De Donald Trump a Jeremy Corbyn, la era de los políticos abstemios

Por salud, por imagen o a consecuencia de una adicción, cada vez son más los servidores públicos que exhiben un estilo de vida en el que no cabe el alcohol.
D.R.

“¡Pues claro que soy de izquierdas! ¡Como chucrut y bebo cerveza!”, dijo el conservador Jacques Chirac con ironía en 1995, año en el que para demostrar entereza, hombría, gallardía o las tres cosas, los políticos del mundo occidental aún bramaban, fumaban y bebían sin complejos.

Antes que el mandatario francés, leyendas de la política como Winston Churchill ya presumían de saber beber y por eso al político británico apenas se le ha dedicado un libro que no destine unas páginas a su afición por las bebidas espirituosas: “Las cantidades de alcohol que consumía –champanes, brandis, güisquis- eran increíbles”. Así lo contó sir Oliver Harvey en sus diarios aunque habrá quien piense que siendo secretario de Anthony Eden pudo usar esos detalles para desmerecer al rival de su jefe. Pero solo era una descripción, como demuestra que la propia secretaria de Churchill, Marian Holmes, recurriera a ese hábito en tono laudatorio al decir que a pesar de lo ingerido nunca vio a su jefe “incapaz de sostenerse”.

Esa imagen contrasta con la de políticos actuales como Pedro Sánchez, cuya portavoz en la Diputación Permanente, Sofía Hernanz, quiso alabarlo diciendo que usaba el helicóptero oficial "exactamente igual" que Mariano Rajoy, "pero sin avituallamiento extra de vino y güisqui". Esa imagen de hombre sano también la da el primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, que no toma ni café, pero también Donald Trump, cuyos excesos, de momento, solo han sido de palabra. “Soy abstemio”, ha explicado con orgullo en más de una ocasión siguiendo el ejemplo de uno de los padres de su patria, Abraham Lincoln.

Una cuestión de imagen

Los motivos por los que un político pregona o deja entrever que no prueba el alcohol son distintos. Los del actual presidente de EE UU están vinculados con la muerte de su hermano Freddie por una enfermedad relacionada con su alcoholismo a los 42 años de edad. Para Jimmy Carter, también fue el fallecimiento de sus padres a causa del cáncer lo que lo alejó del alcohol y del tabaco; y en el caso de George W. Bush, fueron sus adicciones juveniles las que lo hicieron abstemio por obligación.

Para los políticos de nuevo cuño, sin embargo, es una cuestión de imagen: “Y de modelo, porque los servidores públicos deben ser más ejemplo que reflejo de la sociedad y por eso es conveniente que promuevan la vida sana”, opina Mar Castro, experta en comunicación política. Ser abstemio se volvió “tendencia” hace unos años y los políticos, en su afán de ir a la par de las sociedades que dirigen, parecen haber adoptado un estilo de vida saludable aunque la palabra que más se emplea es su traducción en inglés, healthy.

Pero con esto, como en otras cosas, sus señorías parecen ir a remolque de las celebridades que marcan tendencia: Jennifer Lopez o Jared Leto, dos de los que hace ya tiempo presumen de no catar el alcohol. Ese contagio del show business no es extraño en un mundo en el que las redes sociales permiten a cualquiera parecer una estrella de cine y la política se ha contagiado hasta el tuétano de lo que Guy Debord denominó “sociedad del espectáculo”. Además de adoptar formas, colores y poses del mundo del cine o la televisión, ha habido un trasvase de personajes. Trump, empresario y jurado de un concurso de talentos en el que enseñaba a la gente a dirigir un negocio, ha llegado a presidente de los EE UU y quizás por eso hay quien piensa que solo la presentadora Oprah Winfrey puede plantarle cara electoralmente hablando.

Algo de esa mezcla de infección y cambio de ocupación está en la base también de que en Ucrania haya ganado las últimas presidenciales un cómico, Volodimir Zelensky o en que Georges Weah, exfutbolista del Manchester City, sea hoy presidente de Liberia.

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Demasiado limpios

En esa línea de querer parecer pulcro, algunos se apresuran a limpiar también su pasado. “No me gusta depender de nada externo”, dice Trudeau, primer ministro canadiense, sobre su vida sana e informa de que solo ha probado la marihuana “seis o siete veces” cuando era joven. Es lo mismo que ha hecho Michael Gove, uno de los candidatos a suceder a Theresa May en el gobierno de Reino Unido, al confesar que fue consumidor de cocaína. Según Castro, “suelen contarlo porque saben que va a contarlo otro. Aquí no estamos acostumbrados a eso porque la prensa no informa de esas cuestiones, aunque creo que pronto llegará. Tampoco se informaba de determinadas historias de la casa real y ya se hace”.

Efectivamente, en España no es tradición que los políticos hagan confesiones como la de Gove o como la que hizo en los años setenta la primera dama estadounidense Betty Ford, al reconocer que había tenido problemas con el alcohol rompiendo así con la imagen de perfección que habían dado hasta entonces homónimas suyas como Jacqueline Kennedy. “Eso es importante, que los servidores públicos sean modelos, pero modelos realistas. No sirve de nada mostrar una perfección inalcanzable”, opina Castro, que en algún caso ve un exceso de “pulcritud”. “Por ejemplo, para su propia imagen sería preferible que Trump se tomara dos cañas a que dijera según qué cosas”, comenta la responsable de NETetiqueta en español con humor.

Lo que no es exclusivo de España es que sus señorías utilicen lo que hacen en sus casas y su tiempo libre con una finalidad política. De ahí la equiparación de Chirac entre la izquierda y la cerveza. Aunque en su caso lo hiciera para mostrar desprecio, Alberto Garzón y Pablo Iglesias usaron esa identificación de manera positiva y por eso celebraron la unión de sus partidos para las elecciones del 26 de junio de 2016 con una foto de ambos sosteniendo sendos botellines de cerveza.

La bebida alcohólica favorita en España, sin embargo, parece cosa de socialistas, como indica una encuesta reciente publicada por Sigma DOS con El Mundo y Expansión. En ella se asegura que los votantes del PP prefieren los combinados y los del PSOE, la cerveza y luego el vino, bebidas que consumen sus electores a diario casi 10 puntos por encima que los del resto de partidos. No sabemos si será la bebida favorita del líder socialista, Pedro Sánchez, pues en su autobiografía no reconoce, como sí hizo Tony Blair en Memorias, que cada noche se tomaba un trago para "aliviar el estrés de dirigir el país”.

En ese sentido, aunque a veces el alcoholismo se aborda como un chascarrillo, no lo es. Tampoco en política, menos aún si se tiene presente que las entidades que asisten a los alcohólicos calculan que hay unas 300.000 personas en España que necesitarían un tratamiento de desintoxicación y que la política no es precisamente un empleo fácil ni envidiable.

Cordon Press
Aznar y su "Déjame beber tranquilo"

Claro que también hay un cambio de hábitos. Así lo indica el último informe del Ministerio de Sanidad, que revela que la población que consume alcohol diariamente representa el 9,3% del total, la cifra más baja desde que hay registros. Seguro que de esa nueva conciencia participan muchos políticos; por ejemplo, Emmanuel Macron, que marca en dos copas de vino su tope e insiste si alguien se empeña en que se tome la tercera. Pero si el número de tragos que ingiere el primer ministro es noticia en la prensa francesa es porque a algunos empresarios vinícolas les parece que beber poco es una forma de desprecio a su industria y a la cultura del vino.

Esa cultura también es conocida en España, donde aún se recuerda el énfasis que puso José María Aznar con aquel “Déjame beber tranquilo” que le dedicó a la Dirección General de Tráfico. Más discreta es la reina Letizia, que coge la copa, brinda y la suelta sin probar el contenido. Y sin dar explicaciones. “Es importante ser oportuno: a veces resulta más mal educado rechazar una invitación que tomarse la copa o simplemente aceptarla”, comenta la responsable de NETiqueta.

A quien no le importa el qué dirán es a Jeremy Corbyn, líder laborista que asegura que solo bebe agua de coco en un país donde no está bien visto rechazar una pinta. Muchos menos en campaña, donde es habitual ver a los candidatos acercarse a un pub, como han hecho desde John Major hasta Blair, pasando por Boris Johnson, Gordon Brown, la propia May o David Cameron, que siempre hace gala de beber marcas británicas y se anima a nombrar su favorita, la Doom Bar. Esa cultura es la que hace que el expremier británico no tenga empacho en reconocer que suele beber después de su jornada laboral. Lo dijo estando en el cargo y nadie se escandalizó.

Para Castro, declaraciones como esa no tiene por qué ser negativas. Lo es más mostrar un estilo de vida healthy si en realidad no se practica: “Cuando se destapa la contradicción, es mucho más perjudicial que mostrar ciertos defectos. Pero aún son muchos los políticos que creen que el mundo virtual es uno y el físico es otro y que pueden dar una imagen de algo que no son en realidad”. En eso sus señorías vuelven a ser, más que un ejemplo, un hijo de vecino más.