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Fernando Vallejo E/ desbarrancadero BIBLIOTECA Fernando Vallejo El desbarrancadero Teléfono 635 12.00 Bogocd, Colombia ida Universidad 767. Colonia del Valle 03100 México, D.R. ISBN: 958-8061-62-8 Impreso en Colombia ‘Cuarta reimpresin, febrero de 2004 Quinta reimpresién, octubre de 2005 © En la cubierta, Femando Valle} con #u hermano Darlo, foto toma lerecha) ‘lo Argemiro 2, = Fernando Vallejo El desbarrancadero Cuando le abrieron la puerta entré sin salu- dar, subié la escalera, cruzé la segunda planta, lleg6 al cuarto del fondo, se desplomé en la cama y cayé en coma, Asf, libre de s{ mismo, al borde del desba- rrancadero de la muerte por el que no mucho des- pués se habria de despefiar, pasé los que creo que fue- ron sus tinicos dfas en paz desde su lejana infancia. Era la semana de navidad, la més feliz de Antioquia. {Y qué hace que éramos nifios! Se nos habian ido pasando los dfas, los afios, la vida, tan atro- pelladamente como ese rfo de Medellin que convir- tieron en alcantarilla para que arrastrara, entre remo- linos de rabia, en sus aguas sucias, en vez de las sa- baletas resplandecientes de antafio, mierda, mierda y ands mierda hacia el mar. Para el afio nuevo ya estaba de vuelta a la rea- lidad: alo ineluctable, a su enfermedad, al polvoso ma- nicomio de su casa, de mi casa, que se desmoronaba en ruinas. Pero de mi casa digo? ;Pendejo! Cudnto ha- cfa que ya no era mi casa, desde que papi se murié, y por eso el polvo, porque desde que él falté ya nadie Ja barrfa. La Loca habfa perdido con su muerte mas 8 que un marido a su sirvienta, la tinica que le duré. Medio siglo le duré, lo que se dice rapido. Ellos eran el espejo del amor, el sol de la felicidad, el matrimo- nio perfecto. Nueve hijos fabricaron en los primeros yeinte afios mientras les funcioné la m4quina, para la mayor gloria'de Dios y de la patria. ;Cudl Dios, cudl patria! ;Pendejos! Dios no existe y si existe es un cerdo y Colombia un matadero. Y yo que juré no volver! Nunca digas de esta agua no beberé porque al ritmo a que vamos y con los muchos que somos el dia menos pensado estaremos bebiendo todos el agua- mierda de ese rfo. Que todo sea para la mayor gloria del que dije y la que dije. Amén. Volvi cuando me avisaron que Dario, mi her- mano, el primero de la infinidad que tuve se estaba muriendo, no se sabfa de qué. De esa enfermedad, hombre, de maricas que es la moda, del modelito que hoy se estila y que los pone a andar por las calles co- mo cadéveres, como fantasmas transhicidos impul- sados por la luz que mueve a las mariposas. :Y que se llama cémo? Ah, yo no sé. Con esta debilidad que siempre he tenido yo por las mujeres, de maricas na- da sé, como no sea que los hay de sobra en este mun- do incluyendo presidentes y papas. Sin it més lejos de este pats de sicarios, no acabamos pues de tener aqui de Primer Mandatario a una Primera Dama? Y hablaban las malas lenguas (que de esto saben més que las lenguas de fuego del Espiritu Santo) de la debilidad apostélica que le acometié al Papa Pablo por los chulos o marchette de Roma. La misma que me acometié a m{ cuando estuve alld y lo conoci, 0 2 mejor dicho lo vi de lejos, un domingo en la mafiana yen la plaza de San Pedro bendiciendo desde su ven- tana. (Cémo olvidarlo! El arriba bendiciendo y abajo nosotros el rebafio aborregados en la cerrazén de la plaza. En mi opinién, en mi modesta opinién, ben- decia demasiado y demasiado inespecificamente y con demasiada soltura, como si tuviera la mano que- brada, suelta, haciendo en el aire cruces que tenfamos que adivinar. Como notario que de tanto firmar dafia Ja firma, de tanto bendecir Su Santidad habfa dafiado su bendicién, Bendecfa desmafiadamente, para aqui, para alld, para el Norte, para el Sur, para el Oriente, para el Occidente, a quien quiera y-a quien le cayera, a diestra y siniestra, a la diabla. {Qué chaparrn de bendiciones el que nos llovi6! Esa mafiana andaba Su Santidad mds suelto de la manita que médico rece- tando antibiéticos. Toqué y me abrié el Gran Giievén, el semien- gendro que de tiltimo hijo parié la Loca (en mala edad, a destiempo, cuando ya los évulos, los genes, estaban dafiados por las mutaciones). Abrié y ni me salud, se dio la vuelta y volvié a sus computadoras, al Internet. Se habia aduefiado de a casa, de esa casa que papi nos dejé cuando nos dejé y de paso este mundo. Primero se apoderé de la sala, después del jardin, del comedor, del patio, del cuarto del piano, Ia biblioteca, la cocina y toda la segunda planta in- cluyendo en los cuartos los techos y en el techo la an- tena del televisor. Con decirles que ya era suya hasta la enredadera que cubrfa por fuera el ventanal de la fachada, y los humildes ratones que en las noches venfan a mi casa a malcomer, vicio del que nos aca- bamos de curar nosotros definitivamente cuando pa- pise murié. —2Y este semiengendro por qué no me sa- luda, 0 s que dorm{ con él? No me hablaba desde hacia afiales, desde que florecié el castafio. Se le habfa venido incubando en Ja barriga un odio fermentado contra mi, contra este amor, su propio hermano, el de la voz, el que aqui di- ce yo, el duefio de este changarro. En fin, qué le va- mos a hacer, mientras Darfo no se muriera est4bamos condenados a seguirnos viendo bajo el mismo techo, en el mismo infierno. El infiernito que la Loca cons- truy6, paso a paso, dia a dfa, amorosamente, en cin- cuenta afios. Como las empresas sélidas que no se improvisan, un infiernito de tradicién. Pasé. Descargué la maleta en el piso y enton- ces vi a la Muerte en la escalera, instalada alii la puta perra con su sontisita inefable, en el primer escalén. Habia vuelto. Si por lo menos fuera por mi val A este su servidor (suyo de usted, no de ell ne respeto. Me ve y se aparta, como cuando se tro- pezaban los haitianos en la calle con Duvaliet. —No voy a subir, sefiora, no vine a verla. Co- mo la Loca, trato de no subir ni bajar escaleras y an- dar siempre en plano. ¥ mientras vuelvo cufdesey me cuida de paso la maleta, que en este pafs de ladrones en un descuido le roban a uno los calzoncillos y ala Muerte la hoz. Y dejé a la desdentada cuidando y segu{ hacia el patio, Alf estaba, en una hamaca que habia colga- 1 ce Ee as do del mango y del ciruelo, y bajo una sdbana exten- dida sobre los alambres de secar ropa que lo protegia del sol. —iDario, nifio, pero si estés en la tienda del cheike Se incorporé sonriéndome como si viera en mfa la vida, y s6lo la alegria de verme, que le brillaba en los ojos, le daba vida a su cara: el resto era un pe- Ulcjo arrugado sobre los huesos y manchado por el sarcoma. —iQué pasé, nifio! Por qué no me avisaste que estabas tan mal? Yo llamndote dia tras dia a Bo- goti desde México y nadie me contestaba, Pensé que se te habfa vuelto a descomponer el tcléfono. No, el descompuesto era él que se estaba mu- riendo desde hacta meses de diarrea, una diarrea im- parable que ni Dios Padre con toda su omnipoten- cia y probada bondad para con los humanos podia detener. Lo del teléfono eran dos simples cables suel- tos que su desidia ajena a las llamadas de este mundo mantenia asi en el suelo mientras flotaba rumbo al cielo, contenida por el techo, una embotada nube de marihuana que se alimentaba a s{ misma. El teléfono tenfa arreglo. El no. Con sida o sin sida era un caso perdido. ;Y miren quién lo dice! —Abri esas ventanas, Dario, para que salga esta humareda que ya no me deja pensar. No, no las abria. Que si las abrfa entraba el viento fifo de afuera. Y seguia muy campante en la hamaca que tenia colgada de pared a pared. ‘Qué de- sastre ese apartamento suyo de Bogoté! Peor que esta 12 casa de Medellin donde se estaba muriendo. Nada ms les describo el bafio. Para empezar, habia que su- bir un escalén. —2¥ este escalén aqui para qué? {Maestros de obra chambones! En qué cabeza cabia hacer el bafio un esca- Ion més alto que el resto del tugurio? Me tropezaba con el escalén al entras, y me iba de bruces sobre el vacio al sali ;Hijueputa dos veces el que lo construyé! Una por su madre y otra por su abuela. El bafio no tenia foco, o mejor dicho foco sf, pero fundido, y cuanto hace que se acabé el papel higiénico. Desde los tiempos de Maricastafia y el ma- ricén Gaviria, Y ojo al que se sentara en ese inodoro: se golpeaba las rodillas contra la pared. Ya quisiera yo ver a Su Santidad Wojtyla sentado ahi. O bajo la re- gadera, un chortito frio, frio, fio que cafa gota a gota a tres centimetros del éngulo que formaban las otras dos paredes, heladas. El golpe ya no era sélo en las ro- dillas sino también en los codos cuando uno se tra- taba de enjabonar. ;Pero jabén? —jDarfo, carajo, dénde esté el jabén! Jabén no habfa. Que se acabé. También se acabé, Todo en esta vida se acaba. Y ahora el que se estaba acabando era él, sin que ni Dios ni nadie pu- diera evitarlo. Se incorporé con dificultad de la hamaca del jardin para saludarme, y al abrazarlo senti como si apretara contra el corazén un costalado de huesos. ‘Un pajaro corté el aire seco con un llamado inarmé- 13 aE Lees ae nico, metélico: “;Gruac! ;Gruac! ;Gruac!” O algo asi, como triturando lata. —Hace dfas que trato de verlo —comenté Darfo—, pero no sé dénde esté, se me esconde. Que iba graznando del mango al ciruelo, del ciruelo a la enredadera, de la enredadera al techo, sin dejarse ver. —Ya conozco a todos los pdjaros que vienen aqui, menos ése. En este punto recuerdo que un afio atrds ha~ bia subido con papi al edificio de al lado, recién ter- minado, a conocer sus apartamentos que acababan de poner en venta, y que vi por primera vez desde arriba el jardincito de mi casa: un cuadradito verde, vivo, vivo, al que llegaban los p4jaros. Uno de los tilti- mos que quedaban en ese barrio de Laureles cuyas ca- sas habjan ido cayendo unaa una a golpes de piqueta compradas y tumbadas por la mafia para levantar en sus terrenos edificios mafiosos. —2 a quién le piensan vender tantos apar- tamentos? —le pregunté a papi. —No hay a quién —me contesté—. Hoy por hoy aqui sélo hay ricos muy ricos y pobres muy pobres. Y los ricos no venden porque los pobres no compran. —Los pobres jamds compran —comenté—; roban. Roban y paren para que vengan més pobres a seguir robando y pariendo. Menos mal papi que ya te-vas a morir y a escapar de yer tumbada tu casa. —iQué val El que se va.a mori es este siglo que est muy viejo. Yo no. Pienso enterrar al milenio y vivir hasta los ciento quince afios. O més. 14 —;Ciento quince afios bebiendo aguardien- te? No hay higado que resista. —Claro que lo hay! El higado es un érgano muy noble que se renueva. ‘Tres meses después yacia en su cama muerto, justamente porque el higado no se le renové. ;Qué se va a renovar! Aqui los tinicos que se renuevan son estos hijos de puta en la presidencia. Pobre papi, a quien quise tanto. Ochenta y dos afios vivid, bien re- zados. Lo cual es mucho si se mira desde un lado, pe- 10 si se mira desde el otro muy poquito. Ochenta y dos afios no alcanzan ni para aprenderse uno una en- ciclopedia. —;O no, Dario? Tenemos que aguantar aver si acabamos de remontar la cuesta de este siglo que tan dificil se est4 poniendo. Pasado el 2000 todo va a ser més facil: tomaremos rumbo a la eternidad de bajada. Hay que creer en algo, aunque sea en la fuerza de la gravedad. Sin fe no se puede vivir. Entonces, mientras yo lo vefa armar un ciga- rrillo de marihuana, me conté cémo se habia preci- pitado el desastre: a los pocos dias de estarse tomando un remedio que yo le habfa mandado de México em- pezé a subir de peso y a llendrsele la cara como por milagro. (Qué milagro ni qué milagro! Era que habia dejado de orinar y estaba acumulando liquidos: des- pués de la cara se le hincharon los pies y a partir de ese momento la cosa definitivamente se jodié porque ya no pudo ni caminar para subir a ese apartamento suyo de Bogoté situado en el pico de una falda coro- nando una montafa, tan; tan, tan, tan alto que las 15 nubes del cielo se confundfan con sus nubes de ma- rihuana. De inmediato comprend{ qué habia pasado. La fluoximesterona, la porqueria que le mandé, era un andrégeno anabélico que se estaba experimentan- do en el sida dizque para revertir la extenuacién de Jos enfermos y aumentarles la masa muscular. En vez de eso a Darfo lo que le provocé fue una hipertrofia de la préstata que le obstruyé los conductos urina- tios. Por eso la acumulacién de liquidos y el milagro de la rozagancia de la cara. —Hombre Dario, la préstata es un érgano estiipido. Por ahi empiezan casi todos los canceres de los hombres, y como no sea pata la reproduccién no sirve para nada. Hay que sacarla. Y mientras més pron- to mejor, no bien nazca el nifio y antes de que ma- dure y se reproduzca el hijueputica. Y de paso se le sacan el apéndice y las amigdalas. Asf, sin tanto es- torbo, podré correr més ligero el angelito y no ten- dré ocasién de hacer el mal. Yacto seguido, en tanto él acababa de armar el cigarrillo de marihuana y se lo empezaba a fumar con la naturalidad de la beata que comulga todos los dias, le fui explicando el plan mfo que constaba de los siguientes cinco puntos geniales: Uno, pararle la diarrea con un remedio para la diarrea de las vacas, Ja sulfaguanidina, que nunca se habia usado en hu- manos pero que a m{ se me ocurtié dado que no es tanta la diferencia entre la humanidad y los bovinos como no sea que las mujeres producen con dos tetas menos leche que las vacas con cinco o seis. Dos, sa- carle la préstata. Tres, volverle a dar la fluoximeste- 16 i rona. Cuatro, publicar en El Colombiano, el perid- dico de Medellin, el consabido anuncio de “Gracias Espiritu Santo por los favores recibidos”. Y quinto, imos de rumba a la Céte d'Azur, —2Qué te parece? Que le parecta bien. Y mientras me lo decfa se atragantaba con el humo de la maldita yerba, que es bendita. —Esa marihuana es bendita, ;0 no, Darfo? {Claro que lo era, por ella estaba vivo! El sida le guitaba el apetito, pero la marihuana se lo volvia adar. —Fumi més, hombre. Palabras necias las mfas. No habfa que dectr- selo. Mi hermano era marihuano convencido desde hacia cuando menos treinta afios, desde que yo le pre- senté a la inefable. Con esta inconstancia mla para todo, esta volubilidad que me caractetiza, yo la dejé poco después. EI no: se la sumé al aguardiente. Y le hacfan cortocircuito, El desquiciamiento que le pro- vocabaa mi hermano la conjuncién de los dos demo- nios lo ponfa a hacer chambonada y media: rompla vidrios, chocaba carros, quebraba televisores. A tran- ‘az0s se agarraba con la policfa y un dia, en un juzga- do, frente a un juez, tird por el balcén al juez, A la cdrcel Modelo fue a dar, una temporadita. Cémo sa- li6 vivo de allt, de esa cércel que es modelo pero del matadero, no lo sé. De eso no hablaba, se le olvidaba. Todo lo que tenfa que ver con sus horrores se le olvi. daba. Que era problema de familia, decta, que a no- sotros dizque se nos cruzaban los cables, 17 —Sele cruzarin a usted, hermano. |A mino, toco madera! Tan tan. Andaba por la selva del Amazonas en plena zona guerrillera con una mochilita al hombro llena de aguardiente y marihuanay sin cédula, ;se imagina usted? Nadie que exista, en Colombia, anda sin oé- dula. En Colombia hasta los muertos tienen cédula, y votan. Dejar uno alli la cédula en la casa es como dejar cl pipi, jquién con dos centigramos de cerebro —,Por qué carajos, Darfo, no andés con la cédula, qué te cuesta? —No tengo, me la robaron. —Estipido! Dejarse robar uno la cédula en Colombia es peor que matar a la madre. —W si con tu cédula maran a un cristiano que Que qué va, que qué iba, que no iban a matar anadie, que dejara ese fatalismo. ;Fatalismo! Esa pala- bra, ya en desuso, la aprendimos de la abuela. Viene del latin, de “fatum”, destino, que siempre es para peor. jRaquelita, madre abuela, qué bueno que ya no estas para que no veas el derrumbe de tu nieto! Por la selva del Amazonas andaba pues sin cédula.

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