El lenguaje de los pájaros

/NARRATIVA

¡Oh, que te sea propicio el viaje a los confines de Saba, 

y brindemos con Salomón por el lenguaje de los pájaros!

Fariduddin Attar, Manteq ol-Tayr

En soledad vivía

y en soledad ha puesto ya su nido;

y en soledad la guía

a solas su querido, 

también en soledad de amor herido.

«Cántico espiritual», San juan de la Cruz

En los tiempos del rey Salomón, los pájaros andaban desasosegados, errantes, sufriendo la guerra y el hambre, la falta de amor, volando de un sitio al otro buscando señales, doliéndose de su soledad, muriendo. Hasta que un día, la abubilla mensajera convocó a todos los pájaros en una gran asamblea, traía un mensaje del rey. 
     Vinieron de todas partes, pájaros coloridos, cantantes, oscuros, mancos, tuertos, estridentes, rojos, pájaros de las oscuridades y pájaros del mar. Cien, mil aleteos de plumas, sin pies ni cabeza vinieron al llamado de la abubilla. 
     —¡Aquí está la abubilla! – decía su graznido. – ¡Aquí está la abubilla! Os traigo un mensaje en mi vientre.

Gran reunión de pájaros en el centro de Europa: Salomón le había contado a la abubilla en sus viajes por Saba que una pluma dorada del pájaro Simurg había caído en la tierra cuando pasaba destellando a media noche por China. La abubilla reunió a todos los pájaros para contarles las noticias de Saba arropada con su túnica del camino. 
     — ¡Aquí está la abubilla! – seguía diciendo con su corona de orgullo – Os traigo un mensaje del rey Salomón en mi vientre. He visto en Saba grandes palacios de oro, comida en exceso, luminosidad ¿Qué hacemos aquí muriéndonos de hambre, en la escasez más extrema, en la oscuridad de este invierno? (Gran contento de los pavos reales y las perdices ante esta noticia). Pero, Saba no es nada, nada más que una partícula, pues más allá de Saba, donde se eleva el monte Qaf, vive Simurg, el rey de los pájaros, destellando, emitiendo luz, habitando sobre el reino de los pájaros. Ahí debemos ir. 
     “Pero, para llegar hace falta lanzarse al camino, pasar la vida en el camino, darle la vuelta al mundo dos, tres veces, como hice yo con Salomón, buscar sin encontrar el camino hacia Qaf. Hacer frente a mil, dos mil obstáculos, no dejarse atrapar en ellos. Sufrir esperando, ir llorando y riendo. Atravesar el mar, que es hondo, hondo. Sin embargo, la recompensa…. El resultado del amor, de una vida pasada en el anhelo, el deseo y el amor. Simurg nos espera. Un roce de su mirada derrumba mil mundos. Cuando él ilumina, dos mil universos se desmoronan. 
     “Simurg lo es todo, es nuestro padre, nuestra patria perdida, nuestro centro y lugar de reposo. Es un pájaro como nosotros, pero también es el mundo y nosotros nada, él es nuestro origen y es la proyección de un mundo mejor que nos acoge, que nos protege. Es también el amado que nosotros buscamos en la noche; pero es también el amante, pues puede mostrar la generosidad de los huevos de oro, la generosidad del dulce olvido de los trabajos, cien mil nubes de misericordia le coronan y lloverán para que aumente nuestro deseo. 

Los pájaros lloraban de emoción, bailaban del contento de verse amados por su rey. Algunos tenían dudas, como las gallinas o los pavos, aves de tierra y de pavoneo. Otros preguntaban a la abubilla que cómo encontrarían el camino al sitio que nadie conoce, del que nadie ha vuelto.
     Pero al final todos los pájaros entusiasmados emprendieron el recorrido, confiaron en su guía, confiaron en que Simurg los buscaría, se les mostraría. Los cien pájaros de la caravana, presos de amor, llorando sangre, pusieron un pie en el camino. Veían el final de sus problemas, el inicio de la vida ansiosa pasada en la espera y el vuelo, deseando con fuego el momento del encuentro con Simurg.

    Los pájaros se lanzaron al camino, la abubilla fue su guía. Como las mariposas buscando la luz cegadora, ascendieron montes, atravesaron pasos y fronteras. Durante años, les persiguieron, se ahogaron, permanecieron. Volando cerca del sol, se les quemaron las alas. Algunos murieron de sed, de búsqueda, de ansia. 
     Primero, ascendieron las altas montañas de Europa, los hubo que se murieron de frío, los hubo que murieron en manos de los lobos y zorros que les perseguían día y noche. Debían subir a lo más alto de las ramas, tropezaban con la nieve. Otros se murieron de hambre, las plantas estaban todas devastadas de frío. Los hubo que se ahogaron en los ríos helados. Los hubo que siguieron. La abubilla les contaba que no hay amor sin dolor, que un dolor que queme el velo que esconde al amado era necesario para verlo al fin. 
     Planeando una mañana, los pájaros vivos al fin llegaron al mar Mediterráneo. Debían atravesarlo para llegar al monte Qaf más allá del desierto, más allá de Saba. 
     Al ver el mar en calma, las gaviotas se encontraron con las gaviotas desconfiadas y apegadas a la superficie, las hubo que se quedaron con las gaviotas del puerto ocupadas en comerse las algas. 
    Los demás siguieron su vuelo hasta las islas, los más cansados se pusieron en un escollo a reposar. Ahí las garzas quisieron sentarse solo fuera un momento para mirar a su amado el mar. Butimar, su reina, empezó a llorar – “Sentada estoy sola a la orilla del mar, pobre, siempre triste y llena de dolor. Como yo no procedo del mar, muero a su orilla con los labios secos. Con la pena que me causa el amor del mar y no poder besar sus labios salados, nada quiero ahora, el deseo de ir hacia Simurg me abandona”. La abubilla le dijo que encontraría una vida mejor más allá del monte Qaf, un amado superior al mar con el que fusionarse y entender el mundo. Pero Butimar quiso quedarse con sus labios secos, a la orilla del mar que la maltrata. 
     En este coloquio entre la abubilla y Butimar, el mar empezó a sacudirse. El cormorán miró fijamente la balsa de agua, quiso encontrar el talismán. Vio unos peces de colores. Se sintió extasiado ante la imagen del mar y se sumergió dentro de sus profundidades, en el fondo del mar está el talismán pensó, y vio que la tierra se prolongaba en el agua, vio su reflejo y quiso perderse. Las perdices y otros pájaros le siguieron, quisieron gozar de su furia. Fueron en la búsqueda del talismán, pero los otros pájaros les gritaban que subieran, que iban a perderse, a ahogarse. Empezaron a aparecer cadáveres en el mar. El pobre búho con los ojos helados, las perdices salían sin vida, ahogadas con la sal. Sin embargo, cuando la abubilla empezaba a llorar lágrimas negras, oyeron un ruido y un batir de alas. A gran velocidad emergía el cormorán de entre las olas, alargado el cuello. Como un nuevo pájaro Peng ascendió del mar y emprendió el vuelo hacia ellos, había superado la ilusión y caminaba hacia la imagen verdadera. 

     Llegaron al desierto. La sed fue insoportable, los hubo que se asfixiaban, que morían de tristezas: los patos murieron en la arena llorando el estanque. 
     Llegaron a Saba, encontraron grandes palacios y tesoros, pero nadie quiso acoger a los pájaros sucios y mancos del camino, los expulsaron, tuvieron que marcharse. La abubilla mensajera lanzó grandes discursos contra el oro y los bienes materiales para que los pájaros no se desesperaran con la pobreza y el rechazo “como el mundo pasa, no te detengas tú, olvídalo y tampoco lo mires”. Sin embargo, los hubo que enloquecieron solo de mirar el oro y ahí se quedaron en las calles de Saba, en las esquinas recogiendo sobras y chicles del suelo, perseguidos por las autoridades: ahí se ensuciaron las palomas, ahí desaprendieron a volar. 
     De cien pájaros de la caravana solo quedaban cincuenta. Solo cincuenta comenzaron a ascender las altas cumbres y montañas que separan Saba de los terribles volcanes Taftan y Bazman. El gavilán extasiado por las alturas y los precipicios comenzó a volar alto y más alto. Quiso tocar el sol. En su delirio creyó reconocer a Simurg en sus resplandores. Siguió subiendo las altas cumbres, graznando de felicidad, observando el mundo que había recorrido con mucho dolor y ninguna esperanza. Ascendía feliz, lleno de amor. Se le quemaron las alas mientras llegaba al astro. 
     Los otros siguieron buscando, los hubo que se tragaron el polvo del camino, los hubo que se hicieron polvo, los hubo que confundieron los ojos del Amado con las piedras preciosas y las piedras volcánicas de Taftan. El grajo sucio aseguró, antes de morir al tragarse un piroclasto— “No sabemos buscarlo, solo somos pájaros en el aire”, y calló de la rama de un roble. 

     Después de una vida pasada en el camino, de los cien pájaros que empezaron solo treinta llegaron. Tras largos años, vieron el monte Qaf que tanto habían buscado sin ver, atravesado sin notar, visto sin reconocer, imaginado sin conocer.   
     Al llegar se estremeció el monte Qaf, un gran resplandor salía de su centro. El sol se nublaba a su lado y los pájaros se juntaban en su sombra única. Escalaron, y al llegar a la cumbre contemplaron la tierra y el camino recorrido, lloraban de emoción al recordar a los pájaros muertos. Esperaron con ansia que se les presentase Simurg, se llenaron de placer al contemplar la grandeza de las murallas de su templo en Qaf, la extensión de su reino del desierto, con un resplandor verdadero y eterno, distinto al de Saba falso y metal, recompensa del camino, mundo de amor, mundo de pájaros. Pero nada ocurrió. Esperaron y esperaron delante de la Puerta, pero permaneció cerrada muchos días. 

Hasta que de repente, una mañana abrasante, descendió del templo un mensajero. Les insultó e increpó. Es el cuervo, desterrado por Apolo de entre las aves blancas. Les gritó sin entenderles: “¿Quiénes sois, qué idioma habláis, de dónde venís? ¡Fuera forasteros!, Vaccó, vaccó”. 
      Los pájaros quedaron perplejos, no sabían qué habían perdido, una aguja en el pajar. Gimieron por la pérdida de algo que no conocían, añoraban y no podían vivir sin algo que no habían alcanzado, se desesperaron porque no eran correspondidos por el ser que aún no conocían. En el colmo de su perplejidad se sentaron a llorar y a morirse, en lo alto del monte Qaf, detestados de todos, extranjeros. Algunos insultaron a la abubilla…. Ella pedía paciencia, o sabía que detrás de cada esperanza está también lo incumplido – A nosotros, pobres pájaros, solo nos queda desear, desear y desear, y esperar por los valles del amor que atravesamos… la suerte la deciden otros. 
     Tuvo razón la abubilla pues, días después, llegó la esperanza y se acabó el dolor. La puerta empezó a entreabrirse y de ella salió un resplandor cegador. No vieron a Simurg pero estaban ciegos y colmados de su cercanía. Alguien, no se acuerdan de quién en el anonadamiento en que se movían perplejos, les pidió que entraran. Los pájaros atravesaron la puerta aterrados y delirantes. 
    Al final se encontraron, se reflejaron, se extasiaron los pájaros con el Pájaro rey. Todos se miraron, alguien entregó el lenguaje de los pájaros, el rey Simurg los acogió y los entendió. Les pidió que entraran a su aposento, que gozaran en la intimidad de su amor, del arrobo místico y la paz recobrada, les explicó los secretos del mundo injusto que habían padecido, les fue retirando, uno tras uno, los velos del conocimiento y del misterio: después solo quedó asombro, asombro y asombro.  
     Tras largos años de goce cerca del amado, cercanos e iguales a su rey, se aniquilaron los pájaros para siempre, desapareció la sombra en el sol.

 

Por Marta Jordana
Ilustraciones de Elena Jordana

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