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El DUENDE Y EL ABACERO
1. :
RASH UN FSTUDIAN TE que vivia en un dey
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en una habitacion ¢.
propictario de toda la ca:
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eeOrosa y
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él porque cada Nocheby
ofteeia un plato de pot
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A cantidad de
Negaba la Senerosidad g
ivia en la tienda de Provisiog
yelestudiante entro por la ty
ve con un
manteca, que a tanto
abacero; de modo que el duendecillo v
Jel
muy asus anchas. Una noche.
hes
astienda a
a quien mandar,
Recesitaba, el
noches con un Movimiento de |
ella era una sefiora que podia hy
estaba dotada de un
comprar unas velay y queso. Como no tenia
mismo. Cuando hubo ubtenido lo que
fue
le dieron las bue
abacera
Y su mujer
a cabeza, y eso que
As que mover Ja
ay pocas, FB
acer algo m
a lengua como h
ponds con una inclinacion,
trozo de papel con que
cada de un libro
de poesias,
abeza, pues
Vestudiante corres:
de Pronto, se detuvo |
Aenvuelto cl que:
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pero,
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Antiguo que
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So. Era una hoja arran-
ta debido romperse, un libro
—Atin quedan
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alta,
~dijo el abacero—, Me lo cedié
OS e das cuatro cuartos, tendras
lo que € Sime das cuatro cuarto
18
be en.ST wRD
EL DUENDE Y EL ABA
_jGracias! —dijo el estudiante—, Cimbiemelo por el queso,
listima
que yo bien puedo comer el pan solo con manteca, Seria uns
fomper el libro a trozos. Es usted un buen hombre, un hombre practico,
pero de poesia estd tan ayuno como esta tina.
La frase resultaba demasiado dura, especialmente para la tina; pero
el abacero se ech a reir y el estudiante le imitd, porque lo habia dicho
solo en broma. Mas al duende le disgusté que se dijeran tales cosas a
un abacero que era propietario de una casa y vendia la mejor manteca.
Llegé la hora de cerrar la tienda y, cuando ya todos estaban en la
cama menos el estudiante, salié el duende, se dirigié a la alcoba y arran-
cé la lengua de la sefiora. Esta no la necesitaba mientras dormia y él
la colocaba en cualesquiera objetos, proporciondndoles asi el don del
habla y el poder de expresar sus ideas y sentimientos tan bien como la
sefiora. Pero solo podia hacer uso de la lengua un objeto cada vez, yera
suerte, pues de lo contrario todos hubieran hablado al mismo tiempo.
El duende puso la lengua en la tina, donde se guardaban los perio.
dicos viejos, y le pregunté:
—Es verdad que no sabes lo que es poesia?
—{No he de saberlo? —respondié la tina—. Poesia es algo que
ponen siempre al final de los periddicos y que a veces esta cortado. Me
atreveria a decir que tengo yo mucha mis que el estudiante, y eso que
soy una simple tina, comparada con el abacero.
Luego, el duende puso la lengua en el molinete. \Valgame Dios, y
qué ruido armé! Después la puso en el barril de la manteca, en el cajén
del dinero, y todos fueron de la misma opinién que la tina del papel
viejo, de modo que habia de respetarse el acuerdo de la mayoria.
—Voy a decirselo al estudiante—. Y, tras estas palabras, el duende
se deslizé calladamente por la escalera de la cocina y legé al desvan
donde aquel moraba. Dentro habja una vela encendida y, mirando por
el ojo de la cerradura, el duende pudo ver que el estudiante leia el libro
roto que obtuvo en la tienda.
jPero cudnta luz habia alli dentro
que formaba un tronco rematado en un fro
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1 Del libro salfa un vivo resplandor
ndoso Arbol de ramas €x-CuENTOS DE ANDERSEN
didas sobre el estudiante. Las hojas eran de un a verdor, y Cady
tendidas sob beza de una hermosa doncella, de ojos negros y brillantes
flor era cae ble azul celeste, otras; cada fruta era ung estrel :
unas, y de un admiral le whe mndsica celestial ella
resplandeciente, y s¢ 018 un rumor lem ‘do tal maravilla, ei ee
Nunca el duendecillo habfa visto ni ofdo ta 12, Di siquiery
en suetios, y alli permaneci6, de puntillas y con Hn ojo en el aguje,
ro de la cerradura, mirando hasta que la i del desvén Se extinguig,
Probablemente, el estudiante la apago para irse a dormir, mas no Por
eso se marché el duende, pues atin seguia deleitando sus ofdos la suave
misica, que sonaba como un arrullo para que el estudiante conciliarg
el suefio.
—jQué habitacidn tan prodigiosa! —coment6 el duende—. Nunca
lo hubiera sospechado. Me gustaria vivir con el estudiante —pensd,
Pero, después de mucho pensarlo, suspir6—: El estudiante no tiene
potaje—. Y se alejé. Si, volvié a bajar a la abaceria. En buena hora lo
hizo, pues poco faltaba para que la tina gastase del todo la lengua de la
sefiora; ya habia comunicado a los objetos de un lado cuanto contenfa,
y se dispon{a a repetirlo a los que estaban al otro lado, cuando llegé el
duende y restituyé la lengua a la seftora. Pero, de entonces en adelante,
toda la tienda, desde el barril hasta la lefia, cambiaron su opinion sobre
la tina; todo el mundo la trataba con gran respeto, poniendo en ella tal
fe, que cuando el abacero leia el articulo de fondo y la critica teatral en
un diario de la noche, todos crefan que hablaba la tina.
Pero el duendecillo no podia ya estar quieto escuchando las manifes-
taciones de sabiduria y de ingenio que podian oirse en la tienda. Apenas
empezaba a brillar la luz del desvin, y los rayos luminosos parecfan
recios cordeles que lo arrastrasen, obligindole a subir y a mirar por el
ojo de la cerradura. Entonces le invadia un sentimiento de grandeza
como el que nos sobrecoge ante un mar encrespado por el azote dela
tempestad, y rompja en llanto. No podia explicarse por qué Morabss
Pero una emocién muy agradable se mezclaba a las grimas: se
el colmo de la alegria poder estar con el estudiante bajo aquel anbe"
pam nn
Pero esto era imposible; debia contentarse con mirat pot ¢l 0°
20 Scanned by TapScatEL DUENDE y EL ARACERO
cerradura, y gracias atin. Y permanccia en el frio rellano aguantando el
viento de otoio que soplaba por la puertecilla del tejado; aunque hacia
un frfo intensisimo, solo lo sentia cuando se apagaba la luz del desvén
y cesaba la musica del arbol maravilloso. -Brrr! Entonces, se sentia
helado y bajaba tiritando a esconderse en . rincdn. {Qué calentito
y cémodo estaba alli! Y cuando llegaba Navidad y, con la fiesta, ¢l po-
taje y una buena cantidad de manteca, ya no reconocia mas duefio que
el abacero.
Pero, a medianoche, un estrépito de mil demonios y el retumbar de
la puerta que la gente de la calle golpea con todas sus fuerzas desper-
taron al duende. El vigilante tocaba la bocina para avisar que se habia
declarado un formidable incendio, :Ardia la casa del abacero, o Ia del
vecino? ¢Dénde estaba el fuego? Se produjo un momento de panico.
Tan alarmada estaba la mujer del tendero, que se quité de las orejas los
pendientes de oro para guardarlos en el bolsillo y salvar al menos algu-
na cosa; el abacero se lanzé a recoger los billetes de Banco, y la criada
solo pensé en el chal de seda que tantos ahorros le habia costado. Cada
uno procuraba salvar lo mejor que tenja, y el duende, que querfa hacer
lo propio, subid en cuatro saltos la escalera y se planté en la habitacién
del estudiante, el cual permanecfa tranquilamente en la ventana con-
templando el violento incendio que devoraba la casa de enfrente. El
duendecillo tomé el libro de la mesa y se lo puso en la pelirroja cabeza,
apretandolo con ambas manos. Seguro de haber salvado el mas grande
tesoro de la casa, se alejé corriendo hacia el tejado del edificio y fue a
sentarse en la chimenea. Alli permanecié alumbrado por las llamas del
incendio de la casa vecina, apretando con las manos su tesoro contra la
pelirroja cabeza, y solo entonces supo donde estaba su corazén y a quién
realmente pertenecia. Pero cuando el incendio quedé extinguido y el
duende volvié a reflexionar con calma...
—Me dividiré entre los dos —se dijo—. No puedo abandonar del
todo al abacero, a causa del potaje!
Y esto, al fin y al cabo, era humano. La mayoria de los hombres nos
apegamos al abacero por el potaje.
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