María Pagés, premio Princesa de Asturias de las Artes: “España nunca se ha preguntado qué cultura quiere o cómo la va a afrontar”

La bailaora y coreógrafa María Pagés recogerá este viernes, junto a Carmen Linares, el premio Princesa de Asturias de las Artes 2022. Para ambas, el galardón no es solo suyo, ni siquiera solo de toda la gente que colabora con ellas. Es un reconocimiento al flamenco, “la más nuestra de las artes”.
María Pags
María PagésGettyImages

El mundo entero cabe entre los brazos de María Pagés. En ese mundo reinarían por derecho propio la danza, el flamenco o la cultura... Pero no solo, porque esos brazos largos, fuertes, rápidos, hipnóticos, consiguen abarcar mucho más. Una asistente al espectáculo Paraíso de los negros, que se representó en Avilés hace unos días, exclamaba al acabar la función: “Es que no tiene dos. Yo creo que por lo menos tiene cuatro brazos”. 

Fue “tan bonita la experiencia para nosotros”, dice Pagés sobre esa actuación. Al acabar la función, cuando declararon estar muy emocionados, se levantó una señora del público, bastón en mano, y gritó: “Yo sí que estoy emocionada, que nunca había visto nada como esto”. Con las mismas, se volvió a sentar. María Pagés (Sevilla, 1963) lleva más de 50 años bailando y, sin embargo, declara que no se cansa de esas respuestas. “El sentido de lo que yo pueda hacer está en llegar a eso. Si no, ¿pa’ qué todo este tinglado? Si la gente ve una cosa y después se va a su casa, se tiene que ir con algo, ¿no? Esas reacciones son un alivio porque te confirman lo que siempre estás buscando”.

Usted ha declarado ser una aficionada a la danza, un arte que, dice, habría que cuidar más y mejor. ¿Qué nos pasa en España con este tema?
No nos pasa solo una cosa, nos pasan muchas que, juntas, hacen que siga siendo la más apartada de las artes, la que todavía no tiene un teatro o un centro de danza nacional. Eso es síntoma de que no la estamos apoyando. Y eso sucede cuando en realidad tenemos talentos reconocidos a nivel internacional. Hay muchísimos artistas que están fuera y son primeros bailarines, primeros coreógrafos o dirigen compañías. ¿Qué nos pasa? Pues una combinación de que no sabemos bien qué es la danza y de que existe muchísima resistencia a reconocerla como arte. Tampoco hay, por parte de las instituciones, voluntad de incluir la danza dentro de todas las estructuras, las ayudas... No hay ninguna situación equilibrada, no se considera como parte de las temporadas escénicas. El Teatro Real casi no programa danza. Y si hablamos de flamenco, directamente no lo programa, por principio o por un criterio que desconocemos. Hay muchos fallos a nivel educacional. La danza todavía tiene cierta resistencia porque nuestro instrumento es el cuerpo y el cuerpo siempre tiene que estar oculto. Siempre lo tapamos, lo ocultamos. 

Son varios factores.
Y después hay uno clave, y es que en España no hay un proyecto de estado cultural.

En general. 
España nunca se ha preguntado qué cultura queremos o cómo la vamos a afrontar. No hay una apuesta, la cultura va dando vaivenes sin un criterio. Y es la mayor riqueza que tenemos. No somos ricos en tecnología, ni en diamantes o petróleo. Somos ricos en cultura, en historia, tenemos un gran patrimonio. Es una torpeza no reconocerlo y no valorarlo. Otros países, con una cultura menos poderosa, sí tienen ese proyecto de estado. 

El periplo asturiano de María Pagés empezó a mediados de octubre porque la sevillana, bailaora, coreógrafa y empresaria, recibe este año, junto a la cantaora Carmen Linares, el Premio Princesa de Asturias de las Artes de 2022. Ambas, en incontables entrevistas, han declarado que lo sienten, sobre todo, como un premio al flamenco. Y ambas celebrarán dicho galardón con un espectáculo, el día antes de la ceremonia, titulado Carmen y María. Dos caminos y una mirada

¿Cuándo entra en contacto con el flamenco?
Yo estoy en el flamenco porque nací en Sevilla. Si hubiera nacido en otro lugar, habría bailado seguro, pero tal vez habría hecho otro tipo de danza. Pero… fíjate, yo nací en julio, y en la siguiente Feria de Abril, cuando ni siquiera sabía andar, ahí estaba, sentada con un traje de flamenca y la flor en la cabeza. 

Durante la crisis del coronavirus, cuando dejaron de venir turistas internacionales a España, en Madrid tuvieron que cerrar los grandes tablaos de flamenco. La gente de Madrid, que va al teatro, al cine, a conciertos, no iba al tablao.
Porque nunca ha ido.

El flamenco es la más nuestra de las artes y sin embargo no todo el mundo lo siente así.
Es el desconocimiento lo que nos hace no sentirlo como propio. Parece que es algo de unos artistas que están ahí locos, que cantan y bailan y se acabó. Pero todos formamos parte del flamenco. El flamenco es el reflejo de la convivencia de cuatro culturas: la morisca, la judía, la gitana y la africana. Y la morisca en aquella época éramos todos, porque había alcanzado toda la península. La cultura en Andalucía bebía de aquello que pasaba por ahí, y todo pasaba por ahí. Por ejemplo, las jotas están muy presentes en los cantes e incluso en los bailes. Y también vamos a América y nos traemos cosas de allí. No es algo que sale aislado, sino que es un compendio de muchas influencias. Si eso realmente se transmitiera así, como una mezcla de todos nosotros, lo sentiríamos como algo más nuestro. 

Y como algo presente.
El flamenco es un arte que siempre va a ser contemporáneo, siempre va a ser de la época que vive, está pegado al cambio. Toma lo que ocurra en el momento en el que vive.

Es un género que ha sufrido mucho las influencias políticas.
Todas las artes quedan afectadas por los entornos y por las situaciones sociopolíticas en las que viven, pero el flamenco, al ser el arte propio, fue muy castigado durante la dictadura. Y llevaba otro recorrido. En los años 20, 30, del siglo pasado tenía un potencial magnífico. Llenaba teatros en Nueva York. Los intelectuales estaban entrando en el flamenco. En 1922 se celebró el Concurso de Cante Jondo de Granada, del que este año celebramos el centenario. Y artistas de otras disciplinas, como Lorca, Dalí, Picasso o Buñuel, empezaban a interesarse por el flamenco, a implicarse, a comprometerse, a ponerlo en valor, porque entendían que era el arte que tenían que proteger. La guerra lo interrumpió y después la dictadura le hizo mucho daño.

Es un arte con un origen muy marginal.
El flamenco solo podía nacer en un espacio marginal porque es donde se crean las solidaridades. El ballet clásico, por ejemplo, nace en un palacio porque a Luis XIV le gusta bailar y decide que hay que hacer de eso un gran arte y él va a ser el promotor.

Ahí sí que había un proyecto de Estado.
Claro que había un proyecto. El rey lo toma como propio y por eso ahí sigue el Ballet de la Ópera de París y por eso el ballet ha sido reconocido por los franceses y por el mundo entero como el gran arte que es. Pero nació en la élite. El flamenco no.  Porque precisamente cuando se está en una situación marginal es cuando crece la solidaridad, y el flamenco es una disciplina solidaria: “Tienes este problema, te voy a echar una mano, porque yo también lo tengo”. Y lo fascinante es que, desde los lugares marginales, ha llegado a los grandes teatros. Se ha convertido en una profesión. 

María Pagés

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María Pagés empezó siendo una bailaora “muy alta para su época”, según uno de sus maestros, Antonio Gades. Ahora, cara a cara, su metro setenta de estatura casi parece poco frente a lo mucho que se crece sobre el escenario. Ahí, sus piernas ágiles zapatean mientras el resto de su cuerpo se balancea en el aire. Verla en acción es una experiencia extraordinaria e irrepetible. Y casi más impresionante que verla a ella es observar a aquellos que acuden a uno de sus espectáculos por primera vez. Acaban, como la señora en Avilés, tomándola a gritos. 

Pero a Pagés le gusta recalcar que ella es solo el centro de un proyecto común en el que colabora mucha gente, desde hace muchos años. Ahora tiene un local y un plan a futuro, que dirige mano a mano con El Arbi El Harti: el Centro Coreográfico María Pagés de Fuenlabrada

El Harti es su marido y también cocreador y dramaturgo de todos sus espectáculos en la última década, desde que colaboraron juntos por primera vez en Utopía (2011). Pagés es incapaz de hablar de su obra sin mencionarle: “El Arbi ha sido fundamental en todo. Lo que él aporta, su implicación, su compromiso con el proyecto que llevamos ahora juntos… Madre mía, los poemas, las letras que escribe. El arte también está ahí, en sus palabras”. 

Las alabanzas son mutuas. En Avilés, él destacó que muchos de los colaboradores de Pagés llevan más de 12 años con ella. Y añadió que él, por su parte, solo es “un humilde traductor de la profunda inteligencia de esta señora”. 

Ante este derroche de profunda admiración creativa e intelectual, María Pagés, la mujer que se crece en el escenario, que habla con su cuerpo, que coreografía, crea, dirige equipos desde que tiene 27 años, la bailaora que abraza con sus brazos a todo el patio de butacas, apoyaba la frente en la mano, miraba al suelo y sacudía la cabeza con vergüenza. Ella solo quiere que la gente sepa que el flamenco, que la danza, son de todos nosotros. 

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