Constantino Cavafis (1863-1933)

“Sólo por esas cosas me adivinarán"

A noventa años de su fallecimiento, los versos que dejó no han envejecido. Acaso aplique a la obra lo que señaló Gonzalo Rojas: “Los poetas no se mueren. Quedan encantados”. Constantino Cavafis, el escritor preso “fuera del mundo” y extático ante la belleza, aún dialoga con quien busca en la lírica una razón de ser. En este 2023 recordamos también dos décadas de la partida de su traductor, Cayetano Cantú. Héctor Iván González
pondera el trabajo del alejandrino, en las versiones al español de quien fue uno de sus lectores más aventajados.

Constantino Cavafis (1863-1933).
Constantino Cavafis (1863-1933).Foto: wikipedia.org
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A Karen

A 160 años del nacimiento y noventa de su muerte, la figura del escritor Constantino Cavafis (Alejandría, Egipto, 1863-idem, 1933) ha ido cobrando relevancia por una obra que condensa la individualidad, la reflexión filosófica y el homoerotismo. Al igual que Franz Kafka o Fernando Pessoa, el alejandrino desarrolló su poesía agazapado y sin contar con reconocimiento. Publicó eventualmente en revistas como Nea Zoí y Grámmata, así como en algunos papeles volantes. Su primer volumen apareció cuando ya rebasaba los cuarenta años (1904), y consistía en sólo catorce poemas; a éste lo sucedió una segunda edición a la que se agregaron siete piezas más, en 1910. 1

Miembro de una familia económicamente venida a menos, el más pequeño de seis hijos, Constantino se tuvo que ganar el pan por medio de un modesto cargo en el Departamento de Aguas del Ministerio de Obras Públicas. Pese a que gozó de una educación privilegiada —hablaba italiano, francés y perfecto inglés—, no logró un destino boyante. Siempre mantuvo en alto su ideal estético, pero su obra no fue conocida en vida, sino escasamente. Lo confiesa en “Satrapía”: “Qué desgracia; / aunque estás hecho para trabajos bellos e importantes, / ni estímulo ni éxito te depara el destino; / ordinarias costumbres deberían arraigarte, / ya la insignificancia, ya la desidia...”.

Al igual que a Henry James o André Gide, el siglo XIX le hizo conocer un mundo en apogeo económico que fue cancelado con la intervención británica en Egipto. Si bien es cierto que el siglo XX parecía promisorio, la guerra imperialista de 1914 cambió todo. Cavafis contempló la desaparición de un mundo que jamás regresaría, y en su obra reflejó tal pérdida: “Desde las nueve, cuando encendí la lámpara, / la imagen de mi joven cuerpo me persigue / recordándome cuartos cerrados y perfumados / de placeres pesados, atrevidos goces. / También trajo a mi memoria calles ahora irreconocibles, / llenas de movimiento y ahora cerradas, / y teatros y cafés que ya no existen”, escribe en su poema “Desde las nueve”, en el que concluye: “Doce y media, ¡cómo vuela el tiempo! / Doce y media, ¡cómo pasan los años!”.

ELABORADA CON DETENIMIENTO, la obra de Constantino Cavafis se divide en varios temas: historia, mitología griega, reflexión filosófica y sensualidad homoerótica. En algunos de sus poemas se halla presente la angustia del hombre moderno ante las imposiciones de la nueva época. Es notable la similitud con el lisboeta Fernando Pessoa, a partir de la inmovilidad, la soledad y el enclaustramiento a decir de su heterónimo, Alberto Caeiro: “No tengo ambiciones ni deseos. / Ser poeta no es mi ambición. / Es mi forma de estar solo”. 

Pese a que gozó de una educación privilegiada, no logró un destino boyante. Siempre mantuvo en alto su ideal estético, pero su obra fue conocida escasamente

El idealismo alimenta a estos poetas y la incomunicación parece ser el denominador común. Poemas como “Murallas” (donde Cavafis sostiene: “Imperceptiblemente me encerra-ron fuera del mundo”) o “La ciudad”, recalcan la desolación y angustia surgidas de la soledad: “No encontrarás otro país ni otras playas, / llevarás por doquier y a cuestas tu ciudad; / caminarás las mismas calles, / envejecerás en los mismos suburbios / encanecerás en las mismas casas. / Siempre llegarás a esta ciudad; / no esperes otra, / no hay barco ni camino para ti. / Al arruinar tu vida en esta parte de la Tierra, / la has destrozado en todo el universo”. 2 

Portada de Poemas
Portada de PoemasFoto: Especial
Poemas ocultos, perdidos y olvidados
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Poesía Erotica, portada
Poesía Erotica, portadaFoto: Especial
Portada Poemas Ocultos
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Si bien hay interpretaciones con respecto a que este destrozamiento es provocado por la homosexualidad3 del poeta, yo destacaría la implicación fatalista del tema. Su obra se arraiga en una honda desolación existencial. Como en los poemas “Bendición” o “El albatros”, de Baudelaire, Cavafis es inhábil para vivir. Es la experiencia de un poeta que se va quedando solo y se siente maldito. Tal vez por eso W. H. Auden dijo: “Al leer cualquiera de sus poemas uno tiene la impresión de que lo leído revela a una persona con una perspectiva única en el universo”.

ANTE EL PASO DEL TIEMPO y la imposición de las novedades, Cavafis se aleja de esa realidad a la que no quiere asimilarse; hay quienes señalan que era categórico y poco transigente. Quizá tenía un trato difícil. Ante el avance de un mundo pragmático, ignorante, juvenil y trepidante, el anciano homosexual —contemplativo, culto y de gusto exquisito— se resguarda en la reminiscencia. En todo caso, sus únicos lugares habitables eran la poesía y la erudición. En ello radica que no hubiera otra ciudad para él. Su vida estaba destrozada, no por ser homosexual sino por ser excepcional. En “He dado al arte”, que podría ser interpretado como su poética, recalca: “Me siento y medito. // He dado al arte // deseos y sentimientos // cosas vistas a medias, // rostros y frases, // recuerdos borrosos // de amores incompletos. / Dejad que a él me entregue. / Sabe modelar / y dar forma a la belleza / casi imperceptiblemente, / recordando la vida, / variando impresiones, / cambiando los días”. 4

Cavafis supo encapsular el trauma de la transición de siglos y de épocas en un puñado de poemas. Los cambios suscitados lo desterraron, como a ciertas sensibilidades a las que la estupidez del ambiente general asfixia. Heredero de Baudelaire —a quien le dedica un poema—, rechaza a la masa, ésa que procura la vida pedestre. Los nuevos tiempos hacen que la realidad sea precaria, privada del sentido de la belleza. El siglo XX y su pragmatismo contradicen a un poeta que ama la antigüedad griega y la inspiración. En el poema “Los caballos de Aquiles” vuelve al tema de ser castigado con la inmortalidad en un mundo en el que la hermosura (de Patroclo) es asesinada: “¿Qué tenían que hacer allá, / entre los desdichados humanos, juguetes del destino? / Ustedes, para quienes no existe la muerte ni la vejez, / si algún problema humano los alcanza / caerán también en la desdicha”. 5

LA ESPLÉNDIDA EDICIÓN de Cavafis a cargo de Cayetano Cantú (Reynosa, Tamaulipas, 1935-Toluca, Estado de México, 2003),6 nos muestra la forma en que Cavafis trabajaba un tema poético durante años; igualmente corroboramos que su producción era escasa, aunque prolija y meditada. Es patente que convivía con sus poemas antes de escribirlos y Cayetano lo emuló en sus traducciones. 

Por esto podemos relacionar su poesía con Pessoa o con la obra póstuma de Franz Kafka, ambos figuras indiscutibles de la primera mitad del siglo XX. Para Cavafis no era imperativo publicar, incluso sus textos de crítica literaria, reseñas y ensayos en ocasiones eran firmados con el pseudónimo: “T” (Teixh), en alusión a su poema homónimo, “Murallas”. También era conocido como “El poeta de la ciudad”, según narra Lawrence Durrell en El cuarteto de Alejandría (1957-1960), quien probablemente lo haya descubierto gracias a una nota de E. M. Forster, de 1919. 

A la vertiente reflexiva se le suma la tendencia homoerótica y la culpa intrínseca por gozar de un placer disoluto, como el poeta le llamaba; así lo podemos ver en estos versos de “Diciembre de 1903”: “Si hablar no puedo de mi amor / ni de tu pelo, tus labios, tus ojos, / ni de tu rostro que guardo en mi alma, / ni del sonido de tu voz que resuena en mi mente, / los días de septiembre que viven en la aurora de mis sueños, / dan forma y color a mis frases, a cualquier tema que abordo, / a cualquier idea que expreso”. 7

Ya sea por el desamor, por la soledad o los nuevos tiempos, la vida de Cavafis se malogra una y otra vez. Al igual que en el relato “El altar de los muertos”,8 de Henry James, los periódicos empiezan a colmarse con obituarios de maestros, hermanos y amigos fallecidos. El mundo del que formaba parte el poeta desaparece irreversiblemente: “Idealizadas voces de aquellos que han muerto / o de aquellos que para nosotros / se han perdido, como muertos. // Algunas veces en nuestros sueños hablan, alguna vez la imaginación los oye. // Y en su eco, por momentos regresan / con la primera poesía de nuestras vidas, / como una melodía que se pierde en la noche”. 9

No sólo despliega poemas fatalistas; también, a manera de una lección, Cavafis escribe su oda a Ítaca: “Cuando emprendas el viaje hacia Ítaca, / ruega que tu camino sea largo / y rico en aventuras y descubrimientos. / No temas a lestrigones, a cíclopes o al fiero Poseidón; / no los encontrarás en tu camino / si mantienes en alto tu ideal, / si tu cuerpo y alma se conservan puros. / Nunca verás los lestrigones, los cíclopes o a Poseidón / si de ti no provienen, / si tu alma no los imagina.

[...] Siempre ten a Ítaca en tu mente; / llegar allí es tu meta; pero no apresures el viaje. / Es mejor que dure mucho, / mejor anclar cuando estés viejo. / Pleno con la experiencia del viaje / no esperes la riqueza de Ítaca. / Ítaca te ha dado un bello viaje. / Sin ella nunca lo hubieras emprendido; / pero no tiene más que ofrecerte, / y si la encuentras pobre, Ítaca no te defraudó. // Con la sabiduría ganada, con tanta experiencia, habrás comprendido lo que las Ítacas significan”.

Los cambios suscitados lo desterraron, como a ciertas sensibilidades a las que la estupidez del ambiente asfixia. Heredero de Baudelaire, rechaza a la masa, ésa que procura la vida pedestre. Los nuevos tiempos hacen que la realidad sea precaria

ANTE EL AISLAMIENTO, la poesía puede responder con el refugio de la memoria y el idealismo vivificante, pues si Marcel Proust comienza En busca del tiempo perdido (Por el camino de Swann, 1913) con un hilvanado del sueño y la vigilia, Cavafis entroniza su recuerdo sensual: “Este cuarto —cómo lo recuerdo—. // Cerca de la puerta, aquí, estaba el sofá; // un tapete turco frente a él. // Junto, la alacena con dos floreros amarillos. / A la derecha, no, enfrente, un ropero con un espejo. / Al centro, la mesa donde él escribía / y las tres sillas austriacas. // Al lado de la ventana, / la cama donde tantas veces hicimos el amor. / Deben estar por ahí esos vejestorios. // Junto a la ventana, la cama. / El sol de la tarde

la ilumina hasta la mitad. / Una tarde, a las cuatro, nos separamos, / sería por una semana solamente... / Esa semana fue para siempre”, asienta en “Sol de la tarde”.10 Con versos de tal intensidad, es obvio que una escritora tan brillante como Marguerite Yourcenar se sintiera cautivada e impelida a traducir a Cavafis al francés.

De acuerdo con su origen, Cavafis cultivó el griego demótico que se oponía a la lengua de las aristocracias, el katharevousa. Sin embargo, una vez más va en el sentido de un ágape, un momento para compartir las impresiones definitivas y definitorias. No hay cálculo ni especulación, tampoco formas rebuscadas ni pretensiones vanguardistas. A la soledad y al amor les llama por su nombre llano. 

En las versiones de Cayetano Cantú persiste un tono clásico que redunda en una pátina casi imperceptible donde resplandece el aura de la escritura, como pedía Walter Benjamin. El tenor de las traducciones mantiene intacta una intencionalidad y el temple personal de Cavafis. En ese sentido, Cayetano fue su mejor intérprete; cotejó versiones en inglés y en francés, y trabajó directamente los poemas del griego. Por los mismos motivos, no hay acicalamiento ni pose que bus-que una superioridad intelectual, pero tampoco simplicidad. 

El alejandrino hace un mapa pormenorizado de las analogías y los paralelismos del ser humano con su sensibilidad. A la manera del heterónimo pessoiano Álvaro de Campos, Cavafis se sienta frente a la ventana, escribe sus impresiones y, sobre todo, sus evocaciones en el ocaso, como si fuera el mismo poeta de la “Tabaquería”. Es sorprendente que él y Pessoa nunca se hayan leído. Cavafis devela el desasosiego que produce vivir en sociedades uniformadas espiritual y estéticamente. Como el radical Rimbaud, él deseaba volver a los ideales griegos: “Aunque destrozamos sus estatuas, / aunque los sacamos de sus templos, / los dioses no murieron”, pregonaba en “Poema jónico”. 

SU POESÍA ES UNA ZONA de seres des-terrados, cautivos, ancianos u objetos palpitantes, velas o espejos, que se cimbran ante la belleza de los efebos. Lo mismo hay vestíbulos y cafés que “contemplan” la sucesión de las épocas. Incluso, cuando menciona personajes históricos, alude a momentos en los que están tomados por la angustia o en declive personal. Su erudición en este aspecto hizo que Marguerite Yourcenar lo tildara de poeta histórico. Su serie de epitafios o remembranzas de personajes es vasta y forma parte de una vertiente sólida de su corpus: “Idus de Marzo”, “Teodato”, “Abandona el dios a Antonio” o su antidemagógico “Esperando a los bárbaros”.

Si bien Cavafis sentía que lo encerraron fuera del mundo, no me parece exagerado relacionarlo con Paul Celan o Zbigniew Herbert, quienes huyeron-hacia-adentro-de-sí-mismos de los totalitarismos, como si al ser poetas enfrentaran el rechazo de la república platónica. Cavafis, al igual que Rilke o Hölderlin, entre más alejado estaba de los placeres vitales, más se refugiaba en los mitos griegos. 

Si buscaba regresar a la magnanimidad helénica, como Wilde o Cernuda, Cavafis también experimentaba placeres ilícitos, de lo cual conformó toda una postura ética, pero también vital. La homosexualidad en él no es un adorno o un vedetismo: a través de esa preferencia podemos percibir una postura existencial: “Debe haber sido la una o la una y media. // En un rincón de la taberna, tras la división de madera, / aparte de nosotros, nadie. / La lámpara apenas iluminaba. / El mesero dormía cerca de la puerta. // Estábamos tan excitados que nada nos importaba. / Nuestras ropas entreabiertas... —no usábamos mucha por el excesivo calor del mes de julio. // Goce de cuerpos semidesnudos, / contacto rápido de pieles, / visión de lo que ocurrió hace veintiséis años / y ahora permanece en el poema”, dice en “Permanecer”, de 1919. 

LOS POEMAS QUE SUGIEREN una culpa o una lamentación también son parodias de la culpa o de la lamentación, pues no olvidemos que “el poeta es un fingidor”. Si leemos todos los poemas como confesiones, caeremos en el error de quien confunde la voz poética con el autor. Cavafis estuvo consciente de su lugar entre “[l]os que hemos rodado por los siglos como una roca desprendida del Génesis” —como lo describió Salvador Novo en su “Elegía”. Lo cual no siempre es una queja. 

La estirpe de poetas de la que Cavafis forma parte —ya lo señalé— es intransigente con la fealdad, la mezquindad y la medianía. El alejandrino ostentó la perfección y la precisión de los términos con el mayor de los rigores. También se jactó de la vivencia “que no es para cuerpos tímidos” o, nos dice, con un arrepentimiento fingido: “Qué claro veo ahora el sentido / de mi juventud, de mi vida sensual. / Qué falso arrepentimiento, qué inútil... / Pero no conocía su valor entonces. / Y en lo profundo de mi vida disoluta, / se formaron las intenciones de mi poesía, / los límites de mi arte aparecieron; / por eso ni los arrepentimientos fueron duraderos. / Y los deseos de contenerme, de cambiar, / nunca duraron más de dos semanas”. Por lo cual sus poemas muestran una sublimación de la nostalgia, del placer homoerótico y llegan a envolver la frase con cierto cinismo.

Las múltiples referencias a un mundo crepuscular no son gratuitas, pues provenían de una soledad con breves paréntesis de afecto. Lo cierto es que no se trata solamente de la soledad física, sino de la más destructiva, la de quien comparte un mundo donde la gente está muerta en vida. 

La estirpe de poetas de la que Cavafis forma parte es intransigente con la fealdad, la mezquindad y la medianía. El alejandrino ostentó la perfección y la precisión de los términos con el mayor de los rigores

Igual que en sus versos, la desolación del poeta se produce al saber que los intereses propios no son compartidos por colegas, subalternos, superiores, vecinos ni familiares. Por lo cual “hay que desechar a ese tipo

de gente que nos chupa la energía”, como alguna vez me dijera Cayetano Cantú. Si, como escribe en su poema “Ítaca”, Cavafis creía que la cultura y el diálogo hacían entendible este trayecto por la vida, el estar rodea-

do de personas apáticas —ésas que no se han comprometido ni con su propia historia— debió ser profundamente desmoralizante. 

Tal vez por ello hay una reiteración, en sus poemas, de los personajes ancianos, ya sin atractivo, o los invisibilizados. Si un cuerpo deja de provocar deseo, si la apariencia ha envejecido, ¿qué nos puede persuadir de que vale la pena seguir viviendo? Al igual que muchos escritores, como Rimbaud o Rilke, Cavafis pareciera ser “un alma vieja” que no encuentra su sitio en este mundo. Lo mismo podríamos pensar de Marcel Proust o Mallarmé, a quienes leyó, sin duda alguna. Cavafis no redactó una novela catedralicia, pero sí se instaló en una suerte de edad dorada para desarrollar su obra desde ahí. Sin embargo, no porque introduzca al anciano en su poesía las edades eran las mismas. No se necesita haber vivido demasiado para perder la fe. 

Pese a la vida sombría que llevó, al parecer Cavafis tuvo la certeza de que sería recordado en el siguiente milenio como el poeta que avivó los estremecimientos propios del placer y la sensualidad, de lo cual dejó prueba en su poema “Raras veces”: “Es un viejo; agotado, encorvado, / tiempo y decadencia lo lisiaron / y por la calleja cruza lentamente. / Sin embargo, cuando entra a su casa / para ocultar su vejez, / medita en la parte de juventud / que todavía le pertenece. // Los jóvenes aún repiten sus versos, / las imágenes por él creadas alientan sus experiencias. / Sus frentes voluptuosas y cuerpos bien formados / vibran con la expresión que él dio a la belleza”.

Fernando Pessoa (1888-1935).
Fernando Pessoa (1888-1935).Foto: casafernandopessoa.pt

Notas

1 Horacio Silvestre Landrobe, “Prólogo”, en K. P. Kavafis, Prosas, traducción de José García Vázquez y Horacio Silvestre Landrobe, introducción y notas de Horacio Silvestre Landrobe, Tecnos / Alianza, 2a. versión, España, 2003, p. XII.

2 Constantino Cavafis, Poemas (1911-1933), traducción de Cayetano Cantú, prólogo de José Férez Kuri, ilustraciones de Elvira Gascón, UNAM,

Difusión Cultural, México, 1999, p. 25.

3 Cfr. José Férez Kuri en “Sobre Constantino Cavafis” en Constantino Cavafis, Poemas, op. cit., p. 18.

4 Énfasis del autor de este ensayo.

5 Constantino Cavafis, op. cit., p. 27.

6 Cayetano Cantú viajó a Atenas, becado por el gobierno griego, para estudiar filología grecolatina. En los años setenta del siglo pasado conoció la poesía de Cavafis, consiguió una entrevista con la sobrina del poeta y obtuvo los derechos para traducir un primer tomo en 1979. A finales de los noventa, Hernán Lara Zavala, desde Difusión Cultural UNAM, apoyó la edición de Poemas (1911-1933) y Poemas ocultos, perdidos y olvidados. Ambas ediciones están agotadas. Sería más que plausible que la UNAM reeditara estos dos volúmenes. A propósito de Cayetano Cantú, sugiero leer el magnífico texto de Luis Palacios Kaim, “‘Para que las sombras lleguen’: recuerdo de Cayetano Cantú (1935-2003)”, en Líneas de fuga. Revista de la Casa Refugio Citlaltépetl, nueva época, núm. 11, pp. 72-77.

7 Constantino Cavafis, Poesía erótica (1892-1931), selección y traducción de Cayetano Cantú, prólogo de Enzia Verduchi, ilustraciones de Manuel Puyol Baladas, Ácrono, México, p. 19.

8 Relato que inspiró la película La habitación verde (1978), de François Truffaut.

9 Constantino Cavafis, op. cit., “Voces”, p. 42.

10 Ibid., p. 147.