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EL ALTRUISMO COMO CAMINO PARA EL BIEN COMÚN Y LA FRATERNIDAD UNIVERSAL

La existencia de organismos de determinadas especies que pagan un coste para ayudar a otros, un comportamiento altruista, ha constituido una paradoja. 

El altruismo se puede definir como una acción costosa de auto-sacrificio en servicio de los otros. Un editorial de la revista Filosofía hoy, planteaba si los seres humanos malvados habían aumentado en el último siglo, al igual que recordaba la frase de Henry David Thoreau “La bondad es la única inversión que nunca falla”. Jean-Jacques Rousseau creía que la sociedad corrompe la bondad natural del ser humano, ya que el mal tiene que ver con quien vive en sociedades tóxicas. Sigmund Freud coincidía con Rousseau en que el mal difícilmente se erradica una vez se instaura. Edward O. Wilson es uno de los principales investigadores del altruismo, una forma de generosidad sin esperanza de reciprocidad.

¿Qué impulsa a una persona a lanzarse a un río embravecido para salvar a un niño que no conoce? En el mundo natural aparece el altruismo, por ejemplo, en mamíferos, aves, insectos, y roedores. Para Wilson, son los chimpancés los mamíferos más altruistas fuera del ser humano, comparten alimento, muestran actitudes cooperativas y practican la adopción y la acogida. Hay pocas dudas acerca de la idea de que la evolución humana es cultural y genética. La aparición del altruismo podría estar determinada en gran medida por la infraestructura social. La religión contribuye como un aspecto trascendente del ser humano. 

La inexistencia de la paz continua en la evolución del mundo podría hacer pensar que la especie humana muestra una agresividad innata. Este aspecto tiene explicación materialista basada en los modos de producción que podrían, alejados del bien común, suscitar una maldad que podría ser innata pero que solo se manifiesta bajo determinadas condiciones sociales. La evolución del altruismo, de acuerdo con un artículo publicado en Nature (2018) por Patrick Kennedy y colaboradores, ha interesado a los científicos desde la obra El Origen de las Especies de Charles Darwin. 

Para los estudiosos del concepto, el altruismo, a nivel de grupo, como una forma de comportamiento eusocial, puede ayudar a tener una descendencia adicional en orden a proyectar los propios genes hacia el futuro. Se conoce como ajuste intrusivo y sirve para mantener grupos sociales o familiares, a través de una forma de comportamiento innata, favorecedor del colectivo, que podríamos interpretar como un modo de bondad, especialmente en organismos con un cerebro desarrollado, como el ser humano que comprende que es y está. Una cuestión planteada recientemente es el mantenimiento del altruismo en medios estocásticos (azarosos), variables, que no favorecen necesariamente genotipos que producen mayores éxitos reproductivos. En determinados grupos zoológicos como mamíferos, aves, abejas y avispas, de acuerdo con el estudio de Patrick Kennedy, la cooperación es más común en medios hostiles e impredecibles. En ellos, los individuos cooperadores o altruistas podrían pagar un coste para influir en la variabilidad del éxito reproductivo de sus parientes o individuos de su propio grupo social. Es un problema de coste y beneficio entre socios en un determinado colectivo, determinados actores pagan un coste (individuos altruistas) mientras otros reciben beneficios. En conjunto, el grupo resulta beneficiado colectivamente. Es interesante que no solo aparezca en medios estables, sino también en medios impredecibles, donde este comportamiento podría no tener un premio. Este hecho da que pensar. 

Proteger a los parientes en un mundo volátil puede impulsar la evolución de la sociabilidad, generando comunidades más integradoras y bondadosas en el caso de la especie humana. Es interesante que en ambientes hostiles puedan aparecer comportamientos altruistas de sacrificio individual a favor de otros. 

El libro El Cerebro Altruista. Porqué somos naturalmente buenos, de Donald W. Pfaff, supone un avance interpretativo importante en relación con el altruismo y la bondad innata del ser humano, a través de la selección de parentesco y la selección de grupo como base biológica añadida a aspectos culturales o trascendentes. El citado autor plantea que nuestro cerebro está programado para la solidaridad, la capacidad de reparación y la salud mental relacional, con ventajas para el propio individuo y para el grupo. Un altruismo grupal que podría ser aplicado a nivel vecinal, de barrio, de ciudad, y de ahí hacia arriba en la organización social, hasta alcanzar las autonomías o subnaciones, el Estado o los grupos de estados, como la Unión Europea. 

Nuestra preparación cerebral hacia el bien común y la solidaridad, con comportamientos altruistas a todas las escalas, enlaza con la idea de la Fraternidad Universal del Papa Francisco, desarrollada en la Carta Encíclica Fratelli Tutti, o con la idea del Cuidado de la Casa Común manifestada en su Carta Encíclica Laudato Si. 

Debería haber un movimiento global que aliente la empatía, con efectos muy claros en la formación de las relaciones humanas en base a la confianza mutua generadora de espacios estables para el bien común. Los comportamientos altruistas, dar pagando un coste para el bien de otro, al margen de su base biológica materializada en el cerebro altruista del ser humano, en el caso de nuestra especie tiene relación con nuestro desarrollo cerebral que es consciente de su entorno a escalas distintas y manifiesta empatía con los problemas de los otros. Pierre Teilhard de Chardin, jesuita y paleontólogo, utilizó el concepto de Noosfera, conjunto de los seres inteligentes, original de Vladímir Ivánovich Vernadski, físico y matemático. 

A partir de la tendencia del universo, guiado por la Ley de Complejidad-Conciencia, Teilhard de Chardin vislumbra el Punto Omega de la evolución, al que define como una colectividad armonizada de conciencias en el marco de la Noosfera. El cerebro altruista, de acuerdo con Donald W. Pfaff, ofrece pruebas de que, basados en nuestros circuitos neuronales, podemos creer en nuestra naturaleza tendente de forma natural e innata al bien común, y potenciar una socialización global solidaria. Los modos de producción, que conducen la historia, si son torvos y egoístas, con ambición desmedida e insolidaria, pueden desviar nuestra tendencia natural al bien hacia el mal. 

Es importante que la sociedad, y la superestructura que la dirige, institucionalice los comportamientos altruistas, de forma que se conviertan en parte esencial del tejido social. El pago de impuesto es un buen ejemplo. Para el autor de El Cerebro Altruista, la promoción de comportamientos éticos es una cuestión de salud social y expone que la sociedad debería eliminar los obstáculos al liderazgo de las mujeres. Las hormonas de las mujeres, indica el autor, como el estrógeno y la oxitocina que actúan en los circuitos del cerebro femenino, promueven actitudes favorecedoras de la sociedad y el buen comportamiento. Entre los primates, incluida nuestra especie, las hembras por término medio invierten mucho más capital metabólico y fisiológico que los hombres en la supervivencia de las crías. 

También indica Donald W. Pfaff que las mujeres valoran especialmente los periodos prolongados de estabilidad social, por ello, periodos de confusión social como las guerras son rechazados por las mujeres, tratando de evitarlos. Las mujeres, más empáticas y altruistas, están menos dispuestas a iniciar guerras o materializar políticas violentas o injustas especialmente con los más débiles. El mundo de la pandemia ha mostrado lo mejor y lo peor del ser humano, con intensos y extensos comportamientos altruistas. 

Una actitud altruista generalizada, un altruismo recíproco global basado en formas adecuadas, avanzadas y solidarias de socialización constituiría un modelo importante para el mundo actual, con enormes desequilibrios, ya que propiciaría de forma estable el bien común y la deseable fraternidad universal.

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