Un halo angélico flamea sobre el cilindro que sostuvo el girar de la ensoñación vuelta elemento. Haikús, sonetos, ditirambos, versos libres. La forma poética se rinde ante el coro de destellos que avisa que el papel higiénico se acaba. Traslúcidas piedras preciosas esculpen caligramas arbóreos. Boyas de luces en el pozo ciego. Diamantes selenitas, deposición de perlas. Acto fisiológico de las clases altas.

De cara al futuro la comida será el privilegio, la prerrogativa de las castas, defecar entonces devendrá un acto tan elitista como la acción que lo origina. El poder desposeerá a la plebe de tal facultad, será la cúspide del proceso de deshumanización. Seguirá el dinero circulando, pero pocos habrán de expulsar los desechos del proceso digestivo dado que uno de los componentes esenciales habrá de escasear cada vez más. El agua dulce y el arte correrán la misma suerte.

Mientras tanto…

 

Un caballero se excusa en medio de la ceremonia, se levanta del cómodo inodoro, arregla su ropa y se dirige hacia la mucama quien, balbuceante y con un gesto apenas perceptible, le indica la dirección. Con aplomo, y a la vez premura, entra el caballero a un cuarto minúsculo, toma asiento, aprieta un botón y, de la pared, baja una mesa rebatible servida con una pata de pollo sobre la que se abalanza voraz. Los demás contertulios, conversando de ópera y volúmenes desmesurados de materia residual, continúan defecando amablemente en la cotidianeidad del comedor. Hasta que la niña exclama la frase menos feliz. “Tengo hambre”. La madre, fuera de sí, fulmina con la mirada a la criatura socavándole por siempre los impulsos. El aire se corta con un cuchillo. O con un chorro de bidet.

A Baracca le gusta Buñuel, por ese motivo diseña porta-servilletas para los almuerzos que ofrece, a nadie, el fantasma de la libertad.

Gran parte de lo expulsado por nuestros órganos inferiores viaja en primera sobre el papel moneda. Lo correcto y las fronteras se disuelven ante el dinero y la deposición.

Occidente, y esto que acontece es de larga data, carga con la muy conflictiva relación excremento/dinero sobre sus espaldas. Acaso Oriente también, deponer no es patrimonio exclusivo de hemistiquios que en un momento de la historia tienden a ser más ecuménicos y menos transmisores de discrepancias.

Desde que el universo es existen seres que aspergen sus heces. Excretar, a las claras, es tanto más antiguo que cualquier acepción del concepto de mercantilización, el ente-quiebre que nos expulsa para siempre de esa edad de oro en la que fuimos humanos burlando la ley de intercambio y ganancia. La sabiduría, los sentimientos, los pensamientos, la salud, todo entonces adquirió el cariz de mercancía titilante que comulga con normas y jerarquías. Somos así perecederas estructuras simbólicas entre límites impuestos por el lucro habilitante, valor generativo de necesidades que el sujeto puede sanear aceptando el tácito acuerdo de que cada necesidad satisfecha viene en su reverso con otra necesidad por satisfacer.

A los pies de la eternidad el consumo propone una peregrinación para reverenciarnos a nosotros mismos, seres cobardes ante el poder de nuestros excrementos.

Comemos diablo y cagamos alma.

Todo lo que huele a mierda huele a ser ha pronunciado, entre parvas de láudano, Antonin Artaud.

Priorities es una gran puesta, refinada y contradictoria, de Cesar Baracca,  con curaduría de Sabrina Carletti, en la galería Subsuelo -@subsuelo238 les dará el resto de datos útiles- de la comarca del Rosario de la Tala y la Demolición, provincia de Santa Fe, poseedora de las peores rutas y productora de soja transgénica para un mundo que pierde belleza.

@dr.homs