Cuando 'El crimen de Cuenca' sentó a Pilar Miró en el banquillo de un juicio militar

La segunda película de la directora permaneció secuestrada durante casi dos años y estuvo a punto de llevarla a seis años de cárcel. Así fue la pesadilla kafkiana de Pilar Miró.
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Umbral, en El País, pocos meses después escribía sobre Miró convertida en símbolo: “Lo que a ella le pase o no le pase es lo que le va a pasar o no pasar a la mujer española en la democracia creciente o menguante”.

"Padres los que tengáis hijos, hijos que tengáis parientes, parientes que tengáis primos y primos que tengáis suegras, mirad qué crimen más feo en la provincia de Cuenca cometieron dos ladrones a eso de las ocho y media”.

Así arranca El crimen de Cuenca, con unas coplas de ciego que le sirvieron a ** Pilar Miró** como prólogo y anticipo de la historia que se disponía a contar. Pero justo antes de ver al ciego cantando sus coplas, en la pantalla aparece la siguiente advertencia:

"Esta película, de fondo histórico, relata unos hechos acaecidos hace más de 65 años, que fueron objeto de juicio y sobre los que recayó una sentencia.
Esta sentencia fue revisada y anulada en su día por el Tribunal Supremo.
No hay en ella la menor intención ofensiva para ninguna persona, provincia e institución o Cuerpo del Estado, pues todos ellos merecen el mayor respeto de los ciudadanos".

¿Por qué tantas precauciones? Para entenderlo hace falta retroceder cuarenta años.

El crimen de Cuenca fue un encargo que le hizo a Miró el productor Alfredo Matas. Tal y como cuenta Diego Galán en Nadie me enseñó a vivir, su biografía sobre Pilar Miró, la idea surgió gracias a la presencia en España del actor Jason Miller, que rodaba en Cuenca El perro, de Antonio Isasi-Isasmendi con guión suyo y de Juan Antonio Porto. Miller quiso saber más sobre Cuenca y en una cena en la que también se encontraba la guionista ** Lola Salvador** (que por aquel entonces trabajaba como diseñadora de vestuario en la película) , Porto contó la historia que conocemos: en agosto de 1910, en un pueblo conquense llamado Osa de la Vega, desapareció un pastor al que conocían como El Cepa. Sus familiares lo creían muerto y no dudaron en culpar a León y a Gregorio, otros dos pastores amigos del desaparecido, que tras ser sometidos a tremendas torturas por parte de varios Guardias Civiles, terminaron confesando un crimen que les mantuvo en la cárcel durante siete años. Un crimen que no habían cometido. Un año después de la salida de la cárcel de Gregorio y León, El Cepa regresó al pueblo tras solicitar desde una localidad vecina su partida bautismal para poder casarse.

La historia llegó a oídos de Matas que puso interés en el proyecto, a condición de que Lola Salvador coescribiera con Juan Antonio Porto, pero pronto surgieron las diferencias entre ambos –Porto quería centrarse en el error judicial, Salvador en las torturas– y finalmente Matas optó por la versión de la guionista, que acabó firmando con un pseudónimo conformado por sus dos apellidos, Salvador Maldonado.

Pilar Miró, una casi debutante en el cine que por aquel entonces, pese a los años de experiencia acumulada en RTVE, solo había rodado La petición (protagonizada por una Ana Belén convertida en musa del destape) entró en el proyecto a sugerencia de Luis Sanz, después de que Matas contara que buscaba a un director con coraje. “¿Con coraje? Quien más tiene es Pilar Miró”.

Eran tiempos convulsos. Con la Constitución recién aprobada (y con la alargada sombra de la Operación Galaxia) , tal vez no era el momento más propicio para rodar una película en la que varios Guardias Civiles torturaban a dos pobres hombres.

Nada de esto arredró, sin embargo, a Pilar Miró. Ni nuestro neófita democracia, ni todos los enemigos que le fueron surgiendo durante el rodaje, entre ellos, varios particulares que desde Cuenca y treinta años antes de que se inventara Twitter, llamaron a la prohibición de la película desde diferentes medios locales.

Su voz no tuvo eco, pero no les hizo falta. Un día antes del estreno, previsto para el 13 de diciembre de 1979, y por motivos ajenos al lío conquense, Alfredo Matas recibió una llamada del Ministerio de Cultura comunicándole que se había suspendido la emisión de la licencia de exhibición, que era imprescindible para que se pudiera proyectar en salas. ¿El motivo de la suspensión? Luis Escobar, director general de Cinematografía, había considerado que la película podía contener escenas constitutivas de delito y había alertado al Ministerio Fiscal, que tenía dos meses para pronunciarse.

Estaba en juego la recién estrenada libertad de expresión. Así pues, toda la prensa y muchos de los intelectuales de la época se volcaron con la película, a la que algunos de ellos habían tenido acceso gracias a pases privados que Miró hizo en su casa antes del estreno.

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El 15 de enero de 1980, se publicó una carta en El País firmada, entre otros muchos por Buero Vallejo, José Luis Aranguren, Nuria Espert, Eloy de la Iglesia, Elías Querejeta y otros grandes nombres de la época ( merece la pena repasar la lista ) que no dejaba duda de su postura:

“Es evidente que la suspensión [de la exhibición] de El crimen de Cuenca es un gesto arbitrario, un abuso de poder, la demostración palpable de que la censura ideológica sigue vigente y, en definitiva, una medida anticonstitucional. Es evidente, también, que este hecho tan grave nos afecta a todos, que supone una transgresión a la libertad de expresión y que una sociedad que permite que se cometan semejantes desafueros con tal impunidad es una sociedad conformada y condenada a la represión y la injusticia (…) Por ello, porque no debemos resignarnos al silencio y a lo injusto, los abajo firmantes reclamamos la inmediata exhibición de El crimen de Cuenca en su versión íntegra y sin cortapisas”.

¿Pero quién iba a hacer caso a los intelectuales? El 31 de enero, menos de 15 días después de aquello, se ordenó oficialmente el secuestro de la cinta y de todas sus copias argumento que la película “tanto por el planteamiento, duración de las escenas de tortura, núcleo central de la película, así como la crudeza de las mismas, unido a la campaña actual que sobre las torturas se está llevando a cabo, constituye una vejación al Cuerpo de todo punto intolerable”.

Las protestas continuaron. Ni 15 días después, el 13 de febrero de 1980, José Luis Martín Descalzo, director por aquel entonces de Blanco y Negro, publicaba en ABC un artículo titulado Una impresionante denuncia de la tortura en defensa de la película: “En la película de Pilar Miró se ha jugado muy limpio y en ningún momento se apoya en una demagogia que generalizase el problema o volviera sus acusaciones contra toda la Guardia Civil. Quiero confesar que, al menos yo, no me detuve un solo segundo a pensar qué uniforme vestían los torturadores: era la raza humana quien hacía eso, yo me sentía aludido”.

Pilar Miró se pronunció al respecto: “Oficialmente no existe la censura, y la Constitución garantiza la libertad de expresión, pero la realidad es que los poderes fácticos siguen siendo intocables”. En una de sus citas más expresivas de la época sentenció: “Hemos pasado del gobierno de Franco al gobierno de Kafka”.

El mismo mes de febrero, la película pudo participar a concurso en el Festival de Berlín donde Miró insistió en lo que hoy sabemos : “La película no es ningún alegato contra la Guardia Civil ni tampoco está hecha con vistas a un tipo de repercusiones políticas, sino como un ** revulsivo contra la injusticia y en contra de los procedimientos violentos para obtener determinadas conclusiones”.** La película se vino de Berlín sin premio (se cree que hubo presiones para que así fuera) . Sin embargo, Miró tuvo la oportunidad de resacirse en el mismo festival ganando un Oso de Plata por Beltenebros en 1991.

Tal y como cuenta Galán, después de la participación en Berlín, Miró decidió tomarse unas vacaciones para después acudir como invitada a un simposio en la universidad de Vanderbilt, en Nashville. Solo un día después de que finalizara aquello y todavía estando en Estados Unidos, la situación para ella y para la película empeoraba drásticamente: su abogado la llamó para comunicarle que la jurisdicción militar había dictado auto de procesamiento contra ella. La directora, hija y nieta de militares, volvía a tener relación con el ejército, pero por los motivos equivocados:

“El 15 de abril Pilar Miró se presentó en el Gobierno Militar acompañada de su abogado y varios amigos. A las once de la mañana la interrogaron. “Fue como encontrarme con mi padre”, escribió, “y a la una ya estaba procesada”, aunque con la salvedad de que “como la pena que en su día pudiera corresponder no excede de seis años de prisión militar, se está en el caso de acordar la libertad provisional de la encausada”. El abogado, Joaquín Ruiz-Giménez Aguilar, apeló pidiendo la inhibición a favor de la jurisdicción ordinaria. Alfredo Matas continuó solicitando el Ministerio de Cultura la licencia de exhibición de la película. Mientras tanto, Pilar había pedido a su íntimo amigo José Luis Balbín que escondiera en su casa una copia de la película”.

Entonces, a la oposición frontal de prensa e intelectuales nacionales al proceso, se unieron muchos cineastas internacionales, entre los que se encontraban Win Wenders y Fassbinder, que enviaron telegramas al gobierno exigiendo la libertad de la película y de su directora. Los franceses por su parte dieron un paso más: “En un momento en que el rey Juan Carlos I es propuesto candidato al premio Nobel de la Paz, los realizadores franceses están en desacuerdo con su política, que tiende a suprimir la libertad de expresión en España. El crimen de Cuenca, además, fue invitada a Cannes, pero el Ministerio de Cultura, ahora mucho menos permisivo que con Berlín, solo permitió la exhibición del tráiler.

Umbral, en El País, pocos meses después escribía sobre Miró convertida en símbolo: “Lo que a ella le pase o no le pase es lo que le va a pasar o no pasar a la mujer española en la democracia creciente o menguante”.

Pero esta historia aún estaba lejos de tener un final. Y mientras tanto, la censura y la vida seguían. Además de tener que presentarse cada quince días a firmar ante la jurisdicción militar, Pilar Miró tenía otros planes. Así, temiendo que ningún productor se arriesgase a financiarle más proyectos, sacó adelante, creando su propia productora, además de hipotecando su casa y convenciendo de nuevo a Alfredo Matas y con él a los técnicos de participar a modo de cooperativa, su película más autobiográfica, Gary Cooper que estás en los cielos. Y Gary Cooper vino de los cielos a salvarla a ella: “Yo recuerdo ese rodaje con gran cariño, porque a mí me dio la vida, me sacó de esa situación que parecía que no tenía salida, que era una pescadilla que se muerde la cola”.

Y por si la creación de una película, en medio de un proceso militar que tenía a España en vilo era poco, durante la preproducción se empezó a notar que Pilar Miró estaba embarazada.

Gonzalo Werther Miró Romero nació el 13 de febrero de 1981. Ahora súmele diez días a la fecha del alumbramiento y podrá intuir la que se le vino a Pilar Miró encima. ¿Cómo enfrentar el 23F con un bebé en brazos mientras estás siendo procesada por un tribunal militar que puede pedir hasta seis años de cárcel para ti? También en Nadie me enseñó a vivir está retratada esa noche en la que mientras Gonzalo no paraba de llorar, los amigos la iban llamando por teléfono pidiéndole que se marchara de su casa. Ella se quedó en casa y llamó a su amiga la periodista Blanca Álvarez para pedirle consejo sobre cómo calmar el berrinche de su hijo. Años después confesó el miedo que había pasado: “Yo tuve la misma impresión que muchos amigos, que era ‘dentro de un rato van a buscarte, máchate de casa’, porque era muy obvio, mi nombre era muy obvio en ese momento. Mi situación era muy obvia en ese momento sobre todo para la Guardia Civil. Fue la noche más larga”.

Pero terminó amaneciendo. Poco menos de un mes después del 23F se acabó el contencioso de El crimen de Cuenca. Se sobreseyó el proceso, que ya no era militar sino civil y Miró por fin pudo pasar página. Ella lo contó así:

“Desde comienzos de los ochenta hasta marzo del ochenta y uno he pasado el período más amargo de mi vida. Me decían que me fuera de España hasta que cambiara la legislación. El propio Felipe González me lo aconsejaba, pero ¿por qué tenía yo que salir de España una vez muerto Franco, con una Constitución en vigor y por haber hecho una película perfectamente documentada? No se me ponía en las narices irme de aquí”.

El crimen de Cuenca pudo ver al fin la luz en salas. Y qué luz. Pese a estrenarse en un mes tan malo para la recaudación como agosto, se convirtió en la película más taquillera del año: más de dos millones y medio de personas fueron al cine a verla.

Dos millones y medio de personas no volvieron a ver sus propias uñas de la misma manera nunca más. Sin embargo, el sentimiento para Miró era agridulce: “Mi angustia mayor era que nadie vería le película como era sino como una película secuestrada y prohibida”. Lola Salvador, en el Imprescindibles dedicado a Pilar Miró , incide en la misma idea: “Para mí mi frustración es que no se hablara de la tortura y se hablara de la libertad de expresión”.

No hay coplas de ciego que cuenten los avatares de El crimen de Cuenca, la película. Lo que sí tenemos es otro artículo de Umbral con motivo de su estreno:

“Vista la película es mucho más que una denuncia de guardias, torturas o no es eso en absoluto. Es un documento de época por el cual vemos que el poder político (diputado conservador de Cuenca, Fernando Rey) , el poder jurídico (juez local, Héctor Alterio) y el poder eclesiástico (Luis Vivó, cada día más actor) han decidido escarmentar al pueblo de Ossa. (…) no es un burdo enfrentamiento entre guardias/pueblo, sino una satánica y mediocre maniobra política (…) Civiles contra civiles. Administración contra administrados. Lo de casi siempre”.

El artículo se titulaba El crimen de Pilar. El crimen de Pilar Miró.

Este texto fue publicado originalmente en abril de 2018.