Sólo le basta abrir alguna de las ventanas de su departamento de Recoleta para que los jacarandás florecidos en azul y violeta se conviertan en la ofrenda que la naturaleza le depara a Felisa Pinto. Su dos ambientes con balcón, en un octavo piso construido en los años setenta, está a unos metros de la plaza Rodriguez Peña, que diseñó el paisajista Carlos Thays a fines del siglo diecinueve. El living está atiborrado de retratos suyos en óleo, acrílicos y metales, pero la paleta con la que se vistió para las fotos, pantalón de denim y una camisa a rayas, es la misma que la de los brotes arbóreos. Bella y sencilla, como si esos colores similares a los del cielo fueran el complemento exacto de su rostro aindiado, más cercano a la tierra.

Felisa tiene noventa y un años y atesora una vida llena de experiencias condimentadas con variadas y exóticas especias. Entre los objetos que la rodean se destaca el ejemplar de Chic, de Editorial Lumen, que acaba de publicar. El volumen “reúne recuerdos que son joyas y una selección de sus crónicas, en las que se despliega su poética del detalle aplicada con la misma gracia a personas reales como a texturas, colores y telas”, dice en la contratapa su amiga y colega, Victoria Lescano.

“Cuando estoy sola y hace tanto calor ando desnuda por la casa”, cuenta Felisa, nacida en Córdoba en 1931, una pionera de los comentarios de moda en la Argentina, es decir del análisis de todo aquello que cubre y adorna el cuerpo, sus texturas, sus aromas. Ese andar libre, sin ataduras, la convierte también en una mujer independiente de todo lo que sucede en las redes sociales. “No me interesan esas redes, mis redes son de telas”, se divierte.

Muchas décadas antes de que el concepto de influencer estuviera en boca de las nuevas generaciones, ella definió con precisión cuáles son los estilos genuinos y cuáles no, cómo se cruzan la indumentaria con otras manifestaciones de la cultura como la música (saber que heredó de su padre, un pianista romántico), el diseño, la arquitectura y la pintura.

Amiga y musa inspiradora de pintores, compositores, escritores, cineastas, escritores y diseñadores, entrevistó a Pablo Picasso y fue la mujer a la que todos los fabricantes de ropa local consultaban, cada vez que regresaba de admirar las colecciones en los desfiles de Europa, adonde viajaba en la previa de cada estación. En su placar, llegó a tener cientos de pares de zapatos.

Felisa PInto, la de los ojos sagaces.

Aquel montón de calzado se lo donó a una feria vintage de Barrio Norte. “El pacto fue que se exhibieran. Quería tener el placer de ir y admirarlos desde el lado externo de la vidriera. Pasé muchas tardes observándolos, no me quedé con ninguno”.

Ahora se ríe recordando dos rechazos que padeció cuando apenas comenzaba a viajar al exterior como periodista de moda. Uno fue durante una filmación, en España. Sofía Loren “no quiso que la entreviste porque me exigía que le muestre las fotos antes de publicarlas y yo ni siquiera tenía fotógrafo”. El otro, fue de María Félix. En México, “Teníamos al director de cine Luis Saslavsky como amigo común, pero ella sólo aceptaba notas para hablar sobre sus joyas. La verdad, no me interesó”.

It girl

Una mujer con un magnetismo innato, inimitable e imposible de adquirir, de aquellas a las que hoy se llama It Girl. Así es Felisa, innovadora. Ese don propio, ultra atractivo y natural surge como concepto de un relato creado por el escritor inglés Rudyard Kipling para su cuento de 1904, Mrs. Bathrust. Los personajes Pritchard y Pyecroft describen a la señora del título como alguien a quien no se puede olvidar. No se trata de qué visten las mujeres, sino de cómo lo hacen. El término se difundió en 1927 con el estreno de la película It (1927), protagonizada por Clara Bow como Betty. Ese Je ne sais quoi es lo que más llama la atención, una actitud que no se puede copiar. A Felisa le calza perfecto.

Las memorias eclécticas de Pinto, un compendio de su historia personal, la constelación de artistas que conoció, sus notas periodísticas avant garde, están dando que hablar y es probable que se conviertan en lectura obligada de la carrera que en 1990 ayudó a crear en la UBA: Diseño de Indumentaria, por impulso de la arquitecta Carmen Cordova, secretaria académica y madre de la cantante Carmen Baliero. “Quisimos unir las artes con la practicidad y, además, que los estudiantes supieran diferenciar un Dior de un Balenciaga, eso es saber sobre historia de la moda”, revela.

El título del libro se destaca en la portada bajo una imagen que es una síntesis de su rostro realizada por Ronald Shakespear, el diseñador gráfico que le dio identidad visual a la señalética de las calles, los hospitales y los subtes porteños. “Chic es una palabra que uso en mi vocabulario y se aplica a todo, desde un cenicero hasta un zapato. Una persona chic tiene desenvoltura y es blanda, comunica su verdad, al revés de los chirimbolos que mucha gente se pone para ocultar su verdadero yo. Chic, chiquísimo, chiquérrimo, se pueden usar para referirse a aquello que es elegante sin pretensión, como el paisaje que veo desde mi ventana”, dice.

Fue autora de los volúmenes Moda para principiantes, de la colección dirigida por Juan Carlos Kreimer, que coescribió con la artista plástica Delia Cancela, y de Vanguardias del siglo XX. Además, curó Moda al Margen, una muestra de jóvenes emergentes en el ICI (1992) y Moda con identidad criolla, con Lescano, en el MALBA (2006). Comenzó a escribir unas décadas antes, promediando los cincuenta, y en el auge del Nuevo Periodismo, se enfocó en temas como arte, moda y tendencias en medios emblemáticos como Primera Plana, Confirmado y La Opinión. Luego, publica también en el diario La Nación, en Las12 y en las revistas Barzón, La Moda, Debate, Summa, Tokonoma y Correspondencia.

Nació y pasó la infancia en Totoral, donde a su casa se la llamaba El Vaticano, por el catolicismo que profesaban sus mayores, y a la de su vecino de enfrente, Rodolfo Aráoz Alfaro, de ideas de izquierda, el Kremlin. Ella fue y continúa siendo un espíritu libre, antidogmático, nómade, político, aunque apartidario.

Enamorada de la vida buena y austera, apasionada por el cine y el jazz, se casó con el trompetista Rubén Barbieri, el hermano del famoso saxofonista, Gato. Antes, en la localidad mediterránea de su infancia, conoció a Rafael Alberti, que le compraba helados, a María Teresa León y a Pablo Neruda.

Inspirada en las artistas de la Bauhaus, el look despojado, de pelo corto, sin ornamentos, se convirtió en su sello. “La moda hoy es un escándalo. Nada se puede usar, crean artefactos imposibles de poner. A mí me gusta la ropa tranquila, la de los trabajadores, cómoda y práctica”, opina.

Fue anfitriona de Julio Cortázar en su departamento de la calle Paraguay, cercano a la gran tienda Harrods. Fue durante un viaje que el autor de “Las armas secretas” realizó de incógnito, en la previa al triunfo de Cámpora como presidente del país. “Me pidió que lo alojara nuestro amigo Juan Gelman y tuve que armar una logística especial por su gran altura: compré un catre chico como suplemento, una sábana enorme y uní los dos colchones”, recuerda. “Al irse me dejó una carta agradeciéndome la hospitalidad y mis discos de jazz que no dudó en escuchar”.

En los años de la dictadura, con Timerman secuestrado, varios colegas exiliados y la represión aterrorizando a la población, se refugió en una revista especializada en la industria nacional de la indumentaria, La Moda. Cada vez que se cruzaba con el poeta Gelman, él le decía: “A vos te salvó el canesú”.

Sostiene que, en la contemporaneidad, el oficio de modisto se convirtió en el de alquimista. Dice: “La tecnología textil y las telas inteligentes cambiaron el diseño. En la búsqueda por innovar se retomaron mezclas inesperadas que en tiempos lejanos tentaron también a las vanguardias, como Elsa Schiapparelli, quien en 1938 imaginó tejidos que imitaban la corteza de los árboles o aplicó papel de celofán a trajes de soirée. Veinte años después aparecieron las fibras sintéticas derivadas del petróleo y los fabricantes tuvieron que empezar a etiquetar las prendas con los materiales que contenían para su mejor mantenimiento.”

¿Por ejemplo, qué materiales modificaron la forma de vestirse?

--El nylon y el jean fueron dos puntos de partida decisivos para los nuevos estilos de vida y necesidades. Se busca el confort, la libertad de movimientos, que las telas respiren y funcionen como una especie de segunda piel. También, se investigan materiales con virtudes terapéuticas, como analgésicos incorporados a las telas. Sin descartar, las que contienen propiedades antibacterianas, tomadas de ropa lograda para astronautas de la NASA. Y las biofibras, incorporadas a tejidos obtenidos a partir de inyecciones de rayos gamma con perfumes de frutas, de flores o verduras. La última novedad es la incorporación de la imagen y el sonido, adonde se toman motivos de la pantalla y fibras ópticas que hacen titilar un destello sobre un cuello o solapa. Los creadores hacen trabajar a los laboratorios, las firmas de electrónica hacen crecer nuevas propuestas, para que puedan ofrecer otra mirada, otra vida y ropa que engendre muchos y variados deseos.

Buscadora de creaciones

La autora de Chic cree que “una cosa es ser cronista y otra es ser una periodista que entiende los componentes de la moda. A mí siempre me interesó el arte”. Con su amplio conocimiento, la idea de que la ropa y todo lo que nos ponemos para atraer a otros y para sentirse mejor con el propio cuerpo es frívola queda descartada.

“Acá había cosas que no me gustaban, salvo excepciones impresionantes, como las creaciones de Fridl Loos o Vanina de War, que hacían ropa criolla. El resto surgía de la imposición de París o Milán, la moda que podríamos llamar oficial, carente de espontaneidad, con moldes comprados. Yo viajaba para la revista La moda, lo que me permitió conocer el making off del diseño. Me ocupaba además de informarles a los fabricantes de la industria nacional qué estaba ocurriendo. Tenía la responsabilidad de cubrir cuatro veces al año los salones de la moda europea para transmitir acá las tendencias que luego se hacían planetarias”, relata.

Felisa recuerda los años post dictadura, donde en la moda no existía la creación espontánea. “Estaban, pero al margen de la moda oficial. Laura Buccellato, al frente del ICI en ese momento, nucleó a una cantidad de artistas del arte moderno y me propuso hacer la muestra. Estuve seis meses buscando para hacer una gran exposición de jóvenes que proponían creación y no copia adocenada”.

Luego de esa exhibición, en 2006, se ocupó de la retrospectiva de Mary Tapia en el Malba. La llamó Moda con Identidad Criolla. Mucho antes de esa exhibición, en 1967, curó Ropa con riesgo, el desfile experimental de Delia Cancela y Pablo Mesejean que reflejó los inconvenientes que generaba rebelarse al código de vestimenta en una ciudad violenta.

En el Di Tella se suponía que nadie iba a hacer un desfile de moda y, sin embargo, lo hicimos. La primerísima fue Mary Tapia con Pachamama Prêt-à-porter y, luego, el de la pareja Delia Cancela - Pablo Mesejean. No tenía nada comercial, era puro arte visual. Las mannequins eran amigas, no eran profesionales, el público se sentaba en el piso del Di Tella. Ya existía la moda de Londres, que era lo que más se usaba, y de París. Después, con el jean, empieza la cosa norteamericana”, cuenta Felisa.

“Mary Tapia, tucumana originaria, también partía de materiales y de prendas autóctonas. Sus obras eran telúricas y se mantenían fieles a la técnica textil de los pueblos del norte argentino. De hecho, la caractericé como una ‘antropóloga de la moda’. Tenía un enorme refinamiento conceptual dentro de una ética y estética folk” define Felisa Pinto.

Narra cada época en su contexto, donde es posible ubicarse en espacio y tiempo, placer que traslada en sus memorias, en historias propias y ajenas. Hizo la historia de la moda, resultado de su cercanía con el tema y el tiempo vivido en esa atmósfera. De Felisa se suele decir que es la Diana Vreeland argentina, la carismática dama para la que Carnel Snow, la directora de la revista Harper’s Bazaar, creó el cargo de editora periodística.

“We love Felisa, es nuestra Diana Vreeland”, dice en mayúsculas el modisto Pablo Ramírez en la red social Instagram. Esa admiración y cariño es el reconocimiento que recibe de diversas figuras con las que transitó los mismos caminos.

Ella llama amiguísimos a Juan Gatti, a Rosita Bailón, a Ramírez, entre tantos otros. “De repente surge Pablo… lo descubrí en un concurso de la fábrica Alpargatas que yo organicé y hoy es mi gran amigo. Admiro su maestría. Mi aproximación a la moda siempre es de autor. Otros nombres surgen: Manuel Puig (“en la Galería del Este, Rosita hizo un desfile para acompañar el lanzamiento del libro Boquitas Pintadas), Charlie Squirru, Juan Gatti, Juan Stoppani, Marilú Marini, Edgardo Cosarinsky.

Fue en 1963 cuando le hizo el reportaje a Picasso en París. Se hospedó en casa de su amiga Lita Sánchez Cinez, modelo de Laroche y madre de la futura supermodelo de Chanel: Inès de la Fressange. Cubrió los desfiles vestida con piezas de Chanel que le prestaba su amiga Lita y llegó a ver a Coco sentada en las escalinatas de la Rue Cambon. “Había que ser millonaria para usar Chanel, no así con Kenzo”, asegura.

Felisa revuelve en sus archivos, muestra fotos, pequeños objetos que guarda en sus cajones y continúa conversando. “La descripción de una vestimenta me sugería un epígrafe que era más bien poético”, comenta sobre las anotaciones de puño y letra en tinta negra en libretas y papeles sueltos.

Cuenta que mientras las argentinas ricas y clásicas se vestían con alta costura, a ella le gustaba más la espontaneidad, la moda como expresión visual. “No me interesaba tanto como acto de creación sino como talento, honestidad para ponerse algo original. Rosina Corradini me encantaba, era algo deslumbrante. Paco Jamandreu y Horace Lannes son mis ídolos. Yo me ocupé de ellos y los seguí. En cambio, el ritual de las grandes casas de costura no me interesaba, era copiado y frío. La ropa criolla me parece lo más elegante, por eso adoro a Fridl Loos y Mary Tapia”.

Sobre la especificidad de su oficio, dice que instaló “la aproximación visual y no el palabrerío que vende. Al escribir, me basé en la defensa de la industria nacional más que en el capricho. Nunca escribí nada que no creyera”. Recuerda entonces la ocasión en que la mandaron a entrevistar a la esposa del presidente Arturo Illia, Silvia Martorell y las palabras firmes del jefe de redacción: hay que criticarla, se viste mal, le ordenó. Pinto fue rotunda y dijo que no haría ese trabajo. La nota se produjo igual, fue una tapa y salió sin firma. Felisa se sintió aliviada de no participar de esa movida político fashionista.

La moda democrática es la única que le interesa. “El lino, por ejemplo, de consagración arrolladora, materia otrora suntuosa y actualmente incorporada, distendida. Aunque siempre esté arrugada es junto a las ojotas, las zapatillas, los borcegos y las alpargatas un ícono del siglo veintiuno. Mezclar lo formal con lo informal, lo nuevo con lo vintage. Ahí está el chic”. La ropa común, dice, “en el fondo me parece inteligente y abordable para todos los bolsillos, ya no es para los ricos. Por eso me pareció extraordinario cuando empezó Uniqlo. Consagra el emblema de la ropa urbana de abrigo tomando como base el efecto matelassé que podría leerse como un guiño a los diseños que Chanel aplicaba a sus carteras. Uniqlo triunfó con la moda urbana sin sobresaltos, sin estrépito, con una propuesta casi unisex”.

En cambio, a las últimas colecciones de las grandes marcas de alta costura “las vi por YouTube y eran una cosa insultante, de lujo escandaloso. Los riquísimos del mundo no necesariamente tienen buen gusto. Es moda que te golpea, no como creación sino como exageración. Es un escándalo, pero me dije que no debía pensar así porque están también los inteligentes que vistieron a la humanidad. Esos horrores que vi… lo de Dior es una cosa espantosa, no te digo Versace, Balenciaga. Yo creo que se mueren para volver a enterrarse, es una cosa de terror, el propio Chanel… Lagerfeld hizo show y dinero, pero hasta el reinado de Ines Lagerfeld no me emocionó nada”.

Enamorada de las piezas que colgaban en los percheros ubicados en la puerta de las Galeries Lafayette, “me compraba esas maravillas, falso auténtico, porque eran cosas falsas, pero auténticas en tanto falsas. Lo sabías y estaban tan bien hechas que eso ya era un acto de creación. No hay nada que me divierta más que ir a las casas de segunda mano a descubrir esas maravillas. Eso sí, tenés que saber mucho de moda y de chic para que no sea un desastre. Por eso guardo lo que uso, adoro lo vintage y cada tanto lo dono al Museo del Traje, que hace un trabajo excepcional de conservación y curaduría”.

Un discurso que le dedicó Manuel Puig durante uno de sus cumpleaños sintetiza el legado contundente de Felisa Pinto. El mismo lo recitó y dice: “¡Señoras y señores! Me van a dedicar un minuto de atención porque voy a hablar de una gran mujer. ¡Reina! ¡Santa! ¡Amiga! ¡Porque voy a hablar de Felisa! ¡Fela! ¡Salife! ¡Madame Escaparate! ¡Pionera de la liberación definitiva del alma argentina! Pionera en la moda y en la vida, mujer de carrera que no olvidó que tenía un corazón (bis). ¡Qué viva!, dicen las mujeres, se viste a su modo, The look is you. ¡Qué viva! Porque todo le queda bien. Si Felisa anoche de cretona se atavió dentro de dos años qué moda vendrá ya sé yo… ¡cretona! Salife en su boudoir, obliga a soñar, pero solo bañada en un rayo de luna hace el amor.”

Ella completa su propio perfil: “Mi forma es la información asimilada por mí. No soy filósofa, no soy música, no soy arquitecta, y sin embargo incorporé todos esos saberes como parte de mi vida. No tengo solamente información. Tengo vida. Vidas propias y ajenas”.