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Investigaciones

Animismo: Sobre creencias, cultos, sectas y religiones

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Por Héctor Gutiérrez García

Diplomado de Religiones Monoteístas y Politeístas del Centro de Saberes

La disertación teórica en ciencias sociales y humanas elaborada desde la modernidad occidental tiene su particular manera de encarar el debate intercultural acerca des diferentes experiencias “cosmogónicas” y eco-humanas: la ha venido procesando desde la confluencia entre tradiciones que han ido borrando una parte “no occidental” de su genealogía (subalternizándola), mientras que otra parte “occidentalista” la ha sobrevisibilizado (hegemonizándola) -siendo el comienzo de lo que puede ser llamado “extractivismo cognitivo”-, sumado ello a un emergente e instituyente patriarcado histórico basado en rígidos binarismos: con esos dicotomisnos abordan el debate acerca de lo trascendente (del “más allá”, extraordinario, lejano y diacrónico) y de lo inmanente (del “más acá”, cotidiano, cercano y sincrónico), discusión que incluye dimensiones tales como lo luminoso y numinoso, lo diurno solar y lo nocturno estelar/lunar, lo manifiesto y lo inmanifiesto, lo determinado (determinable, visible, cuantificable y medible) y lo indeterminado (indeterminable, invisible, cualitativo e infinito/eterno), la vigilia y lo onírico, lo consciente y lo inconsciente, lo racional pensable y lo emocional sensible, lo vital y lo mortal, lo ausente trascendido y lo presente concreto, lo real y lo imaginario, lo personal y lo colectivo, lo masculino y lo femenino, lo benévolo y lo perjudicial, y otros similares dualismos. Esta manera de acercarse interculturalmente a las mencionadas experiencias es  así algo ciertamente “particular”, especialmente por su confluencia desde cierta tradición occidental moderna de una parte elitista de la herencia greco-romana-latina con su similar semítico-judeo-cristiana, mixtura misma que fue imponiéndose imperialmente por expansión colonialista y bélica (ecocida, genocida, feminicida, lingüicida y etnocida), la cual fue la base del antedicho extractivismo cognitivo.   

De hecho, hay innumerables experiencias en el Planeta que no pasan por los horizontes ni coordenadas espirituales/existenciales de dicha tradición moderno occidentalista. Esto incluye su diferente praxis cultural-teórica, es decir, su manera de nombrar las mencionadas experiencias, lo que supone las cercanas relaciones entre diversidad ecológica y diversidad cultural (incluyendo la diversidad espiritual, experiencial, lingüística). Muchas experiencias diversas del vínculo entre lo natural-lo humano son descritas como relaciones con lo invisible o con lo que es percibido desde una sensibilidad particular (que algunas personas identifican con lo multidimensional, lo extrasensorial, sobrenatural o paranormal). Así las relaciones culturales-lingüísticas lo son con diversas manifestaciones (que asimismo tienen muchas nociones y voces), que las identifican como seres, entes, entidades, elementales, espíritus, almas, animas, encantos, duendes, ángeles, momoyes, cheses, tucutucos, manares, etc. También otras experiencias son personales, interpersonales e intrapersonales, sin descartar experiencias “mediumnicas” y cosmogónicas (“cósmicas”), siendo aquello con lo que se relaciona algo “caoscéntrico”, “cosmocéntrico”, “ecocéntrico” o “antropocéntrico”. De ahí que se fueron manifestando experiencias éticas o devocionales dentro de estas relaciones que son internalistas, externalistas, o una dinámica compleja de ambas, así como también experiencias personales, interpersonales, familiares y colectivas (incluyendo dentro de tales comunidades a las manifestaciones “no humanas”: minerales, animales, vegetales, aéreas,  etéreas, ígneas, telúricas, acuáticas, lacustres, etc.). 

De manera que, por ejemplo, en la misma historia occidental mediterránea se conoce por diversos textos acerca de tradiciones pre-patriarcales donde se ha venerado las energías femenina, colectiva, “caordica” y horizontalista (según Alexandra Kollontai, María Gimbutas, Gerda Lerner, Victoria Sau, Casilda Rodrigañez, Starhawk, Vandana Shiva, Bachofen, Federico Engels, Elías Capriles, Abdennur Prado), refiriendo sus orígenes a una época antropológica previa a los gens y clanes (o a lo que de ello ha quedado hasta hoy encubierto), donde los vínculos femeninos se establecían entrañablemente desde el Muttertum y el Mutterlich junto con -y entre- seres “divinos” naturales (divinidades de la naturaleza), donde eran incluidos planetas junto con seres estelares, galácticos y siderales (solsticiales y equinocciales), así como minerales (aguas, vientos, fuego, éter, rocas, piedras, tierra, y el Planeta mismo experimentado como Gea o Pangea), sumando luego a ello animales, vegetales y energías (femeninas). Luego fue antropomorfizada en mujeres su relación con tales manifestaciones (divinidades femeninas y “Diosas Madres”), las cuales comenzaron con experiencias, prácticas y creencias que derivaron en devociones míticas-poéticas y rituales inmanentes, chtonicos y numinosos (como las Tesmoforias, o acá el Killa Raymi y el Tohe pumé), preámbulo de la tradición de mitos/rituales misteriosos y místicos (esotéricos), así como de posteriores veneraciones, cultos y vínculos (“religos”) más públicos (exotéricos). Toda esa genealogía, en aquel continente, quedó ocultada o sometida por el patriarcado hegemónico a través del derecho masculino (códigos de Lipit-Ishtar, Ur Namu, y Hammurabi), imponiendo la división o sectarismo, la cual al hacerse predominante (hegemónica) fue constituyendo prácticas ceremoniales y cultos que cada vez más exclusivamente crearon/manipularon los “religos”, instituyendo con ello religiones patriarcales “ordenadoras”, mesiánicas y descontextualizadas, estableciendo luego como dispositivo colonizador el enlace “religión-monoteísmo” (según el libertario y muslime catalán Abdenur Prado). 

 Así, se pasó desencarnada, etnocéntrica y misóginamente de lo femenino Africano y Dravídico tántrico (en Muakaka y en Mohenjo-Daro/Catal Huyuk) y de la mítica femenina (Lilith, Innana, Ishtar, Isis, Furias, Gorgonas, Medusas, Sirenas, Lesbias, Amazonas, Valkirias), al Egipto-Babilonismo señorialista (del Gilgamesh asirio-mesopotámico de los Annunakki/Nefilin y los cultos faraónicos del dios solar Ra) y al belicista Vedanta vaisnava (del Mahabárata y Upanishads y sus castas karmicas “trascendentales”). Igualmente pasó de la tradición nocturna/campesina del Pagus de las mujeres rurales -descalificadas como “infieles paganas”- y del “no teísmo/ateísmo/panteísmo” asiático (en el Bon, Daoismo y Budismo Dzogchen), a los diurnos ritos civiles/ciudadanos “politeístas” greco-romanos, zoroastrianos/mitraistas, priapistas y lamaístas, para pasar luego a constituir “religiosidades” tildadas por la modernidad occidentalista como “religiones monoteístas” Aryas-Abrahamicas, instituidas éstas por una exclusiva vía normativa letrada patriarcal (Ley de Manu Brahmánico-hinduista; Sharia de los Ulemas islámicos; Tablas de la Ley mosaica, Torá y Pesaj de los Rabinos Levi-judaicos; Evangelios de la Cristiandad post-Concilio papal de Nicea; textos “sagrados” sionistas o godo-anglo-teutones de discordantes cultos y sectas protestantes). Religiones dominantes que tuvieron históricamente divisiones (cismas) las cuales derivaron diversas “adoraciones” en nuevas religiones modernas (reconocidas) o en nuevos cultos no reconocidos (sectas), según fuese la mirada colonialista de la psicología, arqueología, antropología, sociología, filología, o del orientalismo -según el pensamiento del palestino Edward Said-. 

 Las reflexiones de Sau, Kollontai y Engels asocian todas estas transformaciones “religiosas” a la apropiación simultánea de las mujeres y de la tierra (propiedad privada de las personas y del territorio), inaugurando con ello el análisis sobre los factores sociales, económicos, políticos y territoriales (geopolíticos) que están “detrás” del discurso y la narrativa sobre lo religioso y las religiones, aspecto que no hay que perder de vista (sobre todo si procuramos evitar caer en las trampas de la epistemología internalista a la que nos habituó el positivismo europeo). Tan solo como ejemplo de este factor geopolítico, el papel jugado por el Marco Polo, Magallanes y Cristóbal Colon, y más recientemente, el rol jugado en Asia por el antropólogo-agente anglo-imperialista Lawrence de Arabia en el conflicto árabe-musulmán, cuando encubiertamente las potencias europeas negociaban los acuerdos herlz-sionistas de Sykes-Picot y de Balfur (con plan Yinon incluido).   

Tales conflictos y negociaciones anti-populares e inter-imperialistas surgieron y prosiguieron desde el Concilio de Nicea gestado por la Cristiandad imperial expansionista del emperador Constantino, con la inicial y “emblemática” ejecución de la “pagana” filósofa, astrónoma y matemática griega Hypatia de Alejandría; continuando asimismo con el largo, oculto e inmenso feminicidio por parte de las religiones monoteístas patriarcales (amparadas en sus guerras interreligiosas). Ejemplo de esto lo fueron: la dupla Catolicismo-Protestantismo de la Cristiandad medieval, la cual desarrolló la Inquisición el primero y la Cacería de brujas el segundo (ambos a través del infame y escolásticamente ilegitimo texto “Maleus maleficarum”); la senda de los fundamentalismos Omeyas sunníes islámicos (salafíes y wahabíes muyahidín), inmisericordes, desalmados, lapidarios, ablacionistas y belicistas; la genocida e imperial vía Herlz-Sionista contra la población Palestina. Dichas “guerras santas” sectarias fueron iniciadas y desarrolladas a lo largo periodo imperialista-genocida de 1490-1800-1970, donde las potencias capitalistas patriarcales monárquicas occidentalistas disputaron espiritual y territorialmente Europa, Asia, AbyaYala y África, mediante la aniquilación de la población romaní y árabe-andaluz en Granada; el Requerimiento misional (para acabar con 180 millones de pobladoras y pobladores originarios de AbyaYala); el “colbertiano” Código Negro y la Conferencia de Berlín de 1848 (para secuestrar y acabar con más de 80 millones de africanas y africanos en la trata esclavista). Labor genocida completada posteriormente por la eugenesia “cientificista” y el linchamiento racista del Ku Kux Klan (KKK), las dictaduras nazi-fascistas-sionistas de Europa (ario-teutónicas) y dictaduras neoliberales del Cono Sur (con su mortífera Triple A y el “kissingeriano” Plan Cóndor), el racista programa de inteligencia estadounidense del COINTELPRO, la esterilización masiva contra mujeres indígenas en Guatemala, Perú y el eje Guayanés-Amazónico, el desplazamiento paramilitar en Centroamérica y el Atlántico, y recientemente con los neoliberales Golpes de Estado fundamentalistas neo-inquisitoriales en Brasil, Bolivia y  Estados Unidos de Norteamérica (Bolsonaro, Añez y Trump), iniciativas todas que han contado con el beneplácito de un sector monárquico-capitalista con predominante apoyo mediático, industrial financiero, farmacéutico y armamentista (DuPont, Pionner, Bayer/Pfizer, Standar Oil/Shell de Rockefeller, IBM/Microsoft, IT&T/AT&T, Monarch, Royal Dutch Shell/Exxon, Tesla, Blackwater, Bretton Woods, G&E, Westinghouse, Ford, etc.), como parte del sustento al nuevo hegemón imperialista del siglo XX del calendario gregoriano-cristiano: el polo corporativo trasnacional sionista-anglo-estadounidense norteamericano.

Todas estas catástrofes generaron tal nivel de genocidio que, como denuncia Carlos Marx al referirse a aquella Historia escrita que “escriben los vencedores” de la clase burguesa capitalista, todo el acervo espiritual de aquellos pueblos vencidos territorialmente -esto es, militar, ecológica, económica y políticamente- quedó luego históricamente sumergido o manipulado según estereotipos tergiversadores y degradantes (y sus practicantes fueron en gran mayoría exterminadas y exterminados). De ahí que dicha derrota popular no lo fue meramente dentro de un debate racional-teológico, sino a causa de algo peor: un holocausto humano que la burguesa y eurocéntrica Historia “universal” occidentalocéntrica no ha querido cabalmente reconocer, por el costo integral de tener que asumirlo -con todo lo que ello implica-, como por ejemplo, reconocer las reparaciones sociohistóricas de los pueblos en lucha y resistencia quienes sobrevivieron socioculturalmente a estos desastres y despojos territoriales. En esta infame tragedia “incelebrable” el genocidio se apoyó el etnocidio, donde la dominación espiritual fue a su vez dominación cultural y lingüística. La labor misionera de los Cronistas de Indias (fundadores de Pueblos de Indios y de Cofradías), y del lado protestante el panamericanista Instituto Lingüístico de Verano -“Misión Nuevas Tribus”, son emblemáticos testimonios de tales atropellos culturales, ya que aplicaron el lingüicidio simultáneamente con el extractivismo cognitivo y epistémico, eliminando y manipulando los lenguajes maternos originarios e indígenas.

Sobre las dificultades neocolonialistas de vivenciar las culturas originarias abyayalences, tawantisuyanas, africanas y afrodescendientes (comentarios acerca del texto “Magia, Ciencia y Religión en Antropología Social. De Tylor a Levi-Strauss” escrito por Ismael Apud en el año 2011 del  calendario gregoriano-cristiano).

Las culturas originarias de los continentes de Muakaka (África) y de AbyaYala (“América”) son más difíciles de aprehender y comprender porque la manera colonialista y neocolonialista de acercarse a las mismas crean obstáculos que hacen casi imposible el dialogo intercultural. Las dificultades se hallan en el nivel de comprensión de lo que se entiende por “lo real” y “la realidad” (lo que la filosofía moderna convencionalmente llama ontología), así como en el nivel de lo que en éste ámbito se entiende como la manera de comprender y conocer (filosofía del conocimiento, que luego fue reducida a teoría del conocimiento, y aún más restringida teóricamente a gnoseología y científicamente a epistemología). De manera que en el nivel ontológico y epistemológico (onto-epistemológico) hay un problema cuando se parte de un abordaje centrado en la Especie humana (antropo-centrismo) y dentro de ésta, centrado principalmente en la experiencia de los varones hombres heterosexuales adultos (andro-centrismo), recayendo tales aproximaciones en una dimensión machista y patriarcal de la experiencia. Este abordaje es un sesgo particular de un pueblo (etnia) particular de la cultura greco-romana que se presenta a sí mismo como susceptible de expansión cultural generalizada (“universalismo”), constituyendo con ello más bien un etno-centrismo. En tal patriarcalismo etnocéntrico generalmente subyace una visión binaria (dicotómica) jerárquica de índole supremacista: afirma exclusivamente una sola cultura como mejor que las demás y un solo agente (el hombre) como generador de la misma, deviniendo con esto en una monocultura simple (unilineal) y reduccionista (unidimensional), que descontextualiza toda praxis cultural dejando fuera contextos, valores, subjetividades cuerpos y poderes en una especie de epistemología “internalista” (reforzada ésta ya en la Modernidad desde el positivismo lógico racionalista y cientificista). Más, ¿cómo se presenta este obstáculo del etnocentrismo patriarcalista predominante en la praxis teórica concreta?  

Se despliega mediante una serie de binarismos dicotómicos arraigados en la tradición occidentalista, algunos provenientes de la filosofía griega de Platón y de Aristóteles (e instituidos por quienes dogmáticamente les siguen), a saber: aquellas dicotomías supremacistas (ya que el polo “occidental” del par expuesto aparece como el más prestigiado o deseable) derivadas del Neoplatonismo y Aristotelismo, tales como luz-oscuridad, luminoso-numinoso, masculino-femenino, espíritu-materia, episteme-misterio, salud-enfermedad, madurez-inmadurez, orden-caos, lógica-emoción, actividad (acción)-pasividad (pasión). Sobre ésta base, en la tradición occidental medieval-renacentista son incorporadas nuevas dicotomías sustentadas en binarios como cultura-naturaleza, occidental-no occidental, propio-extraño y racional lógico/matemático-razonable sentiente, las cuales reafirmadas por un conjunto de filósofos europeos de raigambre monárquica y judeocristiana -incluso Inquisitorial (René Descartes, Francis Bacon, Augusto Comte, Hebert Spencer) sustentaron las racionalidades jerárquicas y excluyentes del determinismo y del racionalismo kantiano, así como del orden cientificista del positivismo, evolucionismo y empirismo, expresadas en los fragmentarios binarismos de lo lineal-no lineal, certeza-incertidumbre, verdad-falsedad, real racional/perceptual-imaginario subjetivo, episteme (ciencia)-doxa (conocimiento del vulgo), ciencia-filosofía, ciencia-ciencias, ciencia-metafísica, razón lógica-emoción sensible, consciente-inconsciente, ciudad (civis/civilización)-selva (silvícola/salvaje), patria/urbe-periferia/barbarie, futuro (progreso)/pasado (primitivo), sagrado-profano, entre varias nociones análogas.  

Estas dicotomías fueron vueltas predominantes, no tanto como una derrota filosófica e intelectual transhistórica (como nos lo ha presentado la “Historia Universal” y la “Filosofía Ilustrada” de la tradición burguesa patriarcal capitalista), sino que predominaron a causa del etnocidio derivado tanto de la expansiva destrucción natural (ecocidio) como del mortífero despojo territorial y humano (feminicidio y genocidio) ocasionados por la invasión geopolítica imperialista y colonialista contra los pueblos históricamente sometidos. Presentar esto meramente como una derrota intelectual “argumentativa” es un reduccionismo fundamentalista del cientificismo (socio-antropológico en este caso), el cual mediante una ahistórica y descontextualizada epistemología “internalista”, secularizó el proyecto expansionista de la Cristiandad en tanto proyecto imperial de dominación onto-epistemológica, abusando fanáticamente (religiosamente) primero de las nociones de “fiel a la fe” y de “lo natural”, y luego dogmáticamente (filosóficamente), de la nociones de la “verdad” y la “ciencia”, para imponer con ello ontológica, cognitiva y epistemológicamente todos los binarismos acá colocados en cuestión. Incluso tal ontología humana, identificada en la reflexión antropológica estudiada, llegó a una especie de proyección etnocéntrica de índole etnográfica y psicológica, al atribuirle al pueblo o persona objetualizada y externalizada como “otra” u “otro” lo que el propio científico social hace en tanto sujeto de investigación, por ejemplo, al atribuirles el empleo de una “proyección” egocéntrica, de prejuicios o metáforas, o el ejercicio del acriticismo y de terapias “salvadoras”. 

Al respecto, y considerando tal abordaje de “lo real”, cabe preguntarse: acá el cientista socio-antropológico tiene una posición ¿crédula o crítica? ¿Tiene una actitud arrogante, o modestamente humilde? En función de encontrar respuesta a dichas interrogantes, considero que allí falta autocrítica en dicho proceso -que se presenta como- “científico”, sobre todo porque busca mostrarse como un conocimiento objetivo, imparcial, neutro, abstracto, “desencarnado”, descontextualizado y cosmopolita, para pretender intentar afirmarse así como un conocimiento supuestamente “universal” (encubriendo la particular tradición occidentalista en la que se sostiene). Al hacer esto deliberadamente obvia la epistemología externa, y por consecuencia, también la diversidad cultural existente al interior de un conflictivo, contradictorio y dinámico contexto planetario de dominación imperialista/colonialista patriarcal capitalista racista y ecocida. Como alternativa a ese abordaje hegemónico, considero que para poder aprehender, comprender y vivenciar las culturas originarias y sus experiencias es importante realizarlo desde un abordaje encarnado, concreto, arraigado y particular, ontología que implica diálogos interculturales críticos y humildes entre epistemologías integrales, complejas, sensibles, éticas, estéticas, poéticas y contextualizadas.   

¿Cómo hacer el dialogo entre culturas originarias? Algunas aproximaciones

En lo que sigue, de manera consciente he procurado no emplear hasta donde me sea posible la “cárcel conceptual” de la modernidad/colonialidad occidentalista -según Abdenur Prado-, la cual consiste en hablar de las culturas y experiencias populares originarias empleando conceptos socio-antropológicos y orientalistas europeos acuñados por intelectuales procedentes de dicho continente (lo que implicaría recaer en un etnocentrismo eurocentrado), tales como animismo, totemismo, fetichismo, paganismo, teísmo, ateísmo, panteísmo, politeísmo, monoteísmo, culto, secta, religión, sagrado, profano, pagano, infiel, hereje, misterio, iglesia, sacerdocio, seglar, secular, brujería, hechicería, chamanismo, primitivo alma, psique, psíquico, anima, animus, ser, ente, espíritu, cosmos, caos, médium, eternidad, cielo, infierno, etc.    

Entre las culturas originarias de Muakaka y de AbyaYala/Tawaintisuyu, considerando no sólo sus diferencias, hay elementos similares, análogos, paralelos, equivalentes, próximos. Por ejemplo, algunas culturas africanas (Egun, Fon) hacen rituales que implican ayunos que predisponen al posterior empleo de la fuerza mental personal y colectiva. Esto puede asimilarse a las experiencias vivenciadas en la cultura Pemón (especialmente entre piasanes), las cuales refieren el poder de dicha fuerza mediante el empleo del Tarén, las cuales están reflejadas en las vicisitudes experimentadas míticamente por referentes como los Makunaimas y Canaimas. La experiencia de aguas, montañas, piedras, plantas y animales como seres en lo que se puede una o uno intercambiar o transformar, o que tienen influencia en la vida de las demás existencias (sobre todo si se es Piasan o según las leyes naturales Pemón, que se vinculan con la energía originaria Pia), se expresa la importancia del carácter comunitario que presentan tales existencias (sean éstas aguas, vientos, nubes, tierras, fuego, éter, montañas, piedras, árboles o animales): por ejemplo, el moriche y la yuca sabaneros, y en África el ñame y los árboles de baobab y ceiba, o en el caso de las “guardianas” de las lagunas, ríos, y montañas (Topo o Tepui en el caso de los Pemón). Transformaciones y respeto de dichos mundos que también hay en la cultura Africana nilotica y deltaica (así como en las culturas Bantu), en los pueblos Cuiva, Kari´ña, Nivar yaracuyano, Ye´kuana, Yanomami, Uotjuja (piaroa), Warao, Wayuu, y KeshwAymara. Muchas culturas originarias también asumen estos vínculos como femeninos, familiares y colectivos, dentro de una ampliación ecológica de lo comunitario como Comunidad de Vida (según Rafael y Juan José Bautista Segales), vínculo que es nombrado en aymara como Tama (la Gran Familia), Aloha Haina (en Hawaiiano), Gayanashakgowah en las naciones originarias Iroquesas, relación que similarmente conocida como I&I en Abysinia, como Obuntu/Ubuntu en el África AbaNguni, Abantu-Bathu-Batwa, Sotho-Tswana, KhoiSan, BaPedi, BaVenda, Tsonga y Nguni-Izandla ziyagezana, y como Ayni, Ciranda, Convite, Manovuelta y Minka en el Tawaintisuyu. 

Allí lo femenino y lo ancestral generalmente goza de respeto en parte importante de la cultura afrodescendiente ancestral (las Mambo e Iyaloshas) así como en África en sus diferentes “reinos” y cumbes, y en el Tawaintisuyu (bajo la dualidad aymara chacha masculino-warmi femenino). Otro elemento análogo es el vínculo con lo trascendido y lo no manifiesto, en relación a quienes ya fallecieron físicamente (e incluso, con sus cenizas) lo cual se refleja en rituales de respetuosa relación con tales ancestras y ancestros desencarnados. Eso puede observarse hacia la zona de Anahuac y Aztlan en los pueblos Yaqui y los Hau de noo sau nee (Iroqueses), y en el Chinchaysuyu entre pueblos originarios Tairona/Khogi/Uwa y en los Kari´ña (durante la celebración del Akatoompo el día 2 de noviembre), y por supuesto, en los vínculos africanos con las y los mayores ya difuntos. Puede haber elementos que suelen ser asociados a experiencias de “reencarnación” donde las personas no nacidas están asimismo vinculadas a las y los ancestros, quienes eligen dónde (en cuál materia carnal) van a encarnar. 

¿Como se dan a este respecto las vías y modo ancestrales de comunicación? Para ello en las culturas africanas, afrodescendientes e indígenas existen mediaciones tales como intuiciones, sueños, plantas y elementos naturales. Mediaciones expresadas tanto desde la práctica de caminar, conocer, interpretar y contar los sueños personales, como en la “lectura de la naturaleza” estelar, planetaria y biorregional (experiencias compartidas en los pueblos Baré, Barí, Keshwaymara, Ñengatú, Shiriana, Warao, Wayuu, Yukpa en su astronomía, matemática y geometría), en el uso de la intuición y de plantas enteógenas ancestrales como el caso del Peyote y de los hongos (en el Anahuac y el Chinchaysuyu), del Yagé y el Yopo (entre los pueblos Cuiva, Kari´ña, Pumé, Uotjuja, Yanomami), de la hoja de Coca en la región tawaintisuyana como alimento, y como oráculo -cuyo equivalente africano y afrodescendiente serían los Caracoles-. De manera semejante el papel relacional de la colectiva danza, baile, toque y el canto Africanos (en los pueblos Abisynios, Akan, Bantú, Congo, Dogón, Fulani, Kamita, Lucumí, Mande-Mandinga, Mondongo, Sonso, Songo, Wolof y Yoruba) también se encuentra en culturas abyayalences chinchaysuyanas dentro de las Turas ayamánes, el To(n)hé pumé, y en similares experiencias Kari´ña, Yanomami, Ye ´kuana y Wayuu, habiendo dentro de éstas manifestaciones posibilidades semejantes de una comunicación “mediumnica” mediante el “trance” (en pueblos Pumé y Yanomami ocurre como análogamente entre los pueblos Yoruba), así como respecto a las diferentes dimensiones, mundos y reinos (mundo de aquí, de arriba y de abajo), lo cual también existe en África, Anahuac, Aztlan, Iximulew, Qollasuyu y Chinchaysuyu (por ejemplo en las culturas Tairona, Maya y Keshwaymara). 

Asimismo hay otros elementos similares, análogos, paralelos, equivalentes y próximos en la manera de sentir y expresar,  de pensar y recordar, de decir y cantar, de danzar y ofrendar; de creer, construir y crear; de producir, consumir y repartir; de unirse y procrearse a la manera ancestral, y en la manera de estar, ser, estar siendo y continuar. Considero que las analogías y proximidades mencionadas entre las culturas territoriales originarias pueden facilitarse con una mirada y aproximación arraigada, despatriarcal (antipatriarcal), eco-sensible, y desneocolonial -como lo planteaba Luis Antonio Bigott-, experiencias que hace tres décadas reivindica el cultor Saúl Rivas-Rivas, y más recientemente el educador Gregorio Pérez Almeida (mirada, lectura, comprensión y praxis que la escuela descolonial hoy lo postula bajo la cosmovivencia denominada giro decolonial transmoderno).


 Publicado por AiSUR
Premio Nacional de Periodismo Necesario Anibal Nazoa 2020


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