Hubo una vez un circo: la boda de Ángel Cristo y Bárbara Rey

El domador y la actriz y vedette se casaron bajo la carpa del circo del primero en Valencia en 1980, culminando así una relación marcada por el espectáculo: el que dieron y del que formaron parte.

Bárbara Rey y Ángel Cristo en los 80.

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¡Señoras y señores, pasen y vean! ¡El mayor espectáculo del mundo! ¡La vedette y el domador de fieras! ¡Una boda bajo la carpa del circo! ¡Promesas de amor eterno! ¡Una vida en la caravana! ¡Dramas y tragedias! ¡Drogas ilegales! ¡Acusaciones de espionaje! ¡Altas personalidades en la sombra! ¡Decadencia retransmitida en directo! ¡Bárbara Rey y Ángel Cristo!

“En la historia del circo y en todas las naciones se han celebrado actos religiosos dentro de la carpa del circo. Amaos como se aman las gentes del mundo del espectáculo, a pesar de que en este sentido tengan mala fama”. Así aleccionaba a los contrayentes el sacerdote encargado de Ferias y Circos que oficiaba la ceremonia dentro del circo Ruso de Ángel Cristo, instalado en la plaza de toros de Valencia. Era el 12 de enero de 1980, y el enlace no podría haber sido de otra manera porque el novio era un hijo de ese mundo. Sus padres eran una contorsionista malagueña y un trapecista griego –su nombre de pila era Ángel Papadópulos Dordid–, y toda su existencia había transcurrido de forma itinerante, recorriendo pueblos y ciudades con animales, vestuario, utillaje y la vida entera a remolque.

En la España del siglo XX el circo era una atracción de primer nivel capaz de atraer multitudes, en la que todo atisbo de decadencia o tristeza quedaba aparcado, aunque la realidad, tras la música rimbombante y los colores chillones, es que los artistas pasaban muchas privaciones, cuando no, como el propio Ángel contaría sobre su infancia, hambre y penalidades. Al frente de su propio circo, el Ruso, desde muy joven, Ángel Cristo era la estrella de su función, domador de fieras y empresario al frente de una empresa –“la gran familia del circo”– que llegó a tener 300 trabajadores y manejar tres pistas. Lo de familia es literal: con él trabajaba su hermana, su padre, su cuñado y su esposa la trapecista Renata Tanton, otra descendiente de artistas de la carpa con la que estuvo casado más de una década hasta que ella falleció de cáncer en 1979. De ese pintoresco grupo llegaron a formar parte nombres tan insólitos como José María Iñigo, que hacía números con los elefantes, o Miguel de la Quadra Salcedo, que se trasladó a vivir al circo Ruso con su familia durante un año en el que trabajó de domador de leones. Así definía el aventurero aquella época: “Una vida llena de ternura pero también de miseria y dureza medieval. Todo se olvidaba cuando se encendían las luces: entonces la pista se convertía en un palacio.” Para 1980, el nombre de Ángel Cristo era sinónimo de algarabía y espectáculo.

También era sinónimo de algarabía y espectáculo el nombre de Bárbara Rey, pero este de un tipo distinto, reservado para mayores y señalado con dos rombos. Rubia, alta, de largas piernas y voz grave, Bárbara era uno de los símbolos sexuales oficiales de la España del destape y la Transición. “Desde muy pequeña en mi pueblo ya destacaba entre mis compañeros de colegio, por altura, por forma de ser… como cuando bailé el twist y el Papa lo tenía prohibido porque decía que era pecado”, decía de sí misma cuando todavía era la anónima María García García, “Marita”, de Totana, Murcia. Su trayectoria es análoga a la de muchas jóvenes atractivas de su época: los concursos de belleza le sirven de trampolín para darse a conocer, y de “Maja de Murcia” pasa a dama de honor de “Maja de España” y a acabar representando al país en el certamen de Miss Mundo. Con las 200.000 pesetas que le pagaron por clasificarse dio la entrada de su primer piso. Pero si a Tita Cervera eso le trajo un matrimonio con una estrella de Hollywood, a Marita la llevó al cine a debutar con un papel sin acreditar en La vida sigue igual, la biografía de Julio Iglesias, y a un puesto de gogó en la discoteca J.J., llamada así por la popularidad del dúo Juan y Junior. Los primeros 70 estuvieron llenos de secundarios en películas como La chica del Molino Rojo, de Marisol, o títulos en los que cada vez la explosión del fin de la censura era más patente, como Mi mujer es muy decente, dentro de lo que cabe, o Zorrita Martínez.

Bárbara Rey en los 70.

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Entre el plantel de “musas del destape” había que intentar destacar por cualquier cosa, logrando ser algo más que un cuerpo atractivo anónimo al que desnudar a la menor ocasión. Nadiuska era exótica, la Cantudo, cañí, Victoria Vera tenía talento (algo que se presuponía que sus compañeras no tanto), Susana Estrada, una foto icónica (con un pecho al descubierto al lado de Enrique Tierno Galván), ¿y Bárbara? Bárbara tenía su más de metro ochenta de estatura, su pelo corto muy a la moda, su voz grave y su cuerpo delgado y con poco pecho de bailarina y vedette que le confería, según ella misma diría, “un aire ambiguo” que contaba con muchos admiradores. El primero que conocimos como público fue nada menos que Alain Delon, con el que fue fotografiada alternando en el Café de Chinitas en el 75. Bárbara aprovecharía para declarar a la prensa que se conocían desde hacía meses, cuando él rodaba El zorro, y que “siempre que viene a Madrid me llama”. De forma reciente, en su Instagram, Bárbara ha reconocido un romance entre el 74 y el 76 que derivó en una buena amistad, y en entrevistas afirma que vivieron juntos en París, aunque la relación no prosperó por falta de química: “En París yo vivía en la casa de Alain y nunca quise que me sacaran fotos con él. Salíamos a pasear los perros por el Sena, le acompañaba a probarse ropa en Christian Dior... La que corté fui yo. Me quedaba extasiada mirando lo guapo que era, pero hay una cosa que se llama piel”.

Puede que las fotos junto a Delon levantasen cierta curiosidad sobre el nombre de aquella joven, pero el salto definitivo a la fama de Bárbara vino en el mismo 75 al ser elegida para presentar el programa de variedades Palmarés, en televisión española, después de haber protagonizado una gala especial de Nochevieja con Valerio Lazarov. Bárbara no era la mejor actriz, la mejor bailarina ni desde luego la mejor cantante, pero era indudablemente sexy y tenía un aura de modernidad, sentido del humor y manejo de la ironía que encajaba como un guante a la nueva época liderada por Adolfo Suárez, por el que llegaría a hacer campaña activa para las elecciones del 77.

Ahí es cuando se inicia uno de los rumores más persistentes de la vida de Bárbara, llevado por ella con la habilidad suficiente como para que nunca la quemase ni nunca se desvaneciese: la de su relación con el rey emérito Juan Carlos I. En una época en la que cualquier información comprometedora sobre la casa real estaba guardaba bajo siete llaves, las leyendas urbanas, los chistes y los dimes y diretes siempre insistieron en que esa relación existía o había existido. La versión oficial iba por un lado y el saber (o el suponer) popular, por otro. Romances sí probados de aquellos setenta fueron los que tuvo Bárbara con el futbolista del Barça Charly Rexach, mientras él tenía novia oficial, el affaire con Paquirri mientras él era novio de Lolita o la relación con el político de UCD Joaquín Garrigues Walker. Bárbara aparecía vinculada a las altas esferas de la política, el deporte o el corazón, coprotagonizaba la primera película de temática lésbica española, Me siento extraña, junto a Rocío Dúrcal, asomaba en La escopeta nacional y su agenda estaba repleta de proyectos profesionales. Hasta que conoce al recién enviudado Ángel Cristo.

Los presentó una amiga común, la vedette Mary D’Arcos. El domador todavía no se había recuperado de la muerte de su esposa Renata, para la que estaba construyendo un panteón con unos leones esculpidos en el cementerio de Valencia, destinado algún día a albergar también sus restos. Pero Bárbara bullía de vida y no estaba dispuesta a vivir a la sombra de una muerta, como la protagonista de Rebeca, así que el proyecto quedó inacabado y así permanece hoy. La boda se organizó rápidamente en el destino que coincidía con el del circo para esa fecha, que resultó ser Valencia, y a ella asistieron celebridades como Joaquín Prat, Susana Estrada, Pedrito Rico, Amparo Coll, Salomé, Ágata Lys o Isabel Luque. Bárbara llevaba un escotado vestido de satén con capa de tul; Ángel traje negro y un jersey de cuello alto blanco. Sobe la carpa del circo colgaban guirnaldas con claveles blancos. Surgieron comentarios malévolos sobre el dispar atractivo de los ya marido y mujer, pero como la propia Bárbara remachó, “lo importante es que a mí me encantaba”.

Bárbara Rey y Ángel Cristo con sus hijos Sofía y Ángel.

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Para ella supuso un cambio de vida radical. Dejó de hacer películas y pasó a vivir con su marido en el circo itinerante, donde pronto fue reclamada como una artista circense más, haciendo números con animales ante un público enfervorizado. El éxito de la pareja por cada rincón de España llevó a que televisión crease para ellos un programa propio durante los 80, El circo de Bárbara Rey y Ángel Cristo (el nombre que mejor funcionaba como reclamo era el de ambos), donde también aparecían con mucha frecuencia sus hijos. El show solía iniciarse con una entrevista a ambos, en la que Ángel aparecía con ropa de sport y Bárbara con joyas y vestidos de noche. Angelito y Sofía aguantaban ante las cámaras con más o menos paciencia. En uno de los programas el niño pregunta a sus padres, impaciente: “¿Me puedo ir ya?” En otro, una Sofía bebé vomita sobre sí misma en medio de la caravana. Era la cotidianeidad mezclada con lo extraordinario de vivir entre leones, trapecistas y payasos. Pero la realidad era menos entrañable de lo que pudiera imaginarse. Empezaron las desavenencias entre la pareja, el domador consumía cada vez con más frecuencia cocaína, sufrió varios ataques de las fieras con las que trabajaba en sus números y en el 87 la pareja decidió cerrar el circo. Dos años después, se separaban entre acusaciones de maltrato y después de un episodio aireado en la prensa en el que Ángel se presentó con un arma en el casino en el que Bárbara estaba jugando con un acompañante. Era el primero de la larga ristra de escándalos que compondrían su vida a raíz de entonces.

El final de Ángel Cristo fue tan doloroso y decadente como el del propio mundo del circo que él encarnaba. Frente a modernidades de buena fama como el circo del sol, el circo de toda la vida, con sus animales, su belleza y su violencia, era cada vez peor visto en la sociedad, hasta llegar casi a extinguirse. El caso del circo de Cristo era uno de los más extremos, porque fue denunciado en varias ocasiones por maltratar a sus animales y mantenerlos en pésimo estado. Él se enganchó del todo a las drogas y su degradación se convirtió en un espectáculo habitual en los platós, una imagen viva del juguete roto y hasta una suerte de histrión del que reírse entre la compasión y la pena. Llegó a ser grabado golpeando a su última pareja, y las imágenes emitidas ante su mujer y su hija, que ratificaron que Bárbara también había sufrido malos tratos por parte de su marido, precipitaron la ruptura. La mujer de aspecto fuerte y decidido, tan independiente y segura de sí misma, había pasado por un infierno matrimonial ante los ojos ciegos de todo el mundo.

Cuando Ángel murió en 2010, con solo 65 años, Bárbara acudió al entierro acompañando a sus hijos, y declaró entre lágrimas: “Ha sido el hombre que más me ha amado y el que más daño me ha hecho”. La frivolidad con la que en muchas ocasiones se trató el tema de la adicción del domador a la cocaína se dio la vuelta cuando su propia hija Sofía reconoció tener el mismo problema, y haber vivido episodios en su infancia como buscar algo en el bolsillo de las chaquetas de su padre y acabar con los dedos blancos manchados de cocaína. Pero en esta ocasión y tras hacer terapia, la joven aprovechó su tirón mediático no solo para ganar dinero sino para hablar del tema con crudeza, seriedad y conocimiento de causa en una de las entrevistas más impactantes que se recuerdan, en un medio, la televisión, en el que de las drogas se habla con medias verdades, hipocresía o morbo.

Bárbara Rey y sus hijos en el funeral de Ángel Cristo.

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Bárbara, por supuesto, siguió siendo mucha Bárbara una vez Ángel fuera de su vida. Programas, realities, su adicción al juego, escándalos que ya son historia de España como el de cuando salió denunciando que había sufrido un robo en su casa pero que “si yo muero, todo se hará público”, hasta acabar resultando que el chiste de “Bárbara Rey es amante de su apellido” era verdad. En 2017 varios medios publicaron que el CNI había pagado el silencio de Bárbara con fondos reservados. El explosivo tema, en plena época de escándalo post Corinna, dio mucho que hablar, pero a la postre acabó siendo pasto de tertulias del corazón y no llevó a ningún tipo de investigación oficial sobre el uso de dinero para evitar un chantaje por parte de una amante del monarca. Curtida en estas lides, ella volvió a manejar el silencio y las insinuaciones con su experiencia acostumbrada. No en vano Antonia San Juan había declarado que el personaje de Estela Reynolds, con su pasado de actriz de destape y sus llamadas a “la mano negra” se había inspirado en parte en ella.

Hoy, parecería que sabemos todo sobre Bárbara pero todavía mantiene esa cosa tan de vedette a la antigua usanza del “valgo más por lo que callo que por lo que hablo”. Siempre garantiza un buen titular y por eso se la sigue y se la seguirá llamando a platós. En su tiempo dejó noches gloriosas de DEC y cuando creíamos que ya no podía sorprendernos con algo nuevo, surgió el “tú y yo, Chelo, hemos tenido una noche de amor”, que forma parte ya de los momentos icónicos de la televisión reciente.

Puede que algún día Bárbara decida contarlo “todo”, o puede que no. Tal vez resulta que no haya nada que contar, al fin y al cabo, pero la clave es que no le hace falta. Su sola presencia sobre un escenario, ante una cámara o de forma reciente en su cuenta de Instagram ya garantiza por sí sola algo que pocos personajes más pueden ofrecer: el entretenimiento que da una estrella profesional.