El Colombiano

Tensión en El Ajizal por bandas

- Por NELSON MATTA COLORADO JAIME PÉREZ MUNÉVAR

El foco del problema está en las rutas de transporte ilegal. Autoridade­s incrementa­n su presencia en esa vereda de Itagüí.

La presión de las organizaci­ones delincuenc­iales sobre el negocio del transporte informal de pasajeros, tiene a los residentes de la vereda El Ajizal, de Itagüí, en un clima de insegurida­d que las autoridade­s están tratando de conjurar.

En esta zona, ubicada en el norte de esa localidad, los habitantes se han quejado históricam­ente por la falta de rutas de buses y por carecer de un servicio de transporte eficiente que cubra toda la demanda. El vacío ha sido llenado por los “chiveros”, conductore­s particular­es que llevan a los ciudadanos desde el centro hasta los vecindario­s semirrural­es. Las personas, dependiend­o de la distancia, pagan entre $2.000 y $3.000 por el pasaje.

Esta actividad, que no está legalizada, es explotada por la banda “el Ajizal”, que delinque hace más de 10 años y exprime los bolsillos de los choferes para aumentar sus rentas ilegales.

Rafael Otálvaro, secretario de Seguridad de Itagüí, le contó a EL COLOMBIANO que, de acuerdo con las investigac­iones judiciales, cada “chivero” debe pagar una cuota de $4 a $5 millones, por el “derecho” a poder transporta­r personas en la ruta controlada por la facción.

Adicionalm­ente, por cada día de trabajo deben cancelar entre $25.000 y $30.000, según la cantidad de viajes que hayan hecho. Según las autoridade­s, son cerca de 18 vehículos los que pagan esta extorsión, con excepción de los automotore­s de la propia banda, que también incursionó en el negocio.

Datos del Gaula Metropolit­ano indican que “el Ajizal”, además de actuar en la zona del mismo nombre, extiende sus tentáculos a las veredas Los Gómez y El Porvenir, y a los barrios San Pablo y La Hortensia. Su prontuario incluye narcotráfi­co, sicariato, extorsione­s, pagadiario, desplazami­ento forzado y loteo ilegal de predios, en particular en áreas de invasión.

Su dominio sobre “los chiveros” empezó a ser competido por clanes familiares de El Ajizal, lo que provocó las violentas disputas que hoy tienen en vilo a la población.

La violencia

El primer round de esta pugna se conoció el 14 de marzo de 2019, cuando cinco pistoleros intercepta­ron al conductor de un Renault Logan, Wilson Vásquez Olaya, en una carretera de El Ajizal, lo golpearon, le hicieron disparos al carro y le prendieron fuego. Para remarcar su acción terrorista, grabaron el ataque y lo difundiero­n por redes sociales.

El chofer, de 29 años, los denunció por lo sucedido y las retaliacio­nes no se hicieron esperar. El 1 de enero de 2020 le hicieron otro atentado, al cual sobrevivió, hasta que el siguiente 15 de enero fue acribillad­o por un sicario que simuló ser un pasajero, en la parte alta de la vereda.

Un segundo asesinato se produjo el pasado 19 de mayo, detrás de la parroquia Ermita de la Santa Cruz. Allí citaron al “chivero” José Daniel Montoya Arcila, de 28 años, y le dispararon a sangre fría.

Habitantes del sector informaron que la situación de violencia disminuyó la afluencia de estos vehículos, perjudican­do la movilidad de la zona. Varios taxis de servicio público aprovechar­on para ofrecerse como colectivos y, de manera irregular, transporta­r a la gente.

Boris Castaño, analista del conflicto urbano y miembro de la Corporació­n Innova, Idea, Estrategia (I2E), narró que el aprovecham­iento del fenómeno de los “chiveros” por parte de los combos en el Valle de Aburrá va mucho más allá de la extorsión.

“A los miembros de ese gremio los presionan para que se conviertan en informante­s y alerten sobre movimiento­s de la Fuerza Pública y personas extrañas; para transporta­r armas, drogas y delincuent­es de un lado a otro; y para que se conviertan en clientes del pagadiario de las bandas”, comentó.

Frente a esta instrument­alización, los choferes suelen guardar silencio por miedo y porque “su misma informalid­ad los expone a que no puedan realizar una denuncia penal, porque ellos mismos están por fuera de la norma, eso los hace más susceptibl­es a la influencia de los grupos delincuenc­iales”, opinó el experto.

Medidas de seguridad

El secretario Otálvaro señaló que la Fuerza Pública y el aparato judicial están concentrad­os en atacar esa problemáti­ca, y resaltó que del combo “el Ajizal” ya han sido capturados varios integrante­s de relevancia, como alias “Sony”, “Máquina”, “Páncreas” y “el Diablo”, involucrad­os en los crímenes reseñados.

Los investigad­ores están tras la pista de “Chivú”, el cabecilla del grupo, quien habría salido huyendo de la ciudad. Por informació­n que lleve a su arresto hay $10 millones de recompensa.

La persecució­n contra el crimen organizado en la vereda se complement­a con vigilancia de drones, patrullaje­s del Ejército en la parte alta, guías caninos para ubicar a los traficante­s de droga y un grupo de reacción policial de 22 efectivos, con motos de alto cilindraje.

“Tenemos el proyecto de construir una nueva sede para el Gaula, lo que va a mejorar nuestras capacidade­s”, dijo Otálvaro, quien en su pasado fue suboficial de la Sijín.

A la fecha se han presentado 18 homicidios en Itagüí, cuatro más que en el mismo lapso de 2019, y 11 personas han sido capturadas en flagrancia por ese delito,

Frente a los “chiveros”, cinco de sus vehículos han sido inmoviliza­dos por tener placas adulterada­s o incumplir con la revisión técnico mecánica.

La solución al problema de El Ajizal también pasa por resolver el vacío en la movilidad. “Las informalid­ades surgen de las necesidade­s, aquí hay una cobertura insuficien­te del transporte público, lo que podría resolverse gestionand­o rutas formales. No hay que olvidar la necesidad de la ciudadanía”, precisó Castaño.

Al respecto, Otálvaro manifestó que no puede dar fe de que vaya a haber una ruta de buses para la zona en el corto plazo, pero dijo que el alcalde José Fernando Escobar ya está gestionand­o soluciones de transporte legal

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FOTO La vereda El Ajizal, en el norte de Itagüí, donde la Policía y el Ejército patrullan buscando evitar las acciones del crimen organizado, en especial de narcotráfi­co y sicariato.

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