Semisecuestros, cuentas en Suiza y un misterioso testamento: la vida (y la muerte) de Encarna Sánchez

Su altanería y aplomo derrochados frente a los micrófonos tenían poco que ver con la vulnerabilidad que Encarna mostraba a sus amigos más íntimos.

Encarna Sánchez, fotografiada en 1980.

© Gtres

Cuenta la leyenda que uno de los mayores animales radiofónicos que España ha conocido, Encarna Sánchez, resultó ser también uno de los mayores genios en eso de cultivar el arte de torcer la verdad. La popular locutora debutó (de forma casual) en Radio Juventud de Almería a los 19 años, y de ahí pasó a hacer sus pinitos en alguna que otra emisora en Madrid. Pero siendo aún bastante joven se vio un día envuelta en un importante escándalo —una buena parte de la recaudación de un festival benéfico que había organizado desapareció misteriosamente al final de la noche— y aquello motivó su huida a México, donde trabajó en varios programas de radio y televisión.

Corría el año 1976 cuando Encarna —quien ahora cumpliría 85 años— regresó a España. Lo hizo con nada apenas en los bolsillos, pero con la misma ambición con la que había partido. Aquella codicia la puso dos años más tarde al frente de un programa en Radio Miramar de Barcelona, Encarna de noche, espacio que le daría toda esa popularidad y fama que ella siempre creyó merecer. Los camioneros y taxistas la escuchaban embelesados cada noche y parte de la crítica cayó rendida ante su estilo agresivo y su tono mesiánico. “Era la mejor comunicadora que ha tenido nuestra radio. Lo vendía todo, incluso estafando a la gente. De eso hizo su fortuna. Vendía parcelas diciendo que ella vivía allí, cuando jamás lo hizo”, comenta a nuestra revista el historiador Julián Fernández Cruz, autor de una biografía de la polémica locutora.

Pero parece ser que toda esa altanería y aplomo derrochados frente a los micrófonos tenían poco que ver con la vulnerabilidad que Encarna mostraba a sus amigos más íntimos. La almeriense era una mujer relativamente insegura y bastante vanidosa —llegó a quitarse cuatro años del DNI por pura coquetería—, que desarrolló un carácter muy difícil y que guardaba momentos agridulces de una infancia marcada por el asesinato de su padre —un carabinero del bando republicano fusilado en agosto de 1939—. Su condición de lesbiana, por ejemplo, le costó más de un disgusto en su día y, aunque jamás llegaría a revelar públicamente ese asunto, sus compañeros lo recuerdan como algo que la atormentó durante toda su existencia. “Cuando yo trabajaba con ella en Radio Miramar, ya era visible su orientación sexual, porque cada noche estaba presente en los estudios una mujer, su 'compañera' por aquel entonces. Ella evitaba que se supiera, incluso llegó a casarse con un hombre en Los Ángeles (boda que duró poco) para callar bocas", explica Fernández Cruz. Después se la relacionaría con una admiradora suya, Nuria Abad, ya en Radio Miramar, "con la que se fue a vivir", afirma.

Con el tiempo, aquella mujer de personalidad cambiante y piel muy fina se convirtió en todo un fenómeno. Su legión de seguidores compraba su dudosa ética profesional y la siguió cuando, en septiembre de 1984, la COPE la fichó para dirigir desde Madrid el vespertino Directamente Encarna, donde durante años la periodista —cuyo lema era “Si no eres el número uno no eres nadie”— lograría mantenerse líder de audiencia en su franja horaria. Y donde siguió trabajando hasta dos meses antes de su muerte. “Encarna tenía un tono de voz muy convincente”, explica la periodista Rosa Villacastín. “Era muy populista y sabía muy bien cómo llegar a la gente. Una vez, cuando yo trabajaba como jefa de prensa del Grupo Popular en el Senado, se habló de poner publicidad [en la emisora de Encarna] para campañas electorales y todo eso. Cuando la llamaron, su respuesta fue ‘Si le pongo corazón, [la publicidad] cuesta tanto, y si no pongo corazón valdría tanto. Y la diferencia [en términos económicos] entre ‘ponerle’ corazón y no ponérselo era enorme. Además, en aquella época el pago [de comisiones] con dinero en B era lo habitual. No olvides que a Encarna le robaron en su casa una vez una bolsa de deporte de esas grandes que contenía como treinta millones de pesetas”.

Decir algo a medias tintas no entró nunca en los planes de Encarna. Ella amaba u odiaba, pero siempre lo hacía con toneladas de intensidad y pasión. No le temblaba el pulso a la hora de verbalizar en su programa de radio sus filias y fobias con aquella vehemencia y mala baba que siempre la caracterizaron. La gran influencia de la que gozaba en aquella época Encarna hacía que muchos personajes populares y poderes públicos procuraran llevarse medianamente bien con ella. Aunque solo fuese de cara a la galería. “Insultaba a todo el mundo y nadie [ningún otro compañero] podía ponerse a su nivel”, recuerda nítidamente Villacastín. “Principalmente, se metía con las mujeres, y contaba con su grupo de palmeros, que aplaudían todo lo que ella decía. Una vez la tomó conmigo y todos los días me grababan como diez minutos en los que ella se metía conmigo [en su programa radiofónico]. Me decía que era una puta y me llegó a poner a una persona que me seguía a todas partes. Estaba obsesionada conmigo, quizás porque nunca me pudo comprar. Pero era alucinante que, en una emisora de la Iglesia, esta señora dijera lo que decía, e hiciera el tipo de programa que hacía”.

Gracias al generoso sueldo que empezó a embolsarse presentando Directamente Encarna, más las promociones inmobiliarias y las generosas comisiones por cada acto que organizaba, la locutora consiguió generar un importante patrimonio que le valió para llegar a contar con una casa en La Moraleja, un piso en la madrileña calle O’Donnell, una finca en Medina Sidonia, un chalet en Marbella, un restaurante, dos apartamentos más un local comercial en la costa malagueña, varios coches de lujo y alguna que otra cuenta millonaria en Suiza. Un repertorio de gangas que, tras su muerte, irían a parar a la que, para sorpresa de todos y disgusto de algunos, se convirtió en su heredera universal —una intérprete radiofónica llamada Pilar Cebrián, aunque conocida como Clara Suñer—, amén de un testamento que la locutora realizó en 1970 y que nunca cambió oficialmente. “Cuando Encarna debe partir a México por el exilio obligado, la madre de la locutora vivía [en la zona de Mirasierra] cerca de Clara Suñer y le pidió que cuidara de ella”, asegura Fernández Cruz. “El testamento lo deja claro y yo hablé en su día con los testigos presenciales que me lo comentaron al venderse esa casa. Encarna pensó que el testamento ya no tenía validez y, además, Clara Suñer jamás asistió a la madre, pues se cuidó de ello el hermano de la locutora”.

Pero la pomposa vida que Encarna estuvo llevando durante años contrasta con lo mal que lo pasó desde el momento en que cayó enferma, a principios de 1993. A partir de entonces, la locutora empezó a ser plenamente consciente de que no tenía amigos de verdad. Se fue dando cuenta poco a poco de que (casi) todos los que se acercaron a ella lo habían hecho por mero interés. “Encarna Sánchez llegó a comprar sus relaciones amorosas y sus amistades. Su entorno social lo formó con aristócratas y políticos, como muchos documentos lo certifican. Utilizó también a muchos de ellos y muchos la utilizaron a ella. Tuvo un mérito sorprendente el llegar a ser la número uno de las ondas, sin apenas estudios, con tan sólo los estudios primarios. Sin formación, se colocó en lo más alto del escalafón y se codeó con los más influyentes. Fue manipuladora, nunca tonta”, relata Fernández Cruz en Encarna Sánchez. Ahora es mi turno, mentirosos sinvergüenzas.

Durante un tiempo, Encarna estuvo viajando a Houston y a París para tratarse de su cáncer de garganta, y fue tras visitar la Clínica Universitaria de Navarra, a principios de 1996, cuando quedó prácticamente postrada en cama. “Ella ya no se levantaba apenas”, recuerda ahora Inmaculada Liriano, empleada de hogar de Encarna y testigo directo de muchas de las perrerías que su jefa tuvo que experimentar durante su etapa final. “Josefina [Calle, la otra ama de llaves de la locutora] siempre estaba con ella y me ayudaba a asearla. Encarna estaba muy agradable, no estaba de mal humor ni nada de eso. Se encontraba muy tranquila y se la veía resignada. Sabía que se iba a morir, pero ella no lo iba a decir. Desde que volvió de Navarra cambió completamente, y se convirtió en una persona que estaba a merced de los demás. Comía, dormía y contaba algunas cositas, pero su mirada era muy triste. Y, aunque a veces decía incoherencias, en ningún momento perdió sus facultades”.

Lo que sí que perdió la locutora en un momento dado fueron la libertad y la capacidad de tomar sus propias decisiones. Tanto es así, que en sus últimas semanas —y según varias fuentes consultadas— Encarna vivió prácticamente secuestrada en su propia casa de La Moraleja. Todo parece indicar que, en el transcurso de su agonía, Encarna les habló a algunos de sus más íntimos allegados acerca de la existencia de un testamento manuscrito por ella, donde dejaba constancia de su deseo de legar la mayor parte de sus bienes a su ahijado, Alejandro ‘Sacha’ Gordillo [primogénito de los Gordillo Jara, quienes eran buenos amigos de Encarna]. Según Fernández Cruz, aquellos días “se registró toda la casa en busca del testamento, que se encontró, y esto fue la clave para el chantaje a Clara Suñer. De ahí el reparto que se realizó”. En otras palabras, los mismos que encontraron el citado documento manuscrito lo habrían usado presuntamente para obtener una parte del botín —y después, obviamente, lo habrían hecho desaparecer—.

Encarna falleció el Viernes Santo de 1996. Cuando Clara Suñer pudo acceder a su herencia, (mal)vendió las propiedades que le había dejado su colega y se fue a vivir a Benidorm. Con chantaje de por medio o sin él, lo cierto es que la heredera nunca pudo acceder al dinero de Suiza, los múltiples bienes que faltaban en el chalé de La Moraleja o las caras joyas que tenía en su casa. Aunque el que salió peor parado de todo este jaleo fue ‘Sacha’ Gordillo, que jamás percibiría un solo céntimo.

Saqueada y ninguneada por sus fieles cancerberos, Encarna ni siquiera logró que se respetaran sus ultimísimas voluntades, que pasaban por ser enterrada junto a su madre y hermano en el Cementerio de El Pardo. Los mismos que un día se adueñaron de su cuerpo tomaron la decisión de incinerarla y arrojaron sus cenizas al mar. Dijo en una ocasión Pedro Almodóvar que le habría encantado rodar una película sobre Encarna Sánchez. No es para menos. La cuestión es si a la vida de la locutora, con esos tintes de ciencia ficción, no le pegaría más a un Steven Spielberg.