Cuando los escritores eran estrellas de televisión (y no al revés)

Hubo un tiempo en el que primero se publicaban varios libros y después se aparecía en televisión. Y Camilo José Cela fue una de las mayores estrellas en ese campo.

Camilo José Cela en la entrega del Premio Nobel.

© Gtresonline

El día que se anunció el fallecimiento de Camilo José Cela, de cuyo premio Nobel de Literatura se cumplen hoy 30 años, nadie tuvo que indagar en hemerotecas ni rebuscar en sus agendas el nombre de algún sesudo especialista en literatura contemporánea para explicar su figura porque en España todo el mundo conocía a Cela. Todo el mundo.

Apenas cuatro años antes y homenajeando uno de sus grandes éxitos literarios, Viaje a la Alcarria, había recorrido la comarca en un espectacular Rolls-Royce, en olor de multitudes y acompañado por la espectacular Viviana Gordon, graduada en Stanford y conocida como “Oteliña”. En palabras del escritor “por tener el mismo lustre que el personaje de Shakespeare”. Hoy algo así no se atreve a decirlo ni Houellebecq.

En cada pueblo era agasajado por los lugareños y los niños hacían cola para que firmase sus libros. (niños, leer, Premio Nobel, –parece mentira pero hace unos años esas palabras iban en la misma frase–). Y del Nuevo viaje a la Alcarria y la potente imagen de Cela y su choferesa Gordon, una especie de Grace Jones motorizada, surgió un inolvidable anuncio televisivo firmado antes de la concesión del Nobel y filmado posteriormente sin que al escritor le cayesen los anillos por verse en la pequeña pantalla anunciando algo tan poco sofisticado como una guía de viajes.

La colaboración duró diez años y se convirtió en uno de los anuncios más recordados de nuestra televisión. “Come, Oteliña, que estás muy flaca ”. Eran otros tiempos.

Tiempos en los que a los intelectuales no les asustaba la televisión y no reducían sus apariciones a formalísimos debates sobre el fin de la historia, la muerte de la novela o la resurrección del estilo churrigueresco.

Cela utilizaba la televisión y la televisión utilizaba a Cela. Su talla intelectual era innegable y sus estudiados exabruptos lo convertían en un imán para la audiencia. Odiado o adorado nunca provocaba indiferencia. Y momentos como aquel en el que ** confesó a Mercedes Milá su habilidad para la "absorción de un litro y medio de agua de un solo golpe por vía anal ”** o se declaraba “pedorro domiciliario y no pedorro transeúnte” hacían las delicias de un público que estaba habituado a cruzarse en su televisión con la brillantísima poeta Gloria Fuertes, tan popular que llegó a ser parodiada por Martes y 13, el filósofo José Luis Aranguren o el enfant terrible Arrabal, que pocos días antes de que Cela recibiera el Nobel, el 5 de octubre de 1989, nos regalaba uno de los mejores momentos de la historia de la televisión en España.

Faltaban apenas dos meses para que la llegada de las privadas y la fragmentación de las audiencias quebrase para siempre el panorama televisivo en España y esa fusión de intelectualidad y entretenimiento a la que la modernísima televisión española de los ochenta nos había acostumbrado dijese adiós.

Un ejemplo, apenas dos años antes, La Tarde, un innovador formato de sobremesa que cada semana era conducido por un personalidad cultural distinta, llegaba a las pantallas españolas presentado por el escritor Terenci Moix. Y entre sus invitados pudimos escuchar al poeta Rafael Alberti, el artista Nazario, la actriz Nuria Espert o el escritor Antonio Gala. Antonio Gala era, precisamente, otro habitual de la pequeña pantalla a quien años después pudimos ver en un capítulo de Siete vidas, interpretándose desprejuicidadamente a si mismo y demostrando que ** la televisión comercial no es necesariamente enemiga de la cultura.**

Los intelectuales huyeron de los espacios de más audiencia y las pocas figuras que se atrevieron a asomarse a ellos fueron severamente juzgados.

Gustavo Bueno, el filósofo español contemporáneo más influyente de las últimas décadas, se convirtió en una de las revelaciones televisivas con sus análisis sobre Gran Hermano. Formato que consideró la gran revolución del nuevo milenio y sobre el que a lo largo de su primera y segunda edición escribió una columna semanal en la revista Interviu. El filósofo mostró un interés sincero por el programa que afirmaba estudiar con mentalidad de antropólogo y valorar como el mejor observatorio de la realidad española. Lo que le sirvió para ganarse el menosprecio y las burlas del mundo académico. Y lo era, vaya si lo era.

Las burlas del mundo literario (y del mundo en general) se cebaron también con la escritora Lucía Etxebarría, habitual de programas como Moros y cristianos, cuando en 2013 formó parte del reality Campamento de verano. La ganadora del Premio Nadal confesaba sentirse acuciada por las deudas y reconoció que el dinero que ganaría gracias al formato superaba en una semana al obtenido por las ventas de su último libro.

La presencia de Etxebarría en el formato fue increiblemente tormentosa y se convirtió en una de las últimas veces que pudimos ver en prime time a un escritor convertido en famoso y no a un famoso que se ha convertido en escritor. Los escritores y los intelectuales en general, han abandonado o han sido abandonados por la televisión de masas.

¿Y a qué se debe este abandono mutuo y por qué ya no ocupan el lugar que les corresponde como luces de faro del pensamiento contemporaneo? ¿Acaso no sigue siendo la televisión el principal altavoz social? ¿Y acaso no se enriquecería esta con su presencia?

Imaginemos, por ejemplo, que en el debate que cada semana opina sobre Gran Hermano Vip esa grada ocupada por un conglomerado de exes, tronistas e influencers estuviese formada por personalidades como Cela, Moix o Arrabal. ¿Acaso habría mejores influenciadores? Soñemos por un momento con el autor de Garras de astracán analizando los sentimientos de Sofía Suescun por por Kiko Jiménez, al de Iria Flavia opinando sobre Vicky Martín Berrocal en Masterchef o a Arrabal bailando chumineros con Lydia Lozano. Sería un festival para los sentidos, sin duda. Pues animemos entonces a los Javier Sádaba, Gabriel Albiac, Agustín Fernández Mallo, Celia Amorós o Paul B. Preciado a sentarse en los platós de Gran Hermano y Sálvame o Tu cara me suena o El hormiguero.

Y no podemos decir un que sea un sueño, porque un día no muy lejano los intelectuales bajaron a la tierra y se asomaron a nuestras pantallas.

*Este artículo es la actualización de uno originalmente publicado el 19 de octubre de 2014 con motivo del 25 aniversario de la entrega del Nobel de Literatura a Camilo José Cela.