Fragmentos de un discurso desamoroso

Las sopranos Malin Byström y Ermonela Jaho triunfan en el Teatro Real con un tríptico sobre las rupturas iluminado por Rossy de Palma.
Fragmentos de un discurso desamoroso
del Real fotografia

Desde fuera, el amor siempre es ridículo. “Eres el único aire que respiro, que paso mi vida esperándote, creyéndote muerto si llegas tarde, muriendo por creerte muerto, volviendo a la vida cuando entras y estás aquí, muriéndome por miedo a que te marches… Ahora respiro porque me estás hablando…”. El amor es más obsceno que el sexo, sostenía el filósofo Roland Barthes porque es un estado de completa vulnerabilidad, en el que ya no somos, sino que somos con y esa dependencia nos lleva a estados de éxtasis y angustia exagerados e incomprensibles desde fuera, donde no se habla el lenguaje que crean los enamorados.

“Mi discurso es continuamente irreflexivo; no sé ordenarlo, graduarlo, disponer los enfoques, las comillas”, se lee en los Fragmentos de un discurso amoroso de Barthes. Desde fuera, el amor siempre es ridículo porque es un espacio propio, un lenguaje propio. Se ponen otros nombres a las cosas y hay un discurso de lugares, canciones o sabores que necesita comprobar constantemente que está vivo. Por eso, lo contrario del amor no es el desamor, la ruptura o la soledad, sino el silencio, que es lo que une el tríptico de La voix humaine (La voz humana), Silencio y Erwartung (La espera). Tres mujeres, tres silencios unidos por el director de escena alemán Christof Loy.

“El enamorado lo es incesantemente: no tiene tiempo de transformar, de saber de qué se trata, de proteger”, dice también Barthes. El amor nos convierte en pura fragilidad porque realiza una delicada operación poética: disuelve el espacio y solidifica el tiempo. El lugar donde los amantes están es único. No ha existido antes y desaparecerá cuando se vayan para volver como punzada dolorosa o caricia melancólica. Es invisible al resto de miradas. El tiempo, en cambio, se hace sólido. Se puede notar el paso de cada segundo en el abrazo o la mirada. Detente, instante. Cada uno se siente único en el reflejo y desea que el otro perciba lo mismo, pero ahí llega la fragilidad. ¿Cómo sé que siente lo mismo? El amor es una fe. Sólo existe en su celebración. Por eso, el silencio nos destruye. Es angustia, desamparo, soledad, pero también algo más porque es el regreso a una individualidad que ya no soportamos. ¿Quién soy ahora que ya no soy con? No puedo volver al punto de partida, sino que debo reconstruirme. ¿Puedo?

del Real fotografia

Esa es la pregunta que se formulan las tres protagonistas del tríptico. Dos de ellas, las de La voix humaine (La voz humana) y Erwartung (La espera), no tienen nombre. Son herederas de los personajes femeninos del siglo XIX, donde las escenas de la locura desembocaron en el estereotipo de la histérica, sancionado por Freud. Viena y París, dos ciudades hermanadas por el psicoanálisis. Pese a que la realidad lo desmienta cada día, el tópico literario de la mujer incontrolable por emocional sigue siendo poderoso. El amor nos vuelve vulnerables y, como también sostiene Barthes, la espera, la angustia y el desgarro suelen estar asociados a los personajes femeninos. También, porque hay una relación de poder. “Es la mujer quien da forma a la ausencia, quien elabora su ficción, puesto que tiene el tiempo para ello: teje y canta”, dice Barthes que añade que el enamorado, “este hombre que espera y que sufre, está milagrosamente feminizado”.

Deseo de ser perro

Jean Cocteau escogió una protagonista a pesar de que La voix humaine tiene el recuerdo de su relación con Raymond Radiguet, fallecido seis años antes. La escribió para una jovencísima Edith Piaf, pero la cantante no la llegó a representar nunca. “No se veía ella sola, el teléfono, la soledad de la habitación abandonada”, señaló Cocteau. No quería subirse a un escenario sin músicos. Quizá, porque la clave de la obra son los silencios de esa voz humana. Sí se metieron en el papel Anna Magnani, Ingrid Bergman, Simone Signoret o Tilda Swinton, en un reciente mediometraje de Pedro Almodóvar. El argumento es sencillo. Tras intentar quitarse la vida, una mujer llama por última vez a su pareja, que ha iniciado una nueva relación. El monólogo recorre el patetismo de la sumisión que nos provoca la posibilidad, por pequeña que sea, de evitar el silencio. “Deseo de ser perro, deseo apremiante de aliviar la sed ofreciendo mi cuello vulnerable, aceptando el riesgo de muerte a ciegas solo a cambio de agua”, dice un poema de Ángelo Néstore. Hoy lo llamaríamos relación tóxica y lo es, pero quizá también en esa terminología existe el deseo de que todo sea aséptico y algorítmico.

del Real fotografia

En 1958, Francis Poulenc puso música al texto de Cocteau con tres nombres en la cabeza. El primero, su amante Raymond Destouches, fallecido en 1955. Segundo, el soldado Louis Gautier, en quien había encontrado un consuelo efímero. Por último, la soprano Denise Duval, intérprete de la mayoría de sus obras. La obra es un desafío para la interpretación porque se mueve en decenas de estados de ánimo: angustiada, dulce, aturdida, violenta y agitada, etc. Y los silencios. “Quiero mis silencios. La música me importa un bledo”, dijo Poulenc en los ensayos. La soprano albanesa Ermonela Jaho tuvo una gran actuación vocal y la parte final de la interpretación fue conmovedora, cuando el movimiento dejó paso a los silencios. Además, la presencia en la escena de Marthe (Rossy de Palma), la amiga de la protagonista, resta emotividad a la actuación principal, ya que nos ofrece la sensación de que habrá un hilo que la sostenga en su caída. Y, si está presente, cómo abandonar esa escena.

La conversación tiene lugar en un gran piso burgués casi vacío, con gran presencia del blanco, muy parecido a la Arabella que Loy presentó en el Real hace dos años. La ausencia de muebles, salvo en la cocina, invita a pensar en la desolación y permite a Jaho moverse por toda la escena, aunque sus mejores momentos llegaron cuando la agitación interior sustituyó a la exterior. Toda la obra invita a pensar en cómo esa escena se desarrollaría hoy, cuando las charlas telefónicas comienzan a ser algo exótico. Grabando audio… Grabando audio… Grabando audio… Volver a escuchar, interpretar los matices, los silencios. Responder al vacío. Escribiendo. En línea. Escribiendo. En línea. Última conexión. Azul sin respuesta. ¿Eliminar todo? ¿Eliminar ahora?

El rastro de una fiesta

Erwartung (La espera), de Arnold Schönberg, también es el monólogo de una mujer, pero con una dosis de Freud más pura. El compositor alemán se basó en textos de la escritora Marie Pappenheim, hermana, esposa y tía de psiquiatras, además de sobrina de una paciente del propio inventor del psicoanálisis. De hecho, Schönberg, Pappenheim y Freud vivían en la misma calle vienesa. Todos acabaron exiliados o muertos. La capital austriaca, gran polo cultural del XIX, no se ha recuperado intelectualmente del exilio provocado por el nazismo, lo que invita a pensar en cómo las sociedades se suicidan buscando su homogeneización. Doctora en medicina, Pappenheim fue una de las pioneras en los programas de educación sexual y también fue una activa militante del KPÖ (Partido Comunista de Austria). En la obra, la mujer está en medio de un bosque opresivo por el que deambula buscando a su amado. Cuando lo encuentra, está muerto. Puede haber pasado cualquier cosa, ya que el espacio es simbólico y ella estaba poseída por una angustia de la que consigue deshacerse despertando.

del Real fotografia

Christof Loy traslada la acción del bosque del libreto al mismo piso donde tenía lugar la llamada de La voix humaine, pero en el momento previo a la ruptura. Una cama preside la habitación. Las sábanas puede ser un bosque en el que tropiezas y caes, como sabe cualquiera que haya visto pasar todas las horas de la noche. En lugar de las ventanas cerradas, un balcón lleno de plantas. La mesa de la cocina tiene el rastro de una fiesta. Erwartung no sólo es previa cronológicamente, sino también emocionalmente, pero el orden tiene su lógica porque la fuerza expresionista de Schönberg puede oscurecer todo lo que venga después. Es interesante comprobar cómo, tras la exploración vanguardista con la que comienza el siglo XX, todas las artes han optado por un regreso a la legibilidad, a formas menos hostiles con el público. La Malin Byström estuvo sensacional en la interpretación tanto vocal como dramática. Y desde el primer momento. Estremecedora. En una de las mejores decisiones de la puesta en escena, Loy optó por dar entidad al amado muerto y no dejarlo tendido en el suelo, aunque el bailarín Gorka Culebras podría haber tenido más presencia.

En medio, Silencio, una creación de la actriz Rossy de Palma y el regista Cristof Loy a modo de entreacto. El monólogo se compone de textos de Oscar Wilde, Ornella Varoni, Bertolt Brecht o la propia De Palma y su función es aliviar la emoción creada por el final La voix humaine. La idea es buena. La cuestión es que la función ya ha tenido una parada. Ha habido charla, copa y visita al baño, con lo que acaba siendo el prólogo de Erwartung. Y, como tal, no funciona. Visto de forma aislada, es una propuesta que incluso merecería ser desarrollada. Rossy de Palma consigue llenar el escenario y convencer a un público poco acostumbrado a ese juego. La ovación que recibió es un merecido homenaje a una actriz desaprovechada en España. La mezcla de textos nos invita a pensar en las aproximaciones que ha habido sobre el amor y a cómo suena en los diferentes idiomas. Su mensaje final es que se acabó sufrir. Él se fue, dice, qué hago con todo el amor que me sobra. Amarme a mí misma.

del Real fotografia

Homenaje a Schönberg

Erwartung es parte del homenaje que el Teatro Real ha brindado a Arnold Schönberg con motivo de los 150 años de su nacimiento. Además del monodrama, se ha podido ver una de las obras fundamentales de la historia de la música, Pierrot Lunaire, con puesta en escena de Xavier Sabata y dirección musical de Jordi Francés y el Cuarteto de cuerda número 2 con el magnífico cuarteto finlandés Meta4. Este último pudo verse en un concierto en la Biblioteca Nacional. La amplitud de la sala hacía que la voz de la soprano finlandesa Tuuli Lindeberg tuviera un eco especial. Estremecedor. Inolvidable.