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Karol G: “He aprendido a liberar mis emociones. Cuando mis fans cantan mis canciones conmigo, es mi forma de conectar con ellos. Y si veo a algunos llorar, yo me pongo a llorar también”

Exploramos el imparable ascenso de Karol G, la superestrella colombiana que de repente domina las listas de éxitos en todo el mundo. 
Vestido Christian Cowan.
Vestido Christian Cowan.

Karol G desciende una gran escalera con sus pantalones deportivos negros de Nike silbando a cada paso. Lleva el pelo de color rojo apagado. Sus zapatillas son unas DC que parecen sacadas de un centro comercial de barrio. Ante nosotras aparece el festín de la cena a domicilio para esta noche, una bandeja paisa —un querido plato típico de la región colombiana de Antioquía, especialidad para carnívoros que habitualmente lleva chicharrón, arroz, frijoles, carne picada, salchichas, plátano, un huevo frito, aguacate y arepas— que no cumple sus estándares.

“La presentación es bonita y tiene una pinta increíble, pero no sabe igual”, afirma con un suspiro.

Segundos después, Karol —cuyo nombre real es Carolina Giraldo Navarro— ya está a otras cosas, dando vueltas por la cocina de su palaciega casa alquilada de Hollywood Hills con el aire de una experta anfitriona. A sus 32 años, la estrella colombiana de reguetón es una de las pocas mujeres que han llegado al gran público y prosperado en un género que ha sido un club de tíos durante mucho tiempo. Está triunfando con sus propias reglas, produciendo éxitos que son a la vez tenaces y tiernos, bailables y emo. Para sus fans, es una de las pocas artistas contemporáneas capaces de aliviar un corazón roto bajo el brillo sanador de una bola de discoteca.

Karol se contonea alrededor de la encimera de mármol, donde se le une su publicista, su asistente, su entrenador personal, su maquillador y dos colegas de Colombia. Otros amigos aparecen revoloteando de vez en cuando a través de su hogar de techos altos. “Buen provecho”, me dice. “¿Qué quieres beber? Te traigo algo”. Tira de la puerta de la nevera de acero, mostrando refrescos, diferentes tipos de agua y bebidas energéticas alineadas en pulcras filas. “Tengo vino, agua, Red Bull…”.

De repente, emite un gritito agudo y audible. “¡¿Te gustan las arepas de queso?!”.

“Claro que sí”, le digo.

“¡Puedo hacerte mi receta secreta de arepas de queso!”. Karol resplandece y se pone manos a la obra. Saca una tarrina de mantequilla Kerrigold y lonchas de mozzarella. “¡Prepárate para probar las mejores arepas de queso de tu puñetera vida!”.

Karol desenvuelve un paquete de papel de aluminio con gruesas arepas de maíz blanco que ha comprado en La Fonda Antioqueña, un restaurante colombiano local. Dispone tres de ellas en una sartén grande, les hace varios agujeros, unta más de un centímetro de mantequilla en cada una y las cubre generosamente con queso. “Les hago agujeros a las arepas”, explica, “para que el maíz se empape de mantequilla”.

Cuando las arepas empiezan a crepitar, les da la vuelta con una espátula. Les echa más mantequilla y más queso. ”¿Que si son muy fit? No”, reconoce. “Pero para que estén ricas hay que hacerlas así”. Luego comienza a batir todo lo que hay en la sartén hasta hacer una especie de puré, como si fueran huevos revueltos granulados. “Cuando las sirvo no parecen arepas, son más bien una montaña de queso”, dice la cantante.

Satisfecha, apaga la cocina, echa algo de sal a las arepas y me pasa un plato, subiéndose a la encimera para verme probarlas. Son diferentes a cualquier arepa que haya tomado en Colombia, de donde también es mi familia. Y aun así me recuerdan a las mañanas de sábado en casa de mis padres.

Ahora mismo, Karol se halla a caballo entre varios lugares. Se marchó de Miami y ha estado viajando mucho entre Los Ángeles y Medellín. No le importa: últimamente L.A. es su musa, en parte porque “parece un filtro de Instagram todo el tiempo”. La Ciudad de las Luces le gusta. Tener tan cerca su historia musical ayuda. En un momento dado, se arremanga su sudadera de Balenciaga y me enseña un tatuaje a lo Monte Rushmore: Rihanna, Selena y ella.

“Fui al tatuador y le dije que quería un tatuaje de las mujeres que más admiro en el mundo”, me dice, riendo. “¡La gente debería hacerse más tatuajes de sí misma! Porque sólo tú sabes las cosas duras que has vivido. Nadie lo entiende mejor que tú”.

Camiseta vintage Saint Luis by Patrick Matamoros. Pantalón Valentino. Collar Jennifer Fisher. Anillo Bulgari.


Desde que lanzó su canción revelación, Amor de dos, con Nicky Jam, en 2013, Karol ha ascendido al estrellato global: ha producido un sólido temazo tras otro, tanto en solitario como en colaboración con colegas coetáneos de reguetón, entre ellos J. Balvin y Ozuna. Tras mandarle un mensaje privado de Instagram a Nicky Minaj, ambas sacaron en 2019 la agridulce Tusa, que ha conseguido más de mil millones de escuchas. En 2022, Karol G se convirtió en la artista femenina latina más taquillera de Norteamérica —eclipsando a Jennifer Lopez y a la megaestrella colombiana del pop Shakira, que también colabora en el nuevo álbum de Karol, Mañana será bonito, ya bien alto en las listas de éxitos— con su gira $trip Love Tour.

“Bichota” es una derivación del término puertorriqueño que se usa para denominar a un gran jefe y/o traficante de droga, y se ha alzado como un grito de guerra para la descomunal base de fans de Karol. Ella lo define como tía dura, como jefaza. Sus incondicionales han abrazado ese alter ego de mujer que no aguanta gilipolleces con mucho estilo, acudiendo a sus conciertos ataviados con pelucas de color rojo intenso y tirando muñecas de la Sirenita a sus pies. “En verdad, no pensaba que fuera a convertirse en un fenómeno”, explica Karol sobre su apodo. “Lo hice más por mí misma”.

Las canciones de Karol G transmiten esa sensación de estar bailando bajo una luz estroboscópica a las tres de la madrugada y de repente recordar cuando tu ex apoyaba dulcemente su barbilla en tu hombro mientras te acurrucabas en la cama. Mover el culo y sollozar no son manifestaciones excluyentes en las letras de Karol, que giran en torno a los momentos más confusos del romance, el enamoramiento, la amistad… Como guardar el cepillo de dientes de un ex a la espera de que vuelva (Contigo voy a muerte) o venirte arriba diciéndole a una amiga que está saliendo con un capullo que la va a decepcionar (200 copas). Otras son más abiertamente lujuriosas, como Mi cama, con un sonido que evoca el chirrido de los muelles del colchón.

Este último álbum nos descubre a Karol en el período posterior a una ruptura muy pública, y es el primer disco en español de una cantante latina que consigue el número 1 en la lista de Billboard. Las 17 canciones de Mañana será bonito se mueven entre jams de reguetón gélido para reprender a tu ex que siga mirando tus historias de Instagram (TGQ, con Shakira); una oda a la fiesta en forma de dembow que seguramente atronará desde todos los coches cuando llegue el verano (Ojos Ferrari, con Angel Dior y Justin Quiles); y un pelotazo de pop punk celestial sobre la añoranza (Tus gafitas).

La nueva música de Karol tiene un rollo optimista a su pesar. Por ejemplo, la apertura, Mientras me curo del cora. Para la base, Karol utilizó el ritmo de la canción ganadora del Grammy Don’t Worry, Be Happy, del virtuoso del jazz Bobby McFerrin. No es precisamente un tema popular para hacer un sample de reguetón, pero tiene sentido si lo consideramos como referente espiritual de Mañana será bonito. Sería un tema ligero si no resultara tan honesto; Karol dice que fue su mantra durante una mala racha tanto personal como profesional. En 2021 terminó su relación con el rapero puertorriqueño Anuel AA. Ambos hicieron público su romance después del lanzamiento de su canción Secreto, de 2018, y rompieron dos años más tarde.

Fue un momento complicado. “Quería morirme, estaba todo el rato llorando”, dice. Entender que podía retomar su vida donde la había dejado le ayudó a encontrar una salida: “Quería decirle a la gente: ‘No pasa nada. Todo va a salir bien”.

Karol G pertenece a un núcleo emergente de artistas, productores y compositores de reguetón procedentes de Medellín, ciudad que en los últimos años se ha consagrado como destino turístico y meca de la fiesta. El reguetón se originó en Panamá, en los años 80, cuando músicos negros reinterpretaron en español el dancehall jamaicano y las canciones de reggae. Aquel nuevo género desembarcó en Puerto Rico, donde los gurús del rap fusionaron el hip-hop con letras que solían denunciar la brutalidad policial, el racismo y la desigualdad social. Considerado underground, el movimiento cogió fuerza en los 90, a pesar de los esfuerzos del gobierno puertorriqueño por criminalizarlo. Pero a comienzos de los 2000, cuando canciones como Cosa buena, de Tego Calderón, y Gasolina empezaron a sonar sin parar en las radios, el reguetón llegó de repente a todas partes y se convirtió en un fenómeno mundial.

La escena de Medellín comenzó a articularse en torno a discográficas como La Palma, creada en 2002 en un garaje por un grupo de adolescentes. Karol explica que aquellos productores iniciales de reguetón querían emular el sonido que llegaba desde Puerto Rico, pero no disponían de los mismos instrumentos ni ritmos en sus librerías musicales. El esfuerzo por reinterpretar aquellas ideas alumbró “un tipo diferente de dembow”.

A pesar de la ovación que recibe actualmente, Karol se ha visto inmersa en el debate de por qué artistas latinos de reguetón que no son negros, como Maluma o Bad Bunny, han recibido tanta visibilidad en un género con orígenes innegablemente negros. Y al igual que otros cantantes de éxito, ella también ha tenido algún que otro tropiezo. Karol despertó muchas críticas cuando, durante las protestas raciales de 2020, compartió una imagen de su bulldog blanco y negro con el comentario: “El ejemplo perfecto de que el blanco y el negro juntos se ven hermosos”. Ella explica que no pensaba que la foto se fuera a interpretar como se interpretó, y admite que en aquel entonces no era del todo consciente del nivel de pervivencia del racismo. “Siento que aprendí muchas cosas”, dice sobre aquello. Fue una publicación “ignorante”, como la define ahora, y añade que “a veces, cometes un error y no hay nada que puedas hacer para explicarlo”.

A pesar de todos sus dones, Karol reconoce que está aprendiendo a expresarse mejor. Su productor de siempre, Ovy on the Drums, explica que lo que caracteriza al reguetón colombiano es la simplicidad de sus instrumentos. TGQ, por ejemplo, es muy minimalista —un bajo, algunos tambores, una campana distante— y aun así consigue generar tensión. Ovy afirma que el éxito de un tema como ése se debe a la habilidad de Karol para conectar con su público y sacar provecho de sus emociones. “Siempre ha sabido muy bien lo que quiere expresar, lo que quiere contar a la gente”, añade. “Otros artistas podrían cantar una canción de Karol G con un buen resultado, pero cuando lo hace ella, transmite algo a través de su música”.


Para Karol, crecer en Medellín en los 90 fue sinónimo de vivir bajo la sombra del narcotráfico y de Pablo Escobar, responsable de la muerte de innumerables personas, pero también considerado una figura benevolente dentro de la comunidad. Fue “una época muy extraña”, explica. Vivían en una alerta constante. Antes de nacer Karol, su madre trabajaba como camarera. Una noche Escobar fue a cenar a su restaurante y le dejó una propina que le cambió la vida, y que ayudó a la familia a recuperarse económicamente. La cantante afirma que, algo después, su tío fue asesinado en la calle pasado el toque de queda.

En ese clima de amenaza también había momentos de auténtica alegría. Si retrocedes mucho en el Instagram de Karol, encontrarás un vídeo suyo en una reunión familiar al aire libre. Es de 1996, y en él una Karol de cuatro años aparece contoneándose y cantando con su padre mientras él toca el bongo. “Mi padre me ponía a cantar en todas partes”, recuerda. Él trabajaba en la industria de la música por el día y los fines de semana tocaba con su propio grupo.

Karol aprendió a tocar la guitarra, el violín y los tambores, pero nunca conectó de verdad con ningún instrumento aparte de su voz. Aunque probó suerte en Factor XS (un spin-off de Factor X) y consiguió un contrato discográfico, le costaba dar el salto. No obstante, sus padres confiaban en su talento. Su padre dejó su trabajo para llevar su carrera, y el matrimonio agotó sus ahorros y vendió su coche para apoyarla.

Aquellos inicios fueron muy rudimentarios: su madre llamaba a diferentes ayuntamientos para ver si había alguna fiesta de cumpleaños o función escolar —cualquier evento, en realidad— donde Karol pudiera actuar. Paraban en cualquier pueblo que podían para repartir CDs en autobuses municipales y a la gente que pasaba por la calle. Interpretaba covers de himnos germinales del reguetón, de Ivy Queen y La Factoría, intercalando canciones suyas originales. Pero después de un tiempo, esa rutina empezó a agotarla. Al igual que la respuesta que recibía en reuniones una y otra vez: no hay más hueco para las mujeres en el reguetón.

“Iba con mi padre y hablaban con él como si yo no estuviera delante”, explica.

Recuerda que una vez, en una reunión en Miami con el sello Universal Music Latin Entertainment, un ejecutivo le dijo que no estaban interesados en ella, pero que querían ficharla como letrista para otros artistas. “Mi padre se cabreó muchísimo”, dice Karol. “Les dijo: ‘No estoy aquí para ofrecerte a una letrista. ¡Estoy aquí para decirte que mi hija es cantante y va a triunfar!”.

Algo en Karol comenzó a cambiar. Con el tiempo se volvió más desafiante, más imperturbable —en su jerga, una bichota—. Su gran oportunidad llegó en 2013, cuando se enteró de que Nicky Jam iba a actuar en el antiguo B Lounge de Medellín. Le convenció para que la dejara cantar con él sobre el escenario. Por casualidad, un ambicioso productor llamado Ovy on the Drums la vio actuar, le propuso trabajar con él, y ella enseguida empezó a cantar sobre sus composiciones. Ése fue el comienzo de la explosión. “Vi que podíamos hacer algo grande con ella”, explica Ovy. “Lo supe desde el primer día”.

Camiseta vintage Saint Luis by Patrick Matamoros. Pantalón Valentino. Anillo David Webb.


Karol está sentada de piernas cruzadas en torno a una amplia mesa de café. Quedan dos semanas para el lanzamiento del álbum, y está dibujando una gerbera gigante en una hoja de papel. Está ansiosa. “Necesito que el disco salga ya porque me estoy poniendo mala. Nunca me pongo así”, dice, pellizcándose las mejillas para enseñarme un par de granos. Bajo ese lustre de estrella del pop, todavía hay una compositora nerviosa que desea que sus letras generen sensación.

La causa de su estrés es la naturaleza cruda y reveladora del nuevo álbum. “Estoy enseñándole al público una parte muy personal de mí misma”, dice. Especialmente cuando este disco es una reflexión autobiográfica de una época complicada de su vida. “Expreso muchísimo dolor en mi música”, añade. “Mucha gente me ha dicho que mis canciones le han acompañado durante sus rupturas”.

En los últimos tiempos, Karol ha intentado encontrar otras maneras de comunicar lo que siente. Tiene un pequeño papel en el próximo biopic de Griselda Blanco en Netflix, lo que le animó a apuntarse a clases de “expresión corporal”. Una vez su profesor le dijo que “actúa como una araña”, y ella trató de no echarse a reír por todos los medios.

Pero las clases le enseñaron algo importante. Le mostraron cómo convertir las emociones en algo más profundo, especialmente de cara a actuar en el escenario para sus fans.

“He aprendido a liberar mis emociones”, dice. “Creo que cuando mis fans cantan mis canciones conmigo, es mi forma de conectar con ellos. Y si veo a algunos llorar, yo me pongo a llorar con ellos”.

Paula Mejía es editora de arte de Los Angeles Times. Ha escrito para The New Yorker, Rolling Stone, Texas Monthly y otros. Vive en Los Ángeles.

Esta entrevista ha sido publicada en la edición estadounidense de GQ y aparece originalmente en el número de  abril/mayo de 2023 de GQ con el título Karol G ha hecho estallar el club de tíos del reguetón.


CRÉDITOS DE PRODUCCIÓN:
Fotografías: Donna Trope
Estilismo: Michelle Cameron
Peluquería: Dennis Gots de Forward Artists
Maquillaje: Christopher Ardoff con productos Chanel Beauty/Welovecoco
Manicura: Riley Miranda con productos Chanel Beauty
Sastrería: Keke Cheng
Producción: Alicia Zumback y Patrick Mapel de Camp Productions