Es el momento ideal para poner sobre la mesa este debate: por qué los gais hablamos en femenino (y si está bien o mal). El colectivo no solo celebramos nuestro Orgullo de forma festiva, sino también critica, luchando contra estereotipos homofóbicos. La causa LGTB+ de los últimos años se ha centrado en dar visibilidad a todas esas otras letras de la comunidad que tienen menos representación que la de los hombres homosexuales (las compañeras lesbianas, las personas trans, las personas bisexuales), pero también a formas de expresión que son menospreciadas y censuradas.

Hablamos de la plumofobia y de la asociación de los hombres LGTB+ con lo femenino, algo íntimamente relacionado con la pregunta que da título al artículo. Vamos a por ello, pero con las palabras de dos invitados de excepción: Gabriel J. Martín, experto en psicología afirmativa gay y autor de libros como 'Quiérete mucho, maricón' (Editorial Roca), y Nerea Pérez de las Heras, autora de 'Feminismo para torpes' (Ediciones Martínez Roca) y de la obra homónima que se representa en el Teatro del Barrio de Madrid.

Un colectivo sin etiquetas

Una de las cuestiones que más sorprenden a las personas que no forman parte del colectivo LGTB+ es que los hombres gais usemos el femenino para referirnos a nosotros (y entre nosotros) mismos, o que incluso utilicemos para ello términos como "marica" o "maricón". Lo segundo está vinculado a la reapropiación de palabras insultantes que incorporamos para neutralizar su carga despectiva. Lo primero tiene una explicación más subversiva.

"En este fenómeno hay un elemento muy importante: el género. Cuando partimos de la forma dicotómica o binaria en la que el género está planteado en la sociedad, nos damos cuenta de que los gais no cabemos en ninguno de los dos extremos. No nos podemos sentir representados por lo femenino, porque no somos mujeres, pero tampoco por el masculino estricto de masculinidad tóxica y forzosa que nos ha enseñado nuestra cultura", explica Gabriel J. Martín. Se refiere a la forma en que el género está construido socialmente. En otras palabras, eso de que los coches y el azul son para los niños y las muñecas y el rosa para las niñas.

"Entonces usamos la 'a' en lugar de la 'o' como una forma de decir 'yo soy un tipo especial de hombre y no encajo que lo que vosotros marcáis como masculino, y quiero tener formas más adecuadas de referirme a mí mismo", continúa el psicólogo. "Es curioso cómo a medida que un hombre gay acepta su homosexualidad y se relaciona con otros homosexuales, se libera de la homofobia interiorizada y se siente más cómodo con el femenino. No es que nos consideremos mujeres, es que no nos sentimos identificados con un masculino estricto que ni nos entiende ni nos acoge".

"Desde mi punto de vista, lo que ocurre es que nosotros, de forma un poco naif, hemos utilizado el primer recurso a mano como un marcador de género para decir que somos un tipo especial de hombre, con todo lo que eso significa: el comportamiento, cómo nos vestimos, cómo nos peinamos, cómo nos relacionamos". Y nos pone un ejemplo interesante. "Cuando los gais nos vemos, nos abrazamos o nos besamos, un demostración de afecto que no todos los heteros entienden, porque nosotros no cabemos en ese género tan estricto en la expresión de los sentimientos".

"Usamos la 'a' porque no nos sentimos representados por esa 'o' que marca una masculinidad tan restrictiva", sentencia Gabriel. Respecto a si estamos ante una moda o una jerga, no está de acuerdo. "Es más una cuestión de liberación de la homofobia interiorizada. Lingüísticamente, los orígenes de algunas palabras son femeninos. 'Sissy', 'mariquita', es un diminutivo de 'sistah', 'hermana', y cuando hablamos de 'mariquita', es una palabra en femenino. Y 'maricón' es un término antiquísimo. Apareció hace 500 años en castellano estricto. Si es una moda, es la que más éxito ha tenido".

La perspectiva feminista

No obstante, este uso del femenino ha sido en ocasiones criticado por ciertos sectores del feminismo. ¿Es entonces un fenómeno a revisar? "Todo lo que voy a decir se basa en mi experiencia propia. Aquí no hablo como especialista sino como lesbiana con conciencia feminista y amiga entregada de hombres homosexuales desde el instituto", puntualiza Nerea Pérez de las Heras. "Lo universal se ha identificado con lo masculino, y esta es una de las bases del patriarcado. Todo lo que rebaje o equilibre esa realidad me va bien y me suena bien, ya sea la cultura o el plural femenino".

"Estoy acostumbrada a oír a mis amigos decirse 'oye, guapa' y me suena a música celestial. Pero creo que este lenguaje no implica una identificación con lo femenino, sino con una parte muy concreta y caricaturizada de lo femenino y por supuesto no en todos los contextos", prosigue. "Entre amigos, sí, en la sauna, no lo tengo tan claro. Y es que paralelamente a este 'nena', 'bonita', hay una plumofobia bestial. Luego en las aplicaciones para ligar triunfan los machos".

Porque a veces esa "a" también la usan los gais para atacar a otros gais. Es lo que se conoce como plumofobia, la aversión hacia los hombres que se comportan o expresan de una forma socialmente vinculada con lo femenino. "Lo femenino y lo afeminado se entienden como despreciables. En este fenómeno conviven dos realidades contradictorias, porque los gais se sienten cómodos en ese espacio compartido con las mujeres, y luego se adaptan a unos contextos cerrados que, aunque sean LGTBI, son estrictamente masculinos, y en ellos se castiga la pluma. ¡Y la pluma hay que defenderla!", reflexiona Pérez de las Heras.

Nerea concluye con una inspiradora llamada a la unión. "Las mujeres y el colectivo LGTB y todos los cruces entre unas y otras son positivos, hasta el 'nena' y 'guapa'. ¡Ojalá nos invadiéramos más mutuamente! Nuestros enemigos son comunes. El pensamiento retrógrado, el fascismo, la violencia, el machismo y la homofobia son fuertes. Nos necesitamos", asegura. "Ser mujer no es tacones, brillantina y cotilleo, también es precariedad y cuidados gratis. Ser hombre gay no es fiestas, interiorismo y cuerpos perfectos, también es invisibilidad, violencia y aislamiento. Caricariturizarnos las unas a las otras, movernos en esa jerga, también es un signo de complicidad, de espacio compartido, de celebración de nuestra identidad”.