martes, 17 de octubre de 2023

Repara mi Iglesia

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 F. Javier Blázquez

sin título

 

17-10-2023

Hemos estado recordando, estos días de atrás, a san Francisco. La Hermandad Franciscana de Salamanca lo hace sin mucho boato, fiel a su espíritu austero. Ni siquiera tiene misas propias, se suma a otras que ya existen en sus templos de referencia. Es una exigencia de los nuevos tiempos ante la escasez alarmante de sacerdotes. Esta vez, unidos a la comunidad parroquial de San Francisco y Santa Clara, dimos gracias al Creador por cuanto de él recibimos y acogimos a los tres nuevos hermanos a quienes se les impuso su cruz pectoral. Después, en la tarde, en el monasterio de la Purísima Concepción, de las franciscas descalzas, nos unimos a José Manuel Ferreira Cunquero para clamar por la paz, más en estos tiempos que la Tierra Santa vuelve a sentir los temblores provocados por el estallido de los obuses y es regada con la sangre de miles de inocentes.

La semilla de san Francisco ha brotado de mil formas distintas. Esta es una de ellas. Todo comenzó, realmente, en la ermita de San Damián cuando concluía el año 1205. Tomás de Celano nos relata que ya andaba Francesco cambiando su corazón y acudió a orar a esta pequeña iglesia medio arruinada. Allí, frente al crucifijo pintado en tabla que luego se convirtió en icono del franciscanismo y Paloma Pájaro actualizó magistralmente para la Hermandad del Cristo de la Humildad, llegó la revelación con esas palabras que cambiaron muchas cosas en la Historia: «Francisco, repara mi iglesia. ¿No ves que se derrumba?». Y el joven asisiano se puso a restaurar la ermita, aunque luego se dio cuenta de que Dios no le pedía eso, sino algo mucho más grande, reparar la Iglesia, que estaba en ruinas.

Durante la plenitud medieval, la Iglesia se había corrompido, fundamentalmente porque sus pastores dejaron de ser santos. Andaban entonces los obispos muy metidos en cuestiones militares, desatendiendo diócesis, prédica y sacramentos. Era el tiempo de las guerras contra Perusa, con papas que hacían política a favor o en contra del emperador, según las circunstancias. El monacato intentaba atajar el relajo en el cumplimiento de la regla con la reforma cisterciense o propuestas tan extremas como la cartuja. Pero el clero secular no podía estar peor. Curas y canónigos con escasa formación que exhibían sin pudor su abarraganamiento, mundanizados, comiendo mucho y bebiendo más, como si el mañana no existiera, vistiendo ricas sedas de colores llamativos y olvidando que el sacramento del orden reclamaba todo aquello que no hacían, la cura de almas, por dedicarse a cuestiones meramente lucrativas y administrativas. La Iglesia estaba en ruinas y urgía una reforma.

La respuesta franciscana fue radical. Por eso removió tantas conciencias y resultó tan difícil de asimilar por una Iglesia acomodada. Pero su insistencia en humanizar la sociedad y la práctica religiosa fue calando. Al tiempo se hizo posible una relación más cercana con Dios, se simplificaron muchas cosas, se vivía en espíritu de pobreza, sin preocuparse por las propiedades ni los dineros… Lo importante era acercar al ser humano a Dios, acogiendo siempre y no alejando, comprendiendo y no prohibiendo, atendiendo a la persona por encima del precepto. El franciscanismo fue una revolución en su momento y su espíritu, cuando es auténtico, continúa interpelando y escociendo. La Iglesia vuelve mostrar ruina, muy avanzada ya en este Occidente tan dormido y regalado entre quienes con su ejemplo debieran reflejar la sencillez del mensaje evangélico.  

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