El Lanzarote de César Manrique

Vivió y creó con el objetivo de mostrar “la belleza de Lanzarote al mundo". Recorremos la mejor obra de César Manrique, su isla entera.

Recordamos a César Manrique (1919-1992), ese pintor, escultor, arquitecto, paisajista, creador universal y pionero del ecologismo que modeló a su antojo una isla entera, Lanzarote. Sus construcciones, excavadas en el áspero y negro basalto, rematadas por cal blanca y llenas de la exuberante vegetación autóctona, impregnan sus 167 km2 y la mayoría de rotondas lucen uno de sus Juguetes del Viento, enormes móviles como veletas de colores que recuerdan a los molinos tradicionales. Toda ella es César Manrique, como dicen los autóctonos. 

Ricardo Labougle

El canario abandonó Arquitectura para estudiar Bellas Artes en Madrid y, tras varios años exponiendo su abstracción por todo el mundo, vivió en los 60 en Nueva York, la meca del arte en aquella época. Fue allí donde comenzó a añorar Lanzarote y su exultante naturaleza volcánica, como escribió a su amigo el artista Pepe Dámaso: “Siento nostalgia por lo verdadero de las cosas. Por la pureza de las gentes. Por la desnudez de mi paisaje y por mis amigos. El hombre en N.Y. es como una rata, no fue creado para esta artificialidad. Hay una imperiosa necesidad de volver a la tierra. Palparla, olerla”. Así, en 1966 regresó a su isla para instalarse definitivamente y hacer de ella el lienzo de su arte, personal y ambicioso. El amor que sentía por Lanzarote define sus siempre sencillas intervenciones sobre el territorio: en todas Manrique busca un diálogo extremadamente respetuoso y de integración con el medio ambiente (en su cruzada estética, iba explicando a sus paisanos que no debían derribar las casas para construir un garaje, empleando aluminio en vez de madera, y hasta convenció al cabildo para erradicar las vallas publicitarias). 

Su primer proyecto fueron los Jameos del Agua junto al artista Jesús Soto, donde aprovechó los peculiares túneles originados por una erupción para crear una espectacular piscina rodeada de palmeras, cactus, crotos e higueras, un restaurante y hasta un auditorio. Realizó una vivienda de estilo típicamente lanzaroteño que sirviera de modelo y ejemplo, la Casa-Museo del Campesino, con la que reconoce el esfuerzo de estos trabajadores. El Mirador del Río, en el Risco de Famara, es una de sus creaciones más representativas: en su interior, pasillos serpenteantes, hornacinas, espacios abovedados, esculturas suspendidas, helechos, ventanales y bicromía entre la madera y el blanco de la mampostería. 

Ricardo Labougle

La Fundación que lleva su nombre, en Tahíche, se ubica en la casa-estudio que habitó el artista y que edificó en 1968 sobre una colada de lava. Después se mudó a Haría, en 1986, donde adaptó una vivienda de labranza en ruinas y vivió y trabajó hasta su muerte, que es ahora su Casa-Museo. El maravilloso Jardín de Cactus fue su última intervención antes de morir a los 73 años en un accidente automovilístico, y eso que él detestaba los coches. “Soy un contemporáneo del futuro”, solía decir de sí mismo con acierto. El tiempo le ha dado la razón.