Maribel Verdú: “Fuera piensan que soy esa actriz europea que vive rodeada de vacas y solo hace lo que le gusta. Y me parece bien”

Hay una actriz en España que lo hace todo —y bien—: cine, teatro, televisión, drama, comedia. Con motivo de sus cuatro décadas de carrera, nuestra estrella más cercana toma la palabra.

Chaqueta con aguas en tricromía y maxipendiente de Giorgio Armani.

© Félix Valiente.

–¿Con leche, Maribel?

La camarera de la cafetería en la que me ha citado no la conoce de nada pero la trata con total familiaridad. “Me pasa mucho, pero es que formo parte del mobiliario de este país”, dice ella. Con más de 80 películas —una media de dos por cada año de carrera—, una veintena de series de televisión y una docena de obras de teatro a sus espaldas, Maribel Verdú (Madrid, 1970) no bromea. La actriz, Premio Nacional de Cine 2008, llega a la entrevista bien abrigada —hace uno de esos días soleados pero gélidos típicos de Madrid— y sin las gafas de sol oscuras que se presuponen a una estrella que quiere pasar desapercibida. No le sorprende lo más mínimo que una desconocida la llame Maribel —sus íntimos le dicen Bel—, ni que la paren por la calle o le pidan un selfie. Los niños, por el papel de la madre del superhéroe en The Flash; los adolescentes, por su participación en la temporada final de Élite; los apasionados del cine español por sus inolvidables interpretaciones en Belle Époque de Fernando Trueba (1991) o La buena estrella de Ricardo Franco (1997). Los del cine de autor, por El laberinto del fauno (Guillermo del Toro, 2006) o Blancanieves (Pablo Berger, 2012). De todas hablará con entusiasmo en una conversación que arranca por el principio.

Salía del colegio “con las trenzas, el uniforme” cuando un señor le preguntó si le gustaría ser actriz. ¿Por qué accedió?
Tenía 13 añitos. No sé, siempre me disfrazaba: en el barrio, en el cole. Y no solo me hacía yo misma los trajes: los interpretaba. Mis compañeras siempre me elegían para dirigir las funciones de fin de curso. Como leía tanto... Los Entremeses de Cervantes me resultaban muy divertidos. Mis abuelos y mis padres me llevaban a menudo a los Princesa. El cine estaba muy presente en nuestra vida.

Fue a su primer casting para El crimen del capitán Sánchez —uno de los capítulos de la serie La huella del crimen— a mediados de los 80. ¿No ha fantaseado alguna vez con hacerse un Greta Garbo?
No, porque no puedo. Si tuviera el dinero suficiente en unos años diría: “Se acabó”. Me iría a mi casa de la playa tan a gusto, pero me temo que no va a ser posible, cariño. Decidí no hacer carrera fuera, así que... Mi mundo es maravilloso, pero no me gusta vivir de cara a los demás. Y tampoco puedes darle la espalda a la realidad, ser un ermitaño. Hay que adaptarse a los tiempos. Pero no quiero ser trending topic. No me interesa, no me siento cómoda ni tengo la fuerza mental. Por suerte, creo que he alcanzado el punto justo.

La mayor de tres hermanas, María Isabel Verdú Rollán nació en San José de Valderas, un barrio obrero al oeste de Madrid, pero se crio en el burgués Argüelles, donde se instaló con sus abuelos para estudiar en el mismo colegio de monjas, el Santo Ángel de la Guarda, al que había ido toda su familia. “Mi abuelo era coronel de infantería y mi abuela, ama de casa. Tuvieron 16 hijos, casi todos profesores de Letras en la Universidad. A medida que mis tíos se independizaban yo heredaba sus habitaciones. Me regalaban libros todo el rato. De Michael EndeLa Historia Interminable, Momo–, de Wenceslao Fernández Flórez, de José María de Pereda... Recuerdo una edición en papel de biblia de Peñas arriba y a mi abuelo haciéndome preguntas para comprobar si de verdad lo había leído. Era imposible engañarle”, relata. Nunca fue de muñecas. Sí del Super Cinexin, el proyector con el que crecieron los niños de los años 80. De Lego. Pero, sobre todo, de fantasear con un oficio que “ni siquiera sabía que existía. Puede parecer raro, pero actuar ya era inherente a mí”, sostiene. “Si el padre de una de mis mejores amigas, Nuria, que era ebanista, nos regalaba unas pistolas de madera, en lugar de para jugar yo las usaba para imitar a Los ángeles de Charlie por el pasillo de casa”.

Maribel Verdú posa en el Ateneo de Madrid con vestido verde esmeralda con pendiente de Giorgio Armani.

FELIX VALIENTE

¿Cómo sentó su vocación en la familia?
Mal. Muy mal. Fui a mi primera prueba con mi madre prácticamente a escondidas. Mi padre le dijo: “¿Dónde vas a llevar a tu hija?”. “A hacer lo que le apetece y lo que le gusta”, respondió ella. Excepto a mi abuela Isabel, que me protegió y me apoyó siempre, a los demás no les pareció nada bien. Para que no se preocupase, Verdú le contaba a su abuela que en las escenas de besos colocaban un vidrio entre los labios de los actores.

“Era la mujer más buena del mundo”, evoca. Cuando enfermó, la actriz iba cada tarde al hospital a repasar el texto de Juana la Loca, la obra de teatro dirigida por Gerardo Malla que alternó con el rodaje de Amantes (1991) de Vicente Aranda. Doña Isabel murió ese año y, desde entonces, cada vez que tiene un éxito, piensa en ella y en Ricardo Franco. “Fue mi papá”, dice con nostalgia. Con él hizo su primera película, El sueño de Tánger (1985); y La buena estrella, “que me ha dado tanto”, reconoce. El filme —“Una dura y no obstante tiernísima historia de dolor, infortunio y, finalmente, de amor triangular. Es un gozo y un orgullo verla”, tal y como la describió en su día el crítico de cine Ángel Fernández-Santos— le valió la tercera de sus 10 nominaciones a los Goya.

“Ricardo y yo fuimos uña y carne hasta que se murió —en 1998—. Lo amaba. También a Eloy de la Iglesia. Él y Fernando Trueba son los directores que más libros me han regalado. Me descubrieron a Stendhal, a todos los autores que hay que leer porque marcan un antes y un después en tu vida”.

¿El cine crudo y underground de De la Iglesia sería hoy posible?
Sí, ¿por qué no? Ahora mismo se podría filmar una película como El Pico sobre el fentanilo. Fue un hombre adelantado a su tiempo. Su cine era documental. Mostraba una realidad paralela a la que estaba viviendo España en ese momento.

El rodaje de La estanquera de Vallecas (1987) fue duro.
Por José Luis Manzano, sí. Eloy me adoptó y él se enceló de mala manera —había sido pareja del cineasta— y lo llevó fatal, pero no sería ni el primer ni el último actor que me lo haría pasar mal.

Dos años antes había denunciado a uno de sus compañeros de reparto en El sueño de Tánger por acoso sexual, tal y como reveló en 2021 en un programa de televisión. “Nadie lo supo salvo el director, Ricardo Franco, el equipo y mis padres”, me dice.

Ha hablado de forma clara de los abusos de poder en su profesión y ha aportado hechos concretos al movimiento #MeToo. ¿Por qué?
Sé cuándo se pueden contar las cosas, a quién y en qué circunstancia. No hablo aleatoriamente. Lo hice en Planeta Calleja porque era el momento. Y así pegó de fuerte.

Pero ¿por qué nadie nombra a los Weinstein del cine español?
No lo sé. Me imagino que era gente poderosa, que podía darte trabajo o vetarte; gente que ya no existe. Cuando me pasó a mí, con un actor internacional muy importante, hice lo había que hacer. Ir a juicio. Y ya está. Digamos que lo corté de raíz.

En la película de Blancanieves como madrastra (Pablo Berger, 2012). ©Cordon Press

Everett Collection / Everett Col

¿Es usted de las que separa al autor de la obra?
Absolutamente. Es que si no, no irías al Museo Prado, ni al cine, ni leerías a filósofos importantísimos que eran unos misóginos pero cuya obra nos hace crecer y entender la vida. Eran otras épocas.

Empezar tan pronto provocó que conociese prematuramente los sinsabores de la profesión y tuvo otra consecuencia inesperada: como ha contado en numerosas ocasiones, perdió la virginidad en la ficción antes que en la vida real. “Ojalá hubiese existido la figura del coordinador de intimidad en mis 40 años de profesión. Que en las escenas de sexo todo hubiese estado pactado por escrito y a ellos se les hubiese visto exactamente lo que a mí. Que les hubiesen echado un espray para el aliento. Lo he pasado tan mal, tantas veces”, admite. Por contra también le brindó una oportunidad única, la de trabajar con las grandes leyendas del cine español. A pesar de su juventud, Verdú ha rodado con Rafael Azcona, guionista de El año de las luces (1986), gran admirador y amigo suyo —la actriz recogió su Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo en 2008, cuando el autor estaba ya muy enfermo; ella y José Luis Cuerda le llevaron una bandeja de suizos de La Mallorquina al hospital para celebrarlo— .

Vestido de lana con escote asimétrico de Christian Dior y pendientes y broche de Joyería Molina Cuevas.

FELIX VALIENTE

“Y con Fernando Fernán Gómez, Agustín González, Manolito Alexandre...”, enumera con entusiasmo. “Lo hablo con Aitana [Sánchez-Gijón] y con Emma [Suárez] cada vez que nos juntamos, que hemos tenido la suerte de haber actuado con Fernando Rey, con Paco Rabal, con todos esos genios. Entonces no existían ni las escuelas de teatro ni los directores de casting. Te escogía el productor, o el ayudante de dirección, que llamaba al repre: ‘Oye, ¿qué actrices llevas, que queremos verlas para este papel?’. Y él te hacía la prueba y se la pasaba al director. Todo ha cambiado tanto... Verlos interpretar tan desde la verdad era una maravilla”, exclama antes de compartir una anécdota sobre uno de estos grandes intérpretes.

“En el rodaje de Belle Époque estábamos las cuatro [Ariadna Gil, Miriam Díaz-Aroca, Penélope Cruz y ella] todo el rato abrazadas, besándonos. Fernán Gómez le decía a González: ‘Agustín, tú nos imaginas metiéndonos mano todo el rato, tocándonos los huevos, ¿qué dirían de nosotros? Míralas a ellas, en cambio, todo el rato sobándose’. No daban crédito”. Después del Oscar por Belle Époque, Verdú empezó a encadenar películas. Rodó hasta cinco por año. Con Bigas Luna, Jaime de Armiñán —“Otro genio”—, Carlos Saura, Emilio Martínez-Lázaro... Cambia de siglo con un gran éxito internacional: Y tú mamá también, de Alfonso Cuarón, que obtuvo una nominación al Oscar.

“Él me dijo que solo se puede interpretar desde la verdad y la honestidad. Lo suscribo totalmente. Yo añadiría también desde el sentido común, que es el menos común de todos los sentidos, como dijo alguien muy sabio”, ha declarado. Y, de repente, un parón. Se volcó en el teatro: Te quiero muñeca, Las amistades peligrosas, Por amor al arte... Pero echaba de menos el cine. Los guiones que le llegaban no le convencían.

“La mayoría me parecían espantosos y alguno digno a secas. Pedro [Larrañaga, su marido desde 1999] me ayudó muchísimo. Decía: ‘Digno no basta. ¿Realmente te gusta?’. ‘No, gustarme no, pero es que no hay otra cosa’. ‘Pues si no te gusta de verdad, no lo hagas. Aguanta”. Y eso hizo hasta que otro director mexicano se empeñó en que figurase en el reparto de un filme de terror gótico ambientado en la Guerra Civil española. El laberinto del fauno. “Yo recordaba la melancolía de Maribel en la época de La buena estrella, luego, por alguna razón, se diluyó en una imagen más ligera, más sexy, yo quería recuperar la anterior”, justificó Guillermo del Toro en el estreno de la cinta, en la que Verdú interpreta a la criada del villano, un capitán franquista a quien sirve mientras ayuda a los maquis. Luis Alegre coincide plenamente con Del Toro. “Es que Maribel es una fuera de serie. Una actriz muy completa. Domina todos los registros: cómico, trágico, tragicómico, dramático, melodramático, sensible, desgarrado, tierno. Está llena de verdad y siempre enriquece a sus personajes. Pertenece a la élite mundial”, sostiene el periodista.

El director del Festival de Cine Ópera Prima de Tudela, íntimo amigo suyo —“La conocí en 1986, hace 38 años; ella tenía 16, así que sé de lo que hablo”, advierte—, me dice que Maribel “nunca se cansa”, algo que queda patente durante esta entrevista. Curiosa y locuaz, matiza cada respuesta, corrige las preguntas, repregunta. “Yo tengo mucha energía y llega un momento en el que tienes que resetear, que ponerte a cargar. Al principio en los rodajes estaba pendiente de todo, del foquista, del cámara. Pensaba: ‘Que me entre todo por los ojos, no puedo perder ni un detalle’. Ahora me meto en mi camerino a leer o a colorear mandalas para poder darlo todo después”, revela. Se define como un tipo muy concreto de actriz: “Soy creadora. Creo a mis personajes junto con el director. Cambio los textos, el orden de las escenas. Lo he hecho con Cuarón, con Del Toro. Con [Francis Ford ] Coppola —con quien rodó Tetro en Buenos Aires en 2009— menos, por el idioma, aunque también. Nadie me impone. El único que no me ha dejado cambiar una coma es Santiago Segura. El cine es un trabajo en equipo, porque los directores sin los actores y los técnicos ¿qué hacen? Tomarse un café, porque ya me dirás. Recuerdo que Gracia Querejeta quería rodar un monólogo muy largo en cuatro tomas, y yo en un plano secuencia. Me hizo caso. Los actores no somos marionetas. Y unas veces te echan para atrás las ideas, estaría bueno; y otras, te las compran.

Ahora que menciona a Querejeta, no se sentía identificada con sus personajes hasta que llegó el de Siete mesas de billar francés (2007), su primer Goya.
Todos tienen algo mío: el alma, pero es cierto que he interpretado personajes muy diferentes a mí. Jamás los juzgo, aprendo de ellos; ellos beben también de mí. Claro, me ha tocado mucha Guerra Civil, mucha película de época… Así que con esa mujer que tiene que enfrentarse sola a las vicisitudes de la vida, con todos sus problemas, sus fantasmas, sus realidades económicas después de la muerte de su padre... Me reconocí plenamente en ella.

La actriz madrileña, ganadora de dos Premios Goya y Premio Nacional de Cinematografía, posa para Vanity Fair en el Ateneo de Madrid con vestido verde militar de Jil Sander y maxipendientes de Giorgio Armani.

FELIX VALIENTE

¿Por cuál siente debilidad?
Amo Blancanieves. Es que claro, a mí nunca me tocaban malas, y de repente hacer la madrastra... Fue el divertimento de mi vida.

Con ella ganó su segundo Goya con un discurso polémico, ¿cree que a los actores se les toman muy en cuenta sus opiniones políticas?
Pero es que yo no hablé de política sino de un sistema obsoleto. Fue alucinante, ¡qué demagogia tan absurda, tan tonta! Ese año se estaba suicidando mucha gente por los desahucios, una cosa loca, llamaba la atención, y simplemente se lo dediqué a esas personas. “Y tú vas con un Dior”, me reprochaban. ¿Qué quieres, que me ponga un chándal para ir a la gala? ¿Yo no puedo denunciar el maltrato si mi marido no me pega? ¿Te tiene que pasar a ti para poder alzar la voz? No. Yo denuncio una injusticia, pero no tengo por qué vivir debajo de un puente ni ir a los Goya en chándal.

Vestido con corpiño y falda de seda con raya diplomática de Louis Vuitton y brazaletes de Giorgio Armani.

FELIX VALIENTE

Siempre ha entendido el poder de la alfombra roja.
Sí. Creo que hay momentos para ir de una manera y momentos para ir de otra. Así de simple.

“Su belleza y presencia escénica resultan apabullantes”, alaba Luis Alegre, algo que se traslada sin duda a sus apariciones en ceremonias y estrenos. Con el pelo recogido en dos trenzas y un vestido de color negro con escote palabra de honor en México para recoger un Ariel por El laberinto del fauno, o hace un año en los Goya, con un vestido de escamas de Alberta Ferretti —“Me gustan más las figuras rectas que de princesa”, puntualiza—, la intérprete es capaz de iluminar la sencillez de un conjunto de Raf Simons para Dior o de defender un escote de vértigo con transparencias sin resultar vulgar. Quizá por eso Giorgio Armani, el maestro de las elegancia contemporánea, la ha vestido en varias ocasiones. El modista italiano la invitó en 2014 a París a su desfile de alta costura. Ella lo recuerda bien porque allí nació su cuenta de Instagram. “Yo acababa de hacerme un perfil privado, ‘Ratoncita de la casa’, con seis seguidores, y de repente estábamos en el backstage Miguel Ángel Silvestre, Claudia Cardinale y yo, y vino el señor Armani a hacerse un selfie con nosotros. ‘A ver, déjame que te siga. ¿Cómo que lo tienes cerrado? ¿Cómo que ‘Ratoncita de la casa’? ¡Llamándote Maribel Verdú! ¡Haz el favor!’, me riñó Silvestre [otro actor muy vinculado a Armani desde hace años]. Así que me cogió el teléfono, puso Maribel Verdú en la cuenta, subió la foto que nos habíamos hecho y al día siguiente me desperté con 1.000 seguidores. Perdón: con 1.006”. Hoy supera los 400.000. Ha ganado muchos últimamente. ¿El motivo? Élite.

Con Giorgio Armani en París en el desfile de Armani Privé.

Bertrand Rindoff Petroff/Getty Images

Con su Goya a la mejor actriz protagonista por Siete mesas de billar francés.

Lalo Yasky

¿Por qué aceptó participar en una serie adolescente?
Tuve mis prejuicios, pero enseguida me dije: “¡Qué porras, claro que voy a hacerlo!”. ¿Por qué me voy a cerrar a que la gente joven sepa que existo? Y resulta que me ha hecho muy feliz. Todo lo que te cuente es poco. He trabajado con un equipo técnico fantástico. Me han regalado un personaje maravilloso: el de una tipa con muchas aristas, con problemas mentales, que no se lo pone nada fácil a su hija. Y he formado una familia increíble con el elenco.

“Nunca he sido fan de nadie ni he colgado pósters de chicos guapos en mi habitación. Pero si tuviera que declararme admiradora de alguien, sería de Maribel Verdú. Conocerla y hacernos íntimas es algo que no me imaginaba”, me confirma Mirela Balić, la joven y prometedora actriz que hace de su hija en Élite y la más reciente incorporación al “núcleo duro” de la madrileña, que hasta le ha presentado a sus hermanas —sus “tías”, como ha posteado con gracia en Instagram—. Un grupo de amigas en el que están la estilista Cristina Rodríguez, su representante Trini Solano —“Con ella siempre te pasan cosas buenas”, me dice—, las actrices Carmen Ruiz, Natalia Verbeke, Amaia Salamanca, Aura Garrido y Pilar Castro, sus cuñados Luis Merlo y Amparito –como la llama ella con cariño– Larrañaga, y, por supuesto, su marido, el productor teatral Pedro Larrañaga. “Me muero por mi chico”, confiesa sin ambages. “El secreto de nuestro matrimonio son el amor y un respeto absolutos. No haber dicho nunca nada de lo que me pueda arrepentir porque las palabras son como los huevos: una vez que se caen, no hay manera de recomponerlos. Y reírnos mucho. Disfrutar juntos. Es la persona con la que más me gusta estar”.

“Creo que nadie lo ha definido mejor que mi amiga y protagonista de dos de mis películas: el éxito es vivir como deseas. Ella lo hace. Por eso es una actriz llena de verdad y emoción. Una grande. Una estrella. Mi star, como yo la llamo. Maribel es por encima de todo una disfrutona, se come la vida”, comenta Pablo Berger. Ella confirma lo satisfecha que se encuentra con insistencia. No lamenta haber rechazado ofertas de Hollywood. “En un principio sí pensé: ‘Anda que no soy boba’, pero entonces no habría alcanzado el prestigio que tengo fuera, que lo sé porque mis amigos me lo cuentan, que en el extranjero piensan que soy esa actriz europea que vive rodeada de vacas en una finca y solo hace las cosas que le apetecen. Me gusta eso”, explica. “Si me hubiese puesto a hacer todas las películas para las que me llamaban, Misión Imposible 4, Asalto al tren del dinero, esto, lo otro... Igual tendría dinero para producir... o no. Las cosas pasan por algo, lo tengo tan claro”.

Aunque en 2017, justo después de estrenar Sin rodeos, se empeñó en dirigir, ahora prefiere producir. “Mando muy bien. Me apetece levantar una historia de la nada, crear los equipos, rodearme bien”. Por lo pronto, acaba de estrenar una película, Familia, con Rodrigo García, hijo del Nobel de Literatura Gabriel García Márquez y “uno de los mejores directores de actores del mundo”, y está preparando un thriller con uno de los pocos cineastas españoles con los que no ha trabajado. Está emocionada. “Los actores podemos trabajar hasta que nos muramos, porque hay papeles para todas las edades”, proclama. “Lleva 40 años de profesión y ahí sigue, encandilando al mundo”, asegura Luis Alegre antes de dejar en el aire un deseo para los próximos 40 años de carrera de la actriz más prolífica y versátil del cine español: “Me encantaría que le permitieran explotar aún más su maravilloso desparpajo y talento cómico”. Ya lo dijo Rafael Azcona: que Maribel lleva varias Rafaelas Aparicio dentro.

Realización: Joana de la Fuente
Maquillaje: María García (@MariaGarcia) para Dior
Peluquería: Natalia Méndez (@NatalitaMendez) para Mön I.C.O.N. team
Producción: Sira Lebón (@SiraLebon)
Ayudantes de fotografía: Luis Spínola (@LSPinola) y Germán Arbós (@Germanchu)
Ayudantes de estilismo: Juan Luis Ascanio (@JLCrazy) y Miguel Ángel Pardo y María José Villar
Ayudante de producción: Amaia Olmedo (@AmaiaOlmedo)
Agradecimientos: Ateneo de Madrid (@atenenodemadrid)