Los tres vestidos de novia (y las dos supersticiones) de Carmina Ordóñez

La fallecida socialite madrileña cumpliría hoy 66 años. Con motivo de la efeméride conmemoramos los estilismos que lució en sus tres bodas.

La reina absoluta del papel cuché, Carmen Ordóñez Dominguín, hubiese cumplido hoy 66 años. Tristemente, falleció el 23 de julio de 2004 sin haber celebrado, tan siquiera, medio siglo. La madrileña de corazón andalusí disfrutó de su existencia intensamente haciendo suya la frase “vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver”, dicha por John Dereck a Humphrey Bogart en la cinta Llamad a cualquier puerta. Nació, creció, rio, padeció y murió acaparando todos los titulares de las revistas del colorín. Con motivo de este aniversario repasamos los tres looks nupciales de Carmina 'La divina'.

La primogénita del torero Antonio Ordóñez se casó por primera vez con el también matador de toros Francisco Rivera, 'Paquirri', el viernes 16 de febrero de 1973. Ella, considerada una de las mayores bellezas patrias, tenía 17 primaveras y él, un galán ibérico hecho a sí mismo, estaba a punto de cumplir los 25. Carmen apareció a las mil y monas del brazo de su padre en la iglesia de San Francisco el Grande, que había sido asediada por la prensa y los vecinos del barrio de La Latina. Si se hubiese cumplido la voluntad paterna, el enlace de su ojito derecho no se habría celebrado minutos después de lo anunciado sino años más tarde.

Carmina Ordóñez se casó tres veces pero fue su primera boda la que marcó el antes y el después de una leyenda. Un vestido de seda con bordados y manga larga que estuvo a la altura del acontecimiento del año, con más de 1.000 invitados.

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La ceremonia estaba organizada para las 18:15 pero un aparatoso atasco en las calles de Madrid impidió que el novio recogiese a su madre y madrina, Agustina Pérez, a la hora prevista. Este contratiempo provocó que se retrasase la celebración del rito religioso. La función terminó con la madre, Carmina Dominguín, y la única hermana de la novia, Belén, llorando a mares porque la nube de fotógrafos les había impedido ser testigos del "sí quiero" de la pareja. Ambas habían sido las encargadas de ayudar a Carmina, más tranquila que de costumbre porque se había tomado una pastilla para los nervios, a vestirse de novia.

Carmen Ordoñez y Francisco Rivera el día de su boda, el 16 de febrero de 1973.

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Carmen Ordóñez eligió para este día tan especial un sencillo atuendo de la firma Herrera y Ollera, la misma a la que había confiado su diseño nupcial la cantante Rocío Dúrcal tres años antes. El patrón monacal era similar. Confeccionado en seda natural, el vestido de Ordóñez era de manga larga y cuerpo ajustado hasta la cintura desde la que brotaba la falda que suma volumen hasta llegar el dobladillo. Una sucesión creciente de medallones bordados en plata y cristal, desde el cuello redondo hasta los pies, destacaban en el frente. Por expreso deseo de la propietaria, en los florones no se incluyeron perlas porque según las supersticiones nupciales éstas se traducen en un matrimonio lleno de lágrimas. Como diadema eligió un tocado de inspiración lituana, una idea de Belén, del que prendía una cascada de 26 metros tul de tul ilusión. El Dior que Maria Grazia Chiuri diseñó para que Miranda Kerr se casase con Evan Spiegel en 2017 es muy parecido.

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El moño bajo de Carmen con raya en medio era obra de Emmanuel, el peluquero de la familia, y el maquillaje pálido lo firmaba Tarin’s de Durán. El matrimonio Rivera Ordóñez se liquidó seis años después de forma más que amistosa; tenían dos hijos en común, Fran y Cayetano, por los que ambos se desvivían.

Pasado un lustro, el 30 de marzo de 1984, la socialite le dio el sí quiero al cantautor Julián Contreras en una ceremonia civil e íntima en Miami. Carmen se volvió a vestir de blanco con un modelo del gallego Jorge Gonsálves. Uno de los diseñadores a medida favoritos de la alta sociedad madrileña (incluida la reina Sofía) y que había confeccionado el vestido de novia de Isabel Preysler, la otra reina de las exclusivas, en 1980 para su boda con el marqués de Griñón.

El vestido de Ordóñez Dominguín define a la perfección el espíritu recargado de la década. El cuerpo estaba elaborado en gasa transparente y cubierto de hojas de tul dibujando un escote corazón y espalda aireada. La falda, con péplum, se estrechaba en el bajo y tenía una abertura central que permitía a la novia presumir de piernas. La cola era nimia y el tocado floral rompía en una redecilla que recogía el moño. El papel de padrinos lo interpretaron Rocío Ibarra y Gonzalo Zaldo, amigos de la pareja y propietarios de la casa en la que se celebró la unión oficiada por el juez Arwin Benerstein.

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La divina se negó en rotundo a llevar nada azul, ni prestado ni viejo. Cumplir con este rito no le había traído la suerte que ansiaba en su primer matrimonio. El 14 de enero de 1986 nació Julián Contreras junior, el único hijo de la pareja. El 21 de marzo de 1988 los enamorados reconfirmaron su amor ante los ojos de Dios en una reducidísima ceremonia en Madrid en la que Ordóñez se cubrió con un traje de chaqueta níveo. Carmen y Julián se divorciaron en 1994 aunque siempre mantuvieron una relación estrecha que cada par de años hacía especular a la prensa con una reconciliación.

Tres años después la reina de las portadas unió su destino al del bailarín Ernesto Neyra. Se dijeron adiós un par de años después. En 2001, ella lo denunció por maltrato pero la Justicia desestimó la demanda porque los hechos “no se denunciaron en su momento, no se aportaron certificados médicos sobre los daños sufridos y no se pudo constatar la existencia de indicios reveladores de que la señora Ordóñez haya vivido un estado de agresión permanente y de sometimiento al querellado”.

La boda se celebró el 7 de noviembre de 1997 en el cortijo Águila Real de Guillena (Sevilla) con 250 invitados como testigos y un abnegado Antonio Ordóñez de nuevo como padrino. Su cara era un poema. La fiesta duró casi 24 horas. En esta ocasión Carmina eligió un vestido con flores 3D, escote recto con tirantes espagueti y falda abullonada hasta el tobillo. Sobre los hombros llevaba una liviana chaqueta desestructurada de gasa blanca. El cabello azabache, recogido detrás de las orejas, estaba sujeto por dos horquillas de flores secas. La belleza de Carmen no necesitaba adornos.

Boda de Carmen Ordóñez y Ernesto Neyra.

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