La tolerancia del crédulo.

El crédulo o creyente también dice de sí que es tolerante... ¿Tolerante? Sí, pero con condiciones.

Primero que le dejen a él creer lo que quiera, formar su mundo aparte, sin entremetimientos ni injerencias. Que no traten de cambiar “mi” status --dicen--.Ése tan manido “que no se metan en mis asuntos mientras yo no me meto en los suyos”... para añadir la exigencia de que queden preservados los privilegios seculares de la organización a la que pertenecen.

Esa supuesta tolerancia exigida para ellos, se torna conmiseración hacia aquéllos que, ah, no encuentran sentido a su existencia.

Que, dentro de su mundo cerrado y sin réplicas, es desprecio por “los pobres que no creen”. Es la injerencia de hay que convertir Europa de nuevo en tierra de misión (si Europa "se ha vuelto pagana", ¿no será porque ya es "mayorcita"? ¿no estará de vuelta de tanto credo malsano fuente de tantos conflictos, tanta muerte y tanta ruina?). Es denuncia de la inmoralidad que invade nuestras vidas (¿qué criterio rigen para tal afirmación?). Es desprecio por este mundo centrado en las riquezas (un mundo, paradójicamente, al que creyentes más convencidos y fundamentalistas de tipo árabe tratan de acceder y en el que se miran países teocráticos).

Desde luego tal tolerancia no llega a poner en común puntos de vista ni discutir principios morales o éticos. La religión, quiéranlo o no, junto con determinados aspectos de la política, produce la más honda crispación en las relaciones interpersonales.

Frente a esa tolerancia, o amago de tolerancia, se alza la otra sociedad, la nuestra, la de las personas corrientes y molientes, la de los ciudadanos que pretenden vivir según sus propias ideas.

Los crédulos o creyentes siempre tendrán, en una sociedad democrática, el arma defensiva de la libertad. Libertad, por cierto, que carece de precedentes históricos, la que ellos negaron en el pasado, detentadores como se decían de la verdad.

Pero existen aspectos oscuros que una sociedad democrástica ni puede ni debe olvidar: ¿hay que respetar la libertad que, como ciudadano, tiene cualquier creyente para afiliarse a una determinada secta o religión? ¿Se puede consentir que una persona opte por cualquier credo a sabiendas de que dentro de ese credo sufrirá merma su capacidad de decisión cuando no pérdida de su libertad?

Espinosa cuestión y cuestionable la respuesta.

De otra manera: ¿debe la sociedad en que vive el creyente mantener las condiciones para que éste se sienta libre de practicar rituales prescritos por normas cuando menos discutibles y que secuestrarán su libertad de pensamiento y decisión? Nuestra respuesta, a pesar de los deseos es sí. Dedidamente sí. No se puede negar tal opción personal.

Si el creyente quiere vivir obnubilado y siente consuelo en ello, nadie es quien para privarle de tal derecho. A veces la sociedad tendrá que lamentar la permisividad que generan situaciones desgraciadas y personajes desgraciados dentro de un régimen de libertad.
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