mientras bebe. Algunos de los
primeros estudios donde se utilizan aplicaciones que ponen en
contacto a bebedores solitarios con una red social está n arrojando
unos prometedores resultados de cara a ayudarlos a moderar su
consumo.93

La normalización del alcohol: los modelos del sur


Ya hemos señ alado que, dentro de la geografía europea, las culturas de
la bebida del sur brindan cierta protecció n frente a los nuevos flagelos
de la destilació n y el aislamiento. En cambio, es probable que los
aspectos patoló gicos de la cultura de la bebida del norte hayan
alcanzado su pico en Estados Unidos, reforzados por una cepa
autó ctona de bipolaridad puritana en lo que respecta al placer. En
Estados Unidos, la cultura de la bebida está aú n má s compartimentada
que en el norte de Europa. El alcohol se consume rara vez en las
comidas y es mucho má s propenso a la demonizació n. No es casualidad
que Estados Unidos sea el ú nico país industrial no musulmá n que haya
intentado prohibir totalmente el alcohol. Como apunta la antropó loga
Janet Chrzan, la tasa de abstemia declarada en Estados Unidos ronda el
33 por ciento, la má s alta en el mundo no musulmá n. Es varias veces
má s alta que en las clá sicas culturas de la bebida del norte, como Suecia
(9 por ciento) o Noruega (11 por ciento). La extrañ a ambivalencia de
los estadounidenses en relació n con la bebida es má s acusada en los
estados republicanos, má s conservadores en lo social y lo religioso.
Chrzan habla de la é poca que pasó en una regió n rural de Carolina del
Sur. A veces, se encontraba con algú n conocido en la licorería y, al ir a
saludarlo, é ste la ignoraba por completo. Despué s de que esto le
ocurriera varias veces, le preguntó a un lugareñ o amigo suyo, que se rio
y dijo: «¡Có mo se nota que no eres de aquí! ¿No sabes que jamá s se
saluda a los baptistas en la licorería?». Si eres baptista en Carolina del
Sur, puedes comprar y beber alcohol, pero só lo si lo mantienes en
secreto y lo consumes en privado.
Como sostiene Chrzan, esta conflictiva relació n con el alcohol hace de
Estados Unidos un país de extremos en lo relativo a la bebida: o todo, o
nada, con bruscas fluctuaciones entre la abstemia y el exceso, hasta el
punto de hacer la vista gorda o pasar por alto excesos violentos o
sexuales que en otras circunstancias serían condenados.94 En las
universidades estadounidenses, esta actitud extrema propia del norte,
unida a las libertades de la vida universitaria y la industria de la
publicidad, que ensalza la bebida como algo cool y heroico, da lugar a
«un triplete cultural casi perfectamente diseñ ado para fomentar el
abuso entre los jó venes».95
En el norte, las actitudes ante el alcohol tienden a generar un problema
con la bebida. Como explica Dwight Heath, en aquellas sociedades
donde el alcohol no está bien integrado en la vida social cotidiana,
puede adoptar «una mística que alberga la promesa implícita de
conferir poder, atractivo, habilidades sociales u otras cualidades
especiales», motivando así que las personas, sobre todo los jó venes,
«beban demasiado, con demasiada rapidez o por motivos inadecuados
o poco realistas».96 Para ser justos, beber con el fin de emborracharse
ha sido siempre parte del atractivo de la intoxicació n: la bacanal
representada en la portada de este libro no es una cena
cuidadosamente regulada, y los primeros adeptos griegos de Dionisio
no se caracterizaban por pararse a tomar agua con gas entre cada
ronda. Pero en las culturas sanas, es raro beber para emborracharse, y
normalmente uno se lo permite en rituales concretos y sancionados,
como un carnaval. Fuera de estos contextos, se bebe con moderació n,
casi siempre vino y cerveza, y la embriaguez en pú blico está muy mal
vista.
Una forma de inculcar la actitud «del sur de Europa» en lo relativo a la
bebida, con independencia de dó nde se viva, es iniciar a los adultos
jó venes en la bebida con moderació n, en el contexto de las comidas, en
casa. Mi propia hija, que ahora tiene catorce añ os, tiene permitido oler
y hacer pequeñ as catas del vino que yo esté bebiendo, y ya ha
desarrollado un paladar bastante sofisticado, capaz de detectar los
toques de albaricoque o limó n en un chardonnay. El quid no es
convertirla en una esnob pretenciosa e insufrible, sino iniciarla en la
idea de que el vino puede ser una fuente de placer esté tico. Esto es
mucho má s preferible que considerarlo una especie de sustancia
prohibida que só lo consumen los adultos para emborracharse.
Tambié n se le han explicado claramente sus riesgos para la salud, y
entiende que es demasiado joven para beber cualquier cantidad de
vino. Esto no es porque sea un exó tico elixir tabú , sino porque su CPF
no es todo lo grande que debería ser, y lanzarle ahora granadas de
mano sería bastante estú pido, desde el punto de vista del desarrollo.
No le viene mal que la mitad de su familia sea italiana y que pasara
buena parte de su infancia en Italia, en contacto con los há bitos de
bebida del sur. Con suerte, esto hará que cuando sea adulta pueda
disfrutar del alcohol en su debido lugar y por las razones adecuadas y
evitar las culturas del consumo excesivo cuando se tope con ellas en la
universidad.
En este contexto, parece razonable rebajar la edad mínima legal para
beber vino y cerveza, tal vez con condiciones especiales, para que los
adultos jó venes beban con sus padres. Del mismo modo que un joven
con carné de conducir puede hacerlo só lo durante el día, con un adulto
responsable en el asiento del copiloto, sería concebible que fuese legal
que un adolescente mayor consumiera una pequeñ a cantidad de vino
en un restaurante, en el contexto de una cena familiar. Por otro lado, y
como ya hemos dicho antes, la edad mínima legal para beber
aguardientes debería ser considerablemente má s alta de lo que es hoy
en la mayoría de las jurisdicciones.

Un terreno de juego equilibrado para bebedores

y no bebedores
É sta es tal vez la recomendació n má s difícil de aplicar en la prá ctica. Si
el alcohol continú a cumpliendo una funció n fundamental en los
contextos sociales y personales, es difícil saber có mo acomodar a
quienes no beben. Por ejemplo, si una ú ltima borrachera a base de
chupitos de tequila en un chiringuito cumple una funció n insustituible
en la cohesió n de un equipo de Navy Seals, eso dejará apartado a un
mormó n devoto. Si lanzar ideas en un hotel de congresos fomenta las
nuevas colaboraciones y las innovaciones, parece contraproducente
cerrar los bares, aunque esto significa que quienes no beban o
desconfíen del ambiente estará n en desventaja.
Kara Sowles, la responsable de redes sociales de una empresa
tecnoló gica que hemos citado antes, acaba su artículo sobre có mo la
cultura de la bebida puede socavar la inclusividad con algunas
sugerencias concretas para integrar el alcohol en los eventos
profesionales sin marginar por completo a quienes no beben. Sus cinco
propuestas son:
1. Proveer el mismo nú mero de opciones, de la misma
calidad, de bebidas con y sin alcohol.
2. Exponer las bebidas alcohó licas junto a las no alcohó licas
en el evento.
3. Publicitar por igual las bebidas con y sin alcohol antes del
evento.
4. Si se sirven có cteles a la carta, incluir el mismo nú mero
de có cteles sin alcohol.
5. Proveer agua gratuita, en lugares bien visibles y de fá cil
acceso.97
La ú ltima recomendació n, en particular, es increíblemente importante
y ú til: es casi seguro que, sin la posibilidad de acceder con facilidad al
agua, la gente beberá má s de la cuenta en el típico có ctel u ocasió n
social. Seguir unos sencillos pasos como é stos puede ayudar mucho a
las organizaciones a lograr los beneficios de la socializació n potenciada
por el alcohol y, al mismo tiempo, minimizar los costes para quienes no
beben.
Hacerlo podría ser cada vez má s importante. En las sociedades
industriales, son cada vez má s los jó venes que, como Sowles, no beben.
Una reciente encuesta realizada a millennials del Reino Unido, por
ejemplo, reveló que la abstemia empieza a ser la tendencia dominante,
y que el porcentaje de abstemios de entre diecisé is y veinticuatro añ os
aumentó del 18 por ciento en 2005 al 29 por ciento en 2015. Tambié n
parece que los excesos con el alcohol son menos aceptables
socialmente, y se estigmatiza menos a quienes no beben en los
entornos sociales donde sí beben otras personas.98 Má s en general,
parece haber una tendencia a nivel mundial entre los millennials y la
generació n Z hacia la abstemia total y el establecimiento de períodos
anuales sin beber, como el «enero sin alcohol».99 Es probable, por tanto,
que equilibrar el terreno de juego sea una cuestió n cada vez má s
apremiante.

Vivir con Dionisio


Siempre hemos de tener presente el peligro de las voraces mé nades
que, completamente borrachas, despedazan con los dientes a
cualquiera que tenga la desgracia de cruzarse en su camino. Para que
las cuentas a favor del consumo de intoxicantes sigan siendo viables, es
preciso mitigar sus posibles costes y precavernos de sus peligros. Esto
resulta especialmente difícil en nuestro mundo moderno, donde nos
enfrentamos a los nuevos riesgos de la destilació n y el aislamiento.
Podría resultar extrañ o que el ú ltimo capítulo de un libro concebido
para ensalzar la importancia funcional del alcohol se concentre, en
cambio, en los posibles perjuicios de la bebida. Sin embargo, reconocer
las desventajas y los riesgos de la intoxicació n química es de vital
importancia en cualquier defensa cabal del placer químico extá tico. Y el
placer químico necesita ser defendido. Aunque son ú tiles por sus
sugerencias para moderar el consumo de alcohol o pasarse a la
abstemia, la mayoría de los libros de autoayuda dedicados a la «nueva
sobriedad» ya citados caracterizan el alcohol como un vicio sin
matices, como un ladró n de cerebros que nos imponen las
corporaciones codiciosas, con la complicidad de las astutas empresas
de marketing. Es un punto de vista demasiado comú n en la literatura
sobre el alcoholismo y los problemas con la bebida. Y es ligeramente
ascé tico: se le podría ceder un pequeñ o espacio al alcohol en un estilo
de vida sano y consciente, pero só lo a regañ adientes, como una
concesió n a nuestra intrínseca debilidad por el placer, o como una
inconfesable recompensa por no haber faltado a un determinado
nú mero de clases de yoga al amanecer.
Esto es miope desde el punto de vista histó rico y endeble desde el
científico. A fin de cuentas, y a pesar del caos potencial que deja a su
paso, deberíamos acoger a Dionisio en nuestra vida. Deberíamos
hacerlo, en parte, como forma de reconocer las dificultades a las que
nos enfrentamos como especie y los beneficios funcionales que puede
seguir proporcioná ndonos, pues só lo somos simios parcialmente
civilizados que viven en colmenas modernas artificiales. Deberíamos
aceptar tambié n que el placer es bueno, el placer como fin en sí mismo,
y que no necesita mayor justificació n. Tenemos que desacreditar la
opinió n de que el alcohol y otros intoxicantes similares son inventos
siniestros de la modernidad capitalista, que nos venden unos malvados
anunciantes, y que só lo nos lleva a tener resaca, a perder dinero y a que
nos salgan michelines. Sí: beber puede hacernos engordar, provocarnos
dañ os hepá ticos y cá ncer, costarnos dinero y convertirnos en unos
idiotas inú tiles por las mañ anas. Puede ser letal, para nosotros y para
quienes nos rodean. No obstante, siempre ha estado estrechamente
entrelazado con la sociabilidad humana, y por muy buenas razones
evolutivas. Ademá s, es muy difícil, si no imposible, suplir sus funciones
con otras sustancias o prá cticas. Por tanto, acojamos a Dionisio con la
debida cautela, pero tambié n con la reverencia que merece.
Conclusiones

Jesú s tiene un problema. Está en una boda en Caná , con sus discípulos y
su madre, y se ha acabado el vino. La gente entra en pá nico. Su madre le
da un empujoncito con el codo y lo mira como diciendo: «Oye, hijo de
Dios, haz algo para arreglar esto». Jesú s se muestra reacio, no tenía
pensado revelar su verdadera naturaleza todavía, pero se trata de una
emergencia. Se ha acabado el vino. Así que les pide a los sirvientes que
llenen de agua algunas tinajas de piedra. Entonces Jesú s transforma el
agua en un vino tan exquisito que, cuando se lo llevan al sumiller, se
anuncia con orgullo que se ha tomado la decisió n de incumplir la
primera norma de las fiestas, que es servir primero lo de mejor calidad.
Los discípulos está n asombrados, al haber sido testigos del primer
milagro de Jesú s. Todos los demá s está n contentos de tener má s vino y
la boda prosigue felizmente.1
Por supuesto, Jesú s obró despué s má s milagros impresionantes, como
caminar sobre el agua y resucitar a Lá zaro. Sin embargo, merece la
pena señ alar que su primera hazañ a fue la de convertir el agua en vino.
El alcohol está tan entrelazado con la sociabilidad humana que llevó al
hijo de Dios a obrar su primer milagro. Y eso sin entrar en el tema de la
Eucaristía y la sangre de Cristo. Despué s de nuestra necesaria e
importante exploració n del lado oscuro de Dionisio en el quinto
capítulo, es el momento de volver al principal sentido de este libro: el
placer y el poder de la intoxicació n.
Como hemos visto, el alcohol adquiere un cará cter sagrado en la
mayoría de las culturas. En algunos textos de la China medieval, se
explica que el agua para elaborar «vino fermentado de forma divina»
só lo se puede recoger antes del amanecer un día concreto del mes, y ha
de hacerlo un muchacho purificado mediante un ritual, de una manera
específica, y despué s no puede tocarla ninguna otra mano humana.2 En
cuanto sustancia sagrada, al alcohol tambié n se le suelen atribuir
poderes má gicos, o se cree que transmite dichos poderes a quienes lo
beben. En el texto escrito má s antiguo de Japó n (el Kojiki), el
emperador expresa sus loas al «insigne aguardiente» elaborado por un
noble coreano que estaba de visita y que, segú n cuenta la leyenda,
introdujo una forma de sake en Japó n. «Estoy borracho de pies a cabeza
/ con el sake que me da la calma / con el sake que me hace reír».3 El
emperador, felizmente ebrio, sale del palacio a dar una vuelta y su
bastó n se choca con una piedra que le impide el paso; la piedra da un
salto y sale corriendo. En México, al pulque, considerado una bebida
sagrada en la é poca precolonial, se lo llamó en los tiempos de la
cristianizació n «leche de nuestra Madre» (María), y se ofrecía en
sacrificio el Día de Muertos y se derramaba sobre los crá neos
enterrados en los cuatro rincones de los campos como protecció n
frente a los ladrones.4 En toda Á frica, el poder numinoso de la cerveza
se considera el componente esencial de las ceremonias religiosas y los
sacrificios a los antepasados. Los kofiares, en el norte de Nigeria, creen
que «la forma de llegar a Dios es con una cerveza en la mano».5 Como
dice un tanzano: «Si no hay cerveza, no es un ritual».6 Debido a su
estatus especial, a menudo las culturas se definen a sí mismas en
relació n con bebidas alcohó licas: pensemos en los franceses y el vino,
en los bávaros y la cerveza o en los rusos y el vodka. El antropó logo
Thomas Wilson apunta: «En muchas sociedades, quizá la mayoría,
beber alcohol es una prá ctica clave para la expresió n de la identidad, un
elemento en la construcció n y diseminació n de la cultura nacional y de
otras».7
Estas bebidas sagradas o definitorias de las culturas difieren mucho en
sus mé todos de producció n, color, sabor y consistencia. Lo que tienen
en comú n es el principio activo del etanol. ¿Por qué se le confiere tanta
veneració n a esta neurotoxina concreta? Porque el alcohol, de forma
destacada entre los intoxicantes químicos consumidos por los
humanos, es una tecnología flexible, de amplio espectro y eficaz para
ayudarnos a habitar nuestro extrañ o y extremo nicho ecoló gico. No
existiría la civilizació n como la conocemos sin alguna forma de
intoxicació n, y el alcohol ha sido, con creces, la solució n má s comú n
que se les ha ocurrido a las culturas para cubrir esa necesidad. Ademá s
de sus funciones sociales, la intoxicació n es tambié n un bá lsamo muy
necesario para el ú nico animal del planeta aquejado de autoconciencia.
«Somos chimpancé s con el cerebro del tamañ o de un planeta —se
lamenta Tony, el personaje que interpreta Ricky Gervais en la adorable
serie After Life—. No es de extrañ ar que nos emborrachemos.»8
Reconocer explícitamente y documentar la utilidad funcional, el
consuelo personal y el profundo placer que proporcionan el alcohol y
otros intoxicantes es un correctivo muy necesario en la actual
sabiduría popular sobre el tema. Los intoxicantes no son só lo ladrones
de cerebros o vicios que eliminar o tolerar a regañ adientes. Son
herramientas esenciales en nuestra batalla contra los aspectos
limitantes de la CPF, el centro de mando apolíneo y las estrecheces de
nuestra naturaleza primate. No podemos entender bien las diná micas
de la vida social humana si no somos conscientes de la contribució n de
los intoxicantes a la viabilidad de la civilizació n. Como declaró
Friedrich Nietzsche, ese gran defensor de Dionisio, en uno de sus
aforismos idiosincrá sicamente crípticos: «¿Quié n narrará la historia de
los narcó ticos? Es casi la historia de la “cultura”, de nuestra
denominada cultura superior».9
La mayor parte de este libro fue escrita en plena crisis por la COVID-19,
que ha confirmado dramá ticamente el indeleble papel del alcohol en
nuestra vida. Uno de los grandes debates que surgieron al principio de
la pandemia, cuando los Gobiernos empezaron a imponer los
confinamientos, giró en torno a qué se consideraba una excepció n
como «servicio esencial». Hubo una enorme y estrambó tica variedad
de respuestas a esta pregunta en diferentes partes de Estados Unidos.
Algunos estados declararon exentos los campos de golf; otros, las
armerías. Sin embargo, una cosa que sí reconocieron todas las
jurisdicciones, y que nunca fue objeto de debate, fue que las licorerías
eran esenciales (el ú nico estado que intentó cerrarlas, Pensilvania,
cambió de decisió n enseguida, tras provocar la indignació n pú blica).10
En Canadá y en los estados de Estados Unidos donde es legal, se
extendió la calificació n de servicio esencial a los dispensarios de
cannabis de consumo recreativo. Tambié n merece la pena señ alar que
los pocos países que utilizaron la COVID-19 como excusa para intentar
prohibir el alcohol, como Sri Lanka, acabaron engendrando unas
enormes redes clandestinas de elaboració n casera, donde se
preparaban unos brebajes muy poco apetecibles —aunque
rotundamente intoxicantes— a partir de todo lo que tuvieran, desde la
remolacha a las piñ as.11 La gente quiere beber y ni siquiera una
pandemia mundial se lo impedirá .
Entender el porqué es profundamente importante. Esta pregunta no se
puede formular o responder sin comprender la funció n que el alcohol
ha desempeñ ado en las civilizaciones humanas. Como hemos visto,
ademá s de su valor hedó nico inmediato, los efectos cognitivos y
conductuales de la intoxicació n alcohó lica representan, desde un punto
de vista evolutivo cultural, una só lida y sencilla respuesta a las
dificultades que entrañ a conseguir que los primates —egoístas,
suspicaces y muy ceñ idos a los objetivos— se relajen y conecten con
los desconocidos. Para haber sobrevivido hasta aquí, y haber
conservado su lugar central en la vida social humana, las ventajas de la
intoxicació n a nivel individual, unidas a los beneficios sociales a nivel
colectivo, deben de haber pesado má s —a lo largo de la historia de la
humanidad— que sus má s obvios costes. É sta es la razó n por la cual las
«soluciones» gené ticas y culturales al «problema» del alcohol no han
conseguido extenderse tan rá pido como cabría esperar si nuestro
gusto por la intoxicació n fuese un mero error evolutivo.
Lo que esto significa en nuestro mundo moderno, con su inmensa
complejidad y sus cambios a ritmos insó litos, só lo lo podemos valorar
debidamente si adoptamos una amplia perspectiva histó rica,
psicoló gica y evolutiva. Ello podría llevarnos a la conclusió n de que,
cuando se trata de alcanzar ciertos objetivos, se debería sustituir el
consumo de alcohol con medios mejores y má s seguros. Las
alternativas no alcohó licas pueden ser especialmente atractivas en una
é poca en que nos enfrentamos a los peligros, relativamente nuevos, de
la destilació n y el aislamiento. Por ejemplo, si el propó sito es facilitar la
unió n del grupo o el sentido de pertenencia a un equipo, bien podría
ocurrir que una excursió n de empresa a un parque de batalla lá ser o a
una sala de escape consiguiese los mismos resultados que una fiesta
empapada de alcohol, sin ninguna de las desventajas. A medida que
reunamos má s datos sobre las microdosis de sustancias psicodé licas,
podríamos descubrir que nos sirven para potenciar la creatividad tanto
como el alcohol, sin el peligro de la adicció n o de los dañ os hepá ticos.
Otros casos son má s discutibles y complicados, pero tambié n en este
punto es ú til proporcionar un esbozo ajustado a la ciencia del
panorama relativo a la toma de decisiones. Quizá no debería haber
alcohol en las fiestas de empresa, o deberían celebrarse por las
mañ anas y limitarse a un có ctel mimosa. Quizá sea positivo y correcto
que las becas federales canadienses —ni siquiera las destinadas a
facilitar los contactos entre los profesionales— se puedan gastar en
alcohol. ¿Cuá les son los costes y los beneficios de limitar o eliminar el
alcohol de este modo? Sin duda, beber con moderació n parece menos
controvertido que emborracharse del todo (por encima del 0,10 por
ciento de CAS), pero ¿es siempre malo el exceso? El paisaje, aquí, es
má s enmarañ ado y confuso. El exceso es sin duda peligroso, y los
costes que conlleva crecen de forma exponencial, pero no tiene por qué
ser categó ricamente antiadaptativo. Un exceso en el momento
oportuno puede a veces ser ú til para unir a ciertos tipos de grupos o
para ayudar a las personas a superar momentos difíciles en una
relació n. Debió de ocurrir que, en el transcurso de nuestra historia
evolutiva, la capacidad de desarmarnos químicamente, de mostrarnos
vulnerables de verdad unos a otros, brindase un fundamental beneficio
social que pesó má s que los costes.
Como mínimo, en lo que respecta a la ciencia, es hora de ir má s allá de
las teorías del pirateo o de la resaca, y, en lo que respecta a las actitudes
culturales, de superar los conceptos populares desfasados y la
incomodidad moral. Los debates sobre cuá l debería ser el papel de los
intoxicantes en nuestra vida se tienen que basar en los mejores
estudios científicos, antropoló gicos e histó ricos que tengamos en ese
momento, lo que por ahora dista mucho de ser una realidad. Adoptar la
perspectiva correcta nos permitirá ver con má s claridad a qué
contrapartidas nos enfrentamos cuando formulamos medidas políticas
y tomamos decisiones personales sobre la funció n de los intoxicantes
en nuestra vida. Nuestro deseo de alcohol no es un error evolutivo.
Existen buenas razones por las que nos emborrachamos. No se puede
tomar ninguna decisió n fundamentada, sea en el á mbito personal o
social, sin entender mejor el factor de la intoxicació n al crear, mejorar y
sostener la sociabilidad humana y, de hecho, la civilizació n misma.
No obstante, resulta difícil hacer esto en el ambiente de hoy, que es al
mismo tiempo tecnocrá tico, ascé tico y moralista. En un reciente
artículo publicado en The Lancet sobre el consumo de alcohol a lo largo
de la historia y el previsto en el futuro,12 se indica que, entre los
adultos, el consumo de alcohol per cá pita mundial aumentó de los 5,9
litros a los 6,5 entre 1990 y 2017, y la abstemia de por vida se redujo
del 46 al 43 por ciento. Los autores predicen que estas tendencias
continuará n, y que para 2030 la abstemia habrá bajado al 40 por ciento.
La conclusió n del artículo, que no se presenta como una interpretació n,
sino como la constatació n de un hecho, es que necesitamos activar
todas las medidas políticas conocidas para reducir el contacto con el
alcohol y revertir esta tendencia. Esta postura só lo tiene sentido en un
contexto donde todo lo que no aumente la esperanza de vida de cada
persona o reduzca nuestro riesgo de cá ncer es categó ricamente malo.
Esta versió n moderna y laica del ascetismo —se base en las
recomendaciones mé dicas o en las enseñ anzas de los gurú s que abogan
por estilos de vida regidos por una implacable conciencia plena—
tambié n inspira buena parte de la literatura de autoayuda sobre el
consumo de alcohol.
No se deja mucho espacio a unas reflexiones má s amplias y de largo
recorrido sobre qué permite a los humanos vivir y crear juntos en
civilizaciones productivas, o sobre qué le da textura a la vida y la hace
placentera y digna de ser vivida.
Tal vez un problema má s profundo sea que vivimos en unos tiempos
moralistas, en un grado insó lito desde los tiempos de la reina Victoria.
En parte, se trata de un importante correctivo, que llega muy tarde, de
esa actitud laissez-faire que mantuvo intactas unas normas de gé nero
opresivas y los prejuicios raciales, pasó por alto las conductas del tipo
Mad Men de la dé cada de 1950 y aceptó el retró grado punto de vista de
que «los hombres se comportan como hombres». Sin embargo, llevado
al extremo má s sofocante, el nuevo moralismo dificulta que se hable
con claridad y objetividad de ciertos temas centrales en la experiencia
humana. La intoxicació n química só lo rivaliza con el sexo como tema
tabú . Es en gran medida soslayado por los estudiosos de la sociabilidad
humana, y sus beneficios, ignorados en las decisiones sobre políticas
pú blicas. Como se queja Stuart Walton:
La intoxicació n desempeñ a, o ha desempeñ ado, un papel en la vida de casi todo el mundo, y, sin
embargo, en Occidente, a lo largo de toda la era cristiana, se ha visto sometida a una creciente
censura religiosa, moral y legal. Actualmente, apenas nos atrevemos a susurrar su nombre por
miedo a quedar al margen de la ley, a comprometernos ante los demás o incluso a acusarnos
personalmente de formar parte (aunque sea de manera periférica) de la plaga que azota a nuestras
sociedades en forma de tabaquismo, conducció n bajo los efectos del alcohol, vandalismo,
dolencias autoinfligidas o delincuencia relacionada con las drogas.13

Necesitamos rescatar el alcohol, y en general la intoxicació n química,


de los alegres ascetas de la nueva era y de los adustos neopuritanos.
Mi obsesiva preocupació n es que yo só lo lo haya logrado a medias, al
formular mi defensa de la intoxicació n en té rminos pragmá ticos y
funcionales y hablar de sus costes y contrapartidas. Mi esperanza es
que, en cambio, haya conseguido plantear una defensa holística de la
intoxicació n, donde tambié n se le otorgue el debido reconocimiento al
placer como fin en sí mismo. En este sentido, podría ser ú til volver a
Tao Yuanming, el escritor que probablemente despertara mi interé s en
el tema de la intoxicació n, cuando estudiaba chino en mi juventud. É ste
es el poema XIV de su maravillosa serie «Bebiendo vino»:
Los viejos amigos aprecian mis gustos;
así que vienen con una jarra de vino que compartir.
Extendemos nuestras esteras y nos sentamos bajo un pino,
y al cabo de unas copas estamos completamente borrachos.
Ancianos que saltan de un tema a otro,
perdiendo el orden en el que hay que rellenar las copas,
liberados por completo de la autoconciencia,14
¿por qué deberíamos valorar más una cosa que otra?
Tan relajados, tan distantes, perdidos donde estamos.
¡En medio del vino existe un significado profundo!15
Las dos ú ltimas palabras del poema son muy difíciles de traducir de
forma fluida o precisa. Shenwei significa literalmente
«profundo/gusto intenso/sabor/significado», y abarca matices tanto
espirituales como hedó nicos. El vino encierra al mismo tiempo
significado y placer.
Parece lo propio acabar este libro recordando nuestro mito má s
antiguo sobre Dionisio, incluido en un himno homé rico que se remonta
probablemente al siglo VII a. C.16 El dios, aparecido en la forma de un
engalanado joven, es capturado por los piratas, que creen que es el hijo
de un gobernante rico por el que pueden pedir un buen rescate. Só lo el
timonel está preocupado por este plan, porque reconoce a Dionisio
como un dios y siente la debida fascinació n. Una vez que el grupo se
hace a la mar, se desatan toda clase de catá strofes má gicas. El océ ano
se convierte en vino, el má stil se transforma en una vid repleta de uvas
y, por ú ltimo, Dionisio adopta la forma de un leó n mientras los
marineros, espantados, huyen lanzá ndose al agua, donde se convierten
en delfines. Só lo se libra el timonel, al que Dionisio revela al final su
verdadera identidad. Vive una larga y pró spera vida, tras recibir la
bendició n personal del dios.
Esta historia es maravillosa y elocuente. «Pocos reconocen a Dionisio
como un dios, parece decirnos este himno, y só lo los que lo hacen
conservan su humanidad», apunta el clasicista Robin Osborne.17 Los
griegos de la Antigü edad despreciaban a los «bebedores de agua», cuyo
rechazo del vino reflejaba un corazó n de piedra, una inteligencia
mediocre e incluso una baja estofa moral. Hoy somos má s conscientes,
afortunadamente, del valor de la abstemia, y es improbable que en el
futuro cercano restablezcamos a Dionisio en nuestro panteó n religioso
oficial. Sin embargo, só lo si identificamos los beneficios y los peligros
de la intoxicació n podremos seguir siendo humanos y aprovecharnos
con cautela de su poder para ayudarnos a ocupar este precario nicho
ecoló gico que hemos hecho nuestro. Como concluye el himno a
Dionisio: «¡Salve, hijo de Sé mele, la de hermoso rostro! Que en modo
alguno es posible, olvidá ndose de ti, componer un dulce canto».18
Conservemos nuestra humanidad, asegurá ndonos de no olvidar a
Dionisio, sino vié ndolo como un dios y como una amenaza. Só lo de este
modo podremos dejar un lugar para el éxtasis en nuestra vida,
preservar la capacidad de «componer un dulce canto» y seguir
prosperando como seres humanos, el má s extrañ o y exitoso de los
simios.
Agradecimientos

Como todos los seres humanos, sin el apoyo de la comunidad estaría


tan indefenso como un tetra ciego de las cavernas arrojado a un arroyo
soleado. Llevo tantos añ os pensando en este proyecto, y hablando de é l
con otras personas, que tengo la absoluta seguridad de que pasaré por
alto a varias personas que me ayudaron a conformar mis ideas sobre el
tema o me guiaron hacia algunas fuentes de interé s. Mis disculpas de
antemano.
Todos los que forman el nú cleo de nuestro equipo de investigació n en
la Universidad de Columbia Britá nica, Joe Henrich, Ara Norenzayan,
Steve Heine y Mark Collard, tuvieron un papel importante; Joe, en
especial, durante nuestros viajes de acampada y piragü ismo a la isla y
las sesiones en el bar, presenciales y virtuales. Michael Muthukrishna
me hizo algunos comentarios ú tiles y cuidadosos sobre el segundo
capítulo, me sugirió referencias ú tiles en todo momento y, en el
transcurso de la escritura, me envió una serie constante de artículos de
la prensa generalista y de las publicaciones acadé micas pertinentes.
Tommy Flint, de Harvard, me brindó una ayuda fundamental en las
primeras fases de la investigació n, me guio a travé s de la literatura
sobre la ADH/ALDH, cuestionó mi razonamiento sobre las diná micas
gené ticas y evolutivas, me alertó sobre el maravilloso artículo
econó mico acerca de las «charlas de bar» y me hizo muchas otras
sugerencias, incluida la relevancia de las «voces nocturnas» de los
bakas. Emily Pitek, de Yale, dirigió el estudio con la base de datos del
HRAF del tercer capítulo; muchas gracias por su duro y concienzudo
trabajo en este proyecto. Michael Griffin fue muy generoso al hacerme
un recorrido por sus conocimientos sobre el antiguo himno homé rico a
Dionisio con el que concluyo el libro.
Gracias, tambié n, sin ningú n orden particular, a Hillary Lenfesty
(pentecostales y don de lenguas); Chris Kavanaugh (rituales sintoístas
e intoxicació n en los animales); Will Gervais (amplias conversaciones
sobre el bourbon de Kentucky); Randy Nesse (gran conversació n
durante la cena sobre intoxicació n, el error detectado en el manuscrito
y recomendaciones de referencias); Bob Fuller (por su generosidad al
enviarme un ejemplar de su muy ú til libro sobre la religió n y el vino);
Sam Mehr (mú sica e intoxicació n); John Shaver (kava); Polly Wiessner
(!kung e intoxicació n no química); Sarah Pennington (respiració n
holotró pica); Gil Raz (prá cticas taoístas); Willis Monroe y
especialmente Kate Kelley (ejemplos sobre la cerveza mesopotá mica);
Amanda Cook y Pico Iyer (recomendaciones de libros); Jan Szaif;
Leanne ten Brinke, y Nate Dominy (artículos ú tiles). Dimitris Xygalatas
me ayudó con sus comentarios sobre los rituales extremos y me envió
ú tiles materiales de lectura, y Alison Gopnik tuvo la generosidad de
dedicarme algú n tiempo en Arizona para hablarme acerca de su trabajo
sobre la infancia y la creatividad. Tambié n me han sido ú tiles con sus
comentarios Nathan Nunn, Lucy Aplin y la mente colmena de Twitter,
que me ayudó a localizar la cita de Sarah Blaffer Hrdy.
Tambié n estoy muy endeudado con Robin Dunbar, por su innovador
trabajo pionero sobre este tema y su generosidad al compartir
conmigo varios artículos de interé s antes de su publicació n, y con
Michael Ing por su capítulo en proceso sobre Tao Yuanming y un
montó n de referencias utilísimas sobre la actitud ante la bebida y la
embriaguez en la China antigua. Gracias a Jonathan Schooler por sus
disquisiciones sobre la divagació n mental y las muy variadas charlas
sobre la intoxicació n química y la percepció n, y a Azim Shariff por sus
á nimos en general, sus recomendaciones literarias y sus sugerencias
para la estructura.
Ian Williams, poeta y escritor de talento, y mi compañ ero de tenis
desde hace mucho tiempo, me brindó unas conversaciones esenciales
entre cada partido, apoyo emocional y sabias palabras sobre el arte de
escribir y la vida en general (el saque pinta estupendo, por cierto).
Michael Sayette aportó algunas referencias ú tiles en la primera etapa
del proceso de escritura, y despué s me transmitió generosamente sus
atentas y constructivas observaciones sobre el borrador final, desde
consideraciones teó ricas de alto nivel hasta detalladas correcciones de
estilo. Si mi trato con Michael hubiese sido mayor desde antes, este
libro sería mucho mejor; en cualquier caso, hice todo lo posible por
complementar las partes má s dé biles y reforzar los argumentos donde
pude.
Mi profundo afecto y gratitud, como siempre, para Stefania Burk y
Sofia, por muchas cosas, pero, sobre todo, por enseñ arme la fortaleza,
importancia y felicidad de la familia. Stefania tambié n dio su opinió n
sobre algunos capítulos del principio, y Sofia, como de costumbre,
proporcionó sin saberlo una serie de ú tiles ejemplos de la vida real.
Localizar las referencias que hago sobre ella, a veces mordaces, podría
ser motivo suficiente para que lea por primera vez uno de los libros de
su padre.
Marcos Alberti fue muy generoso al concederme permiso para utilizar
algunas fotos de su maravilloso proyecto «3 Glasses Later»; Dick
Osseman me permitió usar su imagen de Nevali Çori; Randall Munroe
me dio permiso para reproducir su viñ eta de xkcd, y Kara Sowles me
permitió incluir una larga cita de su ensayo sobre equilibrar el terreno
de juego para los bebedores y no bebedores. Gracias tambié n al
Instituto Arqueoló gico Alemá n (DAI, por sus siglas en alemá n) por
disponer sus imá genes de Gö bekli Tepe para su reutilizació n.
Le estoy agradecido a mi agente en Brockman, Inc., Katinka Matson, y a
mi editor, Ian Straus, por tener fe en este proyecto. Ya plenamente
relajado en la gruñ ona mediana edad, confesaré que al principio tenía
mis dudas sobre trabajar con Ian, al que parece que le doblo la edad. En
cambio, esta experiencia ha sido una lecció n de humildad. Con su
perspicacia intelectual, asombrosamente aguda, su capacidad de ver
puntos de conexió n entre el material que yo había pasado por alto y su
disposició n a señ alar las incoherencias en mis argumentos y los
errores en el ritmo de mi prosa, Ian mejoró enormemente este
manuscrito y me ayudó a pensar con má s claridad sobre lo que quería
decir. Tambié n quisiera darle las gracias a Tracy Behar, propietaria y
jefa editora en Little, Brown Spark por su entusiasmo por el libro; a mi
publicista, Stephanie Reddaway; a la directora de marketing, Jess Chun;
la directora de arte, Lauren Harms, por diseñ ar mi portada preferida de
todas las mías; al director de producció n, Ben Allen, y a mi correctora,
Deri Reed, por su diligente limpieza y la comprobació n de mi prosa.
Sobre todo, quisiera darle las gracias a Thalia Wheatley. Leyó el
manuscrito entero desde los primeros borradores, sugirió ejemplos
maravillosos y me obligó a encarar graves problemas de mi
razonamiento y mi prosa. Tambié n intentó , con diverso grado de éxito,
corregir parte de la ciencia; la culpa por el resto de los errores me
corresponde só lo a mí. Por encima de todo, Thalia me inspiró a pensar
má s a fondo sobre el placer y la alegría de la intoxicació n. Este libro
habría sido muy diferente sin ella.
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Notas

1. Michael Pollan se refiere a ellas como «drogas transparentes», cuyos efectos sobre el
subconsciente «son demasiado sutiles para interferir con la capacidad de sobrellevar el día y
cumplir las obligaciones propias. Las drogas como el café, el té y el tabaco, en nuestra cultura, o las
hojas de coca o khat en otras, dejan intactas las coordinadas espaciotemporales del consumidor»
(Pollan, 2018, p. 142). Asimismo, Stephen Braun distingue entre las drogas «normalizadoras»,
como la cafeína o la nicotina, y las «intoxicantes» (Braun, 1996, p. 164).
2. Aunque están trabajando con un sentido mucho más amplio de «estados alterados» que el que yo
utilizaré en este libro (que abarca el porno, el juego y otras formas de entretenimiento inmersivo, y
estimulantes como el tabaco y la cafeína), los autores de Robar el fuego (Wheal y Kotler, 2017)
calculan que, en todo el mundo, los seres humanos gastan alrededor de cuatro billones de dó lares
anuales (en dó lares estadounidenses de 2016) só lo en «desconectar».
3. McGovern, 2009.
4. Se pueden leer excelentes narraciones de la historia de la intoxicació n en Curry, 2017; Forsyth,
2017; Gately, 2008; Guerra Doce, 2014; McGovern, 2009 y 2020; Sherratt, 2005; Vallee, 1998, y
Walton, 2001.
5. El argumento clásico de «la cerveza antes que el pan» se puede encontrar en Braidwood et al.,
1953; véanse Katz y Voight, 1986, y Dietler, 2006. Volveremos a esta teoría en el tercer capítulo.
6. Traducido de <http://www2.latech.edu/%7Ebmagee/103/gilgamesh.htm> [consultado el
09/01/2022]. Véase también A. George, 2003, pp. 12-15.
7. El promotor más famoso y entusiasta de esta teoría de que el soma se producía a partir de la
Amanita muscaria fue un micó logo aficionado y filó logo llamado Gordon Wasson (1971) que
logró convencer a muchos estudiosos del período védico temprano. Wendy Doniger (1968) aporta
un completo repaso de las diversas teorías sobre la identidad del soma; véase también su discusió n
en Staal, 2001.
8. Rigveda, de la traducció n al inglés de Wendy Doniger, modificada por Fritz Staal (2001, pp. 751-
752).
9. Los más divertidos y fáciles de leer son: Forsyth, 2017; Gately, 2008, y Walton, 2001. Gately,
2008, es probablemente el recurso más completo sobre la historia del consumo de alcohol, y fue
muy ú til en las primeras fases del proyecto de este libro. Aunque Gately menciona de pasada
algunas posibles funciones del alcohol en el ámbito personal y social, no intenta aportar una
explicació n rigurosa de carácter psicoló gico, neurobioló gico, genético o cultural evolutivo del
fenó meno. Forsyth, 2017, publicado durante las primeras fases de escritura de este libro, se puede
considerar una versió n más breve e intencionadamente humorística del exhaustivo trabajo de
Gately. Forsyth sí empieza con la pregunta del porqué de nuestro impulso hacia la intoxicació n. Sin
embargo, adopta enseguida y de forma bastante acrítica la hipó tesis del «mono borracho» de
Robert Dudley (2017, p. 15) —«Los humanos somos los campeones de los borrachos y la hipó tesis
del mono borracho nos explica por qué»—, lo que no tiene fácil encaje con la historia de la
embriaguez que relata después, como explicaré en el primer capítulo.
Como veremos más adelante, en el mundo académico ha habido algunos antropó logos y
arqueó logos que han aportado explicaciones funcionales del consumo de intoxicantes, y los más
notables son Dietler, 2006; Dietrich et al., 2012; Dunbar, 2014; Dunbar et al., 2016; Guerra Doce,
2014; Hagen y Tushingham, 2019; Heath, 2000; Jennings y Bowser, 2009; McGovern, 2009, y
Wadley y Hayden, 2015. Quizá la colecció n de ensayos más importante sobre este tema sea
Hockings y Dunbar, 2020, publicada durante las ú ltimas fases de escritura de este libro. También es
muy recomendable Heath, 2000, cap. 6 («The Heart Has its Reasons: Why Do People Drink?»).
Además, exploraremos más adelante las hipó tesis evolutivas de bió logos como Robert Dudley y
Matthew Carrigan. Véase un ú til y breve repaso general de dichas teorías en Carrigan, 2020, pp. 24-
25, o en McGovern, 2020, pp. 86-87. Sin embargo, lo más habitual es que los intoxicantes químicos
sean ignorados en los círculos antropoló gicos o tratados como «significantes» culturales separados
de cualquier efecto subyacente sobre la psicología humana. Véase, por ejemplo, la discusió n de
MacAndrew y Edgerton a propó sito de que es «probable» que la ingesta de alcohol, en sí misma, no
tenga ningú n efecto de desinhibició n cognitiva, só lo algunos efectos motores que después sirven
como símbolo social visible, o que cualquier intoxicació n es un constructo de significado en esa
cultura (MacAndrew y Edgerton, 1969). Dietler (2006) aporta un repaso general de los enfoques
antropoló gicos del alcohol, aunque considera que la fase constructivista cultural, más reciente, es
un avance respecto al funcionalismo de las décadas de 1970 y 1980. Por ú ltimo, véase en Douglas,
1987, una fundamental colecció n de ensayos antropoló gicos que representan los puntos de vista
más exclusivamente culturales sobre el consumo de alcohol dominantes en la antropología desde
la década de 1980 hasta la actualidad.
10. Como debería quedar claro en las siguientes páginas, trabajaré con el marco teó rico de lo que
unas veces se ha llamado «coevolució n genético-cultural» (Richerson y Boyd, 2005) y otras
«teoría de la herencia dual» (Henrich y McElreath, 2007), para el cual la cognició n y la conducta
humanas son impulsadas por dos modos diferentes de herencia: genética y cultural. Por tanto,
emplearé por lo general el término evolutivo para referirme tanto a la evolució n genética como a la
cultural, aunque seré más específico cuando sea necesario. Cuando algunos académicos, como
Michael Dietler, expresan su preocupació n por «la invocació n directa excesivamente simplista de
las explicaciones genéticas o evolutivas» (Dietler, 2020, p. 125) en lo que respecta a la actitud
cultural hacia el alcohol, están mezclando incorrectamente genéticas y evolutivas. Si bien algunos
teó ricos del consumo de alcohol pueden trabajar desde el punto de vista —más limitado y
obsoleto— centrado só lo en los genes, se puede decir que el marco de la coevolució n genético-
cultural es hoy en día el modelo estándar en los enfoques evolutivos de la conducta humana
(véanse, p. ej., Henrich, 2015; Norenzayan et al., 2016, y Slingerland y Collard, 2012).
11. Véase, p. ej., Gerbault et al., 2011.
12. Véase Griffith Edwards (2000, p. 56), que atribuye su éxito a sus efectos intoxicantes
relativamente moderados y a su susceptibilidad de ser conformada y regulada por las normas
culturales, a diferencia de otras drogas intoxicantes más fuertes (pp. 56-57). Véanse también Sher y
Wood, 2005, a propó sito de los efectos singularmente predecibles y la relació n dosis-respuesta del
alcohol, frente a, por ejemplo, el cannabis (Kuhn y Swartzwelder, 1998, p. 181), y Mäkelä, 1983,
sobre su fácil integració n en otras prácticas culturales.
1. Dietler, 2020, p. 115.
2. Véase un repaso general de la bebida en la historia de la humanidad en Forsyth, 2017; Gately,
2008, y McGovern, 2009.
3. Venus con cuerno de Laussel, de la colecció n del Musée d’Aquitaine; véanse más detalles en
McGovern, 2009, pp. 16-17.
4. McGovern et al., 2004; McGovern, 2020. También se tienen indicios de la elaboració n de cerveza
en la China antigua que se remontan a alrededor de cinco mil añ os atrás. Es improbable que esa
mezcla de mijo, cebada y tubérculos ganara algú n premio en un festival de cerveza
contemporáneo, pero, al parecer, estos pioneros maestros cerveceros estuvieron probando varias
recetas antes de la generalizació n de la agricultura sedentaria en la regió n (Wang et al., 2016).
5. Gately, 2008, p. 3.
6. Barnard et al., 2011.
7. Dineley, 2004.
8. Kirby, 2006, p. 212.
9. Hagen y Tushingham, 2019; Sherratt, 2005.
10. Rucker, Iliff y Nutt, 2018.
11. Véanse Carod-Artal, 2015; Schultes, 1972, a propó sito de las «setas de piedra», y Sharon, 1972,
pp. 115-116 sobre el cactus de San Pedro en una vasija de cerámica de la cultura chavín (1200-600
a. C.).
12. Las toxinas en cuestió n, referidas en conjunto como «bufotoxinas», las producen los sapos del
género Bufo; véase Carod-Artal, 2015.
13. Joseph Henrich (comunicació n personal) ha conjeturado que, debido a la existencia de indicios
de que el alcohol pudo agravar los efectos de la intoxicació n causada por la ciguatera (un
microorganismo tó xico que afecta a los peces de arrecife), aquellas culturas donde la ciguatera
daba problemas recurrieron a la kava. La distribució n de las culturas en el Pacífico donde
predomina la kava parece, en efecto, coincidir con la prevalencia de la ciguatera.
14. Lebot, Lindstrom y Merlin, 1992, p. 13.
15. Long et al., 2016.
16. Hagen y Tushingham, 2019.
17. Véase Sherratt, 2005, pp. 26-27. Seguramente el cannabis se consumía junto con el opio en toda
esta regió n.
18. The Dude, personaje protagonista de la película El gran Lebowski (Joel y Ethan Coen, 1998),
interpretado por Jeff Bridges, que pasa sus días jugando a los bolos y fumando cannabis. (N. de la
t.)
19. Carmody et al., 2018.
20. La variedad de tabaco cultivada por la mayoría de las culturas indígenas, Nicotiana rustica, es
mucho más fuerte que la variedad comercializada hoy, Nicotiana attenuata; los alucinó genos más
comunes de los fumados tradicionalmente, junto con el tabaco, pertenecían a las especies Datura y
Brugmansia (Fuller, 2000, p. 35; Carod-Artal, 2015; Schultes, 1972, pp. 46-47).
21. Dineley, 2004.
22. Guerra Doce, 2014.
23. Weil, 1972, p. 14.
24. Como señ ala Sherratt (2005, p. 33), en las zonas centrales del planeta, donde tuvieron su origen
la agricultura y la civilizació n a gran escala, la droga predilecta era el alcohol de uva u otras frutas.
Otros pueblos más al norte tendían a consumir narcó ticos como el opio, el cannabis o el tabaco,
mientras que los pueblos del sur se aficionaron más a los estimulantes, como la cocaína, el khat, el
café o el té. La gente de todas partes también se está colocando con varios alucinó genos derivados
de enredaderas, cactus o setas (Sherratt, 2005, p. 32).
25. Hay que señ alar que, desde hace tiempo, en los círculos antropoló gicos se ha intentado explicar
el consumo del alcohol desde el punto de vista funcional, que en su mayor parte ha solido
centrarse en el alivio de los nervios o del estrés. Patrick (1982, pp. 45-47) aporta un buen resumen
de las teorías antropoló gicas clásicas del período 1920-1940. Hablaremos más adelante de la teoría
de la reducció n del estrés y también de otros intentos más recientes de los antropó logos de
explicar nuestro gusto por el alcohol.
26. Siegel, 2005, p. 54.
27. De 1814. Citado en Blocker, 2006, p. 228.
28. Nesse y Berridge, 1997, pp. 63-64.
29. Como observa Pinker, «las personas consumen pornografía cuando de hecho podrían salir a
buscar pareja, olvidan la comida para comprar heroína, venden su sangre para adquirir entradas
para ir al cine (en India), posponen tener hijos para llegar a ser directivas en las empresas donde
trabajan, y se devoran a sí mismas al poco de ser sepultadas. El vicio humano consiste en probar
que la adaptació n bioló gica es, dicho lisa y llanamente, una cosa del pasado. Nuestra mente está
adaptada a las dimensiones de las pequeñ as bandas que salían a buscar comida en las cuales
nuestra familia vivió el 95 por ciento de su existencia, no a las contingencias desordenadas que
hemos creado a partir de las revoluciones agrícola e industrial» (Pinker, 1997, p. 207) [traducció n
de Ferran Meler-Orti]. Véanse otras expresiones de la hipó tesis del pirateo en Hyman, 2005, y Wise,
2000.
30. Heberlein et al., 2004.
31. Devineni y Heberlein, 2009.
32. Shohat-Ophir et al., 2012.
33. Dicho esto, sin duda hay otros factores adaptativos que influyen en la atracció n del alcohol
para las moscas de la fruta y su capacidad de procesarlo. La bú squeda de etanol las lleva a las
frutas demasiado maduras —su principal fuente de alimento— y, como veremos más adelante, a
veces utilizan su alta capacidad de procesamiento del alcohol contra los depredadores, como las
avispas parasitoides.
34. Dudley, 2014 y 2020.
35. Añ ade: «Algunos seres humanos, en efecto, abusan del alcohol, ya que activa vías neuronales
antiguas que antes eran nutricionalmente ú tiles, pero que hoy emiten una falsa señ al de
recompensa tras un consumo excesivo» (Dudley, 2014, pp. xii, xiii).
36. Steinkraus, 1994; Battcock y Azam-Ali, 1998.
37. Véase <https://www.economist.com/middle-east-and-africa/2018/02/08/what-is-cheaper-
than-beer-and-gives-you-energy> [Consulta: 12/01/2022].
38. La fermentació n del maíz para producir cerveza casi duplica los niveles de riboflavina y ácido
nicotínico, y triplica o cuadriplica los niveles de vitaminas B; convertir el trigo en cerveza produce
aminoácidos esenciales, aumenta los niveles de vitaminas B y aporta sustancias que mejoran la
absorció n de minerales esenciales. Platt, 1955; Steinkraus, 1994, y Katz y Voight, 1986.
39. Curry, 2017.
40. Véanse los estudios citados en Chrzan, 2013, pp. 53-55.
41. Véanse los estudios citados en Dietler, 2020, p. 118.
42. Milan, Kacsoh y Schlenke, 2012.
43. Rosinger y Bathancourt, 2020, p. 147. Véanse también Vallee, 1998, y Arthur, 2014.
44. Por ejemplo, Sullivan, Hagen y Hammerstein (2008) sostienen que las neurotoxinas vegetales
pueden servir como antihelmínticos, los cuales pudieron proporcionar una considerable ventaja
adaptativa a nuestros antepasados, que vivían menos tiempo y con muchos parásitos sin los
beneficios de la medicina moderna.
45. Véase, por ejemplo, el comentario de Katharine Milton (2004), colega de Dudley en la
Universidad de California en Berkeley, quien también señ ala que hay mamíferos que no comen
fruta, como los ratones y las ratas, que muestran patrones de consumo de alcohol similares a los
humanos. Sin embargo, como apunta Dudley (2020, p. 10) en su defensa, en otras obras más
recientes (Peris et al., 2017) se afirma que la fermentació n de la fruta puede potenciar su aroma y
hacerla más apetecible para los mamíferos y las aves.
46. La mejor introducció n al poder de la evolució n cultural y nuestra dependencia de ella como
especie es Henrich, 2015. Véase también el segundo capítulo de este libro a propó sito de la
importancia para los humanos de la cultura acumulada.
47. Dietler (2006) señ ala, en respuesta a Joffe (1998), que los estudios transculturales muestran
que la gente bebe con frecuencia tanto alcohol como agua, o que los mezclan. Es muy sabido que
los griegos rebajaban su vino con agua.
48. Véase una destacada teoría sobre qué otras fuerzas adaptativas actú an en Norenzayan et al.,
2016, y los comentarios que la acompañ an.
49. Como señ ala Iain Gately (2008, p. 95), en lo que respecta a las primeras exploraciones europeas
del mundo, «el vino se llevaba una parte importante del coste de avituallarse para una expedició n.
Magallanes gastó más en jerez que en armamento; de hecho, sus raciones de vino costaron casi el
doble que su buque insignia, el San Antonio».
50. Véase la cita en Mandelbaum, 1965, p. 284. En los albores de la colonia de Nueva York, el
gobernador Edmund Andros impuso una forma parcial de ley seca y prohibió la destilació n,
excepto de cereales dañ ados e incomestibles, porque los fabricantes de bebidas acaparaban una
proporció n tan alta de las provisiones de cereales que la gente no encontraba pan (Gately, 2008, p.
153).
51. Duke, 2010.
52. Poo, 1999, p. 127.
53. Guasch-Jané, 2008.
54. Forsyth, 2017, pp. 171 (en referencia al almacén seguro construido para albergar el primer
suministro de ron de la Primera Flota) y 173.
55. Forsyth, 2017, p. 37.
56. Citado en Gately, 2008, p. 215.
57. Gately, 2008, p. 216.
58. Pollan, 2001, pp. 3-58.
59. Jennings y Bowser, 2009.
60. De hecho, Dietler (2006, p. 238) apunta que «la mayoría de las formas de alcohol tradicionales
están hechas para su consumo inmediato: se echarán a perder al cabo de unos días de
conservació n». La mayoría de las cervezas de cereales, por ejemplo, se estropean enseguida si no
se les añ ade lú pulo, una innovació n que no se produjo hasta el siglo IX en Europa.
61. Holtzman, 2001.
62. Shaver y Sosis, 2014. Como señ alan los autores, dados los costes de la producció n y el consumo
de la kava, debe de brindar algunos importantes beneficios sociales que los compensen.
63. Otro historiador calculó que, en torno a la época de la Revolució n francesa, el parisino medio
gastaba el 15 por ciento de sus ingresos totales en vino (citado en Mäkelä, 1983).
64. Wettlaufer et al., 2019.
65. Colaboradores, 2018, p. 12. Las cursivas son mías.
66. Shakespeare, W., Otelo (acto II, escena III). La traducció n es de José María Valverde.
67. Como señ ala Ronald Siegel (2005), en todo el reino animal, aquellos que se intoxican con
alcohol o con vegetales son más propensos a los accidentes y la depredació n, y tienden a ser unos
padres terribles y muy desatentos. Un estudio realizado por Sánchez et al. (2010) reveló que la
fruta fermentada hasta alcanzar más del 1 por ciento de etanol acababa emborrachando a los
murciélagos, lo que afectaba a su capacidad para volar, su mecanismo de orientació n auditiva y su
comunicació n con otros murciélagos, de modo que corrían un mayor riesgo de sufrir heridas o
caer presas de un depredador. Véase también Samorini, 2002, p. 11-22.
68. Como han observado Steve Morris y su equipo (Morris, Humphreys y Reynolds, 2006), a pesar
de las historias de manadas de elefantes salvajes que van a la bú squeda de frutas caídas,
alcohó licas, y después se ponen a correr como locos, hay simples consideraciones fisioló gicas que
sugieren que esto es imposible: la fruta alcohó lica natural es bastante suave, y los elefantes, muy
grandes. «Si se extrapola a partir de la fisiología humana, un elefante de 3.000 kg tendría que
ingerir entre 10 y 27 litros con el 7 por ciento de etanol en un breve período para que su conducta
se viera muy afectada», observan. Esto significa, por decirlo suavemente, que es improbable que
les suceda esto a los elefantes salvajes. Un elefante só lo podría emborracharse si pudiera acceder a
grandes cantidades de bebida de alta graduació n. En otras palabras: no podría haber elefantes
borrachos sin personas borrachas.
69. Carrigan, 2020; Carrigan et al., 2014; véanse también en Gochman, Brown y Dominy indicios de
que, en el caso de dos primates (el ayeaye es uno; el otro recibe el maravilloso nombre de lori
perezoso), la ADH4 les permite hacer un uso preferente de la fruta con un alto contenido en
alcohol. Hockings y Dunbar (2020, p. 197) conjeturan que fue la ADH4 la que permitió a aquellos
linajes de simios que la poseían sobrevivir a la extinció n general de los simios producida durante el
período seco del Mioceno (entre 10,4 y 5 millones de añ os atrás), cuando la característica
capacidad de los monos para digerir fruta aú n verde les brindó lo que en otras circunstancias
habría sido una ventaja evolutiva decisiva.
70. Véanse en especial Hagen, Roulette y Sullivan, 2013; Hagen y Tushingham, 2019, y Sullivan,
Hagen y Hammerstein, 2008.
71. Merece la pena señ alar que nuestros parientes más cercanos, los gorilas y los chimpancés,
también parecen disfrutar compartiendo intoxicantes vegetales. De hecho, algunas culturas locales
afirman haber descubierto las propiedades psicoactivas de los vegetales de su entorno tras ver a
simios no humanos consumirlas (Samorini, 2002).
72. Sobre la tolerancia a la lactosa, véase Gerbault et al., 2011; sobre el Tíbet, véase Lu et al., 2016;
sobre las adaptaciones para bucear, véase Ilardo et al., 2018.
73. Véase en Gibbons, 2013, un informe sobre el trabajo que documenta los problemas de
dependencia del camino relacionados con el pie, el tobillo y la espalda humanos.
74. El fármaco, el disulfiram, imita los efectos de una enzima ALDH ineficiente suprimiendo
directamente la actividad de las ALDH en el cuerpo. Véase Oroszi y Goldman, 2004.
75. Peng, G. S. et al., 2014; Peng, Y. et al., 2010.
76. Goldman y Enoch, 1990.
77. Park et al., 2014; Han et al., 2007. Véase también Polimanti y Gelernter, 2017, que sostienen
que «las señ ales de selecció n en el lugar de las ADH1B [la variante de ADH hipereficiente] están
principalmente relacionadas con efectos diferentes a los del metabolismo del alcohol», en vez de
reflejar una reacció n al problema de las enfermedades infecciosas.
78. Merece la pena señ alar que M. A. Carrigan et al., 2014, consideran la combinació n de las dos
enzimas como «una fase temprana de adaptació n» al nuevo problema del alcohol creado por la
agricultura a gran escala. La pregunta de con qué rapidez cabría esperar que se extendiera esta
panacea, en ausencia de fuerzas adaptativas compensatorias, carece de respuesta. Sin embargo,
dada la rapidez de la evolució n genética y la gravedad del problema del alcohol, es razonable
asumir que la lenta velocidad de propagació n de este complejo de genes refleja la fuerza de
presiones compensatorias del tipo que exploraremos después: los beneficios adaptativos —para el
individuo y para el grupo— de la intoxicació n alcohó lica. En cualquier caso, las consideraciones
evolutivas culturales exploradas a continuació n refuerzan la afirmació n de que la combinació n
genética del rubor asiático se ha propagado de forma misteriosamente lenta.
79. Frye, 2005, p. 67.
80. Forsyth, 2017, p. 121. Todas las citas de Mark Forsyth corresponden a la traducció n de
Constanza Gutiérrez, Una borrachera cósmica: una historia universal del placer de beber (Ariel,
Barcelona, 2019).
81. Gately, 2008, p. 63.
82. Forsyth, 2017, p. 127.
83. Libro de las odas, n.o 220 y n.o 255, citadas en Kwong, 2013, p. 46.
84. Citado en Chan, 2013, p. 16. Como ha señ alado Robert Eno (2009, p. 101), las primeras
menciones en nuestras fuentes escritas del Mandato del Cielo tenían que ver con la protecció n del
nuevo linaje real frente al alcohol, considerado el vicio fundamental que condujo a la caída de la
dinastía Shang.
85. A propó sito de las preocupaciones iniciales de China por el alcohol, véanse Poo, 1999, y
Sterckx, 2006, pp. 37-40.
86. Chan, 2013, p. 16.
87. Poo, 1999, nota al pie n.o 23.
88. Por ejemplo, en el 207 d. C., Cao Cao, gran canciller de la dinastía Han Oriental (155-220),
anunció un edicto por el cual se prohibía el consumo de alcohol, preocupado por que beber en
exceso estuviese provocando el caos social y poniendo en peligro el Estado. Merece la pena señ alar
que Cao Cao y su corte estaban exentos de esta prohibició n y que, de hecho, eran famosos por crear
tropos poéticos en banquetes con alcohol (Williams, 2013).
89. De James Davidson, citado en Chrzan, 2013, p. 20.
90. Tlusty, 2001, p. 71.
91. De 1898, citado en Edwards, 2000, p. 45.
92. Citado en Hall, 2005, p. 79.
93. Hall, 2005, p. 79.
94. Sherratt, 2005, p. 21.
95. Matthee, 2014, p. 101. Mark Forsyth (2017, pp. 104-119) también aporta un ú til recuento de
las posturas contradictorias hacia el alcohol en el islam.
96. Citado en Matthee, 2014, p. 100.
97. Fuller, 1995.
98. Fuller, 2000, p. 113; véase también Fuller, 1995, pp. 497-498.
99. Sherratt, 2005, p. 23.
100. Poo, 1999, p. 135.
101. Oda n.o 279, «Añ o abundante».
102. Poo, 1999.
103. Chrzan, 2013, pp. 34-39.
104. Edwards, 2000, pp. 22-23. Véase también Wilson, T., 2005.
1. Véase Henrich, 2012, cap. 2, a propó sito de los límites de la inteligencia humana, y el cap. 3, sobre
los infortunios de los exploradores europeos varados, historias que ejemplifican la impotencia de
los humanos que intentan sobrevivir sin el beneficio del conocimiento cultural.
2. Véase en Christakis, 2019, cap. 2, un enfoque similarmente esclarecedor de algunas catástrofes
histó ricas, con testimonios de supervivientes de naufragios, en que el éxito depende en ú ltima
instancia de la cooperació n efectiva y la subordinació n de las necesidades individuales a las del
grupo. Merece la pena señ alar que Christakis destaca la presencia del alcohol como factor causal
en el fracaso de las «comunidades no intencionadas» (2019, pp. 50, 95 y 99), lo cual, a primera
vista, parece contradecir una importante tesis de este libro, a saber, que el alcohol ayudó a los
humanos a ampliar el alcance de la colaboració n. En realidad, estos ejemplos refuerzan un
argumento que plantearé en el quinto capítulo: en ausencia de cualquier norma cultural o ritual
que rija su consumo, el licor destilado —una novedad en términos evolutivos, una forma
extraordinariamente peligrosa de alcohol y casi lo ú nico que les queda a los supervivientes de
naufragios— es a menudo más perjudicial que beneficioso, tanto para los grupos como para los
individuos.
3. Véanse Boyd, Richerson y Henrich, 2011, y Laland, 2000.
4. De nuevo, la introducció n más amena y ú til a este tema es Henrich, J., 2015. Véanse en especial
los capítulos 15 («When We Crossed the Rubicon»), 16 («Why Us?») y 17 («A New Kind of
Animal»). Véase también Boyd, Richerson y Henrich, 2011.
5. Wrangham (2009) cree que esta adaptació n al fuego se remonta incluso al Homo erectus, pero
existe cierto debate al respecto.
6. Hrdy, 2009, cap. 1 («Apes on a Plane»).
7. Haidt, Seder y Kesebir, 2008.
8. Véase una reseñ a en Marino, 2017.
9. Véase en Heidt, 2020, un repaso de la investigació n reciente sobre el tema.
10. Dally, Emery y Clayton, 2006; Emery y Clayton, 2004.
11. Wilson, Mackintosh y Boakes, 1985. Aunque las aves siguen una trayectoria evolutiva muy
distinta a la de los primates, los có rvidos, a través de un proceso de evolució n convergente,
parecen haber desarrollado una regió n cerebral —nidopallium caudolaterale (NCL)— cuya
funció n es análoga a la de la corteza prefrontal (CPF) de los seres humanos, base del razonamiento
abstracto y la funció n ejecutiva (Veit y Nieder, 2013). Como veremos, la CPF es un importante
factor en cualquier historia sobre la funció n adaptativa de la intoxicació n.
12. Heinrich, 1995.
13. Gopnik et al., 2017.
14. Otra especie que experimenta la menopausia son las orcas, probablemente por razones muy
similares a la humana: la inversió n intensiva en la crianza de los menores. Véase Fox, Muthukrishna
y Schultz, 2017.
15. Só focles, 1949, líneas 173-181. Traducció n de Assela Alamillo (Gredos, Madrid, 2000).
16. Huizinga, 1955, p. 108.
17. Richerson y Boyd, 2005.
18. Huizinga, 1955, p. 110.
19. La solució n es, en inglés, hole (agujero): fox-man-peep (zorro-hombre-mirar) / foxhole-
manhole-peephole (madriguera-pozo-mirilla). (N. de la t.)
20. Gopnik et al.; véase el artículo para las referencias que lo respaldan.
21. Blicket es una palabra inventada por los investigadores y utilizada en experimentos de
aprendizaje con niñ os. Así, se les dice, por ejemplo: «É sta es una máquina que funciona con
blickets»; los niñ os tratarán de averiguar qué son los blickets probando a colocar encima cubos de
distintas formas. (N. de la t.)
22. Adaptado de Gopnik et al., 2017, fig. 2.
23. Adaptado de Sowell et al., 2002, figuras 3 y 4b. La densidad de las materias gris y blanca
reflejaba sus respectivos volú menes en relació n con el volumen intracraneal total.
24. Como observan Gopnik y su equipo, «un fuerte control frontal conlleva costes para la
exploració n y el aprendizaje. La interferencia con las áreas de control prefrontal mediante
estimulació n transcraneal por corriente directa provoca una amplia variedad de respuestas en una
tarea de “pensamiento divergente”, y durante el aprendizaje se produce una liberació n distintiva
del control frontal». Véanse las citas que aparecen aquí, en especial Thompson-Schill, Ramscar y
Chrysikou, 2009, y Chrysikou et al., 2013. Véase también Chrysikou, 2019.
25. Limb y Braun, 2008.
26. Chrysikou et al., 2013. Véase también Hertenstein et al., 2013, un estudio más reciente donde la
desactivació n transcraneal de la CPF izquierda y la estimulació n de la CPF derecha produjo un
mejor desempeñ o en varias tareas de creatividad y pensamiento lateral.
27. Brown, 2009, p. 55.
28. Ibídem, p. 33.
29. Ibídem, p. 44.
30. Zabelina y Robinson, 2010.
31. Henrich, 2015.
32. Muthukrishna et al., 2018.
33. Añ aden: «Los individuos, conectados por cerebros colectivos, al transmitir y aprender
selectivamente informació n, a menudo sin su percepció n consciente, pueden producir diseñ os
complejos sin la necesidad de un diseñ ador, como hace la selecció n natural en la evolució n
genética. El proceso de evolució n cultural acumulativa da lugar a tecnologías y técnicas que
ningú n individuo podría reproducir por sí solo en toda su vida, y no necesita que sus beneficiarios
entiendan có mo y por qué funcionan» (Muthukrishna et al., 2018).
34. Henrich, 2015, pp. 97-99.
35. Ibídem, pp. 97-99 y op. cit.
36. Kline y Boyd, 2010; Bettencourt y West, 2010.
37. Henrich, 2015, cap. 15.
38. Adaptado de Muthukrishna et al., 2018, fig. 9 (CC-BY).
39. Gopnik, 2009, p. 123.
40. Ibídem, pp. 115-119.
41. Ibídem, pp. 95-105.
42. Pasta untable de extracto de levadura, de color marró n, textura pegajosa y sabor muy intenso, y
subproducto de la elaboració n de cerveza. (N. de la t.).
43. Skyrms, 2004, xi; compárese con Yanai y Lercher, 2016.
44. Dawkins, 1976/2006. De hecho, la reproducció n sexual representa en sí misma un tipo de
acuerdo cooperativo: siempre y cuando el proceso mediante el cual los genes son seleccionados
para subir a bordo de la célula sexual (espermatozoide u ó vulo) sea aleatorio y, por tanto, justo,
todos se avienen a la condició n de que la mitad de ellos nunca logrará llegar. Existen, por tanto,
unas fuertes presiones selectivas para asegurar que la selecció n sea justa y resistir la presió n de
varios mecanismos tramposos que tratan de favorecer un conjunto de genes sobre otros.
45. Véase en Wilson, 2007, una excelente introducció n a los procesos darwinianos que actú an en
todos los niveles de la cooperació n, desde los genes hasta los individuos en grupos.
46. Véase un repaso en Hauert et al., 2002. Como ellos señ alan, «la diversidad de los nombres
subraya la ubicuidad del problema».
47. Por poner un ejemplo político, en las primarias del Partido Demó crata de 2020, se dio una
variante del dilema del prisionero. El bien pú blico requería que el ala moderada del Partido
Demó crata se uniera en torno a un candidato de consenso, pero —al menos hasta el Supermartes
— ningú n miembro moderado del partido estaba dispuesto a sacrificar su candidatura sin el
compromiso de sus rivales de fusionarse alrededor de una opció n de consenso. Los consorcios
petroleros, como la OPEP y los países de su ó rbita, son vulnerables a que un miembro corrupto
rompa filas para aumentar la producció n a costa de los demás miembros. En el momento de
escribir esto (marzo de 2020), tras el desplome de los precios del petró leo provocado por el brote
de COVID-19, Arabia Saudí parece haber decidido desertar a costa de Rusia.
48. Damasio, 1994; Frank, 1988; Haidt, 2001.
49. Frank, 1988.
50. La filó sofa que más ha contribuido a dirigir nuestra atenció n a este tipo de relaciones y a
identificar el contexto de la confianza, más profundo, que explica todas las interacciones humanas,
es Annette Baier. Véase en especial Baier, 1994.
51. Spinka, Newberry y Bekoff, 2001; Brown, 2009, p. 181.
52. Brown, 2009, pp. 31-32.
53. Gopnik, 2009, p. 11. La traducció n es de María Jesú s Asensio (El filósofo entre pañales, Temas
de Hoy, Barcelona, 2010).
54. Se debe señ alar que Gopnik y sus colaboradores reconocen este problema, y señ alan: «Los
niñ os pequeñ os son rara vez el origen de las innovaciones técnicas complejas; diseñ ar y producir
una herramienta efectiva, por ejemplo, es una tarea exigente que requiere innovació n y habilidad
ejecutiva». No obstante, consideran que esa juventud es clave para la innovació n cultural: «Las
innovaciones que requieren esfuerzo y son raras cuando aparecen por primera vez en una
generació n pueden ser más fáciles y generalizadas en la siguiente generació n. De hecho, entre los
animales no humanos, son los muy jó venes los que suelen producir, adoptar y difundir las
innovaciones culturales» (2017, pp. 55-58).
55. San Mateo 18, 3; Daodejing, caps. 10, 20, 28 y 55.
56. Braun, 1996, p. 40.
57. Ibídem, p. 14.
58. Sher y Wood (2005) aportan una excelente introducció n a los efectos fisioló gicos del alcohol;
véase también Sher et al., 2005.
59. Olive et al., 2001; Gianoulakis, 2004.
60. Merece la pena señ alar que, aunque a veces se recomienda el alcohol como somnífero, no es el
mejor consejo. Su efecto sedante, mediante la inhibició n de la actividad cerebral, sí facilita
conciliar el sueñ o al principio. Sin embargo, el cerebro siempre está intentando adaptarse y
recuperar el equilibrio, y existen indicios de que reacciona a los efectos inhibidores del alcohol
estimulando el sistema excitatorio, lo que produce un efecto rebote. Por eso el sueñ o inducido por
el alcohol es a menudo profundo y rápido al principio, pero hace que uno se despierte en mitad de
la noche y que después cueste volver a dormirse.
61. Olsen et al., 2007.
62. Miller y Cohen, 2001.
63. Mountain y Snow, 1993.
64. Heaton et al., 1993; Lyvers y Tobias-Webb, 2010; Nelson et al., 2011; Easdon et al., 2005.
Asimismo, Lyvers, Mathieson y Edwards, 2015, han mostrado los efectos negativos del alcohol
sobre el desempeñ o en otra tarea experimental, el «juego de azar de Iowa» (IGT, por sus siglas en
inglés), que depende más específicamente de la actividad de la corteza prefrontal ventromedial
(CPFVM).
65. Nie et al., 2004.
66. Steele y Josephs (1990) fueron los primeros defensores de la teoría de la «miopía alcohó lica»;
véanse también varias reseñ as de la literatura en Sayette, 2009; Sher et al., 2005, p. 92 y ss., y
Bègue et al., 2013.
67. Dry et al., 2012.
68. A propó sito de la desinhibició n, véase Hirsch, Galinsky y Zhong, 2011; sobre la disfunció n de la
CPF, la CCA y el control cognitivo general, véanse Lyvers, 2000; Curtin et al., 2001, y Hull y Slone,
2004. Malcolm Gladwell (2010) presenta las explicaciones de la desinhibició n y la miopía como
teorías en conflicto, mientras que lo más probable es que sean complementarias, só lo dos aspectos
de la regulació n a la baja de la CPF y los sistemas relacionados a causa del alcohol.
69. Easdon et al., 2005.
70. Carhart-Harris et al., 2012 y 2014; Kometer et al., 2015; Pollan, 2018, pp. 303-305. Un estudio
de Domínguez-Clavé et al. (2016) afirma que la ayahuasca relaja las limitaciones descendentes y
«el control cognitivo que ejerce la corteza frontal».
71. Dietrich, 2003.
72. Kuhn y Swartzwelder, 1998, p. 181.
73. Quien de forma más destacada y explícita identificó esta tensió n fue el filó sofo alemán
Friedrich Nietzsche. Véase, en especial, El nacimiento de la tragedia (1872).
74. Las leyes, libro II, citado en inglés en Szaif, 2019, p. 107.
75. Huxley, 1954/2009, p. 77.
76. Fertel, 2015.
1. Braidwood et al., 1953; Dietler, 2006; Hayden, Canuel y Shanse, 2013; Katz y Voight, 1986. No
obstante, véase también un punto de vista contrario en Dominy, 2015.
2. Arranz-Otaegui et al., 2018.
3. Hayden, Canuel y Shanse, 2013; Arranz-Otaegui et al., 2018.
4. Por ejemplo, un sello de arcilla hallado en un yacimiento en el norte de Irak, que data quizá del
4000 a. C., muestra a dos personas bebiendo con pajitas de una gran vasija que, sin duda, contiene
algo más que agua. La cerveza sumeria era la versió n auténtica de lo que hoy llamamos cerveza
«sin filtrar»: la levadura se dejaba fermentar en la vasija y formaba una corteza só lida en la
superficie de la cerveza, que después se bebía con unas pajitas que atravesaban la capa de levadura
(Katz y Voight, 1986).
5. Fay y Benavides, 2005. El 95 por ciento de las levaduras de vino están estrechamente
emparentadas, lo que indica un ú nico origen de la producció n de vino a base de uva,
probablemente Mesopotamia, y su posterior expansió n en todo Oriente Pró ximo y Europa (Sicard
y Legras, 2011).
6. Existen só lidos indicios de la producció n general de chicha en toda América del Sur en los
primeros siglos de la era comú n (Jennings y Bowser, 2009).
7. Watson, Luanratana y Griffin, 1983.
8. Véase el análisis en Carmody et al., 2018.
9. Traducció n del alemán de Eduardo Gil Bera (Lumen, Barcelona, 2012).
10. Citado en Mattice, 2011, p. 247.
11. Citado en Kwong, 2013, p. 56. Tal vez, de los poemas inspirados por el alcohol, mi favorito sea el
de Tao Qian o Tao Yuanming (pp. 365-427). Véanse en Mattice, 2011; Kwong, 2013, e Ing (en
preparació n), cap. 3, excelentes estudios del papel del vino en la cultura de la China y la Grecia
antiguas.
12. Citado en Gately, 2008.
13. Ibídem, p. 56.
14. Roth, 2005, p. 122.
15. Citado en Roth, 2005, p. 108. Véase en Roth un excelente repaso del papel de los intoxicantes en
la cultura creativa antigua y la contemporánea, así como en Djos, 2010.
16. Lebot, Lindstrom y Merlin, 1992, p. 155.
17. Véanse las palabras del clarinetista de jazz Mezz Mezzrow (1899-1972), gurú del cannabis de la
contracultura estadounidense de mediados del siglo XX, citadas en Roth, 2005, p. 130.
18. Eliade, 1964, es la obra clásica sobre el chamanismo en un contexto transcultural. Véase un
estudio más reciente, enmarcado en una perspectiva evolutiva moderna, en Winkelman, 2002.
19. Lietava, 1992. No obstante, véase en Sommer, 1999, el argumento de que los restos vegetales
son posteriores al entierro, procedentes de la flora del lugar.
20. Harkins, 2006.
21. Amabile, 1979; véase también Harkins, 2006, a propó sito de la «relació n entre evaluació n y
rendimiento».
22. Véanse Aiello et al., 2012, y la literatura reseñ ada allí, así como Beilock, 2010, y DeCaro et al.,
2011.
23. Gable, Hopper y Schooler, 2019; Mooneyham y Schooler, 2013.
24. Haarmann et al., 2012.
25. Citado en Katz y Voight, 1986.
26. Proverbios 31, 6.
27. Citado en Sayette, 1999.
28. Citado en Kwong, 2013, p. 52.
29. Véase en Patrick, 1952, pp. 45-47, un estudio de las primeras teorías funcionalistas, casi todas
ellas centradas en la huida de la realidad y el alivio de la ansiedad.
30. Horton, 1943, p. 223.
31. Véase, por ejemplo, Sher et al., 2005, p. 88, donde se hace hincapié en la importancia de los
«efectos de la expectativa», o la posible eficacia del alcohol como puro placebo ante ciertas
expectativas culturales.
32. Véanse en especial O. Dietrich et al., 2012; Dunbar, 2017; Dunbar et al., 2016; Wadley, 2016, y
Wadley y Hayden, 2015. Todos estos puntos de vista serán tratados más adelante.
33. Nagaraja y Jeganathan, 2003.
34. Adaptado de Nagaraja y Jeganathan, 2003, fig. 2.
35. Levenson et al., 1980.
36. Acuñ ado por Levenson et al. (1980); compárese con Baum-Baicker, 1985; Peele y Brodsky,
2000, y Mü ller y Schumann, 2011.
37. Como señ ala Sayette (1999), la miopía alcohó lica hace que quien bebe se concentre en el
entorno inmediato, lo que significa que reduce más el estrés si se combina con distracciones
agradables, en especial las interacciones sociales. Por ello, beber a solas puede tener, sobre todo,
consecuencias negativas, un tema al que volveremos en el quinto capítulo.
38. Bahi, 2013; véase también la literatura reseñ ada allí.
39. Sobre esta cuestió n, es pertinente el argumento de MacAndrew y Edgerton (1969) de que, a lo
largo de la historia, el alcohol ha servido para facilitar un «tiempo muerto» a las personas, que les
permite afirmar su deseo de libertad individual frente a las constricciones y exigencias sociales.
40. Véase en Tooby y Cosmides, 2008, el argumento clásico sobre la necesidad de una capacidad
desarrollada para evaluar la confiabilidad de los demás.
41. Willis y Todorov, 2006; Van’t Wout y Sanfey, 2008; Todorov, Pakrashi y Oosterhof, 2009.
42. Cogsdill et al., 2014, que también incluye una revisió n de la literatura relevante.
43. Frank, Gilovich y Regan, 1993.
44. Véase en Sparks, Burleigh y Barclay, 2016, una reseñ a con citas de la literatura relevante. En un
excelente estudio, David DeSteno y su equipo, 2012, se centraron en un conjunto de pistas no
verbales concretas y predictivas en las que se basaba la gente para juzgar si alguien era un socio no
confiable en un juego econó mico: tocarse las manos o la cara, cruzar los brazos y apartarse.
Detectamos, al menos de forma implícita, que las personas demasiado inquietas están pensando
demasiado, y de hecho fueron las que se tocaban las manos y se cruzaban de brazos las que
tendieron a desertar en los juegos de confianza econó mica. Con un maravilloso giro de tuerca que
les permitió excluir otras posibles confusiones, descubrieron que los sujetos también desconfiaban
de un robot llamado Nexi cuando le hicieron representar las mismas pistas conductuales. No es que
Nexi les cayera peor cuando se cruzaba de brazos: simplemente no le confiaban su dinero.
45. Darwin, 1872/1998; Ekman, 2006; compárese también con Bradbury y Vehrencamp, 2000. En
China, los primeros pensadores confucianos (c. 300 a. C.) consideraban que las muestras de

emociones, la interpretació n del «semblante» (si, ) y del tono de voz y la observació n de las
pupilas eran la forma más fiable de juzgar la verdadera talla moral de los demás (Slingerland,
2008).
46. Tracy y Robbins, 2008.
47. Ekman y O’Sullivan, 1991; M. G. Frank y Ekman, 1997; Porter et al., 2011; Ten Brinke, Porter y
Baker, 2012; Hurley y Frank, 2011.
48. Sobre las sonrisas, véanse Ekman y Friesen, 1982, y Schmidt et al., 2006; sobre las risas, véase
Bryant y Aktipis, 2014.
49. Centorrino et al., 2015; véase también Krumhuber et al., 2007, donde los investigadores
pudieron crear dinámicas de sonrisas «falsas» frente a sonrisas «auténticas» en supuestos socios
en juegos de confianza, y descubrieron que el 60 por ciento de los participantes optaron por jugar
con un socio cuya sonrisa fuese auténtica; el 33,3 por ciento, con uno de sonrisa falsa, y el 6,25 por
ciento, con uno de expresió n neutral. Además, véase en Tognetti et al., 2013, un repaso de la
evaluació n de la cooperació n basada en los gestos faciales, en especial las sonrisas espontáneas; y
Levine et al., 2018, a propó sito de la tendencia de las personas a depositar una mayor confianza en
quienes han mostrado señ ales de una emoció n genuina.
50. Dijk et al., 2011, y op. cit. Véase también Feinberg, Willer y Kaltner, 2011, a propó sito del
bochorno como señ al social positiva de confianza.
51. Ten Brinke, Porter y Baker, 2012.
52. Boone y Buck, 2003, y op. cit.
53. Rand, Greene y Nowak, 2012; Capraro, Schulz y Rand, 2019; Rand, 2019.
54. Es decir, los modelos éticos de «cognició n fría», con la excepció n del racionalista, han sido
histó ricamente bastante raros, pero se impusieron más o menos en la filosofía occidental hace
algunos siglos. Véanse más detalles sobre la espontaneidad y la confianza en Slingerland, 2014, cap.
7.
55. Dawkins et al., 1979.
56. Por ejemplo, el trabajo de Silk (2002) apunta a que los chimpancés emplean señ ales no
verbales, como toses o gruñ idos graves, para transmitir que son de fiar y no van a agredir a otros.
57. Byers, 1997.
58. Ekman, 2003, cap. 5; véase también un análisis en Frank, 1988.
59. Porter et al., 2011.
60. Michael Sayette (comunicació n personal) señ ala que esta funció n también puede tener su lado
oscuro, ya que los gobernantes tiránicos podrían aprovechar la sinceridad que propicia el alcohol
para mantener a raya a sus subordinados. En este sentido, merece la pena señ alar que Stalin, al
parecer, mantuvo a los funcionarios bajo su mando en un estado constante de terror y sumisió n,
incapaces de conspirar entre ellos, convocándolos de pronto, a veces en mitad de la noche, a
sesiones con fuertes dosis de alcohol donde el propio Stalin se mantenía sobrio.
61. Esta frase aparece en un texto cuyo título se traduce como «El viaje del rey Cheng a Chengpu»
(Ma, 2012, p. 148), escrito en bambú , incompleto y muy difícil de descifrar. Forma parte de la
colecció n de los textos del período de los Reinos combatientes (siglo III a. C., aproximadamente)
adquiridos y publicados por el Museo de Shanghái.
62. La traducció n es de J. M. Requejo, en Diálogo sobre los oradores, Gredos, Madrid, 2008.
63. Gately, 2008, p. 15; véanse también las pp. 15-16, así como Szaif, 2019, a propó sito de los
puntos de vista griegos sobre el vino y la franqueza.
64. Gately, 2009, p. 12, sobre los mitos griegos; Forsyth, 2017, pp. 126-127, sobre los juramentos
vikingos; McShane, 2014, sobre la Inglaterra del siglo XVII.
65. Lebot et al., 1992, p. 119.
66. Fuller, 2000, p. 37.
67. Oda n.o 174.
68. Citado en Gately, 2008, p. 452.
69. «La cuba de cerveza, con su característica forma, sirve como indicació n simbó lica de la
interacció n social en los sellos grabados más antiguos y otras escenas de banquetes»
(Michalowski, 1994, p. 25).
70. Chrzan, 2013, p. 36.
71. Heath, 1990, p. 268.
72. Powers, 2006, p. 148.
73. Chrzan, 2013, pp. 30-31.
74. Austin, 1979, p. 64.
75. Fray Bernardino de Sahagú n, citado en Carod-Artal, 2015.
76. Price, 2002; Fatur, 2019.
77. Mandelbaum, 1965; Gefou-Madianou, 1992.
78. Como señ ala Mandelbaum (1979, pp. 17-18), «se suele considerar que la bebida es más bien
para quienes lidian con el entorno exterior, y no tanto para quienes tienen la tarea de emprender y
mantener las actividades internas de una sociedad. En la India antigua, esta distinció n la
simbolizaba la diferencia entre el dios Indra, el flagelo de los enemigos, el tonante, el juerguista y
bebedor habitual, y Váruna, el guardián sobrio del orden y la moral».
79. Jennings y Bowser, 2009, donde se cita Weismantel, 1988, p. 188.
80. D. Heath, 1958; D. B. Heath, 1994.
81. Madsen y Madsen, 1979, p. 44.
82. Forsyth, 2017, p. 28.
83. Jennings y Bowser, 2009, p. 9.
84. Tlusty, 2001, p. 1. Véase también su descripció n de la bebida como «contrato» en los inicios de
la Alemania moderna (pp. 92-93), que «creaba un vínculo entre los que bebían con más peso que
una promesa verbal, o incluso un acuerdo escrito».
85. Michalowski, 1994, pp. 35-36.
86. Analectas, 10-8. Esta frase es más elegante en chino clásico —só lo cuatro caracteres (

, wei jiu bu liang)—, y siempre me ha gustado la idea de que se


inscriba en mi lápida.
87. Citado en Roth, 2005, p. 55.
88. Szaif, 2019.
89. Mattice, 2011, p. 246.
90. Mars, 1987.
91. Shaver y Sosis, 2014.
92. Osborne, 2014, p. 60.
93. Citado en Pollan, 2001, p. 23; como observa Pollan, los lectores de Emerson sabrían que se
estaba refiriendo a las propiedades alcohó licas de las manzanas al llamarlas «fruta social».
94. James, 1902/1961. La traducció n es de José Francisco Ivars (Península, Barcelona, 2002).
95. Duke, 2010, p. 266.
96. Bourguignon, 1973.
97. Ehrenreich, 2007, p. 5.
98. Radcliffe-Brown, 1922/1964, p. 252, citado en Rappaport, 1999, p. 226. La traducció n es de
Sabino Perea (Cambridge University Press, Madrid, 2001).
99. Rappaport, 1999, p. 227.
100. Tarr, Launay y Dunbar, 2016, y véase la literatura allí repasada.
101. Reddish, Bulbulia y Fischer, 2013.
102. Véanse las referencias en Earle, 2014, p. 83.
103. Forsyth, 2017, p. 44; véase su relato de este festival en las pp. 42-49.
104. McGovern, 2020, p. 89.
105. Reinhart, 2015; compárese con Allan, 2007.
106. Guerra Doce, 2014, p. 760.
107. Fuller, 2000, p. 28. Véase también una descripció n del consumo de yajé entre los barasanas en
Tramacchi, 2004.
108. Véase Mehr et al., 2019; los resultados sobre el alcohol, que no se incluyeron en la versió n
final del artículo publicado, proceden de una comunicació n personal con el autor principal.
109. Pitek descubrió que, de las 160 culturas incluidas en la base de datos «eHRAF World Cultures»
con la etiqueta de «prácticas religiosas extáticas», só lo 140 de ellas cumplían nuestros criterios.
Esto se debe a que «orgías», una categoría anterior, se cambió por «prácticas religiosas extáticas»
en 2000, lo que dio lugar a que en esta ú ltima categoría se incluyeran prácticas sexuales que no
necesariamente conllevan estados extáticos. Aparecieron otras 154 culturas no presentes en la
bú squeda inicial cuando Pitek buscó la palabra trance, pero la falta de tiempo nos impidió analizar
dichas culturas, de modo que es casi seguro que el cálculo del 71 por ciento sea inferior al real.
Muchas gracias a Emily por su arduo y meticuloso trabajo en este proyecto.
110. Fernandez, 1972, p. 244.
111. Machin y Dunbar, 2011; véase también Dunbar, 2017, sobre el papel del alcohol en particular.
112. Crockett et al., 2020; Wood et al., 2006; véase una reseñ a en Siegel y Crockett, 2013.
113. A propó sito de las religiones modernas basadas en el MDMA, véanse St. John, 2004, y Joe-
Laidler, Hunt y Moloney, 2014.
114. Kometer et al., 2015.
115. Fray Bernardino de Sahagú n, Historia general de las cosas de Nueva España, tomo III,
Imprenta del Ciudadano Alejandro Valdés, Ciudad de México, 1830, p. 118.
116. Furst, 1972, pp. 154-156.
117. «Fue en este contexto de desorden cultural cuando surgió la religió n de la “danza de los
espíritus” y suscitó el entusiasmo general. La religió n de la “danza de los espíritus” profetizaba el
inminente comienzo de una era dorada de armonía panindígena. Hacía hincapié en la necesidad de
la paz entre las tribus y dio forma a un sentido de unidad intertribal basada en su comú n desprecio
por la civilizació n del hombre blanco» (Fuller, 2000; p. 38 y ss.; véase también Shonle, 1925).
118. La traducció n es de Juanjo Estrella, en Jules, E., El arte de perder el control, Ariel, Barcelona,
2018.
119. Dietrich et al., 2019; compárese con Dietrich et al., 2012. Véase un popular relato sobre
Gö bekli Tepe y el vínculo con el alcohol y los comienzos de la civilizació n en Curry, 2017.
120. Sobre la categoría y la funció n de los rituales de «alta excitació n» e «imagísticos», véase
Whitehouse, 2004; compárese con McCauley y Lawson, 2002.
121. Para ser justos, no hay indicios directos, por ahora, en forma de residuos químicos, etcétera,
de que las cubas y vasijas encontradas en el yacimiento fuesen utilizadas para las bebidas
alcohó licas. En sus ú ltimas afirmaciones sobre el tema, Dietrich y Dietrich (2020, p. 105) califican
de «tentativos» los indicios sobre el consumo de «bebidas psicoactivas» en el yacimiento.
122. Duke, 2010, p. 265, y op. cit.
123. Oda n.o 171; véase un análisis en Poo, 1999.
124. Doughty, 1979, pp. 78-79. Véanse también las descripciones de la funció n pú blica de la minka,
una forma contemporánea de festines recíprocos rituales y oficiales en los Andes (Bray, 2009;
Jennings y Bowser, 2009), y de los que existen relatos que se remontan al Imperio inca en el siglo
XVI.
125. Como señ ala Dwight Heath (1990, p. 272) a propó sito de las bebidas alcohó licas: «Como
bienes de importancia econó mica, tienden a representar un valor relativamente alto en un
pequeñ o volumen y cumplen una variedad de funciones en los sistemas econó micos y de prestigio
que las consumen».
126. Enright, 1996.
127. Gately, 2008, pp. 4-5.
128. Nugent, 2014, p. 128.
129. Véase en Hockings, Ito y Yamakoshi, 2020, un relato del consumo de vino de palma en Guinea
(Á frica Occidental), en especial la p. 21.
130. Véanse Shaver y Sosis, 2014, y op. cit., así como Bott, 1987, p. 191.
131. Greg Wadley y Brian Hayden (2015, como se resume en Wadley, 2016), por ejemplo, aluden a
muchas de las funciones de la intoxicació n analizadas en este capítulo. Sostienen que el cultivo y la
producció n de drogas psicoactivas sustentaron la formació n de sociedades a gran escala al «1)
proporcionar un motivo para adoptar y mantener el cultivo; 2) facilitar la prosocialidad, permitir
seguir gobernando a grupos más numerosos y coordinados; 3) instilar la aquiescencia de los
subordinados y proporcionarles consuelo; 4) persuadir a la gente en acuerdos laborales, mejorar
su eficiencia y compelerlos a seguir trabajando». Véanse también Courtwright, 2019, y Smail, 2007,
a propó sito de los inicios de la economía moderna de las sustancias psicoactivas y su papel en la
creació n y el sustento de las sociedades modernas.
132. Katz y Voight, 1986; Hayden, 1987; Joffe, 1998; Hayden, Canuel y Shanse, 2013.
1. Klatsky, 2004; Braun, 1996, pp. 62-68.
2. Lang et al., 2007; Britton, Singh-Manoux y Marmot, 2004.
3. O’Connor, 2020.
4. Khazan, 2020.
5. Jarosz, Reichle y Schooler, 2012.
6. Sayette, Reichle y Schooler, 2009.
7. El título se traduce literalmente como «perdidos en la salsa», expresió n idiomática del inglés
para referirse a la embriaguez y la desorientació n que ésta produce. (N. de la t.)
8. Gately, 2008, p. 25.
9. Gately, 2008, p. 445; véase también Moeran, 2005, p. 38.
10. Lalander, 1997, recogido en Heath, 2000, p. 185. Véanse también Heath, 2000, p. 186, a
propó sito de las danzas de la cerveza de los pueblos azandes al norte de Á frica Central, cuya
funció n, entre otras, era permitir que los borrachos ventilaran sus sentimientos de agravio sin
provocar afrentas, y Dennis, 1979, sobre el papel de los «contadores de verdades» en los banquetes
de una aldea de Oaxaca, a los que se da permiso, a causa de su estado perjudicado, para expresar las
quejas del lugar a un dignatario que está de visita.
11. Hunt, 2009, p. 115.
12. Citado en Andrews, 2017.
13. Allen, 1983.
14. Bettencourt y West, 2010.
15. Marshall, 1890.
16. Andrews, 2017; la cita proviene de Dutton, 1984, p. 11.
17. Como señ ala Andrews: «Los ejemplos de inventos que se articularon por primera vez en bares
son numerosos, desde la primera computadora digital electró nica y las máquinas de IRMf a la
«Semana del Tiburó n» del Discovery Channel. Gran parte de la industria informática moderna
surgió de un grupo informal que se reunía en el bar y asador The Oasis [...] y otros garitos de Silicon
Valley se han vuelto legendarios como puntos de encuentro para los ingenieros durante las
primeras décadas de la industria de la alta tecnología».
18. Walton, 2001, p. xiv; véase su excelente relato sobre el papel de la intoxicació n en este tipo de
actos.
19. Citado en Roth, 2005, p. 58.
20. James, 1902/1961, p. 388.
21. Huxley, 1954/2009, p. 17 y 73.
22. Carhart-Harris y Friston, 2019.
23. Markoff, 2005; Pollan, 2018.
24. Pollan, 2018, pp. 175-185; Markoff, 2005, p. xix.
25. Florida, 2002.
26. Véanse abundantes referencias en la web de James Fadiman,
<https://www.jamesfadiman.com>.
27. Hogan, 2017.
28. Entrevista con la CNN en 2015, citada en Hogan, 2017.
29. Anderson et al., 2019. Otro reciente estudio donde se llevó un seguimiento de la experiencia de
los consumidores de microdosis durante seis semanas (Polito y Stevenson, 2019) reveló un
aumento de su creatividad, pero se basaba en la percepció n de los participantes, y no en una
medició n experimental.
30. Prochazkova et al., 2018.
31. «Estimating drug harms: A risky business», Centre for Crime and Justice Studies, sesió n
informativa del 10 de octubre de 2009.
32. Pollan, 2018, pp. 318-319. Véanse también sus comentarios sobre la importancia de la
«diversidad neuronal» (p. 17) y la idea de que las toxinas vegetales con efectos psicodélicos
pudieran actuar como «una especie de mutágeno cultural, parecido al efecto de la radiació n sobre
el genoma» (p. 149).
33. Samorini, 2002. Samorini, a su vez, se inspiró en un trabajo realizado por Edward de Bono en la
década de 1960 sobre los intoxicantes como «herramientas de desesquematizació n» utilizadas
para reorganizar el pensamiento ordinario. Al reflexionar sobre la tensió n, que aquí hemos
caracterizado como el conflicto apolíneo-dionisiaco, escribe De Bono: «La funció n del lenguaje es
reforzar los modelos existentes; la funció n de [la intoxicació n] es facilitar un escape de dichos
modelos» (De Bono, 1965, p. 208, citado en Samorini, 2002, p. 85).
34. Leary, 2008, citado en Joe-Laidler, Hunt y Moloney, 2014, p. 63.
35. Señ alado en «On the road again...», 2015, p. 62.
36. Ten Brinke, Vohs y Carney, 2016.
37. Giancola, 2002; véase Hirsch, Galinsky y Zhong, 2011, a propó sito del tema general de la
desintoxicació n y la desinhibició n.
38. «To your good health...», 2020.
39. Merece la pena mencionar que, al parecer, otra colaboració n de investigació n multinacional
nacida en Vancouver también tuvo como catalizador el alcohol. Richard Beamish, hoy investigador
emérito de pesca en Columbia Británica, es el organizador de un enorme proyecto de colaboració n
entre investigadores canadienses, estadounidenses y rusos para estudiar los patrones migratorios
del salmó n del Pacífico. Una cró nica periodística sobre el proyecto (C. Wilson, 2019) siguió el
rastro de su génesis hasta una sesió n de vodka tras un taller en Vancouver, donde Beamish y un
científico ruso, con sus CPF lo bastante reguladas a la baja, empezaron a conjeturar sobre las
posibilidades de una iniciativa multinacional como esa. «Só lo por pasarlo bien», dijo
supuestamente Beamish, quizá rondando al menos una CAS del 0,08 por ciento. «¿Y si lo organizo,
y ya está?». El resultado fue un premiado proyecto que ha transformado nuestros conocimientos
sobre una importante pesca.
40. «The 90 percent economy that lockdowns will leave behind», The Economist, 30 de abril, 2020.
41. Mientras finalizaba el borrador de este capítulo me topé con un breve artículo de Carl Benedikt
Frey (2020) en el que hace unas predicciones similares respecto al escalofriante efecto de la
COVID-19 sobre la innovació n, principalmente por los trastornos que ha ocasionado en la
socializació n en persona. Cita un estudio reciente en el que se afirma que la interacció n física es
crucial para el establecimiento de colaboraciones de investigació n (Boudreau et al., 2017), y otro
igual de fascinante que también aprovechó un experimento natural —la cancelació n en el ú ltimo
momento de la Reunió n Anual de la Asociació n de Ciencias Políticas de Estados Unidos en 2012 en
Nueva Orleans, a causa del huracán Isaac— para mostrar que la eliminació n de los contactos cara a
cara condujo a la posterior disminució n de los artículos firmados conjuntamente (Campos, Leó n y
McQuillin, 2018). Aunque en ninguno de estos estudios se menciona explícitamente el papel del
alcohol, podemos aventurarnos a decir con cierta seguridad que las actividades de socializació n
que dejaron de tener lugar en la conferencia de Nueva Orleans habrían estado bien engrasadas.
42. Su resumen clínico del trabajo experimental sobre el alcohol y las interacciones sociales
debería resultar familiar a cualquiera que haya estado alguna vez en un có ctel, una fiesta de
empresa o un bar con los compañ eros al salir del trabajo: «Los informes existentes en la literatura
han explicado la cordialidad [realzada] señ alando que las conversaciones parecen fluir con más
facilidad; que las personas presentan un mejor ánimo, y que con unas dosis bajas de etanol hay un
mayor grado de interacció n social. A las personas bajo los efectos de unas dosis bajas o moderadas
de alcohol se las ha calificado de más habladoras. Se han descrito los tonos de voz como más altos,
ruidosos y agudos» (Baum-Baicker, 1985, p. 311).
43. Véanse en especial Hull y Slone, 2004, y la literatura reseñ ada en Peele y Brodsky, 2000, y en
Mü ller y Schumann, 2011.
44. Chrzan, 2013, p. 137.
45. Por ejemplo, Horton, 1943.
46. Como Sayette et al.,2012, observan en la introducció n de su estudio: «Dado lo general que es el
consumo de alcohol en las situaciones sociales, es destacable que tanto los investigadores del
alcohol como los psicó logos sociales han solido pasar por alto los efectos del alcohol sobre los
lazos sociales».
47. Sayette et al., 2012.
48. Kirchner et al., 2006.
49. Sayette et al., 2012, fig. 1; permiso de reproducció n concedido por Sage Publication a través del
Copyright Clearence Centre (licencia n.o 4947120323569).
50. Fairbairn et al., 2015.
51. Orehek et al., 2020, pp. 110-111, con citas eliminadas para facilitar la legibilidad; véase en el
estudio una excelente reseñ a de la literatura sobre este tema. Merece la pena señ alar que el estudio
realizado por Orehek et al. analizó las puntuaciones de los observadores a las personalidades de
varios sujetos, mostradas en una serie de vídeos, y halló indicios de que el alcohol hacía que dichas
puntuaciones fuesen más positivas, pero no más rigurosas.
52. Ban Gu, Libro de Han. Véase también Mattice, 2011, pp. 246-247, sobre la importancia de las
fiestas con alcohol de los literatos en la cultura china tradicional.
53. A propó sito de las cervecerías, véase Gately, 2008, p. 55; sobre las cervecerías inglesas, véase
Martin, 2006, p. 98.
54. Chrzan, 2013, p. 65, op. cit.
55. Véase Martin, 2006, p. 195, sobre el kabak ruso a finales del siglo XIX y principios del XX, que
funcionaba de forma muy parecida a la cervecería o pub inglés: «Más que un club y una biblioteca,
más que un bar, el kabak era “el centro de la vida pú blica de la aldea”».
56. Como dice Stuart Walton (2001, p. 129): «En la mayoría de los casos, el primer vino, cerveza o
gin tonic de la tarde-noche es el que anuncia más gozosamente la misió n espiritual de la
intoxicació n y nos recuerda que su funció n, tan antigua como la humanidad, consiste en desplazar
el mundo dado modificando el funcionamiento del cerebro».
57. Mass Observation, 1943, citado en Edwards, 2000, pp. 28-29.
58. En un popular y ameno artículo, Dunbar (2018) relata los resultados del estudio recogido en
Dunbar et al., 2016.
59. Dunbar, 2017.
60. Dunbar y Hockings, 2020, p. 1.
61. «Last Orders for Political Drinking, Waning Interest in Booze Is Transforming British Politics»,
columna Bagehot, The Economist (02/06/2018).
62. Peele y Brodsky, 2000.
63. Rogers, 2014, p. 163.
64. Hart, 1930, p. 126; Patrick, 1952, p. 46.
65. Citado en Walton, 2001, p. 22.
66. Después continú a comparando la acentuada sociabilidad de los adultos ebrios en un acto social
con el tipo de conexió n espiritual profunda que acompañ a el acto genuinamente humano de hacer
el amor, y no só lo de aparearse como los animales. Como explica Robin Osborne (2014, p. 41):
«Estar en una fiesta y no estar ebrio [...] es como practicar sexo sin sentir cierta atracció n espiritual
por la otra persona. No estar ebrio, en esta analogía, es el equivalente de ser inmaduro: la
embriaguez y la verdadera pasió n adulta van unidas».
67. Véase una reseñ a en George y Stoner, 2000.
68. Véase una reseñ a en Sher et. al., 2005.
69. Lee et. al., 2008; Sher et al., 2005.
70. Macbeth, Acto II, Escena III.
71. Citado en Roth, 2005, p. 52.
72. Lyvers et al., 2011, y Chen et al., 2014; no obstante, compárese con los resultados nulos de
Maynard et al. (2015).
73. Dolder et al., 2016 y op. cit.
74. Taylor, Fulop y Green, 1999.
75. La cita original (recogida en Bègue et al., 2013) es una variante có mica del proverbio «Beauty
is in the eye of the beholder» [La belleza está en el ojo del que mira], donde beholder se ha
sustituido por beer holder [el que sostiene la cerveza, literalmente]. (N. de la t.)
76. Van den Abbeele et al., 2015.
77. Reproducida con el permiso y la ayuda del fotó grafo; muchas gracias por su generosidad.
78. Bègue et al., 2013. El estudio de seguimiento sobre estas respuestas, donde se utilizó un ensayo
controlado por placebo, reveló que el efecto de expectativa del alcohol, y no só lo su consumo,
también producía este efecto de autoengrandecimiento.
79. Hull et al., 1983.
80. Banaji y Steele, 1988, publicado en Banaji y Steele, 1989.
81. Citado en Roth, 2015, p. 8.
82. Mü ller y Schumann, 2011.

83. De Ing, en preparació n. La cita se ha modificado ligeramente para traducir jiu como
«vino», en vez de «cerveza». Ninguna es ideal, pero «vino» es más neutral y, a mi juicio, la mejor
solució n de compromiso entre legibilidad y precisió n.
84. Como resumen Peele y Brodsky (2000 y op. cit.): «La sociabilidad es a menudo mencionada en
las encuestas como motivo principal y consecuencia de beber. En un estudio diario con adultos
jó venes en Australia, las dos principales razones enumeradas para beber, tanto por hombres como
por mujeres, fueron ser sociables (30-49 por ciento) y festejar (19-15 por ciento). En un
cuestionario realizado en cuatro países escandinavos, las consecuencias positivas de beber “se
manifestaron primeramente en una pérdida de las inhibiciones en compañ ía de otras personas y
una mejor capacidad de establecer contacto con otras personas”. Un estudio con població n
francocanadiense reveló que la camaradería era el beneficio más dominante percibido del alcohol
(64 por ciento)».
85. Como concluyen Mü ller y Schumann (2011) en su reseñ a de la abundante literatura sobre el
tema: «El alcohol reduce la inhibició n social, la incomodidad en ocasiones sociales y la ansiedad
social; aumenta la locuacidad y la tendencia a hablar de asuntos privados».
86. Mü ller y Schumann, 2011; compárese Booth y Hasking, 2009.
87. Meade Eggleston, Woolaway-Bickel y Schmidt, 2004; Young et al., 2015.
88. Bershad et al., 2015; Dolder et al., 2016.
89. Véase la literatura reseñ ada en Baum-Baicker, 1985, y Mü ller y Schumann, 2011.
90. Wheal y Kotler, 2017, pp. 14-15. La traducció n es de Francesc Prims Terradas.
91. Nezlek, Pilkington y Bilbro, 1994, p. 350.
92. Turner, 2009.
93. Hogan, 2017; compárese con el relato de Wheal y Kotler (2017, p. 2 y ss.) sobre las «tecnologías
extáticas» para alcanzar la «fluidez de grupo».
94. Ehrenreich, 2007, p. 163. Todas las citas de Barbara Ehrenreich corresponden a la traducció n
de Magdalena Palmer: Una historia de la alegría. El éxtasis colectivo de la Antigüedad a nuestros
días (Paidó s, Barcelona, 2008).
95. Ibídem, pp. 21-22.
96. Haidt, Seder y Kesebir, 2008.
97. Durkheim, 1915/1965, p. 428. Para ser justos, Durkheim sí identifica en otra parte el «consumo
ritual de licores tó xicos» (p. 248), pero los intoxicantes químicos tienen muy poca presencia en su
relato sobre los rituales y los lazos humanos.
98. Rappaport, 1999, p. 202.
99. Forstmann et al., 2020. Debe decirse que el alcohol, aunque es con creces la droga psicoactiva
más popular (80 por ciento), quedó en ú ltimo lugar en cuanto a experiencias transformadoras
declaradas, por debajo incluso de ningú n tipo de consumo. Como señ alan los autores, esto puede
atribuirse a la curva de los efectos del alcohol, que es positiva en el momento, pero produce
consecuencias fisioló gicas desagradables al día siguiente. En otras palabras: a diferencia de otras
drogas, el alcohol te suele dejar con una aplastante resaca (materiales suplementarios, pp. 8-9). Sin
embargo, el asunto merece estudiarse más, al igual que la posibilidad de que el mismo tipo de
personas que se abstienen de consumir drogas en estos eventos también tiendan a quedarse al
margen cuando se empieza a cantar y bailar en sincronía.
100. Nemeth et al., 2011.
101. «El hombre sensato ha de emborracharse; / lo mejor de la vida es só lo intoxicació n. Gloria,
mosto, oro, amor: ahí terminan / las esperanzas del hombre y las naciones. / Sin su savia, cuán
podado quedaría el tronco / del raro árbol de la vida, tan feraz en su sazó n. / Pero volvamos.
Emborrachaos, y al despertar / ya veréis, ya veréis qué resaca entonces.» Don Juan, canto II,
estrofa 179 (1819-1824). (Traducció n de Pedro Ugalde, Cátedra, Madrid, 2009).
102. Todas las citas de Stuart Walton corresponden a la traducció n de Fernando Borrajo:
Colocados: una historia cultural de la intoxicación (Alba, Barcelona, 2003). (N. de la t.)
103. Véase una excelente pieza sobre Nietzsche y el éxtasis dionisiaco, que me remitió a muchos de
los fragmentos posteriormente citados, en Luyster, 2001.
104. Nietzsche, 1872/1967, p. 32. La traducció n es de Eduardo Knö rr y Fermín Navascués (Edaf,
Madrid, 1998).
105. Nietzsche, 1891/1961, p. 207.
106. Citado en Williams, 2013.
107. Ibídem. Véanse también Kwong, 2013, e Ing, en preparació n, a propó sito del tema del éxtasis
provocado por el vino en la poesía tradicional china.
108. Ing, en preparació n.
109. Véase <https://youtu.be/yYXoCHLqr4o>; véase más sobre animales e intoxicantes en
Samorini, 2002.
110. Siegel, 2005, p. 10.
111. Camus, 1955, p. 38. La traducció n es de Esther Benítez (Debolsillo, Barcelona, 2021).
112. Leary, 2004, p. 46. En relació n con este tema, véase también Baumeister, 1991.
113. Huxley, 1954/2009, p. 63.
114. Citado en Walton, 2001, p. 119.
115. Experimento del Viernes Santo (Pahnke, 1963), con un seguimiento de seis meses, además del
seguimiento durante más de veinte añ os de la mayoría de los participantes (Doblin, 1991). Véanse
en Joe-Laidler, Hunt y Moloney, 2014, datos de estudios con consumidores de MDMA y el efecto
positivo declarado sobre el «yo drogado» y el «yo cotidiano»; en MacLean, Johnson y Griffiths,
2011, y en Rucker, Iliff y Nutt, 2018. Véase en Studerus, Gamma y Vollenweider, 2010, trabajos
experimentales más recientes sobre las drogas psicodélicas y el bienestar espiritual y mental.
Pollan (2018) también aporta una excelente y amena reseñ a de este conjunto de investigaciones.
116. Griffiths et al., 2011.
117. Anderson et al., 2019; Domínguez-Clave et al., 2016.
118. «Psychedelic Tourism Is a Niche But Growing Market», The Economist, International, 8 de
junio de 2019.
119. Talin y Sanabria, 2017.
120. Sharon, 1972, p. 131. La traducció n es de David Huerta (Siglo XXI, Madrid, 1980).
121. Walton, 2001, p. 133.
122. Citado en Walton, 2001, p. 256.
123. Véase la cita de William Booth, fundador del Ejército de Salvació n, en el primer capítulo.
124. «It’s Only Rock-n-Roll (But I Like It)», título de una famosa canció n de The Rolling Stones. (N.
de la t.)
125. Walton, 2001, p. 133.
126. Ibídem, p. xvii. Asimismo, Walton observa: «El suicidio puede ser trágico o indignante, pero no
es en sí mismo un acto malvado, en tanto que el autoerotismo se considera ahora beneficioso para
la salud. Sin embargo, la intoxicació n no acaba de ver la luz. Sigue siendo, a pesar de su
universalidad, algo que negamos practicar, o que practicamos al menos no deliberadamente, o al
menos no con mucha frecuencia, o al menos só lo después de una dura jornada de trabajo» (p. 46).
127. Heath, 2000, p. 67.
128. Obras completas, vol. II, «El espectador», Revista de Occidente, Madrid, 1963.
129. Walton, 2001, p. 204; compárese con las pp. 234-235: «Cometemos un error fundamental al
considerar la intoxicació n como un pobre sucedáneo de la realizació n plena, en vez de como lo que
es sencilla e irreductiblemente: parte integral de una vida vivida con plenitud. Tal vez haya cosas
más importantes en que pensar, como el arte, el verdadero amor o las emociones del alma, pero
éstas no son anuladas por la intoxicació n, y, de todas formas, muestran su rostro con mucha menos
frecuencia».
130. En concreto, «Doxología C», normalmente atribuida a Ario Dídimo (fechas confusas, siglos I-
III d. C.)
131. Szaif, 2019, p. 98.
132. Citado en Boseley, 2018.
133. Mü ller y Schumann, 2011.
134. «Los datos epidemioló gicos muestran [...] que la mayoría de las personas que consumen
drogas psicoactivas potencialmente adictivas no son adictas, y nunca lo serán. [...] De aquellas
personas clasificadas en este momento como bebedoras de alcohol en Estados Unidos, el 14,9 por
ciento son diagnosticadas como adictas, de acuerdo con el informe de la Administració n de Salud
Mental y Abuso de Sustancias (2005) [...]. En la Unió n Europea, en torno al 1,7 por ciento de
quienes beben alcohol a diario son alcohó lico-dependientes [...]. De este tipo de estudios se
desprende claramente que la mayoría de los consumidores de drogas psicoactivas no son, ni serán
nunca, drogadictos» (Mü ller y Schumann, 2011 y op. cit.). No obstante, véase también Grant et al.,
2015, trabajo del que hablaremos más adelante, que apunta a la presencia más extendida del
trastorno por consumo de alcohol «leve».
135. Eliade, 1964, pp. 223 y 401. Afirma que el consumo de intoxicantes químicos en las prácticas
chamánicas «es una innovació n reciente y apunta a una decadencia de la técnica chamánica. Se
recurre a los narcó ticos para procurar la imitació n de un estado que el chamán ya no es capaz de
alcanzar de otro modo» (p. 401). Esto contradice hasta tal punto los abundantes indicios
arqueoló gicos, reseñ ados anteriormente, de que los psicodélicos han tenido un papel desde muy
pronto en las prácticas chamánicas, que estas afirmaciones han de atribuirse a un fortísimo
prejuicio. Como observa con mordacidad un analista, el rechazo de Eliade de los intoxicantes
químicos no se basa en ningú n conocimiento académico concreto, sino en su «aversió n burguesa a
la intoxicació n relacionada con la vida religiosa» (Rudgley, 1993, p. 38).
136. Roth, 2005, p. xix.
137. Huxley, «Drugs That Shape Men’s Minds», incluido en 1954/2009, p. 14.
138. Huxley, «Heaven and Hell», incluido en 1954/2009, p. 155.
139. Citado en Kwong, 2013.
140. Kwong, 2013.
141. Baudelaire, 1869. La traducció n es de Enrique Ló pez Castelló n (Akal, Tres Cantos, 2003).
1. Uno de los primeros diccionarios chinos, datado del siglo I d. C., explica la palabra que venimos
interpretando como vino (jiu), pero que se refiere más ampliamente a todas las bebidas

alcohó licas, del siguiente modo: «Vino/alcohol (jiu, ) significa “alcanzar” (jiu, ).
Es lo que se utiliza para alcanzar lo bueno y lo malo de la naturaleza humana». A los lexicó grafos
chinos les encanta definir las palabras con términos homó fonos. En este caso, como señ ala
Nicholas Williams (2013), esta definició n rimada «introduce la dualidad del alcohol. Es como una
especie de catalizador que puede ayudar a materializar tanto el potencial positivo como el
negativo de los seres humanos».
2. Génesis, 5-20.
3. Citado en Forsyth, 2017, pp. 144-145.
4. Heath, 1976, p. 43.
5. Heath, 2000.
6. Organizació n Mundial de la Salud, 2018.
7. Véase <www.niaaa.nih.gov/publications/brochures-and-fact-sheets/alcohol-facts-and-
statistics#:~:text=Alcohol%2DRelated%20Deaths%3A,poor%20diet%20and%20physical%20ina
ctivit>.
8. Lutz, 1992, p. 105, citado en Mandelbaum, 1965.
9. Grant et al., 2015. El trastorno por consumo de alcohol «leve» se definió como la presencia de
entre dos y tres síntomas de TCA en el Manual diagnóstico y estadístico de trastornos mentales
(DSM-5) revisado en 2013, entre los que figura responder afirmativamente a preguntas como: «[En
el ú ltimo añ o] ¿Ha habido veces en que has acabado bebiendo más, o más tiempo, de lo que era tu
intenció n?» o «¿Ha habido más de una vez en que has querido reducir el consumo de alcohol o
dejar de beber, o lo has intentado, pero no has podido?».
10. Véase el trabajo de George Koob sobre la «alostasis» (Koob, 2003; Koob y Le Moal, 2008).
11. Sher y Wood, 2005; Schuckit, 2014.
12. Sher y Wood, 2005.
13. Se puede leer un excelente y popular relato de esta investigació n en Yong, 2018.
14. Véase una buena introducció n sobre las culturas de la bebida del sur en comparació n con las
del norte en la descripció n que hace Chrzan (2013, pp. 39-41) del trabajo de Ruth Engs.
15. Lemmert, 1991. Merece la pena señ alar que, en Estados Unidos, las tasas de alcoholismo de los
judíos también son muy inferiores a la media nacional, lo que probablemente refleja la integració n
del vino en las comidas y en los habituales rituales religiosos en el hogar (Glassner, 1991).
16. «De media, la graduació n de la cerveza es del 4,5 por ciento; la del vino, del 11,6, y la del licor,
del 37 por ciento, segú n William Kerr, científico principal del Grupo de Investigació n del Alcohol
del Public Health Institute» (Bryner, 2010).
17. Rogers, 2014, p. 84.
18. Véase en Rogers, 2014, pp. 84-93, una amena introducció n a la historia de la destilació n.
19. Gately, 2008, p. 71-72.
20. Kwong, 2013, nota n.o 32.
21. Smail, 2007, p. 186.
22. Edwards, 2000, pp. 38-39.
23. Ibídem, p. 197.
24. I Li, «Ceremonia de la bebida en el campo», citado en Poo, 1999.
25. Schaberg, 2001, p. 230. Véanse también las pp. 228-229.
26. Del Shi Ji, citado en Poo, 1999, p. 138.
27. Citado en Fuller, 2000, p. 30.
28. Mars y Altman, 1987, p. 272.
29. Chris Kavanaugh, comunicació n personal.
30. Heath, 1987, p. 49.
31. Doughty, 1979, p. 67; compárese con Mars y Altman (1987, p. 275) a propó sito del contexto
georgiano: «No se oye hablar de hombres que beban solos; el papel del vino es esencialmente
social, formalizado en el banquete y específico de él».
32. Toren, 1988, p. 704.
33. Véase la investigació n recogida en Lebot, Lindstrom y Merlin, 1992, p. 200.
34. Garvey, 2005, p. 87; véase también el relato de Pers en la p. 97.
35. Collins, Parks y Marlatt, 1985; Borsari y Carey, 2001; Sher et al., 2005.
36. Sher et al., 2005
37. Abrams, et al., 2006; Frings et al., 2008.
38. Abrams, et al., 2006.
39. Elisa Guerra Doce atribuye un acusado cambio de tendencia, cuando se empezó a beber menos
en sociedad y más a solas, a la Revolució n Industrial en Europa y Estados Unidos, y cita (2020, p.
69) el trabajo de Schivelbusch (1993, p. 202), quien sostiene que la aparició n, bastante repentina,
de barras en los bares es un buen indicador de la proliferació n de este cambio. Tener que beber de
pie, o apoyado a solas en un incó modo taburete alto, delante del barman, es una experiencia muy
distinta a la de sentarse alrededor de una mesa con otras personas. Schivelbusch plantea que «las
barras hacían que se bebiera más deprisa, del mismo modo que el ferrocarril aceleró el transporte,
y el telar mecánico, la producció n textil».
40. Earle, 2014.
41. Organizació n Mundial de la Salud, 2018, p. 261.
42. En lo que respecta a los traumatismos en vehículos motorizados y no motorizados, «el riesgo
[...] aumenta de forma no lineal en relació n con el consumo de alcohol»; es decir, no es una línea
recta, sino una curva muy brusca, a medida que uno tiene mayores niveles de CAS (B. Taylor et al.,
2010).
43. Organizació n Mundial de la Salud, 2018, p. 89.
44. Véase una reciente revisió n del problema y algunos posibles remedios en «Getting to Zero
Alcohol-Impaired Driving Fatalities: A Comprehensive Approach to a Persistent Problem», 2018.
45. MacAndrew y Edgerton, 1969.
46. Bushman y Cooper, 1990; Sher et al., 2005.
47. McKinlay, 1951, citado en Mandelbaum, 1965.
48. Lane et al., 2004.
49. Se han combinado las figuras 1 y 2 publicadas en Lane et al., 2004, y se han redondeado a la
baja los niveles de CAS a la centésima de porcentaje más cercana; en realidad los niveles de CAS
estaban ligeramente por debajo del 0,02 por ciento y por encima del 0,04 y el 0,08 por ciento. ©
figuras originales: 2003, Springer-Verlag, permiso de reutilizació n obtenido mediante Copyright
Clearence Center, licencia n.o 4938450772781.
50. Por ejemplo, Antonio y Cleopatra, de Shakespeare.
51. George y Stoner, 2000.
52. Lee et al., 2008.
53. Archer et al. En proceso de consideració n.
54. Abbey, Zawacki y Buck, 2005.
55. Farris, Treat y Viken, 2010.
56. Riemer et al., 2018.
57. Véanse las referencias en el propio artículo, omitidas aquí para facilitar la lectura.
58. Barbaree et al., 1983; Norris y Kerr, 1993; Markos, 2005.
59. Véase una reseñ a en Testa et al., 2014.
60. Farris, Treat y Viken, 2010, p. 427, op. cit.
61. Moeran, 2005, p. 26.
62. Yan, 2019.
63. T. Wilson, 2005, p. 6.
64. Sowles, 2014. Extracto reproducido con permiso.
65. Heath, 2000, p. 164.
66. Testa et al., 2014, p. 249.
67. Ash Levitt y Cooper, 2010; Levitt, Derrick y Testa, 2014.
68. Fairbairn y Testa, 2016, p. 75.
69. Ibídem, p. 74.
70. Hechos, 2. Aldous Huxley apunta: «No fueron só lo “los críticos abstemios de la hora de
sobriedad” quienes compararon el estado de intoxicació n divina con la embriaguez. En su esfuerzo
por expresar lo inexpresable, los grandes místicos hicieron otro tanto ellos mismos. Así, santa
Teresa de Jesú s nos dice que considera “el centro de nuestra alma como una bodega, a la que Dios
nos deja entrar cuando y como le place a É l, para embriagarnos con el vino delicioso de Su gracia”»
(«Drugs That Shape», en Huxley, 1954/2009, p. 8).
71. Efesios, 5-18.
72. Zhuangzi, cap. 19; B. Watson, 1968, pp. 198-199.
73. Slingerland, 2014, cap. 6.
74. «Heaven in Hell», en Huxley, 1954/2009, pp. 144-145.
75. Newberg et al., 2006
76. Maurer et al., 1997.
77. Véase <https://www.stangrof.com/index.php>.
78. Vaitl et al., 2005.
79. Véase la explicació n en Osborne, 2014, pp. 196-203.
80. Bloom, 1992, p. 59. Compárese también con las observaciones de Frederick Law Olmsted
(citadas en Ehrenreich, 2007, p. 3) sobre una misa cristiana extática de la població n negra o el
fenó meno de los ring shouts que cantaban los esclavos africanos (Ehrenreich, 2007, p. 127) en
Estados Unidos en el siglo XIX. También merece la pena señ alar que, en el período en que el pueblo
camba estudiado por Dwight Heath abandonó casi por completo sus prácticas alcohó licas, no só lo
se acababan de integrar en los colectivos de agricultores, sino también en el cristianismo
evangélico (Mandelbaum, 1965).
81. Wiessner, 2014. Le agradezco a Polly Wiessner sus comunicaciones personales sobre este tema.
Asimismo, entre los pigmeos bakas, otro grupo que evita el alcohol y demás intoxicantes químicos,
existe la costumbre de las «voces nocturnas»: en mitad de la noche, los miembros de la tribu
pueden verbalizar puntos de vista polémicos o minoritarios sin temer consecuencias,
posiblemente porque están medio dormidos, en un estado hipnagó gico de receptividad
(comunicació n personal con Tommy Flint).
82. Raz, 2013.
83. Algunos libros recientes y ú tiles son Dean, 2017; Warrington, 2018, y Willoughby, Tolvi y
Jaeger, 2019. También hay una enorme cantidad de literatura sobre la «reducció n de dañ os» del
consumo de alcohol, de la que son pioneros Alan Marlatt y sus alumnos (véanse, por ejemplo,
Larimer y Cronce, 2007; Marlatt, Larimer y Witkiewitz, 2012).
84. Nation fue una activista del Movimiento por la Templanza en Estados Unidos; Bradshaw, el
personaje protagonista, interpretado por Sarah Jessica Parker, de la serie televisiva Sexo en Nueva
York. (N. de la t.)
85. Williams, 2019.
86. Véase la reseñ a en Bègue et al., 2013.
87. Fromme et al., 1994.
88. A propó sito de este tema, y para leer una crítica sobre este enfoque, véase Slingerland, 2008b.
89. Véase la reseñ a en Sher et al., 2005.
90. Davidson, 2011, citado en Chrzan, 2013, p. 20.
91. O’Brien, 2016 y 2018.
92. Citado en Dean, 2017, p. 24.
93. Véase, por ejemplo, Berman et al., 2020.
94. Chrzan, 2013, p. 82.
95. Ibídem, p. 6.
96. Heath, 2000, p. 197.
97. Sowles, 2014.
98. Ng Fat, Shelton y Cable, 2018, p. 1090.
99. Koenig, 2019.
1. Juan 2, 1-11.
2. Qimin Yaoshu, citado en Poo, 1999, p. 134.
3. Kojiki n.o 49; Miner, 1968, p. 12.
4. Madsen y Madsen, 1979, p. 43.
5. Netting, 1964.
6. Citado en Dietler, 2020, p. 121.
7. Wilson, 2005, p. 3. Merece la pena señ alar que, como muchos antropó logos culturales que
estudian el alcohol, Wilson afirma que «en esencia, el beber es en sí mismo cultural», y resta
importancia a los importantes elementos transculturales anclados en la biología humana.
8. After Life, episodio 2 de la segunda temporada.
9. Nietzsche, 1882/1974, p. 142. Stuart Walton (2001) utiliza acertadamente esta cita como
epígrafe para su «Historia cultural de la intoxicació n».
10. Al parecer, la ciudad de Denver también intentó cerrar las licorerías y los dispensarios de
cannabis, intento condenado al fracaso en menos de un día (gracias a Deri Reed por esta
observació n).
11. «Worth a Shot: A Ban on Sale of Alcohol Begets a Nation of Brewers», The Economist
(25/04/2020).
12. Manthey et al., 2019.
13. Walton, 2000, pp. ix-x.
14. Literalmente, «ni siquiera conscientes de que tenemos un yo».
15. «Bebiendo vino», poema XIV, a partir de la traducció n al inglés de Michael Ing (en preparació n),
con algunas modificaciones importantes.
16. <www.perseus.tufts.edu/hopper/text?
doc=Perseus%3Atext%3A1999.01.0138%3Ahymn%3D7>.
17. Osborne, 2014, p. 34.
18. Como apunta el clasicista Michael Griffin (comunicació n personal, 24 de agosto de 2020), este
final del himno representa un juramento del propio bardo, que promete mantener a Dionisio vivo
en su recuerdo, para, literalmente, poder seguir «“cosmificando” el dulce canto», donde cosmificar
significa embellecer, disponer en el orden correcto, adornar o preparar. La idea es que, sin
inspirarse directamente en Dionisio como dios, los cantos del bardo carecerán de una cierta
belleza o coherencia.
 
 
 
 
Borrachos: cómo bebimos, bailamos y tropezamos en nuestro camino hacia la civilización
Edward Slingerland
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© Edward Slingerland, 2021. Todos los derechos reservados.
© de la traducció n: Veró nica Puertollano, 2022
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