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Estampas del Bailadores

de antaño

Historias, leyendas y anécdotas de un


pueblo andino
JOSÉ GREGORIO PARADA RAMIREZ
Si sus orígenes están en Bailadores y vive fuera de Venezuela, este libro debería formar
parte de su biblioteca personal.

Ya está lista la nueva versión Kindle y papel de:

“Estampas del Bailadores de Antaño”.

He aquí Bailadores y lo que mucha gente ha dicho de él y, claro está, lo que


muchos han hecho en él. “Estampas del Bailadores de antaño” es un viaje
imaginario en el tiempo, un regreso al pasado que puede hacerse desde una
butaca y en el que se escudriña el diario de una comarca testigo de pequeños y
grandes hechos presentados en forma de cuadros o estampas que ilustran
momentos de la cotidianidad y que en conjunto recrean, en cierto modo, una faceta
particular del gentilicio villorro. “Estampas del Bailadores de antaño” es el
complemento de un trabajo que se publicara en el año 2001 bajo el título de
“Imágenes de Bailadores”. Más de trescientas anécdotas recrean el paso del
tiempo en esta ciudad, desde antes de la llegada de los españoles hasta los
albores del siglo XXI.

Mucho se escribe sobre la historia oficial de los pueblos y casi siempre bajo
los esquemas tradicionales que nos impone la academia: una fecha, un
acontecimiento, algunos personajes y el relato de los hechos de manera más o
menos cronológica, agregando tal cual comentario contentivo del punto de vista
del autor. Pocas veces, sin embargo, se intenta coger otros derroteros para
mostrar de manera menos académica “la otra historia” que reposa casi silente en
la boca de sus propios actores o en la memoria colectiva de pueblos casi olvidados.
Después de escudriñar el gran horizonte andino con nuestro catalejo,
divisamos una gota de rocío que refleja sin cesar la luz del sol. En ella posamos
nuestra atención no sólo por razones de origen sino, más bien, de afecto. Es
evidente que hablamos de Bailadores y su gente y de los deseos
inconmensurables que hemos tenido por querer ensalzar sus virtudes.
Lamentablemente, los ecos de nuestras voces son escasos y sólo conseguimos
quien repinte las paredes y tape huecos pero nunca quien brinde apoyo a la
iniciativa artística, intelectual o de orden similar. No queda otra posibilidad sino
refugiarse en el trabajo personal e intentar, con los menguados recursos que la
voluntad y el deseo proporcionan, hacer lo que al fin de cuentas tiene que hacerse
en pro del colectivo que espera mucho de nosotros.
He aquí Bailadores y lo que mucha gente ha dicho de él y, claro está, lo que
muchos han hecho en él. Es un viaje imaginario en el tiempo, un regreso al pasado
que puede hacerse desde una butaca y en el que escudriñamos el diario de una
comarca testigo de pequeños y grandes hechos que se presentan, las más de las
veces, en forma de cuadros o estampas que ilustran momentos de la cotidianidad
y que en conjunto recrean, en cierto modo, una imagen particular del gentilicio
villorro. “Estampas del Bailadores de antaño” es la otra cara de un trabajo que
publicamos en el año 2001 titulado “Imágenes de Bailadores”. Más de trescientas
anécdotas recrean el paso del tiempo en esta ciudad, desde antes de la llegada
de los españoles hasta llegar a los albores del siglo XXI. Es cierto que hemos
querido presentar la mayoría de las estampas con un lenguaje sencillo, casi
sacado de los labios de la gente de Bailadores. Así, pues, lo que en principio
pudiera considerarse una falta grave ante los academicismos que descuellan en
libros de fino verbo, se convierte aquí precisamente en el invitado de honor. Así, y
no de otra manera, habla la gente de Bailadores. Es nuestro patrimonio oral y
queremos revalorizarlo en este trabajo. En este sentido, recordamos a nuestro
amigo lector que algunos pasajes reproducen casi al pie de la letra la forma popular
del habla de Bailadores y, en consecuencia, lo que en apariencia se trata de
errores ortográficos no es más sino un consciente acercamiento a la particular
forma del habla del bailadorense.
Esperamos de todo corazón que disfrute a sus anchas con la lectura de este
trabajo que tanto placer nos ha brindado al elaborarlo.

Un convento en Bailadores

Si de benefactores se trata, el nombre del Padre Bartolomé Carrero Escalante


encabeza la lista de los que llegaron a Bailadores a entregar sus ingentes
esfuerzos por el prójimo y por esta tierra.
Se dice que llegó en 1628, en los días en que al Capitán Benito Vásquez
Hermoso se le ordena la reorganización del poblado. El objetivo preliminar es
convertirlo en centro de enseñanza religiosa y de orientación cristiana para los
aborígenes intranquilos del lugar. El hermano Bartolomé edifica entonces una
capilla consagrada al culto de la Virgen de la Candelaria. Poco a poco se van
acercando unos curiosos y por supuesto los creyentes y pecadores no dejan
escapar su domingo sin la bendición del Señor a orillas del Zarzales.
A principios de enero del año 1644, el padre Carrero proporciona un terreno
para que se levante en La Capellanía un hospicio y un convento. El hospicio
cumplió su cometido durante algún tiempo. Por su parte el convento nunca fue
construido para suerte de muchas niñas que pudieron haber terminado tras las
rejas del claustro para así ocultar supuestas deshonras familiares o cumplir con
estúpidos designios o deseos de padres tal vez con tendencias religiosas bien
castradas.
La donación fue revocada, y en lugar del convento se construyó una capilla
de la que apenas queda el recuerdo y escasos muros comidos por el tiempo.

* * *
La Virgen de la Candelaria

Aunque en 1634 el Padre Bartolomé Carrero Escalante edificó una capilla


consagrada al culto y veneración de la Virgen de Candelaria, la tradición oral afirma
que, después de la aparición de Tovar como poblado económicamente pujante, se
trajeron dos imágenes para destinarlas a la Parroquia Nuestra Señora de la
Candelaria (Bailadores) y otra para la Parroquia Eclesiástica del Pueblo de Regla
(Tovar), conocida a finales del siglo XVIII como Parroquia de Bailadores o
Bailadores-Nuevo, que adquirió, por cierto, categoría de Parroquial Civil en 1810.
Así, pues, llegadas las dos imágenes de la Virgen y destinadas a sus
respectivas iglesias, según la tradición oral, empezaron a suceder de inmediato
ciertos hechos admirables. Pues nada más ni nada menos que, por extraño
sortilegio, milagrosamente –como dicen por ahí–, las imágenes se permutaban sin
mediar nada terrenal sino la mano divina: la imagen de Tovar aparecía en
Bailadores y viceversa. Empezaban las procesiones para devolverlas al lugar
correspondiente y entonces ocurría el extraño acontecimiento. Los sacerdotes y la
gente comprendieron el designio y voluntad de la Madre de Dios y dejaron quietas
las imágenes.
Durante el convulsionado siglo XIX hubo muchas revueltas y pillajes. Se dice
que en el Volcán hubo un enfrentamiento con unos trujillanos que venía a fregarle
la paciencia a los villorros. Los Araujo venían con bastantes pertrechos mientras
que los paisanos villorros apenas enfrentaron al enemigo a punta de palos, hondas
y machetes. Ante tal encrucijada, las mujeres corrieron a la iglesia a pedirle un
milagro a la Virgen para que librara a Bailadores de tan nefasta invasión.
Empezó, pues, la batalla y para sorpresa de los trujillanos, los villorros
aparecieron bien armados. ¿Quién los había provisto? No se sabía. Quien antes
sólo tenía un palo ahora disponía de un bonito fusil para su defensa. Entre un
bando y otro apareció una mujer de larga cabellera que sólo fue vista por los
trujillanos.
“¡Quiten diay a esa mechosa! La mujeres no pueden estar en el campo de
batalla”. Era la Virgen con su rostro candoroso lleno de sudor.
Terminó la contienda a favor de los villorros y corrieron todos al templo a darle
gracias a la Virgen. La sorpresa fue grande cuando vieron el bello manto y la saya
de la Gran Matrona lleno de huecos de bala. Fue así que comprendieron que la
“mechosa” que los estaba ayudando era la Virgen de la Candelaria.
Esto se lo contó la tía Matilde a la Señora Aída Oballos.

* * *
Un obispo muere en Las Porqueras

Cuando Monseñor Juan Hilario Bosset pasó por Bailadores en 1873 en su


exilio hacia La Grita, no imaginaba que su viaje se extendería apenas unas leguas
más. Fue tal vez el menos afortunado de los obispos que tuvo la Diócesis de
Mérida bajo la presión política de los Monagas y de Guzmán Blanco y de la propia
Guerra de la Federación. Treinta y nueve años en el ejercicio de tal magistratura
lo habían agotado enormemente. Ya en 1842 había iniciado la construcción de una
moderna catedral para Mérida. En 1867, él mismo tuvo la dicha de consagrarla.
En tiempo de desmanes, los curas se habían torcido también, así que tuvo
momentos difíciles para recomponer el exceso de sus subordinados e intentó
deshacer sus entuertos por todos los medios.
La Iglesia entró en la penumbra con la llegada de Guzmán Blanco al poder.
Se cancelan los conventos, se exclaustran las monjas y se confiscan todos los
bienes de la Iglesia. Se dice adiós a las limosnas y diezmos y por si fuera poco se
instaura el matrimonio civil en 1873. Monseñor Bosset, ante esta última decisión,
escribe una pastoral en la que declara al matrimonio civil como un “concubinato
autorizado”. Desterrado fue a sus 74 años de edad y gravemente enfermo inició
su retirada hacia La Grita.
El 26 de mayo de 1873, en el sitio de Las Porqueras, se cayó de la silla donde
era trasladado. Hasta allí llegaron sus días.

* * *
Los primeros aviones

El régimen gomecista había dado en sus postrimerías una importancia


inusitada a la aviación. Se decía que Juancho Gómez era aficionado sin límites de
los aviones. Maracay se convirtió entonces en la base de operaciones de tan
singulares y novedosos inventos.
Pronto empezarían otros a emular la arriesgada faena de surcar los aires
en todas direcciones y en difíciles condiciones.
El 16 de octubre de 1929, un estruendo sacudió los cielos de Bailadores.
Despuntaba apenas la mañana cuando la tranquilidad del pueblo se vio
bruscamente interrumpida. Dos ruidosos aeroplanos, emulando una macabra
pesadilla, dejaban sentir cada vez con más vigor el bullicio de sus motores que al
parecer llegó incluso hasta El Portachuelo.
Ajenos e ignorantes de tal novedad muchos pensaron lo peor. Unos
peones que trabajaban en la finca de un ricachón recibieron de boca del patrón
una orden contundente:
“Parece que ha llegado el fin del mundo. ¡Váyanse a morir en paz a sus
casas!”

* * *

Alargar los pantalones

Cuando los varones cumplían quince años, más o menos, era todo un
acontecimiento celebrarle lo que se llamaba “alargarse los pantalones”, dada la
costumbre de que los menores utilizaban pantalones cortos. Se le hacía al
adolescente una fiestica sencilla, una tortica y entonces la gente decía la víspera
“mañana le alargan los pantalones a fulano”, como queriendo decir que se iniciaba
para él una nueva etapa en su vida, la de la juventud.
***

Sombreros y corbatas

Aquí los hombres antes se ponían sombreros de jipi-japa (que no les falta
sino la tapa; andaban con chaleco (y el buche seco); con corbata (y en pura pata)...
***

Otra de Don Arturo

Antes, “enguaraparse” significaba que una nigua se llenaba de sangre


cuando se adhería a la piel de una persona.
Resulta que una vez enterraron a un señor de “Guarapao” (que ahora
empieza a llamarse Valle Nuevo) y en su cruz colocaron “Murió en Guarapao”. Un
incauto pasó y leyó desprevenidamente la cruz y exclamó: Ay, mirá, a éste lo
mataron las niguas”. Otro pensó que se había reventado de tomar tanto guarapo.
También nos reíamos de los niños que tenían muchas pecas porque se
ponían muy bravos cuando le decíamos “Usté se va a morir empecao”.
****
Bandera venezolana
(Contada por la Sra. Aída Oballos)

En cierto punto de la avenida Bolívar vivían unas mujeres de la buena o


de la mala vida, como se quiera decir. Las llamaban señoritas por costumbre, pero
hacía rato que habían dejado su virginidad alguna noche de juerga. Una de las tres
se casó con un extranjero y durante largo tiempo vivió en el país de origen de su
marido. Un buen día se prendió la sampablera en esa nación; el saqueo y la
matazón fueron atroces. La mujer pensó en la divina protección de su bandera. Izó
el tricolor venezolano al frente de su casa hasta que terminó la infernal zozobra.
¡No pudo estar mejor protegida la paisana!

* * *

La Cascada

El azul del cielo eternece en la Cascada de Bailadores. De su encanto todos


quedan prendados al respirar la fresca brisa que arrastra gotas de frescura de la
imponente caída. El arco iris se torna majestuoso y va a perderse en lontananza
en búsqueda de las lágrimas ancestrales de Karú por su amado Toquisay.
Desde que el parque fue inaugurado oficialmente a principios de los setenta,
no dudamos un instante en afirmar que la población de Bailadores y de
poblaciones vecinas aumentó significativamente. Cierto es que después del
descanso, la recreación y el sancocho, muchas parejas, entonadas por la magia
del lugar y del licor, decidían quedarse unas horas más para entregarse a los
placeres exquisitos del amor. Los resultados de tales frenéticas experiencias se
veían con frecuencia nueve meses después. Lo mismo se decía de las antiguas
fiestas de la Candelaria: “fiestas en febrero, muchachos en noviembre”.
En contadas ocasiones el parque tuvo vigilante nocturno. Se cuenta que una
noche el guardián fue sorprendido por un ruido proveniente de la maleza. Era un
ruido constante, repetitivo, de ir y venir. Extrañado el hombre preguntó:

—¿Quién anda por ahí?

A lo que una voz agitada respondió:

—Gente
—¿Y qué están haciendo? Inquirió nuevamente el vigilante.
—¡Más gente!
* * *

Disfrute de las incontables anécdotas que sobre Bailadores y su gente hace referencia
este libro.

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