Alfonso de Portago, el ahijado de Alfonso XIII (y "primo" de Isabel Sartorius) que amaba la velocidad

Fue el primer piloto español que militó en la escudería Ferrari.

Alfonso de Portago con Linda Christian, en Cuba, en febrero del 57.

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La mañana del 12 de mayo de 1957 Guidizzolo era una fiesta. Esta localidad cercana a Mantua se disponía a recibir a los participantes de las Mil Millas de Brescia. Sus habitantes, aficionados o curiosos, tomaban posiciones para ver pasar los bólidos, aunque solo fuera décimas de segundo.

Alfonso de Portago subiéndose a su Ferrari 335S para correr la carrera de las Mil Millas, en 1957.

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Desde su primera edición en 1927, esta competición se había ganado la fama de dura y peligrosa, algo que los organizadores, lejos de paliar, habían ido acrecentando año tras año. A pesar del riesgo inherente de una prueba que recorría buena parte de Italia por carreteras convencionales, durante esa jornada todo había discurrido con normalidad. De hecho, ni siquiera había llovido, una de las mayores preocupaciones de los pilotos en competición.

Sin embargo, apenas media hora antes de finalizar la carrera, una de las ruedas del Ferrari 335S que conducía el español Alfonso Cabeza de Vaca, Marqués de Portago, reventó provocando una de las mayores catástrofes en la historia de esa competición. Y de Guidizzolo.

Alfonso de Portago con su compañero Edmund Nelson en la carrera de las Mil Millas, 1957.

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El bólido, que rodaba a doscientos cuarenta kilómetros por hora, se desvió hacia la izquierda del trazado e impactó contra el público, cobrándose trece vidas, entre las que se encontraban la del Marqués de Portago, su copiloto Eddy Nelson, cinco niños entre cinco y siete años, y provocando dos decenas de heridos.

El accidente llenó las páginas de los periódicos de todo el mundo. Políticos y personalidades europeas exigieron que se prohibiera la carrera, que no volvió a celebrarse más y, en España, la espectacular muerte de Portago, de veintisiete años, fue una gran conmoción, no solo por su juventud, sino por su relevancia social.

Coche de Alfonso de Portago tras el accidente de la carrera de las Mil Millas, el 5 de diciembre de 1957.

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Alfonso Cabeza de Vaca Marqués de Portago, cuyo nombre completo era Alfonso Antonio Vicente Eduardo Ángel Blas Francisco de Borja Cabeza de Vaca y Leighton, era una destacada personalidad de la aristocracia española. Descendiente de conquistadores, su abuelo había sido alcalde de Madrid y su padre, fallecido cuando el niño tenía doce años después de darse una ducha al finalizar un partido de polo, era un amigo muy cercano de Alfonso XIII. Lo suficiente como para que el monarca actuase de padrino del chaval, que llevaba el nombre de Alfonso en honor del rey.

Desde pequeño, a Alfonso Cabeza de Vaca siempre le interesaron los deportes de acción. Bastante más que los estudios, todo hay que decirlo. Como dejaba traslucir el texto que el periodista Carlos Sentís escribió en ABC cuando el piloto falleció, Alfonso era “un joven español, cuya sencillez intelectual rayaba en lo elemental. Sano de cuerpo como de espíritu, Alfonso Portago no sabía siquiera lo que es filosofía e ignoraba todo el saganismo o el deanismo a la moda. Mucho antes de que muriera James Dean, desafiando al automóvil que le venía por la derecha, Alfonso de Portago vestía su chaqueta de cuero y demostraba su valor de la más noble manera».

Nacido en Londres, Alfonso pasó su infancia en Madrid, ciudad que abandonó en 1936 para residir en Francia, Estados Unidos e Inglaterra, donde era conocido por ser un joven apuesto, divertido, seductor y lleno de talentos y habilidades, como jugar al polo, disputar carreras de caballos en los hipódromos de Liverpool, Nottingham, Tremblay, Longchamps, o manejar trineos de bobsleigh, disciplina en la que había competido en los juegos de invierno de 1956 celebrados en Cortina d’Ampezzo.

A todos esos talentos, Portago sumaba también el de piloto de aviones, una afición que tuvo que dejar temporalmente aparcada cuando le retiraron la licencia al contravenir las normas de aviación por pasar bajo un túnel de ferrocarril en Palm Beach.

Hijo de la estadounidense Olga Leighton, fue un grupo de amigos también americanos los que introdujeron al Marqués de Portago en las competiciones automovilísticas. Citas como las veinticuatro horas de Le Mans, las Doce horas de Reims o los campeonatos de Monza, Buenos Aires o Cuba, algunas de las cuales el aristócrata disputó con automóviles pagados de su propio bolsillo. Primero un Ferrari Sport 3 y luego un Maserati, al que siguió un Osca, con el que sufriría un aparatoso accidente en ** Nürburgring** en el que, afortunadamente, tan solo se fracturó una pierna.

Alfonso de Portago con Gary Cooper en Cuba, en febrero de 1957.

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Consciente de los riesgos de ese deporte, Alfonso Portago siempre quiso ser profesional. Según recogía el diario ABC el 26 de enero de 1956, el aristócrata afirmaba que “no se puede ser corredor de coches amateur. Es demasiado peligroso. Hay que entrenarse constantemente y poseer un equipo propio de mecánicos”.

Por eso, el hecho de que Ferrari aceptase incluirlo en su equipo de pilotos fue para Portago un sueño hecho realidad que, además, iba asociado a otras muchas satisfacciones, como un contrato de dos millones de francos por parte de una marca de gasolina en concepto de patrocinio.

Con Ferrari, Portago comenzó a competir contra los más grandes en igualdad de condiciones. Figuras como Shelby, Steling Moss o Fangio, que quedó conmocionado cuando se enteró de la muerte de su colega, a pesar de que no le resultó extraño el trágico desenlace: “Es terrible, pero no me sorprende”, afirmó el argentino. “Las carreras de coches son cada vez más peligrosas, debido al aumento constante de la potencia de los motores”.

Alfonso de Portago en la carrera de las Mil Millas, en 1957.

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En el caso de Portago no fueron los motores. O no solo. Según la Fiscalía de Brescia, que llegó a confiscar todos los modelos del 335S además del siniestrado para hacer la investigación, la razón del accidente habría sido el desvío de un milímetro en uno de los ejes del automóvil. Un fallo que, según sostendría posteriormente la hija de Portago, Andrea Cabeza de Vaca y McDaniel, era conocido por la escudería Ferrari pero al que no se puso solución para no perder la oportunidad de participar en las Mil Millas.

El 14 de mayo de 1957, el cuerpo de Alfonso Cabeza de Vaca llegó a Madrid para ser enterrado en la Sacramental de San Isidro. Según los medios de comunicación de la época, el piloto dejaba viuda, Carroll McDaniel, y dos hijos: la ya mencionada Andrea, de 6 años, y que con el tiempo llegaría a ser una importante fotógrafa amiga de Andy Warhol y asidua al Studio54, y Antonio, de 3, heredero del título de marqués de su padre y pareja de ** Bianca** Jagger en su madurez.

Tuvo que ser la famosa Louella Parson la que informase a la prensa, española y del mundo entero, de un detalle hasta entonces desconocido en la vida de Alfonso de Portago. Además de Andrea y Antonio, el piloto era también padre de Kim, un niño nacido de una relación extramatrimonial con Dorian Leight, una supermodelo de la época que habría inspirado a Truman Capote el personaje de ** Holly Golightly** de Desayuno con diamantes.

Dorian Leight, mujer con la que tuvo un hijo extramatrimonial. El pequeño se llamaba Kim.

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Dorian Leight, que había mantenido en secreto la existencia de Kim, fue traicionada por su hermana, que se lo contó a ** Parsons** sin sospechar que la noticia enfurecería a la familia de la modelo. Ofendidos, el padre y la madre de Dorian despreciaron a su hija y nunca aceptaron como nieto a Kim que, ya en la veintena y aquejado de problemas con las drogas, acabó suicidándose arrojándose por una ventana.

En 1967, sofocado ya el escándalo, se inauguró en las afueras de Madrid el Circuito del Jarama. Los responsables decidieron bautizar una de las curvas con el nombre del aristócrata como homenaje al que fuera uno de los pioneros del automovilismo en ** España** y cuya memoria parece estar un tanto olvidada en la actualidad.

De hecho, cuando se cumplió el medio siglo de su trágico accidente, quien acaparó las noticias no fue Alfonso Cabeza de Vaca sino su hermana Soledad, marquesa de Moratalla. Esta octogenaria protagonizó, muy a su pesar, una batalla familiar por cuestiones de herencia que desembocó en un juicio por secuestro iniciado por Forester Labrouche, hijo biológico de la marquesa, contra su hermano adoptivo. Pero como diría Rudyard Kipling, esa es otra historia y ya la contó magníficamente Martín Bianchi.

Coche de Alfonso de Portago tras el accidente de la carrera de las Mil Millas, el 5 de diciembre de 1957.

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